28 marzo 2007

1997 - Ignacio Montaño

Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 1997. Pronunciado por D. Ignacio Montaño Jiménez en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.


PÓRTICO

¡DIOS, Santa María y Sevilla!

Allá por noviembre, al hilo de la emoción recién estrenada, el Pregonero repetía una y otra vez tan feliz jaculatoria en el altar de sus devociones más sentidas. Y andaba buscando un símbolo, la arquitectura primera del Pregón, el crisol donde fundir su pobre palabra.

Era por noviembre y como un claro prodigio apareció, en la brumosa mañana, la imagen una y trina de la Virgen de los Reyes. Y con Ella, en la adornada espiga de su figura, el signo de la plenitud:

¡Dios, Santa María y Sevilla!

¡Qué Dios más sostenido ese Niño que sonríe a la mirada antigua de tantas generaciones de sevillanos!

¡Qué fiel reflejo de Santa María esta dulce escultura a la que el propio rey Felipe II llama “Reina de las imágenes de Nuestra Señora”!

¡Y Reina y Madre de Sevilla! Bandera de todos los sevillanos por las mañanas de agosto y entre el mar de estandartes y simpecados del Patio de los Naranjos, en la esperada ocasión de las bodas de oro de la excelsa Patrona.

Desde entonces, el Pregonero pide a la Madre de los Reyes la purificación de la palabra, mientras ofrece en su honor la almáciga de sus mejores sentimientos y la alegría de saborear la fe que recibió de los suyos; y ante el regalo de su designación, no encuentra muestra de gratitud mejor que pedirle a Ella por nuestro Arzobispo, por nuestra Alcaldesa, por el Consejo General de nuestras Hermandades y Cofradías y por su Presidente y por tan generoso presentador y por tantos buenos amigos y cofrades.

Y hoy, después de agradecer la presencia y el afecto de todos, quiere pagar a la Madre tanta donación con la letanía de piropos que recogen nuestras Reglas de siglos y, en el nombre de Sevilla, pone el Pregón bajo su amparo:

Virgen de los Reyes, palma de fe y celestial patrona, a quien Sevilla pregona desde el fondo de su alma. ¡Qué señorío se encalma en el altar de tu silla!

¡Qué serena maravilla siendo tan altas tus leyes, que por Ti reinan los reyes y eres Reina de Sevilla!

Sevilla graba en su escudo la leyenda mariana y en cal y luz engalana su rezo limpio y desnudo. La Virgen torna el saludo y en la paz de su capilla dice de forma sencilla bien asentada en su estrado: “¡Sevilla no me ha dejado y yo no dejo a Sevilla!”.


Y SEVILLA

EN el principio Dios creó los cielos y la tierra de Sevilla. Y vio Dios su hermosura y buscó a tartesios y fenicios, griegos y púnicos, romanos y árabes, para que labraran cimientos y murallas, raíces y saberes. Y así nacieron reyes y emperadores, poetas y filósofos, y un pueblo sensible y despierto.

Y tanto amó Dios a Sevilla que encomendó a sus gentes levantar, por encima de las azoteas de oro y de plata, la caña y el núcleo de la torre más libre que se acercó a los cielos; y se gustó Sevilla y se miró en el río que almenaban viñedos y álamos y, dueña y segura de su propia belleza, alcanzó a ser madre de todas las ciudades y rosa abierta en medio de la más fértil llanura.

Y tanto amó Dios a Sevilla que le dio el don de la fe y de la universalidad. Y guió los pasos y protegió la espada del Santo Rey Fernando. Y, ya para siempre, la Cruz presidió la alta torre de las veinticinco campanas y el perfil de las iglesias; y la paz de los muertos y el corazón de sus hijos.

Y tanto amó Dios a Sevilla que, viendo que ésta era ciudad noble y heroica, leal e invicta, quiso que fuera la tierra de su Madre.

Y la Virgen María se hizo presente en la rosa de los vientos de Sevilla:

Vírgenes de los Reyes y de los Olmos, de la Sede y de las Batallas; de la Antigua y de la Cinta; de las Nieves y de Valvanera; de las Madejas y del Pilar; de la Granada y del Reposo, del Buen Aire y de los Navegantes, del Amparo y de Rocamador; la Inmaculada Cieguecita y las Vírgenes del Tránsito y de la Alegría. Y tantas y tantas Asunciones y Rosarios y Vírgenes del Carmen y Divinas Pastoras.

Y tanto amó Dios a Sevilla que, al atardecer de los tiempos, la hizo caer en un sueño profundo y, mientras dormía, tomó barro de sus cuatro esquinas desiguales y con los árboles más dorados del arriate del otoño, la firmeza del yunque y el almirez del cante, y los vientos más limpios del mejor Aljarafe, y azulejos del alba y la cal más radiante; fue y le mezcló el azogue que temblaba en la sangre y en los ojos del río más azul de la tarde:

Y alzando la simiente en sus manos de Padre, la puso en la otra orilla y le infundió, al instante, el rumor de las alas de un revuelo de ángeles. Y quiso Dios su Gracia en milagro tan grande; y con joya tan clara y de tantos quilates, al llegar la mañana con su limpio celaje, fue y bendijo su imagen, ¡y la llamó Triana!


EN AQUEL TIEMPO

EN aquel tiempo, que cada primavera ilumina en nuestra memoria y en nuestros sentidos como tiempo nuestro, iba el Galileo de San Lorenzo por la estrechura de la madrugada en el Arenal cuando se dirigió a un grupo de carreteros, mercaderes y carpinteros de ribera del antiguo Malbaratillo; y alzando la voz desnuda de su sangre, les preguntó:

-“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”.

Ellos contestaron:

-“Unos dicen que eres la obra cumbre de Juan de Mesa, madera admirable, flor de la imaginería; otros, que un mito; aquéllos te explican sociológicamente, como una seña de identidad”.

Jesús, volviendo su mirada doliente y poderosa, insistió:

-“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

Ellos, a una sola voz, respondieron:

-“¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Gran Poder del Altísimo, el Señor de Sevilla que nos amas y que mueres por nosotros!”.

Y Jesús, antes de volver a dar una larga zancada con el peso de la cruz de nuestros pecados sobre sus hombros, sentenció para siempre:

-“¡Y tú eres Sevilla, la nueva Jerusalén, la ciudad de la Gracia, torre fuerte coronada por la Fe y niña de mis ojos. Y para siempre tu nombre estará escrito bajo la piel de la palma de mis manos, porque aunque la madre se olvide del hijo de sus entrañas, yo no me olvidaré de ti!”.

Y por esta sangre coagulada que se hace regalo del Cielo todos los viernes del año, el Pregonero jura, ante los Santos Evangelios y ante el Libro de Reglas, abierto por las imágenes de su mayor devoción, la esencia misma de la Semana Santa de Sevilla. Y aquí y ahora, confiesa:

¡Que Dios es Amor y que todo el Amor de Dios se manifiesta en Jesucristo, Dios y hombre verdadero! ¡Que el Dios de nuestra fe es un Dios cercano al hombre, comprometido con cada hombre, liberador de las flaquezas humanas y lleno de misericordia y de perdón! ¡Que murió por nosotros y que resucitó para siempre, dejándonos el legado de la mediación poderosa de nuestra bendita Madre Santa María Inmaculada!

¡Y esta es nuestra fe!

Evangelio del Amor que proclama sus verdades, según las Reglas cofrades y en el nombre del Señor. Todo el año es un fervor en el alma sevillana. Y cuando el Pregón desgrana su plegaria más sencilla, ¡ya está soñando Sevilla la primera en la Campana!


DE LA LUZ A LAS SOMBRAS

EVANGELIO DEL AMOR DE DIOS EN EL DOMINGO DE HOSANNAS

AMANECE Dios en la claridad primera del Domingo de Ramos. Crujen la caoba y el esparto en el umbral de los esplendores de Sevilla. Es el tiempo del Amor.

El Evangelio del Amor sale a las calles, con la blanca inocencia de los pequeños nazarenos que se asoman a la Plaza.

El Amor, alfa y omega del domingo de hosannas, es, al atardecer, ese Cristo verdaderamente muerto que se levanta sobre la fe de sus hermanos, para interpelarnos: “¿Qué habéis hecho con el Amor de Dios?”.

