29 marzo 2007

2005 - Antonio Murciano

Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2005. Pronunciado por D. Antonio Murciano González en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, el dia 6 de Abril.


Gracias


EMINENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SR. CARDENAL,
EXCELENTÍSIMO SR. ALCALDE DE SEVILLA,
ILUSTRISIMO SEÑOR TENIENTE-ALCALDE, DELEGADO DE FIESTAS MAYORES,
ILUSTRÍSIMO SR. PRESIDENTE DEL CONSEJO GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS,
COFRADES SEVILLANOS, SEÑORAS Y SEÑORES, MIS QUERIDOS AMIGOS:


SEAN mis primeras palabras para agradecer al Ilustre Consejo de Hermandades y Cofradías, la fineza y el alto honor para con mi persona al designarme como Pregonero de la Semana Santa de Sevilla 2005.

Seguidamente quiero, igualmente agradecer, a nuestras máximas autoridades, eclesiásticas y civiles, su confianza en mí al confirmarme en este tan honroso y hermoso cargo.

Gracias, en tercer lugar, a Don Gonzalo Crespo por sus palabras de presentación ante ustedes y por ese inteligente y cariñoso perfil que ha trazado sobre mi vida y mi obra. Palabras, abrumadoras para mí de tan cordiales, y que le agradezco desde lo más noble de mi corazón.

Y finalmente, mi gratitud también, a todos ustedes, presentes en este bello escenario del Teatro de la Maestranza, dando calor y realce a este acto. Así como, a los que siguen este evento a través de los medios audiovisuales de comunicación.


I Prefacio

QUIERO que mi pregón sea
como una gran oración…
De pequeñas oraciones
tejer quiero este pregón
y entre todas, trenzar una
intensa, inmensa oración.
Pedir a Dios por Sevilla
–madre de mi devoción–,
por la abuela Andalucía
la de la luz interior,
por la nueva España unida
del recíproco perdón.
Por los santos inocentes
mártires del once “horror”
y las mil una intenciones
de la pequeña gran voz
de ese Sumo Sacerdote
–blanco viajero de Dios–
clamando, sin eco, al mundo
por la paz y la oración.

Beatos Manuel y Marcelo,
Santa Ángela del Amor,
velad porque Hispalis sea
Jerusalén de fervor.
Yo os traeré al temblor del canto
veinte siglos de emoción.
Dos domingos de alegría
–Ramos y Resurrección–
enmarcando una semana
de injusticia y de dolor.

Sabiendo a Ysbhilia, escenario
del drama del Redentor,
en los Cristos sevillanos
ver el rostro del Señor;
en las caras de sus vírgenes
la de la madre de Dios,
Vía de Amargura sus calles…
¡Qué niña vieja ilusión
ser este año el pregonero
del vibrar cofradiero,
–voz de la tribu, vocero–
del sentir de un pueblo entero!

¡Qué privilegiado honor
–con el alma de rodilla–
cantar soñando en Sevilla
la Pasión del Salvador!
(Se alza en silencio el telón
de este renovado empeño
de revivir la Pasión
según Sevilla. ¡Qué ensueño!
¡Oídos, abríos al clamor!
¡Abrid los ojos al sueño!…)


II Domingo de Ramos. Entrada en Jerusalén (La Borriquita)


QUE en Jerusalén va a entrar
–digo en tierra sevillana–
domingo por la mañana
quién calmó y anduvo el mar.
Jinete el más popular
sobre un Platero andaluz
en olor de multitud
hosannas, palmas y niños.
¡Qué pena que haya cariños
que tengan muerte de cruz!

Pero hoy todo es alegría,
tarde entre dorada y pura,
¡quién piensa en qué noche oscura
y en lo que sucederá un día!
¡Qué clamor, qué algarabía!,
Bendito porque está escrito
el paria, el pobre, el contrito,
bendito el que nada tiene,
bendito sea el que viene
en nombre de Dios ¡Bendito!

¿Por qué esta primer saeta?
¿Qué se atreve a columbrar?
¿Qué voz, qué queja secreta
–entre dorada y violeta–,
qué vaticina el cantar?
Escuchad por Dios la copla
bien oigáis lo que dirá:
Los que ayer sanabas Tú
y hoy jubilosos te aclaman,
los que ayer curabas Tú
mañana te escupirán,
te cargarán de una cruz
y te crucificarán.
¿Y por qué, qué hiciste Tú?

Madre tuya del Socorro
sin nada aún que socorrer.

(Clama el pueblo. Corre. Corro.
La alegría aún por doquier.
Cristo en Triunfo entra en Sevilla
tal entró en Jerusalén.
Hoy la primavera brilla,
el Guadalquivir también.
La luna asoma a la orilla…
Comienza su anochecer…)
Llegado es el gran momento.
Por Judá quiebran albores
de temores y dolores.
Hace Jesús testamento.

III Sagrada Cena. Institución y Canto a la Eucaristía


LA verdad es que a veces me pregunto
–a veces no, constantemente– cómo
teniendo la andadura de palomo
al corazón llegabas siempre en punto.
La verdad es que a veces vengo junto
del hondo pozo que eres y me asomo
y por mucho trabajo que me tomo
jamás descubro el fondo del asunto.
Asunto: Dios y su alto ministerio
Sagrada Cena. Paso de misterio.
Explícate Señor. Y Tú callabas.
¿Cómo hiciste del pan cuerpo divino
y del vino tu sangre, si gustabas
de llamar al pan pan y al vino vino?
Todo fue así; tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
“Así mi cuerpo os doy por alimento”
¡qué prodigio de amor, porque quisiste
diste tu carne al pan y te nos diste
Dios en el trigo para Sacramento!
(Sevilla sueña ser patena viva
para esa alondra que le nace al alba,
de vuelo siempre y a la par cautiva.)
Hostia de nieve, nardo, maná, fuente,
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así: sencillamente.
Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo!
Cena de doce y Dios. Sagrado jueves.
Y era en Jerusalén la primavera.
Y era blanco milagro ya aquél trigo.
Sencillamente: “Esto es mi cuerpo”. Y era.

Y serás y eras y eres hostia pura,
carne y sangre de Dios, cáliz, rocío,
capullo de azahar, concha de río,
orbe de nata, anillo de ventura.
Pequeño sol de Dios, espiga, anhelo,
redonda flor de sueños tan completa,
panderito de harina del poeta,
moneda tú con que comprar el cielo.
Verso vivo, Jesús, verbo humanado.
Hostia digo y los labios me floreces.
¿De qué blanco trigal sacramentado?
No comprendo, Señor. Y tú, con creces,
te nos repartes pan multiplicado.
¡Multiplica mis panes y mis peces!
Se alejó hermoso el Paso en la Carrera
y Él se quedó, paloma mensajera,
botoncito de cisne levantado,
ojo que vela, lágrima que salva.
Y sobre el mundo fue la primavera
y aquí en Sevilla un ángel engloriado
pobló del azahar el alba malva.



IV La Oración del Huerto. El Beso de Judas. El Prendimiento. Dulces Nombres de la Virgen.


