tag:blogger.com,1999:blog-35306484575003777702023-11-15T10:42:38.918-08:00Pregones de Semana Santa de SevillaEl Pregón es para el cofrade sevillano el referente seguro de lo que ya está ocurriendo en las calles de su ciudad, impregnadas del olor y los sentimientos de las horas previas. Es el punto de partida de la cuenta atrás que entre aromas de azahar e incienso, de cera fundida y flores frescas, notas sonoras de cantos penitenciales y marchas cofradieras en la Semana de Pasión, nos conducirán, como en volandas de la primavera, a un nuevo y luminoso Domingo de Ramos.Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.comBlogger12125tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-26998280635178557072007-03-29T11:23:00.000-07:002007-03-29T12:10:39.647-07:002007 - Enrique Esquivias<div style="text-align: justify; color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2007. Pronunciado por D. Enrique Esquivias de la Cruz en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ENTRADA</span><br /><br />Hoy más que nunca, me gustaría que mis palabras pudieran llegar a los que sólo conocerán este pregón a través de la lectura; a los que no han podido disfrutar escuchando Amargura, ni lo harán en esta vida, como aquella niña que lo primero que oyó fueron las campanas del Cielo el día que supe que estaría con vosotros; a los que no saben por qué nos gusta tanto el arranque de Estrella Sublime o el trío de Esperanza Macarena; a los que nunca oirán las bambalinas de Gracia y Esperanza, resonando contra las paredes blancas de Caballerizas, tan solo vestidas con la luz de la candelería de Su paso, en ese momento de la noche en que vemos marcharse a la Virgen camino de San Roque, a compás de los versos de Rodríguez Buzón y nosotros nos quedamos solos, pisando el suelo que un momento antes pisaron Sus costaleros, dudando entre rematar en Triana, en San Juan de la Palma o en San Julián el día que estuvimos esperando todo el año y se nos ha escapado de la memoria sin darnos cuenta. Quisiera hacer temblar las entrañas de los que viven en un mundo de silencios, cuando una campana seca, destemplada y acompasada de un muñidor anuncia cortejo mortuorio de otra época, y lo que ya se nos escapa es la semana entera que sirve de excusa para el resto del año; una Mujer con Su Hijo en brazos, muerto por amor, cruza las calles cansadas del bullicio, dieciocho dolientes y una ciudad por testigo. Quisiera hacer llegar mi voz a los que no saben cómo es el rugido de expectación de otra Campana, después de la larga espera, cuando seis ciriales doblan la esquina de la antigua Farmacia Central, confirmando que la Más Hermosa entre las mujeres ya está parada en El Duque, a punto de dar la Madre de todas las Chicotás. Me dirijo a los que ignoran el crujido del madero del Crucificado de La Magdalena, tan muerto que todo a su alrededor llama a la muerte, Calvario inmenso de negrura que cruza Sevilla entre Esperanzas de Resurrección; o el tintineo de las campanitas de la borrica de la ilusión; el de las águilas de plata de la Señorita Alfarera, que pintaba loza fina en un taller del final de la calle Castilla; el crepitar de los hachones del que fue de Burgos y lo quisieron en Sevilla; los cantos de las Hermanitas a la más Señorial y más Amarga; el ruido de los corbatines contra los varales de la Panadera que engendró el Pan de Amor; el de los rosarios chocando contra doce varales calados, tan huecos como el sueño que dibujó un paso en sepia y marfil de un Jueves Santo que sólo existe en una calle Feria de oficios y mantillas; el redoble inconfundible de la Centuria; los solos de Julio Vera; la voz señorial, sacada de las viejas dinastías de los muelles, de Rafael Ariza mandando a su Virgen del nombre redondo; la de Alberto Gallardo llamando a su gente canela y clavo, para romper la mañana delante de una Gitana de piel morena y mantilla fina de encaje, Angustiada porque quieren matar a Su Hijo. Le hablo a los que nunca notarán cómo se descompone una marcha cuando la banda nos deja atrás, invirtiendo el orden de los instrumentos, mientras se disuelve la espera y nos quedamos con la mirada clavada en un manto, una corona y unos candelabros de cola.<br /><br />Y me dirijo también, cómo no, a los que todos los años vemos en las mismas calles, en las mismas esquinas, en las mismas sillas de rueda, a la misma hora y viendo la misma cofradía; a los que tienen que seguir disfrutando de la mano del padre o la madre, a pesar de que el calendario de la vida pudiera presumir otra cosa o a los que en la Ciudad de la Luz nunca la disfrutarán, como ese hombre, que yo conozco, repartiendo ilusiones todo el año entre El Duque y El Museo, que recobra la vista un lunes de primavera con la Fe y la Devoción, a través del brillo de la mirada más limpia y transparente de toda Sevilla, la de su Virgen de las Aguas.<br /><br />Hoy alzo mi voz por aquellos a quienes la vida quiso poner más trabas de las que ya de por sí tiene para todos, pero el Cielo les mantuvo la gracia de ser cofrades en Sevilla.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA LARGA ESPERA</span><br /><br />Con la Venia de Su Eminencia Reverendísima, Excmo. Sr. Alcalde, Ilmas. Autoridades, Sr. Presidente y Miembros del Consejo General de Hermandades y Cofradías, cofrades y amigos que me acompañáis en el teatro o me seguís a través de la televisión o la radio, señoras y señores:<br /><br />El 16 de Abril de 2.006 todo el Orbe Cristiano conmemoraba el acontecimiento más grande de la Historia, la Pascua de Resurrección. Nuestra ciudad había amanecido con una aparente calma.<br /><br />Los templos, ya presididos por el Cirio Pascual, escondían celosamente el misterio que habían desparramado por las calles unos días antes y nada hacía pensar que éstos hubieran tenido algo especial. En definitiva, Sevilla volvía a su vida normal y nosotros dejábamos de identificar sus rincones con una ciudad irreal que sólo habíamos soñado la semana anterior. Pero sin solución de continuidad, volvimos a echarle un pulso a la realidad para construirnos otra ciudad, mucho más artificial, y durante seis días ponernos El Mundo por montera y farolillo. La Feria pasó y las tardes empezaron a crecer. Llegó el mes de las flores a María, y un buen día miles de sevillanos se echaron a los caminos en busca de una Pastora de sonrisa amplia y corazón puro, que vive en una marisma orgullosa de ser la Madre del Niño Dios que juguetea en sus brazos. Volvieron los peregrinos y casi sin tiempo de limpiarse el polvo del camino, se unieron al resto de sus paisanos para acompañar a Su Divina Majestad por las calles, mañanita fresca de romero, altares y Custodia de plata, tarde de ciudad soñolienta y desierta. Tiempo de apreturas de calor, de una ciudad que avanzaba sin remisión camino del estío. Y el General Verano plantó definitivamente sus huestes en Sevilla, que no tuvo más remedio que rendírsele, como cada año, para pedir, una única mañana, permiso de cautiverio y pasear a su Reina de Reyes entre varas de nardos.<br /><br />Pero no hay pena que cien años dure ni verano que aguante la llegada del otoño y de una ciudad que recobraba poco a poco el pulso, entre advocaciones de La Madre: Dolores, Mercedes, Rosario... La luz blanquecina que había anestesiado todo en verano iba tomando tonos dorados y los plataneros repartidos por las calles las cubrían de caprichosas alfombras jugando al viento.<br /><br />Llegaron las lluvias mientras nos preocupábamos de recordar a los que se fueron para siempre.<br /><br />En los sitios más habituales volvimos a ver colgados, como cada año, talonarios con las Imágenes que tanto queremos, extrañas cuentas de un rosario de adviento. Celebramos la proclamación de nuestro Dogma y un buen día, ya metidos en los fríos, entre Sevilla y Triana, cinco Vírgenes Encintas bajaron a nuestras plantas para confortarnos en la Esperanza de la Buena Nueva. Y la Buena Nueva llegó al son de una pandereta. Nos comimos las doce uvas para celebrar el primer día de Quinario en San Lorenzo y cruzó la ciudad una estela de ilusión, la noche mágica de los caramelos en que todos quisimos volver a ser niños. Y otra vez, casi sin tiempo para más, la Ciudad volvió a hacerle un guiño a la vida real para celebrar la Epifanía del Señor y la Primera Función Principal de Instituto. A renglón seguido la que todavía, con sabor antiguo, viene precedida de una Novena en honor al Señor que sufre, porque la cruz de nuestros pecados lo está doblegando. ¿Quién me presta un templo para rezarte una oración? ¿Quién me presta un templo para describir con una gubia de palabras Tu belleza? ¿Quién me presta un templo para ser alivio de Tu Pasión? ¿Quién me presta un templo para el Hijo de Dios en La Tierra?<br /><br />Las convocatorias de cultos se sucedían en las puertas de las iglesias, como hojas de un calendario que nos llevaba a un único destino, mientras los días empezaban a crecer al ritmo de nuestra ilusión. Hasta que por fin, el Invierno doblegó por completo reconociendo su final y dio paso a la antesala de lo eterno. Las tardes ya no eran oscuras, frías ni húmedas, sino decorados por los que pasear los sentidos y cada vez nos recordaban más a aquellas calles que habíamos vivido en un sueño de siete noches de primavera. Un día, de regreso a casa, ya tarde, nos encontramos con un ensayo y quisimos descubrir de qué paso se trataba, a través de los grandes lienzos que todavía cubrían el misterio. En la Puerta Carmona apareció la pancarta más entrañable y las tiendecillas de la Alcaicería se encontraron con las apreturas de todos los años.<br /><br />Y alguna mañana hemos pasado sin darnos cuenta bajo un naranjo y hemos sabido, con toda certeza, que el tiempo de lo auténtico ha llegado. Como niños, hemos perdido las tardes visitando iglesias donde las formas de la ilusión van tomando cuerpo y hemos vuelto a descubrir los pasos, como si fuera la primera vez.<br /><br />Pero todo eso ya ha pasado, sólo pertenece al mundo de lo real, el de los sentidos es otro que hoy empieza, porque hoy es Domingo de Pregón. Atrás ha quedado un año, con los mismos esfuerzos, alegrías y penas de siempre. Dejadlo pasar, despertad vuestros sentidos y disponeos a disfrutar del gozo de la Verdad. Sacudíos el tedio de todo el año, abrid los corazones y llenaos de ciudad. Hoy es Domingo de pregón.<br /><br />Y para anunciarlo esta ocasión, alguien cuyo bagaje, una vez más, ha tenido que suplir el Delegado de Fiestas con la amabilidad y la corrección que han sido norma de la casa durante estos años para todos nosotros y hoy, en el final del trayecto, le agradecemos. Ante vosotros este año, alguien que tiene sus raíces divididas entre un barrio de la Sevilla histórica, presidido por un mártir que le dio nombre al Sol y la más hermosa de las vegas de España, a cuya Dueña se encomienda en esta hora para que le colme de Su Gracia. Creedme bien si os digo que hoy me atrevo a ponerme delante de vosotros porque estoy plenamente convencido de que no soy más que una figura secundaria. No preocuparos tanto del Pregonero, el verdadero protagonismo del pregón está en el patio de butacas, delante de las televisiones, en cada transistor; este año yo el capataz, sí, pero vosotros siempre los costaleros. Vosotros, que contáis los años por Domingos de Ramos; vosotros, que de niños poníais un palote a cada día del calendario del colegio, para saber cuánto faltaba; vosotros, a quienes os sorprendieron al mismo tiempo vuestra madre y la adolescencia, con una mesilla de noche con cuatro velas encendidas en la cabeza, una marcha en el tocadiscos y el pasillo de casa convertido en La Campana, a la hora del estudio de cualquier tarde de febrero; vosotros, que en plena juventud os ibais a las tiendas de turistas de los alrededores de la Catedral, para buscar las postales del escudo de oro que os faltaban de la colección; que sabéis que el Foso se llama Palos de la Frontera y el tramo de los antiguos Juzgados Almirante Apodaca, porque lo aprendisteis en aquel programa Orientación, que traía cada año en la portada unos faroles de cruz de guía distintos y se os iba arrugando en el bolsillo de la chaqueta durante la semana, al mismo ritmo que se arrugaba la ilusión de la espera; que os da un pálpito de extraña emoción cada vez que tenéis que abrir un altillo para cambiar la ropa de temporada y veis la bolsa donde tenéis lo que para cualquier otro no es más que una simple túnica; que guardáis las papeletas de sitio como cuentas del rosario de la vida, que reserváis la última mirada de la noche a la medalla que cuelga del cabecero de la cama. A vosotros, que soñáis ya con lo que tenía que llegar, os pido que peguéis el cuello contra el palo de La Verdad, metáis los riñones de la Ilusión y os vengáis conmigo a pasearnos por la Ciudad que nos está esperando. Gracias querido Tte. Alcalde, pero mía no es la palabra sino de ellos, siempre de ellos. ¡Sevillanos!, si estáis puestos, no os lo dejéis robar nunca, a esta es vuestro pregón.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TESTIMONIO DE FE</span><br /><br />Y aquí estamos, un año más, después de la larga espera, dispuestos a plantarnos en la calle y hacer girar una ciudad entera a nuestra medida durante una semana. ¿Pero, por qué lo hacemos? Por seguir una tradición de siglos, una simple costumbre, ¿somos folklore?, ¿cultura?, ¿un fenómeno antropológico? ¿Realmente pintamos algo en la sociedad actual? Quizás la pregunta tenga que ir un poco más allá e interrogarnos si pintamos algo en la Iglesia actual. ¿Para qué y por qué salimos a la calle? ¿Quién viene caminando junto al Sumo Sacerdote? ¿Cómo se atreve a discutirle al poder establecido de lo políticamente correcto? Ni siquiera lo mira, pese a estar maniatado mantiene un extraño y distante gesto de desdén, ante quien todos los demás inclinan la cerviz en señal de sumiso respeto. ¿Cómo es capaz de convocar a esa multitud? ¿Qué tiene para que cientos de hombres y mujeres lo acompañen durante tantas horas. ¿Es un loco?, ¿un revolucionario? ¿O es simplemente el Hijo de Dios?, el único capaz de asegurar la Vida Eterna. Dichoso tú, Pedro, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino Mi padre del Cielo (Mt. 16, 17-18) Dichosos vosotros, gente sencilla del Tardón y del Barrio León, porque eso que decís no os lo han dicho ni los que mandan, ni los poderosos, ni los alquimistas de las promesas, sino la Fe de un pueblo. Dichosos hombres y mujeres de Sevilla que cada año salís al encuentro de Dios y Su Madre, sin más protagonismo que el de vuestra presencia y vuestro acompañamiento, ajenos quizás, a los entresijos de la Cofradía que contempláis e incluso con menos asistencia de la deseable a las iglesias durante el resto del año, pero fieles cumplidores de una cita que os la marcaron la Fe, la Devoción, el Tiempo y la Historia. Y vosotros, cofrades más comprometidos, cada vez que os impidan cruzar una acera con comodidad, cada vez que os obliguen a tomar el camino más largo por esas calles que sólo utilizáis estos días, cuando estéis un rato parados en la cola de Cerrajería para cruzar Sierpes, cuando una madre con un carrito ocupe todo el ancho de Alvarez Quintero o cuando una pandilla de jóvenes esté armando más ruido de la cuenta en la Encarnación, cada vez, en fin, que penséis que estaríais mejor con menos gente, no olvidéis que esa bendita Bulla es el mejor manto de fortaleza, el que nos ampara, nos cobija, nos justifica y nos protege. Salimos a la calle para dar un testimonio de Fe y el testimonio necesita testigos. A las Hermandades no solo las mantienen las Juntas de Gobierno, los cofrades ejemplares, los curas, el Consejo o el Pregonero, sino esos miles de sevillanos anónimos, que se echarán a la calle buscando algo más que la estética o la cultura, algo que quizás ellos mismos no sepan explicar como tampoco lo sabían los cinco mil que lo siguieron hasta Betsaida y a los que tuvo que dar de comer (Lucas 9, 10-17). Ellos también buscan un alimento, el de su propia salvación. Por eso, nuestra responsabilidad radica, precisamente, en que este sueño maravilloso que estamos a punto de vivir un año más, no se quede en una simple manifestación externa, sino que seamos capaces de conectar a toda una ciudad con el Misterio de la Fe.<br /><br />Corren tiempos difíciles para los creyentes. Hemos alcanzado la prosperidad, el llamado Mundo Occidental camina con paso firme hacia un bienestar que parece no tener límites, La Sociedad cree que así alcanzará la Felicidad y se ha permitido el lujo de olvidarse de Dios. Ya no lo necesita, lo desprecia, pero a quien está despreciando realmente es a sí misma mientras toma rumbo a ninguna parte. Qué majestuosidad la tuya Señor, cuando guardas silencio ante ese reyezuelo de pacotilla que se ríe de ti sin saber, pobre ingenuo, que se está riendo de su propia fealdad. Qué joyas de opereta, cómo se regodea en su propio vacío, rodeado de su camarilla de esbirros. Qué mamarracho de rey, aferrado al lujo pasajero y convertido en marioneta de sus propias limitaciones. Cayetano González no pudo haberlo hecho mejor, Señor, ni rodearte de forma más certera: Avanzas majestuoso en Tu poderoso canasto, inspirado en la peana más inspirada y más mía, avanzas con el señorío del que se sabe la única Verdad, el único camino a la Vida Eterna, mientras que ese monarca de la nada que se atrevió a despreciarte pensando que no te necesitaba, se jacta en su propia ignorancia.<br /><br />Pero no siempre resulta fácil permanecer firmes en nuestros principios, como lo hiciste Tú, Señor. No siempre aguantamos impasibles ante el poder, aun cuando ello nos suponga que nos despojen de todo, como hacen contigo en Molviedro o recibir algún que otro manotazo, como el que te propina ese miserable sayón cuando regresas a San Lorenzo o como los que recibe Tu Vicario en La Tierra por hablar de Paz, de Perdón, de Amor, por viajar a predicar tu palabra allí donde no se atreven los que sólo saben hablar agazapados. Sin embargo salimos a la calle para anunciar el Evangelio, porque por encima de todo somos Iglesia, la que él dirige y así nos tienen que aceptar, como fenómenos religiosos, más allá de un valor cultural que nadie niega, pero que nunca puede ni debe ser fundamento de nada, ni menos aun justificación de una realidad que se mantiene viva desde hace siglos.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">VENCEDOR DE LA MUERTE</span><br /><br />Esa dimensión es, precisamente, la que nos hace fuertes y la que nos permite encontrar respuesta a todo, incluso a aquello que ni el Progreso, ni los mayores adelantos de la Ciencia, encontrarán nunca solución ni menos aun explicación, aquello que sólo Tú eres capaz de vencer, La Muerte.<br /><br />La vences a primera hora de la tarde junto a las murallas del viejo arrabal de San Julián o cuando cae la noche y te recortas entre los tejados de Santa Cruz, implorando por todos nosotros ante un final aceptado que ya está marcado en Tu perfil, la mirada al cielo buscando un último aliento que no llega. La vences cuando en Tu serena belleza yaces en la hora del sepelio, mientras se forma una comitiva de dolor y ausencia junto a Tu Madre de Villaviciosa, evocando composiciones decimonónicas, o regresando a San Martín, mientras el militar clava una Lanzada de muerte sobre Tu propia Muerte.<br /><br />La vences cada Martes Santo, con el testimonio de cientos de estudiantes de la Vida. Un hombre ha muerto en la sencillez más absoluta, no hay oros, ni tallas repujadas, ni bordados a su alrededor, tan sólo cuatro hachones, enmarcando su figura tan muerta en medio de la luz. Pero vedlo bien, no tiene el rictus de la parca, no ha podido con Su belleza ni con Su serenidad. En el rostro se adivina que ha muerto sabiéndose por una causa justa. Se diría dormido, mientras pasa bajo el Postigo en la hora de la media tarde; la piel tersa, los rasgos suaves, es la belleza de la Muerte. Cruza la Plaza Nueva en medio del bullicio, público de tarde, la plena luz del día sobre la fachada del Ayuntamiento, todo invita a la alegría y la vida mientras Dios cruza serenamente muerto, ajeno a su propio entorno, silente en medio del gentío, hermosamente muerto, ¡qué pronto te llevaste a Juan, Señor de la Buena Muerte!<br /><br />Y la vences en el Patrocinio<br /><br />No te mueras Cachorro, que quiero soñar contigo las tardes que caen por el poniente del Aljarafe.<br /><br />No te mueras Cachorro, que Tú eres el mástil al que se abraza nuestra Fe, en este Mundo sin creencias.<br /><br />No te mueras Cachorro, que Tú eres el faro que nos sirve de guía, en este Mundo perdido y sin rumbo.<br /><br />Sigue respirando Cachorro, que tu aliento es la brisa que llega de Bonanza con la marea, para refrescar nuestra desesperanza.<br /><br />No te mueras Cachorro, que tu Sudario se mueve con los suspiros de los que te imploran.<br />No te mueras Cachorro, porque si Tú te mueres, todos moriremos contigo.No te mueras Cachorro, que Tú eres el principio y el fin, el todo y la nada, la pregunta y la respuesta, la razón y el misterio.<br /><br />No te mueras nunca Cachorro, porque te necesita el Mundo, te reza Sevilla y te quiere Triana.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA PAZ</span><br /><br />Dicen que los años de universidad, para los que hemos tenido la suerte de acceder a ella, son los mejores de la vida. Desde luego no son los años en los que nos suceden las cosas más importantes, pero sí es cierto que se viven de una manera especial. Quizás la falta de preocupaciones, de responsabilidades o sentirse con toda la vida por delante, hacen que guardemos de aquellos años un recuerdo imborrable. ¡Yo he sido Legionario del Porvenir! Esta frase, que os pueda parecer extraña y casi estrambótica a muchos de vosotros, es la forma cariñosa que tenía un capataz de llamar a sus costaleros, de aquella cuadrilla de la que formé parte mis años universitarios y no olvidaré nunca. La habíamos empezado a formar al socaire de las primeras cuadrillas de hermanos. Éramos los costaleros del Señor de la Victoria y de Su Madre, La Virgen Blanca. El primer año no pudimos salir, toda nuestra ilusión, todos los lunes de un año entero ensayando, se quedaron encerrados en una chicotá interminable, entre las paredes de la parroquia de San Sebastián, mientras el Cielo se ensañaba groseramente con aquel Domingo de Ramos. Pero sí lo hicimos los años siguientes. Teníamos el privilegio de ser los primeros en levantar un paso en Sevilla y con nuestro Señor de la Victoria y Sus nazarenos blancos entrábamos en el parque para provocar una hermosa nevada de primavera. Llegábamos al Centro por el Arenal, a través del postigo que vigila, desde su Garita de Gloria, la más Pura de las Centinelas. Tras cruzar y dejar atrás la Carrera Oficial, salíamos de la Catedral y a la hora en que la mayoría de Hermandades iniciaban su estación, nosotros ya íbamos de vuelta. La caída de la noche solía coincidir con el regreso por el parque, pero era muy distinto a la ida, ya no había globos, ni garrapiñadas, ni carritos de niño. La luz y el colorido de la mañana habían dado paso a una uniformidad oscura en la que se confundían, desde el verde de la arboleda hasta el blanco de las túnicas, uniformidad tan sólo rota por la candelería del paso y el azul crepuscular de la rendición del día, donde aun se recortaban las torres de la Plaza de España. Al llegar al final, mientras la cofradía se recreaba, antes de entrar definitivamente en su barrio, siempre me venía a la memoria el pasaje del Evangelio del Monte Tabor: Señor de La Victoria, que a gusto estamos aquí, haremos una cabaña para Ti y otra para nosotros y nos quedaremos para siempre en las calles de una ciudad que hicieron para que cada año vuelva a nacer contigo otro Domingo de Ramos.<br /><br />Aquel capataz que nos mandaba era un hombre de talla pequeña, mirada penetrante y un corazón que se le salía del pecho. Se llamaba Manuel Santiago y hace algunos años ya que forma parte de la Cuadrilla de Capataces en la Gloria. Manolo formó varias cuadrillas de hermanos en Sevilla, abría la Semana Santa con La Paz y cerraba la Pascua con el Señor Resucitado, pero tenía las ideas muy claras, no en vano, era un capataz de la vieja escuela y había tenido un gran maestro, porque hubo un tiempo en que los hermanos elegían a su Junta de Gobierno, la Junta al capataz y el capataz a sus costaleros y cada cuál sabía perfectamente dónde empezaba y dónde terminaba su tarea; y aquello no era autoritarismo sino orden y sentido común. Pero ese equilibrio se invirtió en algunos casos y de aquellos polvos vinieron algunos lodos molestos. Qué hermoso gesto de amor y cariño el de quienes se visten con una túnica sólo por devoción, sin preguntar el nombre de su diputado de tramo. Qué hermoso gesto de cariño, que sé que es el de la mayoría, el de aquellos que hacen un esfuerzo bajo el anonimato de un faldón sólo por devoción, sin más exigencia que la de su propio sacrificio, sin más recompensa que la de continuar una tradición y sin más protagonismo que el de unas Sagradas Imágenes.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TRADICIÓN Y RENOVACIÓN</span><br /><br />A menudo las Hermandades son tachadas de inmovilistas, como también se acusa a toda la Iglesia, por no seguir las pautas de quienes desde la aparente tolerancia, pretenden imponer la uniformidad de unas ideas que niegan la preexistencia de cualquier valor. Sin embargo, un mero acercamiento al mundo de las cofradías, ni siquiera con un estudio profundo, sólo conduce a la inequívoca conclusión de que somos un fenómeno absolutamente cambiante en todo aquello que no afecta a los fundamentos de nuestra Fe y a la Tradición formada sobre ésta, y en ello radica, precisamente, que después de tantos siglos, sigamos siendo actuales.<br /><br />Esa adaptación a los tiempos es la que nos obliga siempre a estar atentos a las nuevas situaciones. Hay que abordarlas sin precipitación, pero sin inmovilismo. No podemos cerrarnos a las nuevas exigencias. Esta ciudad cambia y sus cambios exigen reacciones por nuestra parte.<br /><br />Hay grandes zonas de Sevilla donde se hace necesaria nuestra presencia. Allí donde nuestra diócesis hace el esfuerzo de construir nuevos templos y parroquias, allí donde más dificultades encuentran los que quieren vivir su Fe comprometida, por qué negarles la posibilidad de expresarla como siempre hemos hecho, a través de la Religiosidad Popular, siempre que ello responda a una verdadera necesidad de culto y a una devoción auténtica. No podemos revelarnos contra las leyes de la física, las distancias son las que son, la semana tiene siete días, cronológica y litúrgicamente, y cada día tiene 24 horas, la multiplicación de los panes y los peces la hizo El Señor, nosotros no somos capaces, pero por Dios, no le demos la espalda a esa nueva Sevilla que crece en una sociedad ajena a lo trascendente.<br /><br />Es cierto, nos lo preguntamos a menudo, hasta dónde vamos a llegar, habrá que poner algún coto, pero ¿Podemos vallar el campo de la devoción y de la oración? ¿Qué pensarían los sevillanos del Siglo XVIII, de unos niños que formaron una cruz de mayo en un barrio de extramuros y después quisieron convertirla en cofradía para refugiarse con Ella del Mundo? ¿Qué pensaron, hace ya más de un siglo, los que vieron a una hermosa Paloma dolorida y olvidada, que hoy celebra Su Santo, levantar el vuelo en Triana y marcharse donde no había nada para encarnarse en barrio nuevo y llorar con él por tantos concebidos, a los que ni siquiera le dan la oportunidad de nacer? ¿A qué pueblo te presentan Señor? ¿La Calzada es real, o sólo pertenece a nuestra ciudad soñada? Nervión no es histórico, pero estuvo sediento de oración y fue saciado. Y cuando suenan tambores en Viapol, ¿estamos reproduciendo una estampa barroca de la Contrarreforma o recibiendo a un barrio del Siglo XX, que ya no está ni desamparado ni abandonado?<br /><br />Y qué pensaron de Ti, Señor, hace cincuenta años, cuando cruzaste por primera vez el Tiro de Línea, no el de ahora, ese maravilloso barrio, perfectamente comunicado y en pleno centro del nuevo entramado urbano de Sevilla, sino aquél más humilde que recordáis en blanco y negro, aislado por las vías del tren y con un único cordón umbilical que le unía al Mundo y se llamaba Avenida de los Teatinos. Qué plan urbanístico me la robó que ya no la encuentro cuando vuelvo al barrio, ni siquiera reconozco su antiguo trazado. ¿Tan alto precio hay que pagar por el progreso? Si esa calle la hicieron para que Tú la cruzaras cada Lunes Santo, cautivaras a la ciudad y le recordaras que aunque tus discípulos te abandonaron, Tu barrio no lo hará nunca.<br /><br />Has cumplido cincuenta años y te has convertido en Semana Santa de Sevilla en estado puro. Pero Tú has existido siempre Cautivo, lo has hecho en la esencia de una ciudad que te ha querido siempre, anudado con un mismo cíngulo a la mayor devoción de Sevilla y su más hermosa prolongación del Siglo XX.<br /><br />Seiscientos años de Religiosidad Popular, muchas veces ninguneada, cuando no abiertamente atacada. Nos quedamos en las formas externas, caemos en el fetichismo, no sabemos anunciar el Evangelio, la imagen que damos con frecuencia es superficial. ¿Y quién tira la primera piedra? Es cierto, no somos más que un grupo de creyentes, con toda nuestra carga de humanidad y lo que eso representa. Pero aquí llevamos más de seis siglos al servicio de nuestra Iglesia. Esta es la Asamblea de Laicos de los cofrades de Sevilla, que ni son perfectos ni son los mejores, pero siempre están al servicio de su Pastor, de los que estuvieron antes y del que hoy cumple veinticinco años a nuestro lado.<br /><br />Seis siglos, ya, formando parte de la historia de Sevilla … y cuántos llevas Tú Nazareno revelándote contra La propia Historia. Cuántas madrugadas desafiando al tiempo con la Mirada a ninguna parte. Cuántos años, Nazareno, enfrentándote a la Noche para que la Noche muera contigo. Cuatro Siglos enseñándonos el camino, Nazareno. Cuatro siglos abrazando nuestros pecados y nosotros sin escucharte. Sigue navegando, Galeón que vas marcando el rumbo de la Devoción de una ciudad, Te seguiremos como lo hicieron nuestros mayores, llévanos a la Luz de un nuevo día, no permitas que esta ciudad naufrague en la desesperanza y en la falta de valores, guíanos siempre a un nuevo amanecer, Primitivo Nazareno de Sevilla.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA CIUDAD Y LAS COFRADÍAS</span><br /><br />Nuestra ciudad trasoñada, no en el sentido exclusivo de la expresión, sino la que queremos compartir con todo el que se acerque sin dobleces, está hecha para sus Hermandades y éstas no podrían existir sin ella. No es la ciudad oficial, ni la histórica, ni la de los callejeros, ni siquiera la de las recomendaciones turísticas, sino esa otra que sólo existe una efímera semana y se mantiene viva gracias a nuestros recuerdos, más allá de la realidad pero mucho más cerca de los sentimientos.<br /><br />No es cofradía de multitudes y menos aun cuando, hace ya algunos años, acababa de trasladarse a la calle Feria. Con sus discretas filas de nazarenos y muy poco público de testigo, avanzaba, silenciosamente elegante, la hermosa canastilla del maestro Guzmán Bejarano. En la Europa, una anciana cantó una saeta sentada en una silla de enea, a la puerta de una vieja casa que albergaba un asilo. Estábamos casi en familia y al terminar, aquella mujer le prometió al Cristo que si el año siguiente seguía allí le cantaría de nuevo. No puedo deciros si cumplió su palabra porque fui yo quien faltó a la cita. Hasta que al cabo de los años, el destino, la casualidad o quién sabe Dios, me llevaron de nuevo al mismo sitio y a la misma hora. El público ya no era tan escaso, La Hermandad se había afianzado poco a poco en su nueva sede y tenía un acompañamiento más numeroso, pero la vieja casa y el asilo ya no existían. Tampoco estaba la anciana, supongo que moriría en alguna cama de hospital medio sola, triste destino de tantos, cuando desaparecen los lazos familiares. Por eso yo prefiero consolarme con la ilusión de que aquella mujer no murió abandonada en una cama extraña, un día cualquiera y que un Martes Santo, al pasar por su lado el Cristo que va recogiendo las almas de los abandonados y de los que ya no le sirven a esta sociedad, también se llevó la suya y a su lado permanece para siempre cantándole saetas de gloria.<br /><br />Esta es la Sevilla mágica del gozo, que se transforma siendo la misma y apenas es reconocible en el llamado mundo real. Pasaréis muchas veces por Dña. María Coronel durante el año, pero ninguna de ellas os recordará la calle donde se mezclan el azul del raso y el terciopelo, la plata del hilo y el metal, los naranjos, la noche y un rostro de Mocita Hermosa de San Julián, y será totalmente distinta de la que unas horas antes, cuando la tarde despuntaba, cruzó la Señora de Los Terceros con Su belleza fina y elegante; todo es medido, los bordados de Juan Manuel, los elegantísimos respiraderos, el relicario central, los faroles de cola, los corbatines y el Rostro sencillo y purísimo de la Virgen del Subterráneo, que bajando por Gerona, nos transporta a una Semana Santa que perdura en las viejas fotos en sepia del pasado.<br /><br />Sevilla de nuestra Memoria que nos deja acompañar al riquísimo y elegantísimo canasto sobre el que cae tres veces el Condenado Inocente, mientras regresa la noche más triste por una calle Francos de silencios y ternos negros, diferente de la que unos días antes vio pasar al Señor que llora lágrimas de barro, en medio de tanta tamborería.<br /><br />Sevilla que nos transporta a una calle convertida en Cuna de Amor para el Hijo de Dios. Viene avanzando con su pasito quedo con el mayor de los recogimientos. Desde la distancia llama la atención la elegancia del conjunto, obra de Mesa sobre canasto de Gijón. El perfil aguileño de quien ha dado su propia sangre se recorta en la noche, alumbrado por los seis poderosos candelabros, la tez cetrina, los rasgos de la Muerte en el Rostro, cruza la calle Orfila y provoca el primer gran silencio de la Semana. Por Amor te entregaste, todo Tú eres Amor, Cristo del Amor, danos la fuerza para amarte.<br /><br />Y sólo un día después, otra calle Cuna, mucho más oculta y más íntima, sirve para que un hombre humilde sea trasladado con discreción al sepulcro. En Su cortejo no forman autoridades ni representaciones porque murió como un delincuente, por enfrentarse a los que se creen más justos que nadie. Ni siquiera están todos los suyos, lo abandonaron cuando cayó en desgracia.<br /><br />Un pequeño grupo acompaña a Su Madre en esta hora, formando una escasa comitiva que cruza la tarde del Lunes fugazmente, dejando un reguero de rosas de sangre por el que más tarde tomaremos su Verdadera Cruz y le seguiremos. Lo haremos con humildad, en un suspiro, sin alterar el silencio de la noche, tras la figura profunda que nos transporta a un pasado remoto y se hace presente y real todo el año en la calle Jesús; y a continuación sus paredes sostendrán al Señor de las Penas, levantándolo una y otra vez para que siga caminando, mientras se gira suplicante ante el tormento, buscando en la Gloria la compañía de un hombre que le entregó toda su vida en forma de anales.<br /><br />Sevilla de olvidos que escucha con indiferencia las Siete Palabras de un Moribundo sobre un canasto de ensueño, arropado por los naranjos de San Vicente.<br /><br />Sevilla de ausencias cuando la Virgen Niña de Monserrat regresa asustada por una calle Castelar que se quedó Sola con San Buenaventura.<br /><br />Sevilla esquiva, que nos muestra su belleza más íntima, ajena a los tópicos de lo cotidiano, cuando en la última hora acompañamos a La Madre con Su Hijo por la Plaza de Santa Isabel, uno más de los rincones de esta ciudad que parece esconderse, como una niña vergonzosa, de las miradas de los que no ven más allá de lo superficial.<br /><br />Sevilla orgullosa, Sevilla oculta, ajena al Mundo que la rodea. Sevilla que perdura y lo hará siempre y a pesar de todo, porque no existe en el Espacio ni en el Tiempo, sino en todos y cada uno de nosotros, en nuestros recuerdos, en nuestras vivencias, en nuestros corazones. Sevilla que muere y vuelve a nacer cada año, como un sueño de una Noche de Primavera. Sevilla Eterna, Sevilla, siempre Sevilla, ciudad que cautivas, ciudad cautivada, ciudad que maltratas, ciudad maltratada, así te querremos siempre, Sevilla soñada.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TRES PALIOS DE CAJÓN</span><br /><br />El Jueves Santo languidece poco a poco, mientras llega la hora de una nueva Madrugada. Son momentos de confusión entre lo que termina y lo que está por llegar. La Carrera Oficial ha entrado en una tensa calma de vigilia. En ese último suspiro del día, por Castelar avanza un balanceo de muerte entre retales de bronce, madera y sudarios que ventean; en Alemanes, El Hijo del Hombre más perfecto se dobla bajo el tormento sobre un altar de oro y plata; cuatro faroles de caoba se funden con la Muerte en Pilatos; la Cruz de la Salvación es alzada entre caballerías en San Pedro … y tres Palios de Cajón ...<br /><br />Uno regresa por Tetuán, antiguo, breve, para no ocultar la belleza de la Virgen de los ojos verdes que viene rota de dolor y sin consuelo. La cera se ha gastado de tanto alumbrar y Sus lágrimas se han secado de tanto llorar. Se siente Sola, siguiendo a su Hijo que tiende una mano por la calle de la Amargura: ¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi madre y acompañadla en este Valle de Lágrimas (Lc. 23, 28).<br /><br />Otro palio aguarda la espera, la cera está intacta y el llanto de la Virgen Presentada también. Apenas se le advierte un gesto de temor ante lo inminente. No ha llegado todavía la hora de la noche más profunda. ¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi madre y acompañadla en este Calvario de Muerte (Lc. 23, 28).<br /><br />Y el tercer palio, el mío, también aguarda la espera. Mi Virgen es pequeña, delicada, de rostro suave. El Discípulo le habla pero Ella no le escucha, está demasiado pendiente del momento que tendrá que salir detrás de Su Hijo. Pasará toda la noche siguiendo los pasos del fruto de su Vientre, desapercibida una Madrugada más, como lo está todo el año, cumpliendo con Su Evangélico papel secundario. Pero siempre estará, en la Madrugada, acogiendo con Su Manto las almas de los que Lo vieron pasar caminando y no pudieron seguirle; durante el año en su Camarín, al que siempre podremos acudir, desviando la mirada, cuando no nos atrevamos a mirarlo de frente, porque le hayamos ofendido otra vez. Es mi Virgen del Mayor Dolor, la más discreta, la que siempre ha estado con los Suyos desde el lejano día que se fundó la Hermandad del Traspaso en torno a Ella, la que siempre nos acompañó en la Estación de Penitencia.<br /><br />¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi Madre y no la dejéis sola (Lc. 23, 28).<br />Un día pasa, una Madrugada llega y tres palios de cajón. Mujeres de Sevilla, no las dejéis solas.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TRIANA </span><br /><br />Sabemos y creemos por el Dogma de La Asunción, que María subió al Cielo en Cuerpo y Alma. Pero lo que quizás no todos sepáis es que no se quedó allí. Que nadie se asuste, yo sé bien lo que pasó y os lo voy a contar.<br /><br />Llegando a las alturas, a la Virgen la empujó un viento de Levante que la hizo cruzar el Mar Interior de los Romanos y la llevó al Sur de la Península más occidental del Imperio. Y allí, donde Trajano, antes de ser Emperador desde su Itálica natal, se había reservado una parcela poniéndole su nombre, se quedó María.<br /><br />No era más que una vega llena de naranjos y de gente humilde y variopinta, donde las noches de verano se organizaban "velás" al olor de los jazmines y las damas de noche, sin más techo que un cielo azul que recortaba los tejados de la ciudad, que desde la otra orilla le daba cobijo.<br /><br />Pero La Virgen se sintió cómoda en aquel rincón de buena gente, le pidió permiso al Padre para quedarse con ellos y viendo que no tenían nada entre el cielo y la tierra, una noche sin luna escogió la Estrella más brillante y más hermosa y en ella reflejó Su llanto, el mismo llanto de las mujeres que veían partir a sus hijos por el río para no regresar.<br /><br />Llanto Puro de Mujer Pura que llora, Tu Rostro nació cuando quisieron pintar el dolor de madre a un lucero atrapado en un azulejo de la calle Alfarería, No sé si eres La Belleza que llora o El Llanto hecho belleza, pero sí sé que fuiste el primer regalo de este pregonero y desde aquel momento, Estrella, su mejor guía.<br /><br />Pero La Vida no resultaba cómoda para aquella gente que a duras penas resistía calamidades, invasiones, epidemias y la ausencia de los que se marchaban al Nuevo Mundo y no volvían nunca. Por eso la Virgen quiso darles algo más para que no desesperaran, arribó una goleta que había subido de la barra de Sanlúcar y se hizo Casa Redonda de Expectación, donde tuvieron cabida todos los marginados de aquella tierra. Y con ellos cruzó por primera vez a la otra orilla y regresó junto a Su ribera, donde dicen que se asoma cada noche a contemplar Su belleza reflejada en el río y de donde Le gusta salir poco, muy poco, tan poco que querrá que Sus hijos La coronen de Amor en Su Castillo de Proa con forma de Altozano.<br /><br />El Barrio prosperó a la sombra del Monopolio de las Indias y mientras la ciudad se convertía en la gran urbe del Barroco, en la orilla derecha nacían fábricas de loza y en una de ellas, levantada en un extremo, La Virgen también se hizo Alfarera, renacida de las llamas del amor de Sus hijos.<br />Crecieron, se formaron barriadas modernas y también quiso hacerse presente entre los recién llegados. Una primavera se miró en la flor de un naranjo de las calles más nuevas y Su Reflejo se convirtió en blanco perfume de Salud para todos ellos.<br /><br />Y siguieron creciendo a lo largo de la orilla del río. ¿O no? ¿Qué es Los Remedios? ¿Pertenece a nuestra ciudad soñada o es un conjunto de calles impersonales? ¿Qué semejanza tienen la tradicional Fábrica de Tabacos y la actual, sin concesiones a la belleza y con los días contados? ¿Tienes que marcharte otra vez o después de tanto tiempo has conseguido ya morada definitiva? Qué pecado cometiste si no es el de ser la Cigarrera más guapa de la Historia. Si llevas la discreción hasta en el llanto. Con Tu gesto de dolor medido, no quieres distraer nuestra atención de Tu Hijo. Sin embargo, yo os digo que esa Mujer que ha salido de una fábrica a primera hora de la tarde, cruzando calles anodinas, es la Belleza más exquisita, la Victoria absoluta del Amor de una Madre y el Jueves Santo bajo palio.<br /><br />Y La Virgen, al fin, quiso hacerse barrio entero, modeló una cara de cerámica, la policromó con la brisa de bronce de la gente del Mar, le puso dos ojos de azabache y renació La Esperanza para todos ellos. La mimaron, la quisieron y la cuidaron porque era su joya más valiosa y hasta Pura fue la calle donde la guardaron. Construyeron una hermosa parroquia para Ella y allí se refugiaron durante siglos, acrecentando Su Amor, hasta que se atrevieron a llevarla a la ciudad, le hicieron un hermoso Barco de Plata y una noche al año navegaba con rumbo a Sevilla, entre una multitud que no la dejaba en ningún momento, para asegurarse que volvería de nuevo a Su casa.<br /><br />Y cada año, ya de amanecida, regresaban con su Virgen después de pasearla y enseñarla por todos los rincones, dedicaban la última oración a los que más la necesitaban por carecer de libertad y antes de cruzar de nuevo el puente, el mismo Sol se unía en un suspiro de despedida mientras se alejaban de Sevilla.<br /><br />Gracias por ser una Hermandad que sólo se mira en el espejo del Amor a Su Madre, gracias por quererla como lo hacéis, por ser fieles a vosotros mismos y por lo que habéis hecho tantos años, porque al final, gracias a vuestro cariño, pasó lo que tenía que pasar, que la Virgen hizo lo que cualquiera de vosotros hubiera hecho en Su lugar, decidió quedarse para siempre en aquella bendita tierra, miró al Cielo, levantó la voz y dijo: ¡Madre, vente conmigo! Y por los siglos de los siglos se quedaron La Esperanza y Su Madre reinando en aquella parcela que un lejano día había escogido Trajano entre todos los confines de su Imperio.<br /><br />Te querrán los cielos y la tierra, y todas las criaturas te querrán.<br /><br />Te querrán generaciones venideras y en los confines del Mundo te alabarán<br /><br />Te querrán de por vida y sin reservas y tu nombre bendecirán.<br /><br />Pero como te quieren en Triana, desengáñate Virgen María, así no te querrán.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">SAN BERNARDO</span><br /><br />Los tres días laborables de nuestra Semana, con su carga de normalidad, tienen algo especial que los diferencia de los festivos. Lo cotidiano nos devuelve por unas horas a la más cruda realidad, únicamente alterada por las visitas a los templos, que cada mañana guardan la ilusión de la espera. Pero poco a poco van pasando las horas y el ajetreo va cediendo.<br /><br />Las calles han alcanzado ya la fugaz calma de la primera hora de la tarde, los numerosos bares de la zona desprenden el inconfundible olor a café recién hecho, pasa un grupo de turistas desorientados, buscando su hotel. Dejamos atrás la Alfalfa y subimos por Cabeza del Rey D. Pedro y Muñoz y Pabón. Están parados delante de San Nicolás. En la puerta, cumpliendo el rito de la cortesía, ha salido a saludarlos, con Ramón Ibarra siempre al frente, un estandarte azul sobre el que aun no se han apagado los reflejos de la Candela de Amor y belleza que iluminó los jardines la noche anterior. Discretamente delante, el Fiscal sostiene el horario en la mano enguantada de negro, a continuación la Cruz de Guía, celosamente escoltada por faroles y bocinas que portan nazarenos sacados de un grabado de Hohenleiter. Me lo sé de memoria.<br /><br />Avanzamos saliendo al encuentro de los tramos, tienen el privilegio de salir de un barrio histórico de extramuros, cruzar un puente que indultaron para ellos y entrar en Sevilla por la antigua Judería; barrio, puente y centro. Tienen el privilegio de tener el recorrido más bonito de toda la Semana. La cera roja nos recuerda su carácter sacramental y los niños de la calle San José recuerdan la bienaventuranza de los sedientos. En Santa María la Blanca la calle es más ancha y ya no es posible refugiarse del Sol, dueño absoluto, como casi siempre, de la tarde del Miércoles Santo. Pero el calor y el cansancio que se va notando ya de los primeros días, pasan a un segundo término cuando desde lo más alto del puente vemos acercarse el paso hacia nosotros. El canasto es rotundo en la sencillez de sus líneas, el clavel y el lirio se confunden en total armonía y los candelabros se elevan majestuosos al cielo, acotando el espacio en el que Cristo, dormido en la tarde, es acunado por seis guardabrisas que, casi imperceptiblemente, van marcando el redoble del tambor. Cruza la Ronda y entra en Sevilla entre cornetas y gentío, sin que nada ni nadie sea capaz de perturbar el sueño del Redentor, que avanza suavemente cumpliendo Su Sacrificio de Amor.<br /><br />Desde que te buscara un lejano día pidiéndote un poco de Tu Nombre para mi casa, me has dejado atado a Ti por un lazo mucho más fuerte que la simple oración de un momento de zozobra. Cristo de la Salud de San Bernardo, que cruzas cada año la tarde de mi vida, a tus plantas me tendrás para siempre como uno más de esos cientos de hombres y mujeres, que todos los Miércoles Santo hacen renacer un barrio que sólo existe ya en sus recuerdos, para que Tú sigas sanando corazones heridos de nostalgia.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA ESPERANZA</span><br /><br />Uno de los momentos del día más hermosos y que menos disfrutamos es el Amanecer. Pero hay uno que sí gozamos, el que pertenece a nuestra Vida Soñada, la que sólo existe en nuestra Memoria. Físicamente es igual a los demás, pero vosotros y yo sabemos que no tiene nada que ver con ellos.<br /><br />Un buen rato antes de que nos estemos acercando a la Iglesia, el Cielo ha empezado a romper la noche. El relente suele aparecer cuando cruzamos el barrio de San Vicente y la hora profunda en que habíamos dejado Sierpes cada vez está más lejos. Por Capuchinas, la estrecha franja acotada por los tejados se ha vuelto ya de un azul intenso y, poco a poco, conforme llegamos a la Plaza, el canto de los pájaros es el mejor y más alegre anuncio de la mañana. La Cofradía se recoge entre dos luces y una vez cerradas las puertas de la Basílica, mientras en la calle triunfa ya la luz de un nuevo Viernes Santo, dentro volvemos por unos minutos a los grises del amanecer, animados por la tenue claridad que entra por la linterna de la cúpula, recortando los caprichosos zigzagueos del último humo de los cirios, que cumplida su misión de alumbrar a la Luz del Mundo, son devueltos impunemente a los carros, con un fondo de golpes secos. Es el momento de las caras desencajadas por el cansancio, de los abrazos de felicitación. Pero yo no estoy completamente tranquilo, ningún año lo estoy, porque es la hora en que empiezo a recordar que Ella también ha estado en la calle, también le ha sorprendido el amanecer y ahora mismo, en plena mañana, sigue marchando como Reina Triunfante. Incluso mucho antes de que todo esto suceda, cinco de mis hermanos habían ido a postrarse a sus plantas para cumplir con una concordia centenaria, al tiempo que unas legiones, tan maravillosamente falsas como la ciudad imperial que custodian las murallas de donde salieron, venían a rendir tributo al Cisquero, mandadas desde la Eternidad por un capitán al que le pusieron de nombre "El Pelao" en los campos de batalla de Parras y Escoberos. Ya a plena luz del día, recorro las mismas calles que unas horas antes he pasado cumpliendo el Rito y la Regla, pero no soy capaz de reconocerlas.<br /><br />Me cruzo con gente que viene y va; de pronto, por alguna esquina, aparece fugazmente un nazareno de ruan, que a paso cansino huye de una mañana que le ha sorprendido y a la que no pertenece. Definitivamente, ya no queda nada que recuerde a la Madrugada, ni yo mismo, que La busco en esta mañana que tampoco es mía. Hay más gente por la Encarnación, vienen de regreso, es mi imaginación o en sus caras se refleja la satisfacción de haber estado con Ella. A duras penas me voy abriendo paso y por fin consigo verla embocada en la calle Alcázares. Está de espaldas, pero no me importa, es cierto lo que un sabio amigo dijo una vez, su paso no tiene espalda porque no es un paso sino un aura. Me podría bastar, ya he sentido su presencia y estoy muy cansado, pero esta mañana no es suficiente, no solo quiero verla sino que Ella me vea.<br /><br />Cruzando Regina consigo llegar a San Juan de La Palma. Por la calle Feria la cofradía discurre parsimoniosa, sabiéndose ya dueña absoluta del tiempo y el lugar y escoltada por su público, sacado cada año de un cuadro de García Ramos para que La acompañe esta mañana. La espera es larga y la ilusión mayor. Matrimonios ancianos, padres con niños, parejas de jóvenes, familias enteras, balcones engalanados con Su foto, los bares desprendiendo el olor a café, chocolate y aguardiente, mientras los nazarenos avanzan desatentos, con los cirios convertidos en callados de las horas. Poco a poco el gentío va creciendo y un tumulto de capirotes y devotos anuncian que ya está cerca, hasta que una frase mágica nos hace a todos fijar la vista en el fondo de la calle "ya se ve la Virgen". Me voy acercando sin sentir las apreturas, descubriendo cada detalle de un paso que llevo grabado, como si no lo hubiera visto nunca. Las flores están ya marchitas; la candelería, apagada, se ha ennegrecido; los ramos que le han ido regalando rebosan la peana; hasta que por fin tengo la certeza de que La Esperanza me está viendo. A pesar de las ojeras y del cansancio de toda la noche, no ha perdido la Sonrisa, está mas Guapa que nunca y más Orgullosa que nunca de saberse la Madre de Dios, y en ese preciso momento, cuando cruzamos la mirada y nos quedamos los dos completamente solos, me acuerdo de mis niñas, las que Ella me está cuidando, intento rezar todos los años pero sólo me sale el llanto…<br /><br />Juan Delgado Alba dijo que cuanto de bello y puro hubiera en el cielo y la tierra, sería poco para Ella.<br /><br />Ricardo Mena aseguró que era el Sol y las estrellas.<br /><br />Miguel Muruve proclamó que era la más segura, dichosa, rotunda y perenne Esperanza Nuestra.<br /><br />Carlos Colón nos recordó que por mucho que la viéramos, nunca la podríamos dejar sin pena.<br /><br />Joaquín Caro se preguntó si estaba más guapa con el manto granate, el de malla o de hebrea.<br /><br />Carlos Herrera cuando la miraba, sentía a Dios cabalgar por sus venas.<br /><br />Curro Ruíz Torrent pensó que soñar era encontrarse cara a cara con Ella.<br /><br />Paco Vázquez juró que Dios puso la Creación en su Cara perfecta.<br /><br />Rafael de Gabriel anunció que no hay flor más pura que la que vive en San Gil y siempre está en primavera.<br /><br />Antonio Murciano sentenció que todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.<br /><br />Ignacio Jiménez se hizo cura para cumplir su promesa.<br /><br />Y todo lo demás ya se lo había dicho antes Rodríguez Buzón, el poeta.<br /><br />Pues cómo queréis que salga airoso de este trance quien ahora pregona Su Pureza.<br /><br />Yo solo sé decirle, con la admiración de hombre, el orgullo de Sevillano, el amor de hijo y con el alma entera:<br /><br />Dios te Salve, Santa María de la Esperanza Macarena, Reina del Mundo, Madre de Dios y Madre Nuestra.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">FINAL</span><br /><br />La mañana de Pregón se nos escapa ya de las manos. Esta misma tarde, muchos de vosotros cumpliréis con la cita obligada y no escrita de los Besamanos de Vísperas: Los Terceros, la Universidad, Santiago, el Museo, San Gregorio …<br /><br />A partir de mañana os quedaréis solos frente al tiempo de la última espera y repasareis un año que cada vez pasa más de prisa. Pero antes de que todo eso llegue, antes incluso de que los himnos pongan el punto final a esta mañana, quiero pediros que me acompañéis. Dejaremos atrás el Teatro, despidiendo a Su Hermosa Guardesa Guadalupana, cruzaremos las estrecheces del Arenal, en una de cuyas calles la Historia se dejó olvidado un trozo de la Semana Santa del Ayer que perdimos para siempre, una Mujer mira al Cielo implorando tres Necesidades, para enterrar a Su Hijo entre lirios y hojarascas y otra reza entre bordados románticos mientras pasa frente a la Santa Caridad, echándole un pulso de belleza a la obra del Venerable Don Miguel y jugando con el tiempo de lo Intemporal. Saldremos a la calle Adriano, una Capilla muy pequeña con dos flores, una es nueva, hermosa, alegre, con aires macarenos, la otra, más serena, sostiene a Su Hijo en brazos y suspira de melancolía soñando con ser de Triana. Cada año quiere marcharse con las cinco hermandades que pasan por su puerta y entran a buscarla, pero nunca lo consiguen porque el Arenal sin Su Piedad sería un barrio sin alma. Dejaremos atrás La Magdalena, y cruzando el Museo y San Vicente llegaremos al final de nuestro camino. Es un barrio trazado a cordel con manzanas geométricas y salpicado de Conventos. En uno de ellos, franciscano, reina una Palma de sonrisa marismeña, coronada con el amor de unos niños que aprenden todo el año a Su lado. En el centro del barrio la Plaza, y en la plaza la parroquia, presidida por el Santo y su Parrilla. La habitan dos Señoras, una cierra el Martes, la otra la Semana, una luce bajo palio sevillano, la otra bajo el cielo de Sevilla, una tiene Dulce la Mirada, la otra lleva la Nobleza del Tiempo grabada en Su Cara, una custodia los besos de talón que allí quedaron atrapados, la otra guarda los corazones soleanos.<br /><br />La Plaza marca el ritmo de la vida del barrio, en el centro dos palmeras y a su alrededor dieciocho plataneros majestuosos. Son la guardia de respeto que la protege durante todo el año.