Y el nazareno, como el hijo pródigo, mira sus manos vacías y siente su pobreza: “Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra Ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el Amor del Padre, por muy lejos que esté el tramo del nazareno, saldrá a su encuentro y no le dejará siquiera pedir perdón.

Y cuando suena el compás de tres golpes de martillo y se vuelve al Salvador la verdad de un crucifijo, parece oírse una voz en los rincones más íntimos, que entona un canto de gloria sobre un silencio de lirios: “Nazareno del Amor, piensa que no ha muerto Cristo, ¡y que es mañana de Ramos en tu corazón de niño!”.

Porque Cristo no ha muerto. Cristo, el Cristo muerto por Amor, vive. Y vive en el Señor de la Victoria sobre el pecado; y vive en San Julián, tras su Buena Muerte, y en sus Penas por San Roque y por San Jacinto; y en su Humildad y Paciencia, y Despojado de sus Vestiduras y despreciado por Herodes, ¡Cristo vive!

Y ese lema se hace amor y sacrificio en el vergel de plata de la Virgen de la Paz; y en el alto patronazgo de la Hiniesta; y en la Gracia de la primera Esperanza que sale a la emoción de Sevilla, y en el celestial Socorro de la Madre.

Como testigos de esta fe tan profunda, junto a la pureza de los niños de la Borriquita, las Hermanas de la Cruz. Las Hijas de Sor Ángela que, arrodilladas, cantan a la Amargura de la Virgen y son testimonio elocuente del Amor del Dios vivo con los más necesitados.

Al llegar el paso, el perfil de una figura delicada y humilde que se adivina en las sombras fija el brillo cansado de sus ojos de madre en la conmovida belleza de Nuestra Señora.

Amargura sin frontera
que las lágrimas harán
rosa de pasión, imán
de la fe más verdadera.
Cruje el son de la madera
mientras las canciones van
del convento al paso, tan
sentidas que en la cera
se enciende de amor la espera
por el cielo de San Juan.
Canta el amor, necesita
hacerse canto y ternura
si sobre la cal más pura
surge la imagen bendita.
El incienso delimita
la luz de tanta hermosura.
Y en la paz de la clausura,
susurra madre Angelita:
“¡Mira que viene bonita
mi Virgen de la Amargura!”.

Ante tanta caridad, presente en la Sagrada Cena y en los ojos profundos de la Virgen del Subterrráneo, no basta el sacrificio de la cruz de penitente, ni el dolor de la trabajadera; este amor está por encima de la limosna y del Pregón, y de los cargos y de las jerarquías; porque la cara y la cruz de la moneda del amor de Dios nos llevan a compartir con el otro las alegrías y las tristezas. Como hizo durante toda su vida el Padre Gabriel Ramos, en las Tres Mil Viviendas, en la Parroquia Salesiana de San Pedro, y como Director Espiritual de la Hermandad de la Estrella.

Al enterarse de su muerte Triana recordó la hermosa leyenda de aquel cofrade que vistió durante más de cuarenta años su túnica blanca y que, al término de cada estación de penitencia, cansado y sediento, hacía el sacrificio de no beber el vaso de agua que le ofrecían. Y al pasar el Puente, de vuelta a casa, Dios pagaba su ofrenda encendiendo en el cielo de la madrugada la estrella más hermosa.

Un año vistió de nazareno, por primera vez, su nieto, y ya de recogida, el abuelo pensó: “Si no bebo, él tampoco lo hará”. Y renunció al milagro de la estrella compadecido de la sed del niño y ambos bebieron. Y aquella madrugada Dios iluminó la noche de Sevilla con dos brillantes luceros, como premio a la caridad.

Dentro de una semana Triana subirá hasta Sevilla y el Dios del Amor premiará, al pasar por el Guadalquivir, el testimonio de vida generosa de Gabriel y de tantos buenos trianeros con dos hermosísimas Estrellas: La Estrella que desde siempre se enciende en el corazón del Altozano y una Estrella Coronada sobre las aguas del río.

Triana tiene un sueño,
Triana sueña
que en su cielo más alto
brilla una Estrella.
Sueño bendito,
¡que esa Estrella es la Reina
de San Jacinto!
Triana tiene un sueño,
luz soñadora
que ilumina una Estrella
Madre y Señora.
Sueña Triana,
¡y ese sueño es la Estrella
de la mañana!
Triana tiene un sueño,
sueño trianero,
que brilla en San Jacinto
como un lucero.
Y al Altozano,
¡al verla, le parece
que está soñando!
Triana tiene un sueño,
y sueña el puente
su Estrella Coronada
por la corriente.
Llora la Estrella,
¡y Triana y su río
lloran con Ella!


EVANGELIO DEL DIOS CERCANO (Lunes Santo)

POR este Río Grande, la marea lleva el corazón del Pregonero hasta su Alcalá del Río natal; y cada tarde y cada noche, hilará la memoria de su sangre alcalareña con la devoción patente en las calles de Sevilla haciendo florecer en sus sentimientos cinco siglos de gloria cofrade: el Dulce Nombre de Jesús, la Vera Cruz y su Hermandad de la Soledad.

Las Cofradías del Lunes Santo, evangelio de la cercanía de Dios, volverán, en su setenta y cinco aniversario, a rubricar la fe de Sevilla en el Dios que se hace uno de nosotros, el Dios que vive a nuestro lado; el Dios que espera nuestra mano tendida, nuestro abrazo de hermandad, nuestro amor al prójimo.

Un Dios que, en la apretura de la calle Santiago, es traicionado por el amigo con un Beso. ¡Cuántas veces, con un beso, vendemos a Nuestro Padre Jesús de la Redención, en la presencia desconsolada de la Madre del Rocío!

Un Dios al que abandonan los suyos; y desde Santa Genoveva llegan a nuestra conciencia los cristos maniatados por el paro, presos por la droga, solos en esta sociedad aparentemente tan solidaria. Y con ellos, cercano, maniatado, preso y solo, el Dios Cautivo y las Mercedes de su bendita Madre.

Por San Gonzalo se reúne el Sanedrín. “Conviene que un hombre muera por el pueblo”. Y es que el fin justifica los medios y valen el atropello y las bofetadas. ¡Cuánto Caifás ante tanto inocente maltratado, ante tanto Jesús del Soberano Poder! ¡Cuánta cercanía en el sentimiento de la Virgen de la Salud!

En San Vicente o en San Isidoro el Dios que carga con nuestra cruz está tan cercano que besa casi el suelo de Sevilla, ante los Dolores de Nuestra Señora.

¡Y qué muerte más cercana la del Cristo que expira en el Museo y la del Dios que es sepultado por Caridad, junto a las Penas de su Madre y el dolor de Santa Marta! ¡Cuánta aflicción en el llanto inconsolable de la Virgen! Tanto llanto la inunda, que Sevilla buscó entre los nombres más dolientes para llamarla, con todo el corazón, su Virgen de las Aguas, símbolo memorable de nuestra Semana Santa en la nana de llantos del belén de vuelta que recreó el arte enamorado de Juan Valdés.

Y está tan cerca el Dios del Lunes Santo, tan enclavado en la Verdadera Cruz, tan con nosotros, y son tantas las Tristezas de la Madre, que sentimos como vergüenza cuando nos limitamos a ignorar, a esconder, a adulterar la verdad de ese madero.

Sevilla sabe dónde están las reliquias auténticas, el lignum crucis de la verdad de esta Cruz: ¡que son esas tablas sobre las que descansan cada noche la fatiga y la caridad de las hijas de Madre Angelita y de tantas monjas de clausura, y los trozos de la madera que calienta el frío de los más necesitados!

Cristo de la Veracruz, ¿cuál es tu cruz verdadera? ¿Esa labrada madera con cuatro hachones de luz, o tu verdadera cruz es de miserias y egidos? Jesús de los desvalidos y limpios de corazón, ¿te crucifico yo con mi pecado y mis olvidos? ¿Te crucifica mi mano si no entrega su talento, en otro calvario cruento con la pasión del hermano? Dios humilde y soberano hecho de roble y de cruz, dame la clave de tus clavos en esa madera, ¿cuál es tu cruz verdadera Cristo de la Veracruz?

El Pregonero vive este día su fe bajo el antifaz morado de la Hermandad de las Aguas, y junto a la Madre de Guadalupe.

“Uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante brotaron sangre y agua” (Jn. 18, 34). Lo dice fehacientemente el Apóstol Juan, testigo, con la Madre del Mayor Dolor, de la muerte consumada del Santísimo Cristo de las Aguas.

Aguas del Jordán, para un bautismo de penitencia; el agua de Caná convertida en el vino bueno por la mediación de María; el agua que forma el barro que cura a ciegos y a sordos; y el agua que bebió la Samaritana para no volver a tener sed.

Sale al aire del Arenal la madera todavía caliente de este Cristo muerto y nos llega un Dios tan cercano que su Reino está dentro de nosotros, en el cántaro de nuestro corazón lleno del Agua de su Gracia.

Y cuando el atardecer dibuja su silueta contra el Arco del Postigo no cabe Mayor Dolor en el corazón de esa Madre afligida.

Agua del costado abierto purifica nuestra espera si al sol de la primavera sale Jesucristo muerto. Agua de las Aguas, puerto que sirve al alma de abrigo. ¡Todo el barrio está contigo cuando en perfil de saeta se dibuja tu silueta en el Arco del Postigo!

Agua y sangre del costado que buscan cauce fecundo y que siembran por el mundo la voz de un crucificado. Longinos de lado a lado clavó la lanza, castigo de Aquél que por el amigo sufre y muere por Amor, y llora el Mayor Dolor en el Arco del Postigo.

Mayor Dolor el que llora en esa Madre abatida que muere por darnos vida junto a la cruz redentora. Y cuando llega la hora tremenda del enemigo ya no tiene más abrigo, consuelo ni porvenir que ver al Hijo morir en el Arco del Postigo.

Y Guadalupe, la Virgen Niña de la Anunciación, modelo de nuestras vidas al aceptar tan plenamente la Voluntad de Dios: “¡Hágase en mí según tu palabra!”.

Ya está Guadalupe con su gente. Trianeros que la imaginaron tan hermosa cuando se fundó la Hermandad, el mismo año en el que se colocaron las azucenas de bronce de la Giralda; vecinos de San Bartolomé que asistieron a su gozoso nacimiento; quienes se acostumbraron a su belleza durante el cálido hospedaje de los Terceros; fieles extremeños que la hicieron su Patrona; devotos de Méjico y de Venezuela; y todo el Arenal con los acogidos del Hospital de la Caridad presidiendo la jubilosa emoción.

Ya está la Virgen de Guadalupe en el cielo del aire, en las calles del barrio, sobre la oración y el esfuerzo de sus costaleros.

Subió hasta el cielo del aire el retablo de la Gracia, la gloria del Arenal, la Niña sencilla y santa cuyo corazón conmueven los suspiros y las lágrimas. Salió a las calles del barrio que le reza y que la aclama, bajo un palio que custodian varales firmes de plata. Y con velas de oraciones sobre mares de gargantas que para decir su nombre no necesitan palabras, fue sembrando devociones y recogiendo esperanzas. Porque Guadalupe es un silencio de alabanza y una saeta que cruza y que estremece y que clava al Dios más cercano y nuestro en lo más hondo del alma. Porque Guadalupe es un río de limpias aguas, afluente del Amor que habló a la samaritana, pues no vuelve a tener sed quien bebe en fuente tan alta. Por eso sus costaleros, costal de dolor y faja de firmeza y voluntad, las trabajaderas alzan desde la fe de su llanto hasta un cielo de giraldas. Está Guadalupe arriba en el altar de sus andas y el pañuelo de un piropo busca el nido de su cara: ¡Mi Virgen de Guadalupe, flor hispanoamericana y trigal de Extremadura, del Arenal soberana, gloria, reina, madre y niña! ¡Trianera y sevillana!


EVANGELIO DEL DIOS COMPROMETIDO (Martes Santo)

CADA Martes Santo el Dios cercano del Amor renueva su compromiso con Sevilla y nos propone actualizar nuestro propio compromiso con Él y con el prójimo.

Así, por el reflejo de las azucenas que juegan a las cuatro esquinas con el eclipse de sombra del Giraldillo, pasa el Cristo de las Misericordias.

¿Qué gloria buscas, qué luz de contornos celestiales, sobre el friso de azahares que amuralla Santa Cruz? ¡Qué camino de Emaús en tu mirada se advierte, si el sol más limpio y más fuerte tus Misericordias muestra! ¡Qué Cruz más Santa y más nuestra la Santa Cruz de tu muerte!
Y la voz crucificada de Cristo nos dice:

-“El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ungió y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista” (Lc. 4, 12).

El Cristo de las Almas por Santa Marina, el Cristo abofeteado en San Lorenzo y el Cristo de la Salud de San Nicolás salen esta tarde para comprometerse con el pobre, con el arrepentido, con el preso y con el ciego.

Y el Martes Santo, día de la Virgen más hermosa, la del más Dulce Nombre, pone en la Campana la advocación de la Madre más sentida por el Pregonero: los Dolores de la Santísima Virgen. Que por algo nació pared con pared con la Virgen de los Dolores en su Soledad Coronada, en un pueblo que es calle, guarda y collación de Sevilla, y por algo lleva sesenta años vistiéndose de nazareno suyo, desde los nueve meses, cuando su padre (ya en el Cielo con Ella) lo sentó entre dos varales y apoyado en el manto de su Madre Soleana hizo la primera y más hermosa chicotá de su vida.

Por todo eso, se le llena el alma al oír su nombre en los cuatro puntos cardinales de la fe de Sevilla.

¡Del Cerro, la luz doliente para enjugar tu amargura, de Molviedro la ternura tras tu dolor penitente! ¡Y en la paz de San Vicente el sol de tus resplandores! ¡Y de Santa Cruz, las flores! ¡Y en los Servitas, consuelo! ¡Toda Sevilla es pañuelo del llanto de tus Dolores!

“¡Este es el hombre!”, grita Pilatos en San Benito. ¡El Dios que se hace hombre, y hombre desheredado! Como esos ancianos de la Residencia de las Hermanitas de los Pobres, que anhelan volver cuanto antes junto a la Madre Coronada de la Encarnación.

Iba Nuestro Padre Jesús de la Presentación al Pueblo por la Puerta Carmona llevando de contraguía celestial a José Antonio Moore, “Chamaco”, cuando pasó por la Alcantarilla de las Madejas. Allí se acercó a un paralítico que esperaba junto a la Piscina Probática cuyas aguas, tras ser removidas por elÁngel del Señor, sanaban al primer tullido que se bañase en ellas.

Preguntó Cristo al paralítico: “¿Por qué no te acercas al agua de mi Gracia?”.

Y el paralítico (¡tantos paralíticos a nuestro alrededor!) contestó: “No tengo un hombre que me acerque a tu agua de vida eterna y otros llegan antes.”

Dijo entonces Nuestro Señor Jesucristo:

-“¿Que no tienes un hombre que te lleve hasta la vida verdadera y a la libertad de los hijos de Dios? Pues yo te presto cualquiera de mis cofrades sevillanos. Y aguardaré aquí contigo hasta ver tu corazón restañado, tu mirada limpia y tu alegría desbordada”.

Y uno de vosotros tomó al hermano sobre los hombros de un buen consejo, de una mano en las necesidades y se sintió buen samaritano y cirineo de las cruces de cuantos nos rodean.

Como esos costaleros de San Esteban que, con esfuerzo y delicadeza, con oración y con mimo, vencen el laberinto de la piedra para llevar hasta el Cielo a su Virgen de los Desamparados.

La luz de un temblor suicida
entre la piedra y la plata
y el corazón que delata
la emoción más contenida.
¡Por dónde cabe la vida
en esta gris crestería
que no admite travesía
que supere sus umbrales,
aunque traiga los avales
de nuestra Virgen María!
Piedra y plata, desafío
al jaque mate de un pulso.
El hombro toma el impulso
y siente un escalofrío.
La gracia del albedrío
se somete a disciplina,
y cuando el aire imagina
victoria de arquitectura
surge de la iglesia oscura
la flor de una bambalina.
Burlada la piedra, el paso
recupera su perfil
y estrena, al cielo de abril,
un gloria de sol y raso.

¿Quién sostiene este traspaso, este amparo verdadero?

¿Qué esfuerzo limpio y sincero siembra en el aire su flor, sino el hombro y el amor de un corazón costalero?