SE fue a un huerto a orar Jesús…
¿Qué interrogante desnuda
dejó en los aires la duda
con la señal de la cruz?
Pasa la Oración del Huerto
Paso del Beso de Judas.
Va a pasar el Prendimiento.
¿Qué siente Sevilla muda?
¿Qué evoca Sevilla entera?
¿Aquella cruel primavera?…

“Sí. Fue por la primavera. Un viento anochecido
empujaba la pompa de jabón de la luna.
El Cedrón susurraba como un niño dormido.
Getsemaní crecía su aceituna”.
Fue por la primavera. El olivar bebía
la clara madrugada.
“Dios oraba y gemía
a Dios desde la tierra ensangrentada”.
Sangre sudó y lloró. Y oró. Y oraba:
“Apártame este cáliz, Padre mío”…
Cerca un ángel… y pasos que llegaban.
Lejos sonaba el susurrar del río.
¿En plena primavera y estar yerto?
Estaba arrodillado, así, de hinojos…
fue en el instante en que resbaló, muerto,
el pájaro del llanto por sus ojos.

Con teas y cordeles soldados por el huerto.
Una lechuza. Un buho. Un cuervo, revolaron.
¡Qué humano miedo su sangrar despierto!
Los velos de los templos del mundo se rasgaron.
“Se alzó. Rama de oliva de amargura,
alto esqueje moreno y vacilante.
–“¿Duermes, Simón?”. Temblaba de tristura,
Temblaba de ternura su semblante.
Luego dijo: –“Es la hora”. Volvió la frente al cielo
y adelantó unos pasos por ver al que venía.
Se oyó –“Salud Rabbí”… Rodó un beso hasta el suelo.
Judas tocó sus labios y ya no los sentía.
Jesús puso sus manos para que las ataran.
La luna ocultó en nube su lágrima primera.
Y mientras se dejaba que preso le llevaran,
once sombras huyeron su amor por la ladera”.

Judas, suicida, traidor,
vendedor del Redentor
y deicida aún llorando.
Repugna verte rozando
tus labios en su mejilla.
Y mientras le ibas besando
–dice la gente en Sevilla–
que Él te estaba perdonando.

Y grita un viejo saetero:
“Detente Judas en la venta
y no vendas al Cordero”…
Alto lirio en pena quieta
con la túnica morá
y el corazón violeta,
en donde quiero clavar
mi oración hecha saeta
al Cautivo de La Paz.
Tú, Soberano Poder…
–¿quién cantará lo que escribo?–
En el huerto los olivos
te vinieron a prender,
jugo de aceituna amarga
tuviste Tú que beber
aquella noche tan larga
¡víspera del padecer!

Ahí va mi Jesús, erguío
para ante Anás y Caifás…
Ahí va, cautivo, prendío
–¡Que suelten a Barrabás!–
tan alto de tan hundío,
morena espiga tronchá
entre su torre y su río.

Mi Señor del Prendimiento
–barco de cirios y ceras
su Paso entre las aceras–
pasa triste a paso lento
y en sus miradas postreras
se adivina el sufrimiento.
Gime su Madre a su vera.
Dulces nombres de la Virgen,
letanía de tristezas:
Dulce Merced, Luz, Salud,
Dulce dolorosa Carmen,
Dulce panadera Regla,
Dulces ojos de María,
ojos dulces con ojeras.
Dulce Nombre de la Madre
de las vírgenes morenas.

Trianera de tronío,
espejo de la pureza,
reina de la realeza
del otro lado del río.
Ni siquiera tu belleza,
tu nombre ni tu apellío,
puede alegrar la tristeza
de tu corazón sombrío.
Debla a quien Triana reza.
Canta y no llores, Rocío.
¿Y esa rosa delicada
de la cabeza inclinada
y hermosamente apenada
que cierra la procesión?
Esa rosa de Pasión
nueva reina coronada,
es la madre inmaculada
Rosario de Montesión.

¿Y en tanto dónde está el Hijo
–el futuro Crucifijo–
y a dónde lo llevarán,
por el río de un gentío
que gritando viene y va?



V El Silencio blanco y La Amargura


POR Herodes despreciado,
vine a verte a tu capilla,
Señor del Silencio Blanco
como te llama Sevilla.
Después te he visto en la calle
y hasta creí que me hablabas.
¡Dile al silencio que calle!
¡Tras ti tu madre penaba!

Entre el clamor de la gente
de aquella Sevilla pura
de inicios del siglo veinte,
Pastora la de los Peines
cantaba así a su Amargura:
“Eres madre de ventura,
estrella del firmamento,
rayo de luz que fulgura,
bálsamo de sufrimiento,
y Virgen de la Amargura”.

¿Que cómo Sevilla canta
su canto a la desventura?
Oíd la gran partitura
–ya inmortal– de su “Amargura”.
Que gracias a los Font de Anta,
–para los siglos que vienen–,
Sevilla tiene que tiene
su himno a la Semana Santa.

Dulce Amargura divina,
la de San Juan de la Palma,
tú eres la luz que ilumina
la noche oscura del alma.
Que medio siglo hace ya
que Sevilla os coronó;
allí os cantó el pregonero,
bien oiréis lo que os cantó:

“Nieve viva sintiéndose morena,
Luz de luna volviéndose cirio,
Azucena poniéndoseme lirio,
Soberana Señora de la Pena.
Ojos de sevillana nazarena,
pecho de rojas rosas de martirio,
cuerpo de nube en forma de delirio,
alba en la frente y noche en la melena.
Cima de las más altas hermosuras,
sima de las más hondas amarguras,
Palma de luz, Panal de maravilla.
Dolorosa doncella delicada.
Gloria de un pueblo. Reina Coronada.
¡Virgen de la Amargura de Sevilla!”.



VI Sanedrín. De Anás a Caifás. De Herodes a Pilato. La Sentencia y la Macarena


DESDE Caifás hasta Anás
y de Herodes a Pilato,
va Jesús de Nazareth
de sus ropas despojado,
insultado, despreciado
desde su frente a su pie,
injustamente juzgado,
sentenciado y condenado
a muerte en Jerusalén,
el pueblo aquél donde ayer
justamente fue aclamado.

(La Bofetá)
¿Cómo pudiste tú a Cristo,
sayón, abofetear?
¿Y por qué lo hiciste, insisto?
¿tu mano cayó segada
o se te quedó por siempre
en el aire levantada?
¿Cómo pudiste, sicario,
a Cristo abofetear?
¿Quién te podrá perdonar?

Con qué humildad, qué paciencia,
y en una piedra sentado,
un Cordero inmaculado
–¡Hijo de la Providencia!–
oye su injusta sentencia.

¿En dónde están las saetas
de la Sevilla de ayer?
¿Y aquellas formas extintas
de San Pedro, Cuarta, Quinta,
saetas sin melodía
como el maestro Marchena
las llamaba y las decía?…
“Pilato por no perder
el destino que tenía,
firmó sentencia cruel
contra el divino Mesías.
Lavó sus manos después”.

¿Dónde están los saeteros
de mi Sevilla de ayer?
¿Dónde está el Pinto y Centeno,
El Gloria, El Torre o aquél
Vallejo, la voz, la esencia
que cantaba aquello de:
“Oíd la injusta sentencia
que entre Herodes y Pilato
impusieron a Jesús
poniendo testigos falsos:
¡Azote y muerte de Cruz!”?

¿Y por qué muerte de Cruz
a quien es del mundo Luz?
¿Por qué la afrenta, el quebranto
si como Él nunca habrá dos?
¡Ay madre tras tu Hijo en pos,
recúbrele con tu manto
su cuerpo de marfil santo!
Hijo del alba del llanto,
hijo de Virgen y Dios
¡Santo, Santo,
Santo, Santo!
(La Macarena)

Y detrás su Macarena,
madre-perla de San Gil,
nazarena de la pena
de rosacielo y marfil.