<br /><br />En verano forman un tupido manto que provoca un halo de frescura incluso a las horas centrales del día. En otoño cubren el suelo de un alfombrado cobrizo, queriéndolo resguardar de los fríos y las lluvias que se avecinan, porque saben que cuando florezca la Primavera Su Señor tendrá que pisar por allí. Junto a la parroquia, en el rincón sin salida, una puerta con un escudo. Hace un rato que dejamos el Teatro y tampoco es ya Domingo de Pregón, es Viernes, cualquier viernes del año. Si ponéis atención, los veréis entrando por esa puerta. A primera hora de la mañana, recién abierto el cancel, algunos hombres bien trajeados aguardaban impacientes. Llevan prisa, apenas se detienen un momento porque se les hace tarde. Poco después aparecen los estudiantes con sus libros debajo del brazo, agotando el último recurso que les queda para sacar el examen que les ha dejado sin dormir. Más tarde, a media mañana, serán mujeres con sus carros de la compra, sin tanta prisa, recreándose en el rito no escrito que llevan grabado en las entrañas. También vendrán parejas de jóvenes, beatas de diario, hombres de corazón duro, moviendo montañas o en plena crisis de Fe, ricos, pobres, humildes, nobles, curtidos en mil batallas o empezando a vivir, cultos, ignorantes, famosos, anónimos, del todo Sevilla y de toda Sevilla. Antes incluso de traspasar el umbral divisan al fondo una silueta enmarcada en un camarín con forma de concha. Vosotros también la podéis ver, verdad, no tenéis más que cerrar los ojos por un instante, también la tenéis grabada, una cabeza con tres potencias ligeramente inclinada a vuestra izquierda, formando ángulo con el remate de la cruz hacia arriba y una túnica abriéndose tenuemente en la caída. Sí, es la misma silueta que habéis visto tantas veces, en cientos de azulejos repartidos por toda la ciudad, enmarcada en plata en las casas señoriales del centro, en el cuadrito con flores de plástico de la entrada de los pisos del Polígono, encima de las máquinas de café de los bares del Fontanal y La Barzola, en el descansillo de las escaleras de comunidad de Pino Montano y Amate, en las oficinas de Nervión y Los Remedios, en los comercios de Rochelambert y Miraflores, en las cabeceras de los enfermos, en los pasillos de los hospitales, en las lápidas de la última morada, colgada de tantos cuellos, prendida de tantas solapas; es la Silueta de miles de hombres y mujeres que la grabaron con lágrimas de oración, de duda, de alegría, de tristeza, de abatimiento, de entrega, de agradecimiento. Qué me perdone el NO8DO, esa silueta es el símbolo de Sevilla.<br /><br />Pero pasamos al interior con todos ellos y poco a poco vamos distinguiendo Su figura. La mirada baja, parece absorta en algún misterio demasiado insondable para nosotros, sin embargo, tenemos la certeza de que ha notado nuestra presencia. Camina con paso firme arrastrando la cruz, pero permanece en su sitio. Subimos al Camarín siguiendo la inercia. Algunos pasan con prontitud, casi mecánicamente, con la familiaridad que dan los años haciendo lo mismo, besan el talón, tocan la cruz y se marchan. Otros se quedan contemplando al que les da la espalda y sin embargo escucha su oración. Cuántas angustias, cuántas alegrías, cuántas penas y cuántas dudas encierra el mármol rojo de ese Camarín.<br /><br />"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (Lc. 23, 28), así Te debía susurrar aquella mujer, a la que involuntariamente sorprendí pasando por Tu Talón un sobre cerrado con el anagrama del SAS, así deben pensar quienes dejan las fotos que aparecen bajo Tu peana cada vez que se mueve, o las súplicas escritas en papelitos doblados. "Señor, no merezco molestarte, pero sólo tu cercanía será suficiente", debían creer las mujeres que se ganaban la vida en la Alameda y le rezaban al azulejo de la plaza porque no se atrevían a entrar en la Iglesia, pobres ignorantes de que Tu sitio está en la mesa de los pecadores. ¡Quién me ha tocado!, preguntaste cuando la mujer de las hemorragias acarició por detrás Tu Manto (Lucas 8 42-45). ¡Quién me ha tocado!, volviste a preguntar cuando otra mujer acarició por detrás el faldón de tu paso una Madrugada, pidiéndote por la salud de su Hija.<br /><br />Qué ilusos fuimos, Señor, queriendo usar criterios científicos para curarte. Si Tu Rostro lo han formando cuatro siglos de sufrimiento de una ciudad que se ha hecho a ti como el hierro a la fragua. Tú llevas Sevilla en la Mirada vidriosa, en la sierpe que se te enrosca y se Te clava, en el mechón que Te resbala por la Mejilla, en la espina que traspasa Tu ceja, en la que Te hiere el lóbulo, en Tu boca jadeante, en las Manos que acarician la Cruz, en el paso al frente que llevas dando cuatro siglos en nombre de todos nosotros. No es cierto, no fue el humo, ni el incienso, ni el frío de una noche al año, a Tu Rostro lo ennegrecieron las epidemias del XVII, las invasiones del XVIII, las revoluciones del XIX, la Guerra del XX; de tanto mirarte, los sevillanos te han gastado y de tus labios no ha salido ni una palabra de queja. Qué iluso fuimos, Señor, queriendo cambiarte la Cruz por una menos pesada, porque Te hacía daño. Si tu Cruz está hecha del dolor de los hospitales, de las ausencias de la carretera, de las jeringuillas de heroína, de la violencia de los hogares, de las soledades del final de la vida, de las chabolas que siguen existiendo, de los que buscan la tierra prometida y encuentran la tumba en el mar, de las vidas que se truncan antes de nacer. Qué ilusos son los que esperan que hoy hable de la experiencia de haberte curado, si Tú y yo sabemos, Señor, que nunca te he sentido tanto como los años que fui Diputado de Tu Bolsa de Caridad, los que me permitieron hablar contigo, escuchar tus lamentos y poder ayudarte a cargar con la cruz, cada vez que lo hacía con uno de Tus hermanos y así me lo recordabas a última hora del día, cuando subía a Tu Camarín y me quedaba a solas contigo. Allí aprendí, Señor, que el Culto no necesita justificación pero no hay mejor forma de quererte que haciéndolo con nuestros semejantes. En Tus Manos El Poder y la Gloria, en las nuestras salir a tu encuentro. El que crea en Ti, que tome su Cruz y Te siga.<br /><br />Señor, yo nunca sabré decirte cosas hermosas, yo sólo sé quererte y seguirte, y con eso y nada más que con eso, hoy me puse delante de toda Sevilla para pregonar Tu Semana Santa.<br /><br />Cuando se recibe un encargo como el que he tratado de cumplir con todos vosotros, los recuerdos y las personas se agolpan inevitablemente en la cabeza, se repasa toda una vida y uno piensa, en primer lugar, en la madre y el padre, que le están escuchando desde el patio de butacas y desde un balcón recién estrenado de la Gloria, con los que en un tiempo lejano formaba una familia en la que aprendió a conocer y querer a nuestra ciudad y a sus hermandades, y recuerda el año que aprendió a leer y su Padre ya no podía decirle que ese día no quedaban más cofradías que ver, para poder llevarlo a casa, porque ya las iba marcando con una cruz en el programa. Uno piensa en la Mujer con la que un día se comprometió a compartirlo todo a los pies del Señor; en los hijos, que son lo mejor que le ha pasado en la vida, los que disfrutan del pregón de su padre y las que están jugando con su abuelo en el cielo; piensa en la familia y en los amigos, que llevan los mismos meses de tensa espera, escribiendo con su aliento y su oración. Pero más allá de todos ellos, este pregón está dedicado a los miles de hombres y mujeres anónimos que nunca subirán a un atril, ni formarán juntas de gobierno, ni serán cofrades ejemplares, ni pasarán a la Historia por nada, pero llevan siglos escribiendo la página de devoción y cariño más hermosa de esta ciudad, con su cita Semanal en la Plaza de San Lorenzo, donde siempre les espera el Gran Poder de Dios para resolver los problemas insolubles.<br /><br />Sevillanos, pararse ahí, los cuatro zancos por parejo a tierra.<br /><br /><br />Ahí quedó<br /><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-61339488224008219062007-03-29T11:08:00.000-07:002007-03-29T11:23:11.669-07:002006 - Ignacio Jiménez<div style="text-align: justify; color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2006. Pronunciado por D. Ignacio Jiménez Sánchez Dalp en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br />A mis padres, que me dieron el don de la vida y el don de la fe. A mis once hermanos, pilares insustituibles en mi vocación. A mis amigos, que han compartido la historia de mi vida humana, sacerdotal y cofrade. A las Comunidades parroquiales que he servido: San Isidro Labrador de Sevilla, Santa María Magdalena de Arahal y Santa María de la Asunción de Alcalá del Río.<br /><br />...Y al Papa santo y magno, que tocó mi corazón para seguir a Cristo, aquél verano de 1993.<br /><br />Fue en Sevilla. Sí, fue en Sevilla donde revestido el profeta en los inicios de su vocación, me dio la Buena Noticia de un nuevo ministerio, de un renovado destino, de una estrenada misión.<br /><br />Y me dijo Dios:<br /><br />“Antes de formarte en el vientre del Barrio de San Lorenzo, te escogí. Antes de ser el décimo que salías del seno materno, te consagré, y te nombré sacerdote, sevillano, proclamador del alma de una Semana Mayor a la que lanzar con tu palabra el mensaje de la Esperanza.<br /><br />Y Sevilla, como Dios al profeta Jeremías, me confirmó con el crisma hispalense, y me enseñó que hasta el más pequeño capirote blanco lleva dentro el pregón de esta Jerusalén que camina penitente.<br /><br />Cuando el Resucitado con sus manos extendidas abra la puerta del convento de la Santa zapatera esposada con la Cruz, ya vencida con la Virgen de la Aurora y entre pálpitos pascuales de novicias, sentiré tocar mis labios, como ahora los siento tocados por su Gracia.<br /><br />Voy a hablar a una Sevilla de la que he aprendido más de sus silencios que de sus clamores.<br /><br />Sabe más por lo que calla y representa el Nazareno sin mover los labios, que por el fragor de la turbamulta.<br /><br />Alguien, que sólo perdió la fuerza en la voz, preparó el terreno a este pregón.<br /><br />Subido cual nazareno blanco de la Amargura, en dos ventanas distintas, me abrió al viento de la Esperanza, para que yo cantara y contara a Sevilla, lo que entre cielo y tierra movió.<br /><br />En un balcón privilegiado de Sevilla, me encontré una mañana con mi vida predispuesta por él para el Señor, y en su ventana de la ciudad eterna le descubrí en el anochecer de su vida como un Cachorro expirante con cara entrecortada, que sin voz hablaba.<br /><br />Mostró a los jóvenes una gran Cruz, pero un Viernes Santo nos la pidió prestada para abrazado al madero, como un penitente del Silencio, señalar al cofrade, el verdadero camino, la verdad y la vida.<br /><br />A Él debo mi vocación, y rezaba ante su tumba en Roma el mismo día en que por la tarde, celebrando la Eucaristía, me anunciaban la Buena Nueva del pregón.<br /><br />Con él vengo de la mano, porque la Divina Providencia de Dios ha querido que precisamente hoy, Domingo de Pasión, haga un año que subió a las barandas del cielo y ahora sea yo el que ocupe esta prolongación abalconada de la Giralda y saque su Cruz de Guía.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Vino, se fue y regresó<br />como viene, va y regresa<br />al balcón de la promesa<br />lo que el Amor prometió.<br />Y cuando en Sevilla habló<br />fue el mensaje tan fecundo<br />que abrió para la fe un mundo<br />con la temprana semilla<br />que al cofrade de Sevilla<br />le dio Juan Pablo II.<br /></div><br /><br /><br />Eminentísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Arzobispo<br />Excelentísimo Señor Alcalde<br />Ilustrísimo Señor Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías.<br />Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades Cofrades de Sevilla.<br /><br /><br />Vengo como un peregrino, que conoce la ciudad en sus esquinas, callejones, plazas y enredaderas, acompañado de los hermanos a los que en el ministerio sacerdotal sirvo todos los días.<br /><br />Viene este cura de pueblo, como vienen en unas vísperas del 15 de agosto en cascadas desde el Aljarafe o las estribaciones de la Sierra de Cazalla, penitentes y nazarenos descubiertos, a aguardar con esperanza ante la Puerta de los Palos, para ver desde la fuente la primera luz en el rostro de la Reina y Madre de los Reyes.<br /><br />He venido por el camino que sale de la Torre mudéjar de Alcalá del Río, hasta esta almohade Torre del Oro, navegando en una barca, que discípulos pescadores, como antaño a Cristo, me han procurado.<br /><br />Voy a hacer la primera parada en este Teatro, desde el que Sevilla me invita a rubricar con mi palabra vuestra papeleta de sitio, para luego encaminarnos por el Arenal con el recuerdo del santo súbito y magno arrodillado ante la Pura y Limpia del Postigo que vigila desde el Cielo Don Juan Castro.<br /><br />Venid conmigo a la puerta de San Miguel a recorrer con la memoria el porqué yo y por qué este sitio. Entremos en la Catedral donde como árboles recios, en los pilares de la fe de este pueblo cristiano, aparece ante nuestros ojos una convocatoria de cultos que custodian los hermanos de la Santa Caridad en su mesa de limosnas.<br /><br />La Semana Mayor convoca a Sevilla en una hermosa y solemne ceremonia que anuncia la grandeza de la ciudad con la culminación del “podéis ir en paz” que es sacar una Cruz de Guía a la calle. Gracias, Ilustrísimo Señor Teniente de Alcalde, por sus palabras, que expresan desde lo hondo del corazón y el alma lo que el pregonero siente al ponerse delante de este paso como usted, buen capataz en Estepa, ha hecho tantas veces.<br /><br />Al ocupar este púlpito, os pido, Eminencia, vuestra Bendición, para que, limpio de corazón y labios me sienta fortalecido y me identifique con la Sangre derramada del Crucificado de San Benito, en esta hora de anunciaciones pasionistas. Y como la disciplina y la modestia no me quitan la satisfacción de la unicidad de ser el que mi Prelado impuso las manos para el sacerdocio in aeternum, al igual que entonces solicité vuestra venia, ahora os digo: “Padre, dame tu Bendición”.<br /><br />Los paramentos que nos acompañan en Semana Santa, como el devenir de nuestras vidas cofradieras, son distintivo de la nobleza de espíritu del que de ellos se reviste:<br /><br />El ropón del pertiguero que como martillo de llamador despierta los ciriales al cielo para un nuevo paseo de la Madre de Dios de la Palma como una seda por la Alcaicería.<br /><br />De librea, lacayo del que da la cara, como santo varón en la Trinidad, la Mortaja, la Quinta Angustia y Santa Marta; o en el Calvario de la ya antigua Varflora en la Carretería.<br /><br />De dalmática labrada, con el brocado impregnado de cera, como Lágrimas de los ojos de Santa Lucía en la Señora de Santa Catalina.<br /><br />Túnicas talares, que van desde el blanco que envuelve a mi Princesa de la Paz entre encajes plateados por la Torre Sur de la Plaza de España, hasta los ruanes negros en el luto del Amor que da la vida por los amigos.<br /><br />Ser de nuevo seise -como lo fue el pregonero-, que en los candelabros de cola de la Virgen de las Aguas, sacase a Dios a bailar entre uvas, trigos y mariposas, para posar en su custodia, sombrero, zapatillas, palillos y coplas, con Eslava y el Maestro Torres, entretejiendo cruces palmadas en un escenario de armonías eucarísticas e inmaculistas.<br /><br />Y un máximo ornamento, la alpargata y el costal, de hombres que como apóstoles navegan bajo los misterios, y también niños bajo el manto de la Caridad baratillera, ganándose el Cielo, con el sudor de su frente.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Con el sudor de la frente<br />ya te estás ganando el cielo<br />y con el cielo el trascielo<br />de la Gracia penitente.<br />La trabajadera es puente<br />que abraza la canastilla.<br />Aprieta al costal la quilla<br />de tu barco, costalero,<br />que hay peces en el estero<br />del corazón de Sevilla.<br /></div><br /><br />Los títulos de nuestras Hermandades son profundas grutas históricas en las que bucea el reconocimiento civil y eclesiástico a cada una de ellas. La ciudad, que le presta suelo y cielo, los asume con naturalidad, puesto que es ella, simplemente con su nombre, ¡Sevilla!, la que los congrega a todos.<br /><br />Por eso no necesita de bula para ser Pontificia, porque esta bendita Catedral de María fue por dos veces pisada por el sucesor de Pedro y Gran Poder en la Tierra.<br /><br />La ciudad es Real, porque el Rey Santo la elevó a la categoría de majestad poniendo a la Madre de Dios de Alcázar y fortaleza de Fe por la que los reyes reinan.<br /><br />Sevilla que hace de sus plazas sagrario y se autotitula Sacramental en el monumento del Jueves Santo, donde doblan sus rodillas como magos adoradores del Niño, que en el pesebre de Laureano de Pina es viático en la Estación de Penitencia.<br /><br />Qué bien sabe ser Antigua, perdida en vestigios de lejanas culturas y de aquella que coronada en el muro, el único palio que alberga, es el túmulo del conquistador que llevó la Fe mariana a América.<br /><br />Una ciudad cubierta de Ángeles, hasta de razas nuevas, acogidos en Sevilla por la que en los Negritos abre fronteras y de título Angelical, también por ella, que labrada en estameña se alzó a los cielos que van desde la pila del Barrio del Salitre, hasta el Vaticano del campo de la Feria.<br /><br />Sevilla es Isidoriana, cuna de santos, de arzobispos y de alfareras, de rosales siempre florecidos en el patio de Mañara, de Spínolas mendigos y limosnas que al cielo alcanzan con Don Manuel González en su Sagrario. Con Fernando y Laureano, Hermenegildo y Geroncio de Itálica, con el Padre Tarín, Teresa Enríquez, Dolores Márquez y la Hija de la Giralda, hasta donde el alma de nombres desfallece con Madre María de la Purísima, digna heredera de la que en Sevilla es santa entre las santas.<br /><br />Sevilla Alegre, que en revuelo de campanas da la vuelta a la pena y hasta en la hora del Calvario más amarga, hace dulzura en Vera-Cruz a la colmada de Tristezas y capa pluvial de fiesta a la Virgen universitaria.<br /><br />Por eso está Orgullosa de sí misma, título que bien la enmarca, aunque algunos acusen a los sevillanos de umbilicales complacencias.<br /><br />También se convierte en Torera repartiéndose en capillas vesperales de retablos barrocos de papel, con columnas salomónicas trenzadas por el miedo. Es la que recuerdan los paladines de Tauro, como Manolo González y Gitanillo de Triana, que animados por la Piedad maestrante, entregan a sus Vírgenes manchados de sangre, los bordados del que se juega la vida, distribuidos luego en las sayas de la Madre del Hijo que se la jugó por nosotros.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Una Hebrea sevillana por el Baratillo viene<br />y a su vástago sostiene<br />tan divina como humana.<br />Piedad ya suena a campana<br />de tañido celestial.<br />Lo distinto se hace igual<br />mientras te sueña Sevilla<br />con el arco por Capilla<br />del Barrio del Arenal.<br /></div><br /><br />En mi doble condición de sacerdote y pregonero, o simplemente como un joven que todos los días pregona el Evangelio, quisiera pregonar la Semana Santa de todos. Del que cree y del que duda, del indiferente y del incrédulo, del hipócrita y del justo, del pescador llamado al apostolado y del que luego revende la mercancía o se come el pescado.<br /><br />Hoy, en nuestras Hermandades y Cofradías, no faltan los nietos de Don Guido, aquel humanísimo personaje de la guiñolandia de Antonio Machado, esos que como su abuelo -gran pagano en su juventud y gran rezador en su vejez- se hacen hermanos de una “santa cofradía”: ¡Aquel trueno! vestido de nazareno. Parece que no se nota, pero en nuestras Hermandades, vestidos de lo que se vistan, no faltan participantes inmaduros, vanidosos, acaramelados, frívolos o sordos a lo que representa la estación de penitencia. Pero también son hermanos nuestros porque así los admitimos, todos aquellos que integrando la nómina de su hermandad, se comportan con el distanciamiento de algunos socios de entidades recreativas o culturales, que satisfacen su ego y su cuota mensual sin otra participación que la de formar un día al año en su cuerpo institucional.<br /><br />Un gran poeta sevillano del siglo de oro, el Capitán Andrés Fernández de Andrada, recomienda en su Epístola Moral que se iguale con la vida el pensamiento. Yo le recomendaría al cofrade sevillano, recordando al clásico inolvidable: “iguala con la vida el pensamiento” y así se pregunte con aquella voz senequista e hispalense de perenne e intransferible moralidad:<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">¿Es, por ventura, menos poderosa<br />que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?<br />No la arguyas de flaca y temerosa.<br /></div><br /><br />La ciudad que corona y seguirá coronando sus múltiples advocaciones marianas, asoma también laureada en la Torre más alta por el proverbio sapiencial que pisa Santa Juana con su lábaro.<br /><br />Ella, como buena novelera y sevillana, es más de vivir las vísperas que las grandes fiestas y así se lleva todo el año con la palma del Domingo de Ramos en la mano, para ponerla en el balcón de la ciudad que vigila. La Giganta hace de la pasión un villancico pascual con ese peculiar calendario litúrgico que el sevillano vive a su manera. El Domingo de Ramos es Navidad y Resurrección en una sola pieza y Sevilla, por medio de la que fundió Morell, lo entona todo de golpe.<br /><br />La gran Semana se inicia. El Nazareno se hace carne en el hombre sin techo, que lo tiene bajo el cielo de la escalinata del Salvador, con la simple compañía de palomas ávidas de alimento, cristales rotos, cartones y perros que hasta él vienen como a Lázaro a lamer sus llagas.<br /><br />Niños de alma pura y blanca alfombran los aledaños para recibir con aclamaciones y palmas al Señor de la Sagrada Entrada que después, por no andarse por las ramas, llevarían a crucificar.<br /><br />Los infantes iniciados en los tramos y las filas descubren al Mesías agradeciendo su pueril estación de penitencia en las Hermandades que le dan sitio; con sus palmas rizadas, sus varas y cirios, de monaguillos o con túnica nazarena.<br /><br />Nadie, ha visto premiado como ellos su brillante esfuerzo con la entrada asegurada en el Reino de los Cielos, como “brillante es el Amor de Dios en cada niño, incluso en los que aún no han nacido", que decía el Papa.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Lo dicen por San Vicente<br />con más de Siete Palabras<br />En el Porvenir lo acogen <br />con la Victoria anunciada.<br />Lo claman en Desamparo<br />del Cerro a Miguel Mañara<br />y vienen con un Longinos<br />converso ante la Lanzada.<br />Que razón tenía la Sed,<br />para en Nervión pedir agua<br />y en San Juan de Dios saciar<br />la sequedad de gargantas,<br />del enfermo, del que sufre<br />del anciano que está en guardia<br />esperando en el asilo <br />la paloma de Triana.<br />Niños que suben al cielo,<br />Hiniesta que los reclama;<br />los que a sangre morirán<br />la alcaldesa les da casa<br />y en la inocencia más pura<br />sus vidas son despreciadas;<br />los que ansían la niñez<br />que en San Roque tiene casa,<br />en la mocita más joven,<br />en la niña de Esperanza<br />en desvelos por el Hijo,<br />que la llenó de su Gracia,<br />con el agua de los Caños<br />en las Madejas del alma;<br />entrar con cirio a la gloria<br />en cánticos y alabanzas<br />y ver a la Trinidad<br />desde el cielo coronada.<br /><br /><br /></div>En la noche en que el Cordero pascual se inmola sellaremos con Cristo la Nueva Alianza. El Señor de la Sagrada Cena ansiaba celebrar con los suyos la despedida de este mundo advirtiendo a sus discípulos: “Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros”.<br /><br />Anda triste la Virgen del Subterráneo disponiendo el mantel en la mesa del Domingo de Ramos. El llanto se derrama en el camino de Doña María Coronel que lleva la Rosa de los Terceros a la calle Orfila para pedirle a la Virgen de Regla el pan de la espiga de sus manos. La que unida a maestros alarifes pone horno de Amor, como monja Agustina de la Plaza del Triunfo, va a cocer el pan que cada Lunes Santo llevará hecho Eucaristía desde su capilla hasta la parroquia de San Andrés, para dar la Comunión a los hermanos de Santa Marta, antes de hacer su estación penitencial.<br /><br />El pregonero ha disfrutado de ese momento íntimo de la Hermandad. Cada nazareno levanta su antifaz para que la última palabra que baste para sanarle de sus faltas sea el amén al recibir el Cuerpo de Cristo.<br /><br />Uno querría ver la Cofradía de rodillas, para acordarse de que nuestro primer titular, el de todas las Hermandades y Cofradías, sean o no sacramentales, está en el Sagrario, tantas veces abandonado. Si Felipe II afirmaba que “allá donde haya un Sagrario, habrá un español para defenderlo” no estaría de más que hoy, cual solemne protestación de fe y renovando nuestras almas de Eucaristía, proclamara con nosotros “Allá donde haya un Sagrario, habrá un cofrade sevillano para defenderlo”. Si por amor se quiso quedar entre nosotros en el Sagrario, en loor de Caridad viene una procesión del Corpus camino de la Campana.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Se ilumina Santa Marta<br />a su Huésped recibiendo,<br />y allá en Betania comprendo<br />el dolor de cuando Él parta.<br />Deja la casa y se aparta,<br />y ya la Madre después<br />la rosa pondrá a sus pies<br />tras la Cruz y su martirio,<br />que pone color al Lirio<br />el Lunes por San Andrés.<br /></div><br /><br />Quien os habla vio la luz en una calle donde los amores encendidos del cofrade pasan de ida y de vuelta derramando su cera. La calle que da nombre al Dios encarnado en Gran Poder, se abruma y es la más transitada por el pregonero con sus incondicionales amigos, programa en mano, recordando en ella su incipiente infancia.<br /><br />Allí espero a la Palma en la vía que tuvo su nombre con atributos del martirio, y que marcada por llagas franciscanas, se hará oración elevada al Padre que ofrece un Buen Fin para nosotros, como regaló a Juan Foronda en su nacimiento al Cielo, contemplando en sillería de honor, a su Virgen coronada.<br /><br />Con la Soledad, la Vigilia preparo entrando en San Lorenzo cuando la corona de espinas suelta de sus tiernas manos y Rocamador traspasa el muro para entregar el sobre de la caridad que vuelve a recoger Spínola en el centenario de su tránsito, para repartirlo entre los pobres de su barrio.<br /><br />A la dulzura rosada del Dulce Nombre recibo en mi propia casa, inigualable belleza que alivia las heridas en la mejilla que recibe su Hijo despreciado ante Anás.<br /><br />Bajo sus maniguetas una jaculatoria “Dulce Nombre de María, sed la salvación mía”. Y al pregonero, que agarrarse quisiera a ellas, le brota un canto de alabanza a la Doncella de sus sueños, a la Madre más insigne, a la feliz Puerta del cielo, siempre en impaciente espera, a la joven más valiente y a la mujer más perfecta.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Sé que puede tu Dulzura<br />curar el dolor del hombre,<br />porque eres la criatura<br />que en el corazón perdura<br />con solo decir tu Nombre.<br /></div><br /><br />Sí, es la Hija de Joaquín y Ana a la que pusieron el Nombre más sublime y en todo el orbe cristiano, la boca se hace almíbar cuando pronuncian su Nombre.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Llevas la gracia en tu manto,<br />y eres el puerto que salva<br />plácido aroma en el alba,<br />suspiro del Martes Santo.<br />Tu gozo se hace quebranto<br />en el lento atardecer<br />y te siento florecer<br />en la Madrugada herida<br />dulcificando la vida<br />con tu Nombre de mujer.<br /></div><br /><br />Nací frente a ellos y ya me acompañarán siempre. Los hijos de San Ignacio me ofrecieron la Compañía de Jesús el Nazareno para conocerlo en lo más íntimo, para más amarlo y más seguirlo.<br /><br />Los congregantes marianos que pusieron vida y Alma a los Javieres, repartían la Gracia y el Amparo para los jóvenes, que cincuenta años después, en Omnium Sanctorum tienen casa y techo.<br /><br />Pienso que mi nacimiento sacerdotal brotó entre ellos. En cuántas Misas de Domingo y a cada una de estas imágenes, la mujer de mi vida, mi madre, con el hijo formándose en su seno, imploraría que fuera sacerdote.<br /><br />En aquél mismo templo, en el mismo confesonario, veinte años después, de vuelta de tantas cosas, un sacerdote cual Cristo roto en la pasión de su enfermedad, hizo que se cumpliera ésta escritura que acabáis de oír.<br /><br />Tu voz la escuchó el Señor, querida madre. En esa sede penitencial, preparación de mis posteriores estaciones de penitencia, tu hijo, el crío que jugando celebró tantas misas en casa, sería sacerdote de Jesucristo.<br /><br />Tú me revestiste con la casulla en mi ordenación, como desde niño preparaste mis túnicas para la estación de penitencia. Ahora soy sacerdote nazareno, y mis túnicas blancas, negras, verdes y moradas son los hábitos sagrados a los que nunca renunciaré y de los que nunca me avergonzaré.<br /><br />Me anteceden y preceden en mi Hermandad, en mis Hermandades, hermanos que en el seno de ellas, descubrieron su vocación. Hombres y mujeres que con sus historias, sus amores y desamores, sus desencantos y sus rastras, han descubierto por los hilos que sólo Dios sabe mover, una llamada especial.<br /><br />Cuántos en sus años de Seminario, en sus celdas de amor, en sus distintos noviciados, se han llevado la compañía de la estampa de aquellos Titulares de su Hermandad, a los que siguieron abandonando las redes de este mundo.<br /><br />Hermandades, semillero de vocaciones, ¿Por qué no?.<br /><br />Los llamados por Dios en el corazón de ellas, tienen un espejo en el que mirarse, en el que decir alto y claro que los sacerdotes necesitamos de las Hermandades como ellas precisan de nosotros.<br /><br />Nos lo demuestra todo el año Don José Álvarez Allende en San Bernardo, como en el ayer lo demostraba en la Redención Don Eugenio Hernández Bastos. Como luchaba en San Benito Don José Salgado, en la O Don Pedro Ramos y Don Antonio Domínguez Valverde en la collación de San Pablo o el recordado Don Antonio González Abato absolviendo a nazarenos bajo la frondosidad del parque.<br /><br />Ellos han hecho historia, y la harán también otros muchos sacerdotes que continúan sirviendo y trabajando mano a mano con sus Hermandades.<br /><br />Desde aquí sirva mi palabra para deciros, cofrades de Sevilla, que hacéis Evangelio real, dando a conocer a Cristo, que juráis defender su Nombre y el de nuestra Madre la Iglesia, nuestra única Casa Madre.<br /><br />A vosotros que formáis a los hermanos y ofrecéis la Caridad al pobre, al enfermo, al hambriento y al desheredado. A vosotros que habéis cumplido su mandato de ir por Sevilla y por todo el mundo anunciando el mandamiento Nuevo, un sacerdote os dice: Cofrades, ¡Os necesitamos! ¡Aquí tenéis nuestras manos!<br /><br />Brazos y manos abiertas como el padre del hijo pródigo siempre en el balcón esperando su regreso, mano, que aun pesándole la Cruz al hombro como el sacerdotal de la Divina Misericordia o el de las Penas de San Roque, se lanza libre si en el Valle del Camino al Gólgota, todavía puede levantar a un caído o secar las lágrimas de alguna de las Santas Mujeres.<br /><br />Brazos abiertos en Vera Cruz, cobijado en el rezo de las Horas de las monjas del Convento de Santa Rosalía y en el constante Ejercicio de las Cinco Llagas con sabores Trinitarios y en el mejor lienzo que Gustavo Bacarísas pintara para su Expiración en el cercano Museo.<br /><br />Sus brazos se funden en uno hermanando Castilla y Sevilla, en la placidez del Cristo de Burgos, como el de las Misericordias los extiende rozando los balcones de Mateos Gago, en un éxtasis de sevillanía.<br />Piden ser los primeros en poder entrar en el templo catedralicio cuando la Fundación de nuestra fe está presente en el Pan de vida y Calvario en la Madrugada eterna inundando de recogimiento la noche más larga, entre sueño y sueño de Esperanzas.<br /><br />Junto a Él en Montserrat, como testigo de la Conversión de un ladrón, que precisó una sola frase para robar el cielo al Redentor. O cerca de la Santa Caridad, derramando la Salud a los acogidos con más de Tres Necesidades.<br /><br />Girar quisiera unos metros su recorrido por la Alfalfa el Cristo de San Bernardo, para llevar otra vez bajo su paso a Pepe Portal o hundirse entre claveles y lirios cuando en el mercado viejo del Arenal, el Arco le venga chico, sobren los redobles del tambor, viendo cómo llora entre flores hasta el retablo cercano, porque el único Cristo que sabe de Puerta del Príncipe de la Maestranza le daba otra vez la alternativa a Juan Carlos Montes, bebiendo el Agua de su salvación.<br /><br />Brazos, los del Cachorro, que tocan el cielo en un “muero porque no muero”, guardando su último aliento desde hace tres siglos para ir a Sevilla cada Viernes Santo, dejando a Triana en la espera con ansia de su vuelta, para que el viento que recorre el puente, de nuevo le agite el sudario.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">¡Ay que pena más gitana<br />cuando se aleja del puente<br />el Cachorro de Triana!<br /><br />Cuando se va por el puente<br />sobre las béticas aguas<br />y deja atrás a su barrio<br />de azulejo, arcilla y fragua.<br /><br />Cuando se mece el sudario<br />cuando hay claveles que manan<br />por su divino costado<br />de Guadalquivires granas.<br /><br />Cuando cruza al otro lado<br />y en las calles sevillanas<br />le va faltando el aliento<br />y su muerte se hace humana.<br /><br />Cuando va dando un suspiro<br />y la luna le acompaña<br />en una eterna agonía<br />que va desgarrando el alma.<br /><br />Cuando cambia su semblante<br />y se nubla su mirada<br />y ya no hay aire en su pecho<br />y ya no hay luz en su cara.<br /><br />Cuando la Virgen del Carmen<br />en su capilla encerrada<br />se queda sola llorando<br />igual que llora Sant'ana.<br /><br />¡Ay que pena más gitana<br />cuando se aleja del puente<br />el Cachorro de Triana!<br /></div><br /><br />Las lágrimas de Cristo por la muerte del amigo, las de la Virgen y las Santas mujeres trocando el Patio de los naranjos en Calle de la Amargura con el Cristo de la Corona; las de Pedro tras negar al Rey de la Paz en el Carmen Doloroso, y las de la Magdalena al pie de la Cruz, son la expresión humanizada del sentimiento que toca lo divino y que ha santificado el llanto de la emoción que aquí nos brota cuando sale nuestra Cofradía.<br /><br />Esto lo saben bien quienes más sufren, y también las Hermandades de Vísperas, que en la lejanía de la ciudad amurallada pusieron rostro divino al dolor cotidiano.<br /><br />Como unos “desterrados hijos de Eva”, nos muestran ante los ojos, que no están lejos porque Cristo y su Madre a diario viajan con ellos cuando acompañan a Salud, Misericordia, Dulce Nombre, Clemencia, Divino Perdón, al Cautivo... Cuando la ponen rezando el Rosario del Dolor con que a Sevilla acudimos, gimiendo y llorando. Lo cuentan en Torreblanca, azucena que enjuga el dolor del Lirio prisionero, mientras otro con agua lava sus cobardías, ante el que no cabe división ni duda.<br /><br />Allí en los barrios hacen verdadera Penitencia, revitalizando la fe, amando y luchando por sus parroquias, llamando a la caridad con su verdadero nombre, que es la justicia social, y que todos los días hacen entrada triunfal con más brillantez que nunca en la Campana de la solidaridad.<br /><br />Porque la virtud de la caridad es la que nos hace hermanos comunes en una misma Cofradía si ella es la prioridad.<br /><br />Una caridad efectiva no efectista, del que no espera en su Hermandad la medalla o el reconocimiento, brindando siempre la ayuda en el gesto y no en el nombre que tanto nos tienta.<br /><br />Tareas pendientes de nuestras Hermandades en este siglo XXI recién comenzado que abarque todos los campos para que un nuevo banderín se borde con su único nombre: Polígono Sur.<br /><br />El año pasado un vacío dejó huérfana a la caridad mejor entendida.<br /><br />Rodeado de sus toreros y sus presos, sus inmigrantes y sus gitanos y de la gente más común, falta frente al paso el capataz que mandaba la mejor cuadrilla, los Costaleros para un Cristo vivo, que convocan a la Luz verdadera de la que se llama “mejor vida” en las fechas premonitorias del último Viernes Santo.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Con el paso racheado<br />va avanzando una cuadrilla.<br />Son los pobres de Sevilla<br />con llamador enlutado.<br />Un clavel se ha marchitado,<br />¡Ay capataz sin martillo!<br />En el paso sólo el brillo<br />que desprenden cuatro hachones;<br />Sevilla lleva crespones,<br />Por ti: Leonardo Castillo.<br /></div><br /><br />La Semana Santa son nueve días en los que la ciudad acepta perder el primer plano sin rechistar. La Sevilla acostumbrada a ser piropeada por sus rincones, su sombra y su compás, se convierte inevitablemente en actor secundario. Se transforma en escenario, en marco, en sustento y en cauce único para todo un río de sensaciones.<br /><br />Cuando avanzan las jornadas penitenciales y el ritmo de la Pasión va creciendo, el sevillano se implica más porque en ella se siente identificado; piensa que alguna vez estuvo representado o fue protagonista del proceso más absurdo y sin sentido de la Historia: Cristo Dios, juzgado por tribunales humanos.<br /><br />En los pasos de misterio, que impresionantes suben Argote de Molina o en quiebro dulce toman Placentines, las imágenes no adornan: tienen rostro y tienen nombre.<br /><br />En el huerto de los olivos el Señor orante en Montesión expresa la impotencia del que tenía que beber el cáliz en su agonía. Mientras el sueño de la indiferencia de los discípulos, puso al Ungido, en una soledad angustiosa, Judas por el contrario vagaba por la calle Santiago bien despierto.<br /><br />Prendido en la oscuridad de la noche en la Hermandad de los Panaderos, pensaría para sus adentros, en pesadillas de inquietud, que la Pasión se repetía en sus más duros momentos.<br /><br />El desprecio y la burla de Herodes en la Amargura, recibe por respuesta el Silencio del Señor y un Pilatos atormentado, que destruyó su honradez por intereses humanos lo presenta en San Benito a Sevilla, señalándole: “Ecce Hispalis”.<br /><br />Y los ojos del Cristo de la Presentación que mira con pena a la ciudad, añorando su viejo puente, dirige enturbiada su mirada reconociéndonos uno a uno en un diálogo memorable que nos restaura de la culpa.<br /><br />A otros echa de menos, a los que reprochan nuestras Cofradías sin ofrecer nada a cambio, a los que dogmatizan, a los que saben tanto, a los que pontifican, para ellos resuena en los labios de Pilatos el eco de su palabra: ¿Y cuál es vuestra verdad?.<br /><br />Cada Semana Santa, y todas son distintas, va cautivando al que le busca.<br /><br />Qué inigualable sensación en Santa Genoveva, ver caminar al Cautivo y el Tiro de Línea justificado se crece, porque se cumplen cincuenta años que el barrio entero le dijo “Vamos contigo Cautivo, que juntos podemos hacer un mundo mejor”. Cerca del Barrio León, el Señor del Soberano Poder, dobla su cintura hacia delante en la Residencia de las Hermanas de Consolación y hasta el mismo Caifás sabe que la Señora de la Salud no vino hace unos meses a ser jardinera de un día porque Ella es la Reina y la Flor, capaz de nacer y morir con los que allí viven.<br /><br />Cada Virgen de Sevilla se hace carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos y le rendimos pleitesía en besamanos permanente como a las que nos dieron la vida y tal vez ya estén ausentes.<br /><br />Sagradas imágenes que el cofrade venera, proyectando en ellas el rostro de las que han sido la razón de nuestra existencia cofradiera, las que nos vistieron la túnica, prepararon el costal, nos llevaron a jurar el libro de reglas y por verlas de nuevo un instante y escuchar su voz, estaríamos dispuestos a dar la vida si preciso fuere.<br /><br />La Madre de Loreto sobrevuela en San Isidoro tu alma y en San Martín es anhelo para un Buen Fin de tus días. De amor quedarás preso con la Reina de las Mercedes, indultando a pecadores que desean dar alcance a la Gloria azul purísima que en sus ojos irradia Consolación, Madre de la Iglesia.<br /><br />Duelo de la Madre de Villaviciosa, en la muerte tronchada en San Gregorio, como Dolores se comparten en la mirada al cielo de Santa Cruz a San Vicente entre naranjos que las cortejan, o añadirle al Dolor el sufrimiento Mayor cuando el Traspaso rompe el alma que ni San Juan llega a saber consolar.<br /><br />Con la Cabeza se anda el camino de Sevilla a Sierra Morena al son de campanilleros que van de ida y de vuelta; Rocío que derrama la Gracia de un nuevo Pentecostés y Desamparados hospitalaria sanando heridas de nuestra carne cuando enferma. Merced, ausente de su Colegiata, santuario de lágrimas, vestida de novia con saya de Reina Madre.<br /><br />Encarnación que en la vieja Cava del ayer y en la Calzada del hoy reparte la dulzura de hermanita de los pobres, Presentación de sin par belleza para las noches oscuras del alma que Ella revive y despierta con el trono de su realeza, poniendo arca de flores, al sinfín de sus virtudes.<br /><br />Y entre misterio y misterio, la Virgen del Rosario, repasando por la calle Feria, el dulce salmo sonoro de las cuentas toreras y aztecas de sus varales.<br /><br />Pero será en la Huerta del Rey, renovando la historia de la Reconquista en un antiguo arrabal de moriscos, con tropas pasando la revista del Santísimo Sacramento con el Santo Rey, donde la Virgen del Refugio otorga el título de Mariana a todas nuestras advocaciones y a la ciudad que así lo confiesa.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Florece igual que una flor<br />la Rosa de San Bernardo<br />y el amor le pudo al cardo<br />le pudo al cardo el amor...<br />Grana y oro es el color<br />de tu manto en movimiento<br />que como veleta al viento<br />va meciéndose artillera,<br />Refugio, Virgen torera,<br />por la calle Campamento.<br /></div><br /><br />Los cofrades somos los altavoces de su Palabra en un mundo que silencia su nombre, que lo evita en la escuela, que lo deforma con el relativismo del que todo lo reduce a trivialidades y adocenamiento.<br /><br />Dicen algunos de Ti, Jesús Nazareno de Triana, que con el peso en tus espaldas, buscas desde la calle Castilla, alguien que te deje hablar, que tus conceptos no valen, que este mundo moderno necesita algo más que promesas sobre un Reino de hermanos y de felicidad vivida después de tu Buena Muerte cuando sales de San Julián.<br /><br />Vienes por Molviedro en Dolores apenado por quienes te despojan y expolian tratando de revestirse de Ti con sus demagogias, medias verdades, hipocresías y halagos. En La Exaltación, prometiste atraer a todos, incluso a aquellos que fueron recompensados con tu perdón, después de ser crucificado.<br /><br />Si por Pureza, San Vicente y Luchana tres veces te caes y arrastras en los umbrales de posadas diarias que cierran las puertas a tu venida, el Cirineo y Sevilla las abren de par en par, anunciando contigo: “no tengáis miedo”, “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Quédate con nosotros y siéntate Señor junto a los nuestros, como lo estás hace trescientos cincuenta años en las Penas de Triana, mirando extasiado al cielo con las manos entrelazadas, como meditas tan callado en la Humildad y Paciencia y en lágrimas de despedida en la Salud del viajero que nunca desamparas.<br /><br />Dale vueltas en tu mente, a este mundo de guerras que parece romperse. Siéntate cerca del penitente, que por su cabeza en el silencio que lleva hasta Santa María de la Sede, tantos interrogantes, sufrimientos y dudas van y vuelven.<br /><br />Siéntate, Señor, despreciado con espinas, burlas y cañas, con el Valle de tus ojos que son espejos para el alma. Siéntate, Maestro, una vez más en la barca, para que amaine el viento, la marea, la vorágine, el yugo y la espada de quienes quieren quitarte de en medio con credos que no fraguan.<br /><br />Desde la Anunciación llega a San Esteban tu voz, que en el vacío del infinito, doliéndose contigo, el sevillano proclama:<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">De escarnio te coronaron<br />y te abrieron las heridas<br />Con burlas y reverencias<br />mofándose te decían:<br />“Si es verdad que tú eres Dios,<br />seguro te salvarías”.<br />Y lloró el Hijo del hombre,<br />Dios mismo sintió fatiga;<br />lloraron en las alturas<br />los ángeles de la brisa<br />y de un cielo de tinieblas<br />se cubrió la Tierra misma.<br /><br />Y lloraba la saeta<br />entre balcones y esquinas<br />lloraron de los naranjos<br />azahares de agonía.<br />Lloró con el costalero<br />el costal de emoción viva<br />por llorar hasta lloraba<br />la cera en los guardabrisas.<br />Lloraba cirios de fe toda la candelería<br />y en pleamares de llanto<br />el río lloró en su orilla<br />y el aire lloró en silencio<br />en esa noche tan íntima.<br /><br />Todo era llanto en tu Valle<br />llanto en la torre y la ojiva<br />porque al sentir en tus sienes<br />el fuego de las espinas,<br />cinco gotas de rocío<br />rodaron por tus mejillas<br />y al verte llorar, Señor,<br />¡lloraba de amor Sevilla!<br /></div><br /><br />En la Semana Santa que discurre todos los días del año en las casas de hermandad un grupo de jóvenes siempre salen al encuentro, como si San Juan el discípulo amado, a la vida volviese. He convivido con ellos, vibran con sus Titulares demostrando que la verdadera devoción va más allá de besar crucifijos, hacer profundas inclinaciones o suspirar con oraciones bisbiseadas en voz baja.<br /><br />Reclamo su voz y su presencia porque fui de ellos, y con ellos descubrí la grandeza y entrega del joven en su Hermandad, como en tiempos de universitario en la antigua fábrica de tabacos, cuando acudía cada mediodía a recibir su lección magistral de vida.<br /><br />¿Qué muerte es la tuya que tanta vida engendra expuesta en cátedra arbórea de libre pensamiento? ¿Cómo no recapacitar el camino, cuando la sombra de tus brazos dejas clavada en nosotros apostando por la juventud de la que tantos desconfían?<br /><br />Por eso te levantan a pulso y te llevan despacio porque duermes y sueñas con un mañana cercano de Esperanza. Cuando despiertes Cristo mío, y me presente al examen en la intimidad de tu noche en la Universidad, dejaré a tus pies mi oración joven para que antes que el reloj marque la hora de finalizar la Carrera de mi vida, levantes tu cara regalándome el aprobado del corazón.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Poquito a poco valientes,<br />que va sereno, dormido<br />no quiero que te despierten<br />por el Arco del Postigo<br />¡Cristo de la Buena Muerte!<br /></div><br /><br />Dijo el Maestro, que este amor tiene su precio y que no es posible servirle y amarlo sin cargar con su Cruz.<br /><br />Así lo han visto los Hermanos de San Juan de Dios que han confeccionado con la nobleza de la plata de su entrega, de la misma blancura de las sienes que peinan los acogidos en el cercano hospital a la Iglesia de la Misericordia, el mejor altar para que Jesús de Pasión no añore el monumento argéntico de su capilla en el Salvador.<br /><br />En San Nicolás lleva las dolencias del maltrecho en la Salud y el camino agotado lo serena Candelaria, entre almenas del Alcázar, conquistando al que la mira en el jardín del sevillano pintor, que la transfiguró en Inmaculada, aquella que defendía la Hermandad del Silencio desde 1615 a capa y espada.<br /><br />Cómo nos gusta escuchar, los silencios de Sevilla.<br /><br />En la augusta madrugada, se mueven los históricos cimientos hispalenses entre la algarabía de los barrios y el enmudecer de la vieja ciudad. Cuando una saeta rompa la noche a la Cruz de Guía por San Antonio Abad pidiendo silencio al pueblo cristiano, el chisporroteo de los cirios, el chirriar del cerrojo de una puerta y el crujir de la madera, avisan de su llegada.<br /><br />Divino Nazareno de Silencio, que haces callar a Sevilla porque no hablas ni siquiera en voz baja; porque ni gritas ni te quejas ni dices lo que sientes abrazado a esa cruz tan alta. Riqueza de Silencio de dos ángeles que alumbran tu carey y tu cara, que saben lo que nadie escucha, pero iluminan discretos la ausencia de tus palabras. Deja por una noche, Señor, que las repita el azahar, que a tu Madre de la Concepción quieren entonar con Miguel del Cid, otro 8 de diciembre de júbilo celestial: “Todo el Mundo en General, diga que sois concebida, sin pecado original”. ¡Cómo nos gusta escuchar los silencios de Sevilla!.<br /><br />Tenía que ser esta bendita ciudad, para que la aspiración del salmista quedara manifiesta y se hiciera real, en la figura del Divino caminante en San Lorenzo. “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. El rostro del creyente mira su semblante para sentirlo uno de los suyos.<br /><br />Tiene Getsemaní en su camarín; restos de sudor y sangre que ahora en serpiente tentadora enroscan su cabeza. Todo lo ha asumido. No se queda quieto, siempre avanza decidido hacia el Calvario para cumplir lo escrito y anunciado por los profetas, y los sevillanos lo queremos lo que no está en los escritos.<br /><br />La peana del Señor del Gran Poder se ha transformado con el tiempo en un muro de las lamentaciones. Hasta Él llegan cada viernes a poner la cabeza en su Cruz, besar su talón y dejar papeles entre las grietas y rendijas de su basamento con nombres, enfermos, intenciones, sueños incumplidos y amores imposibles. Como si al Señor le hiciera falta el papel cuando nuestros nombres los lleva escritos en la palma de su mano.<br /><br />Sólo Él consuela, lo saben sus vecinos, sus devotos, el cura ciego que los confiesa, la túnica gastada de Fray Diego de Cádiz; lo saben sus potencias, y hasta la túnica persa que sus fieles tocan esperando el prodigio.<br /><br />No se ha ido de este mundo para desentenderse de nuestras penas, no se ha escondido ni tapado sus ojos, Él, el Gran Poder, entre nosotros se queda.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">El Gran Poder cuando pasa<br />no pasa, siempre se queda,<br />porque está en los corazones<br />de todo aquel que le reza,<br />de todo aquel que le mira,<br />de esas mujeres con velas<br />que lo siguen cada año<br />para cumplir su promesa.<br /><br />Y Él está con los que sufren,<br />con los que tienen tristeza,<br />con los que están agobiados<br />y también con los que enferman,<br />y en todo el que le acompaña<br />con cirio y trabajadera.<br /><br />Que el Gran Poder nunca pasa<br />no pasa, siempre se queda,<br />y hay en sus ojos dulzura,<br />y hay en su rostro pureza<br />y hay un amor infinito<br />de los pies a su cabeza<br />¡y hay una expresión divina<br />que borra el mal y lo aleja!.<br /><br />Pasan la vida y los hombres<br />pero el Gran Poder se queda<br />igual que se queda el aire<br />que acaricia las veletas.<br /> <br />Pasan las horas, los días,<br />los meses, las primaveras,<br />y Él seguirá en San Lorenzo<br />con túnica nazarena,<br />con espinas en las sienes,<br />con la boca ya reseca,<br />con sus manos doloridas<br />y con su frente sangrienta,<br />llevando sobre su Cruz<br />nuestros pecados a cuestas.<br /><br />Aunque el mundo esté en su mano<br />siempre el Gran Poder se queda,<br />y siendo Dios fue humillado<br />a pesar de su grandeza,<br />pero Él con su pisada<br />siempre avanza aunque no pueda.<br /><br />Gran Poder del universo,<br />del sol y de las tormentas,<br />de lo bueno y de lo malo,<br />del día y de las tinieblas,<br />de la vida y de la muerte,<br />de los cielos y la Tierra.<br /><br />Gran Poder por la Gavidia,<br />Gran Poder que nos esperas,<br />Gran Poder en la mañana<br />y bajo la luna llena;<br />Gran Poder que nos escuchas,<br />que nos perdona y consuela;<br />Gran Poder de mis anhelos,<br />obra completa y perfecta,<br />Gran Poder, Verdad del mundo,<br />Gran Poder de nuestra Iglesia,<br />Gran Poder, Luz y Camino<br />¡Gran Poder de Juan de Mesa!.<br /><br />Pasarán siglos enteros,<br />y siempre aquí su presencia<br />entre el costal y el esparto,<br />y cera color tiniebla<br />entre un silencio que rompe<br />el llamador cuando suena.<br /><br />Ven conmigo, sevillano,<br />que hoy otra vez es Cuaresma;<br />Dios me ha dicho que le siga<br />cumpliendo una penitencia.<br /><br />Toma el ruán y el rosario<br />persigue esa tez morena,<br />tal como lo vio tu madre,<br />como le rezó tu abuela.<br /><br />Todo se pare ante Él,<br />que la noche se detenga<br />y rezando le aliviemos<br />la carga de su madera.<br /><br />¡Venid conmigo, venid!<br />que su zancada nos lleva<br />a un paraíso y a un Reino<br />donde no existen fronteras.<br /><br />Que el Gran Poder nunca pasa<br />su palabra es verdadera<br />que en su rostro hay un mensaje<br />de ternura y fortaleza.<br /><br />Para hacerse sevillano<br />bajó Dios hasta esta Tierra,<br />y por eso permanece<br />donde los vencejos vuelan<br />donde hasta el aire es distinto<br />y la Giralda se eleva.<br /><br />Que el Gran Poder nunca pasa<br />nunca pasará, navega<br />andando sobre las aguas<br />y aquí en Sevilla se queda.<br /></div><br /><br />Siempre la siento cerca, como ahora, desde este ambón, su mano aniñada toca mi espalda como el que es tu pareja de cirio en el tramo y que tal vez sin conocerte, te dice: “Hermano: buena Estación de Penitencia”.<br /><br />Hace unos instantes en su Capilla, la sombra de su palio se hacía ánimo ferviente sobre el hombro del pregonero. Ella, que gozosa está celebrando el Año Jubilar Guadalupano, me miraba agradeciendo la visita que le hacía días antes de sus cultos para llevarle mis rosas. Virgen Niña de Guadalupe, Extremeña y Mexicana, Reina sevillana de la Hispanidad, que desde tan cerca miras a un río que fue puerto y puerta de América, te ensalzo...<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Emperatriz Hispana<br />del Lunes Santo,<br />quisiera ser Juan Diego,<br />llevar tu manto.<br /><br />Y al ver que me sonríes,<br />tan orgullosa,<br />dejo ante Ti mi ofrenda,<br />te doy mis rosas.<br /><br />Te doy mis rosas, Madre,<br />¡quién lo soñara!<br />que a mí me dio las flores<br />Miguel Mañara.<br /><br />Se quedan en tu palio,<br />yo nunca supe,<br />que van contigo, Niña<br />de Guadalupe.<br /><br />Mi Virgencita Indiana,<br />Flor de amaranto,<br />Emperatriz Hispana<br />del Lunes Santo.<br /></div><br /><br />Si la Virgen de las Aguas hace de su palio Museo itinerante de belleza y sus varales se cimbrean como espigas de trigo, la Señora de los Dolores por el Cerro es mosaico de azucena que trasmina la primavera.<br /><br />Con blasones de realeza, Montserrat y Carretería, llevan las dos dalias del Viernes Santo que cuidaba Montpensier en su parque de San Telmo. Y la Virgen de las Angustias, con sus manos, las más elevadas, trasunta con su pena el leño del Divino Gitano de la Salud en un caudal y torrente de Gracia.<br /><br />El primer gitano beatificado, Ceferino Jiménez Maya, “El Pelé”, puso el amor a Cristo y a la Virgen en las cumbres más altas de su perfección. Sumamente honrado, jamás en los tratos engañó a nadie y a todos socorría con sus limosnas. En la contemplación en el cielo de la belleza de la Virgen de las Angustias, le dirá mirándola a la cara: ¡Tú sí que tienes casta Madre! ¡Tú sí que eres el orgullo de nuestra raza gitana!<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Para mecer bien tu palio<br />Angustias quisiera darte<br />al son de unas bambalinas<br />todo el misterio del arte,<br />de cera, mimbre y claveles,<br />bien repujados varales<br />y unas jarras canasteras<br />con resonancias ducales.<br /><br />Para mecer bien tu palio<br />entre la tierra y el aire,<br />una cuadrilla gitana<br />con el Pelé que lo mande,<br />harían de esta Sevilla<br />una Cava de gigantes,<br />con el martillo en la fragua<br />y una voz de cante grande,<br />que la eleva un capataz<br />que está puesto en los altares.<br />Que para mecer tu palio<br />hay que saber embrujarte,<br />con tu cuadrilla torera<br />de costaleros juncales,<br />que bailen bajo tu paso<br />que por seguiriya igualen<br />y en el bronce de sus manos,<br />te recen igual que canten.<br /><br />Que para llevar tu palio,<br />Angustias, para llevarte,<br />hay que quebrar las cinturas,<br />tener corazón y sangre<br />y rachear muy despacio<br />con chicotás celestiales<br /><br />¡Qué voz la del capataz!<br />que llega al alma y la parte<br />que llega al alma y la funde<br />en el crisol de la sangre.<br />De San Román a las Dueñas<br />de las Dueñas hasta el Valle<br />la procesión más gitana<br />que pudiera imaginarse,<br />nos demuestra que la cera<br />no es lo único que arde<br />porque el corazón se quema<br />cuando quiere arrodillarse.<br /><br />¡Al cielo con las Angustias!<br />¡al cielo con los varales¡<br />¡al cielo con la Gitana,<br />que ninguno la compare!<br /><br /><br />Porque la luz ha escogido<br />un rostro para mirarse<br />y entre inciensos y promesas,<br />entre querubines y ángeles,<br />todo está a punto, Señora,<br />para contigo quedarse<br />en la mañana del Viernes<br />desde las Dueñas al Valle,<br />que al mecerse bien tu palio<br />¡Se vuelve gitano el aire!<br /></div> <br /><br />El pregonero que vino en una barcaza, quiere cruzar con su palabra el río grande y americanista, pisando descalzo como Moisés, la tierra sagrada y prometida de Triana, arrabal y guarda de Sevilla.<br /><br />Repleta de hornos, renueva el patronazgo alfarero de las Santas Justa y Rufina que modelaron azulejos repartidos por cada esquina de Sevilla.<br /><br />Muy pronto el Altozano, se hará Catedral al aire libre como testigo de la Coronación de la imagen de la primera Hermandad que cruzando un puente de barcas, vino a Sevilla con la bella Virgen de la O. La Expectación dolorosa, que regenta la parroquia de su nombre, hará que con su Coronación queden coronadas todas las Esperanzas que lloran en Sevilla.<br /><br />Triana ha coronado simbólicamente a todas las Vírgenes que en ella tienen casa. Coronaron con el fervor de San Gonzalo a la que en el Tardón es Salud.<br /><br />A quien sabe que siendo la mas bella y señorial de las Cigarreras, la Virgen de la Victoria, precisó que fuera el mismo Rey de España, quien la acompañara el Jueves Santo.