29 marzo 2007

2007 - Enrique Esquivias

Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2007. Pronunciado por D. Enrique Esquivias de la Cruz en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.


ENTRADA

Hoy más que nunca, me gustaría que mis palabras pudieran llegar a los que sólo conocerán este pregón a través de la lectura; a los que no han podido disfrutar escuchando Amargura, ni lo harán en esta vida, como aquella niña que lo primero que oyó fueron las campanas del Cielo el día que supe que estaría con vosotros; a los que no saben por qué nos gusta tanto el arranque de Estrella Sublime o el trío de Esperanza Macarena; a los que nunca oirán las bambalinas de Gracia y Esperanza, resonando contra las paredes blancas de Caballerizas, tan solo vestidas con la luz de la candelería de Su paso, en ese momento de la noche en que vemos marcharse a la Virgen camino de San Roque, a compás de los versos de Rodríguez Buzón y nosotros nos quedamos solos, pisando el suelo que un momento antes pisaron Sus costaleros, dudando entre rematar en Triana, en San Juan de la Palma o en San Julián el día que estuvimos esperando todo el año y se nos ha escapado de la memoria sin darnos cuenta. Quisiera hacer temblar las entrañas de los que viven en un mundo de silencios, cuando una campana seca, destemplada y acompasada de un muñidor anuncia cortejo mortuorio de otra época, y lo que ya se nos escapa es la semana entera que sirve de excusa para el resto del año; una Mujer con Su Hijo en brazos, muerto por amor, cruza las calles cansadas del bullicio, dieciocho dolientes y una ciudad por testigo. Quisiera hacer llegar mi voz a los que no saben cómo es el rugido de expectación de otra Campana, después de la larga espera, cuando seis ciriales doblan la esquina de la antigua Farmacia Central, confirmando que la Más Hermosa entre las mujeres ya está parada en El Duque, a punto de dar la Madre de todas las Chicotás. Me dirijo a los que ignoran el crujido del madero del Crucificado de La Magdalena, tan muerto que todo a su alrededor llama a la muerte, Calvario inmenso de negrura que cruza Sevilla entre Esperanzas de Resurrección; o el tintineo de las campanitas de la borrica de la ilusión; el de las águilas de plata de la Señorita Alfarera, que pintaba loza fina en un taller del final de la calle Castilla; el crepitar de los hachones del que fue de Burgos y lo quisieron en Sevilla; los cantos de las Hermanitas a la más Señorial y más Amarga; el ruido de los corbatines contra los varales de la Panadera que engendró el Pan de Amor; el de los rosarios chocando contra doce varales calados, tan huecos como el sueño que dibujó un paso en sepia y marfil de un Jueves Santo que sólo existe en una calle Feria de oficios y mantillas; el redoble inconfundible de la Centuria; los solos de Julio Vera; la voz señorial, sacada de las viejas dinastías de los muelles, de Rafael Ariza mandando a su Virgen del nombre redondo; la de Alberto Gallardo llamando a su gente canela y clavo, para romper la mañana delante de una Gitana de piel morena y mantilla fina de encaje, Angustiada porque quieren matar a Su Hijo. Le hablo a los que nunca notarán cómo se descompone una marcha cuando la banda nos deja atrás, invirtiendo el orden de los instrumentos, mientras se disuelve la espera y nos quedamos con la mirada clavada en un manto, una corona y unos candelabros de cola.

Y me dirijo también, cómo no, a los que todos los años vemos en las mismas calles, en las mismas esquinas, en las mismas sillas de rueda, a la misma hora y viendo la misma cofradía; a los que tienen que seguir disfrutando de la mano del padre o la madre, a pesar de que el calendario de la vida pudiera presumir otra cosa o a los que en la Ciudad de la Luz nunca la disfrutarán, como ese hombre, que yo conozco, repartiendo ilusiones todo el año entre El Duque y El Museo, que recobra la vista un lunes de primavera con la Fe y la Devoción, a través del brillo de la mirada más limpia y transparente de toda Sevilla, la de su Virgen de las Aguas.

Hoy alzo mi voz por aquellos a quienes la vida quiso poner más trabas de las que ya de por sí tiene para todos, pero el Cielo les mantuvo la gracia de ser cofrades en Sevilla.


LA LARGA ESPERA

Con la Venia de Su Eminencia Reverendísima, Excmo. Sr. Alcalde, Ilmas. Autoridades, Sr. Presidente y Miembros del Consejo General de Hermandades y Cofradías, cofrades y amigos que me acompañáis en el teatro o me seguís a través de la televisión o la radio, señoras y señores:

El 16 de Abril de 2.006 todo el Orbe Cristiano conmemoraba el acontecimiento más grande de la Historia, la Pascua de Resurrección. Nuestra ciudad había amanecido con una aparente calma.

Los templos, ya presididos por el Cirio Pascual, escondían celosamente el misterio que habían desparramado por las calles unos días antes y nada hacía pensar que éstos hubieran tenido algo especial. En definitiva, Sevilla volvía a su vida normal y nosotros dejábamos de identificar sus rincones con una ciudad irreal que sólo habíamos soñado la semana anterior. Pero sin solución de continuidad, volvimos a echarle un pulso a la realidad para construirnos otra ciudad, mucho más artificial, y durante seis días ponernos El Mundo por montera y farolillo. La Feria pasó y las tardes empezaron a crecer. Llegó el mes de las flores a María, y un buen día miles de sevillanos se echaron a los caminos en busca de una Pastora de sonrisa amplia y corazón puro, que vive en una marisma orgullosa de ser la Madre del Niño Dios que juguetea en sus brazos. Volvieron los peregrinos y casi sin tiempo de limpiarse el polvo del camino, se unieron al resto de sus paisanos para acompañar a Su Divina Majestad por las calles, mañanita fresca de romero, altares y Custodia de plata, tarde de ciudad soñolienta y desierta. Tiempo de apreturas de calor, de una ciudad que avanzaba sin remisión camino del estío. Y el General Verano plantó definitivamente sus huestes en Sevilla, que no tuvo más remedio que rendírsele, como cada año, para pedir, una única mañana, permiso de cautiverio y pasear a su Reina de Reyes entre varas de nardos.

Pero no hay pena que cien años dure ni verano que aguante la llegada del otoño y de una ciudad que recobraba poco a poco el pulso, entre advocaciones de La Madre: Dolores, Mercedes, Rosario... La luz blanquecina que había anestesiado todo en verano iba tomando tonos dorados y los plataneros repartidos por las calles las cubrían de caprichosas alfombras jugando al viento.

Llegaron las lluvias mientras nos preocupábamos de recordar a los que se fueron para siempre.

En los sitios más habituales volvimos a ver colgados, como cada año, talonarios con las Imágenes que tanto queremos, extrañas cuentas de un rosario de adviento. Celebramos la proclamación de nuestro Dogma y un buen día, ya metidos en los fríos, entre Sevilla y Triana, cinco Vírgenes Encintas bajaron a nuestras plantas para confortarnos en la Esperanza de la Buena Nueva. Y la Buena Nueva llegó al son de una pandereta. Nos comimos las doce uvas para celebrar el primer día de Quinario en San Lorenzo y cruzó la ciudad una estela de ilusión, la noche mágica de los caramelos en que todos quisimos volver a ser niños. Y otra vez, casi sin tiempo para más, la Ciudad volvió a hacerle un guiño a la vida real para celebrar la Epifanía del Señor y la Primera Función Principal de Instituto. A renglón seguido la que todavía, con sabor antiguo, viene precedida de una Novena en honor al Señor que sufre, porque la cruz de nuestros pecados lo está doblegando. ¿Quién me presta un templo para rezarte una oración? ¿Quién me presta un templo para describir con una gubia de palabras Tu belleza? ¿Quién me presta un templo para ser alivio de Tu Pasión? ¿Quién me presta un templo para el Hijo de Dios en La Tierra?

Las convocatorias de cultos se sucedían en las puertas de las iglesias, como hojas de un calendario que nos llevaba a un único destino, mientras los días empezaban a crecer al ritmo de nuestra ilusión. Hasta que por fin, el Invierno doblegó por completo reconociendo su final y dio paso a la antesala de lo eterno. Las tardes ya no eran oscuras, frías ni húmedas, sino decorados por los que pasear los sentidos y cada vez nos recordaban más a aquellas calles que habíamos vivido en un sueño de siete noches de primavera. Un día, de regreso a casa, ya tarde, nos encontramos con un ensayo y quisimos descubrir de qué paso se trataba, a través de los grandes lienzos que todavía cubrían el misterio. En la Puerta Carmona apareció la pancarta más entrañable y las tiendecillas de la Alcaicería se encontraron con las apreturas de todos los años.

Y alguna mañana hemos pasado sin darnos cuenta bajo un naranjo y hemos sabido, con toda certeza, que el tiempo de lo auténtico ha llegado. Como niños, hemos perdido las tardes visitando iglesias donde las formas de la ilusión van tomando cuerpo y hemos vuelto a descubrir los pasos, como si fuera la primera vez.

Pero todo eso ya ha pasado, sólo pertenece al mundo de lo real, el de los sentidos es otro que hoy empieza, porque hoy es Domingo de Pregón. Atrás ha quedado un año, con los mismos esfuerzos, alegrías y penas de siempre. Dejadlo pasar, despertad vuestros sentidos y disponeos a disfrutar del gozo de la Verdad. Sacudíos el tedio de todo el año, abrid los corazones y llenaos de ciudad. Hoy es Domingo de pregón.

Y para anunciarlo esta ocasión, alguien cuyo bagaje, una vez más, ha tenido que suplir el Delegado de Fiestas con la amabilidad y la corrección que han sido norma de la casa durante estos años para todos nosotros y hoy, en el final del trayecto, le agradecemos. Ante vosotros este año, alguien que tiene sus raíces divididas entre un barrio de la Sevilla histórica, presidido por un mártir que le dio nombre al Sol y la más hermosa de las vegas de España, a cuya Dueña se encomienda en esta hora para que le colme de Su Gracia. Creedme bien si os digo que hoy me atrevo a ponerme delante de vosotros porque estoy plenamente convencido de que no soy más que una figura secundaria. No preocuparos tanto del Pregonero, el verdadero protagonismo del pregón está en el patio de butacas, delante de las televisiones, en cada transistor; este año yo el capataz, sí, pero vosotros siempre los costaleros. Vosotros, que contáis los años por Domingos de Ramos; vosotros, que de niños poníais un palote a cada día del calendario del colegio, para saber cuánto faltaba; vosotros, a quienes os sorprendieron al mismo tiempo vuestra madre y la adolescencia, con una mesilla de noche con cuatro velas encendidas en la cabeza, una marcha en el tocadiscos y el pasillo de casa convertido en La Campana, a la hora del estudio de cualquier tarde de febrero; vosotros, que en plena juventud os ibais a las tiendas de turistas de los alrededores de la Catedral, para buscar las postales del escudo de oro que os faltaban de la colección; que sabéis que el Foso se llama Palos de la Frontera y el tramo de los antiguos Juzgados Almirante Apodaca, porque lo aprendisteis en aquel programa Orientación, que traía cada año en la portada unos faroles de cruz de guía distintos y se os iba arrugando en el bolsillo de la chaqueta durante la semana, al mismo ritmo que se arrugaba la ilusión de la espera; que os da un pálpito de extraña emoción cada vez que tenéis que abrir un altillo para cambiar la ropa de temporada y veis la bolsa donde tenéis lo que para cualquier otro no es más que una simple túnica; que guardáis las papeletas de sitio como cuentas del rosario de la vida, que reserváis la última mirada de la noche a la medalla que cuelga del cabecero de la cama. A vosotros, que soñáis ya con lo que tenía que llegar, os pido que peguéis el cuello contra el palo de La Verdad, metáis los riñones de la Ilusión y os vengáis conmigo a pasearnos por la Ciudad que nos está esperando. Gracias querido Tte. Alcalde, pero mía no es la palabra sino de ellos, siempre de ellos. ¡Sevillanos!, si estáis puestos, no os lo dejéis robar nunca, a esta es vuestro pregón.


TESTIMONIO DE FE

Y aquí estamos, un año más, después de la larga espera, dispuestos a plantarnos en la calle y hacer girar una ciudad entera a nuestra medida durante una semana. ¿Pero, por qué lo hacemos? Por seguir una tradición de siglos, una simple costumbre, ¿somos folklore?, ¿cultura?, ¿un fenómeno antropológico? ¿Realmente pintamos algo en la sociedad actual? Quizás la pregunta tenga que ir un poco más allá e interrogarnos si pintamos algo en la Iglesia actual. ¿Para qué y por qué salimos a la calle? ¿Quién viene caminando junto al Sumo Sacerdote? ¿Cómo se atreve a discutirle al poder establecido de lo políticamente correcto? Ni siquiera lo mira, pese a estar maniatado mantiene un extraño y distante gesto de desdén, ante quien todos los demás inclinan la cerviz en señal de sumiso respeto. ¿Cómo es capaz de convocar a esa multitud? ¿Qué tiene para que cientos de hombres y mujeres lo acompañen durante tantas horas. ¿Es un loco?, ¿un revolucionario? ¿O es simplemente el Hijo de Dios?, el único capaz de asegurar la Vida Eterna. Dichoso tú, Pedro, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino Mi padre del Cielo (Mt. 16, 17-18) Dichosos vosotros, gente sencilla del Tardón y del Barrio León, porque eso que decís no os lo han dicho ni los que mandan, ni los poderosos, ni los alquimistas de las promesas, sino la Fe de un pueblo. Dichosos hombres y mujeres de Sevilla que cada año salís al encuentro de Dios y Su Madre, sin más protagonismo que el de vuestra presencia y vuestro acompañamiento, ajenos quizás, a los entresijos de la Cofradía que contempláis e incluso con menos asistencia de la deseable a las iglesias durante el resto del año, pero fieles cumplidores de una cita que os la marcaron la Fe, la Devoción, el Tiempo y la Historia. Y vosotros, cofrades más comprometidos, cada vez que os impidan cruzar una acera con comodidad, cada vez que os obliguen a tomar el camino más largo por esas calles que sólo utilizáis estos días, cuando estéis un rato parados en la cola de Cerrajería para cruzar Sierpes, cuando una madre con un carrito ocupe todo el ancho de Alvarez Quintero o cuando una pandilla de jóvenes esté armando más ruido de la cuenta en la Encarnación, cada vez, en fin, que penséis que estaríais mejor con menos gente, no olvidéis que esa bendita Bulla es el mejor manto de fortaleza, el que nos ampara, nos cobija, nos justifica y nos protege. Salimos a la calle para dar un testimonio de Fe y el testimonio necesita testigos. A las Hermandades no solo las mantienen las Juntas de Gobierno, los cofrades ejemplares, los curas, el Consejo o el Pregonero, sino esos miles de sevillanos anónimos, que se echarán a la calle buscando algo más que la estética o la cultura, algo que quizás ellos mismos no sepan explicar como tampoco lo sabían los cinco mil que lo siguieron hasta Betsaida y a los que tuvo que dar de comer (Lucas 9, 10-17). Ellos también buscan un alimento, el de su propia salvación. Por eso, nuestra responsabilidad radica, precisamente, en que este sueño maravilloso que estamos a punto de vivir un año más, no se quede en una simple manifestación externa, sino que seamos capaces de conectar a toda una ciudad con el Misterio de la Fe.