Deja, Madre, que te glose
aquella oración que reza:
“Bendita sea tu Pureza”
–espinela que aún me enciela–
que enseñaban nuestras madres
aprendida de la abuela.

Macarena de alma herida,
Virgen y madre castísima,
Ave María Purísima
sin pecado concebida.
Porque fuiste bendecida
allá en Belén de Judea,
porque en tu milagro crea
toda la naturaleza,
“Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea”.

¿Quién dirá que tu tortura
de hoy, mañana será gloria?
¿Quién recuerda, qué memoria
pudo soñar tal ventura?
¿Quién que tan santa hermosura
revistiera de pobreza?
Sólo tú a quien roza y reza
tanto cuanto te rodea:
“Pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza”.

Sevillanísima pura,
filigrana de donaire
que das al arco del aire
lecciones de arquitectura.
En torno de tu figura
Sevilla se hace poesía,
mientras que la angelería
pies de raso y rosa besa.
“A ti celestial princesa,
Virgen sagrada María”.

Esperanza de bondades,
recibe amante la oferta
de mi voz cierta en la abierta
paz de tus eternidades.
Airosa palma de Cades,
azucena de Sión,
a Ti como una oración
en labios de Andalucía:
“Yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón”.

¿No ves que el mundo me llama
y no sabré volver luego,
que me alejo frío y ciego
y tu nombre me reclama?
convierte mi yelo en llama,
– Macarena Virgen mía–
da a mi tristeza alegría
y a mi pecado perdón.
“Mírame con compasión,
no me dejes, madre mía”.
(Final saetero)

Gracia Montes, la Moreno,
Mercedes, Pili, Angelita,
voces fieles al poeta,
tened, ya las tengo escritas,
para Ella, mis saetas:
Al laíto de San Gil
mora la Mare de Dios,
tiene la cara morena
y partío el corazón
¡Mi esperanza Macarena!
Ni la rosa en el rosal,
ni el clavel ni la azucena,
podrán siquiera imitar
tu cara en flor, Macarena
llorando en la madrugá.
La noche se te arrodilla,
te corona la mañana.
¡Quién secara tu mejilla,
Niña de la Resolana,
Esperanza de Sevilla!



VII Jesús ante el pueblo. El atado a la columna, Flagelación. Coronación de espinas. La Victoria


REVIVIMOS la Pasión
por las calles de Sevilla
–azotes, flagelación–
y con la voz de rodilla.

Qué triste y solo caminas,
moreno junco apenado,
qué triste y solo caminas,
de tu sangre salpicado,
de cordeles amarrado
y coronado de espinas,
tu perfil atormentado
reflejado en las esquinas.
Mi Señor de San Esteban,
dale a mi vida salud,
y en mi último viaje,
donde me baje, estés Tú.

Mi Señor de San Benito
–el corazón en un grito–
al Jesús medio desnudo,
con clámide y maniatado,
Pilato lo enseña al pueblo
de soldados rodeado.
¡Si este hombre nada ha hecho!
¡Crucifícalo! gritaron.

Y amarrado a una columna,
latigazo viene y va,
Los Remedios saca un Cristo
que hace a las piedras llorar.
¡Lo juro porque lo he visto!

Miradlo por dónde va,
entre sayones romanos,
nublaíta la mirá,
maniataitas las manos
y la espalda ensangrentá.

Una saeta de mi Arcos
quiero en su pecho clavar,
–saeta de amor de mi pueblo
para su espalda sagrá–:
“Buen pastor, manso cordero,
duros látigos de acero
te crujen sobre la piel,
y cada vez que recrujen
nace en tu espalda un clavel”.
¡Ay Virgen de la Victoria!
¿Qué harás tú Reina y Señora
para vencer tu dolor,
divina vencida flor
de tu pena vencedora?
¿Cómo ganar, madre, ahora
la batalla a la tristeza?
¿Quién te da esa fortaleza,
esa entereza ilusoria?
Capitana de belleza
¿por qué te llama Victoria
Sevilla cuando te reza?…
Que a la Virgen la Victoria
le dicen “La Cigarrera”
y según cuenta la historia
y sabe Sevilla entera
quien la mira ve la Gloria.



VIII Nazarenos por la calle La Amargura.Las Tres Caídas. Canto a La Paz. Vírgenes de Triana


Y de Victoria en Victoria
–nos revivimos– la historia
de aquel divino Jesús
y un pueblo –herida memoria–
que a su Dios le habla de tú.

Padre mío de la Victoria,
bendito padre Jesús,
dos sayones te colocan
sobre tus hombros la cruz,
esa cruz, –mano adelante–
que ilumina tu semblante
mientras la recibes tú.
¿Y tu madre, dónde está?
Virgen santa de la Paz.
Rezad por ella, rezad…
por ella os pido: escuchad:

(Soneto blanco, saetas y soleá)
La letra P mirádla aquí en mi frente,
la P de pan, la letra más del pueblo,
la P de padre y pobre y pena y patria,
la letra que promete primavera.
La primera en la frente. la segunda,
la A de angustia, de amargor, de ausencia,
dejadme convertirla en alegría,
en letra A de amor para la boca.
La tercera en el pecho, hablo de cruces,
hablo de guerras y de camposantos,
de la Z que encierra la ceniza.
Tres letras son y están en la esperanza.
Vénzanos la blancura de su nombre
y vuele por los cielos su paloma.
Paloma que cruza el Parque.
Luz que en el Porvenir brilla,
tienes de jazmín el talle;
tú eres la Paz de Sevilla
y la primera en la calle.
Que no roce ni una flor
ni se le enganche un varal,
que no roce ni una flor.
Ten cuidado capataz
que esa es la madre de Dios
y mi Virgen de la Paz.
Reina de los cielos eres
Madre de Dios de la Paz,
bendita entre las mujeres.

Tarde triste. Noche oscura.
Ahí va Jesús Nazareno
por su calle de amargura.
Cargao con las culpas mías,
las de aquél y las de tóos,
lleno de espinos y espinas,
Nazareno de la O,
a tu calvario caminas.
(Madre y tu letra en mi voz.
qué aliento o soplo o anhelo
te ungió y te nombró “La O”;
qué amor de Paloma en vuelo,
que en tu Hijo el Redentor
estás, cómo está en el cielo
el Santo nombre de Dios.)
Pasión, mi Dios andariego,
para un poquito el andar,
que si vuelves la cabeza
verás tu pueblo detrás
cumpliéndote la promesa.
Nazareno de Sevilla,
Padre Jesús de Pasión.
Ante tu nombre se humilla
y ante tu paso, arrodilla
Sevilla su corazón.
Merced, mi virgen bonita,
fuente del divino llanto.
Déjame ver tu carita
entre el raso de tu manto
por San Juan consolaíta.
Con la cara ensangrentá,
pálido de luna llena,
miradlo por dónde va,
Padre Jesús de las Penas,
caído en la madrugá.
Lleno de santo quebranto
y empapao en suor frío,
caío que no alevanto
pasa por el laíto mío
el Señor del lunes santo.
Ay Dolores, dolorosa,
dolorida, la doliente,
yo nunca podré olvidar
aquella entrá en San Vicente
salpicaíta de azahar
y del llanto de la gente.
(El Silencio y la Concepción)
Mirad, ahí pasa el Silencio,
el de la cruz al revés,
el mejor de los nacíos
de la cabeza a los pies,
perdone Él mis desvaríos.
¿Es Palestrina o Marencio
quien dirige ese concierto
del coro de serafines
del Silencio, en el silencio
de la calle Placentines?
Virgen de la Concepción
ante ti mi alma rendida
y en tus mejillas ardidas
siete lágrimas prendidas.
Para ti rosa encendida
madre y maestra
mi oración.
Limpia y pura Concepción
sin pecado concebida,
preservada y protegida
–desde antes de nacida,
¡única en la creación!–
doncella ayer escogida
de virginal relicario
–urna maternal, sagrario–
del cuerpo vivo de Dios.
Y hoy –¡ay!– de tu Hijo en pos,
romera en su romería,
flor llorosa en su agonía,
pasionaria en su pasión,
Inmaculada María,
Concepción del alma mía,
Purísima Concepción.
(Nazareno y Virgen del Valle)