<br /><br />Coronar del oro que en el fundidor se forja, las sienes de Patrocinio, Medianera universal de la Gracia y Señorita Inmaculada, que lleva a sus pies en marfil y plata, esa Blanca Paloma del Rocío que es orgullo y gloria de su barrio de Triana.<br /><br />Todas las Vírgenes de esta orilla del río, desde donde recibe su nombre hasta la “Nueva Triana”, están coronadas, como en oros solemnes se coronaron dos hermosas perlas, la Esperanza y la Estrella en el marco catedralicio.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Para rezar en Triana<br />tengo mi amor repartido<br />entre la Señá Santa Ana,<br />Victoria, O, Patrocinio,<br />Salud y en la Madrugada<br />mi alma llega al delirio<br />cuando diviso su cara<br />¡Tres veces su Hijo caído!<br /><br />Cruza el puente y la campana<br />regresa por San Jacinto<br />y cuando llega a la Cava<br />la Cava es el cielo mismo.<br /><br />Desde Sevilla a Triana<br />hay resplandores de cirios<br />y otra expresión en su cara<br />en el espejo del río<br />y otra luz en la alborada<br />cuando viene en su navío<br />y otra distinta fragancia<br />al desandar el camino.<br /><br />Entre espumas deja el ancla<br />¡Qué clamor entre el gentío!<br />que arriba la capitana<br />y el aire es plegaria y grito<br />y al ver de frente a su hermana<br />sigue mi amor repartido.<br /><br />Una, alfarera y gitana,<br />la otra vela en el camino.<br />Una es brisa de bonanza<br />la otra Luz del infinito.<br />Y dos Madres coronadas<br />en este barrio escogido<br />una Estrella, una Esperanza<br />y siempre igual el destino,<br />la valentía y la gracia,<br />el fulgor y el señorío,<br />el verde mar esmeralda,<br />y el azul más cristalino.<br /><br />Se entrelazan las miradas<br />pero es el mismo latido.<br />Que se queden cara a cara,<br />la emoción se haga suspiro.<br />Marinera de mi alma,<br />¡quédate aquí en San Jacinto!<br />con tu vecina y hermana;<br />que está mi amor repartido<br />bajo el cielo de Triana.<br /></div><br /><br />Cada una de nuestras hermandades, ha sublimado la grandeza de sus titulares de palio o las que protagonizan la compañía de Cristo en cada uno de sus misterios.<br /><br />En stabat mater permanente, Concepción, Remedios, Guía, Antigua y Mayor Dolor, la acompañan como la Giralda en la vertical que les guía hacia el cielo.<br /><br />Los hermanos Servitas pusieron al sexto dolor toda la unción con que la Piedad acoge a la Providencia desclavada de la Cruz, como lo acaricia Descendido en la Sagrada Mortaja con dobles de muñidor que lo anuncian.<br /><br />Así llega la Soledad del Convento de la antigua calle Catalanes, consolando los ancianos por Castelar, y Soledad del negro hábito de los hijos de María Dolorosa, que en la plaza de San Marcos pasea sus siete Dolores buscando el sepulcro del Santo Sábado.<br /><br />Santa Ángela esposada con el divino madero llegó a asumir tanto el amor al glorioso árbol desnudo del Nazareno, que deseaba hondamente clavarse en él. Ella llegó a decir en una de sus cartas:<br /><br />"Nuestro país es la cruz, en la cruz voluntariamente nos hemos establecido y fuera de la cruz somos forasteras”. Las Hermanas de la Cruz están dentro del espíritu de nuestras Hermandades y Cofradías. Y viceversa.<br /><br />Todos los días hacen su estación de penitencia por Sevilla, caminando con el paso acelerado porque la caridad de Cristo les mete prisa. Al llegar la Cuaresma, por no sé que extraña simbiosis, Hermanas de la Cruz y Hermandades se identifican más en una preanunciación de sacrificio y gloria.<br /><br />Cada una de sus casas tiene una puerta que siempre se abre, ya sea al Rey o al mendigo, al hambriento o al acomodado, al rico o al empobrecido. Su hábito tiene dimensiones sobrenaturales, lo han vestido igualando a todos en la dignidad al que lo acepta, ya sea una humilde zapatera o una Infanta de España.<br /><br />Pero de hábito la que más sabe es aquélla con la que el Sábado de Pasión, las Hermanas de la Cruz, tienen una cita en San Juan de la Palma.<br /><br />Ataviada la Señora en su palio con las mejores galas, dos Hermanas de la Cruz suben a ese trozo de cielo que es su peana, para prender en su saya, el rosario o corona de Madre María de la Purísima, para que junto al primer dolor coronado de Sevilla, repose la oración de una de sus más milagrosas hijas, achicándole la pena a la Amargura.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Va rezando la Amargura<br />hacia San Juan de la Palma<br />y la tristeza del alma<br />se llena ya de dulzura.<br />Todo se torna en ternura<br />y lo oscuro se hace luz,<br />las Hermanas de la Cruz<br />van saliendo del convento<br />y es el palio un firmamento<br />y la calle un contraluz.<br /><br /><br />La Virgen lleva el rosario<br />que Purísima tuviera,<br />un rosario de madera<br />de hábito y uso diario<br />como humilde escapulario<br />que cuelga de su cintura,<br />y al irse de la clausura<br />mientras se alejan los tramos,<br />otro Domingo de Ramos<br />va rezando la Amargura.<br /></div><br /><br />El Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica nos ha invitado a contemplar y definir la verdad del Amor, Así lo entiende el Crucificado del Salvador, Amor que devora y consume con el coraje de darlo todo para que Él sea conocido y amado.<br /><br />Ni la Virgen del Valle, ni la del Socorro, pudieron vislumbrar, que por avatares del destino fuera la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús, el mejor lugar para colmar su morada compartida de un derroche de inocencia blanca un Domingo de Ramos.<br /><br />Viejos códices de llanto se guardan en La Anunciación; llantos que sonorizan, en el paño de la Verónica, en el perfil vacilante del encuentro amargo, y en el prisma astral de dolor que son los ojos de la Virgen del Valle.<br /><br />Es allí, donde los lienzos de Roelas, quisieron plasmar el Amor y la aflicción, donde un pelícano se parte el corazón para que beban sus hijos, donde la Virgen de los Reyes quiere ser mecida en el mejor techo de palio el primer día de nuestra Semana, donde Zaqueo sin pensarlo, tiene el mejor lugar para ser cronista de tantos y tantos sentimientos.<br /><br />Allí, dos Madres lloran con el bendito dolor de su Valle de penas y el Socorro Perpetuo de su desconsuelo... Allí vio el pregonero a sus dos Vírgenes bajo la misma cúpula. Al llegar el Viernes de Dolores cuando baja en su traslado, la Señora cruza la mirada con la Virgen del Socorro.<br /><br />Si al decir de Rodríguez Buzón, “como llora la Virgen del Valle solo lloran las madres de la tierra”, con Ella en la calle Laraña, también llora la orquídea delicada del Domingo de Ramos que el Jueves Santo muda en rosa de Pasión en su mano, entregando su corazón por Amor, el Cristo del Amor que no defrauda.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Amor de primavera florecida<br />sobre un leño de Amor crucificado,<br />Amor para olvidarnos del pecado,<br />Amor que deja el alma renacida.<br /><br />En Ti nace y acaba nuestra vida,<br />Pelícano de Amor glorificado,<br />que pasas de lo humano a lo sagrado<br />pues vive en Ti el Amor y en Ti se anida.<br /><br />Amor bajo tu sombra en los costales,<br />Amor de viña y panes candeales<br />que convierte en lagar tu canastilla.<br /><br />Amor en lo más alto y más profundo<br />ejemplo para el hombre y para el mundo.<br />¡Amor! ¡Amor de Dios y de Sevilla!<br /></div><br /><br />La víspera del Domingo de Ramos, en la oscuridad de la parroquia de la Magdalena ya brilla el Misterio de mi Hermandad de la Quinta Angustia. El contraluz sobrecogedor del Cristo del Descendimiento impone silencio a los fieles que rodean el altar situado junto al respiradero del paso.<br /><br />Desde su templete, el Dulce Nombre de Jesús contempla el ir y venir de los preparativos de la solemne Misa de Ramos de medianoche, mientras la sala capitular es un inmemorial recuerdo en la mente del sacerdote celebrante.<br /><br />Recuerdos, cuando esa puerta pequeña de la Hermandad que ahora da paso a tantos hermanos que acuden, se abrieron para el por vez primera, cuando nadie lo conocía, para contemplar después cómo el irreal muro de la tradición, de las formas y la estética se derrumban ante el peso de una devoción común y compartida.<br /><br />A la memoria vienen rápidamente rostros de hermanos. El capiller, los priostes, las camareras, el vestidor... Muchos de ellos esperan entre la multitud que llena la parroquia para recibir de sus manos el Cuerpo de Cristo, pero otros ya no están presentes porque el censo de habitantes de nuestra ciudad y las nóminas de algunas Hermandades tienen este año, números de menos en sus cuadrantes.<br /><br />Hace poco marcharon al cielo, con la nobleza que los buenos cofrades saben llevar a las alturas, dos cristianos doblemente hermanos Luis Rodríguez-Caso y su hermano Vicente.<br /><br />También doblemente conocían el amor de las manos de la Virgen de la Quinta Angustia porque fueron talladas por su padre tomando de modelo las de su propia madre.<br /><br />Junto a la Virgen su escultor, el padre que le dio vida a la Señora que con un pañuelo en las manos secaba las dos lágrimas de sus dos únicos hijos que en poco más de un año, habían nacido en los ojos de la Virgen.<br /><br />En La Quinta Angustia honramos a los que se fueron cogiendo con fuerza las cruces arbóreas que cada Jueves Santo nos recuerdan, que no hay amor sin Cruz y que solo Dios basta, que por algo nacimos en el Carmen, igual que Santa Teresa.<br /><br />Esa fuerza será la que nos ayude a subir los peldaños del patíbulo de la Cruz con Nicodemo y Arimatea para descender a Cristo desde su arca de bronce, al más puro corazón de la Semana Santa de Sevilla.<br /><br />Ya suenan las doce y es Domingo de Ramos. Ya en San Lorenzo el Gran Poder tiende a todos sus santas manos atadas, y ahora en la Magdalena el incienso y los sones de Amarguras inundan las naves del Convento de San Pablo. La procesión de entrada de la Misa de Ramos comienza y este sacerdote nazareno se encamina hasta el altar dirigiendo una suplica a María, su Virgen, en Su Quinta Angustia<br /><br /><br />Salve, Fuente de Amor y Consuelo. Salve, Esperanza del caído,<br />Rostro elevado al Cielo,<br />lagrimas ocultas para mostrarte mejor,<br />como la celestial Sevilla donde Tu habitas.<br /><br />Que el amor de tus lágrimas<br />nos abran para siempre<br />las puertas de la celestial Sión.<br /><br />Yo a Tu Hijo me consagro por entero.<br />Que mi vida sea como el pañuelo<br />y la sábana que tú sostienes,<br />consuelo y acogimiento de mis hermanos<br />que son el Descendimiento de Cristo<br />que cada día llega hasta mis manos.<br /><br />No me olvides Madre mía,<br />mujer fuerte de Israel,<br />mi Quinta Angustia de María,<br />nuestra Quinta Angustia de Sevilla”.<br /><br /><br />La ciudad aparece en los albores de diciembre, pintada de tintes celestes de fervor mariano. Ante la Purísima que presidía el altar Mayor de la Catedral, un grupo de diez niños ataviados a la usanza dieciochesca nos disponíamos a ejecutar la tradicional danza ante la Virgen.<br /><br />Yo formaba parte de aquel grupo de seises que en la aritmética mágica de Sevilla son diez y ya entonces evadía mi mente buscando el rostro de aquella Inmaculada a la que dirigíamos nuestro canto.<br /><br />No tenía lejos mi amor. Sobre la Puerta de la Concepción, en el cuadro monumental de Grosso, tantas veces cantado en esta tribuna, la descubrí a Ella.<br /><br />Cuántas veces soñando, con aquel hermano de la Cofradía de los Primitivos Nazarenos que en tan soberbio tapiz, parece un nazareno elevado a los altares en la Gloria de Bernini sevillana, como un santo canonizado con túnica, capirote y la bandera de voto concepcionista.<br /><br />Quién sabe si fue un olvido del pintor tan insigne el no reflejar en su obra, un “armao” que transformara la espada inmaculista en el Senatus del Capitán de la Centuria. Ahora que de nuevo tomo mi barca para marcharme, sigo soñando con encontrarme un día tan cerca de Ella como están los seises del cuadro. Mis ojos son y serán siempre para Ella, mi invisible pareja en aquella danza.<br /><br />Lo nuestro fue un flechazo de belleza, amor y respeto. Clavó hace treinta años su mirada en mi alma y desde entonces no me he resistido nunca a amarla. He crecido en ese amor y cada día, cada nuevo día que cruzo el Arco, parece que fuese el primero.<br /><br />Un verso de amor me trajo hasta su puerta, una noche, celosamente guardada por esfinges de azucenas en otoño. Incliné mi frente ante sus ojos, esos que cambiaron el rumbo y la melodía de esta ciudad secular y el alma a los que ante Ella se postran. Y ahora por ser su pregonero he podido contemplarla de cerca y llevarla en mis brazos.<br /><br />Le susurré al oído como un enamorado las coplas de mi niñez. Como alegre crótalo acompasaba mi canto, y sin ser el seise que bailó para Ella el 31 de mayo de su Coronación porque no conocía su cara, en ese instante, se hizo realidad aquel sueño que en su rostro pegado al mío me enamoró de Ella.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Qué sería, sí, qué sería<br />si Sevilla no tuviera<br />tu perfil de Niña Madre<br />ni tu sonrisa hecha pena,<br />sin la dulzura infinita<br />de la luz de tu inocencia,<br />sin tus ojos, sin tus labios,<br />sin tu extremada belleza,<br />sin el verde de tu manto,<br />sin tu atributo de Reina<br />sin los primores bordados<br />que hizo Rodríguez Ojeda,<br />sin que en tu pecho brillaran<br />las esmeraldas toreras,<br />sin que lloraras detrás,<br />del que tiene una Sentencia,<br />sin que pueda contemplarte<br />cuando el sol ya te refleja<br />sin que te entone una voz<br />una imprevista saeta,<br />sin el balcón adornado<br />que año tras año te sueña,<br />sin tu resplandor cautivo<br />por Resolana y por Feria,<br />sin pétalos que te cubran<br />cuando por Parras regresas<br />sin que atravieses el arco<br />sin que cruzaras la verja<br />sin que te roce la brisa<br />que baja por las almenas,<br />sin los ojos que te piden<br />sin la niña que te reza<br />sin la mujer que da gracias<br />sin el hombre que te ruega,<br />sin que el capataz te diga:<br />¡Vamos al cielo con Ella!.<br />Pero vives tan presente<br />que Sevilla siempre espera<br />y sueña con poder verte<br />otra madrugada eterna.<br /><br />¡Ay! qué suerte Madre mía,<br />acompañarte tan cerca,<br />con vara basilical<br />y con rosario de cuentas,<br />ir delante de tu paso<br />y entre las dos maniguetas,<br />notar que me están llamando,<br />tus bambalinas de seda;<br />sentir que Tú me acompañas<br />como aquel niño -¿recuerdas?-<br />que aprendió a rezar contigo<br />y en Ti encontró la respuesta<br />para seguir el camino<br />de Jesucristo y Su Iglesia. <br /><br />Mas mi sueño fue ser seise,<br />que bailara en tu presencia;<br />que el 31 de mayo<br />sonaran mis castañuelas.<br />Ser un seise que a tus plantas<br />exaltara tu belleza<br />y al verte ya coronada,<br />proclamara tu grandeza.<br /> Y aquí me tienes hoy, Madre,<br />he cumplido mi promesa<br />que un sacerdote del pueblo<br />Tú me pediste que fuera.<br /><br />Y aunque mi nombre florece<br />en tu jarra de azucenas,<br />sueño que al llegar el día,<br />en el que el alma se entrega,<br />seré seise que te baile, <br />en Tu gloria ¡Macarena!<br /></div><br /><br /><br />ASÍ SEA<br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-49238393168182416342007-03-29T10:51:00.000-07:002007-03-29T11:07:46.281-07:002005 - Antonio Murciano<div style="text-align: justify; color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2005. Pronunciado por D. Antonio Murciano González en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, el dia 6 de Abril.</span><br /><br /><br />Gracias<br /><br /><br />EMINENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SR. CARDENAL,<br />EXCELENTÍSIMO SR. ALCALDE DE SEVILLA,<br />ILUSTRISIMO SEÑOR TENIENTE-ALCALDE, DELEGADO DE FIESTAS MAYORES,<br />ILUSTRÍSIMO SR. PRESIDENTE DEL CONSEJO GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS,<br />COFRADES SEVILLANOS, SEÑORAS Y SEÑORES, MIS QUERIDOS AMIGOS:<br /><br /><br />SEAN mis primeras palabras para agradecer al Ilustre Consejo de Hermandades y Cofradías, la fineza y el alto honor para con mi persona al designarme como Pregonero de la Semana Santa de Sevilla 2005.<br /><br />Seguidamente quiero, igualmente agradecer, a nuestras máximas autoridades, eclesiásticas y civiles, su confianza en mí al confirmarme en este tan honroso y hermoso cargo.<br /><br />Gracias, en tercer lugar, a Don Gonzalo Crespo por sus palabras de presentación ante ustedes y por ese inteligente y cariñoso perfil que ha trazado sobre mi vida y mi obra. Palabras, abrumadoras para mí de tan cordiales, y que le agradezco desde lo más noble de mi corazón.<br /><br />Y finalmente, mi gratitud también, a todos ustedes, presentes en este bello escenario del Teatro de la Maestranza, dando calor y realce a este acto. Así como, a los que siguen este evento a través de los medios audiovisuales de comunicación.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">I Prefacio</span><br /><br /><div style="text-align: center;">QUIERO que mi pregón sea<br />como una gran oración…<br />De pequeñas oraciones<br />tejer quiero este pregón<br />y entre todas, trenzar una<br />intensa, inmensa oración.<br />Pedir a Dios por Sevilla<br />–madre de mi devoción–,<br />por la abuela Andalucía<br />la de la luz interior,<br />por la nueva España unida<br />del recíproco perdón.<br />Por los santos inocentes<br />mártires del once “horror”<br />y las mil una intenciones<br />de la pequeña gran voz<br />de ese Sumo Sacerdote<br />–blanco viajero de Dios–<br />clamando, sin eco, al mundo<br />por la paz y la oración.<br /><br />Beatos Manuel y Marcelo,<br />Santa Ángela del Amor,<br />velad porque Hispalis sea<br />Jerusalén de fervor.<br />Yo os traeré al temblor del canto<br />veinte siglos de emoción.<br />Dos domingos de alegría<br />–Ramos y Resurrección–<br />enmarcando una semana<br />de injusticia y de dolor.<br /><br />Sabiendo a Ysbhilia, escenario<br />del drama del Redentor,<br />en los Cristos sevillanos<br />ver el rostro del Señor;<br />en las caras de sus vírgenes<br />la de la madre de Dios,<br />Vía de Amargura sus calles…<br />¡Qué niña vieja ilusión<br />ser este año el pregonero<br />del vibrar cofradiero,<br />–voz de la tribu, vocero–<br />del sentir de un pueblo entero!<br /><br />¡Qué privilegiado honor<br />–con el alma de rodilla–<br />cantar soñando en Sevilla<br />la Pasión del Salvador!<br />(Se alza en silencio el telón<br />de este renovado empeño<br />de revivir la Pasión<br />según Sevilla. ¡Qué ensueño!<br />¡Oídos, abríos al clamor!<br />¡Abrid los ojos al sueño!…)<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">II Domingo de Ramos. Entrada en Jerusalén (La Borriquita)</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">QUE en Jerusalén va a entrar<br />–digo en tierra sevillana–<br />domingo por la mañana<br />quién calmó y anduvo el mar.<br />Jinete el más popular<br />sobre un Platero andaluz<br />en olor de multitud<br />hosannas, palmas y niños.<br />¡Qué pena que haya cariños<br />que tengan muerte de cruz!<br /><br />Pero hoy todo es alegría,<br />tarde entre dorada y pura,<br />¡quién piensa en qué noche oscura<br />y en lo que sucederá un día!<br />¡Qué clamor, qué algarabía!,<br />Bendito porque está escrito<br />el paria, el pobre, el contrito,<br />bendito el que nada tiene,<br />bendito sea el que viene<br />en nombre de Dios ¡Bendito!<br /><br />¿Por qué esta primer saeta?<br />¿Qué se atreve a columbrar?<br />¿Qué voz, qué queja secreta<br />–entre dorada y violeta–,<br />qué vaticina el cantar?<br />Escuchad por Dios la copla<br />bien oigáis lo que dirá:<br />Los que ayer sanabas Tú<br />y hoy jubilosos te aclaman,<br />los que ayer curabas Tú<br />mañana te escupirán,<br />te cargarán de una cruz<br />y te crucificarán.<br />¿Y por qué, qué hiciste Tú?<br /><br />Madre tuya del Socorro<br />sin nada aún que socorrer.<br /><br />(Clama el pueblo. Corre. Corro.<br />La alegría aún por doquier.<br />Cristo en Triunfo entra en Sevilla<br />tal entró en Jerusalén.<br />Hoy la primavera brilla,<br />el Guadalquivir también.<br />La luna asoma a la orilla…<br />Comienza su anochecer…)<br />Llegado es el gran momento.<br />Por Judá quiebran albores<br />de temores y dolores.<br />Hace Jesús testamento.<br /></div><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">III Sagrada Cena. Institución y Canto a la Eucaristía</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">LA verdad es que a veces me pregunto<br />–a veces no, constantemente– cómo<br />teniendo la andadura de palomo<br />al corazón llegabas siempre en punto.<br />La verdad es que a veces vengo junto<br />del hondo pozo que eres y me asomo<br />y por mucho trabajo que me tomo<br />jamás descubro el fondo del asunto.<br />Asunto: Dios y su alto ministerio<br />Sagrada Cena. Paso de misterio.<br />Explícate Señor. Y Tú callabas.<br />¿Cómo hiciste del pan cuerpo divino<br />y del vino tu sangre, si gustabas<br />de llamar al pan pan y al vino vino?<br />Todo fue así; tu voz, tu dulce aliento<br />sobre un trozo de pan que bendijiste,<br />que en humildad partiste y repartiste<br />haciendo despedida y testamento.<br />“Así mi cuerpo os doy por alimento”<br />¡qué prodigio de amor, porque quisiste<br />diste tu carne al pan y te nos diste<br />Dios en el trigo para Sacramento!<br />(Sevilla sueña ser patena viva<br />para esa alondra que le nace al alba,<br />de vuelo siempre y a la par cautiva.)<br />Hostia de nieve, nardo, maná, fuente,<br />gota de luna que ilumina y salva.<br />Y todo ocurrió así: sencillamente.<br />Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves<br />tus manos para el pan, para el amigo!<br />Cena de doce y Dios. Sagrado jueves.<br />Y era en Jerusalén la primavera.<br />Y era blanco milagro ya aquél trigo.<br />Sencillamente: “Esto es mi cuerpo”. Y era.<br /><br />Y serás y eras y eres hostia pura,<br />carne y sangre de Dios, cáliz, rocío,<br />capullo de azahar, concha de río,<br />orbe de nata, anillo de ventura.<br />Pequeño sol de Dios, espiga, anhelo,<br />redonda flor de sueños tan completa,<br />panderito de harina del poeta,<br />moneda tú con que comprar el cielo.<br />Verso vivo, Jesús, verbo humanado.<br />Hostia digo y los labios me floreces.<br />¿De qué blanco trigal sacramentado?<br />No comprendo, Señor. Y tú, con creces,<br />te nos repartes pan multiplicado.<br />¡Multiplica mis panes y mis peces!<br />Se alejó hermoso el Paso en la Carrera<br />y Él se quedó, paloma mensajera,<br />botoncito de cisne levantado,<br />ojo que vela, lágrima que salva.<br />Y sobre el mundo fue la primavera<br />y aquí en Sevilla un ángel engloriado<br />pobló del azahar el alba malva.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">IV La Oración del Huerto. El Beso de Judas. El Prendimiento. Dulces Nombres de la Virgen.</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">SE fue a un huerto a orar Jesús…<br />¿Qué interrogante desnuda<br />dejó en los aires la duda<br />con la señal de la cruz?<br />Pasa la Oración del Huerto<br />Paso del Beso de Judas.<br />Va a pasar el Prendimiento.<br />¿Qué siente Sevilla muda?<br />¿Qué evoca Sevilla entera?<br />¿Aquella cruel primavera?…<br /><br />“Sí. Fue por la primavera. Un viento anochecido<br />empujaba la pompa de jabón de la luna.<br />El Cedrón susurraba como un niño dormido.<br />Getsemaní crecía su aceituna”.<br />Fue por la primavera. El olivar bebía<br />la clara madrugada.<br />“Dios oraba y gemía<br />a Dios desde la tierra ensangrentada”.<br />Sangre sudó y lloró. Y oró. Y oraba:<br />“Apártame este cáliz, Padre mío”…<br />Cerca un ángel… y pasos que llegaban.<br />Lejos sonaba el susurrar del río.<br />¿En plena primavera y estar yerto?<br />Estaba arrodillado, así, de hinojos…<br />fue en el instante en que resbaló, muerto,<br />el pájaro del llanto por sus ojos.<br /><br />Con teas y cordeles soldados por el huerto.<br />Una lechuza. Un buho. Un cuervo, revolaron.<br />¡Qué humano miedo su sangrar despierto!<br />Los velos de los templos del mundo se rasgaron.<br />“Se alzó. Rama de oliva de amargura,<br />alto esqueje moreno y vacilante.<br />–“¿Duermes, Simón?”. Temblaba de tristura,<br />Temblaba de ternura su semblante.<br />Luego dijo: –“Es la hora”. Volvió la frente al cielo<br />y adelantó unos pasos por ver al que venía.<br />Se oyó –“Salud Rabbí”… Rodó un beso hasta el suelo.<br />Judas tocó sus labios y ya no los sentía.<br />Jesús puso sus manos para que las ataran.<br />La luna ocultó en nube su lágrima primera.<br />Y mientras se dejaba que preso le llevaran,<br />once sombras huyeron su amor por la ladera”.<br /><br />Judas, suicida, traidor,<br />vendedor del Redentor<br />y deicida aún llorando.<br />Repugna verte rozando<br />tus labios en su mejilla.<br />Y mientras le ibas besando<br />–dice la gente en Sevilla–<br />que Él te estaba perdonando.<br /><br />Y grita un viejo saetero:<br />“Detente Judas en la venta<br />y no vendas al Cordero”…<br />Alto lirio en pena quieta<br />con la túnica morá<br />y el corazón violeta,<br />en donde quiero clavar<br />mi oración hecha saeta<br />al Cautivo de La Paz.<br />Tú, Soberano Poder…<br />–¿quién cantará lo que escribo?–<br />En el huerto los olivos<br />te vinieron a prender,<br />jugo de aceituna amarga<br />tuviste Tú que beber<br />aquella noche tan larga<br />¡víspera del padecer!<br /><br />Ahí va mi Jesús, erguío<br />para ante Anás y Caifás…<br />Ahí va, cautivo, prendío<br />–¡Que suelten a Barrabás!–<br />tan alto de tan hundío,<br />morena espiga tronchá<br />entre su torre y su río.<br /><br />Mi Señor del Prendimiento<br />–barco de cirios y ceras<br />su Paso entre las aceras–<br />pasa triste a paso lento<br />y en sus miradas postreras<br />se adivina el sufrimiento.<br />Gime su Madre a su vera.<br />Dulces nombres de la Virgen,<br />letanía de tristezas:<br />Dulce Merced, Luz, Salud,<br />Dulce dolorosa Carmen,<br />Dulce panadera Regla,<br />Dulces ojos de María,<br />ojos dulces con ojeras.<br />Dulce Nombre de la Madre<br />de las vírgenes morenas.<br /><br />Trianera de tronío,<br />espejo de la pureza,<br />reina de la realeza<br />del otro lado del río.<br />Ni siquiera tu belleza,<br />tu nombre ni tu apellío,<br />puede alegrar la tristeza<br />de tu corazón sombrío.<br />Debla a quien Triana reza.<br />Canta y no llores, Rocío.<br />¿Y esa rosa delicada<br />de la cabeza inclinada<br />y hermosamente apenada<br />que cierra la procesión?<br />Esa rosa de Pasión<br />nueva reina coronada,<br />es la madre inmaculada<br />Rosario de Montesión.<br /><br />¿Y en tanto dónde está el Hijo<br />–el futuro Crucifijo–<br />y a dónde lo llevarán,<br />por el río de un gentío<br />que gritando viene y va?<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">V El Silencio blanco y La Amargura</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">POR Herodes despreciado,<br />vine a verte a tu capilla,<br />Señor del Silencio Blanco<br />como te llama Sevilla.<br />Después te he visto en la calle<br />y hasta creí que me hablabas.<br />¡Dile al silencio que calle!<br />¡Tras ti tu madre penaba!<br /><br />Entre el clamor de la gente<br />de aquella Sevilla pura<br />de inicios del siglo veinte,<br />Pastora la de los Peines<br />cantaba así a su Amargura:<br />“Eres madre de ventura,<br />estrella del firmamento,<br />rayo de luz que fulgura,<br />bálsamo de sufrimiento,<br />y Virgen de la Amargura”.<br /><br />¿Que cómo Sevilla canta<br />su canto a la desventura?<br />Oíd la gran partitura<br />–ya inmortal– de su “Amargura”.<br />Que gracias a los Font de Anta,<br />–para los siglos que vienen–,<br />Sevilla tiene que tiene<br />su himno a la Semana Santa.<br /><br />Dulce Amargura divina,<br />la de San Juan de la Palma,<br />tú eres la luz que ilumina<br />la noche oscura del alma.<br />Que medio siglo hace ya<br />que Sevilla os coronó;<br />allí os cantó el pregonero,<br />bien oiréis lo que os cantó:<br /><br />“Nieve viva sintiéndose morena,<br />Luz de luna volviéndose cirio,<br />Azucena poniéndoseme lirio,<br />Soberana Señora de la Pena.<br />Ojos de sevillana nazarena,<br />pecho de rojas rosas de martirio,<br />cuerpo de nube en forma de delirio,<br />alba en la frente y noche en la melena.<br />Cima de las más altas hermosuras,<br />sima de las más hondas amarguras,<br />Palma de luz, Panal de maravilla.<br />Dolorosa doncella delicada.<br />Gloria de un pueblo. Reina Coronada.<br />¡Virgen de la Amargura de Sevilla!”.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">VI Sanedrín. De Anás a Caifás. De Herodes a Pilato. La Sentencia y la Macarena</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">DESDE Caifás hasta Anás<br />y de Herodes a Pilato,<br />va Jesús de Nazareth<br />de sus ropas despojado,<br />insultado, despreciado<br />desde su frente a su pie,<br />injustamente juzgado,<br />sentenciado y condenado<br />a muerte en Jerusalén,<br />el pueblo aquél donde ayer<br />justamente fue aclamado.<br /><br />(La Bofetá)<br />¿Cómo pudiste tú a Cristo,<br />sayón, abofetear?<br />¿Y por qué lo hiciste, insisto?<br />¿tu mano cayó segada<br />o se te quedó por siempre<br />en el aire levantada?<br />¿Cómo pudiste, sicario,<br />a Cristo abofetear?<br />¿Quién te podrá perdonar?<br /><br />Con qué humildad, qué paciencia,<br />y en una piedra sentado,<br />un Cordero inmaculado<br />–¡Hijo de la Providencia!–<br />oye su injusta sentencia.<br /><br />¿En dónde están las saetas<br />de la Sevilla de ayer?<br />¿Y aquellas formas extintas<br />de San Pedro, Cuarta, Quinta,<br />saetas sin melodía<br />como el maestro Marchena<br />las llamaba y las decía?…<br />“Pilato por no perder<br />el destino que tenía,<br />firmó sentencia cruel<br />contra el divino Mesías.<br />Lavó sus manos después”.<br /><br />¿Dónde están los saeteros<br />de mi Sevilla de ayer?<br />¿Dónde está el Pinto y Centeno,<br />El Gloria, El Torre o aquél<br />Vallejo, la voz, la esencia<br />que cantaba aquello de:<br />“Oíd la injusta sentencia<br />que entre Herodes y Pilato<br />impusieron a Jesús<br />poniendo testigos falsos:<br />¡Azote y muerte de Cruz!”?<br /><br />¿Y por qué muerte de Cruz<br />a quien es del mundo Luz?<br />¿Por qué la afrenta, el quebranto<br />si como Él nunca habrá dos?<br />¡Ay madre tras tu Hijo en pos,<br />recúbrele con tu manto<br />su cuerpo de marfil santo!<br />Hijo del alba del llanto,<br />hijo de Virgen y Dios<br />¡Santo, Santo,<br />Santo, Santo!<br />(La Macarena)<br /><br />Y detrás su Macarena,<br />madre-perla de San Gil,<br />nazarena de la pena<br />de rosacielo y marfil.<br /><br />Deja, Madre, que te glose<br />aquella oración que reza:<br />“Bendita sea tu Pureza”<br />–espinela que aún me enciela–<br />que enseñaban nuestras madres<br />aprendida de la abuela.<br /><br />Macarena de alma herida,<br />Virgen y madre castísima,<br />Ave María Purísima<br />sin pecado concebida.<br />Porque fuiste bendecida<br />allá en Belén de Judea,<br />porque en tu milagro crea<br />toda la naturaleza,<br />“Bendita sea tu pureza<br />y eternamente lo sea”.<br /><br />¿Quién dirá que tu tortura<br />de hoy, mañana será gloria?<br />¿Quién recuerda, qué memoria<br />pudo soñar tal ventura?<br />¿Quién que tan santa hermosura<br />revistiera de pobreza?<br />Sólo tú a quien roza y reza<br />tanto cuanto te rodea:<br />“Pues todo un Dios se recrea<br />en tan graciosa belleza”.<br /><br />Sevillanísima pura,<br />filigrana de donaire<br />que das al arco del aire<br />lecciones de arquitectura.<br />En torno de tu figura<br />Sevilla se hace poesía,<br />mientras que la angelería<br />pies de raso y rosa besa.<br />“A ti celestial princesa,<br />Virgen sagrada María”.<br /><br />Esperanza de bondades,<br />recibe amante la oferta<br />de mi voz cierta en la abierta<br />paz de tus eternidades.<br />Airosa palma de Cades,<br />azucena de Sión,<br />a Ti como una oración<br />en labios de Andalucía:<br />“Yo te ofrezco en este día<br />alma, vida y corazón”.<br /><br />¿No ves que el mundo me llama<br />y no sabré volver luego,<br />que me alejo frío y ciego<br />y tu nombre me reclama?<br />convierte mi yelo en llama,<br />– Macarena Virgen mía–<br />da a mi tristeza alegría<br />y a mi pecado perdón.<br />“Mírame con compasión,<br />no me dejes, madre mía”.<br />(Final saetero)<br /><br />Gracia Montes, la Moreno,<br />Mercedes, Pili, Angelita,<br />voces fieles al poeta,<br />tened, ya las tengo escritas,<br />para Ella, mis saetas:<br />Al laíto de San Gil<br />mora la Mare de Dios,<br />tiene la cara morena<br />y partío el corazón<br />¡Mi esperanza Macarena!<br />Ni la rosa en el rosal,<br />ni el clavel ni la azucena,<br />podrán siquiera imitar<br />tu cara en flor, Macarena<br />llorando en la madrugá.<br />La noche se te arrodilla,<br />te corona la mañana.<br />¡Quién secara tu mejilla,<br />Niña de la Resolana,<br />Esperanza de Sevilla!<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">VII Jesús ante el pueblo. El atado a la columna, Flagelación. Coronación de espinas. La Victoria</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">REVIVIMOS la Pasión<br />por las calles de Sevilla<br />–azotes, flagelación–<br />y con la voz de rodilla.<br /><br />Qué triste y solo caminas,<br />moreno junco apenado,<br />qué triste y solo caminas,<br />de tu sangre salpicado,<br />de cordeles amarrado<br />y coronado de espinas,<br />tu perfil atormentado<br />reflejado en las esquinas.<br />Mi Señor de San Esteban,<br />dale a mi vida salud,<br />y en mi último viaje,<br />donde me baje, estés Tú.<br /><br />Mi Señor de San Benito<br />–el corazón en un grito–<br />al Jesús medio desnudo,<br />con clámide y maniatado,<br />Pilato lo enseña al pueblo<br />de soldados rodeado.<br />¡Si este hombre nada ha hecho!<br />¡Crucifícalo! gritaron.<br /><br />Y amarrado a una columna,<br />latigazo viene y va,<br />Los Remedios saca un Cristo<br />que hace a las piedras llorar.<br />¡Lo juro porque lo he visto!<br /><br />Miradlo por dónde va,<br />entre sayones romanos,<br />nublaíta la mirá,<br />maniataitas las manos<br />y la espalda ensangrentá.<br /><br />Una saeta de mi Arcos<br />quiero en su pecho clavar,<br />–saeta de amor de mi pueblo<br />para su espalda sagrá–:<br />“Buen pastor, manso cordero,<br />duros látigos de acero<br />te crujen sobre la piel,<br />y cada vez que recrujen<br />nace en tu espalda un clavel”.<br />¡Ay Virgen de la Victoria!<br />¿Qué harás tú Reina y Señora<br />para vencer tu dolor,<br />divina vencida flor<br />de tu pena vencedora?<br />¿Cómo ganar, madre, ahora<br />la batalla a la tristeza?<br />¿Quién te da esa fortaleza,<br />esa entereza ilusoria?<br />Capitana de belleza<br />¿por qué te llama Victoria<br />Sevilla cuando te reza?…<br />Que a la Virgen la Victoria<br />le dicen “La Cigarrera”<br />y según cuenta la historia<br />y sabe Sevilla entera<br />quien la mira ve la Gloria.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">VIII Nazarenos por la calle La Amargura.Las Tres Caídas. Canto a La Paz. Vírgenes de Triana</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Y de Victoria en Victoria<br />–nos revivimos– la historia<br />de aquel divino Jesús<br />y un pueblo –herida memoria–<br />que a su Dios le habla de tú.<br /><br />Padre mío de la Victoria,<br />bendito padre Jesús,<br />dos sayones te colocan<br />sobre tus hombros la cruz,<br />esa cruz, –mano adelante–<br />que ilumina tu semblante<br />mientras la recibes tú.<br />¿Y tu madre, dónde está?<br />Virgen santa de la Paz.<br />Rezad por ella, rezad…<br />por ella os pido: escuchad:<br /><br />(Soneto blanco, saetas y soleá)<br />La letra P mirádla aquí en mi frente,<br />la P de pan, la letra más del pueblo,<br />la P de padre y pobre y pena y patria,<br />la letra que promete primavera.<br />La primera en la frente. la segunda,<br />la A de angustia, de amargor, de ausencia,<br />dejadme convertirla en alegría,<br />en letra A de amor para la boca.<br />La tercera en el pecho, hablo de cruces,<br />hablo de guerras y de camposantos,<br />de la Z que encierra la ceniza.<br />Tres letras son y están en la esperanza.<br />Vénzanos la blancura de su nombre<br />y vuele por los cielos su paloma.<br />Paloma que cruza el Parque.<br />Luz que en el Porvenir brilla,<br />tienes de jazmín el talle;<br />tú eres la Paz de Sevilla<br />y la primera en la calle.<br />Que no roce ni una flor<br />ni se le enganche un varal,<br />que no roce ni una flor.<br />Ten cuidado capataz<br />que esa es la madre de Dios<br />y mi Virgen de la Paz.<br />Reina de los cielos eres<br />Madre de Dios de la Paz,<br />bendita entre las mujeres.<br /><br />Tarde triste. Noche oscura.<br />Ahí va Jesús Nazareno<br />por su calle de amargura.<br />Cargao con las culpas mías,<br />las de aquél y las de tóos,<br />lleno de espinos y espinas,<br />Nazareno de la O,<br />a tu calvario caminas.<br />(Madre y tu letra en mi voz.<br />qué aliento o soplo o anhelo<br />te ungió y te nombró “La O”;<br />qué amor de Paloma en vuelo,<br />que en tu Hijo el Redentor<br />estás, cómo está en el cielo<br />el Santo nombre de Dios.)<br />Pasión, mi Dios andariego,<br />para un poquito el andar,<br />que si vuelves la cabeza<br />verás tu pueblo detrás<br />cumpliéndote la promesa.<br />Nazareno de Sevilla,<br />Padre Jesús de Pasión.<br />Ante tu nombre se humilla<br />y ante tu paso, arrodilla<br />Sevilla su corazón.<br />Merced, mi virgen bonita,<br />fuente del divino llanto.<br />Déjame ver tu carita<br />entre el raso de tu manto<br />por San Juan consolaíta.<br />Con la cara ensangrentá,<br />pálido de luna llena,<br />miradlo por dónde va,<br />Padre Jesús de las Penas,<br />caído en la madrugá.<br />Lleno de santo quebranto<br />y empapao en suor frío,<br />caío que no alevanto<br />pasa por el laíto mío<br />el Señor del lunes santo.<br />Ay Dolores, dolorosa,<br />dolorida, la doliente,<br />yo nunca podré olvidar<br />aquella entrá en San Vicente<br />salpicaíta de azahar<br />y del llanto de la gente.<br />(El Silencio y la Concepción)<br />Mirad, ahí pasa el Silencio,<br />el de la cruz al revés,<br />el mejor de los nacíos<br />de la cabeza a los pies,<br />perdone Él mis desvaríos.<br />¿Es Palestrina o Marencio<br />quien dirige ese concierto<br />del coro de serafines<br />del Silencio, en el silencio<br />de la calle Placentines?<br />Virgen de la Concepción<br />ante ti mi alma rendida<br />y en tus mejillas ardidas<br />siete lágrimas prendidas.<br />Para ti rosa encendida<br />madre y maestra<br />mi oración.<br />Limpia y pura Concepción<br />sin pecado concebida,<br />preservada y protegida<br />–desde antes de nacida,<br />¡única en la creación!–<br />doncella ayer escogida<br />de virginal relicario<br />–urna maternal, sagrario–<br />del cuerpo vivo de Dios.<br />Y hoy –¡ay!– de tu Hijo en pos,<br />romera en su romería,<br />flor llorosa en su agonía,<br />pasionaria en su pasión,<br />Inmaculada María,<br />Concepción del alma mía,<br />Purísima Concepción.<br />(Nazareno y Virgen del Valle)<br /><br />Paso a paso, calle a calle,<br />Nazareno, flor de Valle,<br />mano al frente y cruz a cuestas,<br />en la Vía de la Amargura<br />–¿Sierpes dije?– en hora oscura<br />el hijo a su madre encuentra.<br />El hijo lleva la cruz<br />pero a su madre le pesa.<br /><br />Implorante y de rodillas<br />a los pies del galileo<br />la santa mujer Verónica<br />le enjuga el rostro. ¿Y qué veo?…<br />“Mujer de la frente erguida<br />y la mirar azulada.<br />Doncella desconsolada<br />por consolar una vida,<br />por aliviar tanta herida.<br />Por eso, por ese anhelo,<br />la noche de su amargura<br />Jesús dejó la dulzura<br />de su rostro en tu pañuelo”.<br />¡Pintores los de Sevilla,<br />copiadle la Faz al cielo!<br /><br />¿Y a ti Valle qué te digo,<br />–Dolorosa de ojos verdes–<br />jardinera nazarena?<br />A ti madre, te dedico<br />mi oración hecha saeta:<br />Divina rosa del valle,<br />cala, jazmín, azucena.<br />Rosa divina del valle,<br />cómo siendo tú tan buena<br />el que te busca te halle<br />en la casa de la Pena.<br />“Ni en la casita, madre, de la Pena<br />ya no te quieren a ti,<br />porque la tuya es más grande<br />que las que habitan allí”.<br /><br />(Recuerdo a Don Vicente.<br />Oración, fragmento)<br />Semana Santa en Sevilla<br />músicos de mi niñez,<br />de mi hoy y de mi ayer<br />que en mi pecho se arrodillan,<br />desde Eslava a Abel Moreno,<br />desde Pantión a la Serna,<br />de López Farfán a Braña…<br />Hoy por ellos mi alma reza.<br />Que un músico de Sevilla<br />que vivió en mi misma calle,<br />–frente a mi primera escuela<br />Maestro Gómez Zarzuela–<br />mi Falla particular,<br />tanto me habló de ti, Valle,<br />que aún en mi memoria brilla.<br />Un músico de Sevilla,<br />por él, ahora, mi rezar:<br />Por él te pido, Madre, por el hombre<br />que a Sierpes convirtiera en Corredera,<br />que vivió en Arcos, creó, murió y quedose<br />arco fiel de la piedra hasta la estrella.<br />Te pido por su azul mundo de arte,<br />por sus zorcicos y sus tarantelas<br />y por sus salves y sus letanías,<br />sus villancicos a mis nochebuenas,<br />sus coplas al Señor de las Caídas,<br />por su banda tocando su “Saeta”.<br />Te pido por su Himno de las Nieves<br />y por su misa a coro y gran orquesta,<br />por sus benditos y sus misereres,<br />por la música sacra de un poeta.<br />Madre, por él te pido, por sus dedos<br />sobre el arpa de oro de mi Peña,<br />y porque supo, en realidad y ensueño,<br />hacer de roca en sol música eterna.<br />Te pido Valle, en fin, por la sonrisa<br />del maestro-bondad, Gómez Zarzuela,<br />que compuso la marcha más divina<br />que la Madre de Dios tenga en la tierra.<br /><br />Por las calles de Sevilla<br />caminando va Jesús;<br />se le doblan las rodillas.<br />Y un centurión a caballo<br />–¡mirad!– señalándole<br />el camino hacia el calvario.<br />Esperanza, luz y guía,<br />Triana evoca tu fe.<br />¡Qué hiel que te amargaría<br />viendo a tu Hijo caer<br />que nadie le socorría!<br />(Y abriéndose paso, pasa,<br />¡es José de la Tomasa!<br />“Pará el Paso”, va a cantar.)<br /><br />Las sienes llevas herías<br />de esa cruz de culpas mías<br />y agotaito te veo.<br />Cristo de las tres caías,<br />quiero ser tu cirineo.<br />Siempre que miro a la cara<br />de Jesús bajo el maero,<br />pregunto al corazón mío:<br />¿qué pensará el Nazareno<br />cuando me ve a mí caío?<br />Esperanza, mare mía,<br />cara de virgen gitana,<br />mira mi voz encendía<br />pidiéndote en La Campana<br />por la abuela Andalucía.<br /><br />Cuentan que Señá Santa Ana<br />le dice a su trianerilla,<br />cuando le besa la frente:<br />–Esperancilla, chiquilla,<br />que cuando cruces el puente<br />no te entretenga Sevilla<br />¡Tú sabes cómo es tu gente!<br /><br />Esperanza que alumbras la Carrera,<br />saeta tú por Pureza y por Castilla<br />capitana trianera marinera,<br />carcelera del barrio y seguiriya.<br /><br />Santa soleá gitana,<br />madre de Dios alfarero,<br />hija de Señá Santa Ana,<br />esposa de un carpintero<br />y Esperanza de Triana.<br /><br />(NAZARENOS TRAS LA SEGUNDA CAÍDA)<br />Calle Amargura adelante,<br />va Jesús el galileo,<br />el divino caminante.<br /><br />(Salud. Candelaria)<br />Padre mío de la Salud<br />con tu cruz, pasito a paso,<br />oro sobre lirio raso,<br />lirio de silencio en flor,<br />lirio del alba en ocaso,<br />Tú eres el lirio mayor<br />de los lirios de tu paso.<br />¡Salud te pido Señor!<br />Señor mío de la Salud<br />vaya por ti mi plegaria.<br />Si a los ciegos diste luz<br />por tu madre Candelaria<br />alúmbrame, siempre, Tú.<br />Y ten tú, madre, la vela.<br />Tu estar en vela consuela<br />¿No oyes cantar serafines,<br />querubes y querubines?<br />Te llevan por Los Jardines<br />camino a San Nicolás.<br />Candelaria entre candelas,<br />llorando por tu Hijo vas<br />y te ahogan tus duquelas.<br />(Los Gitanos)<br /><br />Manué, bendito Jesús,<br />permíteme que en mi vida,<br />me levante como tú<br />detrás de cada caída.<br /><br />Con espinas en la frente,<br />esa Cruz entre las manos<br />y sangre por la mejilla,<br />el Señor de los Gitanos<br />hace llorar a Sevilla.<br /><br />Que no le muevan la Cruz.<br />Que lo lleven muy despacio<br />y no le muevan la Cruz,<br />porque le sangran las manos<br />a ese andarrío Jesús,<br />Bato de tóos los gitanos.<br /><br />Morena de mimbre el talle,<br />canastera de Sevilla,<br />que la soleá se calle,<br />la toná y la seguiriya<br />que Angustias está en la calle.<br /><br />Lucero nuevo del Valle,<br />carita de nazarena,<br />mi Reina de San Román.<br />Del palio a la canastilla<br />tú eres la rosa encarná<br />más gitana de Sevilla.<br />(TERCERA CAÍDA)<br /><br />Con sudor frío y descalzo<br />sigue andando el buen Jesús.<br />Las fuerzas le van faltando.<br />Ya no puede con su cruz<br />y un hombre le va ayudando.<br />(Nunca supo Simón el de Cirene,<br />el humilde granjero de piel recia<br />que aquél madero abierto a la agonía<br />era el mundo pesándole en los brazos.)<br /><br />Tres veces cayó en el suelo<br />y otras tres se levantó<br />¿Quién consuela el desconsuelo<br />del que en el suelo cayó,<br />siendo rey de suelo y cielo?<br />Loreto, madre de Dios,<br />toma mis versos, mis preces,<br />por tu Hijo el Redentor<br />que a tierra cayó tres veces.<br /><br />Tres tropiezos, tres herías,<br />tres golpes de sangre en flor,<br />tres horitas de agonía,<br />tres Marías y un amor,<br />Cristo de las tres caías,<br />levanta, levántanos.<br /><br />Mi placita de San Roque<br />con el de mis Penas dentro.<br />¡Gracia y Esperanza! Casa,<br />donde cuando paso, entro.<br />(Aquí, ya, mi Gran Poder)<br />Y de pronto, otra saeta<br />que rasga la piel del cielo<br />¿Es Mairena?… ¡Es Caracol!<br />cantando desde el recuerdo:<br /><br />“Pinceles al viento...<br />que no hay pintores que pinten<br />la plaza de San Lorenzo,<br />ni tu cara, Gran Poder,<br />en tan profundo silencio”.<br /><br />Sale el Señor de Sevilla.<br />pasa “el paso” a paso lento<br />y una muchedumbre ansiosa<br />contiene, muda, el aliento.<br />Dos filas de encapuchados<br />–luto y esparto– viniendo,<br />mientras que su capataz<br />da en bronce tres golpes secos<br />y lloran saetas hondas<br />las cuatro esquinas del viento.<br />(Gran Poder bendito,<br />bendice a tu pueblo.)<br /><br />Cargado va con su Cruz<br />el rey de los nazarenos,<br />por espinas en las sienes<br />lleva cinco o seis luceros.<br />(Alumbra mi noche,<br />sol de San Lorenzo.)<br /><br />Entre varales de plata<br />con siete cuchillos dentro,<br />bajo un palio de ocho estrellas<br />y nueve lunas de un sueño,<br />llorando a lágrima viva<br />su madre lo va siguiendo.<br />Mayor Dolor y Traspaso<br />mayor no lo tuvo un pecho.<br />(Vela por España<br />Gran Poder del cielo)<br /><br />Ninguno de los que no<br />cumplen tus diez mandamientos,<br />ni ninguno entre los once<br />de los que no te vendieron<br />o uno sí, un pueblo, uno<br />quiere ser tu cirineo<br />(Apoya en Sevilla,<br />Jesús, tu madero.)<br /><br />Que al rey de las doce tribus<br />de Israel, al rey sin cetro,<br />al joven que de sufrir,<br />miradle, parece un viejo,<br />Sevilla le va ayudando<br />a llevar su cruz, un pueblo<br />que quiere que reine en él<br />aunque sea viernes el tiempo.<br />(Oye esta plegaria<br />Gran Poder eterno.)<br /><br />Madrugada en La Campana,<br />cuando resuenan los ecos,<br />cuando se afilan los fríos,<br />cuando hasta se oye el silencio<br />cuando una saeta hiriente<br />se va clavando en tu pecho:<br />alza tu mano gloriosa<br />de ese pesado madero<br />y bendícenos a todos<br />mi Gran Poder nazareno<br /><br />Y con los cinco sentíos<br />en su “Andalucía a compás”,<br />por encima del gentío<br />se siente el eco sentío<br />del pregonero al gritar:<br />El poder y el poderío<br />por el mundo viene y va,<br />siendo el Gran Poder el mío,<br />el que en San Lorenzo está<br />de moraíto vestío.<br />(Jesús Despojado. Señor de las Penas.La Estrella.)<br /><br />Ya el Gólgota. Y Él arriba,<br />erguido pero abatido,<br />despojado, desvestido.<br />Todo un Dios en carne viva;<br />seco el labio, sin saliva,<br />y alguien va y le ofrece hiel.<br />El frío eriza su piel.<br />Una cruz le van subiendo<br />y una madre está pidiendo<br />“Misericordia” por Él.<br /><br />Padre Jesús de la Penas<br />en una piedra sentao;<br />esperando en el Calvario<br />para ser crucificao,<br />vendío por treinta denarios.<br /><br />Verlo me da escalofrío,<br />mientras se juegan las prendas<br />del Dios rey de los judíos.<br /><br />¿Quién era aquella doncella<br />divinamente de duelo?<br />¿Es la Virgen de la Estrella?<br />Tenía en su mano un pañuelo<br />y era tres mil veces bella.<br /><br />Que una Estrella reluciente<br />cruza el cielo de Sevilla.<br />Ilumina a toa la gente.<br />Más que sol y luna brilla<br />y le dicen “La Valiente”.<br /><br />(Recuerdo a la Niña de la Alfalfa)<br />Tengo en mi mente grabada<br />una promesa cantada.<br />De niño la oí un vez.<br />San Jacinto y madrugada<br />“Niña de la Alfalfa” fue.<br />En un balcón, su silueta,<br />mano en vilo y pena quieta<br />y la voz rota de llanto.<br />De aquél día me acuerdo tanto<br />que aún recito su saeta:<br />“Madre mía de la Estrella,<br />en ti yo tengo mi fe.<br />Tu Estrella guía mi vía,<br />por eso te cantaré<br />tó los años este día”.<br />Desde tu balcón del cielo,<br />este año, cántale…<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">IX Los Cristos del Gólgota. –Exaltación– Poema de Las Siete Lágrimas</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Y en otra piedra sentado<br />ved, esperando al Maestro<br />para ser crucificado.<br />Divina crucifixión.<br />Y sobre Sión te alzaron<br />¡Cristo de La Exaltación!<br />Alzado, exaltado, ¡Tú!<br />centro del orbe. Alfa y Fin.<br />Norte y Sur, Jerusalén.<br />Cristocéntrico Jesús<br />cantó Teilhard de Chardin.<br />–“Cuando me alcen sobre el mundo<br />todo lo atraeré hacia mí”.<br />Esto se le oyó decir<br />en suspiro tan profundo<br />que nadie oyó su gemir.<br /><br />¿Qué noche en qué plazoleta<br />sevillana y recoleta<br />y qué Cristo le inspiró?<br />¿Exaltación, Fundación,<br />Redención o Salvación?<br />¿Qué ideal crucificado<br />le dictó aquella saeta<br />que salió del corazón<br />del pregonero poeta<br />y se clavó en su costado?<br />¿Qué rezaba aquél cantar?<br />Enclavado en el madero<br />de la mayor soledad,<br />el hijo del carpintero<br />con las dos manos clavás<br />va abrazando al mundo entero.<br /><br />Crucificados sedientos<br />de amor y de sentimientos<br />mientras sus ojos les brillan,<br /></div><div style="text-align: center;">pasan pasando tormentos<br />por las calles de Sevilla:<br />Cristo en sus Siete Palabras,<br />eternos gritos de ayer;<br />Santo Cristo de las Almas,<br />Cristo santo de la Sed,<br />Jesucristo el de las Aguas<br />–guadalupano clavel–<br />mira el dolor de tu madre<br />arrodillado a tus pies.<br /><br />(Poema de las siete lágrimas.<br />A Sebastián Santos Rojas)<br />Caridad, mi Estrella bella,<br />Señora de la Merced,<br />Sol de la Carretería,<br />Luna del Cerro. Mujer<br />Dolorosa en San Vicente,<br />la que Pena en San Andrés,<br />mi Concepción, mi Refugio,<br />mi Subterráneo, las diez<br />Vírgenes con siete lágrimas<br />que una a una os las conté;<br />siete fuentes, siete joyas,<br />lucecitas de la fe,<br />siete cristalinas rosas<br />que hoy yo quiero recoger<br />en estos mis ojos secos<br />ciegos ya de tanto ver;<br />¡Ojos míos, lacrimarios,<br />madreperlas de las diez!<br />(Cristo de la Conversión y Montserrat<br />La Lanzada. Poema de la Sed )<br /><br />Cristo de la Conversión,<br />mi Cristo de la Salud<br />en cruz y entre dos ladrones,<br />bendito Cristo Jesús<br />convirtiendo corazones<br />y haciendo de sombras, luz.<br /><br />Entre Dimas y Gestas<br />crucificado,<br />dime qué gesta es esta<br />de un Dios clavado<br />¿Juzgado un Dios,<br />condenado por hombres,<br />sin defensión?<br />Y aún me sigo preguntando:<br />¿Qué ley celeste<br />es morir perdonando?<br />¿Qué Dios es éste?…<br />Y una gran voz rasgó los altos aires:<br />¡Jesús de Nazareth!… moría la tarde<br />y allá abajo, en penumbras, vigilantes,<br />discípulos, mujeres… y una madre…<br />Montserrat, madre bendita,<br />quiero que sea risa el llanto<br />de esa cara tan bonita,<br />que si hoy es Viernes Santo<br />el Domingo resucita.<br /><br />Santo Cristo de las Aguas,<br />Cristo vivo de la Sed,<br />Cristo-Jesús de las Almas.<br />¡Quién te diera de beber!<br />¡Qué Remedios, qué Consuelos!<br />podrá tu madre ofrecer,<br />si aunque Virgen de las Aguas<br />sólo tiene un agua amarga<br />que es la fuente de sus lágrimas<br />¿cómo te las da a beber<br />si te aumentaría la sed?<br />María de las Tristezas,<br />virgen de lágrimas santas<br />con sed tanta y penas tantas<br />¿quién sacia su padecer?…<br />(La Expiración del Museo)<br /><br />Por tu sagrada pasión<br />sólo te pido un deseo,<br />concédenos tu perdón,<br />Santo Cristo del Museo,<br />Cristo de la Expiración.<br /><br />¿Quién tu molde tiró al Río<br />que al agua la hizo plata de luceros<br />y navegó hasta el mar –qué escalofrío–<br />a lomos de los peces costaleros?<br />Pero tu original quedó presente.<br />¡Oh Cristo del Museo!<br />¡Oh Dios muriente!<br /><br />Pasta santa de madera,<br />¿de quién fue la inspiración<br />que logró esa Expiración<br />tan divina y verdadera?<br />¿Fue el propio Marcos Cabrera<br />o el propio aliento de Dios?<br />¿Caería de rodillas<br />como el poeta cayó<br />una mañana en Sevilla<br />glosando la maravilla<br />de la anónima oración<br />de qué Santos de Castilla?:<br /><br />Tú que todo lo muerto lo renaces,<br />abrázame Señor a tu costado.<br />Pero cómo te digo que me abraces<br />si estás para abrazar, crucificado.<br />Tú que deshaces mundos y los haces<br />convierte en largo llanto mi pecado<br />y hasta ese mar de amor en el que yaces<br />llegue mi amor a río desbordado.<br />Que me puede Señor, que me tortura<br />este verte morir y esta amargura<br />bien me mueve mi Dios para quererte.<br />Viviendo en Ti morirme es lo que pido,<br />sin esperar a cambio de mi muerte<br />ni el cielo que me tienes prometido.<br />(El Cachorro y la Virgen del Patrocinio)<br />El Señor está expirando<br />y Sevilla es la oración<br />que el poeta va rezando.<br />Rezo por Juan de Mesa y Montañés<br />por Roldán, Pedro Castro y por Cabrera,<br />Vasallo, Ocampo y Llanes, por Castillo<br />por Ruiz Gijón, aquel buril de Utrera.<br />Permíteme, Cachorro, Cristo, ahora,<br />dar gracias por mi Utrera, tu escultora.<br />F ebril, vehemente, inquieto, así sería<br />R ico de sí, si pobre entre la gente<br />A sí fue el hombre, sí, artesanamente<br />N iño en su barrio de Santa María.<br />C omo un nuevo Jesús, carpinteando,<br />I maginando lumbre imaginera<br />S oñando su buril en la madera<br />C achorros de Triana, así, soñando.<br />O brero, ya maestro, ya en Sevilla<br />R ubio aprendiz de aquél Andrés Cansino,<br />Un escultor de Cristo, en el camino<br />I nmortal de la Santa Maravilla.<br />Z arzas o gubias hondas las heridas<br />G loria al Jesús de los olivareros<br />I a aquellos cireneos costaleros<br />J unto a su Cristo de las Tres Caídas.<br />O tro no hubiera en talla y corazón.<br />N ació en Utrera y era Ruiz Gijón.<br />¿Dónde está Manuel Mairena?<br />que quiero que sea su voz<br />la que cante mis saetas:<br /><br />Lo he visto y la voz la corro<br />¡qué pena y qué maravilla!<br />que hay un divino Cachorro<br />que entre Triana y Sevilla<br />se nos va muriendo a chorros.<br /><br />Lirio abierto a la agonía<br />sobre tu calvario en flor.<br />Perdona mi vida impía,<br />Cristo de la Expiración,<br />Cachorro del alma mía.<br /><br />Y dando un grito expiró:<br />–“Toma mi espíritu Padre”<br />y se le heló el sudor frío.<br />Cristo va a morir. ¡Socorro!<br />¡Cachorro mío, Cachorro,<br />Cachorro, Cachorro mío!<br /><br />¿Y tu madre como está?<br />¿Dónde está esa flor galana<br />divina de tan humana?<br />Azucena soberana.<br />Trianera por Sevilla.<br />Flor de la calle Castilla,<br />Patrocinio de Triana,<br />tras llorar tu destrucción<br />te recreó, madre, el arte<br />de Luis Álvarez Duarte,<br />¡qué bien que te recreó!<br />Quédate en mi corazón,<br />–Virgen de mi devoción–,<br />alba-luz de mi mañana.<br />¡¡Bendíceme este pregón!!<br />(Cristo muerto con su madre viva)<br /><br />Cristo ha muerto. ¡Qué dolor!<br />Ahí va el Cristo del Amor.<br />Parece que pasa hablando.<br />¿De qué ultracielos la voz?<br />Descendí de mis brisas para verte<br />y hasta herirme tu viento me fustiga,<br />vino a traerte amor mi voz amiga<br />y olvidando mi voz me diste muerte.<br />Pero este inmenso amor y este saberte<br />tan lejos de mi amor, a amor me obliga.<br />Soy mosto de tu vid, pan de tu espiga<br />y traigo al cambio un cielo que ofrecerte.<br />Yo que vine sembrando primaveras,<br />regando lluvias y encendiendo soles<br />para que en tu verano recogieras.