Corren tiempos difíciles para los creyentes. Hemos alcanzado la prosperidad, el llamado Mundo Occidental camina con paso firme hacia un bienestar que parece no tener límites, La Sociedad cree que así alcanzará la Felicidad y se ha permitido el lujo de olvidarse de Dios. Ya no lo necesita, lo desprecia, pero a quien está despreciando realmente es a sí misma mientras toma rumbo a ninguna parte. Qué majestuosidad la tuya Señor, cuando guardas silencio ante ese reyezuelo de pacotilla que se ríe de ti sin saber, pobre ingenuo, que se está riendo de su propia fealdad. Qué joyas de opereta, cómo se regodea en su propio vacío, rodeado de su camarilla de esbirros. Qué mamarracho de rey, aferrado al lujo pasajero y convertido en marioneta de sus propias limitaciones. Cayetano González no pudo haberlo hecho mejor, Señor, ni rodearte de forma más certera: Avanzas majestuoso en Tu poderoso canasto, inspirado en la peana más inspirada y más mía, avanzas con el señorío del que se sabe la única Verdad, el único camino a la Vida Eterna, mientras que ese monarca de la nada que se atrevió a despreciarte pensando que no te necesitaba, se jacta en su propia ignorancia.

Pero no siempre resulta fácil permanecer firmes en nuestros principios, como lo hiciste Tú, Señor. No siempre aguantamos impasibles ante el poder, aun cuando ello nos suponga que nos despojen de todo, como hacen contigo en Molviedro o recibir algún que otro manotazo, como el que te propina ese miserable sayón cuando regresas a San Lorenzo o como los que recibe Tu Vicario en La Tierra por hablar de Paz, de Perdón, de Amor, por viajar a predicar tu palabra allí donde no se atreven los que sólo saben hablar agazapados. Sin embargo salimos a la calle para anunciar el Evangelio, porque por encima de todo somos Iglesia, la que él dirige y así nos tienen que aceptar, como fenómenos religiosos, más allá de un valor cultural que nadie niega, pero que nunca puede ni debe ser fundamento de nada, ni menos aun justificación de una realidad que se mantiene viva desde hace siglos.


VENCEDOR DE LA MUERTE

Esa dimensión es, precisamente, la que nos hace fuertes y la que nos permite encontrar respuesta a todo, incluso a aquello que ni el Progreso, ni los mayores adelantos de la Ciencia, encontrarán nunca solución ni menos aun explicación, aquello que sólo Tú eres capaz de vencer, La Muerte.

La vences a primera hora de la tarde junto a las murallas del viejo arrabal de San Julián o cuando cae la noche y te recortas entre los tejados de Santa Cruz, implorando por todos nosotros ante un final aceptado que ya está marcado en Tu perfil, la mirada al cielo buscando un último aliento que no llega. La vences cuando en Tu serena belleza yaces en la hora del sepelio, mientras se forma una comitiva de dolor y ausencia junto a Tu Madre de Villaviciosa, evocando composiciones decimonónicas, o regresando a San Martín, mientras el militar clava una Lanzada de muerte sobre Tu propia Muerte.

La vences cada Martes Santo, con el testimonio de cientos de estudiantes de la Vida. Un hombre ha muerto en la sencillez más absoluta, no hay oros, ni tallas repujadas, ni bordados a su alrededor, tan sólo cuatro hachones, enmarcando su figura tan muerta en medio de la luz. Pero vedlo bien, no tiene el rictus de la parca, no ha podido con Su belleza ni con Su serenidad. En el rostro se adivina que ha muerto sabiéndose por una causa justa. Se diría dormido, mientras pasa bajo el Postigo en la hora de la media tarde; la piel tersa, los rasgos suaves, es la belleza de la Muerte. Cruza la Plaza Nueva en medio del bullicio, público de tarde, la plena luz del día sobre la fachada del Ayuntamiento, todo invita a la alegría y la vida mientras Dios cruza serenamente muerto, ajeno a su propio entorno, silente en medio del gentío, hermosamente muerto, ¡qué pronto te llevaste a Juan, Señor de la Buena Muerte!

Y la vences en el Patrocinio

No te mueras Cachorro, que quiero soñar contigo las tardes que caen por el poniente del Aljarafe.

No te mueras Cachorro, que Tú eres el mástil al que se abraza nuestra Fe, en este Mundo sin creencias.

No te mueras Cachorro, que Tú eres el faro que nos sirve de guía, en este Mundo perdido y sin rumbo.

Sigue respirando Cachorro, que tu aliento es la brisa que llega de Bonanza con la marea, para refrescar nuestra desesperanza.

No te mueras Cachorro, que tu Sudario se mueve con los suspiros de los que te imploran.
No te mueras Cachorro, porque si Tú te mueres, todos moriremos contigo.No te mueras Cachorro, que Tú eres el principio y el fin, el todo y la nada, la pregunta y la respuesta, la razón y el misterio.

No te mueras nunca Cachorro, porque te necesita el Mundo, te reza Sevilla y te quiere Triana.


LA PAZ

Dicen que los años de universidad, para los que hemos tenido la suerte de acceder a ella, son los mejores de la vida. Desde luego no son los años en los que nos suceden las cosas más importantes, pero sí es cierto que se viven de una manera especial. Quizás la falta de preocupaciones, de responsabilidades o sentirse con toda la vida por delante, hacen que guardemos de aquellos años un recuerdo imborrable. ¡Yo he sido Legionario del Porvenir! Esta frase, que os pueda parecer extraña y casi estrambótica a muchos de vosotros, es la forma cariñosa que tenía un capataz de llamar a sus costaleros, de aquella cuadrilla de la que formé parte mis años universitarios y no olvidaré nunca. La habíamos empezado a formar al socaire de las primeras cuadrillas de hermanos. Éramos los costaleros del Señor de la Victoria y de Su Madre, La Virgen Blanca. El primer año no pudimos salir, toda nuestra ilusión, todos los lunes de un año entero ensayando, se quedaron encerrados en una chicotá interminable, entre las paredes de la parroquia de San Sebastián, mientras el Cielo se ensañaba groseramente con aquel Domingo de Ramos. Pero sí lo hicimos los años siguientes. Teníamos el privilegio de ser los primeros en levantar un paso en Sevilla y con nuestro Señor de la Victoria y Sus nazarenos blancos entrábamos en el parque para provocar una hermosa nevada de primavera. Llegábamos al Centro por el Arenal, a través del postigo que vigila, desde su Garita de Gloria, la más Pura de las Centinelas. Tras cruzar y dejar atrás la Carrera Oficial, salíamos de la Catedral y a la hora en que la mayoría de Hermandades iniciaban su estación, nosotros ya íbamos de vuelta. La caída de la noche solía coincidir con el regreso por el parque, pero era muy distinto a la ida, ya no había globos, ni garrapiñadas, ni carritos de niño. La luz y el colorido de la mañana habían dado paso a una uniformidad oscura en la que se confundían, desde el verde de la arboleda hasta el blanco de las túnicas, uniformidad tan sólo rota por la candelería del paso y el azul crepuscular de la rendición del día, donde aun se recortaban las torres de la Plaza de España. Al llegar al final, mientras la cofradía se recreaba, antes de entrar definitivamente en su barrio, siempre me venía a la memoria el pasaje del Evangelio del Monte Tabor: Señor de La Victoria, que a gusto estamos aquí, haremos una cabaña para Ti y otra para nosotros y nos quedaremos para siempre en las calles de una ciudad que hicieron para que cada año vuelva a nacer contigo otro Domingo de Ramos.

Aquel capataz que nos mandaba era un hombre de talla pequeña, mirada penetrante y un corazón que se le salía del pecho. Se llamaba Manuel Santiago y hace algunos años ya que forma parte de la Cuadrilla de Capataces en la Gloria. Manolo formó varias cuadrillas de hermanos en Sevilla, abría la Semana Santa con La Paz y cerraba la Pascua con el Señor Resucitado, pero tenía las ideas muy claras, no en vano, era un capataz de la vieja escuela y había tenido un gran maestro, porque hubo un tiempo en que los hermanos elegían a su Junta de Gobierno, la Junta al capataz y el capataz a sus costaleros y cada cuál sabía perfectamente dónde empezaba y dónde terminaba su tarea; y aquello no era autoritarismo sino orden y sentido común. Pero ese equilibrio se invirtió en algunos casos y de aquellos polvos vinieron algunos lodos molestos. Qué hermoso gesto de amor y cariño el de quienes se visten con una túnica sólo por devoción, sin preguntar el nombre de su diputado de tramo. Qué hermoso gesto de cariño, que sé que es el de la mayoría, el de aquellos que hacen un esfuerzo bajo el anonimato de un faldón sólo por devoción, sin más exigencia que la de su propio sacrificio, sin más recompensa que la de continuar una tradición y sin más protagonismo que el de unas Sagradas Imágenes.


TRADICIÓN Y RENOVACIÓN

A menudo las Hermandades son tachadas de inmovilistas, como también se acusa a toda la Iglesia, por no seguir las pautas de quienes desde la aparente tolerancia, pretenden imponer la uniformidad de unas ideas que niegan la preexistencia de cualquier valor. Sin embargo, un mero acercamiento al mundo de las cofradías, ni siquiera con un estudio profundo, sólo conduce a la inequívoca conclusión de que somos un fenómeno absolutamente cambiante en todo aquello que no afecta a los fundamentos de nuestra Fe y a la Tradición formada sobre ésta, y en ello radica, precisamente, que después de tantos siglos, sigamos siendo actuales.

Esa adaptación a los tiempos es la que nos obliga siempre a estar atentos a las nuevas situaciones. Hay que abordarlas sin precipitación, pero sin inmovilismo. No podemos cerrarnos a las nuevas exigencias. Esta ciudad cambia y sus cambios exigen reacciones por nuestra parte.

Hay grandes zonas de Sevilla donde se hace necesaria nuestra presencia. Allí donde nuestra diócesis hace el esfuerzo de construir nuevos templos y parroquias, allí donde más dificultades encuentran los que quieren vivir su Fe comprometida, por qué negarles la posibilidad de expresarla como siempre hemos hecho, a través de la Religiosidad Popular, siempre que ello responda a una verdadera necesidad de culto y a una devoción auténtica. No podemos revelarnos contra las leyes de la física, las distancias son las que son, la semana tiene siete días, cronológica y litúrgicamente, y cada día tiene 24 horas, la multiplicación de los panes y los peces la hizo El Señor, nosotros no somos capaces, pero por Dios, no le demos la espalda a esa nueva Sevilla que crece en una sociedad ajena a lo trascendente.

Es cierto, nos lo preguntamos a menudo, hasta dónde vamos a llegar, habrá que poner algún coto, pero ¿Podemos vallar el campo de la devoción y de la oración? ¿Qué pensarían los sevillanos del Siglo XVIII, de unos niños que formaron una cruz de mayo en un barrio de extramuros y después quisieron convertirla en cofradía para refugiarse con Ella del Mundo? ¿Qué pensaron, hace ya más de un siglo, los que vieron a una hermosa Paloma dolorida y olvidada, que hoy celebra Su Santo, levantar el vuelo en Triana y marcharse donde no había nada para encarnarse en barrio nuevo y llorar con él por tantos concebidos, a los que ni siquiera le dan la oportunidad de nacer? ¿A qué pueblo te presentan Señor? ¿La Calzada es real, o sólo pertenece a nuestra ciudad soñada? Nervión no es histórico, pero estuvo sediento de oración y fue saciado. Y cuando suenan tambores en Viapol, ¿estamos reproduciendo una estampa barroca de la Contrarreforma o recibiendo a un barrio del Siglo XX, que ya no está ni desamparado ni abandonado?

Y qué pensaron de Ti, Señor, hace cincuenta años, cuando cruzaste por primera vez el Tiro de Línea, no el de ahora, ese maravilloso barrio, perfectamente comunicado y en pleno centro del nuevo entramado urbano de Sevilla, sino aquél más humilde que recordáis en blanco y negro, aislado por las vías del tren y con un único cordón umbilical que le unía al Mundo y se llamaba Avenida de los Teatinos. Qué plan urbanístico me la robó que ya no la encuentro cuando vuelvo al barrio, ni siquiera reconozco su antiguo trazado. ¿Tan alto precio hay que pagar por el progreso? Si esa calle la hicieron para que Tú la cruzaras cada Lunes Santo, cautivaras a la ciudad y le recordaras que aunque tus discípulos te abandonaron, Tu barrio no lo hará nunca.

Has cumplido cincuenta años y te has convertido en Semana Santa de Sevilla en estado puro. Pero Tú has existido siempre Cautivo, lo has hecho en la esencia de una ciudad que te ha querido siempre, anudado con un mismo cíngulo a la mayor devoción de Sevilla y su más hermosa prolongación del Siglo XX.

Seiscientos años de Religiosidad Popular, muchas veces ninguneada, cuando no abiertamente atacada. Nos quedamos en las formas externas, caemos en el fetichismo, no sabemos anunciar el Evangelio, la imagen que damos con frecuencia es superficial. ¿Y quién tira la primera piedra? Es cierto, no somos más que un grupo de creyentes, con toda nuestra carga de humanidad y lo que eso representa. Pero aquí llevamos más de seis siglos al servicio de nuestra Iglesia. Esta es la Asamblea de Laicos de los cofrades de Sevilla, que ni son perfectos ni son los mejores, pero siempre están al servicio de su Pastor, de los que estuvieron antes y del que hoy cumple veinticinco años a nuestro lado.

Seis siglos, ya, formando parte de la historia de Sevilla … y cuántos llevas Tú Nazareno revelándote contra La propia Historia. Cuántas madrugadas desafiando al tiempo con la Mirada a ninguna parte. Cuántos años, Nazareno, enfrentándote a la Noche para que la Noche muera contigo. Cuatro Siglos enseñándonos el camino, Nazareno. Cuatro siglos abrazando nuestros pecados y nosotros sin escucharte. Sigue navegando, Galeón que vas marcando el rumbo de la Devoción de una ciudad, Te seguiremos como lo hicieron nuestros mayores, llévanos a la Luz de un nuevo día, no permitas que esta ciudad naufrague en la desesperanza y en la falta de valores, guíanos siempre a un nuevo amanecer, Primitivo Nazareno de Sevilla.


LA CIUDAD Y LAS COFRADÍAS

Nuestra ciudad trasoñada, no en el sentido exclusivo de la expresión, sino la que queremos compartir con todo el que se acerque sin dobleces, está hecha para sus Hermandades y éstas no podrían existir sin ella. No es la ciudad oficial, ni la histórica, ni la de los callejeros, ni siquiera la de las recomendaciones turísticas, sino esa otra que sólo existe una efímera semana y se mantiene viva gracias a nuestros recuerdos, más allá de la realidad pero mucho más cerca de los sentimientos.

No es cofradía de multitudes y menos aun cuando, hace ya algunos años, acababa de trasladarse a la calle Feria. Con sus discretas filas de nazarenos y muy poco público de testigo, avanzaba, silenciosamente elegante, la hermosa canastilla del maestro Guzmán Bejarano. En la Europa, una anciana cantó una saeta sentada en una silla de enea, a la puerta de una vieja casa que albergaba un asilo. Estábamos casi en familia y al terminar, aquella mujer le prometió al Cristo que si el año siguiente seguía allí le cantaría de nuevo. No puedo deciros si cumplió su palabra porque fui yo quien faltó a la cita. Hasta que al cabo de los años, el destino, la casualidad o quién sabe Dios, me llevaron de nuevo al mismo sitio y a la misma hora. El público ya no era tan escaso, La Hermandad se había afianzado poco a poco en su nueva sede y tenía un acompañamiento más numeroso, pero la vieja casa y el asilo ya no existían. Tampoco estaba la anciana, supongo que moriría en alguna cama de hospital medio sola, triste destino de tantos, cuando desaparecen los lazos familiares. Por eso yo prefiero consolarme con la ilusión de que aquella mujer no murió abandonada en una cama extraña, un día cualquiera y que un Martes Santo, al pasar por su lado el Cristo que va recogiendo las almas de los abandonados y de los que ya no le sirven a esta sociedad, también se llevó la suya y a su lado permanece para siempre cantándole saetas de gloria.