Paso a paso, calle a calle,
Nazareno, flor de Valle,
mano al frente y cruz a cuestas,
en la Vía de la Amargura
–¿Sierpes dije?– en hora oscura
el hijo a su madre encuentra.
El hijo lleva la cruz
pero a su madre le pesa.

Implorante y de rodillas
a los pies del galileo
la santa mujer Verónica
le enjuga el rostro. ¿Y qué veo?…
“Mujer de la frente erguida
y la mirar azulada.
Doncella desconsolada
por consolar una vida,
por aliviar tanta herida.
Por eso, por ese anhelo,
la noche de su amargura
Jesús dejó la dulzura
de su rostro en tu pañuelo”.
¡Pintores los de Sevilla,
copiadle la Faz al cielo!

¿Y a ti Valle qué te digo,
–Dolorosa de ojos verdes–
jardinera nazarena?
A ti madre, te dedico
mi oración hecha saeta:
Divina rosa del valle,
cala, jazmín, azucena.
Rosa divina del valle,
cómo siendo tú tan buena
el que te busca te halle
en la casa de la Pena.
“Ni en la casita, madre, de la Pena
ya no te quieren a ti,
porque la tuya es más grande
que las que habitan allí”.

(Recuerdo a Don Vicente.
Oración, fragmento)
Semana Santa en Sevilla
músicos de mi niñez,
de mi hoy y de mi ayer
que en mi pecho se arrodillan,
desde Eslava a Abel Moreno,
desde Pantión a la Serna,
de López Farfán a Braña…
Hoy por ellos mi alma reza.
Que un músico de Sevilla
que vivió en mi misma calle,
–frente a mi primera escuela
Maestro Gómez Zarzuela–
mi Falla particular,
tanto me habló de ti, Valle,
que aún en mi memoria brilla.
Un músico de Sevilla,
por él, ahora, mi rezar:
Por él te pido, Madre, por el hombre
que a Sierpes convirtiera en Corredera,
que vivió en Arcos, creó, murió y quedose
arco fiel de la piedra hasta la estrella.
Te pido por su azul mundo de arte,
por sus zorcicos y sus tarantelas
y por sus salves y sus letanías,
sus villancicos a mis nochebuenas,
sus coplas al Señor de las Caídas,
por su banda tocando su “Saeta”.
Te pido por su Himno de las Nieves
y por su misa a coro y gran orquesta,
por sus benditos y sus misereres,
por la música sacra de un poeta.
Madre, por él te pido, por sus dedos
sobre el arpa de oro de mi Peña,
y porque supo, en realidad y ensueño,
hacer de roca en sol música eterna.
Te pido Valle, en fin, por la sonrisa
del maestro-bondad, Gómez Zarzuela,
que compuso la marcha más divina
que la Madre de Dios tenga en la tierra.

Por las calles de Sevilla
caminando va Jesús;
se le doblan las rodillas.
Y un centurión a caballo
–¡mirad!– señalándole
el camino hacia el calvario.
Esperanza, luz y guía,
Triana evoca tu fe.
¡Qué hiel que te amargaría
viendo a tu Hijo caer
que nadie le socorría!
(Y abriéndose paso, pasa,
¡es José de la Tomasa!
“Pará el Paso”, va a cantar.)

Las sienes llevas herías
de esa cruz de culpas mías
y agotaito te veo.
Cristo de las tres caías,
quiero ser tu cirineo.
Siempre que miro a la cara
de Jesús bajo el maero,
pregunto al corazón mío:
¿qué pensará el Nazareno
cuando me ve a mí caío?
Esperanza, mare mía,
cara de virgen gitana,
mira mi voz encendía
pidiéndote en La Campana
por la abuela Andalucía.

Cuentan que Señá Santa Ana
le dice a su trianerilla,
cuando le besa la frente:
–Esperancilla, chiquilla,
que cuando cruces el puente
no te entretenga Sevilla
¡Tú sabes cómo es tu gente!

Esperanza que alumbras la Carrera,
saeta tú por Pureza y por Castilla
capitana trianera marinera,
carcelera del barrio y seguiriya.

Santa soleá gitana,
madre de Dios alfarero,
hija de Señá Santa Ana,
esposa de un carpintero
y Esperanza de Triana.

(NAZARENOS TRAS LA SEGUNDA CAÍDA)
Calle Amargura adelante,
va Jesús el galileo,
el divino caminante.

(Salud. Candelaria)
Padre mío de la Salud
con tu cruz, pasito a paso,
oro sobre lirio raso,
lirio de silencio en flor,
lirio del alba en ocaso,
Tú eres el lirio mayor
de los lirios de tu paso.
¡Salud te pido Señor!
Señor mío de la Salud
vaya por ti mi plegaria.
Si a los ciegos diste luz
por tu madre Candelaria
alúmbrame, siempre, Tú.
Y ten tú, madre, la vela.
Tu estar en vela consuela
¿No oyes cantar serafines,
querubes y querubines?
Te llevan por Los Jardines
camino a San Nicolás.
Candelaria entre candelas,
llorando por tu Hijo vas
y te ahogan tus duquelas.
(Los Gitanos)

Manué, bendito Jesús,
permíteme que en mi vida,
me levante como tú
detrás de cada caída.

Con espinas en la frente,
esa Cruz entre las manos
y sangre por la mejilla,
el Señor de los Gitanos
hace llorar a Sevilla.

Que no le muevan la Cruz.
Que lo lleven muy despacio
y no le muevan la Cruz,
porque le sangran las manos
a ese andarrío Jesús,
Bato de tóos los gitanos.

Morena de mimbre el talle,
canastera de Sevilla,
que la soleá se calle,
la toná y la seguiriya
que Angustias está en la calle.

Lucero nuevo del Valle,
carita de nazarena,
mi Reina de San Román.
Del palio a la canastilla
tú eres la rosa encarná
más gitana de Sevilla.
(TERCERA CAÍDA)

Con sudor frío y descalzo
sigue andando el buen Jesús.
Las fuerzas le van faltando.
Ya no puede con su cruz
y un hombre le va ayudando.
(Nunca supo Simón el de Cirene,
el humilde granjero de piel recia
que aquél madero abierto a la agonía
era el mundo pesándole en los brazos.)

Tres veces cayó en el suelo
y otras tres se levantó
¿Quién consuela el desconsuelo
del que en el suelo cayó,
siendo rey de suelo y cielo?
Loreto, madre de Dios,
toma mis versos, mis preces,
por tu Hijo el Redentor
que a tierra cayó tres veces.