Flor del amparo incorpora el jardín de San Esteban que los costaleros llevan la mejor amparadora. Ampara Nuestra Señora la plegaria y el anhelo del dolor que se abre al vuelo en chicotás penitentes. ¡Todos por igual! ¡Valientes! ¡Al cielo con Ella! ¡Al cielo!

El Pregonero vio un Martes Santo, desde el interior de los Reales Alcázares, la plata azulada del paso de la Virgen de la Candelaria, por los Jardines de Murillo. Y sintió su voz:

-“¿Qué has hecho de tu hermano?”.

Y, desde entonces, sigue cada año a los ángeles que buscan el cielo desde el balcón de sus varales, para intentar hacer vida la estela luminosa del ejemplo de esta Madre que no es sólo Madre de Dios y Madre Nuestra, sino una Madre que se ocupa y se preocupa, de una manera especial, de sus hijos más necesitados, y que nos pide la mano de hermano de nuestra ayuda al prójimo.

Hace ahora veinticinco años de los primeros hermanos costaleros de Sevilla en la Hermandad de los Estudiantes y de aquella sentencia de Salvador el Penitente, válida para cuantos aspiramos a vivir comprometidos con el mensaje de Cristo:

-“Hermanos, voy a hablar una sola vez: ¡os está esperando Sevilla!”.

¡Señor de la Buena Muerte, que siembras tu Cruz en el alma de tanto sevillano buscando que florezcan nuestro arrepentimiento y la fuerza de tu gracia! ¡Que no defraudemos a Sevilla!

En Buena Muerte y madera se crucifica Sevilla cuando tu cruz es semilla de la mejor primavera. ¡Qué muerte tan verdadera en madera tan inerte! ¡Qué Dios tan firme y tan fuerte en cruz tan noble y tan alta, donde la vida que falta sobreabunda en Buena Muerte! Cuánta Angustia se ha dormido en el sereno estandarte que con madera y con arte labran tu amor y mi olvido. Mi corazón conmovido por tu mejor despedida busca esa paz que convida a seguirte y conocerte.

¡Qué Buena Muerte tu muerte si se hace Vida en mi vida!


EVANGELIO DEL DIOS LIBERADOR (Miércoles Santo)

RESUENAN como un eco Siete Palabras por el cielo de San Vicente para purificarnos de tanto peso muerto; con tanta fuerza y tanta verdad que una de esas Palabras se encarna al sol del Miércoles Santo en la entregada figura de Jesucristo que nos viene desde el barrio de Nervión:

-“¡Tengo Sed!”.

Este Dios cercano y comprometido con cada hombre, siente sed de almas; quiere librarnos del mal; liberarnos de las miserias de este mundo nuestro y de las ataduras de la esclavitud del pecado. “¿A quién buscáis?”, pregunta Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder por la calle Orfila, para pedir, después, nuestra libertad:

-“Si me buscáis a mí, dejad libres a éstos”.

Porque tú y yo hemos sido rescatados no con plata ni con oro, sino con la sangre redentora del Cristo de la Sagrada Lanzada.

Por eso no podemos servir a dos señores: Al Hijo Yacente de la Piedad del Baratillo y al dios del dinero; al Cristo de Burgos y al dios del egoísmo; al alma franciscana del Buen Fin y al desprecio por las cosas del hermano.

Un Buen Fin, para una mejor Resurrección, como la de aquel cofrade ejemplar que supo hacer feliz a su familia y a cuantos le conocieron, amigo irrepetible que se durmió junto a su Madre de la Palma, Rafael Vallejo, que con una copa en la mano pasó haciendo el bien y sembrando la paz. Y, además, con el espíritu verdadero del Pobrecito de Asís; esto es, con alegría y sin darse importancia. ¡Como el ejemplo de su Hermandad con los niños del Centro de Estimulación Precoz!

Porque ¡cuánta gente buena hay en la Semana Santa! Músicos, saeteros, servidores públicos, todos los que vienen de la periferia de la ciudad y de los pueblos vecinos, los que aguardan de pie las largas esperas, los niños que duermen en el hombro de sus padres, los de las sillas, los de las flores, los que están lejos, los enfermos. ¡Que todo es otra forma de vestir la túnica, otra forma de llevar las alpargatas y la faja! ¡Como tantos sacerdotes que acompañan y enriquecen con su ministerio el peregrinar cofrade de Sevilla!

¡Y cómo se han ido quedando en las esquinas del tiempo tantas páginas inolvidables de nuestra Semana Santa! Este año, con un recuerdo hondo y emotivo para la ausencia del Soria 9, que esté donde esté será siempre un trozo del alma sevillana.

Y aquellos batidores de Artillería, discípulos del inolvidable Brigada Rafael, que precedían la liberación, la Salud que nos alcanza el Cristo de San Bernardo y el celestial Refugio del corazón de la Madre que nos marca el camino de la verdadera Libertad: “¡Haced lo que Él os diga!”, que es ponerse siempre en las manos de Dios.

Una Giralda alfarera con Santa Justa y Rufina para esa Flor tan divina que San Bernardo venera. ¡Qué letanía artillera en tu rosario, Señora! En grana y en oro aflora tanta alabanza en tu honor, ¡Refugio del pecador y consuelo del que llora!

Y aquellas voces de saeta antigua con los tercios más sobrios, más de cante grande. La Niña de los Peines, su hermano Tomás, Centeno, el Niño Gloria, la Niña de la Alfalfa, Manolo Caracol...
¡Cuántas saetas clavadas en la emoción de Sevilla! ¡Y cuántas capaces de liberarnos y de comprometer nuestra vida cofrade!

“Si alguien te alza a ti la mano...”.

Y nos vamos a la espada, como el Apóstol Pedro en el Prendimiento que rompe el corazón de la Virgen de Regla. Mientras que a diario, en derredor nuestro, vemos cómo se alza la mano a tanto Cristo pobre, sin recursos, esclavo de tantas miserias, maltratado, solo o hambriento; y pasamos de largo.

Aún recuerdo la voz poderosa de Pepe Valencia, el del puesto en la Encarnación, elevándose sobre la muchedumbre para gritar su fe sencilla:

Desde El Calvario se oía el eco de un moribundo que en sus lamentos decía: ¡Estoy solito en el mundo, ampárame Madre mía!

¡Cuántos ecos nos llegan desde la cárcel!

¡Cuántos lamentos se oyen en los hospitales!

¡Cuánta soledad nos requiere desde los asilos y residencias!

¡Y cuánto desamparo desde tantos sitios, de tanta gente de nuestro propio mundo!

¡Qué saetas tendría que cantar el mismo Cristo liberador del Miércoles Santo para conmover el auténtico sentimiento cofrade de Sevilla, en el Pabellón Vasco o en Regina Mundi!

Y Sevilla confía en los hermosos nombres de la Madre como prenda segura de nuestra conversión. Porque hoy la Madre es Consolación y Refugio, Piedad y Caridad, Regla de vida y relicario de todos los Remedios; y es Guía y es Buen Fin; y Madre de Dios de la Palma y Virgen de la Palma que, como premio imperecedero, llevan los bienaventurados.

La noche del Baratillo, altar del Miércoles Santo en un cielo de palomas y ángeles toricantanos, cuelga rumores de río en los perfiles de un barrio hecho con sol de capotes sobre la cal de los patios.

Un paseillo de luces avanza como rosario de penitentes azules hasta poner en los labios piropos a la Piedad, a la Caridad su canto. Y cuando apaga la noche su perfume de naranjos y el amor en Soledad llora entre claveles blancos, Sevilla entera le ruega con el fervor de un aplauso y multiplica saetas con la garganta y las manos; que si no llega la voz se aprietan dedos crispados hasta que rompe en el aire un martinete gitano:

Desde el Calvario se oía el eco de un Dios cercano que en sus lamentos decía: “¡Ten compasión del hermano y ampáralo, Madre mía!”.


EVANGELIO DEL DIOS MISERICORDIOSO Y DE LA CARIDAD FRATERNA (Jueves Santo)

¡QUÉ hermosa está Sevilla la mañana del Dios de los sagrarios y cómo se nos muestra esta gloria en la pluma apasionada de su hijos!