Esta es la Sevilla mágica del gozo, que se transforma siendo la misma y apenas es reconocible en el llamado mundo real. Pasaréis muchas veces por Dña. María Coronel durante el año, pero ninguna de ellas os recordará la calle donde se mezclan el azul del raso y el terciopelo, la plata del hilo y el metal, los naranjos, la noche y un rostro de Mocita Hermosa de San Julián, y será totalmente distinta de la que unas horas antes, cuando la tarde despuntaba, cruzó la Señora de Los Terceros con Su belleza fina y elegante; todo es medido, los bordados de Juan Manuel, los elegantísimos respiraderos, el relicario central, los faroles de cola, los corbatines y el Rostro sencillo y purísimo de la Virgen del Subterráneo, que bajando por Gerona, nos transporta a una Semana Santa que perdura en las viejas fotos en sepia del pasado.

Sevilla de nuestra Memoria que nos deja acompañar al riquísimo y elegantísimo canasto sobre el que cae tres veces el Condenado Inocente, mientras regresa la noche más triste por una calle Francos de silencios y ternos negros, diferente de la que unos días antes vio pasar al Señor que llora lágrimas de barro, en medio de tanta tamborería.

Sevilla que nos transporta a una calle convertida en Cuna de Amor para el Hijo de Dios. Viene avanzando con su pasito quedo con el mayor de los recogimientos. Desde la distancia llama la atención la elegancia del conjunto, obra de Mesa sobre canasto de Gijón. El perfil aguileño de quien ha dado su propia sangre se recorta en la noche, alumbrado por los seis poderosos candelabros, la tez cetrina, los rasgos de la Muerte en el Rostro, cruza la calle Orfila y provoca el primer gran silencio de la Semana. Por Amor te entregaste, todo Tú eres Amor, Cristo del Amor, danos la fuerza para amarte.

Y sólo un día después, otra calle Cuna, mucho más oculta y más íntima, sirve para que un hombre humilde sea trasladado con discreción al sepulcro. En Su cortejo no forman autoridades ni representaciones porque murió como un delincuente, por enfrentarse a los que se creen más justos que nadie. Ni siquiera están todos los suyos, lo abandonaron cuando cayó en desgracia.

Un pequeño grupo acompaña a Su Madre en esta hora, formando una escasa comitiva que cruza la tarde del Lunes fugazmente, dejando un reguero de rosas de sangre por el que más tarde tomaremos su Verdadera Cruz y le seguiremos. Lo haremos con humildad, en un suspiro, sin alterar el silencio de la noche, tras la figura profunda que nos transporta a un pasado remoto y se hace presente y real todo el año en la calle Jesús; y a continuación sus paredes sostendrán al Señor de las Penas, levantándolo una y otra vez para que siga caminando, mientras se gira suplicante ante el tormento, buscando en la Gloria la compañía de un hombre que le entregó toda su vida en forma de anales.

Sevilla de olvidos que escucha con indiferencia las Siete Palabras de un Moribundo sobre un canasto de ensueño, arropado por los naranjos de San Vicente.

Sevilla de ausencias cuando la Virgen Niña de Monserrat regresa asustada por una calle Castelar que se quedó Sola con San Buenaventura.

Sevilla esquiva, que nos muestra su belleza más íntima, ajena a los tópicos de lo cotidiano, cuando en la última hora acompañamos a La Madre con Su Hijo por la Plaza de Santa Isabel, uno más de los rincones de esta ciudad que parece esconderse, como una niña vergonzosa, de las miradas de los que no ven más allá de lo superficial.

Sevilla orgullosa, Sevilla oculta, ajena al Mundo que la rodea. Sevilla que perdura y lo hará siempre y a pesar de todo, porque no existe en el Espacio ni en el Tiempo, sino en todos y cada uno de nosotros, en nuestros recuerdos, en nuestras vivencias, en nuestros corazones. Sevilla que muere y vuelve a nacer cada año, como un sueño de una Noche de Primavera. Sevilla Eterna, Sevilla, siempre Sevilla, ciudad que cautivas, ciudad cautivada, ciudad que maltratas, ciudad maltratada, así te querremos siempre, Sevilla soñada.


TRES PALIOS DE CAJÓN

El Jueves Santo languidece poco a poco, mientras llega la hora de una nueva Madrugada. Son momentos de confusión entre lo que termina y lo que está por llegar. La Carrera Oficial ha entrado en una tensa calma de vigilia. En ese último suspiro del día, por Castelar avanza un balanceo de muerte entre retales de bronce, madera y sudarios que ventean; en Alemanes, El Hijo del Hombre más perfecto se dobla bajo el tormento sobre un altar de oro y plata; cuatro faroles de caoba se funden con la Muerte en Pilatos; la Cruz de la Salvación es alzada entre caballerías en San Pedro … y tres Palios de Cajón ...

Uno regresa por Tetuán, antiguo, breve, para no ocultar la belleza de la Virgen de los ojos verdes que viene rota de dolor y sin consuelo. La cera se ha gastado de tanto alumbrar y Sus lágrimas se han secado de tanto llorar. Se siente Sola, siguiendo a su Hijo que tiende una mano por la calle de la Amargura: ¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi madre y acompañadla en este Valle de Lágrimas (Lc. 23, 28).

Otro palio aguarda la espera, la cera está intacta y el llanto de la Virgen Presentada también. Apenas se le advierte un gesto de temor ante lo inminente. No ha llegado todavía la hora de la noche más profunda. ¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi madre y acompañadla en este Calvario de Muerte (Lc. 23, 28).

Y el tercer palio, el mío, también aguarda la espera. Mi Virgen es pequeña, delicada, de rostro suave. El Discípulo le habla pero Ella no le escucha, está demasiado pendiente del momento que tendrá que salir detrás de Su Hijo. Pasará toda la noche siguiendo los pasos del fruto de su Vientre, desapercibida una Madrugada más, como lo está todo el año, cumpliendo con Su Evangélico papel secundario. Pero siempre estará, en la Madrugada, acogiendo con Su Manto las almas de los que Lo vieron pasar caminando y no pudieron seguirle; durante el año en su Camarín, al que siempre podremos acudir, desviando la mirada, cuando no nos atrevamos a mirarlo de frente, porque le hayamos ofendido otra vez. Es mi Virgen del Mayor Dolor, la más discreta, la que siempre ha estado con los Suyos desde el lejano día que se fundó la Hermandad del Traspaso en torno a Ella, la que siempre nos acompañó en la Estación de Penitencia.

¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi Madre y no la dejéis sola (Lc. 23, 28).
Un día pasa, una Madrugada llega y tres palios de cajón. Mujeres de Sevilla, no las dejéis solas.


TRIANA

Sabemos y creemos por el Dogma de La Asunción, que María subió al Cielo en Cuerpo y Alma. Pero lo que quizás no todos sepáis es que no se quedó allí. Que nadie se asuste, yo sé bien lo que pasó y os lo voy a contar.

Llegando a las alturas, a la Virgen la empujó un viento de Levante que la hizo cruzar el Mar Interior de los Romanos y la llevó al Sur de la Península más occidental del Imperio. Y allí, donde Trajano, antes de ser Emperador desde su Itálica natal, se había reservado una parcela poniéndole su nombre, se quedó María.

No era más que una vega llena de naranjos y de gente humilde y variopinta, donde las noches de verano se organizaban "velás" al olor de los jazmines y las damas de noche, sin más techo que un cielo azul que recortaba los tejados de la ciudad, que desde la otra orilla le daba cobijo.

Pero La Virgen se sintió cómoda en aquel rincón de buena gente, le pidió permiso al Padre para quedarse con ellos y viendo que no tenían nada entre el cielo y la tierra, una noche sin luna escogió la Estrella más brillante y más hermosa y en ella reflejó Su llanto, el mismo llanto de las mujeres que veían partir a sus hijos por el río para no regresar.

Llanto Puro de Mujer Pura que llora, Tu Rostro nació cuando quisieron pintar el dolor de madre a un lucero atrapado en un azulejo de la calle Alfarería, No sé si eres La Belleza que llora o El Llanto hecho belleza, pero sí sé que fuiste el primer regalo de este pregonero y desde aquel momento, Estrella, su mejor guía.

Pero La Vida no resultaba cómoda para aquella gente que a duras penas resistía calamidades, invasiones, epidemias y la ausencia de los que se marchaban al Nuevo Mundo y no volvían nunca. Por eso la Virgen quiso darles algo más para que no desesperaran, arribó una goleta que había subido de la barra de Sanlúcar y se hizo Casa Redonda de Expectación, donde tuvieron cabida todos los marginados de aquella tierra. Y con ellos cruzó por primera vez a la otra orilla y regresó junto a Su ribera, donde dicen que se asoma cada noche a contemplar Su belleza reflejada en el río y de donde Le gusta salir poco, muy poco, tan poco que querrá que Sus hijos La coronen de Amor en Su Castillo de Proa con forma de Altozano.

El Barrio prosperó a la sombra del Monopolio de las Indias y mientras la ciudad se convertía en la gran urbe del Barroco, en la orilla derecha nacían fábricas de loza y en una de ellas, levantada en un extremo, La Virgen también se hizo Alfarera, renacida de las llamas del amor de Sus hijos.
Crecieron, se formaron barriadas modernas y también quiso hacerse presente entre los recién llegados. Una primavera se miró en la flor de un naranjo de las calles más nuevas y Su Reflejo se convirtió en blanco perfume de Salud para todos ellos.

Y siguieron creciendo a lo largo de la orilla del río. ¿O no? ¿Qué es Los Remedios? ¿Pertenece a nuestra ciudad soñada o es un conjunto de calles impersonales? ¿Qué semejanza tienen la tradicional Fábrica de Tabacos y la actual, sin concesiones a la belleza y con los días contados? ¿Tienes que marcharte otra vez o después de tanto tiempo has conseguido ya morada definitiva? Qué pecado cometiste si no es el de ser la Cigarrera más guapa de la Historia. Si llevas la discreción hasta en el llanto. Con Tu gesto de dolor medido, no quieres distraer nuestra atención de Tu Hijo. Sin embargo, yo os digo que esa Mujer que ha salido de una fábrica a primera hora de la tarde, cruzando calles anodinas, es la Belleza más exquisita, la Victoria absoluta del Amor de una Madre y el Jueves Santo bajo palio.

Y La Virgen, al fin, quiso hacerse barrio entero, modeló una cara de cerámica, la policromó con la brisa de bronce de la gente del Mar, le puso dos ojos de azabache y renació La Esperanza para todos ellos. La mimaron, la quisieron y la cuidaron porque era su joya más valiosa y hasta Pura fue la calle donde la guardaron. Construyeron una hermosa parroquia para Ella y allí se refugiaron durante siglos, acrecentando Su Amor, hasta que se atrevieron a llevarla a la ciudad, le hicieron un hermoso Barco de Plata y una noche al año navegaba con rumbo a Sevilla, entre una multitud que no la dejaba en ningún momento, para asegurarse que volvería de nuevo a Su casa.

Y cada año, ya de amanecida, regresaban con su Virgen después de pasearla y enseñarla por todos los rincones, dedicaban la última oración a los que más la necesitaban por carecer de libertad y antes de cruzar de nuevo el puente, el mismo Sol se unía en un suspiro de despedida mientras se alejaban de Sevilla.

Gracias por ser una Hermandad que sólo se mira en el espejo del Amor a Su Madre, gracias por quererla como lo hacéis, por ser fieles a vosotros mismos y por lo que habéis hecho tantos años, porque al final, gracias a vuestro cariño, pasó lo que tenía que pasar, que la Virgen hizo lo que cualquiera de vosotros hubiera hecho en Su lugar, decidió quedarse para siempre en aquella bendita tierra, miró al Cielo, levantó la voz y dijo: ¡Madre, vente conmigo! Y por los siglos de los siglos se quedaron La Esperanza y Su Madre reinando en aquella parcela que un lejano día había escogido Trajano entre todos los confines de su Imperio.

Te querrán los cielos y la tierra, y todas las criaturas te querrán.

Te querrán generaciones venideras y en los confines del Mundo te alabarán

Te querrán de por vida y sin reservas y tu nombre bendecirán.

Pero como te quieren en Triana, desengáñate Virgen María, así no te querrán.


SAN BERNARDO

Los tres días laborables de nuestra Semana, con su carga de normalidad, tienen algo especial que los diferencia de los festivos. Lo cotidiano nos devuelve por unas horas a la más cruda realidad, únicamente alterada por las visitas a los templos, que cada mañana guardan la ilusión de la espera. Pero poco a poco van pasando las horas y el ajetreo va cediendo.

Las calles han alcanzado ya la fugaz calma de la primera hora de la tarde, los numerosos bares de la zona desprenden el inconfundible olor a café recién hecho, pasa un grupo de turistas desorientados, buscando su hotel. Dejamos atrás la Alfalfa y subimos por Cabeza del Rey D. Pedro y Muñoz y Pabón. Están parados delante de San Nicolás. En la puerta, cumpliendo el rito de la cortesía, ha salido a saludarlos, con Ramón Ibarra siempre al frente, un estandarte azul sobre el que aun no se han apagado los reflejos de la Candela de Amor y belleza que iluminó los jardines la noche anterior. Discretamente delante, el Fiscal sostiene el horario en la mano enguantada de negro, a continuación la Cruz de Guía, celosamente escoltada por faroles y bocinas que portan nazarenos sacados de un grabado de Hohenleiter. Me lo sé de memoria.

Avanzamos saliendo al encuentro de los tramos, tienen el privilegio de salir de un barrio histórico de extramuros, cruzar un puente que indultaron para ellos y entrar en Sevilla por la antigua Judería; barrio, puente y centro. Tienen el privilegio de tener el recorrido más bonito de toda la Semana. La cera roja nos recuerda su carácter sacramental y los niños de la calle San José recuerdan la bienaventuranza de los sedientos. En Santa María la Blanca la calle es más ancha y ya no es posible refugiarse del Sol, dueño absoluto, como casi siempre, de la tarde del Miércoles Santo. Pero el calor y el cansancio que se va notando ya de los primeros días, pasan a un segundo término cuando desde lo más alto del puente vemos acercarse el paso hacia nosotros. El canasto es rotundo en la sencillez de sus líneas, el clavel y el lirio se confunden en total armonía y los candelabros se elevan majestuosos al cielo, acotando el espacio en el que Cristo, dormido en la tarde, es acunado por seis guardabrisas que, casi imperceptiblemente, van marcando el redoble del tambor. Cruza la Ronda y entra en Sevilla entre cornetas y gentío, sin que nada ni nadie sea capaz de perturbar el sueño del Redentor, que avanza suavemente cumpliendo Su Sacrificio de Amor.

Desde que te buscara un lejano día pidiéndote un poco de Tu Nombre para mi casa, me has dejado atado a Ti por un lazo mucho más fuerte que la simple oración de un momento de zozobra. Cristo de la Salud de San Bernardo, que cruzas cada año la tarde de mi vida, a tus plantas me tendrás para siempre como uno más de esos cientos de hombres y mujeres, que todos los Miércoles Santo hacen renacer un barrio que sólo existe ya en sus recuerdos, para que Tú sigas sanando corazones heridos de nostalgia.


LA ESPERANZA

Uno de los momentos del día más hermosos y que menos disfrutamos es el Amanecer. Pero hay uno que sí gozamos, el que pertenece a nuestra Vida Soñada, la que sólo existe en nuestra Memoria. Físicamente es igual a los demás, pero vosotros y yo sabemos que no tiene nada que ver con ellos.