<br />Hoy vuelvo a ti que abriste mi costado<br />Cordero hasta tu altar porque me inmoles,<br />Cristo Dios, por tu amor, crucificado.<br /><br />Ahí pasa mi Vera-Cruz<br />“mi Vida, mi Verdad y mi Camino”.<br />No que no es de porcelana,<br />ni de cedro, ni de pino,<br />ni de pasta sevillana,<br />que este VeraCruz divino<br />parece de carne humana.<br />Capilla del Dulce Nombre,<br />VeraCruz, mi Jesús yerto,<br />mi saeta no es canción<br />que es decirte, a grito abierto,<br />Cristo muerto, mi oración.<br /><br />Por la alta mar del gentío.<br />Bajo un palio en negro y oro,<br />verde y blanco el lucerío,<br />va María de las Tristezas.<br />Madre de Cristo Jesús.<br />Hermosa talla entre flores<br />detrás de su VeraCruz<br />y mudos los ruiseñores.<br /><br />Por la Plaza La Campana,<br />de Sevilla corazón<br />detrás de un río enlutao,<br />muerto de cruz viene Dios<br />y abierto lleva el costado.<br />Luna de la Parasceve,<br />que alumbras mi Cristo muerto.<br />Cristo mío del Calvario,<br />pusiste a mi padre bueno,<br />madrugá del viernes santo<br />seré yo tu costalero.<br />Y te cumplí mi promesa<br />que te llevé en tu Vía-Crucis,<br />a hombros por la Magdalena.<br />De rodillas la saeta,<br />el río y Sevilla entera,<br />de rodillas la saeta.<br />Toda Sevilla oración:<br />que al borde de la mañana<br />está mi Presentación,<br />presente por La Campana.<br /><br />Por San Benito grito y me emociono.<br />Luz de Oriente en mi calle te pregono<br />y en tu divina encarnación confío.<br />Mi Cristo de la Sangre, te corono<br />“Señor de las estrellas y los ríos”.<br />Cristo del Desamparo y Abandono,<br />de las Misericordias, ¡Cristo mío!<br />“Señor mío y Dios mío”.<br /><br />Jesús-Cristo acongojado<br />sobre tu Gólgota en flor.<br />¿De qué Longinos traidor<br />la lanza te ha traspasado<br />que te está manando –¡oh Dios!–<br />sangre y agua del costado?<br /><br />Cristo ha muerto ¡qué clamor!<br />Cristo de Burgos, Buen Fin,<br />De la Caridad ya inerte,<br />Santo Cristo del Calvario,<br />Cristo de la Buena Muerte,<br />–mi Cristo universitario–.<br />¡Enseñadme a bien morir!<br />Te lo pido por tu muerte,<br />que otro año vuelva a verte,<br />por mi vida te lo pido,<br />dame salud, dame suerte,<br />toma mis cinco sentidos<br />y dame una buena muerte.<br />Pídeselo tú, Señora<br />virgen de la cara mustia,<br />divina corredentora,<br />soberana de la Angustia.<br /><br />Pídeselo tú mi Guía,<br />Diosa de la madrugada,<br />Madre Hiniesta coronada,<br />Virgen sagrada María.<br /><br />Que sola y con mucha pena<br />y en la Iglesia de San Pedro,<br />hay una Palma morena<br />que anda vestida de negro<br />y parece una azucena.<br />¿Qué mirar me da la calma?<br />¿Qué Cristo mira hacia el suelo?<br />¿Qué cara me arroba el alma?<br />¡La que está mirando al cielo,<br />madre de Dios de la Palma!<br /><br />Y ahora aquí mis letanías;<br />letanías sevillanas<br />con los nombres de María:<br />De María de la Cabeza<br />norte de mi Andalucía,<br />Gracia, Esperanza y Amparo,<br />Santa María del Buen Fin,<br />soles, lunas, luces, faros<br />para mi eterno vivir.<br />María del Refugio,<br />refúgiame<br />en el Subterráneo<br />de tu querer.<br />Con todo Nisán a cuestas<br />regresan en procesión<br />las vírgenes de Sevilla<br />traspasadas de Dolor.<br />Salve Reina de los Ángeles,<br />Caridad, Encarnación,<br />voz de los Desamparados,<br />Reina y Madre de la O,<br />mi Guadalupe bendita<br />mi Luz, mi Consolación.<br />Que en el silencio,<br />sin ruidos ni cantares,<br />bajo del manto<br />y entre los azahares,<br />dejádme acurrucar mi corazón.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">X Descendimiento del Señor. La Piedad. La Esperanza de La Trinidad. Los Dolores</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">–“DESCENDED a mi Jesús...<br />despacio, poquito a poco...<br />bajádmelo de esa cruz…”<br /><br />Desclavadle las muñecas<br />y desatadle los lazos<br />y curarle las heridas<br />de espinas y latigazos<br />y ponérselo a María<br />entre sus divinos brazos.<br /><br />Virgen de la Quinta Angustia<br />vacíos los lacrimales,<br />llaga viva del dolor,<br />que en tus brazos maternales<br />va muerto el hijo de Dios.<br /><br />¿Dónde está Heredia?¿y el Sacri?<br />¿dónde está Pepe Valencia?<br />¿y mi amigo Peregil?<br />vuestras hirientes saetas<br />me están traspasando a mí.<br />Al Cristo del Baratillo<br />siempre le vengo a peí,<br />que nunca me desampare<br />y tenga piedá de mí<br />por la gloria de su mare.<br />La corona del Señor<br />está hecha de junquillos.<br />Sevilla. Miércoles Santo.<br />Mi Piedad del Baratillo.<br />Hoy por ti canta mi canto.<br /><br />También porque hasta ti baja,<br />mi Piedad de la Mortaja<br />mi canto se me hace llanto.<br />De la hermosura de tu llanto santo<br />aprendí yo a llorar líricamente<br />y a enjugar la tristeza de mi frente<br />con la orla de luto de tu manto.<br />Pañuelo quiero ser para tu llanto,<br />del dolor de tu duelo yo doliente,<br />tras tu penar penante penitente,<br />y en tu paso de amor flor de amaranto.<br />Déjame ser tu humilde pregonero.<br />Señora del dolor más verdadero.<br />¡Qué Sagrada Mortaja tu verdad!<br />Estrella de su noche de agonía.<br />Apiádate de mí, Santa María.<br />Piedad. Perdón. Piedad. Perdón. ¡Piedad!<br /><br />(A la Trinidad)<br />Cristo de las cinco llagas<br />y las cinco mil herías.<br />Padre de las cinco llagas.<br />Si la culpa es solo mía<br />y ná has hecho, ¿por quién pagas?<br />¡Dímelo tú, madre mía!<br />Gloria de la Trinidad,<br />Esperanza salesiana,<br />farera de la ciudad,<br />sol Tú de la cristiandad,<br />luna de la redención.<br />Mírame con compasión,<br />que hacia tu mar va mi río.<br />Puerto del corazón mío.<br />Puerta de mi salvación.<br />En ti, Esperanza, confío.<br />(Cristo de la Providencia.<br />Los Dolores y la Santa Cruz.)<br />En mi corazón querría<br />tener grabadas a fuego<br />las palabras de María.<br />Quedó el Calvario desierto.<br />–Hijo mío, ¿estás despierto?–<br />Id… contempladme a María<br />hablándole a su hijo muerto<br />como cualquier madre haría.<br />Capilla de los Servitas.<br />¿Qué madre a diario grita?<br />–Hijo de la Providencia<br />la carne de mis fervores,<br />la sangre de mis amores,<br />¿a quién le pido clemencia?<br />¿Quién me lo iba a mí a decir,<br />Dios-hijo de mis entrañas,<br />que profecías extrañas<br />teníanse al fin que cumplir?<br />Siempre tras de tu vivir<br />–desde la cuna al Calvario–<br />mi corazón, relicario<br />fue ayer de tus nochebuenas.<br />¡Pero hoy no son más que penas<br />las cuentas de mi rosario!<br />Yo en peregrina me erijo,<br />mis dos manos para alzarte,<br />mis brazos para abrazarte<br />y en ti mis dos ojos fijos.<br />Siempre abrazando a mi hijo<br />como en los tiempos mejores.<br />Espinas lo que ayer flores.<br />Por dolerme su agonía<br />me llaman desde aquél día<br />la Virgen de los Dolores.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">XI La Santa Cruz</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">BAJÓ la Gloria al Infierno<br />y subió a Tierra en tres días;<br />quedó una cruz en el tiempo<br />ensangrentada y vacía.<br />Cruz inmortal, cruz ejemplo,<br />cruz abrazo, Cruz de Guía.<br /><br />(Quiero una cruz sola, escueta,<br />hecha oración y saeta)<br />Llena de ausencia y vacío<br />¿qué hace esa cruz en el viento?<br />verla me da escalofrío<br />y siento que me arrepiento<br />de los pecaitos míos.<br /><br />(Mi Lignum crucis, mi infantil secreto<br />lo grita hoy mi oración, hecha soneto)<br />Abierta, así, de brazos a la vida<br />de brazos a la muerte, así, de brazos,<br />una Cruz nada más, sólo dos trazos<br />donde abrazar al mundo deicida.<br />Cruz nada más. Dolor. Madera herida.<br />Sombra de vida muerta a latigazos.<br />Alzada sombra de hombre, clavos, lazos.<br />Que hablan de sangre y redención cumplida.<br />Cumplida voz de un Dios, cumplida suerte<br />de un hombre que a la cara de la muerte<br />contigo jugó a todo contra nada.<br />Llórala. Mírala para que llores<br />con el sudario aún con los sudores<br />sobre el cráneo de Adán –¡Padre!– clavada.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">XII El Santo Entierro y La Soledad</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">TAL en Jerusalén la universal<br />–la celestial, la inmortal, la pasional–<br />y en una magna procesión nocturna,<br />por la Avenida hacia la Catedral<br />–mágico, lívido, rígido,<br />entre oro y plata y cristal–<br />ahí va el Hijo del Hombre en una urna<br />que sus fieles lo llevan a enterrar.<br />Y tras de Él, una madre taciturna,<br />ya sin voz y sin llanto que llorar.<br /><br />Yo una vez lloré de niño,<br />una saeta en mi pueblo.<br />Hoy la recuerdo en Sevilla.<br />Ingenua, estremecedora,<br />cantaba así el saetero:<br />“Vamos a hincarnos de rodilla<br />que está pasando el entierro<br />y dentro de ese sepulcro,<br />ahí va el Hijo de Dios muerto,<br />víctima de un pueblo inculto”.<br /><br />El cielo de luto está,<br />la tierra parece abrirse<br />y un pueblo, serio, detrás,<br />velando a un muerto imposible.<br /><br />Virgen de la Soledad<br />sin consolación ninguna.<br />Virgen de la Soledad<br />más solita que la una,<br />nazarenita enlutá,<br />por palio lleva la luna.<br /><br />Luz de San Buenaventura,<br />la de San Lorenzo hermosa,<br />Flor de la Carretería,<br />Rosa de Villaviciosa<br />y en su Soledad, María.<br /><br />Virgen del alto duelo, madre mía,<br />peregrina mujer desconsolada,<br />abierto corazón a tanta espada,<br />a tanta llaga de Hijo que moría.<br />¡Qué soledad de ayer, de todavía!<br />¡Cuánta lágrima tuya derramada!<br />¡Dolorosa de lágrima sagrada!<br />Romera de tan triste romería.<br />Muerte tuya la muerte del Calvario.<br />Sangre tuya la sangre redentora.<br />carne tuya la envuelta en el sudario.<br />¡Qué soledad la tuya madre ahora!<br />¡Qué rosario de penas tu rosario!<br />¡Viuda de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Señora!<br /><br />(Dialoguillo triste entre la Virgen de<br />la Soledad y el pregonero de Sevilla)<br />A Joaquín González-Estrada<br />–¿Qué buscas bajo la noche,<br />con las tocas negras, madre?<br />–Voy a llorar mi pena<br />que no me siga nadie.<br />–Déjame llorar contigo,<br />madre...<br />–El dolor es sólo mío<br />como mía era su sangre.<br />Su sangre derramada<br />por el mundo, una tarde.<br />Que no,<br />que no me siga nadie.<br />–¿Cómo te llaman Señora?<br />Mi alma, madre, en esta hora<br />llora por acompañarte.<br />–Soledad es mi nombre<br />y la noche lo sabe.<br />Sólo la noche quiero<br />que me acompañe.<br />–Déjame seguirte al menos,<br />madre...<br />–Llorar, llorar quiero a solas,<br />de negro por estas cales,<br />por estas calles ¡Dios mío!<br />que sólo era mía su sangre.<br />–Te lo pido por Sevilla,<br />madre...<br /><br />(Anoche a la Soledá<br />le vi una lágrima nueva<br />de sus pestañas colgá).<br /><br />¿De quién la voz que recita<br />su canto en la madrugá?<br />¡Consuélale tú sus cuitas,<br />saeta de mi cantar!<br />“Madre Soledad, marchita,<br />no tengas pena ninguna,<br />que tu Hijo resucita<br />entre las doce y la una.<br />¡Alégrame esa carita!”.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">XIII De la Resurrección del Señor</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center;">VAMOS a Santa Marina<br />–Sepulcro del Redentor–<br />a revivir los ayeres.<br />¿Quién la piedra removió?<br />¿Cuál de las santas mujeres<br />a Santa Marina entró?<br />No estaba el Rabbí. No estaba.<br />Estaba un ángel y habló:<br />–¿A quién buscáis entre muertos?<br />¡Él vive! ¡Resucitó!<br /><br />Rodaba la luna fría<br />–duenda de la madrugada–<br />por la tierra atormentada,<br />desamorada y sombría.<br />La alegría se extinguía.<br />La esperanza vacilaba.<br />El hombre, débil, dudaba.<br />La santa mujer lloraba.<br />Y de pronto, en esa hora,<br />La gran noche se hizo Aurora.<br />–Aurora, Reina y Señora–.<br />¡Dios-Hijo resucitaba!<br /><br />Miradle ya, cielo arriba,<br />como una llama en la luz,<br />con las huellas de la Cruz<br />en carne y en sangre viva.<br />Ya no es la tierra cautiva<br />de la sombra y del dolor.<br />Que el Maestro del Amor<br />por amor nos ha salvado.<br />No es sólo el Resucitado<br />sino el Resucitador.<br /><br />Haz, Señor, que te imitemos;<br />que del pecado mortal<br />y de la muerte total,<br />contigo resucitemos.<br />Haz, Señor, que retiremos<br />cada cual la losa suya<br />y danos la mano tuya.<br />–¡Resucitó!– Sí, Tu mano.<br />Mi Dios, mi amigo, mi hermano.<br />¡Resucitaste! - ¡¡Aleluya!!<br /><br />(Oración al Resucitado)<br />Para alzarme Señor del barro vengo<br />a pedirte tus manos salvadoras,<br />tus anchas, altas alas voladoras<br />que siempre, a medio vuelo, me detengo.<br />Dame, Jesús, tu luz, porque no tengo<br />ni un oro de la luz que tú atesoras,<br />sombras de noches cercan mis auroras<br />y no alumbra la llama que sostengo.<br />Mi voluntad me naufragó la frente.<br />Me cuelgan ya los brazos, yertamente,<br />y este barro me hunde las pisadas.<br />Ya ni se qué te pido, ciego y loco.<br />Dame, Señor, ¿No escuchas mis llamadas?<br />De un ala o de una luz, de un algo, un poco.<br /><br /><br /></div><span style="color: rgb(51, 204, 0);">(DOMINGO DE RESURRECCIÓN EN SEVILLA.MI ESTACIÓN EN LA CATEDRAL)</span><br /><br /><div style="text-align: center;"><br />El mundo está de alegría.<br />Dios-Hombre ha resucitado.<br />Ha ascendido, levitado<br />llama de amor y armonía.<br />Los Haendeles celestiales<br />cantando están al Mesías<br />¿Cuándo para nosotros<br />su Parusía?<br />La Giralda ha festejado<br />–volteado, repicado–<br />por Él su campanería.<br />¡Qué gozo, qué algarabía<br />en la tierra y en el cielo!<br />¿Dónde está el Jesús del vuelo?<br />Se quedó en la Eucaristía.<br /><br />Ya es la hora vesperal<br />y un hombre pide clemencia<br />solo con su soledad<br />y la voz de su conciencia,<br />haciendo en la Catedral<br />su estación de penitencia.<br /><br />Por tu amor, divino ensueño,<br />Transfigúrame, Señor,<br />junto de Ti en el pequeño<br />Tabor de mi corazón.<br /><br />Tú, Señor de las Bienaventuranzas,<br />para vencernos la desesperanza<br />te hiciste testamento y despedida.<br />Primero te partíste y repartíste,<br />luego partiste pero regresaste<br />sabiendo que era justo y necesario.<br />Diste tu carne al pan y te nos diste<br />y eternamente nuestro te quedaste,<br />preso de amor, cautivo del Sagrario.<br />Domingo en la Catedral,<br />que es la fiesta universal<br />de la Santa Eucaristía.<br />Urbi et orbe la armonía.<br />“¡Levantaos,vamos, ya!”<br />¡Alegraos! ¡Alegría!<br /><br />Catedral: Andalucía.<br />Sevilla: Santo Sagrario.<br />Mi corazón: Relicario<br />de un Dios-Hombre hecho poesía.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">XIV Oración final</span><br /><br /><div style="text-align: center;">OÍD la oración sencilla<br />del poeta por Sevilla.<br />Voz de la tribu, vocero,<br />Torre de Dios, pregonero,<br />pararrayos, rompeolas<br />de eternidad<br />como dijera Darío.<br />Giraldillo sobre el río,<br />poeta en la Catedral.<br />¡Él resucitó! ¡Alegría!<br />Tomad mi oración final,<br />rezadla todos los días:<br /><br />Padre de todos los mundos,<br />yo te demando y suplico.<br />Por los que fueron ayer<br />y por los que nunca han sido,<br />por los que serán mañana<br />y por los que hoy son. Te pido<br />que al igual que los abuelos<br />de los padres de los míos,<br />que mis hijos y los hijos<br />de los hijos de mis hijos<br />y los sucesivamente<br />por los siglos de los siglos,<br />en Ti busquen y en Ti encuentren<br />el camino.<br /><br />(Nueva acción de gracias)<br />Que cada cosa ¡oh Dios! gracias te diga:<br />gracias sí por el hombre y su destino,<br />por cielo y mar, por árbol, por espino,<br />por tierra y fuego y lluvia y sol y espiga.<br />Gracias por la esperanza, por la amiga,<br />por madre y por amor para el camino,<br />por Hostia y Cruz, por pájaro y por trino,<br />por toda voluntad que se te obliga.<br />Por Sevilla y su fe, por la Purísima,<br />por ser la tierra de María Santísima,<br />por su ayer, su mañana y por su hoy.<br />Por el sueño de paz del universo,<br />por el hijo, Señor, y por el verso,<br />por el barro con alas que yo soy.<br /><br />(La oración del “nunca es tarde”)<br />Que éste que hoy ves aquí ya de regreso,<br />náufrago de sí mismo a la deriva,<br />el de la mano un día vengativa,<br />el porque sí rebelde, el loco obseso;<br />éste que hoy ves aquí de carne y hueso,<br />en mentira y verdad, en alma viva,<br />el que escupió en tu rostro su saliva,<br />el que se fue de ti, el que hizo éso;<br />el que su vida te cerró con llaves,<br />el renegado, el que cumplió condena,<br />ese soy yo que he vuelto con las aves.<br />Te perdí en el gozar, te hallé en la pena,<br />tarde te hallé Señor pero tú sabes<br />que nunca es tarde si la dicha es buena.<br /><br />(Baje en silencio el telón<br />de este renovado empeño<br />de revivir la Pasión<br />según Sevilla. ¡Qué ensueño!<br />Despertad de vuestro sueño.<br />Y acabe aquí mi pregón).<br /></div></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-90078498239047946692007-03-29T10:34:00.000-07:002007-03-29T12:14:08.218-07:002004 - Rafael De Gabriel<div style="text-align: justify; color: rgb(102, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2004. Pronunciado por D. Rafael De Gabriel Garcia en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br />Eminentísimo y Reverendísimo Sr Cardenal de Sevilla<br />Excelentísimo Sr Alcalde<br />Ilustrísimo Sr Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías<br />Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades<br />Cofrades de Sevilla<br />Señoras y Señores:<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">SANTA ÁNGELA DE LA CRUZ</span><br /><br />El 4 de Mayo de 2003 quedará grabado para siempre con letras de oro en los Anales de la Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Invicta y Mariana Ciudad de Sevilla. Su Santidad El Papa Juan Pablo II canonizaba a Sor Ángela de la Cruz, a quien había beatificado aquella histórica mañana del 5 de Noviembre de 1982. Tras ser proclamada solemnemente Santa, volvía a salir a las calles de la Ciudad que tanto amó, a la que tanto socorrió, a la que tanto bien siguen haciendo las Hermanas de La Cruz. Grande privilegio tuvimos. Entre el silencio y oración del Pueblo y los cánticos limpios de las monjas, Santa Ángela de la Cruz nos dio a todos nueva Fuerza para la misión que Dios nos tiene encomendada. Imborrable para siempre quedará el recuerdo de las calles entre pétalos de flores, de la incesante visita de tantos miles de personas a la Catedral durante los días del Triduo de Acción de Gracias; de los Encuentros de Niños, Jóvenes, Religiosos y Religiosas con la nueva Santa, del Homenaje de las Hermandades y Cofradías, del Solemnísimo Pontifical y del Baile de los Seises ante Su Cuerpo Incorrupto.<br /><br />Fue el regalo del Santo Padre a la Ciudad que visitó, a la que tanto ama. El Papa que oró ante la Virgen de los Reyes, que rezó en la Giralda, que nos habló desde el balcón del Palacio Arzobispal, que conmueve al mundo desde su esfuerzo alzando la Sagrada Forma. Trabajador incansable, uno de los hombres más importantes de la Historia. El Papa en la Cruz de Cristo.<br /><br />Días después, la Virgen de la Amargura fue a visitar a Madre Angelita:<br /><br /><div style="text-align: center;">Al Convento te llevaron<br />por que estuvieras con Ella,<br />con la Madre de los Pobres<br />y de los que nada esperan.<br /><br />Santa Ángela te dijo<br />cuando te tuvo a su vera:<br />-Cómo me acuerdo Amargura<br />de cuando vivía en la Tierra...<br />Cada vez que te buscaba<br />Tú me mandabas la fuerza<br />cuando en San Juan de la Palma<br />rezaba con Fe sincera.<br /><br />- Satisfecha Estoy, Sor Ángela<br />porque está siempre Tu Puerta<br />abierta para el que pide<br />el socorro, la asistencia,<br />la ternura y el afecto,<br />el consuelo y la paciencia.<br />Está contento mi Hijo<br />que Te quiere siempre cerca,<br />por eso tu Santidad,<br />porque estás siempre dispuesta<br />para llegar con tus Hijas<br />a acabar con la miseria,<br />a donde falte el amor,<br />donde los otros no llegan.<br /><br />Y todo en silencio estaba.<br />Sólo dialogaban Ellas:<br /><br />-Déjame venir Señora<br />para alegrar la tristeza.<br />-No te preocupes Sor Ángela<br />que te ayudaré de veras.<br />Yo me vestiré de monja,<br />Yo contigo puerta a puerta...<br />Visitaremos al pobre<br />y al enfermo en sus flaquezas.<br />-¿Y cómo que tú, Señora<br />Niña de la calle Feria<br />quieres venirte conmigo<br />a remediar tanta pena?<br />-Yo Soy la Madre de Cristo,<br />la Madre de Gracia Llena.<br />Yo soy la Madre de todos<br />los que sufren en la Tierra<br />y quiero que tu me lleves<br />a Mis hijos que me sueñan.<br /><br />La Amargura descendió<br />de las andas que trajera<br />y la Virgen la miraba<br />a Sor Ángela despierta<br />y Madre se levantó<br />de la cama en que se acuesta,<br />besó la mano a la Virgen<br />y se inclinó ante la Reina.<br />-Hágase tu voluntad, Señora<br />en mi humildad y obediencia<br />y se haga como digas<br />por espantar la pobreza.<br /><br />Era el aire de Sevilla<br />el testigo de la escena<br />y lo contó a Giralda<br />y lo contó a las estrellas<br />porque lo supiera Dios<br />que en estas cosas se alegra.<br /><br />-¿Cuándo volverás, Señora?<br />-Espérame en Primavera,<br />Yo visitaré tu Casa<br />con San Juan que me consuela.<br />Llegarán mis nazarenos<br />con cirios de blanca cera<br />Yo vendré entre los bordados<br />que hizo Rodríguez Ojeda,<br />y Traeré la Corona<br />que Sevilla Me impusiera<br />hace ya cincuenta años<br />para proclamarme Reina.<br />-Yo te esperaré Amargura<br />a que llegues a mi puerta.<br />Será el más grande pasar<br />que en los tiempos se recuerda<br />y yo estaré en el zaguán<br />para rezarte de cerca<br />con mis Hijas que te adoran,<br />con tantas novicias buenas.<br />Y es que en mi Casa, Señora...<br />¡Tú siempre serás la Reina!<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">AL CARDENAL DE SEVILLA</span><br /><br />Y fue Nuestro Señor servido, Eminencia, de que ya en la Beatificación de Sor Ángela estuvieseis Vos en Sevilla, porque Dios os trajo para que fueseis el principal motor de la Canonización.<br /><br />Eminencia, por un día en la vida, la voz del Pregonero es la voz del Pueblo de Sevilla, que os vuelve a felicitar por vuestra merecida Púrpura, que renueva hoy su testimonio de adhesión inquebrantable a Vuestra Persona, y que con cariño filial os dice que las cofradías de Sevilla siempre estarán a Vuestro lado, trabajando juntos por el Reino de Dios.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">AGRADECIMIENTO</span><br /><br />Eterna gratitud al Ilustrísimo Sr Presidente y a la Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías, por haber confiado en mi persona designándome Pregonero de la Semana Santa.<br /><br />Mi agradecimiento al Ilustrísimo Sr Teniente de Alcalde, Concejal Delegado de Fiestas Mayores del Excelentísimo Ayuntamiento, por sus distinguidas palabras de Presentación.<br /><br />Gracias a tantas buenas personas por sus oraciones, por tantas muestras de afecto y ánimo. Al Pueblo anónimo que paró en la calle a su Pregonero para hablar con él. Y a los Medios de Comunicación, que tan magnífico trabajo desarrollan llevando la Semana Santa a los enfermos, a los impedidos y a quienes están lejos de la Ciudad amada.<br /><br />Que el Señor pague a todos esa ilusión, que hoy nos convoca.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LLEGA LA SEMANA SANTA</span><br /><br />¿Y qué es la ilusión?... la ilusión es lo que brilla en los ojos de un niño que pasea de la mano de sus padres por el Parque de María Luisa... lo que lleva el repicar de las campanas de la Giralda, hermosa siempre la Torre de la Felicidad... lo que nos inunda al saber que el Domingo que viene –si Dios quiere- será Domingo de Ramos...<br /><br />¿Qué es la ilusión?, que aúna la Ciudad en estos días de espera entusiasmada que nos hacen retornar de nuevo a la niñez... Ahora somos tal como somos auténticamente, como si renovásemos nuestra Protestación de Fe en Dios y en Sevilla.<br /><br />La Primavera está aquí, y con ella la llamada Divina que nos hace comprender que la vida toda es milagro. El aire y la luz que inspiraron a Velázquez se amalgaman y complementan en torno a la Cruz de la Cerrajería… El recuerdo de la claridad y del azul del cielo en una mañana deslumbrante de nuestra Primavera puede durar años... luz espléndida en la Plaza de España o en lugares escondidos de la Judería; luz magnífica que nos hace pensar tantas veces que nuestras calles están hechas para que el sol las inunde y para que anden por ella los pasos y los nazarenos.<br /><br />Cada atardecer es prodigioso, cuando los naranjos en flor perfuman las plazas donde juegan los chiquillos, que las llenan de alegría con sus voces inocentes. La vida suena en las calles. Y resplandece en los Jardines del Alcázar, imperio del jazmín, del agua y del arrayán...<br /><br />Sevilla... hermosa eres... y qué bien suena tu nombre... música parece en el habla de tus hijos...<br /><br />¡Oh, Sevilla!, impresionas en la magnitud gigantesca de Tu Catedral sin parangón, en tus Iglesias sin igual, en tus torres, palacios y casas notables, en la armonía de tus patios, en tus Corrales de Vecinos que cada día vencen al tiempo. Ciudad soñada. Ciudad anhelada, Regalo de Dios, Ciudad del Alma y de la Vida.<br /><br />Campo de Mártires, Altar de las Santas Justa y Rufina. Enorme honra la tuya el que por ti comenzase la primera persecución de Nerón en España, Urbe insigne, por ser la que más públicamente confesabas a Cristo. Aquí floreció el Magisterio de San Leandro y de San Isidoro.<br /><br />Devuelta fuiste al cristianismo por nuestro Invicto Patrón San Fernando. Tus calles pisaron Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Catalina de Ribera, Miguel de Mañara, el Padre Tarín, el santo Cardenal Spínola, el Beato Manuel González y Sor Bárbara de Santo Domingo.<br /><br />Nuestro espíritu se prepara en el sentido penitencial de la Cuaresma, y escuchamos la palabra de Dios evocando las predicaciones que hicieran en el Púlpito del Patio de los Naranjos de la Catedral San Vicente Ferrer, San Francisco de Borja, San Juan de Ávila, el Beato Fray Diego de Cádiz y el Venerable Fernando de Contreras. Ante la Puerta del Perdón meditamos que Jesús escogió la forma más humilde para morir. "Maldito el que cuelga de la Cruz", decían judíos y romanos; pero en esa humildad radica su fuerza. En la Cruz, Cristo hizo pasar al Mundo del Pecado a la Libertad. La Cruz va señalando el camino de nuestra Salvación. Es el símbolo esencial y central del cristianismo.<br /><br />El Primer Viernes de Marzo, en la Casa de Pilatos tiene lugar la celebración del Santo Vía Crucis, que antiguamente discurría las Estaciones que allí se inician y que llegan al Humilladero o Templete de la Cruz del Campo, de tan honda trascendencia para nuestra Fe cristiana. Hasta la Cruz del Campo fueron igualmente nuestros antepasados, por la misma Vía Dolorosa que marcan los Caños de Carmona, llevando en rogativas la portentosa Imagen del Santo Crucifijo de San Agustín, a quien tanto debemos por el remedio a tantas calamidades y aflicciones:<br /><br /><div style="text-align: center;">Sevilla siempre a Ti acudió anhelante<br />por conseguir la Gracia perseguida<br />pidiendo en rogativa enardecida<br />a Tu Figura antigua y elegante.<br /><br />Te vio de la epidemia Triunfante.<br />Derramando la lluvia tan pedida.<br />Por eso la Ciudad, agradecida,<br />a Ti te puso siempre por delante.<br /><br />Oh, Santo Crucifijo venerado<br />en el viejo Convento de Agustinos<br />por un inmenso cariño rodeado.<br /><br />Vuelve Tus Llagas a nosotros. Dinos<br />que aunque muchos te hayan olvidado<br />Tú sigues protegiendo sus destinos.<br /></div><br />Las Vísperas de la Semana Mayor hacen afianzar el entusiasmo de los cofrades de Torreblanca, del Parque Alcosa, de Bellavista, del Carmen Doloroso y del Nazareno de la Corona.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA CIUDAD, ESCENARIO DE LA PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR</span><br /><br />Se decía siglos atrás que la mejor Fiesta que podía hacer Sevilla a sus Reyes era ofrecerles la solemnidad de una Semana Santa. En el esplendor de su Primavera, la Metrópoli fascinante –convertida en nueva Jerusalén- abrirá al mundo las viejas Puertas de sus muy centenarias Murallas, y a ella vendrán peregrinos desde todos los confines de la Tierra, seducidos por sus encantos, anhelantes de contemplar al joven Rabbí de Nazaret, Ése que nació en Belén en un Pesebre porque no hubo Posada, Ése que a los sordos hace oír, a los ciegos ver y a los mudos hablar, que sana a los enfermos y devuelve a los muertos la vida. Será Juzgado injustamente, condenado a Morir, pero al tercer día Resucitará. El Templo viejo de nuestro corazón será demolido, y vuelto a edificar por Él. En los Santos Lugares de Sevilla se volverá a vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Y el Pueblo de la vieja Híspalis será una vez más el pañuelo de la Virgen.<br /><br />Este año –si Dios Quiere- tendremos la suerte de poder admirar la solemnísima Procesión del Santo Entierro Grande: Evangelio y Catequesis Viva, Cronología de la Pasión, Lección Teológica.<br /><br />Será momento de admirar nuevamente el magnífico paso de la Urna, tras el que nos preguntaremos si los Soldados Romanos que rinden honores al Cristo Yacente serán acaso de la Legión Primera, llamada también Socorredora, cuyos componentes eran casi todos de Itálica, entre ellos el Centurión San Cornelio, o si vendrán de la Legión Duodécima, denominada Lanza Rayos, cristianos sus soldados en tiempos del Emperador Marco Aurelio, y en la que fue Tribuno el hispalense creyente Sexto Julio.<br /><br />La conmemoración del ciento cincuenta Aniversario de la Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción supone para la cofradía del Silencio –y a través de ella para nuestra Ciudad- gloria inmensa, ya que –siendo Hermano Mayor Tomás Pérez- en Cabildo General celebrado el veintinueve de Septiembre de 1615, los cofrades –primeros en el mundo en realizarlo- hicieron voto y juramento de defender que la Santísima Virgen María fue Concebida Sin Pecado original, y acordaron construir y alzar una bandera con la inscripción "¿Quién como María Madre de Dios Concebida Sin Pecado?"... Trascendental significación este año en el Cirio y la Espada que reafirman el acuerdo de aquel histórico Cabildo.<br /><br />Calle Cuna. Avanzan los ciriales. Justas las voces en el capataz. Suena el golpe seco del llamador y el paso se detiene. Gesto de sufrimiento por nosotros en Jesús Nazareno, abrazando la Cruz de Carey. Cómo nos duelen las Espinas de Su Corona. Silencio total. El Silencio. En el Silencio se oye mejor la voz de Dios. Quedará atónita el alma ante la contemplación de La que Es Virgen Inmaculada, La del palio que huele a azahar. Todo será breve, tan breve que hasta parecerá invertirse el tiempo y convertirse en eternidad. Cofradía ejemplar y modélica, desde la bicentenaria Cruz de Guía iluminada por morados cirios hasta la lámina, rescatada de otra época, del preste y su compaña.<br /><br />El Jueves Santo, que reluce más que el Sol, Día del Amor Fraterno y en el que Cristo instituyó la Eucaristía, tendrá -por el Dogma- especial relieve este año para la antiquísima cofradía de Los Negritos, que regaló a Sevilla el orgullo de que dos cofrades de color –Pedro Francisco Moreno y Fernando de Molina- se vendieran como esclavos para poder costear así la Hermandad una Función a la Inmaculada. Gesto magnánimo, como no menos lo fue el del Caballero Veinticuatro Don Gonzalo Núñez de Sepúlveda, que enterado del particular los compró en doscientos ducados, dándoles instantáneamente la libertad.<br /><br />Ver una cofradía en la calle es algo maravilloso que deseamos fervientemente tras cruzarnos el primer nazareno el Domingo de Ramos. Imaginad si no el momento en que vemos la primera Cruz de Guía bajo el Sol y rodeada por el pueblo, o el instante en que oímos por primera vez los tambores y las cornetas. Más de una vez se nos saltaron las lágrimas.<br /><br />Cuando salga La Borriquita, el Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén, entre Palmas y Ramas de Olivo nos hará meditar Sus Palabras: "Quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él".<br /><br />A mediodía la Semana Santa tiene colores indescriptibles bajo el Sol. Brilla el blanco de la cal, que refleja la luz mientras rezamos a Jesús Despojado de Sus Vestiduras. Absortos quedamos cuando avanza majestuoso el Misterio del Beso de Judas con la espadaña de la Iglesia de Santiago como dosel, mientras viene al recuerdo la brillante personalidad eclesiástica de D. Eugenio Hernández Bastos. Momento inolvidable de la Semana Santa al mediodía es la Salida de San Esteban. Quien no vio la Salida de la Virgen de los Desamparados nunca podrá imaginar el esfuerzo titánico de los costaleros superando la ojiva que sucumbe ante el mandar del capataz ni la expresión en el rostro de quienes allí se congregan apretadamente desde mucho tiempo antes.<br /><br />La Torre de San Marcos y el exquisito grupo escultórico que forman el Santísimo Cristo de la Providencia y Nuestra Señora de los Dolores, de la cofradía de Los Servitas, dejarán honda huella bajo el Sol en nuestro espíritu.<br /><br />El Miércoles Santo iremos, a primerísima hora de la tarde, hasta el Barrio de San Bernardo, donde el aire se remansa y parece tomar cuerpo en forma de macetas dormidas rebosantes de flores, en humildes balcones que se asoman sobre las fachadas en calles donde se respira la intimidad y por donde cada año se forma un modelo insuperable de devoción con tantas mujeres tras el Cristo de la cofradía que empezó como empiezan las cosas más de verdad que pueden hacerse en este mundo, entre niños.<br /><br /><div style="text-align: center;">Cuando el Miércoles es luz,<br />en el cenit de la tarde,<br />cuando el sol está en lo alto<br />encumbrándose radiante<br />por calles de San Bernardo<br />hoy no está dormido el aire.<br />Que sale la cofradía,<br />que hoy es el día grande,<br />parece que todo ha vuelto<br />a ser como era antes<br />y las esencias toreras<br />de pronto resucitasen<br />porque en un rayo de sol<br />un paseíllo de ángeles<br />ha bajado al mediodía<br />y vuelan pegando pases.<br />Al aire dan molinetes<br />y a la brisa naturales<br />y en las calles se recrean<br />y se adornan dando lances.<br /><br />La Puerta de la Parroquia<br />como un capote se abre<br />y surge la cofradía<br />de más duende y de más arte<br />que hubiera nunca en Sevilla,<br />por la Gracia de Dios Padre.<br /><br />¡Qué revuelo en Gallinato,<br />y por calle Ancha, madre!<br />que el Cristo de la Salud<br />ya está pisando sus calles<br />mientras su Muerte Dormida<br />dialoga con el aire<br />bajo el azul y la luz<br />mientras la saeta arde.<br /><br />Cuando pasa todo alegra<br />y detrás viene Su Madre,<br />que da Salud al que pide<br />y al que quiera Refugiarse.<br /><br />El Cristo de San Bernardo<br />sube el Puente como nadie,<br />con andares costaleros<br />que a Sevilla pura saben<br />como el natural de frente<br />que pegó Manolo Vázquez<br />en una tarde de ensueño<br />y de despedida grande.<br /><br />Yo te pido, Cristo mío<br />desde el verso que hoy me sale<br />que a Sevilla nunca olvides,<br />te pido que nos ampares<br />y te pido por el barrio<br />que en el cenit de la tarde<br />resucita las esencias<br />que perviven en su aire.<br /></div><br />Olerá a incienso en las calles. El tiempo irá avanzando. Unas cofradías irán haciendo su recorrido penitencial e iremos encontrando nazarenos que van hacia sus Templos. Recorreremos la Ciudad, sus callejones -tantas veces solitarios- llenándolos de vida. Iremos de una parte a otra, sin descansar, buscando la cercanía de Cristo y de Su Bendita Madre. Habrá quien pase por calles que no haya pisado en todo el año. A veces no nos detendremos ni con el amigo... bastará una mirada para denotar el cansancio lleno de vivencia, y para entender que cada uno va a ver una cofradía por distinto sitio...<br /><br />Y tras salir del callejón nos hallaremos en ese enclave único donde viviremos ese instante irrepetible, en ese recóndito rincón sevillanísimo. Ese momento que ya nunca olvidaremos...<br /><br />Así, en la calle Real de la Carretería veremos el paso de Cristo de la Hermandad de las Tres Necesidades, que parece imposible salga cada año. El transcurrir silente y señorial de la cofradía de San Isidoro será razón de peso para volver a la calle Cuna. Honda reflexión mantendremos ante el Cristo de la Humildad y Paciencia entre los naranjos de la calle Doña María Coronel, donde buscaremos la Grandeza de La que es inconfundible, La que va en uno de los pasos de palio más geniales, con claveles rosas cada Semana Santa; esa Virgen del Subterráneo a la que rendiremos pleitesía viviendo de forma especial el Cincuentenario de la Proclamación de Su Realeza, mientras la música suena en pos de sus faroles de cola...<br /><br />Atravesaremos el Guadalquivir, Jordán de nuestro Nuevo Bautismo cada Domingo de Ramos. La Ciudad será como un niño, como un nazarenito de la Estrella… alguno –tan feliz dando caramelos- ni siquiera llegará a Sevilla, y se dormirá –entre deseo de globos y garrapiñadas- en los brazos de su madre, que con él hará la corta –pero recordada para siempre- primera Estación de Penitencia… Iremos a ver a La Estrella, la Virgen Guapa...<br /><br /><div style="text-align: center;">Por ver salir a la Estrella<br />van llegando hasta Triana<br />gentes de toda Sevilla<br />para mirarle a la Cara,<br />para remediar el Llanto<br />de esta Reina Coronada;<br />La de las Manos Perfectas<br />y las Penas más amargas.<br /><br />Y Sevilla la recibe...<br />y de noche la Giralda<br />la observará detenida<br />por paredes reflejada<br />cuando ya por el Postigo<br />venga regalando Gracias.<br /><br />Reina y Madre de la Estrella<br />las lágrimas se me escapan<br />cuando recuerdo tu paso<br />regresando hacia Triana.<br />Y quisiera estar allí<br />poder escuchar las marchas<br />entre el olor de azahar<br />que en la noche se derrama,<br />y poder besar la flor<br />que rebosa en cada jarra,<br />ver la saya y el tocado<br />y rendirme ante Tu Gracia<br />cuando vienes bajo Palio<br />por el Dolor Traspasada<br />recortada la silueta<br />por las luces encantadas<br />surgidas de blanca cera<br />en candeleros de plata<br />y en cirios de nazarenos<br />envueltos en blancas capas<br />que llenan de contraluces<br />a la noche sevillana.<br />Debajo del antifaz<br />una plegaria se escapa,<br />bajo las trabajaderas<br />una Salve de Triana<br />llegando de nuevo al barrio<br />y a la noche se le clavan<br />en los costados del arte<br />rejones de fría plata.<br /><br />Los cuatro manigueteros<br />son ángeles que hacen guardia<br />al Resplandor de la Virgen,<br />que torna la noche clara.<br />Ya los niños se han dormido<br />pero su ilusión temprana<br />la trae consigo la Virgen<br />en forma de muchas llamas<br />que van alumbrando el paso,<br />ascua de luz soberana.<br />Portento de Dolorosa<br />estampa de filigrana,<br />eres Faro que nos guía<br />en la tempestad mundana.<br /><br />Su paso llega a la Puerta<br />la última saeta salta,<br />poquito a poco va entrando<br />–como los cánones mandan-<br />la última del Domingo<br />ya Lunes de Madrugada.<br />¡ Virgen Guapa de la Estrella<br />concédenos Tú la Gracia!<br />que al pasar un año entero<br />podamos verte la Cara<br />cuando vayas a Sevilla<br />–Primavera ilusionada-<br />otro Domingo de Ramos<br />brillando más que la nácar.<br /></div><br />Mas buscando a Cristo nos encontramos en San Lorenzo con la Soledad de María. La soledad es lo que queda cuando todo se ha perdido, cuando no se halla la respuesta. La Virgen Sola con sus cofrades, que tratan de remediar la Soledad de La que Sufrió al pie de la Cruz. Desde el recuerdo emocionado hacia Ramón Pineda Carmona, hacia Ella salta nuestro cantar, a manera de interrogante, evocando la visión que tuvimos de Su paso en una lejana Semana Santa:<br /><br /><div style="text-align: center;">¿Qué pena se devanaba<br />entre camelias dormidas?<br />¿cuál sería el interrogante<br />que en tristeza la sumía?<br />qué becqueriano momento<br />entre las luces que brillan<br />llegando del Aljarafe<br />por el Bajondillo arriba.<br /><br />Los cristales de los cierros<br />aéreo fulgor desprendían<br />que llegaba a la Alameda<br />por ambiente que suspira<br />porque llegue la Señora<br />que entre Soledad transita.<br /><br />Aquella lejana tarde<br />de un Sábado de Sevilla<br />llegó Su Paso dorado<br />que de la Plaza salía<br />entre incienso y entre gente<br />que entristecidos venían<br />al hilo de Su Dolor,<br />y es que todo allí sufría<br />en el silencio del barrio,<br />por sus lágrimas heridas.<br /><br />La Cruz y las Escaleras<br />avanzaron suspendidas<br />y yo juro que escuché<br />el trinar de golondrinas<br />que llevaban en sus picos<br />las puntas de las espinas<br />de la Corona de Cristo,<br />que la Señora traía<br />en Sus Manos Temblorosas<br />de Madre tan Afligida.<br />¿Qué pena se devanaba?<br />que el mismo Cielo quería<br />bajar hasta San Lorenzo<br />aquella tarde tristísima,<br />más nadie supo decirle<br />ni una palabra de vida<br />ni Su Pena consolar<br />mientras Su Paso seguía<br />por calle Conde Barajas<br />para atravesar Sevilla...<br />Solos nos quedamos todos<br />y la Soledad se iba<br />con Su Pena devanada<br />entre camelias dormidas.<br /></div><br />Cristo es la Razón y la Esencia de la Semana Santa. Se hizo igual a nosotros para Padecer y redimirnos del Pecado. En los barrios se vive la dimensión humana de Cristo; allí donde Sacerdotes y cofrades trabajan codo con codo para llevar la Felicidad al hombre. Barrio y cofradía son inseparables. Cada barrio tiene su Cristo y su Virgen, a quienes implorar Protección. Allí está la fuerza de la Iglesia. Ésa que viene cada Martes Santo desde el Cerro del Águila, con una cofradía que se ha ganado un sitio por méritos propios en la Semana Santa de Sevilla, por su compostura y buen gusto.<br /><br />Barrios benditos, fundidos con sus cofradías, claro ejemplo de las cuales es la de San Gonzalo, atenta siempre a las demandas de su entorno parroquial...<br /><br />Caerá la tarde. Entre dos luces sonará por Las Dueñas la campanilla del Muñidor avisando que viene Nuestro Padre Jesús Descendido de la Cruz en el Misterio de Su Sagrada Mortaja. La callada Espadaña del Convento de La Paz y la redonda Luna anuncian la noche.<br /><br />En la noche encontramos otra dimensión de la Semana Santa. Trascendentales instantes... ver pasar al Cristo de Burgos por las singularidades de la Alcaicería de La Loza , sustentado sobre policromados relieves tallados y hasta diríanse horadados en pétrea caoba; oír en la calle Francos el rachear de las alpargatas de los costaleros del portentoso Cristo del Amor y las marchas que suenan tras el monumental paso de la Virgen del Socorro; recrear el alma ante la cofradía de las Penas de San Vicente entre los sevillanísimos naranjos de la calle Cardenal Cisneros y allí meditar –entre los sones de la música de Capilla- que Nuestro Padre Jesús de las Penas Cayó al suelo para demostrar al hombre que Él está con los que no son capaces de levantarse; o buscar a la cofradía del Baratillo ante las murallas del Alcázar, impresionándonos su mensaje de Caridad, Piedad y Misericordia, bases fundamentales para combatir la Soledad humana. Noche para admirar en la calle Zaragoza la crestería del palio de la Virgen de Montserrat, una de las cosas más excepcionales que pueden verse en la Semana Santa de Sevilla. Para ir al encuentro de la cofradía de San Roque, intensísima bajo la Luna en las calles Imperial, Calería y Juan de La Encina, asombrando a todos el canasto del paso del Señor de Las Penas y el sonido de las bambalinas del palio de la Virgen de Gracia y Esperanza. Noche en los Jardines de Murillo, donde –acompañada por cofrades de honda devoción- la Virgen que tiene nombre de Luz –La Candelaria- llevará la claridad a nuestra existencia tantas veces sombría.<br /><br />Noche en que la calle Castelar es testigo del alba ante el crujir impresionante de la caoba del paso del Cristo del Calvario, mientras nos parece oír aquella saeta que le cantaban desde el suelo y el alma se conmueve:<br /><br /><div style="text-align: center;">Te veo en el Calvario, calumniado<br />injuriado por todos y ofendido<br />maltratado y hasta incomprendido<br />triste y solo en la Cruz, abandonado.<br /><br />Pero yo sé que Tú, Crucificado,<br />desde el momento del postrer latido<br />Eres Fuente de Amor siempre vivido<br />con cariño a nosotros derramado.<br /><br />Pienso, Cristo, en Tu Pueblo; que te quiere,<br />que de Tus Manos algo siempre espera...<br />que si no estás con él, hasta se muere.<br /><br />Pienso en fin, en Tu Vida Verdadera<br />en Tu Frente, en la Espina que te hiere,<br />Rey Eterno de nuestra Primavera.<br /><br /></div><br />Cada amanecer de Viernes Santo, oramos en la misma calle Castelar oyendo las primeras golondrinas mientras la Virgen de la Presentación se aleja llevando tras de sí sus penitentes, en uno de los más bellos instantes que pueda ofrecernos la vida.<br /><br />La noche depara el triunfal regreso de la guapísima Virgen de Guadalupe, ante la que sentimos en nosotros las palabras que dijo la Señora en México al Santo Indio Juan Diego: "Yo soy Tu Madre, y Quiero Tu Felicidad".<br /><br />Noche para ir al encuentro de la personalísima cofradía de La O, ya exhaustos, apagada la calle Castilla, con la Luna tras Jesús Nazareno – el primer Cristo Trianero que fue a la Catedral, entonces por la vieja Puente de Barcas- y extasiarnos ante la luz de la candelería de la Virgen.<br /><br />En ese momento mágico, cuando comprobamos la maestría de su capataz y la miramos a Ella, le damos gracias por permitirnos llegar hasta allí un año más.¡Cómo se sienten entonces alegres y consolados nuestros corazones ante La Virgen de La O!. En nuestra mente el reflexionar acerca de la importancia y profundidad de nuestra Semana Santa, y de la ilusión que ponemos en vivirla plenamente, al igual que hicieron nuestros mayores, que nos enseñaron la Fe en Jesucristo… La Fe que está y reside en el Pueblo, que es Pueblo de Dios en Camino, atravesando en estos días santos la no sin fundamento denominada Jerusalén de Occidente.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA FE CRISTIANA, FUERZA IMPULSORA DE LA SEMANA SANTA DE SEVILLA</span><br /><br />La Fe es un don de Dios. Es la alegría de ser cristiano. Es lo que alentó el esfuerzo de grandes cofrades que nos enseñaron que el espíritu de servicio es la razón primera por la que estar en las cofradías, en la Iglesia y en la sociedad. Inolvidables personas a las que debemos agradecimiento perpetuo.<br /><br />La Fe cristiana es la Fuerza Impulsora de la Semana Santa de Sevilla. En la Fe está el Amor a Dios a través de nuestras Sagradas Imágenes, que llevan en sus manos y en sus pies el beso de tantos sevillanos que están ya en el Cielo... Únicamente la Fe pudo hacer posible que Juan Martínez Montañés regalara al Orbe la imponente escultura de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, manifestación física de la perfección misma, ante la que tantas veces oró la egregia persona de Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleáns, que tanto amó siempre a este trozo de la Tierra.<br /><br />Años de Historia significan años de Fe. Gracias a la Fe se cumple un siglo de la aprobación de las primeras Reglas de la Hermandad de Santa Cruz, cuya Estación de Penitencia de este año tendrá sin duda especial vivencia en el itinerario mágico donde es imponente rezar al Cristo de las Misericordias. Un siglo también del estreno del paso que sirve a la sobriedad, el clasicismo y la perfección del fabuloso Misterio de la Quinta Angustia, cofradía que es modelo en el buen hacer y ejemplo en la calle, moviendo siempre a una gran edificación e invitándonos al examen de conciencia.<br /><br />La Fe nos lleva a buscar al amigo nazareno –casi hermano nuestro- en la noche estrellada del señorial barrio de San Vicente y a compartir con él cansancio, oración y vivencia ante el romántico paso del Cristo de las Siete Palabras, plenísimos de azahar los naranjos de la secreta Plaza de Doña Teresa Enríquez, que cada Miércoles Santo quisieran ver la Salida de la cofradía:<br /><br /><div style="text-align: center;">La flor del azahar derrama esencia<br />al barrio que Te espera tan ferviente<br />ansía el corazón tener presente<br />el incienso que anuncia Tu Presencia.<br />Cómo desgrana el capataz su Ciencia<br />dominando a la Puerta en San Vicente<br />unido y congregado te presiente<br />el pueblo todo afirmando su creencia.<br />De blanco y carmesí una gran Historia<br />precediendo al Misterio que afamado<br />nos lleva a la niñez en la memoria.<br />Sin igual candelabros y dorado.<br />Siete Palabras Salvación y Gloria<br />en Tu Calvario siempre recordado.<br /></div><br /><br />Los caminos de Dios son invisibles a sus criaturas. El Señor llama a cada uno a su cofradía. En la Fe está la razón que nos induce a hacernos cofrades y a vestirnos de nazareno. Así , cada Martes Santo volvemos a dar gracias a Nuestro Padre Jesús Ante Anás por regalarnos estar cerca de Él.<br /><br />Silencio en la Plaza de San Lorenzo. Suena la Marcha Real. En el pebetero del paso se consume el incienso, ofrenda a Dios. Nubes bíblicas de incienso de la antigüedad... incienso de las caravanas de los Libros Sagrados, que invitan a la oración... El aroma y el humo confieren espiritualidad y hondo significado a la visión del Misterio... Cara al Tribunal, prevalece la Mirada Valiente de Jesús... El Hombre ante el hombre, defendiendo la Verdad, enhiesto y recto como un metal que nunca se dobla, ni fatiga ni falla. Jesús Ante Anás, sin más nombre que el del Salvador del Mundo; Cristo, Ayer, Hoy y Siempre. Al salir el paso, San Lorenzo Mártir, desde el frontispicio de la Parroquia, mira cara a cara al Señor. Jesús ante el que fue uno de sus mejores soldados en la Tierra.<br /><br />Tras discurrir la Plaza, el paso avanza grandioso en el corazón del barrio, entre las dificultades de Cardenal Spínola. Rezamos sus cofrades bajo el antifaz. Meditamos el origen de la cofradía, consistente en Amparar y Socorrer a las Niñas Huérfanas. No se nos va el Señor de la mente. El Misterio de la Bofetá es la voz de nuestra conciencia. Cuántas veces el hombre amarra las manos al hombre y lo golpea, sin darle siquiera una oportunidad de expresarse, con la anuencia de los falsos acusadores, ante el influyente Anás de cada día, diciendo desde la soberbia "¿así respondes al Pontífice?". Jesús Ante Anás es la mayor demostración contra la violencia.<br /><br />Regresará a la Parroquia el Cuerpo de blancos nazarenos con la Cruz Trinitaria, que parece especialmente concebido para encajar en el contexto de la noche primaveral, como brotado del pincel de García Ramos, Hohenleiter o Bacarisas. Y será llegado el momento de esperarla...<br /><br />La noche sevillana halla en Ti su más especial expresión. Madre Nuestra ¿será posible tanta maravilla? ¿será posible el Color Moreno de Tu Cara al entrar tu formidable paso de palio?. Será el momento de mirarte... será el momento de contemplar esos Ojos que embrujan, que se agrandan en la calle, que miran con maternal comprensión... Habrá merecido la pena ir lejos de Ti en la Estación de Penitencia para haber esperado simplemente el instante en que la luz de la cera gastada en la candelería ilumina Tu Rostro incomparable... ¡entonces Tus Ojos parecen tener vida!... Reina del Dulce Nombre...¡qué Guapa Eres!... merece la pena vivir para esperar que entres en San Lorenzo. Quien la vio en esos momentos sensacionales ya la recordará siempre, sabiéndose desde entonces bajo la Protección de Su Manto...<br /><br />Sus cofrades volveremos a casa, avanzada ya la noche, deseosos de verla al día siguiente, con la Cara aún más Morena y las velas aún más agotadas; más este nazareno enamorado siempre evocará aquella vez en que un Miércoles de Pasión, llegando la Semana Santa, vivió la dicha increíble de entrar en San Lorenzo y encontrarse totalmente solo ante Ella, Testimonio Sublime de la Fe de Antonio Castillo Lastrucci...<br /><br /><div style="text-align: center;">Qué Sola estaba la Virgen<br />esa tarde en San Lorenzo...<br />la Virgen estaba Sola<br />y yo le tiraba besos,<br />estaba sola la luz<br />que inundaba los adentros,<br />sólo el hierro de las rejas<br />y los óleos en el lienzo<br />sólo se escuchaban trinos<br />de gorrión, y jaleo<br />de chiquillos en la Plaza<br />más grande del Universo.<br /><br />Sola estaba Su Mirada<br />solo Su Color Moreno;<br />Sola estaba con San Juan,<br />conmigo y con mis anhelos.<br />Solo Su Manto bordado<br />sus hilos y terciopelo<br />el palio juanmanuelino,<br />los borlones y sus flecos.<br />Estaba sola la cera<br />y solos los candeleros,<br />los candelabros de cola<br />y sus codales enteros.<br /><br />Un Miércoles de Pasión<br />no había nada en San Lorenzo...<br />ni tan siquiera piropos<br />ni azahar, ni nazarenos<br />ni gente arremolinada<br />ni sudor de costalero,<br />ni pequeños monaguillos,<br />ni ciriales, ni el incienso,<br />ni pobres ni personajes<br />ni razón ni entendimiento,<br />ni latir de corazón<br />ni voces, ni pensamientos,<br />ni llamas de cirios blancos<br />ni los rumores del viento,<br />ni promesas ofrecidas,<br />ni encendidos juramentos;<br />ni música que tocara,<br />ni tan siquiera su eco,<br />no había claveles rosas<br />para en las jarras ponerlos,<br />ni la voz del capataz,<br />ni compás de saetero<br />ni gente en la Sacristía<br />ni cuatro manigueteros<br />para escoltar Su Presencia<br />ante los respiraderos.<br /><br />De Hernán Cortés a la Plaza<br />todo era un sumidero<br />que recogía el sonido,<br />tornando todo en silencio.<br />Estaban solas las naves<br />y solitario el crucero,<br />solos solos los altares,<br />y los mármoles del suelo;<br />oscuro quedaba el coro<br />y mudo el órgano viejo.<br />Allí sólo estaba Ella<br />con mi prosa y con mi verso<br />que brotó del corazón,<br />y cuando hoy lo recuerdo<br />siento como en la garganta<br />un nudo se hace mi verbo<br />cuando pienso en aquel día<br />imborrable en San Lorenzo...<br /><br />¡Solo con Su Dulce Nombre,<br />creí que estaba en el Cielo!<br /></div><br /><br />La Semana Santa es la expresión de la Fe cristiana del pueblo de Sevilla. La Fe hace surgir artes que enriquecen el Patrimonio de esta Ciudad. Nos acordaremos del gran Manuel Guzmán Bejarano al contemplar la talla del paso del Cristo de las Almas en su callado, profundo y ascético recorrido. El arte de vestir imágenes –siempre sentido en maestros inolvidables como Paco Morillo y Fernando Morillo- se hace delicadeza en las manos que visten a la Soledad de San Buenaventura. La imaginería alcanzó altas cotas con Luis Ortega Brú, que entregó el amor de su sangre esculpiendo al Santísimo Cristo de la Caridad en Su Traslado al Sepulcro, eje fundamental del espléndido Misterio de la Cofradía de Santa Marta. La música, que tanta Fe atesora en quienes ensayan hasta pasando frío, nos hará recordar especialmente este año acompañando a la Virgen de las Aguas el cincuentenario de Su fantástica Marcha, una de las grandes composiciones de la Semana Santa de Sevilla, interpretada tantas veces años atrás por la Banda del Regimiento de Infantería Soria nº 9, que nos hizo soñar tras el Manto de la Señora por la antigua calle de Armas, haciéndonos decir que no hay nada más sevillano que un paso de palio yéndose, visto desde atrás. Horas altas de la noche del Lunes Santo ante la cofradía del Museo, en que será obligado agradecer la enamorada entrega de ese gran cofrade que fue Filiberto Mira.<br /><br />Quienes tienen el difícil arte de encender nos harán siempre revivir la capacidad y experiencia de Antonio Santizo, de Manolo El Labio o de Alberto Gómez. La Fe se desborda en floristas, orfebres, plateros, doradores –siempre viva la memoria del maestro Curro-, bordadores –Esperanza Elena Caro siempre en el recuerdo-, esparteros, restauradores y cereros; teniendo éstos el privilegio de fabricar los cirios en distintos colores -expresión de matices de la Pasión de Cristo- que portarán los nazarenos de Sevilla como permanente ofrenda desde la Fe a las Sagradas Imágenes de su particular devoción. Mas si queremos admirar la conjunción de las artes será obligado ir a buscar los pasos de la cofradía de la Exaltación, que atesora uno de los mejores Misterios de Sevilla, y cuyo paso de palio nos quedaremos mirando fijamente, llenándose nuestros corazones de agradecimiento a la desinteresada entrega de Ricardo Comas Facundo en bien de sus hermanos:<br /><br /><div style="text-align: center;">Lágrimas tengo en mi alma dolorida<br />rendido ante el candor de tu fragancia<br />Tú derramas el Gozo en abundancia<br />a quien busca lo cures de su herida.