¡Cuántas veces el Pregonero vio, sobre la madera arrodillada de un reclinatorio y ante la gala del Sagrario de la Magdalena, la figura humilde y creyente del maestro Juan Sierra, equidistante el atrio de su corazón de los ungüentos y de los óleos del Sagrado Descendimiento de la Quinta Angustia y del Señor del Calvario cansado de su larga hermosura! ¡Qué pobre y qué sincero nuestro recuerdo hacia quien hizo tanto por captar esta fragancia en su “Palma y cáliz de Sevilla”! Recuerdo compartido este año con el de su sobrino Paco Ferrán, ya junto a Nuestra Madre de los Dolores.

Por las antiguas collaciones, hay un rumor de mañana de Corpus. Y en Triana, Santa Ana, la Virgen y el Niño y la Madre Auxiliadora de los trianeros, la Sentaíta, parecen esperar el milagro de unos seises de la Cava, bailando sobre la juncia del Corpus Chico.

¡Cuánto enamorado, cuánta exageración del gozoso recinto de la ciudad más cantada, espléndida como el azul transparente de las laderas del aire!

Y cuántos hechos tan expresivos de la singularidad de esta tierra.

Como el testimonio reciente de cuando vino nuestro Arzobispo y quiso saber si era el prelado de mayor estatura en la sede de San Isidoro. La respuesta no pudo ser más descorazonadora:

Hubo diez más altos.

Insistió Fray Carlos: “¿Y el primer franciscano?”.

-“El quinto”, le contestaron.

-“Al menos seré el primero de Medina de Rioseco”.

Y le dijeron: “De Medina de Rioseco, el segundo”.

Y concluyó nuestro Arzobispo: “¡Hay que ver lo difícil que es ser en algo el primero en Sevilla!”.

¡Es Jueves Santo! Día del Dios misericordioso y de la caridad fraterna.

Cruza Nuestro Padre Jesús el torrente Cedrón hasta llegar a la calle Feria, al Huerto de los Olivos.

Cristo se arrodilla, se postra en tierra, cae sobre su rostro y pide en su Oración no beber el cáliz de la Pasión y de la Muerte. Y suda sangre y se entrega a la voluntad del Padre y debe esperar tres días el consuelo de la Resurrección.

Misterios Dolorosos para la Madre, en su Rosario de Montesión.

Dios te salve María del Rosario,
llena eres de Gracia y Dios contigo,
¡benditas tus entrañas de testigo
y bendito tu fruto de sagrario!
Santa Madre del Hijo trinitario,
Dios palabra, Dios hombre y Dios amigo,
quita las amapolas de mi trigo
en tu monte de gloria y de calvario.
Proclame Montesión tu letanía:
puerta de Dios, auxilio y alegría,
vaso de caridad y torre fuerte.
Ruega por nuestra rosa de los vientos
y la niñez de nuestros pensamientos.
¡Ahora y en la hora de la muerte!


Cristo es Atado a la Columna y Coronado de Espinas, y pasa con la Cruz al Hombro; y es elevado, con la Exaltación de la Cruz, por Santa Catalina.

El Cristo de la Fundación muere por todos los hombres, por los blancos y por los negros, por los judíos y por los musulmanes, por los creyentes y por los no creyentes. Ya no hay excusas para nuestra acepción de personas; porque si Dios muere por alguien de una manera prioritaria, es por el más pobre y más necesitado.

Contemplemos el fiel retrato del Dios del perdón en el paño de la Verónica, esta mujer valiente que da la cara cuando los hombres se avergüenzan de declararse amigos del reo, cuando lo venden por treinta monedas o por treinta vanidades, cuando ser de los suyos se convierte en un riesgo.

También la Semana Santa de Sevilla debe a las mujeres sus raíces más auténticas, lo mejor de sus tradiciones. Porque el testimonio de su fe es la piedra angular que sostiene, generación tras generación, tanta grandeza.

Y bendita entre todas las mujeres, por todas las generaciones, esta Virgen del Valle, la del llanto inconsolable que es capaz, con su misericordia, de aliviar todo el llanto de Sevilla.

Sale la Virgen del Valle y los ángeles del Cielo rezan con voz de marfil los más dolientes misterios. Cada gloria, una paloma; un sol, cada padrenuestro; y con cada avemaría el llanto más dulce y tierno. Viene la Virgen del Valle con hojillas de platero prendidas en su sollozo de granate terciopelo, y hay un temblor de plegarias sobre el llanto del incienso, hasta que sale a la brisa el favor de su pañuelo. Pasa la Virgen del Valle con el llanto más intenso en el verde de sus ojos y en el altar de su pecho.

Llora la Virgen del Valle el llanto del Hijo muerto; y cuando enciende la noche la oración de sus luceros, ¡tanto llanto la conmueve, lleva tanto llanto dentro, que el corazón de Sevilla es un Valle sin consuelo!

Cruza por Temprado la Virgen de la Victoria, más hermosa cuanto más doliente; y por Argote de Molina el esfuerzo de toda la Pasión ennoblece la presencia redentora del Dios y hombre verdadero.

No caben por Castelar todas las Angustias de la Madre, mientras el pudor de la noche ayuda a suavizar la impresionante escena del Dios muerto que desciende de la Cruz.

Tres calles de Sevilla, tres momentos estelares de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, tres Glorias del Jueves Santo.

Judas vendió con un beso al mejor de los nacidos, por mis traiciones y olvidos a tanta columna preso. Todo dolor tiene acceso a su corazón, cualquiera azota, escupe, macera su silencio maniatado. ¡Y llora por mi pecado una Madre Cigarrera!

¡Qué solemne laberinto de llantos, lino y ternura donde el aire es sepultura, donde el silencio es distinto! En el sagrado recinto siembra el Amor su semilla y la tarde se arrodilla con pena tan alta y mustia, ¡que pasa la Quinta Angustia por el alma de Sevilla!

La plata es viva oración, la cera se hace camino y el silencio es peregrino junto al Señor de Pasión. La rotunda salvación que levanta esa cadera es, en la noble madera de la larga cruz que avanza, una bienaventuranza de plata, silencio y cera.

Tres glorias del Jueves Santo en el altar de la noche, el más sagrado derroche de misericordia y llanto. Y en tanta emoción y en tanto sacramento del amor, tan sevillano esplendor: ¡la Victoria más hermosa, la Angustia más dolorosa y la Pasión del Señor!


EVANGELIO DE LA MUERTE DE DIOS (Viernes Santo)

DE la luz a la oscuridad, Sevilla vive día tras día este Misterio del Amor de Dios. Porque la Madrugada es otra manera de sentir la Redención: un ir de la oscuridad a la luz.

Por eso, hay una forma de ver la Semana Santa que enlaza las lágrimas de la Virgen de la Merced por la Pasión del Hijo, con el mediodía del Viernes Santo, cuando se oculta el sol y el corazón de la ciudad queda en tinieblas hacia las tres de la tarde.

Entonces el Cristo de la Salud, “gritando de nuevo con voz fuerte, entregó su espíritu” (Mt. 27, 50), ante el Mayor Dolor de su Madre.

Y es que, en el altar del Viernes Santo, le llega a Dios su hora.

Antes de su muerte, Cristo cae. Sevilla sufre por San Vicente, por San Isidoro y por Triana ante este Dios tan humano, tan débil, tan abatido por las caídas del prójimo.

Cristo caído en la cumbre del Viernes Santo.

¡Y ese Cristo a quien llora su Madre de Loreto, no es el último Cristo caído ante nuestros ojos, por las calles sevillanas!

Porque hay una Sevilla cuyos balcones no se miden por el abrazo de un Crucificado, una Sevilla sin Oficios Sagrados ni humanos beneficios, caída en la incultura, en el desamparo de la soledad y de la droga, en la desesperanza del paro, en la mendicidad y en el chabolismo.

Y el Viernes Santo y cualquier otro viernes del año, Cristo está caído en esa Sevilla. Un cristo sin el abrigo de los faldones de nuestra justicia y de nuestra caridad, sin la canastilla dorada de una digna subsistencia, sin los candelabros de la fe y sin las flores de la alegría.

Por eso, estas tres caídas de nuestra Carrera Oficial simbolizan tanto y tanto nos conmueven y nos obligan.


PRIMERA CAÍDA

Siente el peso de mi pecado el Nazareno morado que sale de San Vicente. Y ese penar elocuente del mismo Dios que se humilla cuando dobla la rodilla bajo la cruz de carey, ¡es la fuerza y es la ley del corazón de Sevilla!