Un buen rato antes de que nos estemos acercando a la Iglesia, el Cielo ha empezado a romper la noche. El relente suele aparecer cuando cruzamos el barrio de San Vicente y la hora profunda en que habíamos dejado Sierpes cada vez está más lejos. Por Capuchinas, la estrecha franja acotada por los tejados se ha vuelto ya de un azul intenso y, poco a poco, conforme llegamos a la Plaza, el canto de los pájaros es el mejor y más alegre anuncio de la mañana. La Cofradía se recoge entre dos luces y una vez cerradas las puertas de la Basílica, mientras en la calle triunfa ya la luz de un nuevo Viernes Santo, dentro volvemos por unos minutos a los grises del amanecer, animados por la tenue claridad que entra por la linterna de la cúpula, recortando los caprichosos zigzagueos del último humo de los cirios, que cumplida su misión de alumbrar a la Luz del Mundo, son devueltos impunemente a los carros, con un fondo de golpes secos. Es el momento de las caras desencajadas por el cansancio, de los abrazos de felicitación. Pero yo no estoy completamente tranquilo, ningún año lo estoy, porque es la hora en que empiezo a recordar que Ella también ha estado en la calle, también le ha sorprendido el amanecer y ahora mismo, en plena mañana, sigue marchando como Reina Triunfante. Incluso mucho antes de que todo esto suceda, cinco de mis hermanos habían ido a postrarse a sus plantas para cumplir con una concordia centenaria, al tiempo que unas legiones, tan maravillosamente falsas como la ciudad imperial que custodian las murallas de donde salieron, venían a rendir tributo al Cisquero, mandadas desde la Eternidad por un capitán al que le pusieron de nombre "El Pelao" en los campos de batalla de Parras y Escoberos. Ya a plena luz del día, recorro las mismas calles que unas horas antes he pasado cumpliendo el Rito y la Regla, pero no soy capaz de reconocerlas.

Me cruzo con gente que viene y va; de pronto, por alguna esquina, aparece fugazmente un nazareno de ruan, que a paso cansino huye de una mañana que le ha sorprendido y a la que no pertenece. Definitivamente, ya no queda nada que recuerde a la Madrugada, ni yo mismo, que La busco en esta mañana que tampoco es mía. Hay más gente por la Encarnación, vienen de regreso, es mi imaginación o en sus caras se refleja la satisfacción de haber estado con Ella. A duras penas me voy abriendo paso y por fin consigo verla embocada en la calle Alcázares. Está de espaldas, pero no me importa, es cierto lo que un sabio amigo dijo una vez, su paso no tiene espalda porque no es un paso sino un aura. Me podría bastar, ya he sentido su presencia y estoy muy cansado, pero esta mañana no es suficiente, no solo quiero verla sino que Ella me vea.

Cruzando Regina consigo llegar a San Juan de La Palma. Por la calle Feria la cofradía discurre parsimoniosa, sabiéndose ya dueña absoluta del tiempo y el lugar y escoltada por su público, sacado cada año de un cuadro de García Ramos para que La acompañe esta mañana. La espera es larga y la ilusión mayor. Matrimonios ancianos, padres con niños, parejas de jóvenes, familias enteras, balcones engalanados con Su foto, los bares desprendiendo el olor a café, chocolate y aguardiente, mientras los nazarenos avanzan desatentos, con los cirios convertidos en callados de las horas. Poco a poco el gentío va creciendo y un tumulto de capirotes y devotos anuncian que ya está cerca, hasta que una frase mágica nos hace a todos fijar la vista en el fondo de la calle "ya se ve la Virgen". Me voy acercando sin sentir las apreturas, descubriendo cada detalle de un paso que llevo grabado, como si no lo hubiera visto nunca. Las flores están ya marchitas; la candelería, apagada, se ha ennegrecido; los ramos que le han ido regalando rebosan la peana; hasta que por fin tengo la certeza de que La Esperanza me está viendo. A pesar de las ojeras y del cansancio de toda la noche, no ha perdido la Sonrisa, está mas Guapa que nunca y más Orgullosa que nunca de saberse la Madre de Dios, y en ese preciso momento, cuando cruzamos la mirada y nos quedamos los dos completamente solos, me acuerdo de mis niñas, las que Ella me está cuidando, intento rezar todos los años pero sólo me sale el llanto…

Juan Delgado Alba dijo que cuanto de bello y puro hubiera en el cielo y la tierra, sería poco para Ella.

Ricardo Mena aseguró que era el Sol y las estrellas.

Miguel Muruve proclamó que era la más segura, dichosa, rotunda y perenne Esperanza Nuestra.

Carlos Colón nos recordó que por mucho que la viéramos, nunca la podríamos dejar sin pena.

Joaquín Caro se preguntó si estaba más guapa con el manto granate, el de malla o de hebrea.

Carlos Herrera cuando la miraba, sentía a Dios cabalgar por sus venas.

Curro Ruíz Torrent pensó que soñar era encontrarse cara a cara con Ella.

Paco Vázquez juró que Dios puso la Creación en su Cara perfecta.

Rafael de Gabriel anunció que no hay flor más pura que la que vive en San Gil y siempre está en primavera.

Antonio Murciano sentenció que todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.

Ignacio Jiménez se hizo cura para cumplir su promesa.

Y todo lo demás ya se lo había dicho antes Rodríguez Buzón, el poeta.

Pues cómo queréis que salga airoso de este trance quien ahora pregona Su Pureza.

Yo solo sé decirle, con la admiración de hombre, el orgullo de Sevillano, el amor de hijo y con el alma entera:

Dios te Salve, Santa María de la Esperanza Macarena, Reina del Mundo, Madre de Dios y Madre Nuestra.


FINAL

La mañana de Pregón se nos escapa ya de las manos. Esta misma tarde, muchos de vosotros cumpliréis con la cita obligada y no escrita de los Besamanos de Vísperas: Los Terceros, la Universidad, Santiago, el Museo, San Gregorio …

A partir de mañana os quedaréis solos frente al tiempo de la última espera y repasareis un año que cada vez pasa más de prisa. Pero antes de que todo eso llegue, antes incluso de que los himnos pongan el punto final a esta mañana, quiero pediros que me acompañéis. Dejaremos atrás el Teatro, despidiendo a Su Hermosa Guardesa Guadalupana, cruzaremos las estrecheces del Arenal, en una de cuyas calles la Historia se dejó olvidado un trozo de la Semana Santa del Ayer que perdimos para siempre, una Mujer mira al Cielo implorando tres Necesidades, para enterrar a Su Hijo entre lirios y hojarascas y otra reza entre bordados románticos mientras pasa frente a la Santa Caridad, echándole un pulso de belleza a la obra del Venerable Don Miguel y jugando con el tiempo de lo Intemporal. Saldremos a la calle Adriano, una Capilla muy pequeña con dos flores, una es nueva, hermosa, alegre, con aires macarenos, la otra, más serena, sostiene a Su Hijo en brazos y suspira de melancolía soñando con ser de Triana. Cada año quiere marcharse con las cinco hermandades que pasan por su puerta y entran a buscarla, pero nunca lo consiguen porque el Arenal sin Su Piedad sería un barrio sin alma. Dejaremos atrás La Magdalena, y cruzando el Museo y San Vicente llegaremos al final de nuestro camino. Es un barrio trazado a cordel con manzanas geométricas y salpicado de Conventos. En uno de ellos, franciscano, reina una Palma de sonrisa marismeña, coronada con el amor de unos niños que aprenden todo el año a Su lado. En el centro del barrio la Plaza, y en la plaza la parroquia, presidida por el Santo y su Parrilla. La habitan dos Señoras, una cierra el Martes, la otra la Semana, una luce bajo palio sevillano, la otra bajo el cielo de Sevilla, una tiene Dulce la Mirada, la otra lleva la Nobleza del Tiempo grabada en Su Cara, una custodia los besos de talón que allí quedaron atrapados, la otra guarda los corazones soleanos.

La Plaza marca el ritmo de la vida del barrio, en el centro dos palmeras y a su alrededor dieciocho plataneros majestuosos. Son la guardia de respeto que la protege durante todo el año.

En verano forman un tupido manto que provoca un halo de frescura incluso a las horas centrales del día. En otoño cubren el suelo de un alfombrado cobrizo, queriéndolo resguardar de los fríos y las lluvias que se avecinan, porque saben que cuando florezca la Primavera Su Señor tendrá que pisar por allí. Junto a la parroquia, en el rincón sin salida, una puerta con un escudo. Hace un rato que dejamos el Teatro y tampoco es ya Domingo de Pregón, es Viernes, cualquier viernes del año. Si ponéis atención, los veréis entrando por esa puerta. A primera hora de la mañana, recién abierto el cancel, algunos hombres bien trajeados aguardaban impacientes. Llevan prisa, apenas se detienen un momento porque se les hace tarde. Poco después aparecen los estudiantes con sus libros debajo del brazo, agotando el último recurso que les queda para sacar el examen que les ha dejado sin dormir. Más tarde, a media mañana, serán mujeres con sus carros de la compra, sin tanta prisa, recreándose en el rito no escrito que llevan grabado en las entrañas. También vendrán parejas de jóvenes, beatas de diario, hombres de corazón duro, moviendo montañas o en plena crisis de Fe, ricos, pobres, humildes, nobles, curtidos en mil batallas o empezando a vivir, cultos, ignorantes, famosos, anónimos, del todo Sevilla y de toda Sevilla. Antes incluso de traspasar el umbral divisan al fondo una silueta enmarcada en un camarín con forma de concha. Vosotros también la podéis ver, verdad, no tenéis más que cerrar los ojos por un instante, también la tenéis grabada, una cabeza con tres potencias ligeramente inclinada a vuestra izquierda, formando ángulo con el remate de la cruz hacia arriba y una túnica abriéndose tenuemente en la caída. Sí, es la misma silueta que habéis visto tantas veces, en cientos de azulejos repartidos por toda la ciudad, enmarcada en plata en las casas señoriales del centro, en el cuadrito con flores de plástico de la entrada de los pisos del Polígono, encima de las máquinas de café de los bares del Fontanal y La Barzola, en el descansillo de las escaleras de comunidad de Pino Montano y Amate, en las oficinas de Nervión y Los Remedios, en los comercios de Rochelambert y Miraflores, en las cabeceras de los enfermos, en los pasillos de los hospitales, en las lápidas de la última morada, colgada de tantos cuellos, prendida de tantas solapas; es la Silueta de miles de hombres y mujeres que la grabaron con lágrimas de oración, de duda, de alegría, de tristeza, de abatimiento, de entrega, de agradecimiento. Qué me perdone el NO8DO, esa silueta es el símbolo de Sevilla.

Pero pasamos al interior con todos ellos y poco a poco vamos distinguiendo Su figura. La mirada baja, parece absorta en algún misterio demasiado insondable para nosotros, sin embargo, tenemos la certeza de que ha notado nuestra presencia. Camina con paso firme arrastrando la cruz, pero permanece en su sitio. Subimos al Camarín siguiendo la inercia. Algunos pasan con prontitud, casi mecánicamente, con la familiaridad que dan los años haciendo lo mismo, besan el talón, tocan la cruz y se marchan. Otros se quedan contemplando al que les da la espalda y sin embargo escucha su oración. Cuántas angustias, cuántas alegrías, cuántas penas y cuántas dudas encierra el mármol rojo de ese Camarín.

"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (Lc. 23, 28), así Te debía susurrar aquella mujer, a la que involuntariamente sorprendí pasando por Tu Talón un sobre cerrado con el anagrama del SAS, así deben pensar quienes dejan las fotos que aparecen bajo Tu peana cada vez que se mueve, o las súplicas escritas en papelitos doblados. "Señor, no merezco molestarte, pero sólo tu cercanía será suficiente", debían creer las mujeres que se ganaban la vida en la Alameda y le rezaban al azulejo de la plaza porque no se atrevían a entrar en la Iglesia, pobres ignorantes de que Tu sitio está en la mesa de los pecadores. ¡Quién me ha tocado!, preguntaste cuando la mujer de las hemorragias acarició por detrás Tu Manto (Lucas 8 42-45). ¡Quién me ha tocado!, volviste a preguntar cuando otra mujer acarició por detrás el faldón de tu paso una Madrugada, pidiéndote por la salud de su Hija.

Qué ilusos fuimos, Señor, queriendo usar criterios científicos para curarte. Si Tu Rostro lo han formando cuatro siglos de sufrimiento de una ciudad que se ha hecho a ti como el hierro a la fragua. Tú llevas Sevilla en la Mirada vidriosa, en la sierpe que se te enrosca y se Te clava, en el mechón que Te resbala por la Mejilla, en la espina que traspasa Tu ceja, en la que Te hiere el lóbulo, en Tu boca jadeante, en las Manos que acarician la Cruz, en el paso al frente que llevas dando cuatro siglos en nombre de todos nosotros. No es cierto, no fue el humo, ni el incienso, ni el frío de una noche al año, a Tu Rostro lo ennegrecieron las epidemias del XVII, las invasiones del XVIII, las revoluciones del XIX, la Guerra del XX; de tanto mirarte, los sevillanos te han gastado y de tus labios no ha salido ni una palabra de queja. Qué iluso fuimos, Señor, queriendo cambiarte la Cruz por una menos pesada, porque Te hacía daño. Si tu Cruz está hecha del dolor de los hospitales, de las ausencias de la carretera, de las jeringuillas de heroína, de la violencia de los hogares, de las soledades del final de la vida, de las chabolas que siguen existiendo, de los que buscan la tierra prometida y encuentran la tumba en el mar, de las vidas que se truncan antes de nacer. Qué ilusos son los que esperan que hoy hable de la experiencia de haberte curado, si Tú y yo sabemos, Señor, que nunca te he sentido tanto como los años que fui Diputado de Tu Bolsa de Caridad, los que me permitieron hablar contigo, escuchar tus lamentos y poder ayudarte a cargar con la cruz, cada vez que lo hacía con uno de Tus hermanos y así me lo recordabas a última hora del día, cuando subía a Tu Camarín y me quedaba a solas contigo. Allí aprendí, Señor, que el Culto no necesita justificación pero no hay mejor forma de quererte que haciéndolo con nuestros semejantes. En Tus Manos El Poder y la Gloria, en las nuestras salir a tu encuentro. El que crea en Ti, que tome su Cruz y Te siga.

Señor, yo nunca sabré decirte cosas hermosas, yo sólo sé quererte y seguirte, y con eso y nada más que con eso, hoy me puse delante de toda Sevilla para pregonar Tu Semana Santa.

Cuando se recibe un encargo como el que he tratado de cumplir con todos vosotros, los recuerdos y las personas se agolpan inevitablemente en la cabeza, se repasa toda una vida y uno piensa, en primer lugar, en la madre y el padre, que le están escuchando desde el patio de butacas y desde un balcón recién estrenado de la Gloria, con los que en un tiempo lejano formaba una familia en la que aprendió a conocer y querer a nuestra ciudad y a sus hermandades, y recuerda el año que aprendió a leer y su Padre ya no podía decirle que ese día no quedaban más cofradías que ver, para poder llevarlo a casa, porque ya las iba marcando con una cruz en el programa. Uno piensa en la Mujer con la que un día se comprometió a compartirlo todo a los pies del Señor; en los hijos, que son lo mejor que le ha pasado en la vida, los que disfrutan del pregón de su padre y las que están jugando con su abuelo en el cielo; piensa en la familia y en los amigos, que llevan los mismos meses de tensa espera, escribiendo con su aliento y su oración. Pero más allá de todos ellos, este pregón está dedicado a los miles de hombres y mujeres anónimos que nunca subirán a un atril, ni formarán juntas de gobierno, ni serán cofrades ejemplares, ni pasarán a la Historia por nada, pero llevan siglos escribiendo la página de devoción y cariño más hermosa de esta ciudad, con su cita Semanal en la Plaza de San Lorenzo, donde siempre les espera el Gran Poder de Dios para resolver los problemas insolubles.