<br /><br />Gerona: brillo, Sol, atardecida...<br />servir a la ternura, ser sustancia<br />caminar sin que importe la distancia<br />costal, trofeo de amor, la frente henchida.<br /><br />Tu Manto colosal Sevilla entera<br />contempla cuando vuelves cada esquina<br />y cae sobre cristal la blanca cera.<br /><br />Cuánto amar en la vara y la bocina<br />morado el antifaz, ¡vaya solera<br />con la Reina de Santa Catalina!<br /></div><br /><br />La Semana Santa de Sevilla existe, primero por que Dios quiere, y segundo gracias a la Fe cristiana de tantos hermanos anónimos que dejaron este mundo habiendo contribuido con su generoso esfuerzo al diario engrandecimiento de las cofradías.<br /><br />Las Hermandades son las mismas que siglos atrás en fines e ideas, pero adaptadas en la Fe al tiempo histórico que les toque vivir, manteniendo siempre la fidelidad al Papa.<br /><br />El encanto y la personalidad de la Virgen de la Encarnación, el barroquismo del Cristo de la Sangre y el monumental Misterio de la Sagrada Presentación de Jesús Al Pueblo nos hablan del acertado peregrinar en la Fe de los cofrades de la Hermandad de San Benito, cuyas primeras Reglas fueron aprobadas por el cardenal D. Fernando de Valdés hace cuatrocientos cincuenta años.<br /><br />En el siglo XIX -de duras pruebas para las Hermandades-, la Fe impulsó a José Bermejo y Carballo y a Félix González de León, cofrades de hondas creencias, a escribir sendas historias de las cofradías, que han llegado a nuestros tiempos como auténticos tesoros.<br /><br />Al divisar en la lejanía el soberbio paso de Cristo de la Hermandad de Los Panaderos, ante la Bondad que destila infinitamente la Imagen de Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder en Su Prendimiento, comprenderemos que en Getsemaní se manifiesta la Encarnación del Hijo de Dios. Cuando el imponente paso de Misterio se acerque a nosotros sentiremos que estamos allí gracias al tremendo valor de proclamar la Fe que tuvieron los cofrades a quienes tocó superar difíciles avatares de la Historia, aquellos en quienes vemos consumados los Objetivos del Jubileo que marcó la entrada al Tercer Milenio: el Fortalecimiento de la Fe y el Testimonio de los cristianos.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL TESTIMONIO DE LA FE</span><br /><br />La Fe en Jesucristo es, ante todo, manantial inextinguible de solidaridad y es aquello por lo que las cofradías llevan a cabo su misión evangelizadora, porque la Iglesia tiene como razón primera la Evangelización. La solidaridad no es un concepto del mundo moderno; Cristo nos lo enseñó hace dos mil años. Hemos de considerar -como dice el Concilio Vaticano II- "la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la Salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de la Tierra". Tenemos que apagar la Sed del hombre. Cristo también tuvo Sed, como la tuvieron unos sevillanos en el barrio de Nervión que fundaron una ejemplar cofradía que –desde el recuerdo a la fecunda labor de Don Fernando Isorna- conmemora los veinticinco años de su primera Estación de Penitencia a la Santa, Metropolitana y Patriarcal, y cuyo paso de Cristo supone una de las principales aportaciones que se han hecho modernamente a la Semana Santa de Sevilla.<br /><br />El hombre debe ser hombre de su época. No puede volver la espalda a la realidad del mundo. Es imprescindible dar testimonio de la Fe cristiana, llevando la Esperanza a los que sufren tantos problemas de la humanidad: paro, droga, enfermedad, marginación, incomprensión, hambre...<br /><br />Hay que dar ejemplo a los jóvenes, semilla del futuro. Teniendo como modelo la oración de tantos Conventos de Clausura a los que tanto debe Sevilla, en la noche del Sábado Santo dirigiremos nuestras oraciones con universalidad a la Perfección Sublime de la Esperanza Trinitaria. Nos habremos situado con tiempo para verla llegar triunfalmente en la calle Sol.<br /><br />Cuando nos hallemos ante la Virgen de la Paz... Única... con ese clasicismo, esa serena elegancia y ese estilo tan cautivador del paso de palio todo blancura y personalidad; en las preciosas calles del barrio del Porvenir rezaremos por la Paz del mundo, para que el hombre sea capaz de dialogar antes de llegar a la guerra y para que cese el terrorismo, que no siente respeto ni por la libertad del hombre ni por sus creencias. Rezaremos para que cese esta plaga y para que entren en razón quienes con su apoyo o con su ambigüedad alientan en cualquier parte del mundo sucesos execrables, como fueron los del pasado día once. Sus responsables deberán responder ante el Altísimo por las muertes de tantos pobrecitos inocentes. Nunca se puede atentar contra la vida, y menos en nombre de Dios, porque Dios es Amor. ¡Que la Justicia Divina caiga implacable sobre los enemigos de la Paz, de la convivencia y de la vida!<br /><br />Pero este pueblo bendito había de tener algo más para expresar sus oraciones, y por eso surgió la saeta, cante indefinible que nos hace vibrar y soñar en tantos rincones de la Sevilla íntima, que expresa la hondura de la Fe desde la profunda inspiración; esa que tuvieron Vallejo, Centeno, Manuel Torre, Naranjito de Triana, La Niña de la Alfalfa, Trini Villa, Pepe Valencia o Antonio Mairena. Saetas para cantar la Hermosura indefinible de la Virgen del Valle, ante una originalísima disposición de la candelería y un excelso exorno floral que únicamente podrían ser pensados para Ella; para la Curvatura Inconmensurable de Su Llanto, que es como una cascada… para Ella, que cada vez que pasó ante nosotros en la calle, hizo que todo nos fuera ajeno entre varales, y que sólo fuéramos capaces de fijarnos en Su Cara, y en la luz que a la vez que reflejaba, suya hacía… Su Cara, dueña de nosotros y nuestras almas, nuestras pasiones, oración y sentimientos, grabándose para siempre en la mente aquel encuentro en aquella esquina inolvidable; en la mente y hasta en nuestra forma de ser, porque todo cambió en nosotros cuando cruzamos nuestra mirada con la dirección de la Suya perdida… ¡Qué Señorío el de la Virgen del Valle!.<br /><br />Mas nuestras oraciones no han de excluir a quienes desempeñan cualquier función en el campo laboral. Estamos en la sociedad que se llama a sí misma "de las nuevas tecnologías". Recemos para que el hombre recuerde que Dios las puso a su alcance para que estén a su servicio, y no el hombre al servicio de las mismas. Pidamos al Padre Celestial que todo aquel que desarrolle su labor lo haga en condiciones tales que eviten el que haya pérdida de vidas humanas. Oremos sin olvidar el lamento de nuestros hermanos que claman respeto a su puesto de trabajo. En estos tiempos tan especiales para la Hermandad, iremos con más ilusión que nunca hasta la Fábrica de Tabacos, a orar ante la Virgen Dulce y Guapísima, gozo eterno para el alma. Y rogaremos encarecidamente cuidado infinito a aquellos que La pasean en una Sevilla inigualable y espléndida.<br /><br /><div style="text-align: center;">Mira cómo trae los Ojos<br />mira cómo trae la Cara<br />no la he visto más bonita...<br />ni el Sol cuando sale al alba<br />ni la Luna por la noche<br />cuando parece de plata<br />ni los reflejos del Río<br />a mediodía en Triana.<br />La tarde del Jueves Santo<br />tiene en Sus Ojos la Gracia.<br /><br />Tras el Pendón de Castilla<br />viene la Belleza Clara<br />qué amor en sus costaleros<br />y qué tristeza en las ramas<br />florecidas de azahar<br />y a Su Pasar desmayadas.<br /><br />Qué belleza, imaginero<br />qué bien te salió, qué Guapa<br />¿dónde bebiste, escultor?<br />¿en qué fuentes, de qué agua?<br />bien que saciaste tu sed<br />de inspiración honda y clara:<br />Victoria tan Dolorosa<br />pero Victoria tan Guapa...<br /><br />Cien años ya, Madre mía<br />cien años de que jurara<br />ante Tu Augusta Presencia<br />las Reglas el Rey de España.<br />El que presidió dos veces<br />Tu Esplendor que lo llamaba.<br /><br />Aquel Rey que en Primavera<br />hasta Sevilla bajaba.<br />Aquel que fuera feliz<br />tan cerca de lo que amaba;<br />aquel que pasó revista<br />a los Armaos en Su Alcázar,<br />el que concedió la Venia<br />en los Palcos de la Plaza,<br />aquel que oyó a Rafael,<br />cuando a caballo tocaba<br />el clarín de Artillería<br />mientras Sevilla soñaba<br />y lo mandara llamar<br />para ascenderlo a Brigada.<br /><br />Cuando el Rey Alfonso XIII<br />recordaba en la distancia<br />toda la Felicidad<br />que atrás se quedó en la Patria,<br />acaso Virgen María<br />acaso, Madre, soñara<br />ser Jueves Santo en Sevilla<br />y que él te acompañaba.<br />Y seguro que Tus Ojos<br />en la Roma tan lejana<br />le animarían a vivir,<br />seguro que Tu Mirada<br />fue consuelo para él<br />cuando su vida cansada<br />se apagó en la lejanía<br />acordándose de España.<br /><br />No olvidas a quien te quiere<br />en Tu Pureza Sin Mancha...<br /><br />Este año Tu Hermosura<br />sé que lleva Pena amarga.<br />Cuánto sufres por sus hijos,<br />esos que Justicia claman ,<br />protégelos, Virgen Reina,<br />bajo Tu Manto que Salva.<br />Sufres Tú por su trabajo<br />por la Paz en cada casa,<br />por el calor del hogar<br />por la alegría diaria.<br /><br />¡No llores Tú, Madre Buena<br />la de la Cara más Guapa<br />la de los Ojos más tristes<br />esos Ojos que derraman<br />esencia de flores nuevas,<br />-la más Honrada y más Santa-<br />no llores tú Cigarrera<br />que nos destrozas el alma!<br /></div><br /><br />Testimoniar nuestra Fe supone entusiasmar al hombre de principios del siglo XXI con un mensaje de Fe y Cultura que debe suponer tracción suficiente para hacer salir al mundo de todos los subdesarrollos. Un mensaje con altura de miras, que tenga en cuenta la dignidad humana. El ímpetu para conseguirlo hemos de buscarlo cuantos integramos la cofradía de la Universidad –bajo la ayuda inestimable de la Virgen de la Angustia e imitando el testimonio de Juan Moya García y Salvador Diánez Leal- en el Cristo de la Buena Muerte, cuyo tránsito por nuestras calles es Tesoro del Pueblo, Inspiración para el Sentimiento, Recuerdo inextinguible, Olor de Santidad, Faro de Luz; Raíz, Tronco y Árbol del Paraíso de la Fe y Música callada que brota en el alma y que hay que escuchar con el alma, mientras todo es Primavera en torno a Él en tarde de Martes Santo, bajo celestial y dorada pirámide de luz; momento solar en el que cabrá preguntarse ante la perfección de Su Cuerpo:<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">¿Quién encargó al escultor?<br />¿Quién le diría que lo hiciese?<br />¿De qué bosque sacarían<br />la madera para hacerte?<br />¿y qué pájaros cantaban<br />en aquel árbol –aún verde-<br />que ni siquiera sabía<br />que serviría a las gentes<br />para mirar al Señor<br />y al Misterio de Su Muerte?<br /><br />¿Y qué sintió Juan de Mesa<br />cuando la orden le diesen<br />de hacer un Crucificado<br />de traza clara y valiente?<br />¿En qué salmo de David<br />de todos los que leyese<br />o en qué verso de Isaías<br />encontró como ponerle<br />nombre a Obra tan Bella,<br />a Imagen tan Excelente?<br />qué inspiró a aquel cordobés<br />-imaginero eminente-<br />¿qué Ángel se le apareció<br />en un sueño que tuviese<br />para dejarle la musa<br />que le sirvió para verte<br />para dictarle a la gubia<br />por do había de meterse<br />ahondando en los maderos<br />que esperaban impacientes<br />servir al Cuerpo de Cristo<br />y a Su Contorno Doliente?<br /><br />¿Qué sintió el imaginero<br />cuando en sus manos tuviese<br />la Cabeza de Aquel Cristo<br />y acariciara Sus Sienes...?<br />¿Cuántas lágrimas saldrían<br />de sus ojos de creyente<br />cuando terminó los brazos,<br />pies y rodillas inertes...?<br />cuando miraba el costado<br />que parecía encenderse<br />de tanto amor que le puso<br />a la Figura que hiciese,<br />a aquella Imagen soberbia<br />de aquel siglo diecisiete.<br /><br />La Imagen de Juan de Mesa<br />resultó tan imponente<br />que arranca toda oración<br />hacia el aire que posee<br />a la traza dolorida<br />que al mundo entero sostiene,<br />a la traza que proclama<br />ante tantos penitentes<br />que Tu Infinita Bondad<br />es refugio del que cree,<br />del que busca la verdad<br />y del que corazón tiene.<br /><br />En tarde de Martes Santo<br />me acordé de quien Te hiciese<br />y del dilema que tuvo<br />cuando nombre fue a ponerte,<br />y comprendí que al mirarte<br />un nombre sólo se viene<br />a lo hondo del cerebro<br />cuando Tu Morir se entiende.<br />Seguro que Juan de Mesa<br />no dudó como ponerte<br />cuando Te miró a la Cara,<br />Cristo de la Buena Muerte.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL COMPROMISO DE LA FE</span><br /><br />La existencia tiene una finalidad. Ayudar al hombre a llevar la Cruz ofreciendo a Dios nuestra entrega. Eso aprendimos los jóvenes que llegamos a la Vera+Cruz hace treinta años, gracias a cofrades que nos recibieron desde la profundidad de la Fe, la seriedad en la Formación y la claridad en la escala de valores. El espíritu de la Hermandad se resume en la inscripción sobre la Cruz de Guía: "TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME".<br /><br />Somos muchos los que tenemos que agradecer a la Hermandad de la Vera+Cruz el habernos enseñado que con Amor todo es posible, que sólo potenciando la Caridad desde la Acción Social en todas sus formas pueden hacerse realidad las palabras del Evangelio de San Mateo: "cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos". A la Hermandad debemos un estilo de vida, que nos hace afirmar con orgullo: "SOY DE LA VERA+CRUZ".<br /><br />La Virgen de las Tristezas -Humilde, Sencilla y Clara; como Compás de Convento de Clausura- nos enseña a superar las dificultades de la vida. Subirá la estrechez de Placentines. Parecerá imposible... pasará en silencio, dejando una estela de meditación, y de sobriedad en el sello inconfundible de su vestir, en los bordados de las bambalinas y en el color negro del Manto y del Techo de Palio... Serán instantes cruciales en los que la estrechez se hace emocionante en menos de dos milímetros de distancia a un cierro, a un farol, a un balcón... allí, cuando las cales se iluminen por la candelería cercanísima, será cuando el capataz desgrane su sabiduría y los que van debajo trabajen callados, todos a una por servir a la Señora... que no se mueva un varal, que no se mueva una cintura... pocas voces y mucha vista en los contraguías, sirviendo sin ser vistos, viviendo lo insospechado en la noche... cuando terminen esos momentos de dificultad, cuando suene ya la saeta que todos los años brota llegando a la anchura de la calle; entonces, entenderemos que con la ayuda de Ella todo se consigue. Bien lo sabemos sus cofrades. A Ella nos encomendamos siempre, teniendo presente que Él, Cristo de la Vera+Cruz, joya del Arte Hispalense, la más antigua Imagen de cuantas procesionan en nuestra Semana Mayor, es la razón de nuestra existencia y de nuestra lucha diaria...<br /><br />Impresiona percibir Tu Color indescriptible en el Compás de la Capilla cuando declina la tarde, y pensar que estamos viendo algo que era igual hace siglos...¡Cuantos milagros has hecho, Cristo de la Vera+Cruz! ¡Cuánto bien sigues haciendo en el hombre! ¡Cuántos salieron de tu Capilla habiendo encontrado el Camino! Y cuántos que no te conocían te encontraron para siempre al contemplar los lirios bajo Tus Pies y el brillo de Tus Potencias bajo la noche de Sevilla, como en la famosa fotografía de Luis Arenas; entre los hachones de cera verde; momento para reflexionar:<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Cuánta Sevilla, Señor<br />ante Tu Imagen señera,<br />cuánta gente en oración<br />cuánta alegría y tristeza<br />cuánto callado sufrir<br />cuánta ilusión honda y nueva<br />cuántas Gracias imploradas<br />cuánta súplica directa<br />cuánta oración sostenida<br />cuánta petición intensa<br />cuánta vivencia diaria<br />cuánto amor hacia Tu Esencia,<br />cuánta vida tan distinta<br />producto de cada época.<br />Ante Tu Devota Efigie<br />el hombre con sus problemas.<br /><br />Cuántos años contemplaron<br />arrodilladas sinceras<br />a las gentes de Sevilla<br />implorando tus Grandezas.<br />Qué ilusiones te pondrían<br />como flor de Primavera<br />nuestros hermanos antiguos<br />–Estación de Penitencia-<br />haciendo la disciplina<br />o portando luz de cera<br />en noches de Jueves Santo<br />por la vieja calle Génova.<br /><br />Convento de San Francisco<br />entre pinturas de Herrera<br />de Pacheco y de Murillo<br />entre lámparas argénteas<br />al viejo Cristo rezaban<br />principales en nobleza<br />y los humildes de entonces<br />para ganar indulgencias.<br /><br />Mas cuando el tiempo pasó<br />resquebrajando riquezas<br />olvidado en San Alberto<br />sobre Tu Cruz de Madera<br />te llegaste a ver, Dios mío,<br />siendo Tú la Vida Eterna.<br />Mas la ilusión floreció<br />como en semillas que esperan<br />y unos jóvenes cofrades<br />con la ilusión por bandera<br />sintieron en su interior<br />en lo hondo de las venas<br />que les hablaba el Espíritu<br />-que es el que guía a la Iglesia-<br />y fueron a congregarse<br />como si fueran estrellas<br />alrededor de la Luna<br />en noche de Primavera<br />y Tu devoción alzaron<br />como una gloriosa enseña,<br />de San Alberto salió<br />el Cristo antiguo que es Fuerza<br />y hasta la calle Jesús<br />vino a sanar almas nuevas,<br />llevaron a resurgir<br />a la cofradía vieja<br />la de más rancio abolengo<br />de las que en Sevilla hubiera<br />y otra vez, Señor, clavado<br />sobre Tu Cruz Verdadera<br />los sevillanos buscaron<br />el abrigo en Tu Presencia,<br />ante Tu Antigua Escultura<br />de devoción tan inmensa,<br />ante Tu Sangre Preciosa<br />que cayó sobre la Tierra. .<br /><br />Cristo al que antaño rezaron<br />generaciones enteras,<br />Cristo Cósmico Central<br />del Universo que rueda<br />el Inicio y el Final<br />de toda la convergencia,<br />Cristo Eterno e Infinito<br />y Dios y Hombre de veras,<br />Hijo de María la Virgen<br />del que hablaron los Profetas;<br />Señor, Salvador, Ungido<br />que Sufrió por faltas nuestras,<br />Mesías que Dios al hombre<br />en lo antiguo prometiera.<br /><br />Cuánta Sevilla, Señor<br />ante Tu Imagen Austera<br />ante la severidad<br />de Tu Muerte tan cruenta<br />comprendió que Tú en la Cruz<br />Eres Verdad, Vida Cierta<br />Segura Resurrección<br />y la Salvación más plena,<br />Cristo de la Vera+Cruz,<br /></div><div style="text-align: center;">Señor del Cielo y la Tierra.<br /><br /></div><br />"El fruto de la Fe es el Amor", dice Madre Teresa de Calcuta. Cristo es un derecho de cada hombre. El que quiera amar a Dios que sirva a su hermano. Ante los muros de azúcar de San Antonio de Padua, rogaremos a la elegancia del Santísimo Cristo del Buen Fin y a la distinción señorial de la Virgen de la Palma que sigan haciendo brotar los frutos del Centro de Estimulación Precoz, cuya semilla fue dichosamente plantada hace años por la Hermandad.<br /><br />Vosotros, cofrades del Buen Fin, sí que entendisteis que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.<br /><br />El secreto de la Felicidad está en compartir la Fe amando al prójimo. Modelo encontramos en tantas cuadrillas de costaleros –germen para las de hoy- que llenaron páginas imborrables en cada cofradía comprometiendo y compartiendo su Fe desde la honradez, el orgullo, la casta , la emoción y la amistad, porque aquella gente de abajo como "El Balilla" y "El Oliva", que lo daba todo y salía toda la Semana Santa, hizo un esfuerzo verdaderamente épico, mientras en los llamadores mandaba la categoría de capataces como Manolo Santiago, Vicente Pérez Caro, Ariza El Viejo y su hijo, El Tarila, Adame, Palacios, Angelillo, los Borrero, Canela, Pascual, Machuca, Eduardo y Manolo Bejarano, Manuel López Moreno, Rafael Franco Rojas, Rafael Franco Luque, Salvador y los Rechi... ¡Cuánto debe a todos ellos la Semana Santa de Sevilla!<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA TRANSMISIÓN DE LA FE</span><br /><br />Hermosa es nuestra Fe. Es como una candelería siempre encendida. Gracias a ella vivimos instantes maravillosos, y nada nos parece imposible. Por ella brotaron lágrimas de emoción en tantos cofrades. Debemos la Fe a cada una de nuestras familias; a nuestros padres, que para nosotros pidieron el Bautismo. La Fe cristiana se transmite en la familia, núcleo esencial de la sociedad, donde compartimos la alegría y aprendemos el espíritu de sacrificio. A nuestros mayores debemos la Fe. Si alguien ha enseñado al mundo qué es el respeto a los mayores, ése es el Pueblo Gitano. De los mayores hemos aprendido quienes pertenecemos a la Hermandad que no se puede separar a los Pobres y al Evangelio, que cuando las Angustias invaden al hombre hay que llevarle la Salud. Eso hace la Hermandad, atendiendo zonas marginales y colaborando con la Pastoral Gitana.<br /><br />La elegancia, la maravilla, la figura y la clase del Cristo de los Gitanos inunda de Salud a cuantos llevan la sinceridad en el corazón. Él la hace brotar en cada interior cuando avanza en la Madrugada y en la Mañana del Viernes Santo… Él; Lirio Morado entre Judea y Sevilla, Clavel que aroma el amanecer, Cristo mismo hecho Hombre que Camina Descendido de los Cielos... Él pone un interrogante en nuestro corazón, y nos ofrece siempre la posibilidad de renovarnos...<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Mira cómo va el Señor<br />partiendo la Madrugada;<br />mira cómo va mi Cristo<br />Bronce Moreno Su Cara<br />El que soporta la Cruz<br />con más Arte y con más Gracia<br />en la humanidad entera,<br />que se rinde ante Sus Plantas.<br />Mira cómo va el Señor<br />cuando entra en la Campana<br />mira cómo va ese paso,<br />si parece que no anda;<br />poquito, poquito a poco<br />avanzan las alpargatas<br />de los buenos costaleros<br />bajo el frío de la mañana.<br />Va sobre andares gitanos<br />y parece que no anda,<br />todos los cuerpos derechos<br />cortas, cortas las llamadas<br />el pasito racheao,<br />cortito, que no se vaya,<br />qué despacito lo llevan,<br />con el corazón trabajan.<br /><br />Del Valle viene la gente<br />y es su arte filigrana,<br />siendo costaleros son<br />alarifes de la Gracia<br />paseando a Jesucristo<br />Bato de la mejor raza,<br />que camina bajo Él<br />por ver Su Cruz aliviada.<br /><br />La Figura de un Gitano<br />ha dejado en la Campana<br />olorcito a hierbabuena<br />y preguntas en el alma<br />de por qué no nos miramos<br />cara a cara toda raza<br />para estrecharnos la mano<br />bajo Su Mirada Santa.<br />La Figura de un Gitano<br />ha dejado la Campana<br />y va con Su Cruz a cuestas<br />por Sierpes para la Plaza,<br />Sus Manos son Miel y Bronce<br />y Su Cuerpo Espiga clara.<br /><br />Los corazones cabales<br />que no distinguen de razas<br />le rezan un Padrenuestro<br />al Nazareno que pasa<br />derramando la Salud<br />que al mundo hace tanta falta…<br />El Cristo de los Gitanos,<br />El que no entiende de razas,<br />Padre de la Cristiandad,<br />de tantas voces calladas,<br />El que da cobijo a todos,<br />El que a nadie niega nada<br />va atravesando Sevilla<br />sobre pisadas de plata<br />de costaleros gitanos,<br />que valentía derraman.<br /><br />Sale de la Catedral<br />y se alegra la Giralda;<br />que en esa Mañana Grande<br />todo es embrujo y es magia<br />por su Regio Señorío,<br />que en Viernes se derrama<br />porque pasó ante nosotros<br />un Gitano que llevaba<br />la Cruz de nuestros pecados<br />como si nada llevara.<br /><br />Cuando regresa a Su Templo<br />los balcones son un ascua,<br />de bronce es la multitud<br />y mil saetas le cantan<br />con el arte de los primos<br />de aquel que un día fundara<br />hace dos siglos y medio<br />una cofradía en Triana:<br />aquel Gitano tan bueno<br />-Sebastián Miguel de Varas-<br />que desde la Gloria ve<br />los Viernes Santo en el alba<br />el Caminar de su Cristo<br />cuando entra en la Campana<br />llevado por costaleros<br />que saben cómo se anda.<br /><br /></div><br />La Semana Santa tiene la dimensión humana que trasciende en el contacto con lo Divino, y desde chicos sentimos a Cristo y a María como algo muy cercano. En Sevilla hay niños pequeños que aún no hablan ni andan, pero que - en brazos de sus padres "ya le tiran un besito al Señor y a la Virgen". Esos niños se duermen muchas veces al son y compás de marchas procesionales.<br /><br />En la vivencia de la Fe conservando nuestras tradiciones encontramos la verdadera medida de la grandeza de nuestro Pueblo. La Semana Santa se transmite de padres a hijos. Nazarenos, costaleros y acólitos de una misma familia irán juntos a confesar y comulgar antes de hacer la Estación de Penitencia. Gracias a la familia seguimos viendo cofradías en sitios donde nuestros padres nos llevaron de la mano en Semanas Santas lejanas que nos definieron tal como somos, forjando nuestra personalidad... Esperar en la calle Trajano al Señor de la Oración en el Huerto y a la distinta, Señorial y personalísima Virgen del Rosario, embelesándonos el airoso pliegue de Su Manto y los famosos Rosarios en los varales... Dominar la visión grandiosa de la cofradía de La Hiniesta entre las muy antiguas Columnas de la Alameda de Hércules... Y recordar allí mismo a la Banda de la Policía Armada tras el único paso que llevaba entonces la sevillanísima cofradía de La Sagrada Lanzada, cuyo Crucificado fue magistralmente esculpido por Antonio Illanes hace tres cuartos de siglo.<br /><br />Gracias a la familia, guardamos vivencias sentidas que nos dejaron un hondo recuerdo. Y es que –bien lo sabéis- en Semana Santa hay momentos que son iguales cada año, no dejando por ello de ser recordados con idéntica nostalgia… pensad en la mañana del Viernes Santo en la calle Arfe, entre el embrujo seductor de la cofradía que ya regresa hacia Triana. Todo allí será igual, desde la cara del acólito semicongelada y casi poseída por el sueño a los codales que vienen ya gastados en ciriales y en los candelabros del paso del Señor de las Tres Caídas… todos, en ese instante querremos a Cristo por encima de ideas y sentimientos… todos, hasta el mismísimo romano, que se abriga con la capa bajo el relente mañanero; ese romano que –a base de tanto tiempo en Triana- tomó un día, de pleno derecho, la ciudadanía trianera, y ya no habla al Señor con voces de mando, sino que le dice que lleve la Cruz despacito, con cuidado de no dañar Su Santo Cuerpo; despacito y alegre, porque en Triana lo espera Su barrio para dedicarle los más bellos piropos del mundo y trenzarle la mejor de las oraciones; y al Cirineo le dice que sea Su ayuda clara y de verdad, que si no él mismo se bajaría del caballo y cogería la Cruz, porque Jesucristo no sufriese en la inmensidad de la mañana trianera.<br /><br />En la calle Arfe nos quedaremos a esperar a Aquella que nos emocionó a cuantos La tuvimos cerca en el Traslado a Su Besamanos. Emociona ver de cerca tanta Belleza indescriptible. ¡ Y qué Ojos Tiene la Esperanza!. Cuando se besan Sus Manos se piensa en cuantos lo hicieron –desde el mismo Amor que nosotros- en una Triana y una Sevilla tan distintas a la de hoy.<br /><br />Nosotros únicamente somos uno más en el devenir de las cosas. Al besar Sus Manos se siente una gratitud sin límite. Sus Ojos Perfectos -¡ay, los Ojos de la Esperanza de Triana!- hacen sentir Su Amor Infinito de Madre y el dolor por cuantas faltas hayamos cometido en la vida. Se experimenta una incontenible sensación de querer ser bueno. Se percibe que la Bondad nace ante Su Augusta y Clara Presencia llena de Majestad, Maternidad, Empaque y Señorío. ¡Qué Guapísima Es! Ella nos convocó a Su Presencia para que entendiéramos que el Señor nos llama a cada uno a una misión trascendente, pero sin dejarnos solos, que Ella –Su Madre- es también la nuestra y está con nosotros, dándonos su cariño incomparable. A través de Ella nos llega la Fuerza de Dios, la Fuerza de la Fe, la que sirve para seguir adelante y afrontar la vida... Eterno agradecimiento al noble gesto de la Hermandad, invitándonos a compartir aquellos instantes inolvidables para siempre junto a Aquella que ostenta el Almirantazgo Mayor, que tan felices nos hizo en las aguas de Su Pleamar.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">En la amanecida fresca<br />un barco hace su entrada<br />por el Arco del Postigo<br />el Viernes después del Alba<br />lo va capitaneando<br />la Esperanza de Triana,<br />en el río suenan salvas<br />de corbetas y fragatas,<br />los galeones de Indias<br />disparan sus andanadas<br />y por Arfe se estremecen<br />sentimientos y miradas<br />cuando suenan los cañones<br />de la Belleza y la Gracia.<br /><br />Cuando Tú pasas, Morena<br />de camino hacia Triana<br />todo el Postigo se queda<br />solo como una explanada<br />en la que no hubiera nadie<br />que sin tristeza se hallara<br />pero le queda el consuelo<br />al Arco y Atarazanas<br />de haber grabado en sus muros<br />la sombra de Tu Esperanza.<br />Y te esperarán seguro<br />aguardando Tu llegada<br />para poder recibirte<br />entre salvas y andanadas.<br /><br />Luego, por el Baratillo<br />a los sones de las marchas<br />bajo las trabajaderas<br />se mece toda la Gracia<br />y todo el mundo se queda<br />con el nudo en la garganta<br />cuando pasa para el puente<br />la Dueña de la Mañana.<br />Bonita y Guapa le dice<br />de lejos la Maestranza,<br />mira la Torre del Oro<br />-lo cuenta a la de la Plata-<br />cómo va la cofradía<br />despacito hacia su Entrada.<br />Del cielo blanca neblina<br />ha bajado hasta las aguas<br />por recibir la caricia<br />del Manto de la Esperanza.<br /><br />Está el Paso del Caballo<br />cerca de la calle Larga<br />el Altozano es un mundo<br />y el mundo entero es Triana<br />y en la cara de Belmonte<br />se adivina congelada<br />una sonrisa torera<br />bajo el sol que ya se alza.<br /><br />Despacio la Virgen viene<br />por el Puente, entre plegarias,<br />bendito el que la vistió<br />que le colocó la Saya<br />con el arte y el pellizco<br />de siguiriyas gitanas.<br />Arcángeles alfareros<br />la van llevando en volandas<br />pasa el Puente poco a poco<br />y cuando entra en Triana<br />desde los Cielos sonríen<br />San Joaquín y Santa Ana.<br /><br />Marineros Celestiales<br />han soltado las amarras<br />y han desplegado las velas<br />de la Nao de la Gracia<br />que va surcando por mares<br />de piropos y alabanzas<br />que se dirigen a Ti<br />por ser Divina Esperanza.<br /><br />Cuando el barco toma el rumbo<br />que le dicta Tu Mirada<br />pétalos y colgaduras<br />te siguen, rindiendo armas<br />y repitiendo a porfía<br />como canción que te alaba:<br />¡Dios te Salve, Marinera<br />Lucero de la Mañana<br />Ilusión de nuestra vida<br />Esperanza de Triana!<br /></div><br /><br />La tarde del Viernes Santo iremos a buscar al Cachorro. El ayer se nos hará un nudo en la garganta, recordando aquellas señoras mayores sentadas al sol del invierno por las tardes a la puerta de sus casas en la calle Patrocinio, que entonces tenía vida tan distinta a la de hoy, y que vivía para Aquella a quien amorosamente llamábamos "La Señorita" como si fuera un ramo de claveles rosas que estuviera permanentemente a Sus Plantas. Esas señoras mayores con tanta Fe profunda, que hablaban del Cachorro como si fuera su Hijo. En el pensamiento la vivencia de esas Salidas de la cofradía en la niñez, toda la familia junta, que nunca olvidan los que por allí vivieron, que siempre vuelven a Él en Viernes Santo. Buscaremos al Santísimo Cristo de la Expiración...<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Cachorro de mi sentir<br />que se extasía al contemplarte<br />por las calles de Triana<br />Dueño inmenso de los aires<br />desgarrados por Tus brazos<br />que desde la Cruz nos abres.<br /><br />Cachorro del corazón<br />y Cachorro de mi sangre<br />y Cachorro de mi gente<br />y Cachorro de la tarde<br />y Cachorro de mi vida<br />-de los claveles granates-<br />y Cachorro de mis penas<br />y mis lágrimas que arden<br />y Cachorro de mi alma<br />y Cachorro de mis males<br />para quitármelos todos<br />y desde la Cruz sanarme.<br /><br />Cachorro que da la vida<br />Cachorro para admirarse<br />de que aún te queden fuerzas<br />hasta para perdonarme,<br />Cachorro para Morir<br />sin de ninguno olvidarse…<br />Cachorro de las dolencias<br />de muchos que se debaten<br />entre la vida y la muerte,<br />Cristo para encomendarse…<br /><br />Cachorro del viejecito<br />que vino a verte esta tarde<br />salir desde Tu Capilla<br />con recuerdos imborrables<br />de cuando fue costalero<br />y te llevaba arrogante…<br />Cachorro de la niñez<br />que resucita al mirarte…<br />de la nostalgia escondida,<br />Cachorro de los tejares,<br />del río Guadalquivir,<br />Cachorro de los corrales<br />Cachorro de las dos Cavas<br />Cachorro para cantarte<br />soleás y martinetes<br />con la voz del cante grande<br />y saetas bien templadas<br />para desgarrar la tarde<br />y hasta el brillo de la Luna<br />de la noche delirante…<br /><br />Cachorro del Viernes Santo<br />¡Tú en la Cruz Resucitaste!<br />Cachorro, Tú Eres la Fe<br />que a todos lleva adelante<br />por las sendas de la vida<br />y por eso Tus Andares<br />van llenos de valentía<br />bajo estrellas fulgurantes<br />porque Tú Eres la Agonía<br />de la que la vida nace.<br /><br />Cachorro que está en el Puente,<br />en Triana, en todas partes<br />¿qué tienes?, que cuando pasas<br />se nos hiela hasta la sangre<br />y hasta se vuelve silencio<br />nuestra mirada anhelante.<br /><br />Cachorro para pedirte<br />y con fervor suplicarte.<br /><br />Cachorro de los chiquillos<br />Cachorro para abrazarte<br />cuando se acabe mi vida<br />y con mi vida arrancarte<br />los clavos que te laceran<br />los pies y manos sangrantes…<br /><br />Cachorro para volar<br />hasta el Cielo, hasta encontrarte<br />–ya sin llevar alpargatas;<br />que no hacen falta en el aire-<br />y que entonces me igualaran<br />los antiguos capataces<br />con los costaleros viejos<br />que hasta Tu lado Llamaste<br />–que para andar por la Gloria<br />de Triana te llevaste-<br />y allí ponerme el costal<br />y por el Cielo llevarte.<br /><br /></div><br />En la familia aprendimos a amar, porque nos lo enseñó nuestra Madre. Una Madre es lo más grande que hay en la vida, y nada hay más Hermoso que su Amor. ¿Cómo sería la Virgen para que Dios la eligiera para ser Madre de Su Hijo?. Pues perfecta: La Macarena. Qué fácil es todo cuando acudimos a Su Gracia. Cuando a uno le dicen delante de La Macarena que La abrace se paraliza. Es tener la oportunidad de estar en contacto con lo que uno aspira al final de la existencia: el Cielo; ese Cielo en el que ya están nuestros antepasados, que sintieron hacia Ella lo mismo que nosotros. Se piensa en la multitud que la rodea cuando Ella Está en la calle haciéndonos tanto bien y dándonos la alegría para que sigamos adelante; en las veces que le dijimos "no pases tan rápido, quédate con nosotros un poquito más"... en lo felices que fuimos en ese instante fugaz en que brotó la lágrima sin buscarlo...<br /><br />Estar cerca de La Macarena es ser la persona más afortunada del mundo. En Su Bajada para el Besamanos, junto a Ella se vive lo inimaginable. El hombro izquierdo siente sobre sí todo el peso de Su Dulzura Infinita y las manos tienen el privilegio de coger Su Cintura... ¿qué se puede encontrar mejor que ésto?. Caminar junto a Ella son los pasos más extraordinarios desde que se aprende a andar de muy niño. Es ayudar a Caminar a Tu Madre y llevar su peso...¡cuánto pesa el Amor! Es sentirse elegido, recibiendo tan Sublime Gracia del Padre Celestial. En esos instantes sobrenaturales se ve claramente que toda la vida tiene sentido por llegar hasta allí, y se comprende entonces su significación: que Dios nos ponga en sitio y lugar determinados.<br /><br />Hemos de hacer su Santa Voluntad con alegría. Quien así no lo entienda, no entenderá la existencia nunca ¡Ella no nos dejará de Su Mano! Abrazando a la Macarena se aprende que todo tiene una explicación, que todo sucede por algo. Tú, Esperanza Nuestra, Eres la Estrella de la Mañana en nuestras noches oscuras, y nos ayudas a entender a Dios, a señalarnos Sus Caminos.<br /><br />A veces la vida –dice Juan XXIII- es "dejarse devorar por el sufrimiento y la Muerte para luego resurgir". ¡Qué importa sufrir si Ella está con nosotros!... ¡Cuánto bien haces a Sevilla, Madre nuestra!... Cuida siempre a los sevillanos; a los enfermos, a los niños, a los mayores, a los que están lejos de aquí; y a los que aquí han encontrado su vida...<br /><br />Rezábamos el Rosario ante Ella encontrando gran consuelo a nuestras diarias preocupaciones, y las lágrimas brotaban sin querer. Rendidos cortesanos, enamorados peregrinos éramos los congregados en su Santa Presencia. Allí sucedía realmente algo sensacional... Su expresión Maternal, llena de Belleza y Vida. Verdaderamente estábamos en presencia de la Madre de Dios, de la Reina de las Reinas...<br /><br />Todo era apoteosis. Lo más fascinante que los ojos puedan ver nunca. Su Expresión fabulosa. Su actitud. Su Juventud. Su Cintura. Y Su Cara... la Cara de la Macarena... El que lo vio y lo vivió proclama que Ella no es de este mundo, que ha venido del Cielo para ser nuestra Madre y Ayuda Perpetua... que Ella es – y hay explicación- el rumor del Pueblo, la Esperanza para continuar, el por qué de la multitud que la busca para tenerla cerca, la razón infinita de que muchos hasta lloren de alegría, emocionados, cuando la Virgen pasa ante ellos, o si tienen la dicha de que le paren delante a la Macarena...<br /><br />Gracias al inolvidable ofrecimiento de la Hermandad, desde aquella noche única habrá siempre un antes y un después. Aquí os traigo la voz emocionada, que apenas es capaz de describir Lo que soportó este hombro, Lo que abrazó este brazo, Lo que cogieron estas manos, y Lo que vieron estos ojos que habrán de convertirse algún día en cenizas, en la Esperanza de la Resurrección Futura... ¡Cuánto premio en la Tierra!... ¡Qué difícil, Señor, me lo pones para entrar en el Cielo!: Pregonero de la Semana Santa y habiendo abrazado a La Macarena....<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Dicen que hace muchos años<br />cerquita de la Alameda<br />–entre la Europa y El Barco,<br />donde la Correduría empieza-<br />cantaba desde un balcón<br />que estaba en Las Siete Puertas<br />saetas El Niño Gloria<br />al pasar la Macarena.<br /><br />Desde el recuerdo encendido<br />de aquella Sevilla vieja,<br />desde el sincero Homenaje<br />a los viejos que lo cuentan<br />que se acuerdan de los cantes<br />que en las fotos color sepia<br />nos muestran una Sevilla<br />que quizá ya nunca vuelva,<br />y que pensando, pensando<br />hasta musitan las letras<br />que los viejos cantaores<br />ponían a sus saetas<br />yo quisiera componer<br />en esta hora que suena<br />un cantar para la Virgen,<br />un cantar que sea ofrenda.<br /><br />Yo quisiera componer<br />a Tu Gracia algún poema<br />pero yo no sé cantar<br />esa Gracia que es Bandera<br />de la Sevilla de siempre,<br />de la Ciudad en que Reinas.<br /><br />Quisiera ser bordador<br />de la saya que Tú llevas<br />quisiera ser el orfebre<br />que repujara las piezas<br />de paso tan prodigioso<br />que pasea Tu Realeza.<br /><br />Quisiera ser el que hizo<br />las esmeraldas ya viejas<br />que regalara Gallito<br />Príncipe de la Alameda<br />genio de la torería<br />y devoto de Tu Esencia.<br />Quisiera ser yo, Señora,<br />capataz de Tu Belleza,<br />de Tu Mirada perdida<br />que a nada ni a nadie encuentra,<br />quisiera ser costalero<br />bajo Tus Plantas señeras<br />y que me mandara Alfonso<br />diciendo "Al Cielo con Ella".<br /><br />Quisiera rezar la Salve<br />ante Tus Ojos de estrellas<br />y pedirte en oración<br />por toda Sevilla entera<br />que Tú le des la Esperanza<br />a los que nada ya esperan,<br />al que pide que lo saques<br />de las oscuras tormentas,<br />al que suplica callado<br />por la enfermedad cruenta<br />y al que lleva en las entrañas<br />el dolor que le acrecientan<br />las espinas de la vida,<br />que se le clavan con fuerza.<br /><br />Quisiera ser Madrugada<br />y una voz que describiera<br />el Viernes por la Mañana<br />entre Sor Ángela y Feria.<br />Quisiera ser candelero,<br />jarra, candelabro y vela,<br />túnica juanmanuelina,<br />zanco de Tu parihuela,<br />quisiera ser el incienso<br />que se guarda en la naveta<br />el humo del incensario<br />que es presagio e inminencia,<br />humo de vaho encendido<br />por el fuego que despierta<br />el rumor de Tu Pasar<br />en todos los que te esperan.<br /></div><br /><div style="text-align: center;">Quisiera ser Relator,<br />el suelo de calle Feria,<br />balcón de calle Amargura<br />y colgadura de seda,<br />un farolito del Arco,<br />de la Muralla una almena,<br />color de la Barbacana<br />y las Torres de Defensa,<br />y el éxtasis desbordado<br />en el barrio que te sueña...<br />Esperanza, Torrigiano...<br />callejones que te esperan<br />desde hace tantos años<br />para aclamar a Su Reina.<br /><br />Quisiera ser multitud<br />que agolpada te contempla,<br />ser un trozo de Tu Manto,<br />de algún faldón una hebra,<br />el brillo de Tu Corona,<br />clavel que se consumiera,<br />quisiera ser un Armao<br />del Señor de la Sentencia<br />y convencer a Pilatos<br />porque Tú ya no sufrieras;<br />quisiera ser un varal<br />que con ángel se meciera,<br />quisiera ser techo palio<br />y poeta ser quisiera<br />por narrar el entrecejo<br />que hace hablar hasta a las piedras<br />y con voz de viejecito<br />componerte una saeta<br />pa que la cantara El Gloria<br />–balcón de Las Siete Puertas-<br />y le dijese a Sevilla<br />que no existe más Pureza<br />que la que tiene una Flor<br />que está siempre en Primavera<br />que dicen vive en San Gil<br />y se llama Macarena.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">CRISTO VIVE</span><br /><br />Han pasado veinte siglos, que no son nada ante Él. Ha cambiado la concepción del mundo y han surgido nuevas ideas, pero ninguna ha podido sustituir a Cristo. Su Mensaje sigue inmutable y vigente. CRISTO VIVE. La Resurrección de Jesús es el hecho más importante y trascendente de la Historia. Toda la Semana Santa no es sino reflejo de la Absoluta Inmensidad y Grandeza de Dios.<br /><br />Que los títulos de nuestras hermandades no sean timbre de vanagloria, sino llamada a la perfección evangélica. Vivamos nuestra Fe con alegría, ayudando a que actúe el Espíritu Santo. Que todo cuanto hagamos sea en Alabanza de Cristo, trabajando – a imitación de aquel Párroco Ejemplar que fue Don Antonio González Abato– "POR UN MUNDO MEJOR", lema de apostolado de la cofradía de Santa Genoveva.<br /><br />Señor del Gran Poder, que nuestra Semana Santa siga siendo modelo de convivencia en las calles, que sepamos conservar y transmitir el valioso legado de nuestros mayores, que nos entusiasme la idea perenne de construir una Sevilla Justa, un Milagro bajo el Sol: LA CIUDAD DEL AMOR AL PRÓJIMO. Que los sevillanos tengamos siempre –por encima de ideas- afán de superación ante la adversidad, que nunca la Ciudad pierda su esencia, que ilusionemos a la Juventud; que nos recuerden por la honradez, el amor, las buenas maneras y la concordia; que pasemos por esta vida haciendo el bien, viviendo el verdadero sentido de la Cruz de Cristo y propagando la devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.<br /><br />Gracias, Señor, por haber dispuesto que yo naciera en Sevilla, por haberme regalado vivir en mi barrio y disfrutar la Plaza de San Lorenzo, lugar de encuentro con mis amigos; por haberme dado a mis hijas, a mi mujer, a mis padres, a mi familia, a las cofradías y a la Iglesia de la que forman parte desde la Fe, esa Fe cristiana que es el único fundamento de la Semana Santa de Sevilla.<br /><br />Señor, hecho está el servicio que me encomendaste. Danos Tu Bendición. Sólo Tú Eres Eterno. AQUEL QUE TODO LO PUEDE. Aquel que al amanecer del Viernes Santo, hace florecer el examen de conciencia en la mente humana:<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Puerta de las Capuchinas<br />-entre el humo del incienso-<br />viene Andando el Gran Poder,<br />firme y fuerte como el hierro.<br />Fíjate en Su Valentía<br />bajo el aire mañanero<br />que corta como cuchilla<br />fría como los aceros.<br />En la Plaza de las Plazas<br />de la Sevilla de ensueño<br />lo espera todo el gentío<br />que lo divisa de lejos,<br />que lo siente ya acercarse<br />porque todo está en silencio;<br />la brisa se va llenando<br />de sentidos Padrenuestros,<br />de petición sostenida<br />de mentes que están en rezo.<br /><br />Los faroles, encendidos<br />perfilan Su Cuerpo enhiesto<br />que es musa de los poetas,<br />que ven en Él al Soneto.<br />Viene luchando el Señor<br />con el peso del Madero,<br />viene luchando el Señor,<br />y aunque luchando, sereno;<br />Su Andar es largo, de frente,<br />y en Su Andar no existe miedo.<br />Mira Su Cara Llagada<br />inundada por los besos<br />de sinceros corazones<br />y del arrepentimiento<br />de todos, porque en Sevilla<br />para el Señor hay respeto<br />porque sabe todo el mundo<br />que Tú, Señor, Eres Bueno;<br />porque Tú Eres a Sevilla<br />lo que las letras al verso<br />lo que el sol al horizonte<br />lo que la nieve es al hielo<br />lo que el agua es a la lluvia<br />la tersura al terciopelo<br />lo que al molino las ruedas<br />lo que la sal al océano<br />lo que la arena a las dunas<br />y las dunas al desierto,<br />lo que el viento a la veleta<br />y la tempestad al trueno.<br />Lo que el gozo a la alegría,<br />como el saber a los viejos,<br />los Viernes a nuestra vida<br />y la Plaza a San Lorenzo;<br />lo que a los cirios la cera<br />y la plata al candelero,<br />el alba a la amanecida<br />el amarillo al albero<br />los ojos a la mirada<br />y el valor a los toreros,<br />la flor a la Primavera<br />y a la noche los luceros;<br />el pincel a los pintores<br />y a los pintores el lienzo,<br />el brillo de las estrellas<br />lo que las llamas al fuego<br />lo que las gentes al barrio<br />y lo que el habla es al verbo,<br />el cartón al capirote<br />y éste a los nazarenos,<br />el esparto al cinturón<br />y lo que el escudo al pecho,<br />el latido al corazón<br />y el razonar al cerebro.<br />Lo que el sol es a la luz<br />del mediodía más pleno,<br />lo que la raíz al árbol<br />y la verdad al sincero,<br />la sangre para las venas,<br />la Templanza y el sosiego,<br />la cadencia de la música,<br />lo que el barro al alfarero<br />lo que el pigmento al color<br />y lo que el aire es al viento,<br />lo que el espíritu al alma<br />y lo que el alma es al cuerpo<br />lo que el sonido a la fuente,<br />lo que a la forja es el hierro,<br />el agua al Guadalquivir<br />y lo que el frío al Invierno.<br />El repique a las campanas<br />el andar al costalero<br />el camino al peregrino<br />lo que al camino el sendero<br />lo que a las hojas el tallo<br />lo que a las aves el vuelo<br />el olor al azahar<br />y a la vejez el recuerdo;<br />lo que la voz a los cantes<br />y a los cantes el requiebro,<br />lo que el ruán a la túnica<br />que a tantos viste de negro,<br />lo que la hora al reloj,<br />el sentir al sentimiento<br />lo que al fruto la semilla<br />lo que el azul es al cielo<br />y la Giralda a la vista<br />bajo estrellas en un sueño<br />porque Tú Eres, Gran Poder,<br />la Esperanza y el Consuelo<br />la Fuerza para seguir<br />la Esencia de San Lorenzo,<br />Alivio para las penas,<br />Salud para los enfermos,<br />la Devoción que sustenta<br />a Sevilla los cimientos<br />y Señor de esta Ciudad<br />que cada día es un ruego<br />ante Tu Hombro Dolido<br />por la Cruz de Tu Tormento<br />subiendo por la escalera<br />–que va derecha hasta el Cielo-<br />para pedirte con Fe<br />porque todos te queremos,<br />y por eso en el Talón<br />de Tu Santo Pié derecho<br />Sevilla deja su Amor<br />cada Viernes en un beso.<br /></div><br /><br />HE DICHO<br /><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-15518588260037280702007-03-29T10:22:00.000-07:002007-03-29T10:34:36.915-07:002003 - Fco. Javier Vázquez<div style="text-align: justify; color: rgb(102, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2003. Pronunciado por D. Francisco Javier Vazquez Perea en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">INTRODUCCIÓN</span><br /><br />Como una marea creciente, como una riada que empujase hasta nosotros, en aluvión, los menudos nazarenos de la Borriquita, nos dispusimos tu y yo a compartir -ya era Domingo de Ramos- el privilegio insólito de la primera Cruz de Guía de tu vida.<br /><br />Tus ojos -solo tenías año y medio, eras casi de mi sangre- intentaban abarcar todo aquel júbilo desbordado que provenía del Salvador y que acrecentaba el tuyo. Sobre la escasa altura de aquella algarabía de capirotes blancos, se podía divisar, lejana, difusamente, la palmera cimbreante que los apremiaba.<br /><br />Para buscarte, sólo para buscarte, el paso cruzó la larga calle Cuna, en cuyo final nos encontrábamos. Tan increíblemente fugaz, que apenas lo tocaron, entre la sombra de las fachadas, las espadas de sol que asomaban por las bocacalles... Tu naricilla espesó en medio de un botín de caramelos, el humo dulzón de las dalmáticas. Neblina de incienso que fue la última barrera vencida por aquella mole de oro y de suaves acuarelas rosas, antes de que te apropiaras de ella... Así llegó el misterio hasta nosotros, cobijándonos bajo su oasis de palmas oscilantes.<br /><br />Diré que no te asustó el vigoroso embate al aire de las cornetas y tambores, cólera batiente que parecía desprenderse a jirones del soberbio canasto. Pero que preferiste entregarte -amorosamente- a los humildes sonidos que circulaban entre los candelabros: al clamor de hosanna tallado en los labios quietos de las figuras, a la sonrisa de los niños hebreos, brazos en alto con brotes de olivo, al hacha de Zaqueo de penca en penca hostigando la yedra y, muy especialmente, a las modestas campanitas del borriquillo, dulce Platero que acompañaba al Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén. Porque en su bondad, calmaste el sobresalto que te había dejado el paso inmenso al abrirse sitio para avanzar.<br /><br />Diré que no fue extraño que tus ojos alucinados se quisieran desasir de mí, increíblemente abiertos, perdidos en ese panorama de infantiles sorpresas: era tu prematura iniciación a esta fiesta. Ignorabas ¡claro, nunca las habías vivido! que pudieran hacerse tan reales aquellas imágenes que ya te habían hipnotizado en los videos de casa, que pudiesen tocarse con las manos, sumergirte en su colorido.<br /><br />Y en ese descubrimiento tuyo comprendí que también ha de ser así, la misma reacción de asombro, lo que sintamos nosotros cuando como tú, Gonzalo, comprobemos, pero ya al terminar nuestras vidas, que tampoco era una ficción soñada nuestra Semana Santa. Que este evangelio hermosamente proclamado cada año es el anuncio cierto de una futura realidad tangible que ya conocen quienes nos precedieron. Lo proclama esta parábola de fe, esta plenitud de gozo, este mensaje que nos alumbra, este amor sin trabas que quiere abrazarnos durante siete días para traer su gloria a nuestras manos. La fiesta de una promesa. La esperanza de una eternidad. Me lo desvelaron tus ojos ante el primer paso de tu vida.<br /><br />Cuánta grandiosidad en idioma tan sencillo. Ésta es la confesión que pretendo repetir hoy públicamente. La que repetimos en nuestra intimidad, impacientes, tantos sevillanos, tú también muy pronto, llegado este final de cuaresma, dentro de una semana… cuando esa palmera, esos niños de blanco y esa dulce borriquita se nos vuelvan a hacer verdad, ¡en el único Pregón que importa, el que cada uno se escucha dentro de sí mismo al rezar!:<br /><br /><div style="text-align: center;">Otra vez<br />el tiempo ha regresado<br />la luz<br />de las cosas que se fueron,<br />las que creí perder<br />pero quedaron<br />rebeldes al olvido<br />en el recuerdo.<br /></div><br /><div style="text-align: center;">Otra vez estoy aquí,<br />recuperando<br />cuanto he vivido yo,<br />cada momento,<br />de mi vida<br />de niño,<br />de joven,<br />de inexperto,<br />de la vida de aquellos<br />que me amaron.<br /><br />Conjugo en presente<br />lo pretérito<br />porque llega otra vez<br />lo más sagrado,<br />corazón de mis íntimos<br />anhelos.<br /><br />Y otra vez,<br />si busco,<br />hallo<br />mi memoria feliz<br />entre lo eterno...<br />y otra Semana Santa,<br />al fin,<br />entre mis manos.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">DEL DESEO, DEL RECUERDO Y DE LA REALIDAD</span><br /><br />Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo<br />Excmo. Sr. Alcalde.<br />Ilma. Sra. Teniente de Alcalde<br />Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías<br />Excmas. e Ilmas. Autoridades<br />Cofrades, Sevillanos.<br /><br /><br />Agradezco vivamente a la Delegada de Fiestas Mayores la habilidad y la amabilidad con que acaba de disimular mis carencias. Lo que ya no sé cómo agradecer -dejemos que sea el día a día de mi vida, más que unas breves palabras- es este honor que me ha sido concedido. Porque menudo privilegio es éste del Pregón, el de poder alcanzar lo que el poeta sólo acertó a soñar desesperadamente:<br /><br />"Mi voz buscaba el viento para tocar tu oído".<br /><br />Mi voz surca el aire para acariciarte, Sevilla. Para que la atmósfera iluminada de esta mañana la confirme. En tantos hogares donde resbalar, con unción, por la tersura planchada de unas túnicas dispuestas. En tantas vitrinas huérfanas de enseres, ya colocados en los pasos. Porque es indiscutible que la piel de nuestros Cristos y Vírgenes ya demanda un poco de sol inaplazable y una dosis inmediata de amor en plena calle.<br /><br />Mi voz trae la curiosidad de la mano de un niño sobre el paño de una bocina que pasa. Y el deseo de apretar esa otra mano abatida por la enfermedad sobre una sábana, convertida como el Gólgota de Cristo, en luz a la que ha de llegarle su liberación.<br /><br />Mi voz quisiera sonar en la celda de una cárcel donde comprenda lo que fue la prisión de Jesús. Y en una parada de autobús, en un mercado, en la tertulia de un bar, en un taxi, en la oficina, en algún aula. Porque allí quisiera morir cuando se calle... soñando convertirse en la espadaña que despierte la memoria común.<br /><br />Y es mi propia memoria quien la encuentra, detenida, en una vieja fotografía, de la mano de mi madre con un fondo de capirotes de los Javieres saliendo de la calle Jesús del Gran Poder.<br /><br />O por Reyes Católicos, donde San Gonzalo marcha amplia, ocupando de acera a acera. Caifás con humilde jamuga como trono: sólo en eso ya se nota la vida pujante de esta Hermandad, engrandecida hoy con la fuerza con que la oímos nombrar, con que la sentimos venir.<br /><br />No es nostalgia, es que tenía razón quien apuntó que lo que sucede una vez se queda sucediendo para siempre… y es tan actual hoy en nuestras retinas el palio de Dolores y Misericordia encendiendo de resplandores el Postigo como aquel que llegaba desde San Bartolomé a la Campana.<br /><br />Crece nuestra túnica a nuestro ritmo, dobladillo a dobladillo, como si continuase siendo la misma que te probaron al salir una tarde, muy niño, del colegio.<br />Y están los dos nazarenos de farol y fondo rojo del programa "Orientación" colgado ya en los quioscos.<br /><br />Y aun brilla el palio que era blanco de Resurrección, de la Esperanza Trinitaria.<br /><br />La Virgen del Buen Fin de la Lanzada deposita su ingenuidad de niña sobre la canastilla de su misterio, cerrando el Miércoles Santo.<br /><br />Abundan todavía devotos de promesa del Gran Poder vestidos de morado y cordón amarillo, varas cruzadas de luto en los respiraderos y penitentes dispensados de capa.<br />Todo sigue sucediendo. Nunca dejará de ser nuestro aquel balcón de la Campana que hace tiempo que perdimos. Ni se desvanecerán esos Viernes Santos ocasionales de lluvia, o de gripe que nos permitieron ver salir la Carretería, cenitalmente, desde el balcón de unos amigos. Aquel portalón abierto a la mitad y los pasos ajustados como un guante a los muros de la Capilla...<br /><br />O la Sagrada Mortaja –Santa Marina- de perfecta armonía entre el moldurón de claveles y el oro viejo del canasto, de espejo de antigua casa nobiliaria.<br /><br />O la costanilla de San Isidoro, copiada en la pendiente del monte del Señor de las Tres Caídas. Más que Cristo que tropieza y se desploma, Cristo que quiere bendecirnos con su mirada, y al apoyar en tierra los cinco dedos de su mano, abre el surco de las cinco calles que parten de su parroquia, creando el primer trazado de la Sevilla más antigua.<br /><br />Nada es perdurable sino la emoción que sostiene vivo el ayer en nuestros corazones. Ved a la Virgen de la Victoria, en los Remedios, pero conservando sobre el bordado de su palio los ecos de su calle San Fernando, sus cables de tranvías, las verjas del foso, las infinitas palmeras y el rostro de sus viejas cigarreras escoltándola. Todo permanece igual, todo es diferente.