SEGUNDA CAÍDA

Lloro ante este Dios abatido por mi culpa y por mi olvido, que vuelve a San Isidoro. Y esa túnica de oro es un doliente sagrario, Altar de Monte Calvario donde pongo mi deseo: ¡quién fuera tu Cirineo por la Cuesta del Rosario!


TERCERA CAÍDA

Mana la sangre de su rodilla y el corazón de Sevilla llora en la luz de Triana. Por el puente, Dios se hermana con el dolor de la gente. Y este dolor penitente que en la madrugada avanza ¡se convierte en Esperanza sobre la brisa del puente!

Y en la tarde del Viernes Santo Triana llega hasta Sevilla con su Virgen de la O. Toda la plenitud del Magníficat en esta Expectación que nos anuncia y acerca al Emmanuel, al Dios con nosotros, al Dios con Triana, a Nuestro Padre Jesús de la calle Castilla.

Vino el Arcángel Gabriel, en la humildad de Triana, a una doncella gitana ¡la Virgen más pura y fiel! “¡Por ti nacerá Emmanuel, en tu besana sencilla. Honra y Gloria de Sevilla, hombre justo y verdadero, ¡Dios con Triana y trianero! ¡y de la calle Castilla!”.

Por la Magdalena resuenan las palabras a Dimas. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Y hay un eco de colores inmaculistas en los nazarenos que acompañan el dolor de la Madre de Montserrat.

Cristo de la Conversión: Danos un corazón nuevo. ¡Que muera yo al pecado, como María, la de Magdala, que mira tu muerte y será el primer testigo de tu Resurrección!

El Dios cercano, comprometido, liberador y misericordioso, el Dios y hombre verdadero, muere en la Carretería. Y está la Madre junto a la Cruz pidiendo la escalera de nuestra oración, la sábana de nuestra caridad y el sepulcro donde enterrar el hombre viejo lleno de nuestras cobardías y nuestras traiciones.

Y muerto Dios, la Piedad de la Madre estremece el alma de Sevilla, mientras amortajan al ajusticiado las Santas Mujeres.

Es éste el momento más serio, cuando todos nos damos cuenta de lo que significa el desgarro de la muerte del Dios hecho hombre, mientras la campana del muñidor toca a muerte por Bustos Tavera.

Y la Soledad de la Madre. Que decir Soledad es decir, en el evangelio de dolor y desconsuelo del Viernes Santo, Soledad de San Buenaventura.

Y en toda la emoción de este Viernes, el Cachorro, que se asfixia en el aire de Triana, tan de verdad que esa misma mirada de muerte la hemos visto en la agonía verdadera de los hombres.
¡Cuántas madres en la expresión apenada de la Madre del Patrocinio!

¿Qué le falta al Cachorro para morir? ¿Por qué esa interminable lucha final?

El Cachorro vive, no muere en Triana; se aviva en la brisa del Charco la Pava con la gente suya que eleva plegarias, si con los silencios, si con las palabras. Ya en calle Castilla, rumorosa y larga, no encuentra horizontes y la luz le falta cuando duele el aire tibio de Triana. Sevilla es la puerta solemne y lejana. ¡Ay, qué espesa sangre de la frente mana! ¡Qué borroso y bruno perfil de Giralda! Florecen los clavos en las manos blancas mientras que se agita la voz que se apaga. Murieron los gritos en siete palabras y ya quiere Cristo cerrar este drama.

Un último aliento, un sello de lanzas y Sevilla que es la negra mortaja. ¡Qué silencio en Sierpes junto a la Campana! ¡Qué reloj de angustias al cruzar la Plaza! ¡Qué temblor en Génova! ¡Qué agónica estampa entre cera y noche por columnas sacras! De nuevo la vuelta. Arenal de barcas que tiemblan al paso de Dios que naufraga. Hace frío y sombras sobre las barandas al cruzar despacio el puente Triana. ¡Cómo mece el río la muerte que avanza, y la vida que se duerme en el agua! Calle de San Jorge frente a la Esperanza que llora en Pureza su cera quemada. ¡Virgen de la O, qué cruz más amarga cuando pasa el Hijo por la madrugada y un hilo de luna muere en su mirada! Y poquito a poco, cuando lo levantan costaleros buenos con amor y casta, el Cachorro sigue y sigue con ansias porque todavía, para la alborada de un cielo más alto, mi corazón falta. ¡Ay, Cachorro mío, quién resucitara a los versos niños de una vida en gracia! Y al mirar tus ojos con limpia mirada, entre una saeta y un dolor sin lágrimas que llega en la brisa del Charco la Pava, sentir que la Vida florece en Triana y gritar por dentro y en calles y en plazas ¡que el Cachorro vivo ha vuelto a mi alma!


EVANGELIO DE LA SOLEDAD DE LA MADRE (Sábado Santo)

HAY en el aire un silencio cansado, una mueca de abatimiento, el reflejo en los ojos de tanta compasión. Es Sábado Santo.

Y como queriendo grabar en nuestro ánimo lección tan elocuente, Sevilla repite de nuevo los pasos de la muerte del Hijo y de la Soledad de la Madre.

Descienden por la Trinidad el cuerpo del Crucificado y todavía es tiempo de Esperanza; de la Esperanza plena hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Templo del Espíritu Santo. Esperanza y Auxilio, Gloria trinitaria.

No caben en el pecho de Nuestra Madre de los Dolores, mientras contempla la muerte vencida del Cristo de la Providencia, los siete puñales del más absoluto de los desconsuelos.

Ha muerto Cristo y Sevilla asiste a su Santo Entierro. El Duelo lo preside la Virgen de Villaviciosa y la fe y la tradición rubrican alegóricamente el Triunfo de la Santa Cruz.

Y cuando se retira el cortejo, la Madre queda sola; sola en su Soledad.

La Soledad más agreste, el desamparo total sin frontera con alegría alguna, el corazón pelícano más roto, la tristeza y el silencio más abatidos.

Ya ni siquiera el cuerpo del Hijo desmayado en la muerte. ¡Tanta Soledad por San Lorenzo, que siendo suyo el primer paso de palio de la historia, sólo lleva esta noche su inclinada aflicción en el suave escalofrío del cielo de Sevilla!

Pero tan sola y tan estremecida por el llanto, todavía tiene fuerzas para acompañar nuestras soledades con su pañuelo y su regazo en la rotonda del Cementerio, donde el dolor de la gente que llora la pérdida de los suyos, eleva la unánime plegaria:

“Y después de este destierro muéstranos a Jesús”.

Cuántas veces en la madrugada fría de las noches de Cuaresma, con el eco lejano de cornetas y tambores que ensayan junto al Hospital de la Cinco Llagas, una solemne procesión de nazarenos que visten la túnica de su amortajada primavera llevan hasta la Soledad de la Madre al Cristo de las Mieles y le repiten los nombres de los sevillanos muertos que, por su mediación, están escritos en el Libro de la Gloria. Hermanos nuestros que subieron al Reino de los Cielos, mirando los ojos de esta devoción tan antigua de Sevilla y pidiendo su protección: ¡Soleá, dame la mano!

Porque la Soledad de la Virgen es también la última Esperanza de Sevilla.

Y aún queda una hermandad sevillana que no encierra el testimonio de su fe cofrade en el anillo de la carrera oficial. Una hermandad con el más largo y el más hermoso de los recorridos procesionales y que reúne todos y cada uno de los más exigentes requisitos: llevar a Dios, llevar el consuelo de Santa María y ser tan sevillanos como los primeros. Y esta hermandad ejemplar cuenta con más Cirineos y más Bolsas de Caridad que ninguna otra: Me estoy refiriendo a la hermandad que forman los trescientos siete misioneros de Sevilla y los cientos de monjas y cooperantes de nuestra tierra que recorren con la verdadera Cruz de Cristo los cinco continentes, desde el corazón de Sudamérica hasta el desamparo del Zaire y de Ruanda. ¡Dios les pague tantos sacrificios y encienda en la mano de sus mártires el cirio rojo de la mejor Sacramental, en la plenitud del Reino que Dios concede a quienes viven plenamente la verdad del Evangelio!