Sevillanos, pararse ahí, los cuatro zancos por parejo a tierra.


Ahí quedó

2006 - Ignacio Jiménez

Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2006. Pronunciado por D. Ignacio Jiménez Sánchez Dalp en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.


A mis padres, que me dieron el don de la vida y el don de la fe. A mis once hermanos, pilares insustituibles en mi vocación. A mis amigos, que han compartido la historia de mi vida humana, sacerdotal y cofrade. A las Comunidades parroquiales que he servido: San Isidro Labrador de Sevilla, Santa María Magdalena de Arahal y Santa María de la Asunción de Alcalá del Río.

...Y al Papa santo y magno, que tocó mi corazón para seguir a Cristo, aquél verano de 1993.

Fue en Sevilla. Sí, fue en Sevilla donde revestido el profeta en los inicios de su vocación, me dio la Buena Noticia de un nuevo ministerio, de un renovado destino, de una estrenada misión.

Y me dijo Dios:

“Antes de formarte en el vientre del Barrio de San Lorenzo, te escogí. Antes de ser el décimo que salías del seno materno, te consagré, y te nombré sacerdote, sevillano, proclamador del alma de una Semana Mayor a la que lanzar con tu palabra el mensaje de la Esperanza.

Y Sevilla, como Dios al profeta Jeremías, me confirmó con el crisma hispalense, y me enseñó que hasta el más pequeño capirote blanco lleva dentro el pregón de esta Jerusalén que camina penitente.

Cuando el Resucitado con sus manos extendidas abra la puerta del convento de la Santa zapatera esposada con la Cruz, ya vencida con la Virgen de la Aurora y entre pálpitos pascuales de novicias, sentiré tocar mis labios, como ahora los siento tocados por su Gracia.

Voy a hablar a una Sevilla de la que he aprendido más de sus silencios que de sus clamores.

Sabe más por lo que calla y representa el Nazareno sin mover los labios, que por el fragor de la turbamulta.

Alguien, que sólo perdió la fuerza en la voz, preparó el terreno a este pregón.

Subido cual nazareno blanco de la Amargura, en dos ventanas distintas, me abrió al viento de la Esperanza, para que yo cantara y contara a Sevilla, lo que entre cielo y tierra movió.

En un balcón privilegiado de Sevilla, me encontré una mañana con mi vida predispuesta por él para el Señor, y en su ventana de la ciudad eterna le descubrí en el anochecer de su vida como un Cachorro expirante con cara entrecortada, que sin voz hablaba.

Mostró a los jóvenes una gran Cruz, pero un Viernes Santo nos la pidió prestada para abrazado al madero, como un penitente del Silencio, señalar al cofrade, el verdadero camino, la verdad y la vida.

A Él debo mi vocación, y rezaba ante su tumba en Roma el mismo día en que por la tarde, celebrando la Eucaristía, me anunciaban la Buena Nueva del pregón.

Con él vengo de la mano, porque la Divina Providencia de Dios ha querido que precisamente hoy, Domingo de Pasión, haga un año que subió a las barandas del cielo y ahora sea yo el que ocupe esta prolongación abalconada de la Giralda y saque su Cruz de Guía.


Vino, se fue y regresó
como viene, va y regresa
al balcón de la promesa
lo que el Amor prometió.
Y cuando en Sevilla habló
fue el mensaje tan fecundo
que abrió para la fe un mundo
con la temprana semilla
que al cofrade de Sevilla
le dio Juan Pablo II.



Eminentísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Arzobispo
Excelentísimo Señor Alcalde
Ilustrísimo Señor Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías.
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades Cofrades de Sevilla.


Vengo como un peregrino, que conoce la ciudad en sus esquinas, callejones, plazas y enredaderas, acompañado de los hermanos a los que en el ministerio sacerdotal sirvo todos los días.

Viene este cura de pueblo, como vienen en unas vísperas del 15 de agosto en cascadas desde el Aljarafe o las estribaciones de la Sierra de Cazalla, penitentes y nazarenos descubiertos, a aguardar con esperanza ante la Puerta de los Palos, para ver desde la fuente la primera luz en el rostro de la Reina y Madre de los Reyes.

He venido por el camino que sale de la Torre mudéjar de Alcalá del Río, hasta esta almohade Torre del Oro, navegando en una barca, que discípulos pescadores, como antaño a Cristo, me han procurado.

Voy a hacer la primera parada en este Teatro, desde el que Sevilla me invita a rubricar con mi palabra vuestra papeleta de sitio, para luego encaminarnos por el Arenal con el recuerdo del santo súbito y magno arrodillado ante la Pura y Limpia del Postigo que vigila desde el Cielo Don Juan Castro.

Venid conmigo a la puerta de San Miguel a recorrer con la memoria el porqué yo y por qué este sitio. Entremos en la Catedral donde como árboles recios, en los pilares de la fe de este pueblo cristiano, aparece ante nuestros ojos una convocatoria de cultos que custodian los hermanos de la Santa Caridad en su mesa de limosnas.

La Semana Mayor convoca a Sevilla en una hermosa y solemne ceremonia que anuncia la grandeza de la ciudad con la culminación del “podéis ir en paz” que es sacar una Cruz de Guía a la calle. Gracias, Ilustrísimo Señor Teniente de Alcalde, por sus palabras, que expresan desde lo hondo del corazón y el alma lo que el pregonero siente al ponerse delante de este paso como usted, buen capataz en Estepa, ha hecho tantas veces.

Al ocupar este púlpito, os pido, Eminencia, vuestra Bendición, para que, limpio de corazón y labios me sienta fortalecido y me identifique con la Sangre derramada del Crucificado de San Benito, en esta hora de anunciaciones pasionistas. Y como la disciplina y la modestia no me quitan la satisfacción de la unicidad de ser el que mi Prelado impuso las manos para el sacerdocio in aeternum, al igual que entonces solicité vuestra venia, ahora os digo: “Padre, dame tu Bendición”.

Los paramentos que nos acompañan en Semana Santa, como el devenir de nuestras vidas cofradieras, son distintivo de la nobleza de espíritu del que de ellos se reviste:

El ropón del pertiguero que como martillo de llamador despierta los ciriales al cielo para un nuevo paseo de la Madre de Dios de la Palma como una seda por la Alcaicería.

De librea, lacayo del que da la cara, como santo varón en la Trinidad, la Mortaja, la Quinta Angustia y Santa Marta; o en el Calvario de la ya antigua Varflora en la Carretería.

De dalmática labrada, con el brocado impregnado de cera, como Lágrimas de los ojos de Santa Lucía en la Señora de Santa Catalina.

Túnicas talares, que van desde el blanco que envuelve a mi Princesa de la Paz entre encajes plateados por la Torre Sur de la Plaza de España, hasta los ruanes negros en el luto del Amor que da la vida por los amigos.

Ser de nuevo seise -como lo fue el pregonero-, que en los candelabros de cola de la Virgen de las Aguas, sacase a Dios a bailar entre uvas, trigos y mariposas, para posar en su custodia, sombrero, zapatillas, palillos y coplas, con Eslava y el Maestro Torres, entretejiendo cruces palmadas en un escenario de armonías eucarísticas e inmaculistas.

Y un máximo ornamento, la alpargata y el costal, de hombres que como apóstoles navegan bajo los misterios, y también niños bajo el manto de la Caridad baratillera, ganándose el Cielo, con el sudor de su frente.


Con el sudor de la frente
ya te estás ganando el cielo
y con el cielo el trascielo
de la Gracia penitente.
La trabajadera es puente
que abraza la canastilla.
Aprieta al costal la quilla
de tu barco, costalero,
que hay peces en el estero
del corazón de Sevilla.


Los títulos de nuestras Hermandades son profundas grutas históricas en las que bucea el reconocimiento civil y eclesiástico a cada una de ellas. La ciudad, que le presta suelo y cielo, los asume con naturalidad, puesto que es ella, simplemente con su nombre, ¡Sevilla!, la que los congrega a todos.

Por eso no necesita de bula para ser Pontificia, porque esta bendita Catedral de María fue por dos veces pisada por el sucesor de Pedro y Gran Poder en la Tierra.

La ciudad es Real, porque el Rey Santo la elevó a la categoría de majestad poniendo a la Madre de Dios de Alcázar y fortaleza de Fe por la que los reyes reinan.

Sevilla que hace de sus plazas sagrario y se autotitula Sacramental en el monumento del Jueves Santo, donde doblan sus rodillas como magos adoradores del Niño, que en el pesebre de Laureano de Pina es viático en la Estación de Penitencia.

Qué bien sabe ser Antigua, perdida en vestigios de lejanas culturas y de aquella que coronada en el muro, el único palio que alberga, es el túmulo del conquistador que llevó la Fe mariana a América.

Una ciudad cubierta de Ángeles, hasta de razas nuevas, acogidos en Sevilla por la que en los Negritos abre fronteras y de título Angelical, también por ella, que labrada en estameña se alzó a los cielos que van desde la pila del Barrio del Salitre, hasta el Vaticano del campo de la Feria.

Sevilla es Isidoriana, cuna de santos, de arzobispos y de alfareras, de rosales siempre florecidos en el patio de Mañara, de Spínolas mendigos y limosnas que al cielo alcanzan con Don Manuel González en su Sagrario. Con Fernando y Laureano, Hermenegildo y Geroncio de Itálica, con el Padre Tarín, Teresa Enríquez, Dolores Márquez y la Hija de la Giralda, hasta donde el alma de nombres desfallece con Madre María de la Purísima, digna heredera de la que en Sevilla es santa entre las santas.

Sevilla Alegre, que en revuelo de campanas da la vuelta a la pena y hasta en la hora del Calvario más amarga, hace dulzura en Vera-Cruz a la colmada de Tristezas y capa pluvial de fiesta a la Virgen universitaria.

Por eso está Orgullosa de sí misma, título que bien la enmarca, aunque algunos acusen a los sevillanos de umbilicales complacencias.

También se convierte en Torera repartiéndose en capillas vesperales de retablos barrocos de papel, con columnas salomónicas trenzadas por el miedo. Es la que recuerdan los paladines de Tauro, como Manolo González y Gitanillo de Triana, que animados por la Piedad maestrante, entregan a sus Vírgenes manchados de sangre, los bordados del que se juega la vida, distribuidos luego en las sayas de la Madre del Hijo que se la jugó por nosotros.


Una Hebrea sevillana por el Baratillo viene
y a su vástago sostiene
tan divina como humana.
Piedad ya suena a campana
de tañido celestial.
Lo distinto se hace igual
mientras te sueña Sevilla
con el arco por Capilla
del Barrio del Arenal.


En mi doble condición de sacerdote y pregonero, o simplemente como un joven que todos los días pregona el Evangelio, quisiera pregonar la Semana Santa de todos. Del que cree y del que duda, del indiferente y del incrédulo, del hipócrita y del justo, del pescador llamado al apostolado y del que luego revende la mercancía o se come el pescado.

Hoy, en nuestras Hermandades y Cofradías, no faltan los nietos de Don Guido, aquel humanísimo personaje de la guiñolandia de Antonio Machado, esos que como su abuelo -gran pagano en su juventud y gran rezador en su vejez- se hacen hermanos de una “santa cofradía”: ¡Aquel trueno! vestido de nazareno. Parece que no se nota, pero en nuestras Hermandades, vestidos de lo que se vistan, no faltan participantes inmaduros, vanidosos, acaramelados, frívolos o sordos a lo que representa la estación de penitencia. Pero también son hermanos nuestros porque así los admitimos, todos aquellos que integrando la nómina de su hermandad, se comportan con el distanciamiento de algunos socios de entidades recreativas o culturales, que satisfacen su ego y su cuota mensual sin otra participación que la de formar un día al año en su cuerpo institucional.

Un gran poeta sevillano del siglo de oro, el Capitán Andrés Fernández de Andrada, recomienda en su Epístola Moral que se iguale con la vida el pensamiento. Yo le recomendaría al cofrade sevillano, recordando al clásico inolvidable: “iguala con la vida el pensamiento” y así se pregunte con aquella voz senequista e hispalense de perenne e intransferible moralidad:


¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.


La ciudad que corona y seguirá coronando sus múltiples advocaciones marianas, asoma también laureada en la Torre más alta por el proverbio sapiencial que pisa Santa Juana con su lábaro.

Ella, como buena novelera y sevillana, es más de vivir las vísperas que las grandes fiestas y así se lleva todo el año con la palma del Domingo de Ramos en la mano, para ponerla en el balcón de la ciudad que vigila. La Giganta hace de la pasión un villancico pascual con ese peculiar calendario litúrgico que el sevillano vive a su manera. El Domingo de Ramos es Navidad y Resurrección en una sola pieza y Sevilla, por medio de la que fundió Morell, lo entona todo de golpe.

La gran Semana se inicia. El Nazareno se hace carne en el hombre sin techo, que lo tiene bajo el cielo de la escalinata del Salvador, con la simple compañía de palomas ávidas de alimento, cristales rotos, cartones y perros que hasta él vienen como a Lázaro a lamer sus llagas.

Niños de alma pura y blanca alfombran los aledaños para recibir con aclamaciones y palmas al Señor de la Sagrada Entrada que después, por no andarse por las ramas, llevarían a crucificar.

Los infantes iniciados en los tramos y las filas descubren al Mesías agradeciendo su pueril estación de penitencia en las Hermandades que le dan sitio; con sus palmas rizadas, sus varas y cirios, de monaguillos o con túnica nazarena.

Nadie, ha visto premiado como ellos su brillante esfuerzo con la entrada asegurada en el Reino de los Cielos, como “brillante es el Amor de Dios en cada niño, incluso en los que aún no han nacido", que decía el Papa.


Lo dicen por San Vicente
con más de Siete Palabras
En el Porvenir lo acogen
con la Victoria anunciada.
Lo claman en Desamparo
del Cerro a Miguel Mañara
y vienen con un Longinos
converso ante la Lanzada.
Que razón tenía la Sed,
para en Nervión pedir agua
y en San Juan de Dios saciar
la sequedad de gargantas,
del enfermo, del que sufre
del anciano que está en guardia
esperando en el asilo
la paloma de Triana.
Niños que suben al cielo,
Hiniesta que los reclama;
los que a sangre morirán
la alcaldesa les da casa
y en la inocencia más pura
sus vidas son despreciadas;
los que ansían la niñez
que en San Roque tiene casa,
en la mocita más joven,
en la niña de Esperanza
en desvelos por el Hijo,
que la llenó de su Gracia,
con el agua de los Caños
en las Madejas del alma;
entrar con cirio a la gloria
en cánticos y alabanzas
y ver a la Trinidad
desde el cielo coronada.


En la noche en que el Cordero pascual se inmola sellaremos con Cristo la Nueva Alianza. El Señor de la Sagrada Cena ansiaba celebrar con los suyos la despedida de este mundo advirtiendo a sus discípulos: “Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros”.

Anda triste la Virgen del Subterráneo disponiendo el mantel en la mesa del Domingo de Ramos. El llanto se derrama en el camino de Doña María Coronel que lleva la Rosa de los Terceros a la calle Orfila para pedirle a la Virgen de Regla el pan de la espiga de sus manos. La que unida a maestros alarifes pone horno de Amor, como monja Agustina de la Plaza del Triunfo, va a cocer el pan que cada Lunes Santo llevará hecho Eucaristía desde su capilla hasta la parroquia de San Andrés, para dar la Comunión a los hermanos de Santa Marta, antes de hacer su estación penitencial.

El pregonero ha disfrutado de ese momento íntimo de la Hermandad. Cada nazareno levanta su antifaz para que la última palabra que baste para sanarle de sus faltas sea el amén al recibir el Cuerpo de Cristo.