<br /><br />Por eso, porque el tiempo muda toda soberbia, hay que reconocer que llegan los grandes días que conmueven a toda Sevilla, es cierto, pero no a todos lo sevillanos. Y asumida esta realidad, rechazar sin embargo ese nuevo tópico intelectual, que culpa de todos los males de nuestra ciudad a su espíritu festivo, y especialmente a las cofradías.<br /><br />¿Llevan razón esas voces? Cuando nuestro deber solo persigue la sinceridad del mejor culto posible a Dios, avalado por un ansia de conocerle y una caridad sin paternalismos, un darse a los demás que se mira en quienes, como en el verso de Benavente, huyen "del yo, del mí, para mí, a mi entender, en mi opinión. Porque solo los que aman saben decir tú".<br /><br />Así lo vive y entiende esa Sevilla numerosa y real que es la que construye la ciudad a cada día y se postra ante el único Señor a quien reconoce grandeza.<br /><br />En la sublime figura del Gran Poder, todo es invitación y ánimo a seguir adelante. Nos cogemos de su mano porque sabemos de su omnipotencia divina que cura las heridas humanas, creciéndonos con El y en El. Habría que escudriñar dentro de cada sevillano para conocer de veras al Gran Poder. Su gesto lo acabó de tallar Sevilla, lapidando su policromía original, con la huella de tragedia que le dejaron, al aprender a caminar por la vida, tantos que llegaron a la madurez solo después de recibir su animosa lección de fuerza.<br /><br />Habrá a quienes esta fe le parezca algo caduco. Pero de ella sólo vemos salir vigor y fortaleza emprendedora, aspiración a lo alto, porvenir y futuro. ¿Sería mejor Sevilla si no tuviera el Gran Poder para afrontar el reto de caminar decididamente hacia delante, sin excusas? ¿Sería mejor Sevilla sin las cofradías? ¿Es sobre el sitio de las tradiciones donde se debe construir el edificio de la prosperidad que nos falte? ¿Hacia donde avanzaría entonces la ciudad, negándose a sí misma?<br /><br />Fácil es de comprobarse, en su camarín. Allí está su talón gastado, con las vetas al aire dejando asomar la madera de aquel tiempo lejano en que su efigie dormía sin tallar dentro del árbol. Sin saberlo más que el cielo, sin besarlo más que los pájaros.<br /><br />Tiempo de calma que nos transmite cuando hoy besamos nosotros ese talón: arriba su figura agigantada, abajo nuestros ojos jugando -a ras de su pisada- a convertirnos en piedras de su calle de la Amargura. Así, como en los versos de León Felipe: "Así es mi vida / piedra, / como tú; como tú, / piedra pequeña; / como tú, / canto que ruedas / por las veredas, guijarro humilde…" Unos escalones más abajo, nos encontramos en el Sagrario el cofre de su corazón, bombeando vida, en íntimos latidos. Y a unos pasos, colgada del muro, su vieja Cruz de tantas madrugadas, al alcance de nuestro abrazo, para fundir el sufrimiento que nos abruma con el suyo.<br /><br />Por eso en la Madrugada no es que se eche a andar el Gran Poder. Es que detrás se lleva a Sevilla. Un verdadero éxodo de esparto y ruán le precede. Un Mar Rojo se abre a su Cruz de Guía. Trae la autoridad de Yahvé guiando a su pueblo. Pisa la calle y alrededor de su divina planta se forma, como cuando pisamos arena mojada, un devoto cerco de respeto.<br /><br />Podrá doler su Cruz y su martirio, su espalda menguada, su cintura rota. Pero sus pies, su zancada nunca la veremos doblegarse ni desfallecer. Esta es la mayor grandeza en que Sevilla humildemente se reconoce. Por eso nadie en quien confiar nuestros humanos esfuerzos en pos de la prosperidad como en este Dios de la urgente carga. Por eso nada mejor que seguirte el paso, que caminar a tu vera, como lo hace Sevilla, Señor, cuando te declara:<br /><br /><div style="text-align: center;">Ahora se por qué te creo.<br />Porque tu amor es tan cierto<br />como cierta es tu zancada,<br />que nos lleva a San Lorenzo.<br /><br />Porque se agarra a lo nuestro<br />la firmeza de tu planta.<br />Tú caminas el primero<br />por tu senda de esperanza.<br />Dios que se hace sendero,<br />no solo Dios de palabras<br />sino de pies en el suelo.<br /><br />Ahora se por qué te quiero<br />¡Camino tan verdadero<br />hacia una dulce morada!<br /><br />Ahora se por qué es mi alma<br />Gran Poder, tu cirineo.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ENCUENTRO CON EL ESPÍRITU: LOS DETALLES</span><br /><br />Dentro de una semana, Gonzalo, vas a volver a encontrarte con todo ese mundo de detalles que causó tu fascinación.<br /><br />Recréate en ellos, rebúscalos en los increíbles respiraderos de la Virgen de la Aurora pero también en el suspiro que se tarda en subir al Cristo de la Sed tras su salida.<br />Ten presente que detrás de cada detalle siempre hay una entrega voluntaria de sensibilidad, declaración en miniatura que busca rompernos el alma. Es en los detalles donde el corazón se nos enreda con más facilidad.<br /><br />Fíjate en el llamador de la Exaltación que reproduce su paso de misterio en clave eucarística, y en los platillos de cristal de la candelería de su Virgen: no se vaya a perder ni una sola de las lágrimas que componen su nombre.<br /><br />Ese es el lenguaje que nos verás utilizar. El que encierra tanto amor oculto a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Rito comunitario que llama a las puertas de cada uno. Por eso no se trata de una puesta en escena, sino de una experiencia verdaderamente religiosa. Por eso decimos que hay tantas Semanas Santas como personas la vivan.<br /><br />Detalle es la finura exquisita de la nueva urna del Cristo amurallado del Santo Entierro y es de igual modo acompañarlo de las postrimerías de la Santa Caridad, en el paso de la Canina.<br /><br />Vienes, Gonzalo a una época donde reinan las mayorías de audiencia y los volúmenes macroestadísticos. Agradece por eso la emoción pensada en lo pequeño. Porque así hablaba Jesús a la muchedumbre: asomándose al interior para sanar la herida exacta que a cada uno le sangraba.<br /><br />Distinguirás en el idioma de amor de los detalles quiénes acuden a vivir estos días con ojos limpios. Ojos que sepan reconocerse grabados en las pupilas bellísimas de Guadalupe, igual que se grabó el indio Juan Diego en los de su hermana mejicana.<br /><br />O que se planten ante los de la Virgen de Monserrat con su intensa blancura. Me lo dijo un día desde su azulejo en la puerta, Fray Escoba, pulcro portero de su capilla: colócate un Viernes Santo delante de su paso y vete alejando. Sus ojos se te clavarán como un faro de luz. Morirá en la distancia el resplandor de su candelería antes que la sensación deslumbradora del blanco -más que del iris precioso- de estos ojos. Así tuvieron que ser los ojos vivos y verdaderos de María. Disfrútalos como si al rezarle "vuelve a nosotros esos tus ojos…" los tuviéramos otra vez delante, tan llenos de su blanca pureza, ay, Virgen bendita de Monserrat.<br /><br />Decididamente, mi Semana Santa es la de los detalles. Porque mientras Sevilla esté para detalles, será capaz de distinguir en el ruido actual la voz franciscana de Dios. Verás salir el misterio de los Panaderos, no te fijes en la antorcha, fíjate en sus candelabros, en ese vuelo de golondrinas –casi desapercibido- que ciñe el perímetro de este paso.<br /><br />Oscuras golondrinas que vuelven cada Miércoles Santo para jugar con sus alas en los cristales de los guardabrisas. Mira dentro del esplendor con que avanza este barco del Prendimiento. Es el trozo más rural de la Semana Santa, aroma de olivar, de salmuera y de almazara. Vienen los romanos con sus lanzas a varear el olivo, más que a prender a Cristo. Sus plumas blancas imitan la danza de brisa y mecida del frondoso ramaje. Y el estrépito de los sayones en la noche despierta a esos humildes pájaros de los que te hablo, tan predilectos de Cristo en sus parábolas.<br /><br />Fíjate por qué están allí, porque ellos fueron su única compañía confortadora entre la violencia de sus enemigos, y el abandono y la traición de sus amigos. Ellos proclaman por las azoteas de Sevilla que nunca habrá más libertad que en esas manos extendidas, a punto de soga, que acaban de instituir la eucaristía, tahona panadera de sencillez.<br /><br />Por cierto, ¿no hay un claro paralelismo entre estas golondrinas del blanco rabí del Soberano Poder, infinitamente dulce y pacífico de expresión galilea, y aquel príncipe dorado de los cuentos de Dickens, a cuya estatua los vencejos -acaso igual que éstos- le iban robando el pan de oro para repartirlo a los necesitados?<br /><br />Si te acoges a esta filosofía del mimo y del detalle serás capaz de identificar, seguro, de qué hablamos cuando escuches decir que una rosa –una sola rosa, entre tantas flores- cruza por Sevilla. Pensarás de seguida en un brazo inerme sobre ella y en una comitiva camino del Sepulcro.<br /><br />Cuerpo vencido del Cristo de la Caridad de Santa Marta. Que guarda por el Arenal su precedente, cuando el Jesús yacente del Baratillo es ungido por el mejor bálsamo imaginable, el de la contemplación de su Madre de la Piedad, en gesto de infinita ternura para un momento tan propenso al grito y la desesperación.<br /><br />Pero antes, el Lunes Santo, los acólitos de Santa Marta esparcirán ante el paso del Traslado al Sepulcro una borrosa nube de incienso que el último rayo de sol irá espesando en cúmulos de formación casi meteorológica. Esa cortina la rompe la rodilla de Nicodemo. Y Nicodemo, por un segundo, se queda a solas, en primer plano, junto al Cristo, recordando aquella frase del Maestro que aun le atormenta:<br /><br />"Hay que nacer de nuevo, Nicodemo".<br /><br />Brota, sí, el detalle de una rosa roja entre los lirios pero junto a ella brotan más pétalos de sangre del resto de sus llagas… que caen hasta nosotros por el tobogán de sus pies y también nos repiten:<br /><br />"Hay que nacer de nuevo, sevillanos".<br /><br />Queremos nacer de nuevo si es nacer contigo y desde tu sueño, Señor. Porque nos da miedo verte así "tan temprano rodando por el suelo", a tí que fuiste siempre nuestra última esperanza.<br /><br />Queremos nacer de nuevo y en la comba de tu sábana tejer un futuro, más allá de este vivir al momento en el que nos hemos instalado, sin sentir que el mañana empieza hoy, cargado de cosas mejores.<br />Queremos nacer de nuevo guiándonos de la verdad. No de la verdad por la que se odia, sino por la que se ama. No por la que se mata sino, como tu, por la que se da la vida. No la que crea intransigencias o imposiciones sino una verdad de convencimiento y de respeto. La verdad que nos exige a nosotros, no la que le exigimos al otro. La verdad de un cristianismo por estrenar.<br /><br />Gonzalo, mira este Cristo mío. Siente ante El lo que escribiera Rafael Montesinos: amo las cosas que se lleva el aire. Y díle conmigo.<br /><br />Amo, Santísimo Cristo de la Caridad, esa sensación de brisa que nos dejas al pasar. Eso que parece remediar toda promesa rota, toda separación, todo desamor.<br /><br />Amo ver tus cirios azules llevárselos el aire, anunciando que acabas de salir y nos traes contigo la dosis de idealismo que perdimos. ¡Y en clave entendible para todos!... de gesto y de caricia, de rosa y, sobre todo -¿lo ves?- de detalle.<br /><br />Cristo de la Caridad, amo querer nacer de nuevo, si es contigo cada Lunes Santo.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ENCUENTRO CON LA BELLEZA: DE LA CERA Y DE LA MUSICA</span><br /><br />Dentro de una semana, Gonzalo, vas a volver a encontrarte también, además del detalle, con la belleza. Si vienes de mi mano, te insistiré, de todos lo sentidos, en el de la luz, en la luz de la cera.<br /><br />Si tuviera que reducir mi Semana Santa a una sola estampa escogería sin dudarlo la de un paso de palio en lejanía, ese volumen de fuego en el que se vislumbra el calor de María. Así le rezo yo a la Virgen de la O, mientras los dos cruzamos a la vez el río, de regreso, pero por distintos puentes. No importa la distancia que nos separa, la acerca mi deseo desde aquel fulgor que escribe su luz sobre el renglón silencioso de San Telmo.<br /><br />La cera es miel. Hay pasos que exceden su condición de altar peregrino para convertirse en monumentos rebosantes, como el de Gracia y Esperanza, cera sin complejos, derramando la advocación de la Virgen entre el gracejo en que se dispone su geometría de líneas convergentes hacia la Dolorosa -es decir, la candelería que se le rinde- y el color verde que está y no está presente en su palio.<br /><br />La cera es capricho. Crea ilusiones visuales: mira cuando el paso de la Virgen del Rocío, encendido en la noche, se levanta al martillo y la inercia del tirón, agachando la llamitas, produce un apagón instantáneo, que Ella aprovecha para parpadear.<br /><br />La cera es calor. A la Dama del Dulce Nombre, cortejada más que consolada por San Juan, nos resulta difícil encontrarle el callejón por el que admirar su cintura. Porque todos sus candeleros se han agolpado delante de su peana, cerrando filas para abrigar tanta belleza.<br /><br />La cera es luz. De día el interior del palio es un cobijo de sombra que oculta en oscuridad el interior de las bambalinas. De noche, la luz pasa a recogerse dentro, como caja de resplandores, y son las caídas interiores las que ahora se iluminan, dejando fuera la tiniebla. Eso que gana el rostro de la Virgen, que ya es hoguera por sí solo y que cuando divisa de vuelta San Nicolás no sabes si prefieres llamarla Candelaria o como también le cuadra entre la claridad de sus nazarenos, Santa María de la Luz, Santa María la Blanca.<br /><br />Y la cera también es ternura. Enrojecen las copas de los naranjos de Mateos Gago cuando a la vuelta les pasa revista el Cristo crucificado de Santa Cruz. Porque en sus candelabros, arrebujados de frío, sobrenada una luz trémula, temerosa de ver al que era la Luz del Mundo elevarse como un hilo humeante que asciende, pabilo que se apaga, dejándonos un eco de oboe, fagot y clarinete que alimenta las esquinas secretas de su barrio y las de nuestras almas.<br /><br />Pero la cera más elocuente no es la que se derrama en el suelo de la carrera oficial sino la que también van dejando caer las Hermandades, silenciosamente, sobre la ciudad, todo el año. Yo propondría que alguna vez los programas sustituyeran el nombre tradicional de las cofradías por el de su principal proyecto social, para darnos cuenta real de su labor: "A qué hora llega la del centro de estimulación precoz", "ha recuperado el retraso la de los hospitales del Sahara", "mil quinientos nazarenos saca la de los niños bielorrusos afectados por la radiación", "han cambiado el capataz a la de la guardería infantil", "volveremos a tiempo de ver el misterio de la del economato"… y así nombrarlas a ésta la de los campamentos de verano, aquella la del Patronato benéfico, o la de la Fundación para desempleados, la de rehabilitación social de la Alameda, la de los talleres ocupacionales y las de tantas otras obras y miles y miles de euros destinados a ser solidarios.<br /><br />Las Hermandades tienen muy claro su camino en este sentido, pero por muy lejos que lleguen sus afanes, siempre procurarán añadir algo más. Lo pregonan los nazarenos de San Esteban en sus capas, rodeando la lección de belleza y piedad de sus Sagradas Imágenes, Salud y Buen Viaje, Desamparados, con esa leyenda que suele ser lema asistencial de todas las cofradías: "y qué más puedo hacer yo por vosotros".<br /><br />Pocas instituciones gozan de su omnipresencia en el entramado geográfico para conocer las heridas de nuestra ciudad y acudir a ellas. En el frontispicio de una casa hermandad del Aljarafe leí un día la mejor manera de lograrlo: "no digas lo que hay que hacer, hazlo". Así daremos por bien empleado nuestro cirio al consumirse, con cera ganada a pulso día tras día.<br /><br />Los tramos de niños nazarenos del Buen Fin, bomboncitos franciscanos, son insignias vivas de aquellos otros que tal vez no vistan la túnica pero que constituyen la osadía de esta Hermandad, cambiarle nada menos que la advocación a su Cristo: Cristo del Buen Inicio, para las vidas de esos pequeños con dificultades.<br /><br />Basta pensar que es posible y hacerlo. Es imaginar a los armaos en el Hospital Infantil y ponerlos allí el pasado Jueves Santo. No lo viví pero sí que presencié a la centuria, poco antes, recogiendo a su capitán en la plaza de los Carros. Y nunca me pareció tan satisfecha y orgullosa, nunca tan cerca de las lágrimas, convertidas en gozo, de su Señor de la Sentencia.<br /><br />Este es el valor profundo de la cera. De la suya va formando San Bernardo una hermosa senda cada Miércoles Santo, y desde Rodrigo Caro hasta Madre de Dios traza el mismo exacto camino por el que a mi me llevaron tantas veces de niño hasta el cielo. Hasta ese convento de dominicas donde la cofradía se suele detener, y donde una tía abuela, de imborrable recuerdo, Sor Cecilia, encarnó mi ideal de bondad y espiritualidad. A ella quieren regresarme las filas moradas y negras de la Virgen del Refugio, cuando ya la tarde cae, cuando el Cristo de la Salud propicia chicotá a chicotá un encuentro de Emaús que nos hace arder con su compañía. Y que al no encontrar ya en aquel convento a tan entrañable monja, me invita a seguirlo hasta su barrio, cumpliendo lo único que ella quería: que Dios reinara siempre en nuestros corazones.<br /><br />Este es el valor de la cera. Procurad, hermanos del Museo, que esté encendida toda la de vuestro palio para que leamos bien esas letras de oro que dicen: venid a mí los sedientos. Porque la que va delante tiene dentro de mí un sitio preferente, heredado de mi padre. Tuvimos un amor del que guardamos lo mejor. Yo envejezco y Ella es cada día más niña. Lleva su nombre en su manto, Aguas, cascada blanca y azul. Declaro mi sed como un enamorado. Sus manos parecen señalarme donde posar mis labios secos. Y en cuanto puedo, rompo mi Lunes Santo para ser solo suyo, cuando baja la temperatura y cristaliza la noche, cuando la saeta se arranca con aquello de "a la voz del capataz" y el martillo levanta por última vez su paso en la plaza... se inicia su marcha, consciente el pico de sus bambalinas de que es la última mecida, mientras el umbral se encoge para no dejarla entrar. Qué sequía verla desaparecer, qué último sorbo intuir sus varales por los ventanales: no nos los cerréis porque es obra de misericordia dar de beber al sediento, y clamor en la figura de la Sagrada Expiración de su Hijo.<br /><br />Esa es la luz. A ti, Gonzalo sé que te va mejor la música. Estás de suerte porque es de lo último en apagarse cuando nos atenaza el Sábado Santo con ganas de llorar sin llanto. Iremos rebañando música por las esquinas de San Marcos. Ese adiós nuestro que no sabe a donde dirigirse y acude a la Piedad Servita o a esa lágrima horizontal que hizo más bello el semblante de su Dolorosa bajo palio.<br /><br />Escucha el Viernes Santo en Carlos Cañal "Soledad Franciscana", e imagina, por no tener que esperar el desierto de otro año entero hasta una nueva Semana Santa, que es al Amparo a quien se la están tocando, en Noviembre, saludando a la Virgen de San Buenaventura, diciéndose una a la otra, en las postrimerías de las procesiones de Gloria: hasta pronto, Madre, hasta el llanto.<br /><br />Oye, siente y descubre, descúbrete en cada marcha. Te contaré que cierto Jueves Santo terminaba de sonar "Virgen del Valle" en la plaza de San Francisco y ya subíamos en grupo hacia el Salvador intentando alcanzar Montesión en Francos. Una chica que nos acompañaba, se giró repentinamente. Le advertimos de la prisa. Pero ella, clavados los piés, la mirada perdida, nos respondió, herida por su propia emoción: "no he escuchado una música tan triste en mi vida". Tuvimos que respetarla, estaba en el trance de asumir la devastación interminable y sin horizonte de esta Reina del Jueves Santo. Estaba estrenándose en la devoción a la Virgen del Valle.<br /><br />Yo la luz, tú la música. Da igual. En un momento de silencio, de indecisión de la luz, aprovechará a salir a la calle el Cristo universitario de la Buena Muerte. Suprema demostración de cómo puede conmover la belleza. Con tal serenidad concentrada a su alrededor que parecerán dormir de pie los apóstoles de las esquinas del paso, en su elegancia renacentista.<br /><br />Hay algo de Belén todavía en la desnudez de este Cristo, algo de aquella bondad, de aquella sencillez de la noche remota de la Natividad, calor de carne recién parida que después de 33 años encuentra aquí su último temblor.<br /><br />Ya la cera le dice a la luz que tome el relevo de mimar a este Cristo.<br /><br /><div style="text-align: center;">No requiere la muerte ser lamento<br />ni hay batalla que no ganen los vencidos,<br />contemplad entre hachones el ejemplo<br />en la muerte silenciosa de este Cristo<br /><br />Con El muere la tarde y es su lecho<br />vertical y suave y sin latido,<br />sujeto de un altísimo universo<br />que anticipa la noche entre sus lirios.<br /><br />Buen morir el del atardecer del cielo,<br />oculto el sol, por sombras malherido...<br />pero se va para renacernos luego.<br /><br />Igual sucede con este Dios dormido,<br />Buena Muerte que sueña ¡y va despierto!<br />a la cita de Amor de su destino.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ENCUENTRO CON SEVILLA: SEVILLA CON SEVILLANOS</span><br /><br />Y vas a encontrarte, Gonzalo, amén del detalle y la belleza, contigo mismo, como sevillano.<br /><br />El sudor de sangre padecido por Cristo en Getsemaní fue producto, principalmente, por la visión de los avatares de la humanidad hasta el final de los tiempos. Es decir, tú y yo estuvimos presentes en la extrema angustia de su rostro que el ángel conforta. Es decir, el pasado, el presente y el futuro de Sevilla están apresados en la mirada de Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto.<br /><br />Por eso dan ganas de preguntarle: ¿Hacia dónde va Sevilla, Señor, esta Sevilla que pronto coronará a tu Madre del Rosario? ¿Seguirá convirtiéndose en templo para ese tránsito vuestro que predica el valor de la oración? ¿O nuestras cofradías se limitarán a sortear sus rincones más turbios, como dos mundos aparte? Si las cofradías expresan en la calle la vida interior que han cultivado durante el año, también Sevilla se nos muestra últimamente en estos días sagrados como hija de los vicios y virtudes del momento.<br /><br />Pero seamos optimistas, atendamos a la pujanza de los nuevos tiempos. Todas esas nuevas hermandades y agrupaciones que están floreciendo ahora como reacción a la expansión urbana reciente de nuestra ciudad, parecen a simple vista descomponer el equilibrio y la medida que caracterizaban la Semana Santa. Pero constituyen un hecho fiel a nuestra historia. Lo preocupante sería lo contrario, que gran parte de Sevilla nos diese la espalda. Hermandades del Cristo de la Corona, Torreblanca, Carmen Doloroso, Heliópolis, Pino Montano, San Ignacio de Loyola, Sol, Bellavista, Polígono San Pablo, Parque Alcosa, tantas otras… ya se encontrará la fórmula de acogida que evite una Semana Santa paralela pero que no falten motivos para decir que Dios sale a buscar a todos los sevillanos.<br /><br />Hay que decir, pues, que aquí cabe todo sevillano… y no sevillano. Basta el mínimo, imprescindible respeto que está en la base de toda convivencia. Basta sentir ante el Cristo de Burgos, o el de las Siete Palabras o la Vera Cruz que la tosca cruz y el cuerpo desnudo simbolizan la humildad de Jesús esperándonos sin condiciones.<br /><br />Oirás decir: Sevilla, sin sevillanos, qué maravilla. No lo aceptes nunca. Porque no solo se la estarías negando a los demás sino también a ti mismo. ¿Qué razón tiene de ser Sevilla deshabitada?<br /><br />Amarás de Sevilla sus piedras y sus jardines, sus leyendas y su historia. Amarás sus costumbres y esa fina sensibilidad que desprende su vieja sabiduría. Pero ama siempre más a tu hermano, el hombre que la habita.<br /><br />Sevilla con sevillanos. Si no, sería imposible la Semana Santa. Rechaza los tópicos y las etiquetas, te hablarán de ortodoxos y heterodoxos, de capillitas y descreídos, de críticos y furibundos, acógelos a todos poniéndote en la mirada de Dios porque no venimos a juzgar sino a dar. Y acércate con misericordia a quien te golpea, porque solo Cristo es tu modelo.<br /><br />Y acuérdate de los que faltan. Tengo que decirte, lo siento, que de vez en cuando, experimentamos una sensación de separación y lejanía por un ser querido que se ausenta. Daríamos toda la vida por estar un minuto más junto a el. Pues esto es en lo que creemos. Que volveremos a recuperar su compañía cuando entreguemos nuestra vida. Míranos cuando todo esto esté a punto de concluir: ya no estará Cristo entre nosotros. Y no es a El, seguros estamos de su Resurrección, sino a la Madre a quien perseguimos por las últimas esquinas de San Lorenzo, Soledad del adiós y de la luna. Soledad del manto cuadriculado por las escalas que caen de su Cruz. Soledad fugaz. Dentro de unos minutos ya no será Semana Santa ni ella será tampoco Soledad.<br /><br />Sevilla con sevillanos, si no, no habría derecho. Ámalos. Verás multitud de símbolos, medallas, cordones, túnicas, insignias, estandartes, escudos pero está escrito: sólo por un distintivo reconocerán que sois mis discípulos: si os amáis. Ese amor es el que justifica que existan cofradías.<br /><br />Ese amor es el que da fuerzas a los costaleros. Porque al levantar las Sagradas Imágenes movieron nuestros ojos a lo alto. Porque sigo viendo en ellos, sobre todo, generosidad. Al salir el Cautivo de Santa Genoveva el racheo de su cuadrilla dibuja una brisa de Jerusalén en los pliegues de su túnica y nosotros parecemos sentir esa brisa, aire tan escaso allá abajo y que encima parecen regalárnoslo.<br /><br />Ese amor es el que te hará nazareno cuando llegue tu momento. No habrá nada más grande. A un viejo cofrade, artista y diseñador de multitud de obras geniales le preguntaron un día que qué era lo más importante que había hecho. Y fue claro: coger un cirio y ponerme en una fila de nazarenos.<br /><br />Sevilla con sevillanos, clave fundamental de la Semana Santa. Aunque cada sevillano sea un mundo.<br /><br />Tal vez por eso, entre tantos sevillanos, hay un hombre que se mira las manos. Nació hace unos 400 años. Pero su rostro no lo envejeció esa edad sino la Cruz que le hicieron cargar desde el principio. Y con esa Cruz no para de aliviar las cruces de los demás sevillanos.<br /><br />Cada Jueves Santo abandona su casa, en la plaza del Salvador, para recorrer la ciudad y buscar las caras de quienes no suelen ir a verle. Es sin duda una de nuestras mayores cumbres religiosas de estos días. Porque nuestros pasos en la calle no buscan la emoción de los sentidos, sino la conmoción del alma.<br /><br />Unos días al año le quitan su Cruz, para su Besapié, y El se queda como en el último trecho del camino al Gólgota mientras Simón llevaba su madero. Porque cuando le quitan su Cruz El se queda... mirándose las manos. Como queriendo tomar con ellas las manos de todos los hijos de esta ciudad para unirlas bajo su amor sin medida. Esa era su misión.<br /><br />Por eso me gusta tanto verle cuando le quitan su Cruz. Con su prodigiosa cabeza recogida en su pecho, fijos los ojos verticalmente en sus manos abiertas. Llenas de milagros.<br /><br />Y cuando cada tarde de Jueves Santo vuelvo a verlo venir me miro mis propias manos, y las escondo avergonzado ante su presencia. Y solo veo manos a su alrededor, las manos de los suyos que le preceden, manos de apretarse el escudo mercedario sobre el pecho, manos salpicadas de cera roja sobre las manchas de la piel veterana, manos de escolta para esa compañía que nunca les falló. Manos que desembocan en las divinas manos del Señor reflejadas sobre los cierros de Álvarez Quintero.<br /><br />¡Pasión! Tu eres el Cristo que se mira las manos. ¡Pasión! Dulce orilla para el oleaje encrespado en que nos ahogamos. ¡Pasión! aplaca con la mansedumbre de tus manos esta marejada, y desde tu barca de plata sálvanos…<br /><br />Cómo atrevernos a pensar en una Sevilla sin sevillanos. Sería quedarnos sin ti, Jesús de la Pasión. Tu, el primer sevillano, el de las nobles manos…<br /><br />...Había una vez un hombre que se miraba las manos.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ENCUENTRO CON LA CASA DE DIOS: LA CATEDRAL</span><br /><br />Y vamos a encontrarnos, Gonzalo, también con la Catedral. Nos lo mandan nuestras papeletas de sitio. Epicentro Espiritual de Sevilla. Nada de "montaña hueca", como se la denomina en bellísima metáfora. Más bien solar de conversión del que disfrutan, de forma privilegiada, los cofrades del Jueves Santo y de la Madrugada al encontrarse allí con la presencia de Dios en el Monumento. Se abre la puerta de San Miguel para la Cruz de Guía de los Negritos, y en lugar del polvo húmedo de siglos que suele flotar en sus espacios, se hallan envueltos del olor a Pascua recién vivida, latido caliente que reblandece el fúnebre ataúd del Cristo de la Fundación, radicalmente muerto en la atmósfera de ascética severidad de estas naves.<br /><br />Pero comprobadlo mejor, por contraste, con esas otras cofradías populosas que al acceder a la Catedral parecen renunciar –no es cierto- al clamor que las rodea. Traspasa el umbral de la Avenida la Esperanza de Triana y aunque deje atrás su banda, una música le sigue acompañando, de tanto gozo acumulado en su techo de palio. Parece más ancha su parihuela, más horizontal su universo en movimiento, ese macizo paraíso que la cobija y nos hipnotiza. Princesa de los dragones y delfines de su paso.<br /><br />Quién ha dicho que en el silencio catedralicio pierde la Esperanza su forma de ser expresiva.<br /><br />¿Acaso no vibró aquí su historia cuando fue coronada?¿Acaso deja de ser Ella misma en la intimidad silente de su vestidor, desposeída de todo menos de su gracia, donde yo he visto brotar lágrimas que la calle no conoce? Igual de callada que entonces pero igual de viva, pega el tirón de la chicotá del trascoro, oyéndose Ella sola sus mismos pasos, orgullosa entre los pilares, rendidos los altares ante el esplendor victorioso de sus lágrimas, los santos centenarios saludándola tras de las rejas como presos del Pópulo. Un golpe de llamador, como un portazo de bronce, la detiene en el Monumento. Y sale a flote su sacramentalidad permanente, de cera roja, de corpus chico, del sabor a comunión que me dejó, cuando me fue entregado, bajando de su altar, el Señor de las Tres Caídas.<br /><br />La Catedral resguarda a la Esperanza del frío cortante de la noche, y ya suele ser de día cuando la abandona. Dudan las vidrieras si es el ruiseñor quien canta o si es la alondra. Ya la reclama la fuente de la plaza de la Virgen de los Reyes con su niebla celeste.<br /><br />Adorada capitana, en la despedida de tu último instante de intimidad catedralicia, recompuestas tus filas nazarenas, capas recogidas al brazo, quisiera dirigirme a ti, como nieto de un marino que llegó a ser nazareno entre tus filas. Cuya casa trianera aun conservamos como reliquia, a espaldas de tu capilla. Porque nuestro origen siempre se mantuvo a tu vera, en Pagés del Corro y en Pureza… y sin ser cofrades tuyos siempre te reconocimos como emperatriz de nuestra pequeña patria, guardiana de tantas generaciones cuya cercanía me devuelves cuando te veo partir y te repito:<br /><br /><div style="text-align: center;">He de rezarte una Salve y no sé el modo<br />capaz de poner a tus plantas tanta vida<br />como corre por mi sangre agradecida,<br />caudal de amor que en tu vientre desemboco.<br /><br />Sentir tu barrio soñando cada esquina<br />en la inmensa primavera de tu rostro,<br />y cruzando mi mirada con tus ojos<br />volver de nuevo a aquella tarde herida:<br />peso de ángel tu ser sobre mis hombros,<br />peso frágil de nido y niña tu barbilla.<br /><br />Tengo que rezarte una Salve y no sé cómo,<br />queriendo a tu memoria rescatarle<br />la huella más remota, los más viejos rescoldos<br />de mi historia y mi raiz sobre tus calles.<br />Y te hallo atenta, amor, cuando te imploro,<br />a ese ayer de mi gente en tu paisaje.<br /><br />Porque mejor que una salve… es una nana,<br />pues te encuentro en el origen de mi gozo,<br />en mi antiguo parentesco con Santa Ana,<br />en la madre a la que rezan mis piropos,<br />en el aire que lleva tu nombre: Esperanza<br />y en la cuna de donde venimos: Triana<br /></div><br />Seguimos absortos en la Catedral. Los pilares suben, llenos de nervaduras infinitas, hasta cruzarse en las altas bóvedas, grises, tristes y lejanas, como suspendidas del tiempo en que fueron levantadas. Es una sensación de trascendencia y de misterio, como de estar observándonos Dios por algún secreto agujero de estos techos que parecen desde dentro empujar la cúpula del cielo.<br /><br />Estamos en la noche concepcionista por excelencia. Al Dios del Sagrario, las cofradías de la Madrugada le traen la ofrenda de la Inmaculada que tan inseparable le resulta.<br /><br />Y en lo alto del crucero componen entre todas el lienzo de la Apoteosis Concepcionista que sabemos fue pintado por Grosso hace cincuenta años pero que en verdad es compendio de los más sagrados símbolos de estas seis hermandades.<br /><br />La Esperanza regala el mejor Guadalquivir de nuestra historia, visto desde la azotea de su Capilla, lleno de galeones, cargando en sus bodegas, rumbo a América, la luz de la fe concepcionista.<br /><br />El Gran Poder aporta la figura del cardenal Spínola con las vigencia de sus obras, este año con la concordia ya centenaria. El Silencio va más lejos. Desde que la crestería de plata de la Virgen de la Concepción asoma en San Antonio Abad, su paso camina como en busca de alguien que la reclama. Es la Catedral que quiere pedirle a su larga memoria el recuerdo de aquel Papa Pío IX, que proclamó el dogma que los primitivos nazarenos, intuyeron los primeros –Sevilla se le fue detrás-, y a uno de ellos, de ruán negro, portando la bandera del voto de 1615: "Quién como María sin pecado concebida".<br /><br />Esta noche hay una sensación de cielo que borra la duda de si estamos dejando marchitar tan dulce creencia mariana en la realidad diaria de Sevilla. Por eso pasan en un suspiro los pasos del Silencio, porque no persiguen sólo la contemplación sino dejarnos la corazonada de que aun perdura el espíritu sensible de esta ciudad. Capaz de mostrar a Cristo sacrificado con la suntuosidad de un Rey David vestido de la belleza de los lirios y a María de Nazaret transfigurada en perfume, aroma, esencia que nos limpia y purifica como un jardín que nos creciera dentro y responde: "Nadie como María sin pecado concebida".<br /><br />Y qué entregan los Gitanos. Un par de seises, los dos más guapos que quedaron prendidos a su banderín de la Coronación y cada año se renuevan y pasan de la insignia al lienzo, con la misma emoción y el mismo candor con que bailaron ante la Virgen de las Angustias el día que exaltaron su Realeza.<br /><br />Mirad cómo cruzan la ciudad desde las Dueñas, haciéndonos rezar con la agrupación musical que acompaña al Señor de la Salud. Parece que va entre himnos hacia la tierra prometida. No en vano a este Jesús de manos morenas sus promesas siempre se les cumplen. Aseguró que reedificaría el templo levantándolo de las ruinas y ahí tuvo a sus hermanos de San Román, que no descansaron hasta ver su nueva Casa en pié, como no cejan hasta ponerlo cada Jueves Santo de dulce entre sus cuatro faroles. Esta es la tierra prometida. Le sobran versos a la saeta para definir la única verdad que los guía, basta con la soleá que resume lo que sienten y les mueve, aquello que les escuché un día, tan rotundo:<br /><br /><div style="text-align: center;">Angustias no llores tu<br />que se va a morir de pena<br />el Cristo de la Salud.<br /></div><br />¿Y el Calvario? El Calvario presta al cuadro el amanecer más bello de los que cubren el final de su estación de penitencia.<br /><br />Y es que la madrugada parece disolver en su fondo negro la tétrica oscuridad de la Cruz que sostiene a este Cristo, hasta hacerla desaparecer a nuestros ojos. Queda entonces solo el contraste claro y marfileño del cuerpo crucificado sobre el firmamento. El Cristo pasa a ser Cuerpo y Cruz al mismo tiempo, sin leño entre la noche y El, colgado de sus propios brazos en travesaño, su espalda sin apoyo, sus manos desclavadas, suspendidas por la rigidez de la muerte en el aire helado, manos ya olvidadas por su voluntad y su memoria entre los balcones, olvidado el dolor, muerte sin sueño, solo silencio. Se ha parado el corazón de Dios... pero una vira morada de amanecer que cruza tibiamente el horizonte aclarando la negritud del cielo nos devuelve su Cruz que reaparece glorificada.<br /><br />Si algún día fuera cierto que te desprendieses de tu Cruz, oh Jesús del Calvario, volvería al trascoro de tu Parroquia, cueva fría de mármol que el hogar de tu madre enciende, para pedírtela avariciosamente –uno más entre muchos- como tu mejor reliquia.<br /><br /><div style="text-align: center;">Será por ese vacío<br />fúnebre de tus párpados.<br />Será porque mueres joven<br />con apariencia de anciano.<br />Será porque con lo negro<br />se siente el mundo angustiado.<br />O tal vez porque esa muerte<br />rehuye cualquier milagro.<br />O será por lo que pienso<br />cuando miro tu costado<br />que mi ser quiere seguirte<br />y mis pies darte de lado...<br />Será porque tu lo quieres<br />por lo que siempre te clamo:<br />ponme tu Cruz en la frente<br />-ceniza sobre pecado-<br />como una nueva cuaresma<br />que me despierte en tus brazos<br />y me alimente el alma,<br />Cristo muerto del Calvario.<br /></div><br />Sólo resta entre las ofrendas, la de la Macarena. Entre las demás han creado la orla perfecta de la apoteosis inmaculista: Spínola, Pío IX, el nazareno abanderado del Silencio, los seises concepcionistas, la banda del río, el fondo del amanecer… el cuadro está casi completo pero necesita la figura central de María, y la remata el rostro de divina Esperanza de la Macarena.<br /><br />Macarena, te ruego en vísperas del siglo y medio de la definición dogmática del Misterio Concepcionista, que nos ayudes a mantener esta ciudad en su secular marianismo. Que tantas energías como se pusieron en pie para conseguir el reconocimiento de esta confortadora creencia siga viva, constituyendo signo de luz y defensa apasionada, frente a una realidad diaria indiferente a la riqueza que irradia el 8 de Diciembre. Que no quede huérfana del soporte popular -todo el mundo en general- que la hizo su bandera y lo cantó y lo proclamó a voces.<br /><br />Porque Tu puedes y quieres, luego lo harás.<br /><br />Te haces de rogar y tardas en llegarnos. No es tu devoción lo único que multiplica tus nazarenos. Es que tu nombre te obliga a mantenernos expectantes. No vale ir a buscarte, se nos exige el esfuerzo de esperarte: que el pecho cuente los pasos de nuestra respiración, como secundero anhelante. Que nuestra sangre viva tu demora, que seas un cielo ganado a pulso, y una conquista acogerte al fin en nuestras retinas. Que seas primero deseo, luego sueño, imaginación, duda de abandono, reafirmación en el ansia, presentimiento, espejismo y desde que los cirios dejen de ser completamente blancos, lejanía que reconstruye tu cara en nuestros ojos semicerrados, ascua de estrella que se dirige hacia nosotros, fuego de impaciencia, distancia eterna, lentitud en poseerte, desbordamiento del río que te precede, y hasta desconcierto que arrastra hacia Ti, en vez de hacerlos andar, la resistencia embelesada de tus cirios verdes.<br /><br />Santo cielo, cómo tuvo que sentirse Dios cuando la imaginó, como el epílogo de su creación. Es lo que sentimos cuando la vemos, cuando la veamos, Dios mediante, este año una vez más, después de tanta espera. Ella es el omega porque…<br /><br /><div style="text-align: center;">Ni fue el sol ni aquella luz primera<br />que rompió en el infinito<br />el espíritu de las tinieblas,<br />ni fue la luna, el firmamento<br />ni fueron, que no, las estrellas.<br />A estas obras, de su mano,<br />las fue Dios dando por buenas.<br /><br />Tampoco fue el mar,<br />ni los ríos ni la tierra,<br />ni las plantas ni las frutas,<br />ni las aves ni las bestias,<br />que según dice la Biblia:<br />todo salió obra perfecta.<br /><br />Fue el hombre cuando vino,<br />cuando vino junto a Eva<br />que de su misma costilla<br />y de su misma miseria,<br />perdieron su libertad<br />por cuestiones de obediencia.<br />Así que aquel paraíso<br />dió de fruto almas en pena.<br />Así que quedó pendiente<br />borrarle a Dios su tristeza,<br />y añadir a lo creado<br />una Esperanza, sin tregua.<br /><br />Al séptimo no descansó,<br />coge el Padre la faena,<br />remueve su corazón<br />buscando nuevas ideas<br />que el amor por esta vez<br />quiere romper sus fronteras.<br />Se vuelve loco de amar<br />y entrega al Hijo en cruenta<br />muerte de clavo y cruz,<br />forma la más violenta<br />y también la más absurda<br />de sentenciar la inocencia.<br />Pero hace falta una madre,<br />otra mujer, otra Eva.<br /><br />Esta vez la saco yo<br />de mi costilla, esto piensa<br />y enamorado imagina<br />el modelo en el que sueña.<br />Pura y Limpia, desde luego,<br />con un poquito de pena<br />para que el hombre que sufre<br />se sienta cerca de Ella<br />y otro tanto de sonrisa<br />para que sea yerbabuena,<br />y sol y cielo y aurora<br />y luz y agua y marea<br />y noche y día y mañana<br />y tarde y techo de estrellas<br />y horizonte de montaña,<br />nieve blanca, verde sierra,<br />la cumbre más elevada,<br />la más lejana pradera,<br />todos los bosques inmensos,<br />las inexploradas selvas,<br />los misterios más ocultos<br />que encierra nuestro planeta.<br />Todo lo que hizo Dios,<br />todo con su belleza,<br />encerrada en expresión<br />que no se olvide aunque quiera.<br />Todo lo que Dios soñó,<br />toda la creación en Ella,<br />superada y más sucinta,<br />en solo una cara perfecta.<br /><br />Y vió Dios que esto era bueno,<br />sonó su voz a sincera,<br />esta vez estaba el mundo<br />del Paraíso más cerca,<br />a pesar de la barbarie<br />de la historia y de sus guerras,<br />por eso dejó sus manos<br />de tanta esperanza llenas.<br /><br />Y vio Dios que era tan bueno,<br />lo que enviaba a la tierra,<br />el remate de su Creación<br />su obra de mujer nueva,<br />que puso inicio al descanso<br />cumplida su mejor promesa,<br />cuando tronando su voz,<br />como un he dicho, ahí se queda,<br />se oyó por el universo<br />que baja hasta calle Feria:<br />¡Hágase la que es mi madre!<br />¡Hágase la Macarena!<br /></div><br /><br />¿Se puede ser trianero y macareno a un tiempo?<br /><br />Estaba prevista una clínica de Triana, pero no había camas. Y el coche cruzó ligero la ciudad, predestinando mi corazón, para llevarme desde San Jacinto a nacer allá en Capuchinos junto a la muralla. Por eso yo así lo siento. Soñar por igual con las dos, soñar con tenerlas frente a frente. Y recordar que fue cierto, que sucedió hace pocos años.<br /><br />Así pienso que se hablaron las Esperanzas aquel amanecer en el interior de la Catedral -si, de la Catedral, ¿lo veis?, lugar de emoción, nada de montaña hueca-; Macarena y Triana frente a frente.<br /><br /><div style="text-align: center;">-¿Me oyes? Soy tu hermana<br />o tú misma en otra cara<br />mas con la misma esperanza<br /><br />-¿Tú aquí? ¿Al fín? ¿Lo sueño?<br />¿Ocultaba lo que veo<br />el trasfondo de mi espejo?<br /><br />-Y que yo tan trianera<br />pueda ver que tu belleza<br />la envidia mi tez morena<br /><br />-Pues macarena que soy<br />anuncio que desde hoy<br />a tu hermosura me doy.<br /><br />-Con lo distintas que somos...<br />y sin pretender enojos...<br />¡que el cariño vuelve loco!<br /><br />-Tu y yo hoy en un mismo ser<br />frente a frente, y parecer<br />que es posible por la Fe.<br /><br /><br />-Que de un solo corazón<br />Dios nos reparte a las dos<br />embajadas de su Amor.<br /><br />-Ya que estamos, que se abracen<br />las llamas en que nos arden<br />candelabros y ciriales.<br /><br />-Y una salve que se entone<br />que dé memoria a emociones<br />y sangre a los corazones.<br /><br />-La historia apunte esta hora<br />que juntas bajo la aurora<br />confundimos nuestra gloria.<br /><br />-Y da igual lo que se diga<br />¿Que en el cielo no lo explican?<br />Lo entiende ¡y basta! ... Sevilla.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ENCUENTRO CON DIOS: LA TRASCENDENCIA</span><br /><br />Y lo más trascendente, Gonzalo: vamos a encontrarnos, por encima del detalle, de la belleza, de Sevilla, de su Casa de Dios... vamos a encontrarnos con Dios mismo.<br /><br />Para mí Dios es una lucecilla intuida e inconstante. Imprescindible, pero a veces hoguera, a veces rescoldo. Por eso rezo el Credo como un acto de fe y también de sinceridad: "Creo que creo en Dios Padre, todopoderoso…" Dame Tú, Cristo del Desamparo y Abandono del Cerro, la fe de tu centurión para gritar que eres el Hijo de Dios. Los brazos insolentes que cruzan tus verdugos a tus espaldas certifican el temblor de la tierra y el eclipse del cielo de aquel momento decisivo. Dame, Señor, la fe de tu barrio.<br /><br />Creo que creo en Dios porque una noche en San Jacinto, víspera de estrenarme como padre, vislumbré en los ojos amilanados de la Estrella -que esconden el infinito donde vienen y van nuestras almas- el rostro de mi primera hija, poco antes de poder contemplarlo. ¿Puedo ignorar entonces tanto amor como tengo atrapado desde niño entre las bambalinas azules de esta Imagen, la más sublime, la más luminosa Reina de gracia concebida?<br /><br />Y creo que Sevilla cree en Dios porque mantiene intacto el aroma sagrado del Jueves Santo, al bajar delicadamente de las alturas –como lo hace un cáliz ya consagrado- al Cristo del Descendimiento, para depositarlo en el bellísimo catafalco de bronce y de madera de su paso. Cuesta no caer arrodillados, no creer que nuestras manos sujetan un pico de la sábana… duele comprobar que el misterio se aleja… Al cabo, ha descendido a la sima de nuestros pequeños infiernos, y la tarde que lo sabe, sí se ha puesto de hinojos, reverentemente.<br /><br />Pero sobre todo proclamo una certeza: que agradezco a las cofradías que avivaran esa fe recibida de mis mayores, alentada siempre por el testimonio anónimo de tanta gente de buena voluntad de la que rebosan las cofradías. Generosamente dispuesta, extremadamente afectiva, modesta, enamorados de su Cristo y de su Virgen, sin esperar nada a cambio. A quienes identificábamos, curiosamente, al oír en nuestras canciones de juventud: "Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros que luchan un año y son mejores. Pero los hay que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles". Bienaventurados los cofrades de corazón sincero porque forman silenciosos batallones que actualizan y hacen presente a Dios en la Semana Santa.<br /><br />Los he visto en San Julián, cortando el raso de sus túnicas de un paño de cielo azul intenso, de mediodía de Domingo de Ramos. Mirando tras del antifaz a su Cristo de la Buena Muerte como lo hace la Magdalena, es decir, arrodillados bajo su cabeza, para que Cristo parezca lo que es, un regalo bajado de las alturas. Padre Nuestro que estás en el cielo, fruto bendito del vientre de la Hiniesta.<br /><br />Y qué pueden hacer los cofrades, dentro de la Iglesia, por este mundo angustiado. Donde Oriente y Occidente se desencuentran en nombre de Dios. Pero tampoco se entienden el Sur con el Norte. Ni las naciones dentro de ellas mismas, ni entre los mismos hermanos… ¿no será ese el mayor síntoma del rechazo a Dios, porque Dios implica paz y amor?<br /><br />Que este Domingo de Ramos, al coger la rama de olivo, nos sintamos tan portadores de Paz como aquella paloma que la proclamó de cielo en cielo convertida en su símbolo. Dice el Señor: "vete, haz primero la paz con tus hermanos y luego vuelve con tu ofrenda". Si lo tendremos claro que esta ofrenda a Dios como representa nuestra Semana Santa no comienza hasta que una rosa blanca del Parque nos abre sus pétalos y se convierte en bandera de Paz, derramada sobre los primeros nazarenos que inundan la ciudad.<br /><br />A partir de ahí nuestros días santos consistirán en una plegaria desesperada para que Dios levante de su postración y de sus conflictos este mundo fatigado. Acudid a San Vicente, ante Nuestro Padre Jesús de las Penas. Viéndole tan vencido, podría pensarse en la victoria de los enemigos de Dios. Pero cuando está en la puerta y le tocan su marcha y llega ese pasaje tan entrañable que empapa su mirada de una inmensa melancolía, como de amor perdido, nos descubre su plenitud.<br /><br /><div style="text-align: center;">Viéndote caer parécenos de plomo<br />el aire que pesa en tus espaldas,<br />bajo la viga de este cielo roto<br />que es tu Cruz, contigo derribada.<br /><br />El surco de tus dedos nos señala<br />que ya eres tierra, barro, lodo...<br />que horizontal, tu condición humana,<br />abatido Jesús, ya toca fondo.<br /><br />Pero también es ver adelantada<br />tu sombra en pié irguiéndose del polvo<br />y soñarte Dios otra vez, mientras te alzas.<br /><br />Que el cuerpo al alma le es estorbo<br />y tras caer te levanta tu mirada<br />que es luz, refugio, amor, lo es todo.<br />¡Si!... el cuerpo tantas veces al alma le es estorbo.<br /></div><br />Dicen de Juan Pablo II que debería renunciar ya, que su capacidad física está en entredicho para guiar a la Iglesia del siglo XXI. Pero el continúa siendo testimonio de esperanza. Le sobraban razones al defender que este nuevo siglo que parecía abocado al agnosticismo había de ser, ante todo, el del entendimiento universal en la idea de Dios, un Dios de paz para todos los pueblos. Yo os solicito, cofrades sevillanos, que os unáis a mí en un gesto admirado de reconocimiento hacia Su Santidad, para testimoniarle que las cofradías sevillanas, como Iglesia que son, siguen prontas a servirle, especialmente en estas horas de su sacrificio físico, de brazos y de pies, de manos y de voz. Transmítaselo así, señor arzobispo, con todo nuestro afecto, y dígale de nuevo, que aquí seguimos estando a su disposición. Que como siempre, Santo Padre, aquí nos tiene.<br /><br />Presentar la figura de Dios con tibieza, desprovista de toda su fuerza liberadora, es el mayor crimen de un cristiano. Lo saben los hermanos de San Benito, redimiendo las expresivas manos de Pilatos para identificarse en ellas, y para que sirvan de pórtico no al condenado del Pretorio sino al mejor de los nacidos del barrio de la Calzada. Ecce Homo, he aquí el hombre, he aquí a Dios. Dios está aquí, venid adoradores, evoca también la música que sigue a la Virgen del Subterráneo. Aquí está, en el pan que reposa sobre la mesa de su paso de misterio, cuando se anuncia en la Campana que el canasto de la Cena asoma por la arboleda del Duque.<br /><br />Pero ninguna representación sevillana de Dios más excelsa que la del retablo mayor del templo del Salvador. Cada atardecer del Domingo de Ramos manifestaba toda su divinidad. Aparecía el Cristo del Amor en la puerta, lleno de majestad, para convertirse en Monumento Eucarístico, su Cruz en lo más alto de aquel grandioso altar que formaban las gradas de la escalinata, el cortinón de la inmensa fachada, el dosel de la puerta, los naranjos como jarras. El esplendor refulgente de su singular policromía dorada se acrecentaba con los reflejos de la canastilla y los guardabrisas.<br /><br />Parecía en verdad un ostensorio en manifiesto, presencia viva de Dios. Esta es su carne, pregonaba el pelícano. Esta es su sangre, los claveles como gotas vertidas por sus venas. Imitábamos su cabeza rendida, postrándonos ante su nombre que lo dice todo. El mismo nombre de su Padre, el único nombre de Dios: Amor. Por eso al salir el Amor -¿cuando volveremos a presenciarlo?- desde el Retablo Mayor de la Parroquia se oía siempre la voz del Eterno reconociéndolo en este Crucificado de Juan de Mesa, como en el Jordán: este es en verdad mi Hijo muy amado, en quien yo me complazco.<br /><br />Apurad tanto Dios que encierran nuestras imágenes. Obra de imagineros pero, en igual medida, o más, de aquellos de cuya mano nos fueron mostradas. Por eso mi Cristo trianero de la Expiración, más que de Francisco Antonio Gijón, siempre me pareció salido del alma de quienes me dieron la vida y como parte fundamental de ella, me unieron El y a su más alta enseñanza, que es la de mostrarse como retrato del Dios verdad.<br /><br />Su cabeza, la proa de su barba, el hacha afilada de su nariz, recogen todo el cielo en la súplica de su cara. Como el Yavé de las escrituras, cuenta el número de las estrellas y las llama a cada una por su nombre. Eso hace el Cachorro, fundiendo en sus ojos la certeza de que esta es la hora de la eternidad.<br />Su pecho es algo más que pulmón ansioso de aire. Se le hincha entre las costillas el corazón hasta no caberle, ensanchando el tórax, acogiendo sus suspiros y los nuestros. Es la hora del amor.<br /><br />Sus brazos hacen saltar los garfios que lo cosen a la cruz ante nuestro deseo de abrazarle. Es la hora de la amistad.<br /><br />Su cintura atrae el viento que dibuja su inconfundible silueta con el sudario abierto a la derecha, paño y cordel drapeando en sus muslos como lo hace el levante en las azoteas de Cádiz. Es la hora de la tragedia.<br /><br />Y sus pies. Que sostienen el cuerpo gravitando en los clavos para no derrumbarse, igual que una bandera izada hasta el tope del mástil, pabellón de un ideal que defender. Es la hora de la Iglesia.<br /><br />Cachorro inmortal. Mi Cachorro. Lástima que el gran poeta no alcanzara a comprenderlo.<br /><br /><div style="text-align: center;">Siempre con sangre en las manos,<br />siempre por desenclavar,<br />no se morirá jamás<br />nuestro Cachorro expirando.<br /><br />Porque sabe a eternidad<br />su corazón solitario.<br /><br />Porque se enreda al sudario<br />la muerte que viene y va.<br /><br />Porque su pecho es milagro,<br />coraza de batallar.<br /><br />Porque no tiene final<br />tanto amor apasionado.<br /><br />Porque Dios hizo el Calvario<br />para esperar algo más.<br /><br />Qué corto es el Viernes Santo,<br />qué largo es agonizar,<br />qué lejos se echa a volar<br />junto a cada sevillano:<br />cada alma un candelabro,<br />cada mirada un cirial.<br /><br />El luto pierde la edad<br />y cubre el negro de blanco,<br />y a la gente de su barrio,<br />la capa le va nevando<br />la noche de su antifaz<br /><br />Porque Dios se hace regazo<br />más que triste funeral,<br />se hace madre, se hace abrazo,<br />se hace luz sacramental,<br />se hace voz del que no está,<br />retrato de Dios verdad<br />con perfil de ser humano.<br /><br />¡Ay Cristo crucificado!<br />por no morirte jamás<br />-aunque te sangren las manos-<br />consigues que en ti veamos,<br />Cachorro siempre inmortal,<br />no al del madero enclavado<br />sino al que anduvo en la mar.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">FINAL: ENCUENTRO CON LA SEMANA SANTA INTERIOR</span><br /><br />Hay que terminar, Gonzalo. Estos encuentros que te he presentado y en los que creo que consiste nuestra Semana Santa son como mandamientos que pudieran reducirse a uno solo.<br /><br />Deja que el corazón te guíe. Dejad, sevillanos, que el corazón os lleve.<br /><br />Como ahora me lleva a mí a la calle Castilla, a esas manos de rosa de la Virgen del Patrocinio que resurgieron de la ceniza para que no se perdieran mis piropos de niño, engarzados a la mantilla de oro de su palio, que este año veremos recuperada.<br /><br />Y me lleva a San Andrés, a su espadaña de adagios, a la carne desnuda del Cristo de la Caridad, Cristo durmiente al que pronto besará esta nueva primavera.<br /><br />Y me lleva, en fin, a San Juan de la Palma. De donde ya casi viene el misterio de Nuestro Padre Jesús del Silencio. Fijaos, va preso del refranero – de Pilatos a Herodes, de Herodes a Pilatos- repartiendo entre ambos la longitud de su paso. Para Herodes, la trasera, podio de mármoles y caras torcidas. Pero la delantera es de la jurisdicción de Pilatos, de sus legionarios y sus lanzas. Lo llevan de nuevo ante el procurador, calle Feria abajo, camino de la Resolana. Pero al llegar sus ciriales a la esquina de Torrejón, la poderosa cuadrilla les recuerda que todavía es Domingo de Ramos y manda el izquierda alante hacia la Campana, que hay un cauce de ternuras abierto por las blancas túnicas, blanca locura nazarena.<br /><br />Con propósito de enmienda por haber desobedecido hoy tu lección de silencio regresaré esta tarde junto a ti, Señor despreciado. A comulgar el sabor a pan ácimo de tu túnica. A reconocerte ya herido en el silencio de tus labios, que es como sangre coagulada –tu primera sangre- en la dolorosa llaga de tu boca.<br /><br />Volver a San Juan de la Palma, sí. A pronunciar tu nombre, Amargura. Allí permanece vivo cada instante de tu historia, desde aquella tarde adolescente en que prometí fidelidades a tu tristeza, hasta ese momento –ya mismo los cincuenta años- en que te impusieron el sol de oro de tu majestuosa corona. Desde entonces reúnes en tu persona los tres presentes de la Epifanía: el oro de tu corona, el incienso que anuncia tu presencia y la mirra, resina amarga, que impregna tu nombre y tu universo de aflicción. No encierra menor gloria la corona que también te fueron labrando los poetas, ascendiendo por tus lágrimas, curso fluvial para los versos de Adriano del Valle… o de Aquilino Duque: "Saetas pido arqueros de Sevilla", Felipe Cortines: "tu nombre viene del mar…" o Juan Sierra: "qué amargura la tarde sin tu amargura"... Cincuenta años también de aquel soneto de Antonio Murciano en la tercera de ABC: "Nieve viva sintiéndose morena, / luz de luna volviéndose de cirio, / azucena poniéndoseme lirio, / soberana señora de la pena".