EVANGELIO DE LA MADRUGADA PLENA

CUANDO acaba de subir el Señor de Pasión el repecho final de su duro camino comienza a sentirse en la cal y en los naranjos de la piel de Sevilla la impaciencia de la Madrugada.
Y dijeron sus cofrades: “Hagamos la Madrugada tal y tan hermosa que quienes la contemplen nos tengan por locos por el amor de Dios y de su Santísima Madre”.

El Pregonero sabe que la Semana Santa de Sevilla ni tiene ni necesita explicación alguna y que, para comprender su más profundo significado, basta salir esta noche con el evangelio de un corazón abierto al amor.

Y así es como buscamos y hallamos, por las calles de la ciudad, al Dios que es exclusivamente bueno, al Dios que sale también a nuestro encuentro dispuesto siempre al abrazo y al perdón.
Y nos vamos con la Madre.

Con la Pura y Limpia, Virgen Inmaculada. Santa María de la Concepción, a la que Sevilla honró antes y más que nadie, hasta el extremo de llamarla el poeta:

“Sevillana concebida sin pecado original”.

Y con la Madre de la Presentación. ¡Ésta es la mujer! ¡Ésta es la columna que se asienta en la soledad del Calvario, como pilar y fortaleza!

Con el Mayor Dolor y Traspaso del corazón de Nuestra Señora, que es también el corazón de Sevilla.

Y con las Angustias de la Madre, gitana coronada por el amor de su gente.

¡Y nos vamos con la Esperanza!

Ya están condenando injustamente por la Resolana al Señor de la Sentencia. La verdad de su Reino compromete, inquieta y no deja montar la estratagema de una vida superficial. Y en una vigilia de oraciones y de prisas, el Arco se impacienta enhebrando los verdes capirotes.

De pronto, como de gloria, la Macarena. Como si el mismo Dios, sobre el cielo más alto, recreara la gracia y, por primera vez, se hiciera la luz.

¡Cómo explicar este gozo y este llanto, este milagro que renace cada primavera en el alma de Sevilla cuando se enciende en la Madrugada el sol de la Esperanza!

¿Qué inspiración divina lo hizo posible?

¿Quién hizo a la Macarena? ¿Qué gubia de amor la hizo? ¿Y quién talló el compromiso de su alegría y su pena? Y en aflicción tan serena, ¿quién dibujó sin tardanza una bienaventuranza hecha de gracia y de roble? ¿Quién hizo el perfil tan noble y tan dulce la esperanza?

¿Quién puso llanto en el ceño y en su boca la sonrisa? ¿Quién la ternura precisa en su mirada de ensueño? ¿Y el marfil, y el sol trigueño del nido de su mejilla? Pues, de tanta maravilla y con expresión tan plena, ¡Dios hizo a la Macarena la Esperanza de Sevilla!

Y el mismo corazón de Sevilla, desde el sentimiento de tanta devoción, espera al Gran Poder.

Salen de la Basílica las sombras, se repiten los altos testigos en la cal de San Lorenzo; parece como si nunca fuera a salir ese Dios de la túnica lisa.

Y antes de comulgar con esta Hostia de pan moreno, con esta Sangre de Dios coagulada, los labios mastican la oración más profunda, el padrenuestro más encarnado ante la cercanía de un Dios tan de los nuestros y tan poderoso.

Pan moreno, pan de pobres, aquel pan que saciaba el hambre de la gente humilde, el pan del pueblo, el pan del Dios de los que no tienen pan.

Dulce Señor de Sevilla, lirio de la madrugada que en sostenida zancada abandonas tu capilla.

¡Qué poderosa semilla la cruz de tu arquitectura cuando la noche moltura, sombra de Dios en el quicio, sangre de tu sacrificio con el pan de tu figura!

Pan de pobres, pan moreno para comulgar con hambre, sobre lahumana raigambre de tu perfil nazareno. Y junto al cáliz más lleno llanto de gente sencilla, que la fe que se arrodilla con la emoción del momento cambia en arrepentimiento el pecado de Sevilla.

Pan moreno que se almena con la espina de la frente y custodia penitente en la madrugada plena.

Ante esa limpia patena toda Sevilla se asombre y comulgue con el nombre que es plenitud de tu ser. ¡Qué bien puesto Gran Poder al mismo Dios hecho hombre!

Y llega Triana. Y rebosa el amor de Pureza en el Altozano. Y el puente es paso de palio y el río es costalero que lleva su larga chicotá hasta la misma Campana.

De Pureza a la Campana una Esperanza camina, ¡qué Esperanza tan divina mi Esperanza capitana! Trianera y sevillana ¡cómo me gana tu pena! Y cuando el dolor te llena de amarguras y de llanto, la luna del Viernes Santo besa tu cara morena.

Esperanza rosa y trigo, morena capitanía cuando se despierta el día en el Arco del Postigo. Mira que si no te digo el piropo de mi espera no veré la primavera reflejada en tu belleza, ¡que el mejor jardín se expresa en tu gracia trianera!

Empieza el sol y no acaba en la luz del Arenal, su canto de rosa y cal que te ilumina y te alaba.
Y las voces de la Cava en el yunque de la cera te dicen en verdadera letanía de alabanza ¡que no hay mejor Esperanza que mi Virgen trianera!

Esperanza capitana lleva tu barco a la orilla que la noche es de Sevilla pero el día es de Triana. Mira qué Señá Sant’Ana te está esperando en el puente, y el corazón de la gente que aguarda en el Altozano ¡a fuer de ser sevillano más trianero se siente!

Esperanza marinera: en la luz de tu capilla de los Marineros, brilla la gracia más trianera. Ningún corazón supiera explicar el sortilegio de ese bendito misterio que tú sabes de Triana, ¡que eres tú su Capitana por divino privilegio!

Que fue Dios omnipotente quien quiso tu señorío en esta parte del río con su sentencia elocuente: Toda Triana y el puente y hasta donde el río alcanza recen su dulce alabanza hacia la Madre más buena. ¡Esa Esperanza morena que es la mejor esperanza!

Y en las gradas de la calle Alemanes Sevilla recuerda sus raíces nazarenas y el modo sevillano de expresarlas.

Pasa el Silencio. El Silencio de Dios ante la mujer adúltera: “El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra”. Y en silencio, escribía en el suelo. El Silencio de Dios, después de que Pilatos lo interpelara: “¿Y qué es la Verdad?”; un silencio forzado por el cinismo que parece intervenir en nombre de los que no quieren ni oír hablar de la Palabra de Dios. Y el Silencio de Dios cuando muere tantas veces porque decidimos quitarlo de nuestras vidas.

En la Puerta del Perdón, como queriendo abrir nuestra voluntad, sobre los aldabones que cantan que no hay más Dios que Dios, el mármol recuerda que a deshora de la noche por allí se piden los Sacramentos. ¡Y qué tremendo sacramento de Dios es esta amoratada figura de Jesús Nazareno, que adelanta la verdad de su sacrificio y el perfil de su cruz de carey, a la mirada de Sevilla!

A deshora de la noche avanza Dios por Sevilla, un sacramento de sombra morada por las esquinas. Cruz de guía nazarena y los cirios que iluminan las paredes encaladas y las plegarias dormidas. Suena el martillo, convoca su llamada más precisa como plomada de Dios en la madrugada tibia. Cristo adelanta la cruz, mueve su perfil de espinas y va dejando su sangre derramada en las pupilas. A deshora de la noche avanza la Vida misma hecha varón de dolores y poderosa semilla.

Extiende Dios su mirada sobre la luz que amortigua ese peso de carey bordado en plata y ceniza. Resuenan treinta monedas contra su palabra viva, amortajando saetas en las gargantas más limpias. A deshora de la noche, a deshora y con porfía, escribe Dios con su sangre en la arena más antigua. Y en el misterio de un Dios que en los corazones grita, va clamando sus verdades el Silencio de Sevilla.

Entra en la Catedral la Macarena. Se recorta la luz de su armonía bajo las bóvedas oscuras. ¡Qué contraste el de este susurro conventual con el fervor de la calle!

Como aquel día de Cuaresma, en que el Pregonero subió, por encima de los ángeles y de los arcángeles, hasta el cielo de su camarín y, en una Anunciación gozosa, bajó en sus brazos hasta Sevilla la gloria de una Virgen iluminada por el blanco de sus ropas humildes, en cuyos ojos puso Dios toda la inmensidad que llenaba su Espíritu después que hizo la noche, y “que de frente y de perfil” rebosa hermosura y gracia plena.