Uno querría ver la Cofradía de rodillas, para acordarse de que nuestro primer titular, el de todas las Hermandades y Cofradías, sean o no sacramentales, está en el Sagrario, tantas veces abandonado. Si Felipe II afirmaba que “allá donde haya un Sagrario, habrá un español para defenderlo” no estaría de más que hoy, cual solemne protestación de fe y renovando nuestras almas de Eucaristía, proclamara con nosotros “Allá donde haya un Sagrario, habrá un cofrade sevillano para defenderlo”. Si por amor se quiso quedar entre nosotros en el Sagrario, en loor de Caridad viene una procesión del Corpus camino de la Campana.


Se ilumina Santa Marta
a su Huésped recibiendo,
y allá en Betania comprendo
el dolor de cuando Él parta.
Deja la casa y se aparta,
y ya la Madre después
la rosa pondrá a sus pies
tras la Cruz y su martirio,
que pone color al Lirio
el Lunes por San Andrés.


Quien os habla vio la luz en una calle donde los amores encendidos del cofrade pasan de ida y de vuelta derramando su cera. La calle que da nombre al Dios encarnado en Gran Poder, se abruma y es la más transitada por el pregonero con sus incondicionales amigos, programa en mano, recordando en ella su incipiente infancia.

Allí espero a la Palma en la vía que tuvo su nombre con atributos del martirio, y que marcada por llagas franciscanas, se hará oración elevada al Padre que ofrece un Buen Fin para nosotros, como regaló a Juan Foronda en su nacimiento al Cielo, contemplando en sillería de honor, a su Virgen coronada.

Con la Soledad, la Vigilia preparo entrando en San Lorenzo cuando la corona de espinas suelta de sus tiernas manos y Rocamador traspasa el muro para entregar el sobre de la caridad que vuelve a recoger Spínola en el centenario de su tránsito, para repartirlo entre los pobres de su barrio.

A la dulzura rosada del Dulce Nombre recibo en mi propia casa, inigualable belleza que alivia las heridas en la mejilla que recibe su Hijo despreciado ante Anás.

Bajo sus maniguetas una jaculatoria “Dulce Nombre de María, sed la salvación mía”. Y al pregonero, que agarrarse quisiera a ellas, le brota un canto de alabanza a la Doncella de sus sueños, a la Madre más insigne, a la feliz Puerta del cielo, siempre en impaciente espera, a la joven más valiente y a la mujer más perfecta.


Sé que puede tu Dulzura
curar el dolor del hombre,
porque eres la criatura
que en el corazón perdura
con solo decir tu Nombre.


Sí, es la Hija de Joaquín y Ana a la que pusieron el Nombre más sublime y en todo el orbe cristiano, la boca se hace almíbar cuando pronuncian su Nombre.


Llevas la gracia en tu manto,
y eres el puerto que salva
plácido aroma en el alba,
suspiro del Martes Santo.
Tu gozo se hace quebranto
en el lento atardecer
y te siento florecer
en la Madrugada herida
dulcificando la vida
con tu Nombre de mujer.


Nací frente a ellos y ya me acompañarán siempre. Los hijos de San Ignacio me ofrecieron la Compañía de Jesús el Nazareno para conocerlo en lo más íntimo, para más amarlo y más seguirlo.

Los congregantes marianos que pusieron vida y Alma a los Javieres, repartían la Gracia y el Amparo para los jóvenes, que cincuenta años después, en Omnium Sanctorum tienen casa y techo.

Pienso que mi nacimiento sacerdotal brotó entre ellos. En cuántas Misas de Domingo y a cada una de estas imágenes, la mujer de mi vida, mi madre, con el hijo formándose en su seno, imploraría que fuera sacerdote.

En aquél mismo templo, en el mismo confesonario, veinte años después, de vuelta de tantas cosas, un sacerdote cual Cristo roto en la pasión de su enfermedad, hizo que se cumpliera ésta escritura que acabáis de oír.

Tu voz la escuchó el Señor, querida madre. En esa sede penitencial, preparación de mis posteriores estaciones de penitencia, tu hijo, el crío que jugando celebró tantas misas en casa, sería sacerdote de Jesucristo.

Tú me revestiste con la casulla en mi ordenación, como desde niño preparaste mis túnicas para la estación de penitencia. Ahora soy sacerdote nazareno, y mis túnicas blancas, negras, verdes y moradas son los hábitos sagrados a los que nunca renunciaré y de los que nunca me avergonzaré.

Me anteceden y preceden en mi Hermandad, en mis Hermandades, hermanos que en el seno de ellas, descubrieron su vocación. Hombres y mujeres que con sus historias, sus amores y desamores, sus desencantos y sus rastras, han descubierto por los hilos que sólo Dios sabe mover, una llamada especial.

Cuántos en sus años de Seminario, en sus celdas de amor, en sus distintos noviciados, se han llevado la compañía de la estampa de aquellos Titulares de su Hermandad, a los que siguieron abandonando las redes de este mundo.

Hermandades, semillero de vocaciones, ¿Por qué no?.

Los llamados por Dios en el corazón de ellas, tienen un espejo en el que mirarse, en el que decir alto y claro que los sacerdotes necesitamos de las Hermandades como ellas precisan de nosotros.

Nos lo demuestra todo el año Don José Álvarez Allende en San Bernardo, como en el ayer lo demostraba en la Redención Don Eugenio Hernández Bastos. Como luchaba en San Benito Don José Salgado, en la O Don Pedro Ramos y Don Antonio Domínguez Valverde en la collación de San Pablo o el recordado Don Antonio González Abato absolviendo a nazarenos bajo la frondosidad del parque.

Ellos han hecho historia, y la harán también otros muchos sacerdotes que continúan sirviendo y trabajando mano a mano con sus Hermandades.

Desde aquí sirva mi palabra para deciros, cofrades de Sevilla, que hacéis Evangelio real, dando a conocer a Cristo, que juráis defender su Nombre y el de nuestra Madre la Iglesia, nuestra única Casa Madre.

A vosotros que formáis a los hermanos y ofrecéis la Caridad al pobre, al enfermo, al hambriento y al desheredado. A vosotros que habéis cumplido su mandato de ir por Sevilla y por todo el mundo anunciando el mandamiento Nuevo, un sacerdote os dice: Cofrades, ¡Os necesitamos! ¡Aquí tenéis nuestras manos!

Brazos y manos abiertas como el padre del hijo pródigo siempre en el balcón esperando su regreso, mano, que aun pesándole la Cruz al hombro como el sacerdotal de la Divina Misericordia o el de las Penas de San Roque, se lanza libre si en el Valle del Camino al Gólgota, todavía puede levantar a un caído o secar las lágrimas de alguna de las Santas Mujeres.

Brazos abiertos en Vera Cruz, cobijado en el rezo de las Horas de las monjas del Convento de Santa Rosalía y en el constante Ejercicio de las Cinco Llagas con sabores Trinitarios y en el mejor lienzo que Gustavo Bacarísas pintara para su Expiración en el cercano Museo.

Sus brazos se funden en uno hermanando Castilla y Sevilla, en la placidez del Cristo de Burgos, como el de las Misericordias los extiende rozando los balcones de Mateos Gago, en un éxtasis de sevillanía.
Piden ser los primeros en poder entrar en el templo catedralicio cuando la Fundación de nuestra fe está presente en el Pan de vida y Calvario en la Madrugada eterna inundando de recogimiento la noche más larga, entre sueño y sueño de Esperanzas.

Junto a Él en Montserrat, como testigo de la Conversión de un ladrón, que precisó una sola frase para robar el cielo al Redentor. O cerca de la Santa Caridad, derramando la Salud a los acogidos con más de Tres Necesidades.

Girar quisiera unos metros su recorrido por la Alfalfa el Cristo de San Bernardo, para llevar otra vez bajo su paso a Pepe Portal o hundirse entre claveles y lirios cuando en el mercado viejo del Arenal, el Arco le venga chico, sobren los redobles del tambor, viendo cómo llora entre flores hasta el retablo cercano, porque el único Cristo que sabe de Puerta del Príncipe de la Maestranza le daba otra vez la alternativa a Juan Carlos Montes, bebiendo el Agua de su salvación.

Brazos, los del Cachorro, que tocan el cielo en un “muero porque no muero”, guardando su último aliento desde hace tres siglos para ir a Sevilla cada Viernes Santo, dejando a Triana en la espera con ansia de su vuelta, para que el viento que recorre el puente, de nuevo le agite el sudario.


¡Ay que pena más gitana
cuando se aleja del puente
el Cachorro de Triana!

Cuando se va por el puente
sobre las béticas aguas
y deja atrás a su barrio
de azulejo, arcilla y fragua.

Cuando se mece el sudario
cuando hay claveles que manan
por su divino costado
de Guadalquivires granas.

Cuando cruza al otro lado
y en las calles sevillanas
le va faltando el aliento
y su muerte se hace humana.

Cuando va dando un suspiro
y la luna le acompaña
en una eterna agonía
que va desgarrando el alma.

Cuando cambia su semblante
y se nubla su mirada
y ya no hay aire en su pecho
y ya no hay luz en su cara.

Cuando la Virgen del Carmen
en su capilla encerrada
se queda sola llorando
igual que llora Sant'ana.

¡Ay que pena más gitana
cuando se aleja del puente
el Cachorro de Triana!


Las lágrimas de Cristo por la muerte del amigo, las de la Virgen y las Santas mujeres trocando el Patio de los naranjos en Calle de la Amargura con el Cristo de la Corona; las de Pedro tras negar al Rey de la Paz en el Carmen Doloroso, y las de la Magdalena al pie de la Cruz, son la expresión humanizada del sentimiento que toca lo divino y que ha santificado el llanto de la emoción que aquí nos brota cuando sale nuestra Cofradía.

Esto lo saben bien quienes más sufren, y también las Hermandades de Vísperas, que en la lejanía de la ciudad amurallada pusieron rostro divino al dolor cotidiano.

Como unos “desterrados hijos de Eva”, nos muestran ante los ojos, que no están lejos porque Cristo y su Madre a diario viajan con ellos cuando acompañan a Salud, Misericordia, Dulce Nombre, Clemencia, Divino Perdón, al Cautivo... Cuando la ponen rezando el Rosario del Dolor con que a Sevilla acudimos, gimiendo y llorando. Lo cuentan en Torreblanca, azucena que enjuga el dolor del Lirio prisionero, mientras otro con agua lava sus cobardías, ante el que no cabe división ni duda.

Allí en los barrios hacen verdadera Penitencia, revitalizando la fe, amando y luchando por sus parroquias, llamando a la caridad con su verdadero nombre, que es la justicia social, y que todos los días hacen entrada triunfal con más brillantez que nunca en la Campana de la solidaridad.

Porque la virtud de la caridad es la que nos hace hermanos comunes en una misma Cofradía si ella es la prioridad.

Una caridad efectiva no efectista, del que no espera en su Hermandad la medalla o el reconocimiento, brindando siempre la ayuda en el gesto y no en el nombre que tanto nos tienta.

Tareas pendientes de nuestras Hermandades en este siglo XXI recién comenzado que abarque todos los campos para que un nuevo banderín se borde con su único nombre: Polígono Sur.

El año pasado un vacío dejó huérfana a la caridad mejor entendida.

Rodeado de sus toreros y sus presos, sus inmigrantes y sus gitanos y de la gente más común, falta frente al paso el capataz que mandaba la mejor cuadrilla, los Costaleros para un Cristo vivo, que convocan a la Luz verdadera de la que se llama “mejor vida” en las fechas premonitorias del último Viernes Santo.


Con el paso racheado
va avanzando una cuadrilla.
Son los pobres de Sevilla
con llamador enlutado.
Un clavel se ha marchitado,
¡Ay capataz sin martillo!
En el paso sólo el brillo
que desprenden cuatro hachones;
Sevilla lleva crespones,
Por ti: Leonardo Castillo.


La Semana Santa son nueve días en los que la ciudad acepta perder el primer plano sin rechistar. La Sevilla acostumbrada a ser piropeada por sus rincones, su sombra y su compás, se convierte inevitablemente en actor secundario. Se transforma en escenario, en marco, en sustento y en cauce único para todo un río de sensaciones.

Cuando avanzan las jornadas penitenciales y el ritmo de la Pasión va creciendo, el sevillano se implica más porque en ella se siente identificado; piensa que alguna vez estuvo representado o fue protagonista del proceso más absurdo y sin sentido de la Historia: Cristo Dios, juzgado por tribunales humanos.

En los pasos de misterio, que impresionantes suben Argote de Molina o en quiebro dulce toman Placentines, las imágenes no adornan: tienen rostro y tienen nombre.

En el huerto de los olivos el Señor orante en Montesión expresa la impotencia del que tenía que beber el cáliz en su agonía. Mientras el sueño de la indiferencia de los discípulos, puso al Ungido, en una soledad angustiosa, Judas por el contrario vagaba por la calle Santiago bien despierto.

Prendido en la oscuridad de la noche en la Hermandad de los Panaderos, pensaría para sus adentros, en pesadillas de inquietud, que la Pasión se repetía en sus más duros momentos.

El desprecio y la burla de Herodes en la Amargura, recibe por respuesta el Silencio del Señor y un Pilatos atormentado, que destruyó su honradez por intereses humanos lo presenta en San Benito a Sevilla, señalándole: “Ecce Hispalis”.

Y los ojos del Cristo de la Presentación que mira con pena a la ciudad, añorando su viejo puente, dirige enturbiada su mirada reconociéndonos uno a uno en un diálogo memorable que nos restaura de la culpa.

A otros echa de menos, a los que reprochan nuestras Cofradías sin ofrecer nada a cambio, a los que dogmatizan, a los que saben tanto, a los que pontifican, para ellos resuena en los labios de Pilatos el eco de su palabra: ¿Y cuál es vuestra verdad?.

Cada Semana Santa, y todas son distintas, va cautivando al que le busca.

Qué inigualable sensación en Santa Genoveva, ver caminar al Cautivo y el Tiro de Línea justificado se crece, porque se cumplen cincuenta años que el barrio entero le dijo “Vamos contigo Cautivo, que juntos podemos hacer un mundo mejor”. Cerca del Barrio León, el Señor del Soberano Poder, dobla su cintura hacia delante en la Residencia de las Hermanas de Consolación y hasta el mismo Caifás sabe que la Señora de la Salud no vino hace unos meses a ser jardinera de un día porque Ella es la Reina y la Flor, capaz de nacer y morir con los que allí viven.

Cada Virgen de Sevilla se hace carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos y le rendimos pleitesía en besamanos permanente como a las que nos dieron la vida y tal vez ya estén ausentes.

Sagradas imágenes que el cofrade venera, proyectando en ellas el rostro de las que han sido la razón de nuestra existencia cofradiera, las que nos vistieron la túnica, prepararon el costal, nos llevaron a jurar el libro de reglas y por verlas de nuevo un instante y escuchar su voz, estaríamos dispuestos a dar la vida si preciso fuere.

La Madre de Loreto sobrevuela en San Isidoro tu alma y en San Martín es anhelo para un Buen Fin de tus días. De amor quedarás preso con la Reina de las Mercedes, indultando a pecadores que desean dar alcance a la Gloria azul purísima que en sus ojos irradia Consolación, Madre de la Iglesia.

Duelo de la Madre de Villaviciosa, en la muerte tronchada en San Gregorio, como Dolores se comparten en la mirada al cielo de Santa Cruz a San Vicente entre naranjos que las cortejan, o añadirle al Dolor el sufrimiento Mayor cuando el Traspaso rompe el alma que ni San Juan llega a saber consolar.