Tres tropiezos, tres herías,
tres golpes de sangre en flor,
tres horitas de agonía,
tres Marías y un amor,
Cristo de las tres caías,
levanta, levántanos.

Mi placita de San Roque
con el de mis Penas dentro.
¡Gracia y Esperanza! Casa,
donde cuando paso, entro.
(Aquí, ya, mi Gran Poder)
Y de pronto, otra saeta
que rasga la piel del cielo
¿Es Mairena?… ¡Es Caracol!
cantando desde el recuerdo:

“Pinceles al viento...
que no hay pintores que pinten
la plaza de San Lorenzo,
ni tu cara, Gran Poder,
en tan profundo silencio”.

Sale el Señor de Sevilla.
pasa “el paso” a paso lento
y una muchedumbre ansiosa
contiene, muda, el aliento.
Dos filas de encapuchados
–luto y esparto– viniendo,
mientras que su capataz
da en bronce tres golpes secos
y lloran saetas hondas
las cuatro esquinas del viento.
(Gran Poder bendito,
bendice a tu pueblo.)

Cargado va con su Cruz
el rey de los nazarenos,
por espinas en las sienes
lleva cinco o seis luceros.
(Alumbra mi noche,
sol de San Lorenzo.)

Entre varales de plata
con siete cuchillos dentro,
bajo un palio de ocho estrellas
y nueve lunas de un sueño,
llorando a lágrima viva
su madre lo va siguiendo.
Mayor Dolor y Traspaso
mayor no lo tuvo un pecho.
(Vela por España
Gran Poder del cielo)

Ninguno de los que no
cumplen tus diez mandamientos,
ni ninguno entre los once
de los que no te vendieron
o uno sí, un pueblo, uno
quiere ser tu cirineo
(Apoya en Sevilla,
Jesús, tu madero.)

Que al rey de las doce tribus
de Israel, al rey sin cetro,
al joven que de sufrir,
miradle, parece un viejo,
Sevilla le va ayudando
a llevar su cruz, un pueblo
que quiere que reine en él
aunque sea viernes el tiempo.
(Oye esta plegaria
Gran Poder eterno.)

Madrugada en La Campana,
cuando resuenan los ecos,
cuando se afilan los fríos,
cuando hasta se oye el silencio
cuando una saeta hiriente
se va clavando en tu pecho:
alza tu mano gloriosa
de ese pesado madero
y bendícenos a todos
mi Gran Poder nazareno

Y con los cinco sentíos
en su “Andalucía a compás”,
por encima del gentío
se siente el eco sentío
del pregonero al gritar:
El poder y el poderío
por el mundo viene y va,
siendo el Gran Poder el mío,
el que en San Lorenzo está
de moraíto vestío.
(Jesús Despojado. Señor de las Penas.La Estrella.)

Ya el Gólgota. Y Él arriba,
erguido pero abatido,
despojado, desvestido.
Todo un Dios en carne viva;
seco el labio, sin saliva,
y alguien va y le ofrece hiel.
El frío eriza su piel.
Una cruz le van subiendo
y una madre está pidiendo
“Misericordia” por Él.

Padre Jesús de la Penas
en una piedra sentao;
esperando en el Calvario
para ser crucificao,
vendío por treinta denarios.

Verlo me da escalofrío,
mientras se juegan las prendas
del Dios rey de los judíos.

¿Quién era aquella doncella
divinamente de duelo?
¿Es la Virgen de la Estrella?
Tenía en su mano un pañuelo
y era tres mil veces bella.

Que una Estrella reluciente
cruza el cielo de Sevilla.
Ilumina a toa la gente.
Más que sol y luna brilla
y le dicen “La Valiente”.

(Recuerdo a la Niña de la Alfalfa)
Tengo en mi mente grabada
una promesa cantada.
De niño la oí un vez.
San Jacinto y madrugada
“Niña de la Alfalfa” fue.
En un balcón, su silueta,
mano en vilo y pena quieta
y la voz rota de llanto.
De aquél día me acuerdo tanto
que aún recito su saeta:
“Madre mía de la Estrella,
en ti yo tengo mi fe.
Tu Estrella guía mi vía,
por eso te cantaré
tó los años este día”.
Desde tu balcón del cielo,
este año, cántale…


IX Los Cristos del Gólgota. –Exaltación– Poema de Las Siete Lágrimas


Y en otra piedra sentado
ved, esperando al Maestro
para ser crucificado.
Divina crucifixión.
Y sobre Sión te alzaron
¡Cristo de La Exaltación!
Alzado, exaltado, ¡Tú!
centro del orbe. Alfa y Fin.
Norte y Sur, Jerusalén.
Cristocéntrico Jesús
cantó Teilhard de Chardin.
–“Cuando me alcen sobre el mundo
todo lo atraeré hacia mí”.
Esto se le oyó decir
en suspiro tan profundo
que nadie oyó su gemir.

¿Qué noche en qué plazoleta
sevillana y recoleta
y qué Cristo le inspiró?
¿Exaltación, Fundación,
Redención o Salvación?
¿Qué ideal crucificado
le dictó aquella saeta
que salió del corazón
del pregonero poeta
y se clavó en su costado?
¿Qué rezaba aquél cantar?
Enclavado en el madero
de la mayor soledad,
el hijo del carpintero
con las dos manos clavás
va abrazando al mundo entero.

Crucificados sedientos
de amor y de sentimientos
mientras sus ojos les brillan,
pasan pasando tormentos
por las calles de Sevilla:
Cristo en sus Siete Palabras,
eternos gritos de ayer;
Santo Cristo de las Almas,
Cristo santo de la Sed,
Jesucristo el de las Aguas
–guadalupano clavel–
mira el dolor de tu madre
arrodillado a tus pies.

(Poema de las siete lágrimas.
A Sebastián Santos Rojas)
Caridad, mi Estrella bella,
Señora de la Merced,
Sol de la Carretería,
Luna del Cerro. Mujer
Dolorosa en San Vicente,
la que Pena en San Andrés,
mi Concepción, mi Refugio,
mi Subterráneo, las diez
Vírgenes con siete lágrimas
que una a una os las conté;
siete fuentes, siete joyas,
lucecitas de la fe,
siete cristalinas rosas
que hoy yo quiero recoger
en estos mis ojos secos
ciegos ya de tanto ver;
¡Ojos míos, lacrimarios,
madreperlas de las diez!
(Cristo de la Conversión y Montserrat
La Lanzada. Poema de la Sed )

Cristo de la Conversión,
mi Cristo de la Salud
en cruz y entre dos ladrones,
bendito Cristo Jesús
convirtiendo corazones
y haciendo de sombras, luz.

Entre Dimas y Gestas
crucificado,
dime qué gesta es esta
de un Dios clavado
¿Juzgado un Dios,
condenado por hombres,
sin defensión?
Y aún me sigo preguntando:
¿Qué ley celeste
es morir perdonando?
¿Qué Dios es éste?…
Y una gran voz rasgó los altos aires:
¡Jesús de Nazareth!… moría la tarde
y allá abajo, en penumbras, vigilantes,
discípulos, mujeres… y una madre…
Montserrat, madre bendita,
quiero que sea risa el llanto
de esa cara tan bonita,
que si hoy es Viernes Santo
el Domingo resucita.