<br /><br />En la plaza, la oscuridad rotunda demuestra que se ha rendido el Domingo de Ramos. Desde Alcázares, el itinerario es un recorrido conventual. Espaldas de Santa Inés, Zaguán de Sor Ángela, Fachada del Espíritu Santo, Clausura del regreso a casa. La evocación de Madre Angelita es inevitable. También ella sigue allí, igual de viva, a través del tiempo. En la puerta de su convento se confunden pueblo, comunidad y cofradía. Pero yo la aguardo más adelante. En el altar en que la veneramos en nuestra Iglesia, a cuyos pies se organizó la cofradía. Ella nos instruyó en el sentido de nuestra conducta nazarena, ella nos despidió al echarnos a la calle y ahora, al regreso, ella pasa revista a nuestras tribulaciones.<br /><br />Nos ve derrotados alcanzar la rampa, apagar los cirios y devolverle a ella -¿a quién si no?- las cruces. Nos observa emocionados en la última interpretación de la marcha, pisándose el platillo final y el golpe de cerrojo. Nosotros absortos en el palio, otra vez enteramente nuestro. Es la Semana Santa que se recoge hacia dentro y se interioriza. Es la Semana Santa según Sor Ángela. La que todo el año reproduce en las calles el misterio de nuestro Cristo en sus hermanitas en pareja, una siempre callada:<br /><br /><div style="text-align: center;">Salen de dos en dos<br />y una sola es la que habla,<br />la otra silencio guarda<br />pues por dentro habla con Dios.<br />De las dos es la que calla<br />la que más alza la voz:<br />le pasa como al Señor<br />que no necesita palabras<br />para hablarnos del amor<br /></div><br />Ojalá nos sirva la definitiva subida a los altares de Sor Angela para recuperar este modo suyo, tan íntimo, de vivir la Semana Santa. Ejemplo sobre todo de cómo dirigirnos a la Virgen para mudar en sonrisa –ella lo consiguió- esa expresión de nuestra Amargura, el nubarrón de su pecho encogido, su gesto de oscuro túnel sin salida.<br /><br />En el interior cerrado del templo, como de costumbre, unas manos amadas pondrán sobre mis manos el punto y final a la separación que nos impuso la estación de penitencia. Las mismas manos que cada año en el Pregón, se apretaban contra las mías reconociendo en la marcha de Font de Anta la banda sonora de una vida en común, de una herencia recibida y destinada a prolongarse. Todo eso que un día habremos de explicar a Blanca y a Leticia para que entiendan lo que ha sucedido hoy y por qué ese infinito amor que les tenemos lleva impreso el sagrado nombre de Sevilla. Y el tuyo, Amargura.<br /><br />Hoy sé, Madre mía, que ya no habrá vuelta atrás en la mutua seducción que compartimos desde mi adolescencia. Que fijos mis ojos en tu paso, imaginándolo anclado de nuevo junto a tu camarín, venciendo un solo clavel a toda tu candelería, Sor Angela de único testigo, volverán a brotar las palabras de despedida con las que renovamos allí nuestro amor duradero.<br /><br /><div style="text-align: center;">Cómo refleja tu paso la blancura<br />y se rinde la plata a tu pureza,<br />aureola de luz con que me endulzas<br />el paladar con tu nombre y con tu pena.<br /><br />Por hacerme tu celoso centinela<br />comparé mis adentros con tu espuma...<br />una brújula apuntó la calle Feria,<br />San Juan me dio su Cruz y Tu ternura.<br /><br />Por la escala del clavel y de la cera,<br />por la senda de lo cierto y de la duda,<br />por la vida, que será hasta que Tu quieras,<br /><br />ordeno mi existencia con tu música,<br />procuro santidad en mi tarea<br />y vivo… porque acabe… Tu Amargura.<br /></div><br /><br />Y nada más.<br /><br />Como termina el evangelio de San Juan, igual cabe añadir: muchas otras cosas podrían contarse… pero para ello el Pregón se renueva cada año y una voz distinta presta su pulso a este atril, del que yo ya me separo, dejando reposar en él, al despertar, mi más maravilloso sueño. Sólo me resta, pues, decirte, ciudad mía, lo único que quisiste oír de mis labios para empezar la Semana Santa. Ahí va: sevillanos ¿Estáis preparados? ¿Estáis puestos? ¿Puedo llamar cuando quiera? Ni un minuto más de espera, Sevilla...<br /><br /><br />… ¡ A ésta es ¡<br /><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-62815084012792854992007-03-29T10:10:00.000-07:002007-03-29T10:19:59.102-07:002002 - Francisco Ruiz<div style="text-align: justify; color: rgb(102, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2002. Pronunciado por D. Francisco Ruiz Torrent en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, el dia 17 de Marzo.</span><br /><br />A la memoria de mis padres.<br />A Marta, mi mujer, y a mis hijas.<br />A mi primer nieto, Curro,<br />deseando que el contenido de este Pregón<br />pueda servirle algún día de estímulo<br />para su formación como hombre de fe<br />y buen sevillano.<br /><br /><br />No, Sevilla, no estás soñando. Has oído bien. Son los compases de "Amargura" los que han llegado hasta tus sentidos para hacerte despertar de ese letargo latente en el que has vivido durante todo un año, durante toda una Cuaresma, y hacer que hoy, justo a la llegada de una inminente primavera, junto al azahar recién brotado, la cal nueva y la voz que a este Pregonero tú le has prestado, anunciemos por las esquinas de tus barrios más señeros la llegada de los días del máximo gozo para los sevillanos.<br /><br />No, Sevilla, no sueñas. Has oído la oración más profunda que uno de tus hijos compusiera en forma de música, que es como a ti te gusta rezar, para consolar entre susurros a una bella y compungida mujer que cada atardecer de un Domingo de Ramos recorre las estrechuras de la calle Feria acompañada de un joven de barba incipiente, que ya no encuentra palabras de consuelo para calmar su dolor.<br /><br />Allí, sí, con la emoción contenida de siempre gustamos vivir esos momentos, mezclados en la apretura del gentío que acude solícito a consolarla llevando tan sólo el compás de esta partitura musical, en tanto los labios musitan una oración.<br /><br />Y es allí cuando, aun sin querer, tenemos que caminar de espaldas durante unos momentos, porque nuestros ojos se resisten a dejar de mirarla y nuestra palabra pone letra a la música y se convierte en plegaria. Es allí donde nuestra mirada se cruza con la de ese nazareno amigo que un día ya lejano nos enseñó a quererla y que ahora parece decirnos:<br /><br />–"Ahí la tienes, es toda tuya".<br /><br /><div style="text-align: center;">Y allí es precisamente donde una y otra vez...<br />Me tengo que volver para mirarte<br />y descubrir en tus ojos mi camino,<br />y el sentir en mi dudoso desatino<br />el aguijón humano de olvidarte.<br />Me tengo que volver, y adivinarte<br />que deseas intervenir en mi destino<br />y sentirte detrás, que sin respiro<br />me dices quedo, que mi amor compartes.<br />¿Por qué dudar entonces, si es certeza<br />lo que mi pobre corazón desvela<br />cuando distingue el dolor en tu belleza?<br />Locura por tu amor es mi cordura,<br />y es que mi anhelo es aliviar tu pena,<br />añadiendo amor a tu Amargura.<br /></div><br /><br />Excmo. y Reverendísimo Sr. Arzobispo.<br />Excmo. Sr. Alcalde de la Ciudad.<br />Ilmo. Sr. Presidente y Junta Superior del Consejo General<br />de Hermandades y Cofradías de Sevilla.<br />Dignísimas Autoridades.<br />Cofrades de Sevilla.<br />Sras. y Sres.<br /><br />Aún dormía la ciudad. Por las blancas azoteas tendidas de prendas multicolores, por tejados florecidos de amarillos jaramagos, por la torre cercana rematada de azulejos, se reflejaban los primeros rayos de un tímido sol que iba rompiendo poco a poco el celeste grisáceo del amanecer.<br /><br />Un levísimo aroma procedente del jazmín del patio se filtraba a través de las rendijas entreabiertas de la ventana. Sí, era un Domingo de Ramos cuando, casi al alba, despertaba tras un profundo sueño un niño de Sevilla. Niño de barrio, de un barrio cualquiera, donde se respiraba durante todo el año el aire de sus devociones más profundas, de sus tradiciones y de la más pura gracia de nuestra tierra.<br /><br />Aquel niño de no más de siete u ocho años, que jugaba con pasitos realizados sobre cajas de zapatos y nazarenos de cartón, había recibido el más maravilloso regalo que se le podía hacer y que venía a colmar, dentro de su pequeño mundo, el no va más de sus apetencias.<br /><br />Su padrino, conocido cofrade y Prioste de aquel tiempo, le había confeccionado un pequeño paso con una imagen de barro de la Virgen, cubierta de manto de raso verde pintado de purpurina.<br /><br />El niño había soñado con lo que diariamente gustaba de soñar despierto: ser algún día, como su padrino, Prioste de su Hermandad. Y así se vio retratado en su sueño, figurando en una imaginaria cofradía como diminuto nazareno en la delantera de su pequeño paso.<br /><br />Y en su fantasía, aparecieron ante él fachadas de chillones colores y balcones cubiertos de geranios, muchos de ellos desvencijados, con cristales rotos, y desiertos. Veía niños, infinidad de niños, unos vestidos de nazarenos de la mano de sus padres, otros vestidos de fiesta y que sostenían globos al aire, en tanto pedían caramelos a unos nazarenos de negras capas y túnicas moradas.<br /><br />Veía señoriales casas de cancel as y patios de mármol, adornados por infinidad de cinerarias moradas, rosas o azules, en cuyas puertas grupos de graves señores vestidos de oscuro hablaban muy quedamente bajo los naranjos que festoneaban las aceras y que, a veces, cuando el paso se acercaba, desaparecían mágicamente entre las etéreas volutas del incienso.<br /><br />Los estilizados nazarenos se movían en silencio como figuras fantasmagóricas en la noche.<br /><br />Tan sólo se oían los compases de una marcha fúnebre queriendo acompañar el llanto de aquella Dolorosa de manto negro y ojos perdidos hacia el cielo de Sevilla.<br /><br />Se vio ante una vieja Iglesia, en la que a través de una ventana podía contemplarse cada día la imagen de un Cristo que lloraba amargamente. Allí pudo ser testigo de la pericia de unos costaleros que, sorteando las pétreas agujas de una pequeña puerta ojival, hacían posible el milagro de sacar el palio de una Virgen, que al contacto con el sol de la tarde inundaba el entorno de bellas tonalidades celestes.<br /><br />Veía, veía y veía. Hasta que de pronto sus ojos asombrados se encontraron con la estrechura de una encalada calleja donde racimos de geranios acariciaban, desde los balcones, los varales de su palio. Ella era prácticamente igual a las demás Vírgenes. Sin embargo, era distinta. No sabía apreciar bien si lloraba o sonreía. Un fruncido ceño sobre sus cejas daba a su rostro un singular y característico gesto que la hacía inconfundible. Era su Virgen.<br /><br />La de su particular y queridísimo pasito. La del manto verde y oro. La de las piedrecitas de esmeraldas pintadas sobre el pecherín. La de la risa entre lágrimas... ¡Dios mío, qué hermosa era! Realmente aquello tenía que ser un sueño o una celestial aparición, porque él jamás la había visto anteriormente, tan sólo en estampas. Ella salía de madrugada, en esas horas en las que los niños de entonces no estaban en la calle. Sin embargo, la había reconocido, era Ella...<br /><br />–"Pararla ahí", exclamó dirigiéndose al capataz con toda la autoridad que le daba aquel cargo de pequeño e idealizado fiscal.<br /><br />Y aquel niño despertó sobresaltado y con su corazón latiendo a ritmo de tambor. Su primera mirada fue para el pequeño paso que se encontraba a escasos metros de su cama. La segunda, para la túnica que colgaba de una percha en un rincón de la habitación. No correspondía, por supuesto, a la túnica que momentos antes vestía junto a la Virgen de sus sueños. Pero la miró con ilusión, con esa ilusión que los niños de Sevilla sienten por vestir la túnica nazarena. No obstante, en aquel momento el niño sintió deseos irreprimibles de poder vestir algún día, cuando fuera mayor, la túnica de sus sueños para acompañar en una Madrugada a la Madre de Dios por las calles de Sevilla.<br /><br />Aquel niño salió aún durante unos años con el antifaz levantado, formando filas en la Cofradía de su barrio junto a su padre, junto al resto de los miembros de su familia que por devoción y tradición ancestral formaban parte de ella.<br /><br />Pero nadie conocía los designios del Señor. Y así nuestro niño, cuando apenas había llegado a la adolescencia, sintió la tremenda sacudida de una muerte cercana. Cual si de un nuevo sueño se tratara, vio como su padre, al que desde que tenía uso de razón había acompañado vestido de nazareno, salía un día sin él, para emprender la última y definitiva estación, vistiendo los colores de su Hermandad.<br /><br />Y aquel niño, a partir de entonces, decidió bajar para siempre el antifaz y cubrir su rostro.<br />Nunca más jugó con pasitos y nazarenos de cartón. Comprendió que había dejado de ser niño y entraba en una nueva etapa de su vida. A pesar de su edad temprana, el mundo y las cosas cambiaron para él y, con ellas, el concepto que había tenido hasta entonces de lo que realmente significaba la Semana Santa y la propia vida.<br /><br />Y al igual que tantos y tantos sevillanos, aquel joven convirtió a su Cristo en espejo y bandera de su vida. Mirándose en Él, llevándolo consigo noche y día, llegó a escudriñar cada palmo de su anatomía, la expresión de su rostro y cada síntoma de su escalofriante agonía. Fue así como llegó a familiarizarse íntimamente con la muerte de aquel Cristo, hasta el punto de perder el miedo y encontrarla hermosa. Porque llegó a la conclusión de que la muerte de su Cristo no se consumaría nunca en su totalidad, que existía una especial transición que él se negaba a aceptar como muerte, porque aseguraba que Sevilla nunca dejaría de aportar esa brizna de aire que parecía faltarle para continuar con vida eternamente.<br /><br />Decían los antiguos de su Hermandad que aquel Cristo, en su interminable agonía, hablaba cada año y descubría los insondables misterios sobre la muerte a los manigueteros que le acompañaban. Y él soñaba, soñaba con alcanzar algún día una de las cuatro maniguetas de su Cristo moribundo.<br /><br />Al adentrarnos ya de lleno en lo que ha de ser la trama de este Pregón, quisiera vuestra benevolencia para levantarme el antifaz por unos instantes e identificarme con ese niño de nuestra historia, y poder así proseguir a sabiendas de que este Pregón será la narración de las vivencias de un simple cofrade sevillano, igual que todos y cada uno de vosotros, con la sola excepción de que Sevilla un día, sin mérito alguno que lo justifique, decidió señalarlo con el dedo y convertirlo en Pregonero.<br /><br />Resulta consolador para un hombre pensar que cuando llegas a ese momento de la vida en el que crees que ya no puedes ser útil para muchas cosas, Sevilla, siempre amorosa, oportuna y sensible, haga honor a su lema alfonsino, y no sólo te demuestre que no te ha dejado sino que corresponda a ese amor que le has profesado siempre, concediéndote el honor y el privilegio mayor que se puede ofrecer a un sevillano de fe y a un cofrade.<br /><br />Gracias, Señor, por haberme permitido nacer en Sevilla. Gracias, Sevilla, porque tú me enseñaste la Luz. Gracias, Sr. Arzobispo, Sr. Alcalde, Sr. Presidente y Junta del Consejo de Cofradías, por la confianza depositada en mi persona. Gracias, Sra. Teniente Alcalde-Delegada de Fiestas Mayores, por sus palabras de presentación un tanto exageradas, pero que no obstante son estímulo para continuar en esta mañana de auténtica y sevillana Pasión.<br /><br />Así pues, este Pregonero vuelve a echarse el antifaz, toma su cirio y ocupa su tramo en esa interminable Cofradía que viene a formar Sevilla desde la primera Cruz de Guía del Viernes de Dolores al último nazareno del Domingo de Resurrección.<br /><br />Sería imposible pretender enumerar a todas y a cada una de ellas. Describir esos momentos que sabemos estáis esperando cada cofrade y cada sevillano, en el que tan sólo se nombre y se exalte la belleza, la emotividad que despierta ese misterio o esa imagen de vuestra devoción en su triunfal recorrido por la ciudad.<br /><br />Qué más quisiera este Pregonero que llegar al oído de cada uno de vosotros, aquí presentes o en vuestros hogares, y poder comunicaros ese Pregón que esperáis, el vuestro, el de tu Cristo y tu Virgen que en definitiva es lo que de verdad te llega al alma. El de vuestro mundo, esos pequeños mundos particulares que formáis los costaleros, imagineros, orfebres, bordadores, músicos, tallistas, doradores o floristas, y que juntos sois los auténticos artífices de la armonía y la estética de nuestra Semana Santa.<br /><br />Qué más quisiera este Pregonero que contar con la satisfacción de que sus palabras hubieran llegado hasta ti, antiguo vecino del Barrio de San Bernardo, que naciste y viviste durante más de media vida en esa casa ya desaparecida de la calle Campamento, desde donde saliste tantos Miércoles Santos camino de la parroquia para acompañar a tu Cristo de la Salud y ahora vives en la continua nostalgia de esa calle, en un barrio lejano en el que aún te sigues encontrando extraño. Qué más quisiera yo, que mis palabras calaran en lo más hondo de tu alma sevillanísima.<br /><br />Qué más quisiera este Pregonero que al término de su Pregón sentir el consuelo de que sus palabras hubieran llegado hasta ti, joven del Tiro de Línea, que te dueles y sufres como un Cristo vivo, en la cama de un hospital, y tu juventud siente que se revela, porque posiblemente este año no puedas acompañar en su salida a ese Cristo Cautivo en tu corazón desde que eras niño. Daría, créeme, lo que no tengo, porque mis palabras fueran el bálsamo milagroso que cicatrizara tu herida.<br /><br />Qué más quisiera este Pregonero que sus palabras pudieran servir de estímulo a esa queridísima Hermandad de los Dolores del Cerro, cuya encomiable labor ha sido reconocida por la propia Iglesia de Sevilla, concediéndole el privilegio de coronar canónicamente a su imagen titular, o a esas otras de más reciente creación que, en un sacrificio para muchos desconocido, dan diario testimonio de autenticidad cristiana y espíritu evangelizador.<br /><br />Quisiera que entendiérais que este Pregonero no pretende otra cosa que, en nombre de Sevilla, anunciaros la anual llegada de Dios a la ciudad, y transmitiros un mensaje, un mensaje de esperanza.<br /><br />Alguien me comentó en estos días previos al Pregón, algo tan bello y confortador como que el Pregón lo dictaba Dios, lo escribía Sevilla y lo decía el Pregonero. Por ello, y en nombre de Dios y de esta Sevilla que me obliga, quisiera aprovechar la oportunidad del momento para enviar, a través de mis palabras, un mensaje de Paz, de Paz y de Esperanza.<br /><br />En el mismo barrio donde hace más de veinte años vive el Pregonero, separada tan sólo de su casa por un muro flanqueado de jardines donde florecen las rosas y se arrullan sus blancas mensajeras, las palomas del Parque de María Luisa, habita la Paz. Una blanca y delicada Señora a la que no hay más que mirar para saber quién es y qué es lo que regala.<br /><br />Ella es mi más querida y cercana vecina. Con Ella hablo de mil cosas. A Ella acudo a pedir consejo o el pan y la sal de cada día. A Ella quisiera dirigirme hoy desde aquí, y en nombre de Sevilla solicitar su intervención.<br /><br />Señora: resulta obligado en estos momentos, en los que pregonamos a Sevilla la Muerte y Resurrección de Cristo, y por tanto la gran Esperanza de la humanidad, recordar la muerte de esos Cristos vivos de nuestro tiempo, víctimas de esa obsesiva locura que es el terrorismo.<br /><br />Centrar nuestra atención por unos instantes, y recordar el drama humano que conmocionó al mundo hace unos meses y en el que miles de criaturas vinieron a sumarse trágicamente a las que a diario son inmoladas por la cobardía de los hombres.<br /><br />Y toda esta barbarie llevada a cabo por unos fanáticos que matan en nombre de Dios...<br /><br />No sabemos a qué Dios se refieren, porque Dios es, ante todo, Amor.<br /><br />No sabemos qué Dios, porque Dios, y a pesar de su Soberano y Gran Poder, se hizo hombre y precisamente Expiró en una cruz para darnos la vida...<br /><br />Dios y Señor de Sevilla, perdónalos, porque o no te conocen o realmente no saben lo que hacen.<br />Dulce Señora de la Paz, haz que un día no lejano podamos dirigirnos unos a otros, como a diario lo hacemos los hombres de buena voluntad. Como lo vienen haciendo esas palomas blancas que anidan y revolotean alrededor de tu casa. Utilizando, como mensaje, tan sólo tu nombre, y como único símbolo, el blanco pañuelo y la rama de olivo que portan tus manos. Paz, Señora, Paz... Que tu Paz esté con todos nosotros.<br /><br />Aquel niño soñador de ayer, hoy Pregonero y viejo cofrade sevillano, sigue viviendo y soñando con la Esperanza. Con una Esperanza que al ser componente del alma va más allá de su propia vida.<br /><br />Mediado el Adviento, cercana ya la Navidad, hay un día en el que Sevilla es visitada de manera muy especial por la Esperanza. Ella baja en ese día hasta Sevilla y desde distintos puntos de la ciudad tiende su mano para que la besemos y, al besarla, sintamos que su mirada se funde con la nuestra. En ese día, todo sevillano de fe puede decir que ha alcanzado con su mano la Esperanza. En maternal correspondencia, Ella nos regala eso que ya no consideramos tan siquiera virtud, sino algo natural, y que hace que la llamemos en nuestro propio lenguaje, con toda la familiaridad del mundo y el entrañable apelativo que corresponde a cada barrio.<br /><br />Dicen que una leve sonrisa se dibuja en su rostro. Hay quien asegura que fue un requiebro de Sevilla; otros, que un piropo de Triana; alguien, que una sentida oración allá por La Trinidad o la simple Gracia de Sevilla, que la acompaña, la que transmite a su rostro dolorido la misma Esperanza allá por la antigua Puerta Osario o por la plaza de San Martín. Aunque siempre, y por encima de todo, Esperanza, Esperanza de Sevilla.<br /><br />Desde sus años de adolescente, siempre tuvo el Pregonero un concepto algo especial con respecto al hecho de pertenecer a una Hermandad. Serían incontables las ocasiones en las que, aun deseándolo, tuvo que rechazar el ofrecimiento de hacerse hermano de la cofradía de algunos de sus más allegados amigos.<br /><br />En mis años de colegio, allá en la calle Jesús del Gran Poder, en ese Colegio de los Hermanos Maristas en el que me inculcaron el espíritu Mariano de la Congregación y que aún perdura en mí, fue donde a través de mis más íntimos compañeros, aquel joven soñador de ayer, cofrade y hoy Pregonero, madurado a base de experiencias y años, aprendió a amar a distintos rincones y barrios de Sevilla, y con ellos a las benditas imágenes de sus respectivas hermandades, cuya devoción llegaron a transmitirle junto con su amistad.<br /><br />Solía ser motivo de entusiasmo en mis años de niño. Solía ser tema de mis sueños infantiles cada vez que visitaba la casa del poeta de Sevilla.<br /><br />De una de sus paredes pendía un bellísimo cuadro realizado a principios de siglo por un conocido pintor costumbrista de la época. La escena representaba una tarde de Domingo de Ramos en pleno barrio de San Julián, donde sobre un fondo de modestas casas de bajos y floridos balcones, aparecía rodeado de una sinfonía de azules nazarenos el palio inconfundible de la Virgen de la Hiniesta.<br /><br />Pasaron los años, y el cariño y generosidad de la viuda de aquel espíritu enamorado de Sevilla, quiso corresponder al fervor que yo sentía por el sevillanismo de aquel inolvidable espíritu, y por la misma Virgen de la Hiniesta, cuya devoción me había sido transmitida a través de aquella escena, regalándome aquel cuadro entrañable.<br /><br />Es, desde entonces, como una permanente ventana abierta en el salón de mi casa hacia ese rincón sevillano que es el barrio de San Julián. A través de esa ventana, la Semana Santa y el recuerdo de uno de sus más brillantes Pregoneros están siempre presentes en mi casa y en mi pensamiento.<br /><br />A veces me gusta sentarme ante ella, e imaginar que el lienzo y el óleo cobran vida, haciendo llegar hasta mí la brisa de la tarde, el clamor del gentío, el cante profundo de una saeta, e incluso el eco lejano de los compases de una marcha que me indican que de nuevo se ha levantado el paso de la Señora, para reanudar lenta y graciosamente su triunfal recorrido por el barrio de San Julián.<br /><br />Frecuentaba desde niño la calle Santa Clara, calle de cales y espadañas, de clausuras y casas importantes, de patios y jardines donde como tímidas novicias florecían cada primavera macizos de calas y rosales. Fue allí donde oí por primera vez repicar las campanas de San Lorenzo. Fue allí donde me enseñaron a querer como a un amigo más al Señor de Sevilla.<br /><br />Árbol quemado, cuyas raíces, como vivos tentáculos, sostienen en pie a toda la ciudad. Su rostro renegrido es una caverna de padecimiento y virilidad a la que se accede bajo el dintel de la roca de su corona de espinas y entre las gruesas madejas de sus mechones.<br /><br />Culmen de la tragedia suprema es el rostro del Gran Poder.<br /><br /><div style="text-align: center;">Sales a la noche y eres Tú la noche<br />y tu rostro condensa madrugada<br />y aunque camines hacia el alba clara<br />negro es el reflejo en que te escondes.<br />Dios de las sombras de tu cara<br />piel de minero y nubarrones<br />carne sellada de tizones<br />Hijo increíble de María Inmaculada.<br />Una apariencia fatal de pobre hombre<br />soporta entre penumbras tu zancada<br />al perderse en la tiniebla que recorre.<br />Mas... qué luz tan grande de tus ojos mana<br />al abrir entre lo oscuro un horizonte<br />que da paso, Gran Poder, a la mañana.<br /></div><br />Hasta allí acudía cada mañana de Viernes Santo a la amanecida, bajo un trinar de pájaros y un cielo ceniciento, para extasiarme y hacer volar mi espíritu ante el repeluco largo y cansino de sus pasos entre la silenciosa y escasa compañía de unas cuantas mujeres ateridas y unos hombres con los cuellos de sus chaquetas levantados, que contemplaban con cara de madrugada la entrada del Señor en su Iglesia.<br /><br />Tres negros nazarenos salían por la puerta trasera que da a la calle Hernán Cortés, dirigiéndose Santa Clara arriba hasta aquella casa donde aprendí a rezar al Gran Poder y donde, pasado el tiempo, pude ver cómo el mayor de aquellos nazarenos vestidos de ruán negro emprendía su última estación de penitencia. Años después, otro de ellos, que se trasladaba cada Viernes Santo desde lejos para acompañar al Señor, se instaló definitivamente en Sevilla para tenerlo más cerca, llegando a ser su Mayordomo y amigo mío para siempre.<br /><br />Pocos meses hace que, tras una auténtica pasión y plenamente enamorado de esta ciudad y de su Cristo, se presentó con su definitiva papeleta de sitio al que fue su único Señor, el Señor de Sevilla.<br /><br />Asimismo, aquella casa del barrio de San Lorenzo se convertía en punto de reunión para vivir el ambiente del entorno el Martes y Miércoles Santo, en los que el barrio se echaba a la calle y se vestía de fiesta para poner su nota de color en las salidas de la Bofetá y El Buen Fin. De nuevo aparecía esa escena para mí siempre entrañable de la Virgen acompañada de San Juan, de ese joven en el que el Pregonero gusta encontrar reflejada a la juventud cofrade, siempre dispuesta a mimarla y piropearla con la misma vehemencia y ardor cual si de una Purísima novia se tratara. ¿Qué joven cofrade sevillano no soñó por una noche de Martes Santo hacer de San Juan para susurrar de cerca la finura y suave elegancia de la Virgen del Dulce Nombre?<br /><br />Yo creo que San Juan debió nacer en Sevilla, e incluso me atrevería a asegurar que sigue viviendo allá por algún lugar cercano a la calle Feria o San Lorenzo, ocupando, por qué no, el cargo de Prioste de alguna de nuestras hermandades más señeras. Siempre nos sugirió una especial ternura el cargo de Prioste.<br /><br /><div style="text-align: center;">Pendiente de sus anhelos,<br />pendiente de su quebranto,<br />pendiente de ese pañuelo<br />que con tanto mimo y celo<br />coloca sobre sus dedos<br />para que enjugue su llanto.<br />¡Ay Señora, quién pudiera<br />al menos por unas horas<br />ser Prioste en Primavera<br />y como el cirio que llora<br />fundirme siempre a tu vera!<br /></div><br />Cruzaba el puente, justo delante de aquella antigua casa situada al comienzo de la calle Oriente. Era lugar de privilegio para ver subir la cofradía del Barrio de la Calzada. Hasta allí solía acompañar en mis años de niño a unos amigos que cada Martes Santo tenían por costumbre ir a merendar a casa de su abuela y ver transcurrir la cofradía.<br /><br />La visión desde aquel balcón resultaba algo espectacular y digna de ser plasmada en un cuadro. Teniendo como fondo el viejo acueducto, y entre un mar de colores, avanzaba la caballería seguida de todo el entusiasmo infantil del barrio. Globos y bastones, pregones de vendedores ambulantes, trompetas y tambores... allí Pilato nos parecía más romano que nunca cuando pasaba ante las arcadas de las antiguas ruinas. Detrás, la Señora de la Encarnación, la bella Palomita de Triana que venía a recordarnos que también Ella había nacido en nuestro barrio, hasta que un día emprendió el vuelo y anidó para siempre en el de la Calzada.<br /><br />En pleno centro de la ciudad, en la collación de San Pablo, allá por la calle Zaragoza, vivía otra familia amiga, cuya casa fue y aún sigue siendo lugar donde durante todo el año se mantiene latente el recuerdo de su Hermandad de la Quinta Angustia. Hogar donde cada Jueves Santo aún la abuela, heredera por años y tradición de un arte singular, continúa sujetando el chantillí a la peina y colocando los pendientes de pera a su larga descendencia femenina, dando las debidas instrucciones de cómo ha de llevar la mantilla una mujer sevillana.<br /><br />Allí, y anteriormente en mis años de colegio, me transmitieron el cariño y devoción hacia ese sobrecogedor Misterio del Descendimiento de Cristo en la Cruz.<br /><br />Durante muchos años he acudido, incluso, a los Oficios del Jueves Santo en la Magdalena, aunque últimamente los he alternado con la intimidad conventual de las Mínimas de Triana o de mi propia Hermandad.<br /><br />En uno u otro lugar, hemos gozado de la presencia viva del Señor, del ceremonial barroco y solemne de aquél o de la sencillez litúrgica de unas monjas que, entre azucenas, celindas y macetas de "pilistras", conmemoran el momento de la instauración de la Eucaristía y la Última Cena del Señor. "Cantemos al amor de los amores", entonaban las monjas tras la reja de su clausura, y al llegar a la estrofa de "Dios está aquí..." mirábamos a nuestro alrededor y percibíamos, entre el silencio que venía del patio, el canto de un canario, el aroma de la flor y las voces de aquellas vírgenes ocultas que, sin duda alguna, hacían que la presencia de Dios se hiciera tangible.<br /><br />Pero volvamos al compás de San Pablo, donde entre las sombras verdinegras de los árboles y la luz rosa y morada del atardecer, aparece la trágica escena de Cristo descendiendo de la Cruz, sostenido por la sábana que desde unas escaleras deslizan entre sus manos José de Arimatea y Nicodemo.<br /><br />Junto a Él iba siempre uno de mis más queridos amigos y hasta él me acercaba ya al regreso por el Postigo o Castelar para, con la mayor discreción, cruzar una mirada o tal vez dos escuetas palabras: ¿Necesitas algo? Él acostumbraba a devolverme la visita al día siguiente, cuando vestido de nazareno yo atravesaba el puente de Triana acompañando a mi Cristo.<br /><br />Allí se repetía la misma escena y se cruzaba idéntico diálogo. Y así fue como nos despedimos y nos vimos por última vez. Ésas fueron sus últimas palabras conmigo, ya que días después, en un absurdo accidente de carretera, su cuerpo, roto como el de su Cristo, fue recogido, posiblemente por distintos Arimateas y Nicodemos, para ascenderlo en esta ocasión a los cielos de Sevilla.<br /><br />Por eso sigo acudiendo cada Jueves Santo al encuentro de ese Cristo, mío también desde entonces y por el que, gracias a Él, sigo manteniendo vivo el recuerdo de mi amigo.<br /><br />Calle de Zaragoza, Doña Guiomar y Molviedro, donde la muerte del Cristo del Calvario se hace presente junto al repeluco de una madrugada a punto también de expirar. Crujir de nobles maderas, sordo acompañamiento del esparto de unas alpargatas sobre el suelo, silencio y saeta que van pregonando por Sevilla la muerte de un lirio.<br /><br /><div style="text-align: center;">Donde el Calvario se eleva,<br />su cabeza se rebaja,<br />su desnudez nos congela<br />y su muerte nos desangra.<br />Sólo un silencio nos deja<br />a solas bajo sus plantas,<br />y ahogados por su presencia,<br />ya muy cerca de su casa,<br />decimos: Señor, despierta<br />la conciencia de mi alma.<br /></div><br />Las primeras salidas en pandilla, por aquellas edades de hombrecitos que estrenábamos pantalón largo y fumábamos nuestros primeros pitillos, nos llevaban en estos días de Semana Santa a un hotel de la calle García de Vinuesa, en el que los hijos del propietario, compañeros de Colegio, nos reunían cada tarde de Miércoles Santo para degustar las primeras torrijas y vivir de cerca el ambiente del barrio del Arenal. En aquella casa, cuya devoción en realidad era la Hermandad de la Exaltación, aprendimos a familiarizarnos y a conocer los íntimos secretos y todo el duende del barrio.<br /><br />Aún me sigue estremeciendo la escena de la Piedad del Baratillo. Me enternece la visión de esa Virgen tan joven, más bien en edad de apretujar contra su regazo a un recién nacido al compás de una nana, que de sostener el cuerpo inerte del hijo. Aquellos pañales que ayer sirvieron para envolver su tierno cuerpo sonrosado, el tiempo los ha cambiado por sudario mortuorio, para servir de mortaja a la muerte temprana del Hijo de sus entrañas.<br /><br />En tanto ella, en su dolor inconsolable de madre niña, parace estar acunándole y cantando entre sollozos: "A la nana nanita nanita ea..." y Jesús se ha dormido. Bendito sea.<br /><br />Posteriormente, ya en otras edades y pasados los años, nos transmitieron desde distintos lugares del barrio, siempre a través de buena gente amiga, devoción y cariño hacia el resto de las hermandades que allí radican, de manera especial a esa Hermandad de Las Aguas de orígenes trianeros, a la que recordamos en nuestros años de niño cuando salía de San Jacinto con un solo paso, compuesto por aquel bellísimo Calvario que venía a poner una nota de melancólica tristeza e inundaba a Triana de profundos sabores antiguos. Seguimos acudiendo al Arenal cada Lunes Santo, y gustamos deleitarnos hoy ante esa otra Niña del barrio, de nombre Guadalupe, que le acompaña, muy joven para llorar y en la que se aprecia que fue esculpida por la gubia amorosa de un adolescente, quien le infundió todo el candor y la virginal inocencia de una quinceañera.<br /><br />Dicen que el amor se acaba, que con el tiempo llega a olvidarse...<br /><br />Yo debo ser excesivamente romántico o demasiado inocente, porque tengo otro concepto distinto del amor o del cariño, qué mas da...<br /><br />Para mí, el amor con amor se paga, como nos lo viene enseñando en Sevilla la imagen de un Cristo muerto por Amor.<br /><br />Y fue precisamente por el cariño demostrado durante toda una vida por una familia sevillana, que me transmitió y dio a conocer el mensaje de su Cristo, por lo que aún hoy gusto de ir a su encuentro a la anochecida del Domingo de Ramos para verlo venir por calle Cuna, volver a observar y meditar sobre el símil amoroso del pelícano dando de comer su propio cuerpo a sus polluelos y escuchar sobrecogido la voz apagada de alguien que en la noche susurra: Ahí va el Amor, el Amor Crucificado de Sevilla.<br /><br />Desde esa antigua y tradicional calle Cuna, calle de tiendas con sabor añejo y casas palaciegas, aun sin que nos lleve la mano de nadie, nos conduce nuestra sensibilidad sevillana en diversos momentos concretos de estos días, para encontrarnos en la mayor intimidad de un Lunes Santo con el regreso de la impresionante escena del misterio de Santa Marta, de esa Hermandad siempre ejemplar que va transmitiendo a Sevilla toda la Caridad y el recogimiento que emana la imagen de su Cristo conducido al sepulcro.<br /><br />Y allí mismo, hace ya unos años casi en la madrugada del Jueves, nos gustaba encontrarnos con el regreso de la Hermandad de los Panaderos para deleitarnos ante la forma de andar de ese paso de misterio y la clásica belleza de la Virgen de Regla, la divina Panadera de San Andrés.<br /><br />Y por aquel mismo entorno de la calle Cuna, tan sólo unas horas después, he visto caminar a Dios por la ciudad. He sentido todo el peso de su cuerpo macerando mi hombro en más de una ocasión, cuando por privilegio de sus hermanos, que también son los míos, lo he portado hasta ese Sagrario de plata en el que es conducido la noche del Jueves Santo por Sevilla. He sentido su pie acariciando mi mejilla y sus ojos taladrando mi cuello. ¡Ay Señor de Pasión!<br /><br />Como en una fugaz a parición hemos visto de cerca el rostro de Dios. Quedamos impregnados por su aroma, ese aroma que apenas nos deja terminar una oración. En la estrechura de la calle, ya en lontananza, adivinamos su silueta que se aleja... Ya ha pasado por Cuna el Señor de Pasión. Un año más Dios se dispone a recorrer la ciudad.<br /><br />Y en el silencio de la noche, un negro penitente con escudo mercedario al pecho y una cruz sobre el hombro, irá musitando muy quedamente: ¡Pasión de Cristo, confórtanos!<br /><br />Allí, en las inmediaciones del Salvador y Cuna, también me he emocionado más de una vez en la mañana del Viernes Santo ante esa Gitana guapa de las Angustias, que no puede negar que también nació en Triana, a la vera de la mismísima Cava, donde los Puyas y los Canela, los Vargas o los Moreno aventaban los últimos rescoldos de las fraguas al son del martinete y las seguiriyas del señor Manuel Cagancho. Cómo podría olvidarte, si como Tú llevo sobre mí eternamente la sombra imborrable de tu Madre Señá Santa Ana, esa que desde el techo de tu palio aún sigue acompañándote, porque cree todavía que eres demasiado niña para dejarte salir sola en una Madrugada...<br /><br />Por el Patio Banderas se entraba a la casa de Joaquín Romero Murube, situada en el mismo apeadero de los Reales Alcázares. En aquella misma casa vivió por unos años mi hermano mayor, casado con una hermana del poeta. Allí nacieron mis primeros sobrinos, casi de mi misma edad y con los que conviví durante un largo período de mi infancia correteando por los jardines y aposentos bajos del regio recinto.<br /><br />El Cristo de las Misericordias era el titular de la cofradía del barrio, y aunque en aquella casa se respiraba el aire de San Lorenzo y una especial devoción hacía la Virgen de la Soledad, la mayoría del vecindario pertenecía a la Hermandad de Santa Cruz y hacía que cada Martes Santo acudiéramos a la esquina de la Plaza del Triunfo con la Alcazaba para contemplar el tránsito de esta señera Hermandad.<br /><br />El Martes Santo de 1970, tan sólo unos meses después de la muerte del poeta y de mi marcha a Madrid, llegábamos a Sevilla para pasar la Semana Santa y, cómo no, acudimos directamente a esa esquina de la Alcazaba, bautizada ya en rótulos trianeros con el nombre de Joaquín Romero Murube. Un grupo de familiares esperábamos emocionados el paso del Cristo de las Misericordias. El paso se encontraba en esos momentos arriado en el suelo y las manos del Cristo parecían buscar el rótulo de la calle para acariciarlo. El Cristo de Santa Cruz nos daba a entender que aquel espíritu de nuestro admirado poeta, aquel que continuamente había llevado a Sevilla en los labios y en su corazón, había recuperado al fin los cielos que él creía perdidos y gozaba ya de esa Sevilla celeste y soñada que tanto había amado y de la visión de su Virgen de la Soledad, la más triste y solitaria de las Vírgenes sevillanas, pero a la que sin duda alguna sigue consolando y acompañando desde entonces como su más fiel y enamorado amante.<br /><br />Muy cerca, por Miguel de Mañara, buscando la penumbra del anochecer, salimos al encuentro de la cofradía de los Estudiantes. La severidad de la caoba y el lirio hacen lecho perfecto para que descanse su cuerpo dormido, más que muerto. Por muy buena que sea, me resisto a llamar por su nombre al sueño dulce y vivificador del Cristo de los Estudiantes.<br /><br />Y aun dormido, quiero interpretar la tremenda y magistral lección que nos dicta cada año desde la cátedra de su Cruz. Por eso, a la anochecida de cada Martes Santo, Sevilla se transforma tras ver pasar al Cristo de los Estudiantes. No se harán precisas las palabras, tan sólo Dios sabe cómo tocar el alma de los sevillanos. Tan sólo Dios sabe abrir esa Puerta a la Esperanza, esa Puerta desde la que la imagen de la Buena Muerte de Cristo va transmitiendo a Sevilla esperanzas de vida eterna.<br /><br />Momentos después, aquel mismo lugar –contrastes de Sevilla– transformará la angustia en la que nos hemos sumido, por la alegría desbordante, los blancos nazarenos, la música y, sobre todo, la luz, la luz cegadora del palio azul y plata de la Candelaria, que va rodeando las almenas del viejo Alcázar para adentrarse en la espesura de unos jardines y prender fuego de amores a los vecinos de la vieja judería.<br /><br />Pero no quisiera terminar este paseo por la ciudad en el que he querido testimoniar mi más emocionado recuerdo a muchos de los amigos, a través de los cuales llegué a conocer y a amar a nuestra Semana Santa, sin haber logrado transmitiros el sentimiento que ha acompañado a este Pregonero, que no ha sido otro que el pretender os hayáis visto retratados en él como cofrades y sevillanos. Por ello, no puedo dar por finalizado este recorrido sin detenerme en la antigua casa de unos viejos conocidos, allá por Alfonso XII, esquina a la calle hoy del Silencio, desde donde solíamos vivir el comienzo de esa Madrugada única de Sevilla. Ese momento en el que una saeta rasga el aire anunciando que la Cruz de Guía, la primera Cruz que inició y dio origen a nuestra Semana Santa, está en la calle.<br /><br />Silencio guarda Sevilla ante la sola aparición de esa Cruz. Ese Silencio que tan sólo sabe guardar Sevilla en los momentos importantes y en los que ni el aire se atreve a mover una hoja de los naranjos que perfuman la calle.<br /><br />Casi sin darnos cuenta ha aparecido en el dintel de la puerta la imagen del Nazareno. Otra muda lección que tan sólo la sensibilidad de Sevilla es capaz de captar y ante la cual toda la ciudad queda sumida a su paso en una profunda sensación de romántica nostalgia, en elocuente Silencio, roto a veces por las notas del fagot y el oboe que acompasan el canto de unas antiguas coplas que entristecen el alma.<br /><br />Una ligera brisa de azahar ha impregnado la Madrugada que comienza. Es la Virgen de la Concepción, que también en silencio y de lejos le sigue junto a San Juan, para acompañarlo hasta ese Calvario que Sevilla, por amor, ha transformado en vergel de naranjos florecidos.<br /><br />En esa misma calle, desde el Convento de San Gregorio, auténtico panteón familiar donde yace durante todo el año el cuerpo de Cristo, veremos salir el Sábado el impresionante cortejo del Santo Entierro. Veremos a una ciudad sumida en el tremendo vacío de la ausencia de Cristo vivo por sus calles. Ese Cristo, cuyo recuerdo de su sombra reflejada en nuestros balcones y fachadas nos llevará hoy hasta la Trinidad y a las proximidades de San Marcos, para contemplarlo a punto de ser descendido de la Cruz o en los brazos de su Madre.<br /><br />Y en la tarde que declina, una Sevilla añeja y de luto acompañará, junto a los más fieles discípulos, el duelo y la soledad de la Virgen de Villaviciosa.<br /><br />En Soledad, en la más absoluta y desconsolada Soledad, volverá María hasta su casa de San Lorenzo. Allí, antes de que la losa negra de su puerta se cierre, una voz romperá el aire de la medianoche despidiéndola con una saeta:<br /><br /><div style="text-align: center;">De la pasión dolorosa<br />de tu divino Jesús<br />sólo te quedan tres cosas:<br />Tu Soledad, una Cruz<br />y unas espinas sin rosa.<br /></div><br />Aun cuando pasaron tantos años, lo sigo recordando. Era un pasito precioso. Las bambalinas pintadas de purpurina caían airosas sobre los pequeños varales recubiertos de papel de plata. El manto verde pálido con graciosos recortes dorados, y en su pecherín pintados cinco puntos verdes que pretendían emular las mariquillas de esmeraldas que la hacían inconfundible.<br /><br />Entre clinios y "pilistras" yo lo hacía recorrer cientos de veces el patio de mi casa, en tanto canturreaba entre dientes los compases de "Pasa la Macarena".<br /><br />Aunque nunca pude hacer realidad mi sueño y acompañarla vestido de nazareno, he seguido buscándola despierto... para volver a soñar.<br /><br />Y mire usted lo que son las cosas... ¡quién me iba a decir a estas alturas de mi vida que me encontraría con Ella, hasta el punto de tocarla con mis manos, abrazarla por el talle y sentir el roce de sus mejillas con las mías! Realmente no es tópico ese privilegio de los Pregoneros de Sevilla de poder llevar entre sus brazos su imagen, en esa noche mágica del 14 de diciembre. Debo confesar que creí por unos instantes que estaba soñando de nuevo, o bien que había llegado mi hora y me encontraba ya definitivamente ante Ella.<br /><br />Y es que sigo convencido que el encontrarse con Ella cara a cara es soñar.<br /><br />Por eso me gustó siempre, para recrear mis sentidos y hacer más dilatada su presencia, situarme en los lugares más amplios para verla venir de lejos e ir adivinándola poco a poco.<br /><br />Para averiguar alguna vez de dónde viene y a dónde va. Si realmente es cierto que salió al filo de la media noche de un barrio de Sevilla o, tal y como yo pienso, abandona por unas horas ese lugar desconocido del que tan poco sabemos los mortales y el que tan sólo su nombre puede descubrírnoslo algún día.<br /><br />Pasa la Macarena... y a verla pasar acudimos en una mañana de Viernes Santo, entre el ambiente único de una calle ancha de la Feria, donde entre pregones callejeros, racimos de globos, humos de los puestos de calentitos, oleajes de plumas blancas y un bosque de capirotes verdes que nos hacen ponernos de puntillas una y otra vez, la vemos al fin llegar...<br /><br />La sensibilidad de Sevilla puso música a ese momento. Y es que ese momento no se puede acompañar de otra manera.<br /><br />Pasa la Macarena y nuestros sentidos quedan invadidos por un extraño eco musical de aromas y colores, de una sensación de gozo incontenido que nos hace reír y llorar a un tiempo y ganas irreprimibles de salir de nuevo a su encuentro para volver a mirarte en Ella.<br /><br />Pasa la Macarena y Sevilla, como aquel niño soñador de nuestra historia, queda convencida de haber visto andar por sus calles a la mismísima Madre de Dios.<br /><br />Pasa la Macarena y este Pregonero, ahora más que nunca, tendrá que dirigirse a Ella para decirle:<br /><br /><div style="text-align: center;">Ya he tocado con mis manos tu Esperanza.<br />Ya has hecho realidad mi larga espera.<br />No te marches, con la música que pasa<br />quédate aquí... o llévame contigo, Macarena.<br /></div><br />Sin pretender sentar cátedra alguna, ni desviarme del auténtico sentido de lo que debe ser un Pregón, convirtiéndolo en un sermón o presentando a este mundo nuestro como un mundo de místicos santurrones que está muy lejos de ser realidad, sí quisiera aprovechar esta oportunidad para recordar lo que deben ser actualmente nuestras hermandades y el verdadero objetivo que persiguen.<br /><br />Creemos que había que ir desterrando de una vez para siempre esos conceptos trasnochados de algunos, que hacen aparecer a las hermandades como simples lugares de tertulia o afición, y a las cofradías como un bello y anacrónico espectáculo que atrae la atención del turismo y convierte simplemente en fiestas mayores de la ciudad la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.<br /><br />Sin embargo, y a pesar de que haya aún quien comparta esa opinión, nosotros los cofrades de Sevilla sabemos de la existencia, en todas y cada una de nuestras hermandades, de grupos de auténticos hombres y mujeres comprometidos, con las ideas muy claras y que saben perfectamente el camino que han de seguir, que no es otro que el de vivir la fe de Cristo durante todo el año, transmitirla a sus hermanos, y un día, el de su estación de penitencia, dar público testimonio de ella.<br /><br />El cofrade actual debe ser consciente de su misión evangelizadora y conocer íntimamente el mundo marginado de hambres y miserias cercano a esta sociedad en la que vivimos, y a veces de nuestras propias hermandades, para convertir la Caridad en nuestro principal estandarte.<br /><br />Resulta alentador comprobar el grado de compromiso de muchas de nuestras hermandades, y la unión que existe entre ellas al asociarse en fundaciones y cometidos que atienden determinadas funciones de tipo social en beneficio de los más necesitados. Considero obligado citar y alabar públicamente la labor llevada a cabo por ese Centro de Estimulación Precoz de la Hermandad del Buen Fin. Objetivos como éste son lo que realmente engrandecen a nuestras hermandades.<br /><br />Es así en esa interminable Hermandad que recoge la tarde del Viernes Santo, desde la Cruz de Guía de la Carretería al último penitente de la Sagrada Mortaja. Gracias a esa fraternal relación se logra transmitir el auténtico espíritu de Viernes Santo, traducido en atender las necesidades y la soledad de unos hombres y mujeres que viven en un mundo aislado y del que pocos se acuerdan.<br /><br />Desde aquí quisiera recordar a esos hermanos nuestros y recrear mis sentidos ante el romanticismo barroco del Misterio de las Tres Necesidades. Extasiarme ante el llanto compungido de la Soledad. Echarle una mano y poder servir de Cirineo al Nazareno de La O.<br /><br />Trasladarme a cielos perdidos de Sevilla, ante la emotiva aparición del Cristo de las Tres Caídas por la Costanilla de San Isidoro. Meditar ante la ternura siempre esperanzadora del Cristo de la Conversión, y agudizar mis oídos para escuchar el tañido triste y melancólico del muñidor que anuncia en la anochecida que Cristo ha muerto, y que allá por Bustos Tavera su Madre amortaja entre sus brazos el cuerpo tronchado de su Hijo.<br /><br />No, no puedo olvidarlos, aunque a decir verdad los haya contemplado en la calle contadas veces en mi vida, pero ellos son mis más cercanos hermanos, los que junto a mi Hermandad del otro lado del puente damos testimonio de fe, en esa tarde única de cielos grises y violetas en la que Dios muere por Sevilla.<br /><br />Y ya con un cirio negro entre sus manos, señal inequívoca de una madurez dentro de su Hermandad y de la propia vida, este nazareno comienza su particular estación de penitencia, a través de la cual gusta meditar sobre las principales escenas de la Pasión, dedicando unas palabras de consuelo a María, representada por las imágenes de ese rosario de advocaciones con que la ciudad la venera.<br /><br />Esta especial meditación suelo traducirla en un rosario que comienzo nada más pisar la puerta de San Miguel. Es el momento crucial de la estación de penitencia, y donde la cofradía adquiere su mayor dimensión.<br /><br />La música, la saeta, el rumor de la gente, quedan atrás como apagado eco de un tiempo pasado. Sentimos el frío intenso del mármol que pisamos, el chocar metálico de la vara sobre el suelo, las campanadas estridentes del reloj, y el paso racheado de los costaleros al compás tan sólo de la voz ronca del capataz.<br /><br />Es Viernes Santo y contemplo, por tanto, los misterios dolorosos. El primero de ellos, la Oración del Señor en el Huerto, me lleva instantáneamente hasta el rumor y el colorido de la tarde en plena calle Feria, donde, nada más comenzar el "Padre Nuestro", recordamos la imagen de Cristo postrado ante el Ángel que le ofrece el cáliz de su Pasión. Y con el primer avemaría, aparece Ella, convirtiendo el dolor en gozo, como en gozo transforma Sevilla el dolor de la Virgen del Rosario de Montesión, nada más percibir el tintineo de sus rosarios acariciando musicalmente los varales de su palio, y soñando con esa corona que Sevilla desea colocar sobre sus sienes benditas.<br /><br />El segundo misterio nos lleva ante la Flagelación del Señor Atado a la Columna, y nuestra mente, al repetir ese "Llena eres de gracia", no puede remediar el dirigirse a la gracia sevillana y clásica de la Virgen de la Victoria que, aunque con nombre y añoranzas de una Reina de España, se hizo trianera buscando los antiguos aromas y recuerdos de las viejas cigarreras que aún quedan por Triana.<br /><br />Ya en el tercer misterio, tras contemplar imaginariamente la Coronación de Espinas, nuestros ojos buscarán los ojos verdes y el rostro quebrado de la Virgen del Valle. Y este nazareno sentirá deseos de seguir rezando, porque ante la Virgen del Valle no caben piropos ni requiebros. Sólo un respeto a su dolor y deseos irreprimibles de prestar su propio pañuelo para enjugar las lágrimas que corren por sus mejillas.<br /><br />Este año tendremos que salir a su encuentro el Jueves Santo, para mirarnos una vez más en sus ojos y felicitarla junto con esta Sevilla, que al fin decidió hacer realidad un sueño y, aunque por un día, cambiar las espinas que como mofa y escarnio coronaron a su Hijo, por esa otra corona de Reina que la ciudad le ofrecerá el próximo otoño como prueba de amor, para intentar calmar su pena y convertir ese Valle de lagrimas, por el que parece caminar, en Valle florecido de claveles rosas sevillanos.<br /><br />Con el cuarto misterio de este rosario doloroso, en el que contemplamos a Jesús con la Cruz a cuestas, gustamos recordar la imagen de los Nazarenos de Sevilla, y con ella la de todas esas advocaciones de Vírgenes que le acompañan. Nos detenemos unos instantes ante la Virgen de Gracia y Esperanza, Dolores de San Vicente... y tantas otras que como invisibles cirineos van siguiendo los pasos de su Hijo por las calles de Sevilla.<br /><br />Al llegar al quinto y último misterio, nuestra mirada, como movida por un automático resorte, se vuelve hacia atrás buscando los ojos moribundos de mi Cristo, y recuerda, cómo no, los de ese otro que exhala su último suspiro allá por el Museo en la tarde de un Lunes Santo. Y nuestro consuelo va para esa Madre de las Aguas que le acompaña con los ojos perdidos en la noche, queriendo buscar entre las estrellas, a través de la celosía de su palio, el reflejo del último estertor de su Hijo.<br /><br />Apenas si cruzamos la Puerta de los Palos, la cofradía adquiere de nuevo su peculiar ambiente al encontrarse con la sinfonía del ruido, el eco de la multitud, los olores y el color negro y plata de la noche. Como un lejano rumor musical, llega a nosotros el momento en el que nuestra Virgen entra en la Catedral. Nunca podemos verla en la calle, y así, como siempre, tenemos que imaginárnosla: esplendorosa, con toda la candelería reflejada en sus ojos a punto de romper el llanto. A Ella dirigimos a manera de letanía nuestros más encendidos piropos llamándola: Santa María, Brisa del Gualdalquivir, Causa de la eterna alegría sevillana, Repique de Giralda, Clavel rosa de Triana, Mata de romero, Flor de la albahaca, Moña de jazmín... ¡Madre y Señora del Patrocinio, ruega por nosotros!<br /><br />Aún con esa pared que nos separa por medio, cierro los ojos y te veo, guapa y graciosa, acariciada y dejándote besar por el río, tu eterno amante. Ese río que, recién nacido allá por tierras de Jaén, desvió su curso misteriosamente para hacerse sevillano.<br /><br />Sí, hasta el otro lado del puente me veo obligado a cruzar en estos momentos, porque allí me parió mi madre y sus brazos me acunaron por primera vez. Ahí, en tu cielo purísimo, junto al espíritu de mis padres –que vaya usted a saber si continúan reboloteando por las blancas espadañas del Patrocinio o la calle Pureza–, desearía dormir por una eternidad.<br /><br />Ay Triana, Triana... Siempre en mi corazón y en mi pensamiento.<br /><br />Calle de San Jacinto, humos de tejares, olor a pan caliente. Sirenas de la Hispano Aviación marcando el diario laborar y el trajín del barrio. Bullicio y trasiego de mujeres con la alegría pintada en el rostro camino del mercado, santiguándose ante el azulejo de la Virgen del Rocío.<br /><br />Como casa grande de vecindad, gustamos comparar a aquel templo donde vivían tres de las vecinas más queridas y populares del barrio: Estrella, Esperanza y Rocío. Tres nombres de mujer que junto a Salud, Victoria, La O y Patrocinio sujetan esos cuatro puntales que desde siglos vienen sosteniendo a Triana: San Jacinto, Los Remedios, La O y Señá Santa Ana.