Y este año Dios quiso repetir en Adviento su milagro y volvió a bendecirme con tan dulce peso. Y ya puedo deciros, como el anciano Simeón: Ahora, Señor, ya puedes sacar de este mundo a tu siervo, porque mis ojos han visto la gloria de Aquella a la que el Ángel llamó María, la Salve llama Esperanza nuestra y el corazón de Sevilla, su Virgen Macarena.

Detrás de tanto gozo, de tanto sentimiento, la Madrugada pone el contrapunto desnudo del Cristo del Calvario. La Cruz y Dios. La Cruz y la muerte del Hombre, en “una paz de claveles”. Sevilla se sobrecoge ante la amarilla palidez de este Cristo, ante el hombre que descansa sobre el pecho la rendida cabeza, sin acogerse a la divinidad de su persona; “entre humo de aceite y caoba de nieve”, “colgado de una cruz llevan este cadáver”, “la sagrada madera” de este Cristo tan nuestro.

Toda la muerte pasa por la luz de los hachones que llevan lentamente el Calvario de Dios hasta el hondo lenguaje de la noche más santa.

Y cuando el sol del Viernes Santo se recrea, por el Postigo del Aceite, en el manto de la Esperanza, Triana se impacienta junto al río. Ya no hay cárcel del Pópulo ni saeta quebrada en la falsilla de sus rejas, pero Sevilla entera se agolpa ante el estandarte de su Gracia.

Marinera en la gracia, trianera en pureza de calle y de misterio, tan gitana en moreno privilegio como flor en abierta primavera.

Por mi cielo más alto tu bandera, hacia tu libertad mi cautiverio; y la dulce corona del salterio sobre tu realeza medianera.

Y cuando te requiebra la Campana, la luz más sostenida y sevillana grita en el paraninfo de la luna:

¡Bendita sea tu madre Santa Ana, que, alfarera y con barro de Triana, te hizo nacer más guapa que ninguna!

Este Dios nuestro es tan humano, tan negro, tan mulato, tan emigrante, que nadie puede sentirse más discriminado, más ofendido, mássólo que Él.

En los Terceros, ¡tan cerca San Román!, ¡qué Cristo más auténtico! ¡Porque nacer en el Vacie es como nacer en el establo de Belén! ¡Porque emigrar en patera, es como huir a Egipto! ¡Porque un Carpintero de Nazaret es como un guardacoches de ahora! ¡Y porque, al fin y al cabo, la condena de Pilatos es tan injusta como tantas otras condenas nuestras!

Padre Nuestro, Jesús de la Salud, Undivel, Hijo de Undivel4, hermano de los pobres: ¡danos hoy nuestro pan de cada día!

Or manré nonró de cala chivel diñalo sejonia.

¡Señor, dales el pan de cada día a estos tus hijos tan amados! Porque, ¡qué mala suerte ser de los otros, de los marginados, de los que cargan con nuestro egoísmo!

Madrugada en San Román y Tú con la cruz a cuestas ante las duras respuestas que los pilatos te dan. Sentencian tu cante y van contra el color de tu piel. Ensangrentado clavel que pasas de mano en mano, no te quieren por gitano. ¡Qué cruz más grande, Undivel!

Y Sevilla busca de nuevo a su Esperanza, ya en la luz de calle Feria; con sus flores más hermosas, ante la Capilla de Montesión; y con el piropo de los geranios por los balcones de la calle Parras; y en el cumplido regreso por el cielo del Arco; y con la última saeta en el umbral de la Basílica.

¡Pasa la Macarena!

Sevilla encuentra la aurora cuando es de noche en Sevilla al salir de su capilla la luz de Nuestra Señora.

Rosa que el pueblo atesora entre varales de almena, ¡qué claridad tan serena pone al Arco resplandor cuando se asoma la flor de mi Virgen Macarena!

La más radiante silueta por Resolana florece, cuando el aire se estremece con la voz de una saeta. Y la noche más completa se hace madrugada plena en Sentencia que condena pero también en consuelo ¡ante esta rosa del cielo que es mi Virgen Macarena!

Luminosa gallardía que en calle Feria rebosa la fragancia de esta Rosa en la luz del nuevo día. ¡Qué gozosa teología que multiplica en cadena el sollozo de la pena y el cristal de la ternura, para sentir la hermosura de mi Virgen Macarena!

Rosa que Dios engalana como la flor más hermosa porque no existe otra rosa más guapa ni sevillana. Ni el dolor de la mañana del Viernes Santo refrena ante esa cara morena, el piropo y la alabanza, ¡cuando pasa la Esperanza de mi Virgen Macarena!

Y así hasta el mediodía. Y en Sevilla y en Triana, en el Arco y en el Puente, la Esperanza.

Y a lo largo del año, en nuestro corazón será siempre madrugada plena y pascua florida con la Gracia y la Esperanza de San Roque, la Esperanza trinitaria tan hermosa, la ofrenda y la luz de la calle Castilla en el llanto de la Virgen de la O. Y con la Divina Enfermera, en el relicario de San Martín.

Y será su palio un Arco o será su paso un Puente. Pero el alma sevillana tendrá su Esperanza siempre. ¡En Sevilla y en Triana!

Triana y Sevilla, orillas de un agua que es azulejo de escalofríos y de brisas, anillo del Arenal más íntimo, Jordán de fe y Guadalquivir de culturas, río grande para bautizar la cruz de mi Cristo de las Aguas.

Mano de amigo y de obrero con clavos de mi albedrío y el horizonte del río para la sed de un madero. El hijo del carpintero muere cada primavera mientras la brisa es ladera y altar de su sacrificio, y aún le queda por oficio moldear nuestra madera.

Mano de obrero y de amigo enclavada al horizonte donde el Arenal es Monte Calvario junto al Postigo. Y pone Dios por testigo a su Madre dolorida. Y agua y sangre de la herida son de su Reino exponente, cuando Sevilla es torrente de las Aguas de la Vida.

Gualquivir y Jordán para bautizar la Cruz; Cristo de la Aguas, Luz junto a María y San Juan. Cada Lunes Santo van las Aguas de su costado liberando de pecado nuestras ansias de Vivir. ¡Jordán y Guadalquivir en su pecho traspasado!


EL EVANGELIO DE LA RESURRECCIÓN

¡CRISTO ha resucitado! ¡Aleluya! Y un cielo de campanas preside la vigilia de las altas bóvedas, bajo las cuales pasaron Dios, Santa María y Sevilla durante nuestra Semana Santa.

Y con el gozo de la Resurrección que da sentido a nuestra fe, termina su Estación el Pregonero, que quiso que fuera su Madre de Guadalupe la especial intercesora ante el Santísimo Cristo de las Aguas, de su sentimiento cofrade. Y esta misma mañana, en la vecina Capilla del Rosario, y en el Monte Tabor de una Eucaristía inolvidable, puso a los pies de la Virgen Niña del Arenal el relicario de plata que labró la generosidad cofrade, con estas páginas llenas de amor y de gratitud a Dios, a Santa María y a Sevilla.

Y con este aval, argumenta y confirma:

¡Que Dios es Amor y que todo el Amor de Dios se manifiesta en Jesucristo, Dios y hombre verdadero!

¡Que el Dios de nuestra fe es un Dios cercano, comprometido, liberador y misericordioso! ¡Y que queremos ser y sentirnos hijos suyos y convivir el Amor con nuestro prójimo!

¡Ésta es la Palabra del Evangelio de Dios!

¡Ésta es la Palabra de las Reglas cofrades de Sevilla!

De cielo de Triana,
trigo y rosal,
hizo Dios a la Reina
del Arenal.
De trigo y viña,
¡Guadalupe tan alta,
Virgen tan niña!

Con azules de mares y oro de trigos, puso Dios a su Madre por el Postigo.
De trigo y tilma, ¡Guadalupe tan alta, Virgen tan niña!
De la lluvia más clara, de trigo y rosas bordó Dios ese llanto de Dolorosa.
Trigal y espinas, ¡Guadalupe tan alta, Virgen tan niña!
Con las Aguas de vida del Lunes Santo sembró Dios esta espiga y este milagro.
Flor tan divina, ¡Guadalupe tan alta, Virgen tan niña!
Mi Virgen niña: ¡Santa Madre de Dios y de Sevilla!


¡AMÉN!

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