Santo Cristo de las Aguas,
Cristo vivo de la Sed,
Cristo-Jesús de las Almas.
¡Quién te diera de beber!
¡Qué Remedios, qué Consuelos!
podrá tu madre ofrecer,
si aunque Virgen de las Aguas
sólo tiene un agua amarga
que es la fuente de sus lágrimas
¿cómo te las da a beber
si te aumentaría la sed?
María de las Tristezas,
virgen de lágrimas santas
con sed tanta y penas tantas
¿quién sacia su padecer?…
(La Expiración del Museo)

Por tu sagrada pasión
sólo te pido un deseo,
concédenos tu perdón,
Santo Cristo del Museo,
Cristo de la Expiración.

¿Quién tu molde tiró al Río
que al agua la hizo plata de luceros
y navegó hasta el mar –qué escalofrío–
a lomos de los peces costaleros?
Pero tu original quedó presente.
¡Oh Cristo del Museo!
¡Oh Dios muriente!

Pasta santa de madera,
¿de quién fue la inspiración
que logró esa Expiración
tan divina y verdadera?
¿Fue el propio Marcos Cabrera
o el propio aliento de Dios?
¿Caería de rodillas
como el poeta cayó
una mañana en Sevilla
glosando la maravilla
de la anónima oración
de qué Santos de Castilla?:

Tú que todo lo muerto lo renaces,
abrázame Señor a tu costado.
Pero cómo te digo que me abraces
si estás para abrazar, crucificado.
Tú que deshaces mundos y los haces
convierte en largo llanto mi pecado
y hasta ese mar de amor en el que yaces
llegue mi amor a río desbordado.
Que me puede Señor, que me tortura
este verte morir y esta amargura
bien me mueve mi Dios para quererte.
Viviendo en Ti morirme es lo que pido,
sin esperar a cambio de mi muerte
ni el cielo que me tienes prometido.
(El Cachorro y la Virgen del Patrocinio)
El Señor está expirando
y Sevilla es la oración
que el poeta va rezando.
Rezo por Juan de Mesa y Montañés
por Roldán, Pedro Castro y por Cabrera,
Vasallo, Ocampo y Llanes, por Castillo
por Ruiz Gijón, aquel buril de Utrera.
Permíteme, Cachorro, Cristo, ahora,
dar gracias por mi Utrera, tu escultora.
F ebril, vehemente, inquieto, así sería
R ico de sí, si pobre entre la gente
A sí fue el hombre, sí, artesanamente
N iño en su barrio de Santa María.
C omo un nuevo Jesús, carpinteando,
I maginando lumbre imaginera
S oñando su buril en la madera
C achorros de Triana, así, soñando.
O brero, ya maestro, ya en Sevilla
R ubio aprendiz de aquél Andrés Cansino,
Un escultor de Cristo, en el camino
I nmortal de la Santa Maravilla.
Z arzas o gubias hondas las heridas
G loria al Jesús de los olivareros
I a aquellos cireneos costaleros
J unto a su Cristo de las Tres Caídas.
O tro no hubiera en talla y corazón.
N ació en Utrera y era Ruiz Gijón.
¿Dónde está Manuel Mairena?
que quiero que sea su voz
la que cante mis saetas:

Lo he visto y la voz la corro
¡qué pena y qué maravilla!
que hay un divino Cachorro
que entre Triana y Sevilla
se nos va muriendo a chorros.

Lirio abierto a la agonía
sobre tu calvario en flor.
Perdona mi vida impía,
Cristo de la Expiración,
Cachorro del alma mía.

Y dando un grito expiró:
–“Toma mi espíritu Padre”
y se le heló el sudor frío.
Cristo va a morir. ¡Socorro!
¡Cachorro mío, Cachorro,
Cachorro, Cachorro mío!

¿Y tu madre como está?
¿Dónde está esa flor galana
divina de tan humana?
Azucena soberana.
Trianera por Sevilla.
Flor de la calle Castilla,
Patrocinio de Triana,
tras llorar tu destrucción
te recreó, madre, el arte
de Luis Álvarez Duarte,
¡qué bien que te recreó!
Quédate en mi corazón,
–Virgen de mi devoción–,
alba-luz de mi mañana.
¡¡Bendíceme este pregón!!
(Cristo muerto con su madre viva)

Cristo ha muerto. ¡Qué dolor!
Ahí va el Cristo del Amor.
Parece que pasa hablando.
¿De qué ultracielos la voz?
Descendí de mis brisas para verte
y hasta herirme tu viento me fustiga,
vino a traerte amor mi voz amiga
y olvidando mi voz me diste muerte.
Pero este inmenso amor y este saberte
tan lejos de mi amor, a amor me obliga.
Soy mosto de tu vid, pan de tu espiga
y traigo al cambio un cielo que ofrecerte.
Yo que vine sembrando primaveras,
regando lluvias y encendiendo soles
para que en tu verano recogieras.
Hoy vuelvo a ti que abriste mi costado
Cordero hasta tu altar porque me inmoles,
Cristo Dios, por tu amor, crucificado.

Ahí pasa mi Vera-Cruz
“mi Vida, mi Verdad y mi Camino”.
No que no es de porcelana,
ni de cedro, ni de pino,
ni de pasta sevillana,
que este VeraCruz divino
parece de carne humana.
Capilla del Dulce Nombre,
VeraCruz, mi Jesús yerto,
mi saeta no es canción
que es decirte, a grito abierto,
Cristo muerto, mi oración.

Por la alta mar del gentío.
Bajo un palio en negro y oro,
verde y blanco el lucerío,
va María de las Tristezas.
Madre de Cristo Jesús.
Hermosa talla entre flores
detrás de su VeraCruz
y mudos los ruiseñores.

Por la Plaza La Campana,
de Sevilla corazón
detrás de un río enlutao,
muerto de cruz viene Dios
y abierto lleva el costado.
Luna de la Parasceve,
que alumbras mi Cristo muerto.
Cristo mío del Calvario,
pusiste a mi padre bueno,
madrugá del viernes santo
seré yo tu costalero.
Y te cumplí mi promesa
que te llevé en tu Vía-Crucis,
a hombros por la Magdalena.
De rodillas la saeta,
el río y Sevilla entera,
de rodillas la saeta.
Toda Sevilla oración:
que al borde de la mañana
está mi Presentación,
presente por La Campana.

Por San Benito grito y me emociono.
Luz de Oriente en mi calle te pregono
y en tu divina encarnación confío.
Mi Cristo de la Sangre, te corono
“Señor de las estrellas y los ríos”.
Cristo del Desamparo y Abandono,
de las Misericordias, ¡Cristo mío!
“Señor mío y Dios mío”.

Jesús-Cristo acongojado
sobre tu Gólgota en flor.
¿De qué Longinos traidor
la lanza te ha traspasado
que te está manando –¡oh Dios!–
sangre y agua del costado?

Cristo ha muerto ¡qué clamor!
Cristo de Burgos, Buen Fin,
De la Caridad ya inerte,
Santo Cristo del Calvario,
Cristo de la Buena Muerte,
–mi Cristo universitario–.
¡Enseñadme a bien morir!
Te lo pido por tu muerte,
que otro año vuelva a verte,
por mi vida te lo pido,
dame salud, dame suerte,
toma mis cinco sentidos
y dame una buena muerte.
Pídeselo tú, Señora
virgen de la cara mustia,
divina corredentora,
soberana de la Angustia.