Con la Cabeza se anda el camino de Sevilla a Sierra Morena al son de campanilleros que van de ida y de vuelta; Rocío que derrama la Gracia de un nuevo Pentecostés y Desamparados hospitalaria sanando heridas de nuestra carne cuando enferma. Merced, ausente de su Colegiata, santuario de lágrimas, vestida de novia con saya de Reina Madre.

Encarnación que en la vieja Cava del ayer y en la Calzada del hoy reparte la dulzura de hermanita de los pobres, Presentación de sin par belleza para las noches oscuras del alma que Ella revive y despierta con el trono de su realeza, poniendo arca de flores, al sinfín de sus virtudes.

Y entre misterio y misterio, la Virgen del Rosario, repasando por la calle Feria, el dulce salmo sonoro de las cuentas toreras y aztecas de sus varales.

Pero será en la Huerta del Rey, renovando la historia de la Reconquista en un antiguo arrabal de moriscos, con tropas pasando la revista del Santísimo Sacramento con el Santo Rey, donde la Virgen del Refugio otorga el título de Mariana a todas nuestras advocaciones y a la ciudad que así lo confiesa.


Florece igual que una flor
la Rosa de San Bernardo
y el amor le pudo al cardo
le pudo al cardo el amor...
Grana y oro es el color
de tu manto en movimiento
que como veleta al viento
va meciéndose artillera,
Refugio, Virgen torera,
por la calle Campamento.


Los cofrades somos los altavoces de su Palabra en un mundo que silencia su nombre, que lo evita en la escuela, que lo deforma con el relativismo del que todo lo reduce a trivialidades y adocenamiento.

Dicen algunos de Ti, Jesús Nazareno de Triana, que con el peso en tus espaldas, buscas desde la calle Castilla, alguien que te deje hablar, que tus conceptos no valen, que este mundo moderno necesita algo más que promesas sobre un Reino de hermanos y de felicidad vivida después de tu Buena Muerte cuando sales de San Julián.

Vienes por Molviedro en Dolores apenado por quienes te despojan y expolian tratando de revestirse de Ti con sus demagogias, medias verdades, hipocresías y halagos. En La Exaltación, prometiste atraer a todos, incluso a aquellos que fueron recompensados con tu perdón, después de ser crucificado.

Si por Pureza, San Vicente y Luchana tres veces te caes y arrastras en los umbrales de posadas diarias que cierran las puertas a tu venida, el Cirineo y Sevilla las abren de par en par, anunciando contigo: “no tengáis miedo”, “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Quédate con nosotros y siéntate Señor junto a los nuestros, como lo estás hace trescientos cincuenta años en las Penas de Triana, mirando extasiado al cielo con las manos entrelazadas, como meditas tan callado en la Humildad y Paciencia y en lágrimas de despedida en la Salud del viajero que nunca desamparas.

Dale vueltas en tu mente, a este mundo de guerras que parece romperse. Siéntate cerca del penitente, que por su cabeza en el silencio que lleva hasta Santa María de la Sede, tantos interrogantes, sufrimientos y dudas van y vuelven.

Siéntate, Señor, despreciado con espinas, burlas y cañas, con el Valle de tus ojos que son espejos para el alma. Siéntate, Maestro, una vez más en la barca, para que amaine el viento, la marea, la vorágine, el yugo y la espada de quienes quieren quitarte de en medio con credos que no fraguan.

Desde la Anunciación llega a San Esteban tu voz, que en el vacío del infinito, doliéndose contigo, el sevillano proclama:


De escarnio te coronaron
y te abrieron las heridas
Con burlas y reverencias
mofándose te decían:
“Si es verdad que tú eres Dios,
seguro te salvarías”.
Y lloró el Hijo del hombre,
Dios mismo sintió fatiga;
lloraron en las alturas
los ángeles de la brisa
y de un cielo de tinieblas
se cubrió la Tierra misma.

Y lloraba la saeta
entre balcones y esquinas
lloraron de los naranjos
azahares de agonía.
Lloró con el costalero
el costal de emoción viva
por llorar hasta lloraba
la cera en los guardabrisas.
Lloraba cirios de fe toda la candelería
y en pleamares de llanto
el río lloró en su orilla
y el aire lloró en silencio
en esa noche tan íntima.

Todo era llanto en tu Valle
llanto en la torre y la ojiva
porque al sentir en tus sienes
el fuego de las espinas,
cinco gotas de rocío
rodaron por tus mejillas
y al verte llorar, Señor,
¡lloraba de amor Sevilla!


En la Semana Santa que discurre todos los días del año en las casas de hermandad un grupo de jóvenes siempre salen al encuentro, como si San Juan el discípulo amado, a la vida volviese. He convivido con ellos, vibran con sus Titulares demostrando que la verdadera devoción va más allá de besar crucifijos, hacer profundas inclinaciones o suspirar con oraciones bisbiseadas en voz baja.

Reclamo su voz y su presencia porque fui de ellos, y con ellos descubrí la grandeza y entrega del joven en su Hermandad, como en tiempos de universitario en la antigua fábrica de tabacos, cuando acudía cada mediodía a recibir su lección magistral de vida.

¿Qué muerte es la tuya que tanta vida engendra expuesta en cátedra arbórea de libre pensamiento? ¿Cómo no recapacitar el camino, cuando la sombra de tus brazos dejas clavada en nosotros apostando por la juventud de la que tantos desconfían?

Por eso te levantan a pulso y te llevan despacio porque duermes y sueñas con un mañana cercano de Esperanza. Cuando despiertes Cristo mío, y me presente al examen en la intimidad de tu noche en la Universidad, dejaré a tus pies mi oración joven para que antes que el reloj marque la hora de finalizar la Carrera de mi vida, levantes tu cara regalándome el aprobado del corazón.


Poquito a poco valientes,
que va sereno, dormido
no quiero que te despierten
por el Arco del Postigo
¡Cristo de la Buena Muerte!


Dijo el Maestro, que este amor tiene su precio y que no es posible servirle y amarlo sin cargar con su Cruz.

Así lo han visto los Hermanos de San Juan de Dios que han confeccionado con la nobleza de la plata de su entrega, de la misma blancura de las sienes que peinan los acogidos en el cercano hospital a la Iglesia de la Misericordia, el mejor altar para que Jesús de Pasión no añore el monumento argéntico de su capilla en el Salvador.

En San Nicolás lleva las dolencias del maltrecho en la Salud y el camino agotado lo serena Candelaria, entre almenas del Alcázar, conquistando al que la mira en el jardín del sevillano pintor, que la transfiguró en Inmaculada, aquella que defendía la Hermandad del Silencio desde 1615 a capa y espada.

Cómo nos gusta escuchar, los silencios de Sevilla.

En la augusta madrugada, se mueven los históricos cimientos hispalenses entre la algarabía de los barrios y el enmudecer de la vieja ciudad. Cuando una saeta rompa la noche a la Cruz de Guía por San Antonio Abad pidiendo silencio al pueblo cristiano, el chisporroteo de los cirios, el chirriar del cerrojo de una puerta y el crujir de la madera, avisan de su llegada.

Divino Nazareno de Silencio, que haces callar a Sevilla porque no hablas ni siquiera en voz baja; porque ni gritas ni te quejas ni dices lo que sientes abrazado a esa cruz tan alta. Riqueza de Silencio de dos ángeles que alumbran tu carey y tu cara, que saben lo que nadie escucha, pero iluminan discretos la ausencia de tus palabras. Deja por una noche, Señor, que las repita el azahar, que a tu Madre de la Concepción quieren entonar con Miguel del Cid, otro 8 de diciembre de júbilo celestial: “Todo el Mundo en General, diga que sois concebida, sin pecado original”. ¡Cómo nos gusta escuchar los silencios de Sevilla!.

Tenía que ser esta bendita ciudad, para que la aspiración del salmista quedara manifiesta y se hiciera real, en la figura del Divino caminante en San Lorenzo. “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. El rostro del creyente mira su semblante para sentirlo uno de los suyos.

Tiene Getsemaní en su camarín; restos de sudor y sangre que ahora en serpiente tentadora enroscan su cabeza. Todo lo ha asumido. No se queda quieto, siempre avanza decidido hacia el Calvario para cumplir lo escrito y anunciado por los profetas, y los sevillanos lo queremos lo que no está en los escritos.

La peana del Señor del Gran Poder se ha transformado con el tiempo en un muro de las lamentaciones. Hasta Él llegan cada viernes a poner la cabeza en su Cruz, besar su talón y dejar papeles entre las grietas y rendijas de su basamento con nombres, enfermos, intenciones, sueños incumplidos y amores imposibles. Como si al Señor le hiciera falta el papel cuando nuestros nombres los lleva escritos en la palma de su mano.

Sólo Él consuela, lo saben sus vecinos, sus devotos, el cura ciego que los confiesa, la túnica gastada de Fray Diego de Cádiz; lo saben sus potencias, y hasta la túnica persa que sus fieles tocan esperando el prodigio.

No se ha ido de este mundo para desentenderse de nuestras penas, no se ha escondido ni tapado sus ojos, Él, el Gran Poder, entre nosotros se queda.


El Gran Poder cuando pasa
no pasa, siempre se queda,
porque está en los corazones
de todo aquel que le reza,
de todo aquel que le mira,
de esas mujeres con velas
que lo siguen cada año
para cumplir su promesa.

Y Él está con los que sufren,
con los que tienen tristeza,
con los que están agobiados
y también con los que enferman,
y en todo el que le acompaña
con cirio y trabajadera.

Que el Gran Poder nunca pasa
no pasa, siempre se queda,
y hay en sus ojos dulzura,
y hay en su rostro pureza
y hay un amor infinito
de los pies a su cabeza
¡y hay una expresión divina
que borra el mal y lo aleja!.

Pasan la vida y los hombres
pero el Gran Poder se queda
igual que se queda el aire
que acaricia las veletas.

Pasan las horas, los días,
los meses, las primaveras,
y Él seguirá en San Lorenzo
con túnica nazarena,
con espinas en las sienes,
con la boca ya reseca,
con sus manos doloridas
y con su frente sangrienta,
llevando sobre su Cruz
nuestros pecados a cuestas.

Aunque el mundo esté en su mano
siempre el Gran Poder se queda,
y siendo Dios fue humillado
a pesar de su grandeza,
pero Él con su pisada
siempre avanza aunque no pueda.

Gran Poder del universo,
del sol y de las tormentas,
de lo bueno y de lo malo,
del día y de las tinieblas,
de la vida y de la muerte,
de los cielos y la Tierra.

Gran Poder por la Gavidia,
Gran Poder que nos esperas,
Gran Poder en la mañana
y bajo la luna llena;
Gran Poder que nos escuchas,
que nos perdona y consuela;
Gran Poder de mis anhelos,
obra completa y perfecta,
Gran Poder, Verdad del mundo,
Gran Poder de nuestra Iglesia,
Gran Poder, Luz y Camino
¡Gran Poder de Juan de Mesa!.

Pasarán siglos enteros,
y siempre aquí su presencia
entre el costal y el esparto,
y cera color tiniebla
entre un silencio que rompe
el llamador cuando suena.

Ven conmigo, sevillano,
que hoy otra vez es Cuaresma;
Dios me ha dicho que le siga
cumpliendo una penitencia.

Toma el ruán y el rosario
persigue esa tez morena,
tal como lo vio tu madre,
como le rezó tu abuela.

Todo se pare ante Él,
que la noche se detenga
y rezando le aliviemos
la carga de su madera.

¡Venid conmigo, venid!
que su zancada nos lleva
a un paraíso y a un Reino
donde no existen fronteras.

Que el Gran Poder nunca pasa
su palabra es verdadera
que en su rostro hay un mensaje
de ternura y fortaleza.

Para hacerse sevillano
bajó Dios hasta esta Tierra,
y por eso permanece
donde los vencejos vuelan
donde hasta el aire es distinto
y la Giralda se eleva.

Que el Gran Poder nunca pasa
nunca pasará, navega
andando sobre las aguas
y aquí en Sevilla se queda.


Siempre la siento cerca, como ahora, desde este ambón, su mano aniñada toca mi espalda como el que es tu pareja de cirio en el tramo y que tal vez sin conocerte, te dice: “Hermano: buena Estación de Penitencia”.

Hace unos instantes en su Capilla, la sombra de su palio se hacía ánimo ferviente sobre el hombro del pregonero. Ella, que gozosa está celebrando el Año Jubilar Guadalupano, me miraba agradeciendo la visita que le hacía días antes de sus cultos para llevarle mis rosas. Virgen Niña de Guadalupe, Extremeña y Mexicana, Reina sevillana de la Hispanidad, que desde tan cerca miras a un río que fue puerto y puerta de América, te ensalzo...


Emperatriz Hispana
del Lunes Santo,
quisiera ser Juan Diego,
llevar tu manto.

Y al ver que me sonríes,
tan orgullosa,
dejo ante Ti mi ofrenda,
te doy mis rosas.

Te doy mis rosas, Madre,
¡quién lo soñara!
que a mí me dio las flores
Miguel Mañara.

Se quedan en tu palio,
yo nunca supe,
que van contigo, Niña
de Guadalupe.

Mi Virgencita Indiana,
Flor de amaranto,
Emperatriz Hispana
del Lunes Santo.


Si la Virgen de las Aguas hace de su palio Museo itinerante de belleza y sus varales se cimbrean como espigas de trigo, la Señora de los Dolores por el Cerro es mosaico de azucena que trasmina la primavera.

Con blasones de realeza, Montserrat y Carretería, llevan las dos dalias del Viernes Santo que cuidaba Montpensier en su parque de San Telmo. Y la Virgen de las Angustias, con sus manos, las más elevadas, trasunta con su pena el leño del Divino Gitano de la Salud en un caudal y torrente de Gracia.

El primer gitano beatificado, Ceferino Jiménez Maya, “El Pelé”, puso el amor a Cristo y a la Virgen en las cumbres más altas de su perfección. Sumamente honrado, jamás en los tratos engañó a nadie y a todos socorría con sus limosnas. En la contemplación en el cielo de la belleza de la Virgen de las Angustias, le dirá mirándola a la cara: ¡Tú sí que tienes casta Madre! ¡Tú sí que eres el orgullo de nuestra raza gitana!


Para mecer bien tu palio
Angustias quisiera darte
al son de unas bambalinas
todo el misterio del arte,
de cera, mimbre y claveles,
bien repujados varales
y unas jarras canasteras
con resonancias ducales.

Para mecer bien tu palio
entre la tierra y el aire,
una cuadrilla gitana
con el Pelé que lo mande,
harían de esta Sevilla
una Cava de gigantes,
con el martillo en la fragua
y una voz de cante grande,
que la eleva un capataz
que está puesto en los altares.
Que para mecer tu palio
hay que saber embrujarte,
con tu cuadrilla torera
de costaleros juncales,
que bailen bajo tu paso
que por seguiriya igualen
y en el bronce de sus manos,
te recen igual que canten.

Que para llevar tu palio,
Angustias, para llevarte,
hay que quebrar las cinturas,
tener corazón y sangre
y rachear muy despacio
con chicotás celestiales

¡Qué voz la del capataz!
que llega al alma y la parte
que llega al alma y la funde
en el crisol de la sangre.
De San Román a las Dueñas
de las Dueñas hasta el Valle
la procesión más gitana
que pudiera imaginarse,
nos demuestra que la cera
no es lo único que arde
porque el corazón se quema
cuando quiere arrodillarse.

¡Al cielo con las Angustias!
¡al cielo con los varales¡
¡al cielo con la Gitana,
que ninguno la compare!


Porque la luz ha escogido
un rostro para mirarse
y entre inciensos y promesas,
entre querubines y ángeles,
todo está a punto, Señora,
para contigo quedarse
en la mañana del Viernes
desde las Dueñas al Valle,
que al mecerse bien tu palio
¡Se vuelve gitano el aire!