Pídeselo tú mi Guía,
Diosa de la madrugada,
Madre Hiniesta coronada,
Virgen sagrada María.

Que sola y con mucha pena
y en la Iglesia de San Pedro,
hay una Palma morena
que anda vestida de negro
y parece una azucena.
¿Qué mirar me da la calma?
¿Qué Cristo mira hacia el suelo?
¿Qué cara me arroba el alma?
¡La que está mirando al cielo,
madre de Dios de la Palma!

Y ahora aquí mis letanías;
letanías sevillanas
con los nombres de María:
De María de la Cabeza
norte de mi Andalucía,
Gracia, Esperanza y Amparo,
Santa María del Buen Fin,
soles, lunas, luces, faros
para mi eterno vivir.
María del Refugio,
refúgiame
en el Subterráneo
de tu querer.
Con todo Nisán a cuestas
regresan en procesión
las vírgenes de Sevilla
traspasadas de Dolor.
Salve Reina de los Ángeles,
Caridad, Encarnación,
voz de los Desamparados,
Reina y Madre de la O,
mi Guadalupe bendita
mi Luz, mi Consolación.
Que en el silencio,
sin ruidos ni cantares,
bajo del manto
y entre los azahares,
dejádme acurrucar mi corazón.



X Descendimiento del Señor. La Piedad. La Esperanza de La Trinidad. Los Dolores


–“DESCENDED a mi Jesús...
despacio, poquito a poco...
bajádmelo de esa cruz…”

Desclavadle las muñecas
y desatadle los lazos
y curarle las heridas
de espinas y latigazos
y ponérselo a María
entre sus divinos brazos.

Virgen de la Quinta Angustia
vacíos los lacrimales,
llaga viva del dolor,
que en tus brazos maternales
va muerto el hijo de Dios.

¿Dónde está Heredia?¿y el Sacri?
¿dónde está Pepe Valencia?
¿y mi amigo Peregil?
vuestras hirientes saetas
me están traspasando a mí.
Al Cristo del Baratillo
siempre le vengo a peí,
que nunca me desampare
y tenga piedá de mí
por la gloria de su mare.
La corona del Señor
está hecha de junquillos.
Sevilla. Miércoles Santo.
Mi Piedad del Baratillo.
Hoy por ti canta mi canto.

También porque hasta ti baja,
mi Piedad de la Mortaja
mi canto se me hace llanto.
De la hermosura de tu llanto santo
aprendí yo a llorar líricamente
y a enjugar la tristeza de mi frente
con la orla de luto de tu manto.
Pañuelo quiero ser para tu llanto,
del dolor de tu duelo yo doliente,
tras tu penar penante penitente,
y en tu paso de amor flor de amaranto.
Déjame ser tu humilde pregonero.
Señora del dolor más verdadero.
¡Qué Sagrada Mortaja tu verdad!
Estrella de su noche de agonía.
Apiádate de mí, Santa María.
Piedad. Perdón. Piedad. Perdón. ¡Piedad!

(A la Trinidad)
Cristo de las cinco llagas
y las cinco mil herías.
Padre de las cinco llagas.
Si la culpa es solo mía
y ná has hecho, ¿por quién pagas?
¡Dímelo tú, madre mía!
Gloria de la Trinidad,
Esperanza salesiana,
farera de la ciudad,
sol Tú de la cristiandad,
luna de la redención.
Mírame con compasión,
que hacia tu mar va mi río.
Puerto del corazón mío.
Puerta de mi salvación.
En ti, Esperanza, confío.
(Cristo de la Providencia.
Los Dolores y la Santa Cruz.)
En mi corazón querría
tener grabadas a fuego
las palabras de María.
Quedó el Calvario desierto.
–Hijo mío, ¿estás despierto?–
Id… contempladme a María
hablándole a su hijo muerto
como cualquier madre haría.
Capilla de los Servitas.
¿Qué madre a diario grita?
–Hijo de la Providencia
la carne de mis fervores,
la sangre de mis amores,
¿a quién le pido clemencia?
¿Quién me lo iba a mí a decir,
Dios-hijo de mis entrañas,
que profecías extrañas
teníanse al fin que cumplir?
Siempre tras de tu vivir
–desde la cuna al Calvario–
mi corazón, relicario
fue ayer de tus nochebuenas.
¡Pero hoy no son más que penas
las cuentas de mi rosario!
Yo en peregrina me erijo,
mis dos manos para alzarte,
mis brazos para abrazarte
y en ti mis dos ojos fijos.
Siempre abrazando a mi hijo
como en los tiempos mejores.
Espinas lo que ayer flores.
Por dolerme su agonía
me llaman desde aquél día
la Virgen de los Dolores.


XI La Santa Cruz


BAJÓ la Gloria al Infierno
y subió a Tierra en tres días;
quedó una cruz en el tiempo
ensangrentada y vacía.
Cruz inmortal, cruz ejemplo,
cruz abrazo, Cruz de Guía.

(Quiero una cruz sola, escueta,
hecha oración y saeta)
Llena de ausencia y vacío
¿qué hace esa cruz en el viento?
verla me da escalofrío
y siento que me arrepiento
de los pecaitos míos.

(Mi Lignum crucis, mi infantil secreto
lo grita hoy mi oración, hecha soneto)
Abierta, así, de brazos a la vida
de brazos a la muerte, así, de brazos,
una Cruz nada más, sólo dos trazos
donde abrazar al mundo deicida.
Cruz nada más. Dolor. Madera herida.
Sombra de vida muerta a latigazos.
Alzada sombra de hombre, clavos, lazos.
Que hablan de sangre y redención cumplida.
Cumplida voz de un Dios, cumplida suerte
de un hombre que a la cara de la muerte
contigo jugó a todo contra nada.
Llórala. Mírala para que llores
con el sudario aún con los sudores
sobre el cráneo de Adán –¡Padre!– clavada.


XII El Santo Entierro y La Soledad


TAL en Jerusalén la universal
–la celestial, la inmortal, la pasional–
y en una magna procesión nocturna,
por la Avenida hacia la Catedral
–mágico, lívido, rígido,
entre oro y plata y cristal–
ahí va el Hijo del Hombre en una urna
que sus fieles lo llevan a enterrar.
Y tras de Él, una madre taciturna,
ya sin voz y sin llanto que llorar.

Yo una vez lloré de niño,
una saeta en mi pueblo.
Hoy la recuerdo en Sevilla.
Ingenua, estremecedora,
cantaba así el saetero:
“Vamos a hincarnos de rodilla
que está pasando el entierro
y dentro de ese sepulcro,
ahí va el Hijo de Dios muerto,
víctima de un pueblo inculto”.

El cielo de luto está,
la tierra parece abrirse
y un pueblo, serio, detrás,
velando a un muerto imposible.

Virgen de la Soledad
sin consolación ninguna.
Virgen de la Soledad
más solita que la una,
nazarenita enlutá,
por palio lleva la luna.

Luz de San Buenaventura,
la de San Lorenzo hermosa,
Flor de la Carretería,
Rosa de Villaviciosa
y en su Soledad, María.

Virgen del alto duelo, madre mía,
peregrina mujer desconsolada,
abierto corazón a tanta espada,
a tanta llaga de Hijo que moría.
¡Qué soledad de ayer, de todavía!
¡Cuánta lágrima tuya derramada!
¡Dolorosa de lágrima sagrada!
Romera de tan triste romería.
Muerte tuya la muerte del Calvario.
Sangre tuya la sangre redentora.
carne tuya la envuelta en el sudario.
¡Qué soledad la tuya madre ahora!
¡Qué rosario de penas tu rosario!
¡Viuda de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Señora!

(Dialoguillo triste entre la Virgen de
la Soledad y el pregonero de Sevilla)
A Joaquín González-Estrada
–¿Qué buscas bajo la noche,
con las tocas negras, madre?
–Voy a llorar mi pena
que no me siga nadie.
–Déjame llorar contigo,
madre...
–El dolor es sólo mío
como mía era su sangre.
Su sangre derramada
por el mundo, una tarde.
Que no,
que no me siga nadie.
–¿Cómo te llaman Señora?
Mi alma, madre, en esta hora
llora por acompañarte.
–Soledad es mi nombre
y la noche lo sabe.
Sólo la noche quiero
que me acompañe.
–Déjame seguirte al menos,
madre...
–Llorar, llorar quiero a solas,
de negro por estas cales,
por estas calles ¡Dios mío!
que sólo era mía su sangre.
–Te lo pido por Sevilla,
madre...

(Anoche a la Soledá
le vi una lágrima nueva
de sus pestañas colgá).

¿De quién la voz que recita
su canto en la madrugá?
¡Consuélale tú sus cuitas,
saeta de mi cantar!
“Madre Soledad, marchita,
no tengas pena ninguna,
que tu Hijo resucita
entre las doce y la una.
¡Alégrame esa carita!”.


XIII De la Resurrección del Señor


VAMOS a Santa Marina
–Sepulcro del Redentor–
a revivir los ayeres.
¿Quién la piedra removió?
¿Cuál de las santas mujeres
a Santa Marina entró?
No estaba el Rabbí. No estaba.
Estaba un ángel y habló:
–¿A quién buscáis entre muertos?
¡Él vive! ¡Resucitó!

Rodaba la luna fría
–duenda de la madrugada–
por la tierra atormentada,
desamorada y sombría.
La alegría se extinguía.
La esperanza vacilaba.
El hombre, débil, dudaba.
La santa mujer lloraba.
Y de pronto, en esa hora,
La gran noche se hizo Aurora.
–Aurora, Reina y Señora–.
¡Dios-Hijo resucitaba!

Miradle ya, cielo arriba,
como una llama en la luz,
con las huellas de la Cruz
en carne y en sangre viva.
Ya no es la tierra cautiva
de la sombra y del dolor.
Que el Maestro del Amor
por amor nos ha salvado.
No es sólo el Resucitado
sino el Resucitador.

Haz, Señor, que te imitemos;
que del pecado mortal
y de la muerte total,
contigo resucitemos.
Haz, Señor, que retiremos
cada cual la losa suya
y danos la mano tuya.
–¡Resucitó!– Sí, Tu mano.
Mi Dios, mi amigo, mi hermano.
¡Resucitaste! - ¡¡Aleluya!!

(Oración al Resucitado)
Para alzarme Señor del barro vengo
a pedirte tus manos salvadoras,
tus anchas, altas alas voladoras
que siempre, a medio vuelo, me detengo.
Dame, Jesús, tu luz, porque no tengo
ni un oro de la luz que tú atesoras,
sombras de noches cercan mis auroras
y no alumbra la llama que sostengo.
Mi voluntad me naufragó la frente.
Me cuelgan ya los brazos, yertamente,
y este barro me hunde las pisadas.
Ya ni se qué te pido, ciego y loco.
Dame, Señor, ¿No escuchas mis llamadas?
De un ala o de una luz, de un algo, un poco.


(DOMINGO DE RESURRECCIÓN EN SEVILLA.MI ESTACIÓN EN LA CATEDRAL)


El mundo está de alegría.
Dios-Hombre ha resucitado.
Ha ascendido, levitado
llama de amor y armonía.
Los Haendeles celestiales
cantando están al Mesías
¿Cuándo para nosotros
su Parusía?
La Giralda ha festejado
–volteado, repicado–
por Él su campanería.
¡Qué gozo, qué algarabía
en la tierra y en el cielo!
¿Dónde está el Jesús del vuelo?
Se quedó en la Eucaristía.

Ya es la hora vesperal
y un hombre pide clemencia
solo con su soledad
y la voz de su conciencia,
haciendo en la Catedral
su estación de penitencia.

Por tu amor, divino ensueño,
Transfigúrame, Señor,
junto de Ti en el pequeño
Tabor de mi corazón.

Tú, Señor de las Bienaventuranzas,
para vencernos la desesperanza
te hiciste testamento y despedida.
Primero te partíste y repartíste,
luego partiste pero regresaste
sabiendo que era justo y necesario.
Diste tu carne al pan y te nos diste
y eternamente nuestro te quedaste,
preso de amor, cautivo del Sagrario.
Domingo en la Catedral,
que es la fiesta universal
de la Santa Eucaristía.
Urbi et orbe la armonía.
“¡Levantaos,vamos, ya!”
¡Alegraos! ¡Alegría!

Catedral: Andalucía.
Sevilla: Santo Sagrario.
Mi corazón: Relicario
de un Dios-Hombre hecho poesía.


XIV Oración final

OÍD la oración sencilla
del poeta por Sevilla.
Voz de la tribu, vocero,
Torre de Dios, pregonero,
pararrayos, rompeolas
de eternidad
como dijera Darío.
Giraldillo sobre el río,
poeta en la Catedral.
¡Él resucitó! ¡Alegría!
Tomad mi oración final,
rezadla todos los días:

Padre de todos los mundos,
yo te demando y suplico.
Por los que fueron ayer
y por los que nunca han sido,
por los que serán mañana
y por los que hoy son. Te pido
que al igual que los abuelos
de los padres de los míos,
que mis hijos y los hijos
de los hijos de mis hijos
y los sucesivamente
por los siglos de los siglos,
en Ti busquen y en Ti encuentren
el camino.

(Nueva acción de gracias)
Que cada cosa ¡oh Dios! gracias te diga:
gracias sí por el hombre y su destino,
por cielo y mar, por árbol, por espino,
por tierra y fuego y lluvia y sol y espiga.
Gracias por la esperanza, por la amiga,
por madre y por amor para el camino,
por Hostia y Cruz, por pájaro y por trino,
por toda voluntad que se te obliga.
Por Sevilla y su fe, por la Purísima,
por ser la tierra de María Santísima,
por su ayer, su mañana y por su hoy.
Por el sueño de paz del universo,
por el hijo, Señor, y por el verso,
por el barro con alas que yo soy.

(La oración del “nunca es tarde”)
Que éste que hoy ves aquí ya de regreso,
náufrago de sí mismo a la deriva,
el de la mano un día vengativa,
el porque sí rebelde, el loco obseso;
éste que hoy ves aquí de carne y hueso,
en mentira y verdad, en alma viva,
el que escupió en tu rostro su saliva,
el que se fue de ti, el que hizo éso;
el que su vida te cerró con llaves,
el renegado, el que cumplió condena,
ese soy yo que he vuelto con las aves.
Te perdí en el gozar, te hallé en la pena,
tarde te hallé Señor pero tú sabes
que nunca es tarde si la dicha es buena.

(Baje en silencio el telón
de este renovado empeño
de revivir la Pasión
según Sevilla. ¡Qué ensueño!
Despertad de vuestro sueño.
Y acabe aquí mi pregón).

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