El pregonero que vino en una barcaza, quiere cruzar con su palabra el río grande y americanista, pisando descalzo como Moisés, la tierra sagrada y prometida de Triana, arrabal y guarda de Sevilla.

Repleta de hornos, renueva el patronazgo alfarero de las Santas Justa y Rufina que modelaron azulejos repartidos por cada esquina de Sevilla.

Muy pronto el Altozano, se hará Catedral al aire libre como testigo de la Coronación de la imagen de la primera Hermandad que cruzando un puente de barcas, vino a Sevilla con la bella Virgen de la O. La Expectación dolorosa, que regenta la parroquia de su nombre, hará que con su Coronación queden coronadas todas las Esperanzas que lloran en Sevilla.

Triana ha coronado simbólicamente a todas las Vírgenes que en ella tienen casa. Coronaron con el fervor de San Gonzalo a la que en el Tardón es Salud.

A quien sabe que siendo la mas bella y señorial de las Cigarreras, la Virgen de la Victoria, precisó que fuera el mismo Rey de España, quien la acompañara el Jueves Santo.

Coronar del oro que en el fundidor se forja, las sienes de Patrocinio, Medianera universal de la Gracia y Señorita Inmaculada, que lleva a sus pies en marfil y plata, esa Blanca Paloma del Rocío que es orgullo y gloria de su barrio de Triana.

Todas las Vírgenes de esta orilla del río, desde donde recibe su nombre hasta la “Nueva Triana”, están coronadas, como en oros solemnes se coronaron dos hermosas perlas, la Esperanza y la Estrella en el marco catedralicio.


Para rezar en Triana
tengo mi amor repartido
entre la Señá Santa Ana,
Victoria, O, Patrocinio,
Salud y en la Madrugada
mi alma llega al delirio
cuando diviso su cara
¡Tres veces su Hijo caído!

Cruza el puente y la campana
regresa por San Jacinto
y cuando llega a la Cava
la Cava es el cielo mismo.

Desde Sevilla a Triana
hay resplandores de cirios
y otra expresión en su cara
en el espejo del río
y otra luz en la alborada
cuando viene en su navío
y otra distinta fragancia
al desandar el camino.

Entre espumas deja el ancla
¡Qué clamor entre el gentío!
que arriba la capitana
y el aire es plegaria y grito
y al ver de frente a su hermana
sigue mi amor repartido.

Una, alfarera y gitana,
la otra vela en el camino.
Una es brisa de bonanza
la otra Luz del infinito.
Y dos Madres coronadas
en este barrio escogido
una Estrella, una Esperanza
y siempre igual el destino,
la valentía y la gracia,
el fulgor y el señorío,
el verde mar esmeralda,
y el azul más cristalino.

Se entrelazan las miradas
pero es el mismo latido.
Que se queden cara a cara,
la emoción se haga suspiro.
Marinera de mi alma,
¡quédate aquí en San Jacinto!
con tu vecina y hermana;
que está mi amor repartido
bajo el cielo de Triana.


Cada una de nuestras hermandades, ha sublimado la grandeza de sus titulares de palio o las que protagonizan la compañía de Cristo en cada uno de sus misterios.

En stabat mater permanente, Concepción, Remedios, Guía, Antigua y Mayor Dolor, la acompañan como la Giralda en la vertical que les guía hacia el cielo.

Los hermanos Servitas pusieron al sexto dolor toda la unción con que la Piedad acoge a la Providencia desclavada de la Cruz, como lo acaricia Descendido en la Sagrada Mortaja con dobles de muñidor que lo anuncian.

Así llega la Soledad del Convento de la antigua calle Catalanes, consolando los ancianos por Castelar, y Soledad del negro hábito de los hijos de María Dolorosa, que en la plaza de San Marcos pasea sus siete Dolores buscando el sepulcro del Santo Sábado.

Santa Ángela esposada con el divino madero llegó a asumir tanto el amor al glorioso árbol desnudo del Nazareno, que deseaba hondamente clavarse en él. Ella llegó a decir en una de sus cartas:

"Nuestro país es la cruz, en la cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la cruz somos forasteras”. Las Hermanas de la Cruz están dentro del espíritu de nuestras Hermandades y Cofradías. Y viceversa.

Todos los días hacen su estación de penitencia por Sevilla, caminando con el paso acelerado porque la caridad de Cristo les mete prisa. Al llegar la Cuaresma, por no sé que extraña simbiosis, Hermanas de la Cruz y Hermandades se identifican más en una preanunciación de sacrificio y gloria.

Cada una de sus casas tiene una puerta que siempre se abre, ya sea al Rey o al mendigo, al hambriento o al acomodado, al rico o al empobrecido. Su hábito tiene dimensiones sobrenaturales, lo han vestido igualando a todos en la dignidad al que lo acepta, ya sea una humilde zapatera o una Infanta de España.

Pero de hábito la que más sabe es aquélla con la que el Sábado de Pasión, las Hermanas de la Cruz, tienen una cita en San Juan de la Palma.

Ataviada la Señora en su palio con las mejores galas, dos Hermanas de la Cruz suben a ese trozo de cielo que es su peana, para prender en su saya, el rosario o corona de Madre María de la Purísima, para que junto al primer dolor coronado de Sevilla, repose la oración de una de sus más milagrosas hijas, achicándole la pena a la Amargura.


Va rezando la Amargura
hacia San Juan de la Palma
y la tristeza del alma
se llena ya de dulzura.
Todo se torna en ternura
y lo oscuro se hace luz,
las Hermanas de la Cruz
van saliendo del convento
y es el palio un firmamento
y la calle un contraluz.


La Virgen lleva el rosario
que Purísima tuviera,
un rosario de madera
de hábito y uso diario
como humilde escapulario
que cuelga de su cintura,
y al irse de la clausura
mientras se alejan los tramos,
otro Domingo de Ramos
va rezando la Amargura.


El Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica nos ha invitado a contemplar y definir la verdad del Amor, Así lo entiende el Crucificado del Salvador, Amor que devora y consume con el coraje de darlo todo para que Él sea conocido y amado.

Ni la Virgen del Valle, ni la del Socorro, pudieron vislumbrar, que por avatares del destino fuera la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús, el mejor lugar para colmar su morada compartida de un derroche de inocencia blanca un Domingo de Ramos.

Viejos códices de llanto se guardan en La Anunciación; llantos que sonorizan, en el paño de la Verónica, en el perfil vacilante del encuentro amargo, y en el prisma astral de dolor que son los ojos de la Virgen del Valle.

Es allí, donde los lienzos de Roelas, quisieron plasmar el Amor y la aflicción, donde un pelícano se parte el corazón para que beban sus hijos, donde la Virgen de los Reyes quiere ser mecida en el mejor techo de palio el primer día de nuestra Semana, donde Zaqueo sin pensarlo, tiene el mejor lugar para ser cronista de tantos y tantos sentimientos.

Allí, dos Madres lloran con el bendito dolor de su Valle de penas y el Socorro Perpetuo de su desconsuelo... Allí vio el pregonero a sus dos Vírgenes bajo la misma cúpula. Al llegar el Viernes de Dolores cuando baja en su traslado, la Señora cruza la mirada con la Virgen del Socorro.

Si al decir de Rodríguez Buzón, “como llora la Virgen del Valle solo lloran las madres de la tierra”, con Ella en la calle Laraña, también llora la orquídea delicada del Domingo de Ramos que el Jueves Santo muda en rosa de Pasión en su mano, entregando su corazón por Amor, el Cristo del Amor que no defrauda.


Amor de primavera florecida
sobre un leño de Amor crucificado,
Amor para olvidarnos del pecado,
Amor que deja el alma renacida.

En Ti nace y acaba nuestra vida,
Pelícano de Amor glorificado,
que pasas de lo humano a lo sagrado
pues vive en Ti el Amor y en Ti se anida.

Amor bajo tu sombra en los costales,
Amor de viña y panes candeales
que convierte en lagar tu canastilla.

Amor en lo más alto y más profundo
ejemplo para el hombre y para el mundo.
¡Amor! ¡Amor de Dios y de Sevilla!


La víspera del Domingo de Ramos, en la oscuridad de la parroquia de la Magdalena ya brilla el Misterio de mi Hermandad de la Quinta Angustia. El contraluz sobrecogedor del Cristo del Descendimiento impone silencio a los fieles que rodean el altar situado junto al respiradero del paso.

Desde su templete, el Dulce Nombre de Jesús contempla el ir y venir de los preparativos de la solemne Misa de Ramos de medianoche, mientras la sala capitular es un inmemorial recuerdo en la mente del sacerdote celebrante.

Recuerdos, cuando esa puerta pequeña de la Hermandad que ahora da paso a tantos hermanos que acuden, se abrieron para el por vez primera, cuando nadie lo conocía, para contemplar después cómo el irreal muro de la tradición, de las formas y la estética se derrumban ante el peso de una devoción común y compartida.

A la memoria vienen rápidamente rostros de hermanos. El capiller, los priostes, las camareras, el vestidor... Muchos de ellos esperan entre la multitud que llena la parroquia para recibir de sus manos el Cuerpo de Cristo, pero otros ya no están presentes porque el censo de habitantes de nuestra ciudad y las nóminas de algunas Hermandades tienen este año, números de menos en sus cuadrantes.

Hace poco marcharon al cielo, con la nobleza que los buenos cofrades saben llevar a las alturas, dos cristianos doblemente hermanos Luis Rodríguez-Caso y su hermano Vicente.

También doblemente conocían el amor de las manos de la Virgen de la Quinta Angustia porque fueron talladas por su padre tomando de modelo las de su propia madre.

Junto a la Virgen su escultor, el padre que le dio vida a la Señora que con un pañuelo en las manos secaba las dos lágrimas de sus dos únicos hijos que en poco más de un año, habían nacido en los ojos de la Virgen.

En La Quinta Angustia honramos a los que se fueron cogiendo con fuerza las cruces arbóreas que cada Jueves Santo nos recuerdan, que no hay amor sin Cruz y que solo Dios basta, que por algo nacimos en el Carmen, igual que Santa Teresa.

Esa fuerza será la que nos ayude a subir los peldaños del patíbulo de la Cruz con Nicodemo y Arimatea para descender a Cristo desde su arca de bronce, al más puro corazón de la Semana Santa de Sevilla.

Ya suenan las doce y es Domingo de Ramos. Ya en San Lorenzo el Gran Poder tiende a todos sus santas manos atadas, y ahora en la Magdalena el incienso y los sones de Amarguras inundan las naves del Convento de San Pablo. La procesión de entrada de la Misa de Ramos comienza y este sacerdote nazareno se encamina hasta el altar dirigiendo una suplica a María, su Virgen, en Su Quinta Angustia


Salve, Fuente de Amor y Consuelo. Salve, Esperanza del caído,
Rostro elevado al Cielo,
lagrimas ocultas para mostrarte mejor,
como la celestial Sevilla donde Tu habitas.

Que el amor de tus lágrimas
nos abran para siempre
las puertas de la celestial Sión.

Yo a Tu Hijo me consagro por entero.
Que mi vida sea como el pañuelo
y la sábana que tú sostienes,
consuelo y acogimiento de mis hermanos
que son el Descendimiento de Cristo
que cada día llega hasta mis manos.

No me olvides Madre mía,
mujer fuerte de Israel,
mi Quinta Angustia de María,
nuestra Quinta Angustia de Sevilla”.


La ciudad aparece en los albores de diciembre, pintada de tintes celestes de fervor mariano. Ante la Purísima que presidía el altar Mayor de la Catedral, un grupo de diez niños ataviados a la usanza dieciochesca nos disponíamos a ejecutar la tradicional danza ante la Virgen.

Yo formaba parte de aquel grupo de seises que en la aritmética mágica de Sevilla son diez y ya entonces evadía mi mente buscando el rostro de aquella Inmaculada a la que dirigíamos nuestro canto.

No tenía lejos mi amor. Sobre la Puerta de la Concepción, en el cuadro monumental de Grosso, tantas veces cantado en esta tribuna, la descubrí a Ella.

Cuántas veces soñando, con aquel hermano de la Cofradía de los Primitivos Nazarenos que en tan soberbio tapiz, parece un nazareno elevado a los altares en la Gloria de Bernini sevillana, como un santo canonizado con túnica, capirote y la bandera de voto concepcionista.

Quién sabe si fue un olvido del pintor tan insigne el no reflejar en su obra, un “armao” que transformara la espada inmaculista en el Senatus del Capitán de la Centuria. Ahora que de nuevo tomo mi barca para marcharme, sigo soñando con encontrarme un día tan cerca de Ella como están los seises del cuadro. Mis ojos son y serán siempre para Ella, mi invisible pareja en aquella danza.

Lo nuestro fue un flechazo de belleza, amor y respeto. Clavó hace treinta años su mirada en mi alma y desde entonces no me he resistido nunca a amarla. He crecido en ese amor y cada día, cada nuevo día que cruzo el Arco, parece que fuese el primero.

Un verso de amor me trajo hasta su puerta, una noche, celosamente guardada por esfinges de azucenas en otoño. Incliné mi frente ante sus ojos, esos que cambiaron el rumbo y la melodía de esta ciudad secular y el alma a los que ante Ella se postran. Y ahora por ser su pregonero he podido contemplarla de cerca y llevarla en mis brazos.

Le susurré al oído como un enamorado las coplas de mi niñez. Como alegre crótalo acompasaba mi canto, y sin ser el seise que bailó para Ella el 31 de mayo de su Coronación porque no conocía su cara, en ese instante, se hizo realidad aquel sueño que en su rostro pegado al mío me enamoró de Ella.


Qué sería, sí, qué sería
si Sevilla no tuviera
tu perfil de Niña Madre
ni tu sonrisa hecha pena,
sin la dulzura infinita
de la luz de tu inocencia,
sin tus ojos, sin tus labios,
sin tu extremada belleza,
sin el verde de tu manto,
sin tu atributo de Reina
sin los primores bordados
que hizo Rodríguez Ojeda,
sin que en tu pecho brillaran
las esmeraldas toreras,
sin que lloraras detrás,
del que tiene una Sentencia,
sin que pueda contemplarte
cuando el sol ya te refleja
sin que te entone una voz
una imprevista saeta,
sin el balcón adornado
que año tras año te sueña,
sin tu resplandor cautivo
por Resolana y por Feria,
sin pétalos que te cubran
cuando por Parras regresas
sin que atravieses el arco
sin que cruzaras la verja
sin que te roce la brisa
que baja por las almenas,
sin los ojos que te piden
sin la niña que te reza
sin la mujer que da gracias
sin el hombre que te ruega,
sin que el capataz te diga:
¡Vamos al cielo con Ella!.
Pero vives tan presente
que Sevilla siempre espera
y sueña con poder verte
otra madrugada eterna.

¡Ay! qué suerte Madre mía,
acompañarte tan cerca,
con vara basilical
y con rosario de cuentas,
ir delante de tu paso
y entre las dos maniguetas,
notar que me están llamando,
tus bambalinas de seda;
sentir que Tú me acompañas
como aquel niño -¿recuerdas?-
que aprendió a rezar contigo
y en Ti encontró la respuesta
para seguir el camino
de Jesucristo y Su Iglesia.

Mas mi sueño fue ser seise,
que bailara en tu presencia;
que el 31 de mayo
sonaran mis castañuelas.
Ser un seise que a tus plantas
exaltara tu belleza
y al verte ya coronada,
proclamara tu grandeza.
Y aquí me tienes hoy, Madre,
he cumplido mi promesa
que un sacerdote del pueblo
Tú me pediste que fuera.

Y aunque mi nombre florece
en tu jarra de azucenas,
sueño que al llegar el día,
en el que el alma se entrega,
seré seise que te baile,
en Tu gloria ¡Macarena!



ASÍ SEA