<br /><br />A escasos metros de San Jacinto nació el Pregonero. Allí se despertaron sus primeros amores de adolescentes hacía aquellas guapas vecinas con las que compartió durante media vida sus diarios problemas y secretos, hasta llegar a tal punto que sus nombres se mencionaban en la casa como el de cualquier otro miembro de la familia.<br /><br />¿A qué hora sale la Estrella? Y nos referíamos a Ella como si se tratara de mi propia hermana, que tuviera plan de salir aquella tarde para ir de compras o simplemente visitar a una de sus amigas del otro lado del puente.<br /><br />Imposible olvidar por aquellos años en los que vivimos Sevilla en la distancia, un Domingo de Ramos en el que mediada la tarde de un día gris y lluvioso, una locutora de excepción, mi propia madre, nos llamaba por teléfono desde su casa trianera... ¿Ha salido ya la Estrella?, preguntamos emocionados, queriendo adivinar lo que durante todo el día habíamos tenido presente en nuestra imaginación. Ahí la tienes hijo mío, fueron sus únicas palabras. Con los ojos nublados y el corazón palpitando, pudimos percibir los aplausos del gentío que saludaba a la Señora. No podíamos creerlo. Estábamos oyendo "Estrella Sublime", y la Virgen entre mecidas y piropos nos la imaginamos en aquellos momentos enfilando la calle San Jacinto, mientras la Niña de la Alfalfa remataba las últimas estrofas de una saeta.<br /><br />También en aquellos momentos le susurré muy quedamente:<br /><br /><div style="text-align: center;">Adiós mi rosa temprana.<br />Adiós mi bella alfarera.<br />Aunque lejos de Triana,<br />yo siempre estaré a tu vera,<br />Estrella de la mañana.<br /></div><br />Al fondo de la calle San Jacinto, frente a la antigua cochera de los tranvías, una Triana nueva empezaba a surgir, y con ella, para dotarla de personalidad propia y de todos los ingredientes que según Sevilla debe tener un barrio, una nueva cofradía: San Gonzalo.<br /><br />La más joven y modesta de todas por aquel entonces, pero que con el tiempo fue conquistando al resto del viejo arrabal hasta convertir a la Señora en la dulce y blanca Enfermera por la que suspiran y a la que siguen aferrándose los ancianos y enfermos de las vecinas Residencias y Hospital de la Cruz Roja, suplicando aquello que por edad y sufrimientos se les escapa de las manos: la salud. Salud, Señora, claman un montón de voces desde la soledad de sus últimos años. Salud, Señora, le solicitan desde las ventanas entreabiertas del antiguo Hospital. Y la que es Salud de Triana prosigue su caminar hacia el puente, dejando tras de sí todo un reguero blanco de esperanza.<br /><br />Si el símbolo teológico de la Esperanza es un ancla, la imagen del ancla nos traslada a la calle Pureza, a la que todas las metáforas marineras le han sido cantadas, como versos y joyas que luce su tocado.<br /><br />Allí se respira ya un aire de salinas y de esteros. Huele a brea y a redes recién sacadas a orear al sol de la mañana. Allí, cerca de la casa donde habita Señá Santa Ana, su madre, vive ahora la Esperanza. Sí, la Esperanza, la que junto a Estrella y Rocío, como otras muchas vecinas del barrio, tuvieron que dejar su antigua casa de vecindad y buscarse un apaño más reducido, pero al fin y al cabo suyo, para vivir tranquilas y en paz con su numerosa prole y a la misma vera de su Madre.<br /><br />Capilla de los Marineros, casa de la Esperanza, aunque a decir verdad su casa es toda la calle Pureza, donde cada hogar es una nave desde cuya borda Triana reza y habla cada día con la que es su vida y única Esperanza.<br /><br />Hay una noche en Triana en la que la calle Pureza se transforma en río, en río humano y de verdes aguas por el que navega la Esperanza. Desde uno de sus bajeles empavesados, una singular tripulación la aguarda cada año. Allí están todos los viejos trianeros que a través de sus vidas hicieron la historia. Ángeles marineros que a los compases de una marcha y bajo lluvia de pétalos de flores la piropean hasta enronquecer y caer rendidos a sus pies. A tus plantas, Señora, se arrodilla Triana... y Triana se entrega, se sumerge en las aguas de ese río humano, para dejarse llevar a la deriva guiada en la lejanía por la luz de un faro, el faro de la Esperanza.<br /><br />Mediada la tarde, cuando Triana, sumida aún en el profundo letargo de una madrugada en vela, se concentre de nuevo en ese Calvario nuestro que es el Altozano, para comprobar un año más si realmente existe la Esperanza y ese Cristo al que veneran expira o no definitivamente..., una voz del pueblo se alzará entre la gente:<br /><br /><div style="text-align: center;">La tarde que ya era rosa<br />se ha vuelto color ceniza.<br />El río, que era de plata,<br />ondas de azabache riza.<br />En frío helado de muerte<br />se ha convertido la brisa,<br />porque un hombre desde el puente<br />en una cruz agoniza.<br />Un gitano de la Cava<br />desde el Altozano grita:<br />"Aguanta Manué, mi arma,<br />toma mi aliento y respira,<br />mientras aventan las fraguas<br />y cantan por seguiriyas<br />pa que el aire de Triana<br />dando calor a Sevilla,<br />te preste el soplo que falta<br />pa llegar a la otra orilla".<br />Y por la calle Pureza<br />Señá Santa Ana y su hija<br />envueltas en sendos mantones<br />van como despavoridas...<br />¡Ay que no llegamos, Madre!<br />que se me muere, deprisa.<br />Siendo tú nuestra Esperanza<br />¿por qué sufres vida mía?<br />Precisamente Triana<br />desde hace siglos confía,<br />y espera ver a tu Hijo,<br />por muchos años con vida.<br />La tarde se ha vuelto rosa<br />y en el río la plata brilla,<br />porque en sus aguas reposa<br />como una frágil barquilla,<br />esa silueta hermosa<br />que une a Triana y Sevilla.<br /></div><br />Fondeada en el río como una vieja galera, la Iglesia de la O. Templo donde Triana venera a su dulce Nazareno y a esa otra Esperanza del barrio, la primera que cruzó el puente de barcas para llevar a Sevilla el aire, los sentimientos y la fe del viejo arrabal. Lleva consigo sabores añejos que le han dado tantos siglos junto al río, en aquel primitivo Hospital de Santa Brígida y después en su propia Iglesia. Es la última virgen trianera que en la noche del Viernes Santo dejará por Sevilla todo el aroma de un barrio y la Expectación que tan sólo su nombre irradia a su paso.<br /><br />Esperanza, Triana siempre apostando por la Esperanza.<br /><br />Y llega para este Pregonero y cofrade sevillano el momento más difícil de su intervención.<br /><br />El de presentarme ante Él y ante Ella, y a sus plantas tratar de sintetizar en pocas palabras este Pregón.<br /><br />Como cualquier otro sevillano de fe, puesto que sin ella, al menos para mí, no tendría sentido alguno nuestra Semana Santa, tan sólo he pretendido anunciar a la ciudad, a través de la historia o las vivencias de un simple cofrade, el por qué y para qué de esta conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. De esta celebración que el pueblo de Sevilla, dotado de una finísima sensibilidad y una alegría innata, convierte en fiesta, al conocer de antemano el final de la historia, de una historia que sabe que acaba bien, con el triunfo de la vida sobre la muerte.<br /><br />Del triunfo de la Esperanza de Sevilla a la que nos hemos venido refiriendo desde el sueño de un niño, a la madurez de un hombre que basa su vida en la contemplación de la eterna agonía del Cristo de su devoción. De un Cristo que va anunciando al mundo su Muerte y proclamando a un tiempo su inminente Resurrección.<br /><br />Y ante Ella y ante Él quiero llegar, allá en los confines de la calle Castilla, donde Triana se pierde en el infinito del campo y donde a veces se nos antoja soñar con el eco del martillo sobre el yunque o el quejío lastimero de un martinete.<br /><br />Siempre me he dirigido a Él a través de Ella, y así quisiera hacerlo hoy. A Ella, que fue joven conmigo, que compartimos amores y confidencias y en lo mejor de su vida voló de entre nosotros, dejándonos tan sólo el vacío de su ausencia, el recuerdo de su cara y un clavel rosa tronchado y renegrido.<br /><br />Señorita de ayer, Madre y Señora de hoy, que resurgiste como Ave Fénix de entre las cenizas convertida ya en mujer madura, más cercana a nuestro tiempo para mejor entendernos y poder hablar así de nuestras cosas.<br /><br />Hoy ya sé que has bajado hasta el suelo de Triana para estar aún más cerca de Él y recibir el beso de tu gente. Hasta allí me acercaré al atardecer, antes de que el sol se oculte y deje en penumbra el horizonte, para darte un beso y contarte las emociones de esta mañana de Pasión.<br /><br />Hasta allí me acercaré, y a tus pies, cual si de una carta de amor se tratara, dejaré este Pregón para que seas Tú quien lo entregues a tu Hijo, y bajo tu Patrocinio pidas disculpas por mi torpeza, si no he conseguido expresar con palabras lo que Él me ha venido dictando durante toda una vida. Cierro los ojos y te veo, con tu cabeza inclinada y esos ojos a punto de llorar, entre la flor y el incienso, entre rezos y piropos... Parece que no pasaron los años por ti... ¡Qué guapa estás, Señorita!<br /><br />Y por fin llego hasta ti, Señor. Después de tantos años ya no encuentro palabras nuevas, ni obras distintas que pudieran servirte de consuelo. ¡Te dije ya tantas cosas...!<br /><br />Paso a paso. Desde el pequeño cirio junto a la cruz de guía a la vara de un joven diputado.<br /><br />Desde el cirio negro de tu escolta a una presidencia, he venido poco a poco acercándome a ti.<br /><br />Pero se llega a un momento de la vida en el que las fuerzas te flaquean y necesitas agarrarte a algo. Tener un punto de apoyo donde descansar. Y Tú, mi buen Maestro de Triana, después de dictarme cada año los distintos temas que van más allá de la vida y de la muerte, vienes ofreciéndome en esta hora del atardecer de nuestros días, el báculo de tu manigueta para hacer más suave tu lección y así poder escucharla atentamente. Ya sé, Señor, que no se puede ir más cerca de ti. El próximo paso será el definitivo para estar contigo, fundido en ti. No obstante, a pesar de tantas lecciones recibidas, me temo que no fui discípulo aventajado y continúo caminando de espaldas a ti. Oyendo, sí, tu palabra, sintiendo incluso el jadear de tu respiración angustiosa que como frío helado de muerte recorre mi espalda.<br /><br />Aun así, Señor... cuántas y cuantas veces tus palabras se escaparon perdidas en el aire... junto a la saeta, el redoble del tambor, y el violeta de la tarde.<br /><br /><div style="text-align: center;">Qué duro y difícil resulta, Señor, poder seguirte<br />siempre de espaldas, y sin poder mirarte<br />qué escalofrío me causa estar tan cerca<br />y sentir tu aliento que de mí se aleja.<br />Qué pena más honda, Señor, y qué tristeza<br />no poder conservar alegremente,<br />esa antigua y trianera papeleta<br />que me permita estar contigo eternamente,<br />asido a mi soñada manigueta,<br />aunque tenga que volverme para verte.<br /></div><br /><br />HE DICHO<br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-31344787501236861282007-03-29T09:54:00.000-07:002007-03-29T10:10:09.832-07:002001 - Carlos Herrera<div style="text-align: justify; color: rgb(102, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2001. Pronunciado por Carlos Herrera Crusset en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br />¿Cómo no voy a acordarme del día en que volví a verte, después de tantos años, siendo yo un adolescente?. No creas, mi amor, que esas cosas se olvidan. Lucías tú una clara mañana de verano, de amaneceres que no mienten, de esas mañanas de luces blandas que te hacen gloriosa. La luz se había levantado a eso de las seis. Recién habías despertado y en tu rostro encalado se dibujaba la dulzura de los cuerpos tibios. Yo vestía de blanco, tenía veintiséis años menos y el corazón a medio escribir. Ni siquiera podía imaginar que algún día fueras a fijarte en un muchacho que se presentaba ante ti con una maleta, tres tebeos y el rostro atontado por una larga noche de tren, siempre el tren.<br /><br />Creí, al verte, que el nuestro estaba condenado a ser eternamente un amor de perfil, porque no me sentía con fuerzas de aguantarte la mirada, ese dulce tiroteo de tus ojos. Sólo tenía una vergüenza apocada y un viento que me la esparcía por toda el alma. ¡Hubiera querido decirte tantas cosas!. Que llevaba años deseándote, que por qué haber esperado tanto, que ya iba siendo hora, amor, de darnos lo soñado, que vendería mis años al peso, por uno solo de tus suspiros, que... pero solo me salieron arrullos de mansedumbre. Si acaso, adornados por aquellos vencejos que se empeñaban en hacer jeroglíficos en el cielo, pero poco más.<br /><br />Empezaba entonces nuestra historia pequeña, la que sabemos tú y yo. "Pasa, hay sitio" y pasé. Me acomodé en uno de tus rincones en los que la vida transcurre lenta, a velocidad de óleo, dispuesto a rondarte cada noche desde las tinieblas de cualquier bocacalle. Me propuse quererte desde la fiebre que me consumía, desde el grueso de la muchedumbre que te ama, desde el silencio atronador de mis pulsos, desde la lágrima y el sobresalto. Y así fuimos creciendo, tú en tus cosas y yo... también en las tuyas.<br /><br />Iba a diario a ver el árbol de hojas lentas por el que se te muere la tarde, a mojar mis dedos en el agua bendita con la que te santiguas, a cargarme como tú con el aroma de las horas, a beberme la sal de tu llanto, a mecerme al cobijo de ese viento tuyo que arrastra su calderilla de hojas como quien descorre una cortina. Soñaba con tomarte de la cintura y pasearte a la antigua, con el paso pegajoso de los veranos; soñaba con acariciarte esos labios con los que modulas el almíbar de tu acento; soñaba la aurora de tu mirada mientras se desdibujaba el día tras la ventana de las cosas. Iba a encontrarte en el fondo de los ojos de La Candelaria. Soñaba, mi amor, con presentarte a mis padres, y a mis amigos, y al mundo entero. Y después echar a correr gritando tu nombre por los callejones de la memoria.<br /><br />Fue entonces cuando supe que había nacido a ti. Que ya nada tendría sentido sin ti. Que solo con el favor de una mirada yo podría construir todo un búcaro de rosas. Que de golpe desaparecía tanto polvo acumulado en los labios.<br /><br />Me besaste discreta y quedamente una de esas noches en las que el amor se te hace grande y ya tengo desde entonces el corazón vestido de festejo mientras se van desprendiendo, uno a uno, todos mis pétalos de ceniza.<br /><br />Hoy, mi amor, tras los años, tenemos tantos golpes que ya ni de pie cabremos en la muerte. A veces pienso, como dijo el poeta, que solo nos falta la miseria para ser invencibles. Sin embargo, sigo amándote con la misma imprudencia de siempre, como si fueres solo mía, como si nadie más pudiera amarte con la furia de los tímidos o la impericia de los adolescentes. Sigo abrigando una tortuosa senda de sentires que me lleva, inevitablemente, ante ti. Y ante ti estoy, al igual que aquél otro día en el que el soplo de tu gracia golpeó mi rostro adormecido. He vuelto para quererte y para decírtelo pausadamente, masticando cada palabra y cada verso:<br /><br /><div style="text-align: center;">Soy, mi amor, lo que queda de un abrazo<br />El vaivén de tibias manos en la cuna<br />Ese gozo que cabe en tu regazo<br />Cuando un niño está rezándole a la luna.<br />Soy un hombre feliz porque te amo<br />Porque espero que tu entraña se entreabra<br />E ir sembrando, quedamente, tramo a tramo<br />Tanto amor recriado en mi palabra<br />No me mueve más la risa que el lamento<br />Ni a ti la multitud. Una cuadrilla<br />Te es bastante, te sobra, te da aliento<br />Soy la sombra, tú la luz, eres Sevilla<br /><br /></div><br />EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, EXCELENTÍSIMO SEÑOR ALCALDE, EXCELENTÍSIMAS E ILUSTRÍSIMAS ATORIDADES, ILUSTRÍSIMO SEÑOR PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO GENERAL DEHERMANDADES Y COFRADÍAS, SEÑORAS Y SEÑORES, SEVILLANOS, COFRADES Y AMIGOS TODOS.<br /><br /><br />Debo comenzar por devolverle a mi presentador, Don Juan Ortega, el mismo afecto y cariño que ha volcado en sus palabras. Gracias querido Juan. Eres un señor y honras este atril como honras la política con tu presencia.<br /><br />Hoy que faltan pocos días para que comience la melancolía, me asomo a este balcón de madera a contaros lo que vosotros sabéis mejor que yo. ¡Qué osadía!. No habrán caído unas lunas cuando ya la luz del mediodía cachee las túnicas de los primeros nazarenos. La melancolía nace en el alma como una azalea y resguarda sus disimulos en un repliegue del corazón. Empieza a tender trampas al verso y acaba por abrazarnos como un castigo inevitable.<br /><br />Habiendo cerrado ya las puertas de la Cuaresma, el sol empieza a escribir en las azoteas sus lecciones de Primavera. Hoy, asomado a la cancela de esta Primavera que se me antoja una princesa caminando de puntillas, os llamo a lo mismo, a la costumbre; os llamo al plateado dolor de Pasión, al encaje del pañuelo de Caridad, a la sevillanía insobornable de Las Cigarreras, al atronador silencio pálido del Calvario, al dolor gótico del Santo Entierro, a la silente Misericordia de Santa Cruz, a la muerte inacabada en San Julián, al angustiado compás de los Gitanos...<br /><br />En poco más de seis días, el tiempo empezará a ser descontable, justo cuando se eche a la calle esa vista aérea de Dios que es una cofradía. La Alfalfa de azulejo ha visto pasar a los que serán nazarenos a la búsqueda de un capirote nuevo, como si les hiciera andar aquél sonámbulo discurrir de la infancia; los comercios de cinta métrica y cartón han visto aglomerarse a sus puertas la paciencia de la espera; la Alcaicería nunca ha sido tan transitada por almas con papeleta de sitio; hasta el nazareno del Siglo Sevillano parece haber vuelto a contar los días en su esquina de Alvarez Quintero. Empieza ya a saber a incienso la palabra, se empiezan a soñar capirotes en bandada sobre la penumbra de las calles, se oyen tambores a lo lejos, se quitan los dedos su pátina de ceniza y cruza las esquinas la sombra de una parihuela.<br /><br />En poco más de seis días, el nazareno volverá a su vértigo de soledad, a su encierro de tela, a su sueño de ojos entreabiertos. El nazareno es un llanto de lucero que expurga penas de cera y penitencias de asfalto. Igual que vuelve el paisaje con su delantal de flores, vuelve el nazareno a abrir senderos hacia el llanto definitivo.<br /><br />Y marcharemos a la Gloria, por un camino de cera. Y volveremos a ser niños asombrados ante la Majestad de un Dios que ha bajado a vernos otra vez, al igual que en aquellos años llenos de aroma de vida recién estrenada, mucho antes de ese día en que parten de verdad los barcos de juguete.<br /><br />Os llamo a la Gloria, a la Gloria, sevillanos, a la Gloria de una semana que cuenta el tiempo al revés.<br /><br /><div style="text-align: center;">A la Gloria, sevillanos, a la Gloria<br />Con un sol entre las manos<br />Y a lomos de un borriquillo<br />Por el Domingo de Ramos<br />Viene Dios hecho un chiquillo<br />A la Gloria, sevillanos<br />Que salen y entran dos veces<br />Los suspiros que se elevan<br />Cuando se vence y florece<br />La piedra de San Esteban<br />A la Gloria, a la Gloria<br />Suspiros de mi Sevilla<br />Dad forma a esa canastilla<br />del Arenal hasta el cielo<br />Dos ladrones y un Mesías<br />Lleva mi Carretería<br />Entre azul de terciopelo<br />A la Gloria, sevillanos<br />Que Caifás se da de bruces<br />Con su barrio y con las luces<br />De San Gonzalo y su alarde<br />Viene Jesús jadeante<br />Que se ha llevado toda la tarde<br />Con la izquierda por delante<br />A la Gloria, a la Gloria, Sevillanos<br />A la altura de Rocío detenida<br />Por la voz del capataz en desafío<br />De Rocío hasta la voz no habrá medida<br />De la voz hasta Rocío solo hay Rocío<br />A la Gloria, sevillanos<br />Que un simple beso le nombra<br />Y un Prendimiento se encarta<br />Cuando a Jesús le da sombra<br />Un olivo en San Andrés.<br />A la vera, en Santa Marta<br />Larga sombra da un ciprés<br />A la Gloria, sevillanos<br />Que va la Gloria rendida<br />Que va Dios ¿no lo estáis viendo?<br />En una sola caída<br />Y está tres veces cayendo<br />A la Gloria, sevillanos<br />Si se ha caído a tus pies<br />Tres veces, y se arrodilla<br />¡coge sus brazos, Sevilla!<br />Y levántalo otras tres<br />A la Gloria, sevillanos<br />No será Semana Santa<br />Si va ese Dios andaluz<br />Bajo el peso de la cruz<br />Y tu amor no lo levanta<br />A la Gloria, sevillanos<br />¡que no sé como no lloro!<br />Al verte cruzar a oscuras<br />Tu calle de la amargura<br />Señor de San Isidoro<br />A la Gloria de cien hombres altaneros<br />La Centuria deja un barrio conmovido<br />Y enhebrando un laberinto de senderos<br />Resucita una Sentencia del olvido<br />Y desparrama estelas de luceros<br />A la Gloria, pues, Sevilla, a la Gloria<br />A la lágrima sin fin ni escapatoria<br />A la fe que cada vértigo proclama<br />Mientras Dios va derramándose en el día<br />Y la tarde en jilgueros se derrama<br />A la Gloria hecha toda cofradía<br />A la Gloria, a la Gloria<br />Y a Maria<br /><br /></div><br />Y a El Salvador iremos a ver a Dios. A tratarle de tú.<br /><br />Eres, Señor de Pasión, la última esperanza de quienes han llenado su vida de sueños fugitivos. Están ahí, a la vuelta de la esquina, viven en esos sitios en los que la realidad está en guerra con los pájaros. Para ellos Dios es poco más que una mano con dedos nudosos. Son, Señor, esos hijos tuyos desechables y miserables a los que ojos egoístas recriminan la existencia desde cualquier ventana. Son paridos día a día a la intemperie, fantasmas de países desangrados que jamás son invitados a la gran fiesta de la humanidad. No van a verte. Suele ser gente de pocas cosas y mal explicadas. Hay tipos a los que comulgar les da acidez. A otros les duelen los dientes al rezar.<br /><br />Pero son hijos también de tu Pasión, de esa palabra tuya que habla de amor. Pero ¿qué mayor amor hay hoy que la justicia? ¿Dónde está, Señor, la justicia que esperan los que mueren por llegar al norte, los ahogados de cansancio, los que no tienen ni padre, ni madre, ni patria, ni casa, ni silla para sentarse, los que no tienen familia, los que no tienen ni tumba?. Si levantamos la piel al mar, veremos a muchos de ellos allá abajo. Cuando la soledad se queda a vivir de madrugada en los semáforos, cuando se hace el silencio en el rostro demudado del miedo, cuando los fantasmas siguen el releje que les lleva a donde no hay ciudad, cuando los puños robustos de la pena apalean a los indefensos, es cuando más necesario eres.<br /><br />E iremos a San Lorenzo, a ver a Nuestro Señor, para llevarle allá donde mueren los que no son capaces, al frío mundo de los indolentes, a las fronteras que no cruzamos por temor a encontrarnos con la verdad reseca de los que no tienen nada. Señor del Gran Poder, hay que tomar tu palabra y hacerla social y cotidiana, traducirla a los hechos de este siglo que empieza y que, como los anteriores, amenaza con dejar almas violadas en los cementerios. Mientras alguien mire al pan con envidia, el trigo no podrá dormir, oí decir.<br /><br />A los católicos nos sienta bien la caridad. Pero como cristianos, convendría que buscáramos justicia, que no es lo mismo, aunque tenga mucho que ver. En el fondo, a los católicos nos convendría ser un poco más cristianos de lo que somos. Pero ese es otro debate.<br /><br />En estos tiempos que tanto se parecen a una fiesta de cuervos, mi pregunta, esa que lleva persiguiéndome tantos años, no deja de ser una forma de súplica. Tú eres, Señor, el último flotador de un barco que nunca acaba de hundirse. Danos la Fe, que cuando un hombre tiene Fe, nunca está solo. Y ayúdanos a quitarnos tanto Judas de encima, tanto visitante de la muerte, tanto odio sobre Sevilla, tanta fiereza de pistolas negras sobre su gente, tanta navaja afilada por sabinos enloquecidos y calentada al fuego de las hogueras por acólitos de no sé qué independencia.<br /><br />Porque asombra, Señor, que, vistas las cosas, después de dos mil años, en ciertos lugares siguen vitoreando a Barrabás, al que salvan de cualquier castigo y al que entronizan como héroe popular. Por cada Barrabás que coronan, aquí muere un cristiano. Y tanta muerte harta de tal manera que la ira se apodera de nosotros y nos conduce a donde no queremos ir. Quinientos judas sevillanos han preferido a Barrabás y cuando eso ocurre en una tierra hastiada de poner la otra mejilla, uno se pregunta si hay que dejarse llevar por la furia o hay que seguir manejando inútilmente la templanza y la espera de tiempos mejores. Yo no lo sé, pero me malicio que quienes tienen que saberlo, tampoco lo saben. Entretanto, vamos conociendo la cara negra de la muerte, ese saurio esquelético que tiende su red pegajosa y blanda, que llega a ti vestida de frío como un luto anticipado y seguimos rindiendo honor a la memoria de los inolvidables Alberto y Ascen, o a la del recientemente muerto Antonio Muñoz Cariñanos, por no citar a aquellos que han tenido que dejar su tierra, su casa, su gente, amenazados por las balas y el odio inexplicable, o a aquellos que le hemos devuelto el saludo a la muerte.<br /><br />Hace pocos días, envuelto por el aire franciscano de San Antonio de Padua, frente al Señor del Buen Fin, oí hablar de paz. Y sumé mi voz al eco de San Francisco de Asís cuando pedía paz para los hombres, para los pájaros, para todas las cosas. Paz. Pido también paz para la hermana luna, para el hermano sol, para la Tierra. Pero también pido paz para Sevilla, paz para los hijos de Sevilla, paz para los vivos y los muertos, paz para los amenazados, paz para nosotros. Paz, paz, paz y solo paz. ¡Dejadnos en paz!.<br /><br />Señor, en tu inmenso Gran Poder, tal vez tu mano esté hastiada de encalar el firmamento, pero nosotros, Señor, somos el único error que nos podemos permitir, y nuestra estatura crece en el desastre. Los que aquí estamos, hijos de alguna resaca de plegarias, conocemos demasiado bien nuestras cicatrices. Toda primavera, Señor de Sevilla, cuenta con sembrados que fracasan, la luna tiene pedregales y el aljibe presuroso de las aguas de mayo acumula estiércol y gañanía. Lo sabemos. Pero el hombre merece un salario de esperanzas. Aquí tienes nuestras manos, vueltas sus palmas hacia el cielo, mustias como campanarios abandonados, tremulantes, como mis palabras suplicantes al aire de San Lorenzo, temiendo contagiar la penumbra o la pesadumbre. Mis manos y estas manos son las manos de tus hijos. Son las manos de los que mueren. No las de los que matan. Son manos pacientes. Manos de sangre sevillana. Danos, Señor del Gran Poder, el soplo de esperanza que deja en el viento tu andar cansino hacia el Calvario.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Ten mi llanto sujeto y altanero<br />y el despertar sereno de mi aurora<br />mi mano temblorosa y ten ahora<br />Este amor desmedido y pregonero<br />Y de mi boca el rezo del sosiego<br />de mi ayer, porvenir de mis regresos<br />de mis labios, perfil de algunos besos<br />Y ten mi devoción por si la quieres luego<br />Cruzo y recruzo, amor, para ir contigo<br />Con este soplo de Fe y de amanecer<br />Ve la sangre de mis labios cuando digo<br />¡Salva siempre a Sevilla, Señor del Gran Poder!<br /><br /><br /></div>Pero, ¿por qué caminan los Cristos en Sevilla?.<br /><br />Cuánto de innatural y extraño se esconde en el lento avance de un Crucificado que recorre nuestras calles con el paso firme y verdadero, pero a la vez dulce y lleno de consuelo, de un hombre que agoniza sobre una Cruz.<br /><br />Estaréis de acuerdo con este pregonero en que cada paso de Cristo en la Cruz que camina por Sevilla es mucho más que un altar de madera con una dramática estampa de Jesús.<br /><br />Lo sabéis, lo sabemos todos, que se trata de Dios, el mismo Dios hecho hombre caminando ante nuestros ojos en una imagen repetida desde niños. ¿Qué otra cosa sino a Dios acertáis a ver, decidme, cuando contempláis al Cristo del Amor alejarse Cuna abajo en una anochecida de primavera mientras el eco de la esquila de una espadaña resuena por las amorosas azoteas de vuestra infancia?<br /><br />Decidme si no es a Dios a quien veis cuando el Cristo de las Almas, el de la Fundación, el de La Veracruz, el de la Conversión, el de las Siete Palabras, el de la Exaltación o el de la Sed derraman en el dulce atardecer del Centro su letanía de pasos contados bajo un cielo de vencejos que ponen música al silencio triste de Jesús crucificado.<br /><br />Y por más que miremos bajo un paso de Cristo y sepamos de la presencia de los sufridos costaleros, a nosotros no nos engañamos. En un Crucificado de Sevilla vemos caminar a un hombre al que llaman Jesús en la Cruz de su Buena Muerte, en la señorial oscuridad de San Gregorio con los Estudiantes o en la mansedumbre inerte del de la Hiniesta a la misma hora subiendo Placentines.<br /><br />Ahí va Dios, lo podéis ver, atravesado de un dolor vertical que apunta al Cielo y de otro horizontal que democratiza su agonía y la convierte en un asunto íntimo y de todos a un tiempo.<br />Por qué caminas, Señor, si agonizas en la Cruz? ¿Adónde llevas tus músculos deshechos por el sufrimiento? ¿Por qué vienes hacia nosotros Santísimo Cristo de la Salud, de la Sagrada Expiración, de Burgos y del Calvario? ¿A qué moverte?<br /><br />Déjame que te acompañe. Quiero ver tu rostro más de cerca. Quiero poner mi mano y sentir la piel todavía tibia de tu cuerpo. Permíteme, Señor, que apoye mi frente a los pies de la Cruz. Quisiera sentir la última vibración de tu respiración cansada, arrancar tus clavos, besar tus heridas, apaciguar tu dolor, que es el nuestro, y seguir a tu lado mientras trato de descifrar todo el misterio de ese largo camino al Cielo... por la señal de la Santa Cruz.<br /><br />Esa forma tuya de morir.Expiras. Y mueres. Y no acabas de morir. Y en el Museo vives otra tarde en la muerte curvada de tu figura y en el Patrocinio vuelves a vivir para volver a morir.<br /><br /><div style="text-align: center;">Te veo venir de lejos<br />Y ya estoy viendo venir tu muerte<br />Me voy a tu encuentro<br />Pausadamente<br />Como tantos, absortos, perplejos.<br />Qué solo estás Cachorro,<br />con tanta gente<br />Qué solo en tu cortejo.<br />A quien estás llamando con los ojos<br />Si solamente un viento te acompaña<br />Que se da mucha más saña<br />En aventar tus despojos<br />Que en calmarte la agonía<br />Que está dejando vacía<br />Tu mirada de congojo.<br />Te veo venir desde lejos<br />Y no sé si son tus ojos<br />Los que están mirando al cielo<br />O es el cielo que es tan viejo<br />que le ha puesto a tu reflejo<br />una pena y un desvelo<br />Y si estás muerto<br />¿por qué te siento?<br />Si no vives,<br />¿quién me habla?<br />De quién son esas palabras<br />Que caídas de una cruz<br />Me cortan como un lamento<br />Con ese sagrado acento<br />De Jesucristo andaluz?<br />Eres Dios o eres madera?<br />Eres hombre, eres cualquiera?<br />O eres solo primavera<br />Que Triana a su manera<br />No ha dejado que muriera?<br />No lo sé<br />¡Si yo supiera!<br />Sabría que hacer con mi pena<br />Con tu agonía,<br />tu quebranto<br />Y con el duelo<br />Y la condena<br />De morirte siempre tanto<br />Sabría que no te me mueres<br />Que nunca mueres<br />Cachorro<br />Que esta entre mis menesteres<br />Seguirte<br />hasta donde eres<br />Cristo, mi Fe y mi socorro<br />Y entre tanto yo me asomo<br />A tu puente<br />y lo recorro<br />De la duda al abandono<br />Tu te estás muriendo a plomo<br />Cachorro de Dios, Cachorro<br /></div><br />Cristo agoniza en Sevilla con el lamento de hombre en los labios, como si supiera lo que está dejando atrás. El de Sevilla es un Dios cercano representado con majestad divina pero con semblante humano. Su rostro es el rostro de cualquiera de nosotros, que es lo que Dios quiere para su representación. Desde Jesucristo, Dios ya no es igual. Otras tradiciones tan lejanas como hermosas representan a un Dios inasumible, difuso, distante. Sevilla, en cambio, quiere que el cristiano vea a Dios como si se estuviera viendo a sí mismo.<br /><br />Poco podía imaginar Juan de Mesa la trascendencia de los giros de su gubia cuando daba forma al Señor de Sevilla en su inmenso poder y en su inmensa ternura. Siglos después, su aspecto apesadumbrado, humano y sencillo sigue conmocionando a los fieles que, sin ser místicos, le aman y, sin idolatrarle, le veneran. Cuando el sevillano se acerca a una imagen, a su imagen, lo hace como aquél que llega a casa de un familiar querido, con mezcla de veneración y proximidad, pues siendo Dios el poder, también es la ternura. Ese Dios que los diferentes artistas sevillanos nos han ido legando a través de los siglos ha sido Un Dios del que se muestra su Pasión en toda su crudeza, pero también con toda la mansedumbre que un personaje excepcional como Jesús exhibió a lo largo de su vida. Poder, pero Amor; Divinidad, pero humanidad; Dolor, pero serenidad. Y humildad, y paciencia, y clemencia, y salud, y desamparo, y abandono. Es la muerte, pero la Buena Muerte.<br /><br />Es el Dios de Juan de Mesa, el de Martínez Montañés, el de Ocampos, el de Roldán, el de Gijon. El Dios al que el sevillano reza simplemente contemplándolo. La contemplación piadosa, en Sevilla, es una forma de oración.<br /><br />Es el Dios al que Dubé de Luque representa en el Sagrado Decreto cuando decide darnos a su hijo. El Dios que entra triunfal, a horcajadas, en Jerusalén, a lomos de un simple borrico. El Dios que ora en su agonía en el huerto de Montesión; el Dios manso y humilde que solo dice "yo soy" cuando lo prenden en San Andrés; el Dios cautivo, erguido, dolido por su propia sangre en Santa Genoveva; el Dios que ante Anás soporta el manotazo saduceo y el que ante Caifás dice "yo soy el Mesías" mientras le mece la hombría de bien de San Gonzalo; el Dios vestido de blanco, como los locos, en silencio, pudiendo haber hablado ante el desprecio de Herodes; el Dios que Paco Buiza ata a la columna o el que, en la Anunciación, es coronado de espinas; el Dios que sufre escarnio en San Esteban y vierte lágrimas de cristal; el Dios que oye decir al pueblo ¡crucificadle! y que es presentado en San Benito; el Dios al que Castillo Lastrucci hace escuchar la Sentencia ante el desentendimiento de Pilatos; es ese Dios al que Sevilla siente más que suyo que nadie, ese gran Dios de los adentros, ese Dios mayúsculo de las pequeñas cosas, el mismo Dios al que entregan la luz en el Porvenir y al que amortajan entre dieciocho ciriales en el Convento de la Paz.<br /><br />Ese Dios que hace que toda Sevilla sea una nueva Cirene y que todo sevillano quiera ser Simón, subir al gólgota y llevar su cruz, aliviarle del peso de la muerte, lavar su rostro con el tibio paño de unas lágrimas y sustentar con el robusto paso de su Fe cada una de las tres caídas que le esperan más allá de la calle Pureza, o de San Isidoro, o de San Vicente. Cae Dios tres veces y otras tantas le levanta Sevilla. Pierde Dios sus vestiduras y Sevilla le arropa desde Molviedro.<br /><br />Ora Dios sus penas en San Jacinto y Sevilla le acompaña en su inmensa soledad. Muere el Dios de Ortega Brú en Santa Marta y toda Sevilla le traslada al Sepulcro. Sevilla es Nicodemo, y José de Arimatea ante la Quinta Angustia de su madre, María Santísima. Y Sevilla es quien resucita con él cuando con la Aurora primera del domingo recibe a un Dios victorioso sobre la muerte y el descreimiento.<br /><br />Es Sevilla, Señor, Sevilla, quien te tiene y te mantiene, Sevilla quien muere contigo y contigo mira al cielo en la hora nona, Sevilla quien sangra tu sangre y se corona de espinas, Sevilla quien siente en sus pulsos el hierro de tres clavos, quien tiene sed, quien se siente abandonada, quien bebe el último vinagre y quien recibe la lanzada en San Martín. Es Sevilla, Señor, que no quiere que nada tuyo le sea ajeno, que resucita contigo, que se echa a la calle a verte, a llorarte, a rezarte. Sevilla, que sufre y canta, que goza y llora. Que te espera en cada esquina, que va en tu busca siete días y que siete días te saca a cuerpo. Mira a tus hijos, Señor, porque en pocos lugares podrás ver una prolongación de Ti de la misma manera que en esta casa tuya en la que sigues reinando, por los siglos de los siglos, amén.<br /><br />Y se hará el silencio en Sevilla. Y se escuchará crepitar el ruán, y arder la cera, y acariciarse el asfalto. La calle será una bóveda y la noche una selva muda y se podrá escuchar la memoria de cada uno. Volveremos a soñar porque volveremos a callar. Y sólo hablará Jesús Nazareno con el griterío celestial de su mirada.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Largo silencio de plata<br />cruza unos labios callado<br />por una muerte inmediata<br />con un habito morado<br />Qué está pasando, qué suena?,<br />Que aun siendo noche temprana<br />Hay un silencio que truena<br />Mas allá de La Campana?<br />No sabéis?<br />Un hombre va hacia el martirio<br />Víctima de extraña ley<br />Lo veréis<br />va sobre un lecho de lirios<br />y lleva Cruz de Carey<br />Es un pobre Galileo<br />Que apenas nadie había visto<br />Antes de que fuera reo<br />Y al que llaman... Jesucristo<br />Fijaos bien en esos ojos<br />Su mirada es un volcán<br />Arropada por manojos<br />De suspiros de ruán<br />No va solo hasta el Calvario<br />Frente por frente a su faz<br />En Jerusalén tiene a un sicario<br />Y en Sevilla a un capataz<br />Y le acompaña también<br />Y hasta le mece, y le arrulla<br />la turba en Jerusalén<br />Y aquí en Sevilla una bulla<br />Cuatro faroles de plata<br />Dan luz desde cada esquina<br />A esa larga caminata<br />De una Cruz por Palestina<br />Así llega a calle Cuna<br />humilde, como salió<br />Poco después de la una<br />Cuando Sevilla calló<br />Vuelve de nuevo a su templo<br />Entre el silencio feroz<br />Del que Sevilla da ejemplo:<br />Hablar sin dar ni una voz.<br />En tus ojos penitentes<br />Brilla una luz de centeno.<br />Sevilla, devotamente<br />Ve pasar mi Nazareno<br /></div><br />Una luz me sobreviene cada martes, cuando tú, Señora de San Nicolás, te conviertes en un velero de amor que navega sobre un mar de cabezas.<br /><br />Cuando te asomas a encontrarte con esas hebras de sol de media tarde son muchos los corazones que te esperan y que parecen querer huir del pecho. Te esperan pupilas llenas de cal y un cielo de zafiro por el que revolotean bruscamente, como un tijeretazo sobre el agua, un puñado de aves de primavera. Sales, Candelaria, con la luz y con la luz vuelves porque la luz eres tú. Voy a tu vera, Señora, como todos estos años. Estamos aquí todos aquellos que construimos altares distintos día a día y que nos prestamos al baile melancólico de tu ausencia. Aquí estamos, Candelaria, peleando contra la insolencia del olvido y esperando tomar nota de las enseñanzas de tu hijo, aquél que llenó de Dios el pan.<br /><br />Hemos esperado un año entero, largo año como un bostezo de gato, para que el aire de tu ternura se meta por nuestras venas como un río silencioso e imparable. Han sido, Madre, días de pétalos y úlceras, bien lo sabes. Pero un paréntesis parece abrirse cuando el último sol del Martes Santo y tú os encontráis a esa hora en la que se trazan luces largas sobre la alfombra de asfalto de tu barrio. Parece encapotarse de palios el cielo de primavera mientras que a la calle le brotan capirotes blancos de dos en dos entre arrullos de gorriones y carcajadas de palomas. Una voz te lleva mecida y una cuadrilla de corazones palpita en tu madera. Vas derramando Gracia como quien siembra ese trigo que se peina con los vientos de poniente.<br /><br />De nuevo hemos vencido al tiempo. De nuevo el nazareno, sorteando el pellizco de la soledad, cuenta los años que han pasado desde que alguien le puso sobre los hombros la dulce carga del amor.<br /><br />Que aunque no quisiera verla, dejo que me lleve el viento, y el viento siempre me lleva a donde vive ella.<br /><br />A esa plaza del querer donde pasan los años sin que nadie los cuente, donde la vida parece una paseo de la niñez, donde los corazones abren sus cancelas de sangre, donde cabe la soledad entre la muchedumbre, donde el llanto es un río interior irremediable, donde el sol se pulveriza y derrama gotas de brillo.<br /><br />Un kilómetro cero de la Semana Santa de Sevilla, la Alfalfa, un nudo de ese manojo de cables tendidos al aire que son los itinerarios de las cofradías, está ahí, como lo está el Postigo, como el Altozano. La Alfalfa, plaza de la Sevilla que se resiste a marchar, donde conviven coches y caracoles, panes y jabones, persianas y anteojos, es plaza que ve pasar al hijo de Dios camino del Calvario, o lo ve venir muerto, o agonizante, en compañía de la Magdalena, o presentado al pueblo por Pilatos, o en su Cena postrera o llorando entre sayones. Plaza de saetas, de cuando los señores aún no usaban relojes de pulsera, de adolescentes, aparcacoches y señoritos, de jaulas de domingo, de capirotes de cuaresma. Plaza llena de esos tipos cuyo carraspeo es un recitado o de esos otros que creen que un hogar solo es un sitio del que se puede salir sin fianza.<br /><br />Deja la Candelaria su Alfalfa y cree que ya ha salido de la provincia. Y llega a sus jardines y es ya un fuego presentido, un manotazo sordo sobre un corazón acolchado. Y parecen volver los silencios imposibles, los fotógrafos minuteros de antaño, los antiguos soldados de la guarnición arrimados a las niñeras, el merendero del domingo, el cine de verano y los tenderetes de chumbos con tallitas de La Rambla para el agua fresca. Los Jardines. Y la noche que ya viste su camisón de Miércoles. Y los ojos de los niños como dos pellizcos de cena pocha en la que anidan los pájaros del sueño.<br /><br />Veo a lo lejos, con la satisfacción de la melancolía cumplida, a mi Cristo de la Salud virar hacia casa recogiendo las miradas desparramadas de los buscadores de perlas. Y la callé San José parece, entonces, el largo pasillo de la casa de mi infancia. Y el Templo, a lo lejos, parece el regazo de mi madre esperándome de anochecida con su particular acopio de madrugadas atadas a la memoria. Quisiera tardar, pero me empuja el acordeón presuroso de la hora. ¿No puedes recrearte, Capataz, para que yo llegue más tarde? ¿No puedes doblarle la mano al minutero?.<br /><br />Arría el Paso. Mécelo luego, interminablemente, hasta que el dolor de María se transforme en un dulce sueño de recogida. Deja que se consuma lentamente la candelería en imposibles lágrimas. No te la lleves capataz. Déjamela a mí. Déjame que me la lleve otra vez a hombros de la ternura. Ella se merece su barrio, la capilla de la calle, el templo acogedor de una noche de abril. Deja que me la lleve a la Gloria, capataz, a la Gloria.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;">Pongamos que esta noche te hago un trato<br />Tú pones Candelaria esa tu gracia<br />Yo si acaso pondré toda la audacia<br />De llamar a llorarte en arrebato<br />Una blanca pasión escribe lenta<br />Por esta hermosa noche de sereno<br />En la que yo hurgo en el amor ajeno<br />Y alcanzo corazones en tormenta<br />Amor en la mirada, ese amor ciego<br />Amor en la razón y en la locura<br />Alivio entre la pena y la amargura<br />Consuelo de mi voz y de mi ruego<br />La luz de un mundo hosco y sin camino<br />Referencia de brillo en la tiniebla<br />Norte de claridad entre la niebla<br />Candelaria alumbrando mi destino<br />Yo soy gozo, tú mirada dolorosa<br />Vivo libre aunque parezca maniatado<br />Y sobrevuelo el tránsito cansado<br />Que une las acacias entre rosas<br />Ve clavadas las astillas del fracaso<br />En la triste soledad de tanta gente<br />una lágrima vidriosa, impunemente<br />Va camino a los labios del ocaso<br />La quietud dolorosa, sorda y ciega<br />Solo tiene salida en la tristeza<br />El perfil de tu beso, tu belleza<br />Y el dispendio de luz en la refriega<br />Entregarse al amor y a tu plegaria<br />Es igual que entregarse sin medida<br />Es regalarte un alma arrepentida<br />Y cobrar con tu luz indumentaria<br />Es lágrima sin pena y sin horario<br />Una luz vigorosa y solitaria<br />Una voz, un jardín, un escenario<br />Una madre de Dios, la Candelaria<br /><br /></div>Un hombre de planta gallarda y de aspecto moreno porta una Cruz y camina por Sevilla. Es un gitano. Le acompaña el pueblo, un remolino acompasado y pasional que le abriga hasta su última revirá, una cuadrilla de hombres valientes, un capataz con voz arenosa y una Madre de Dios que solo olvida sus Angustias si Alberto Gallardo es quien la mece y le habla desde el amor de su recia voz de mando. Así desde 1759.<br /><br />La voz sincera del celador que pedía la venia había olvidado las palabras de ceremonia:<br /><br />.- La Real y Fervorosa... no; la Hermandad pide al Consejo... no; ha llegado en Estación de Penitencia la Archicofradía... no, tampoco. En fin, "que los Gitanos quieren pasar".<br /><br />Y cuando pasan ellos, ya nada es igual. Detrás de Nuestro Señor de la Salud, ese viento de componente sur que derriba voluntades, nos queda un fuego en el sueño, invadiéndolo todo. Y año tras año, emocionándome con su larga, sobria y sincera chicotá por La Campana, vuelvo a reflexionar acerca de cómo la historia de la Hermandad va indisolublemente unida a la del pueblo gitano. Los gitanos han errado por la ciudad en busca de su sede definitiva. ¡De cuantos sitios no se han tenido que ir!. Nacieron en Triana, en 1753, y ya del Convento del Espíritu Santo se tuvieron que ir al volver allí las Tres Caídas. Siguieron en el Templo agustino de Nuestra Señora del Pópulo, desde donde ya realizaron estación de penitencia a la Catedral. Y siguieron errando a San Nicolás, a San Esteban, a San Román, Santa Catalina. Como buenos gitanos se van de allá donde no les quieren, y de San Román tuvieron que marchar también. No hay pereza para emprender el camino. Y no hay pereza para emprender una obra que habrá de asombrar a Sevilla.<br /><br />Los Gitanos, ellos y quienes quieren a esa Hermandad –gracias, Cayetana--, levantaron las paredes derruidas de un Templo con el que nadie sabía qué hacer. Ellos lo supieron, lo hicieron. Trabajaron, arriesgaron, expusieron... y ahí está: la Hermandad errante tiene su casa de la que nadie habrá de venir a echarlos.<br /><br />Que tome nota la ciudad, que le conviene. Gracias en nombre de Sevilla, Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad Sacramental, Animas Benditas y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada.<br /><br />En el segundo pliegue de una cartera, bajo un plástico rayado el sevillano lleva a una Virgen. O la guarda en su mesita de noche, donde pasan los sueños el purgatorio, o la cuelga en la pared de su recibidor. O transita las hojas de su agenda. El sevillano lleva una virgen en la guantera de su carro o en el anverso del parasol. Retratada en una vieja estampa, el sevillano lleva su pequeño corazón mariano como el que lleva la foto de una madre, de una hija o de un secreto amor. Vírgenes mocitas nacidas de las manos virtuosas que van del taller de Roldán a los de Luis Alvarez Duarte o Juan Manuel Miñarro.<br /><br />Vírgenes de Sevilla. Tan hermosas. Sueños de cabecera. Mujeres y niñas que os mecéis al vaivén dorado de una secreta esperanza.<br /><br /><div style="text-align: center;">Una Gracia por San Roque<br />Soledad por San Lorenzo<br />Una Victoria en el puente<br />Y una Esperanza al comienzo<br />De una noche de relente<br />Trinidad por la Campana<br />Una Regla en San Andrés<br />Soledad, Buenaventura<br />Hay una Aurora temprana<br />Una Virgen tiene Sed<br />Porvenir, Paz y ventura<br />Y otra que yo bien lo sé<br />Candelaria en San José<br />Una Gracia y un Amparo<br />Un Dulce Nombre de Dios<br />San Esteban, Desamparo<br />Que esa madre dice adiós<br />A una Urna y un Decreto<br />Y en San Isidoro, Loreto.<br />Hiniesta de San Julián<br />Misericordia, Dolores<br />Cada cruz lleva su muerte<br />La una santa y de ruán<br />La otra lenta entre estertores<br />Mi Salud por San Gonzalo<br />Dolores en los Servitas<br />En el Baratillo, Piedad<br />Y en su capilla un regalo<br />Para las almas benditas<br />Vestida de Caridad<br />Amargura en tu semblante<br />Lirios para Concepción<br />San Benito, Encarnación.<br />Lágrimas que caen punzantes<br />De tus ojos a tu talle<br />Clavado en un crucifijo<br />A María Santísima del Valle<br />Se le está muriendo un hijo.<br />Guadalupe por sus aguas<br />Patrocinio sobre el río<br />Una niña en Calle Parras<br />Y el suave bombardeo<br />Del llanto de escalofrío<br />De Las Aguas del Museo.<br />Pasa María de La Palma<br />Pasa Merced de Pasión<br />Lágrimas de Exaltación<br />Rezo de mansa calma<br />de Rosario en Montesión<br />Y Refugio en San Bernardo<br />Presentación, Magdalena<br />Y un sorbo del pozo amargo<br />De quien muere por condena<br />Y por ella se enajena<br />Sevilla hoy te acompaña<br />Hasta el monte del calvario<br />Pisando sangre y arena<br />que el hijo de tus entrañas<br />rodeado de falsarios<br />Va a la muerte, Macarena<br /></div><br />Es muy común entre aquellos que acuden a Sevilla a deleitarse el espíritu contemplando la SS, una cierta desorientación cuando de identificar Vírgenes bajo Palio se trata. Lo cual es, por otra parte, perfectamente lógico. Muchos se esfuerzan en diferenciar matices o detalles claros que identifican a una u otra imagen, pero también los hay quienes, a la tercera cofradía, ya suelen preguntarte, así haya un poco de confianza, si de veras importa mucho que una sea de aquí o de allí si luego son todas iguales. En ese momento empieza ese repetido pasaje en el que un sevillano se ve obligado a explicar lo obvio una vez más. Es cuando se explica, en menor o mayor medida --y según lo harto que se esté de andar de guía turístico--, que la Virgen es una, que varias son sus advocaciones y que ellas se distinguen por todo lo que llevan detrás y por detalles nimios que son, en realidad, un mundo. Un pequeño distingo en la posición de las manos o en la inclinación de la cabeza es una fuente inagotable de matices. Por no decir aquellos elementos que, siendo los mismos, varían en apariencia y consistencia, desde la corona al manípulo y de la mantilla de blonda a la toca de sobremanto. Por no seguir hablando de los mantos y las sayas, que son más evidentes.<br /><br />Aunque siempre está el que no acaba de entenderlo porque no sabe bien a lo que venía y nos ha tocado a nosotros en suerte. Sin ir más lejos a mí me correspondió en mi lote el pasado año a un divertido norteño que se sorprendió muchísimo el Lunes Santo de que no volvieran a Salir todas las imágenes del Domingo de Ramos ya que creía que los pasos eran los mismos todos los días de la semana. Hube de advertirle que no sería de buen gusto que una Hermandad le dejara a otra a su Virgen como si fuera un futbolista cedido para jugar amistosos. Lo entendió, claro. Tanto que a la altura del Miércoles estaba entusiasmado y daba vivas a Sevilla y a los sevillanos por tan hermosa manifestación popular.<br /><br />El problema vino cuando llegó el Jueves y después la Madrugá y observó que buena parte de los pasos no llevaban música. Por mucho que le expliqué que la severidad del día aconsejaba que determinados misterios anduvieran entre un respetuoso silencio, no hubo manera de convencerle de que el Calvario, por ejemplo, no transcurriría mejor con la marcha de Campanilleros como él sugería. Así y todo, marchó entusiasmado.<br /><br />Otra íntima y querida amiga que se estrenaba en Semana Santa preguntó cuanto costaría conseguir la concesión de un servicio de catering con camareros en los palcos y con servicio de almacenaje debajo de estos. Catalana ella, me decía con su enternecedor acento: "siempre se podría sacar algo".<br /><br />En Sevilla no acabamos de ponernos de acuerdo acerca de la conveniencia de atraer a forasteros a nuestra Semana Mayor. Hay quien piensa que mejor y con más sitio estaríamos solos y hay quien cree que siempre enriquece conocer y que te conozcan. Yo tengo cosas de ambos bandos.<br /><br />Pero como les decía, entre aquellos que vienen a vernos en Semana Santa, están muchos sinceros amantes de Sevilla que siempre son bienvenidos. Entre ese grupo podría estar mi compadre Alvarito, de quien me voy a permitir la licencia de contar una breve historia. Andaba este hombre debatiéndose entre un par de dramas, hace de esto muchos años, de los que no acababa de salir y que le estaban costando el carácter. Supe de su estado y le invité, una vez más, a conocer la SS, como ya había hecho otras veces aunque sin éxito. Esta vez aceptó y ya no me dijo lo de todos los años:<br /><br />--que quieres que te diga, a mí la religión y las vírgenes no me convencen ni me dicen nada.<br /><br />Sencillamente tomó un avión desde Barcelona y vino a caer en mis territorios un miércoles de atardecida. Quiso la casualidad que en ese momento estuviera revirando muy cerca de mi casa la impresionante canastilla del Cristo de la Salud de San Bernardo, el cual pareció abalanzarse sobre mi amigo con el imponente realismo de su rostro recostado y la Fe desbordante de su gente. Aquél primer impacto causó su primera mueca de emoción, pero esta ya se desbordó hasta el llanto, como una auténtica Magdalena, cuando vivió en primera fila el impresionante derroche de fuerza y amor que se gasta la gente de la Lanzada en subir la cuesta del Bacalao.<br /><br />Cuando empezó la banda a interpretar La Saeta de Serrat, en arreglo de Guillermo Fdz Ríos, ya no pudo más, se rindió de rodillas ante lo que estaba viendo y su llanto se transformó en auténtico jadeo. Yo, conocedor de su pasado, solo fui capaz de decirle:<br /><br />.- Si estás a disgusto, dímelo, hijo mío, que nos vamos a otro sitio.<br /><br />Ni que decir tiene que este hombre siguió viniendo año tras año hasta nuestros días, dándose la circunstancia de que al segundo o tercer año de pasar una Semana Santa de auténtico "jartible", viendo llegar un paso de una cofradía de barrio conocido por sus andares vistosos y su irresistible personalidad, observé que mostraba signos de disgusto en su expresión y que, levemente, decía que no con la cabeza mientras entornaba displicentemente los párpados. Me extrañó esa reacción pues sé que era de sus cofradías recientemente favoritas y le pregunté por lo que ocurría. ¿Quieren ustedes creer lo que me contestó?. Me señaló al Paso y entre circunspecto e indignado me dijo:<br /><br />.- Vaya como viene botando ese patero derecho.<br /><br />Pero dijo más, mientras yo enmudecía comprobando que tenía razón:<br /><br />.- O cuidamos nuestras cosas o acabamos con esto en cuatro días.<br /><br />Es decir, me estaba riñendo. Yo me santigüé y volví mi vista a la Virgen.<br /><br />Pero de todos los casos paradigmáticos del irresistible imán de Sevilla yo me permitiría citarles el de quién hoy es mi esposa y madre de dos sevillanos que ya se han estrenado en los trámites nazarenos. Por si no lo saben, mi mujer es de origen navarro. Cuando yo le hablaba, recién ella llegada, además, de muchos años de residencia en la América Hispana, me preguntaba a mí mismo hasta qué punto estaba yo dispuesto a sacrificar mi Semana Santa en el caso de que llegaramos a más y a aquella muchacha no le entrara la Pasión por nuestras tradiciones, que, de hecho, es algo que a veces pasa.<br /><br />De modo que aquél primer año en el que ella se llegó a Sevilla por Domingo de Ramos, les aseguro que procuré que disfrutara de la Semana Santa más excepcional que ser humano alguno haya conocido. Hablé con los capataces amigos para que le dedicaran las chicotás más emocionantes, diciéndoles si era necesario que se trataba de una pobre muchacha enferma que no acababa de recuperarse, alguno hubo que la miró, me miró a mí y me dijo "¿de recuperarse de qué, miarma?".<br /><br />Le hice ver los misterios desde los mejores balcones, escuchar a saeteros emocionantes uno por cada lado, asistir desde rincones privilegiados a los momentos más enternecedores, presenciar desde su capilla la salida de algunos pasos y la recogida de otros... en fin, pasar una Semana que muchos sevillanos tal vez no conozcan. La cosa funcionó ya que desde aquel año se ha convertido en una sabia y prudente cofrade. Aunque el momento en el que comprobé que la Semana Santa había entrado en sus venas de forma irremediable ocurrió al cabo de tan solo un par de años, cuando, ya yo tranquilo sabiendo que no me iba a proponer que nos fuéramos a Benidorm o a Matalascañas, estábamos asistiendo en el balcón de un amigo al paso de una de las cofradías de su preferencia. Ella, aunque no se lo crean, estaba escuchando las transmisiones radiofónicas que Fran, Juanmi, Luis, Víctor, Araceli o Charo bordan en Canal Sur Radio y, en un momento determinado, hizo un gesto de manifiesto desacuerdo y enfado, ese al que me refería antes y que consiste en decir muchas veces que no con la cabeza. Cuando me interesé por lo que pasaba, temiéndome algo malo, ella, parsimoniosamente, se retiró un auricular de su oído y me espetó:<br /><br />.- ¿Que qué ha pasado? Que la cofradía ha entrado con dieciocho minutos de retraso.<br /><br />Y añadió:<br /><br />.- ¿Hay derecho a esto?<br /><br />Les aseguro que desde ese momento estuve mucho más tranquilo. Supe que, para siempre, yo y mis generaciones venideras, seguiríamos siendo cofrades.<br /><br />¿Y por qué no irnos a los barrios?<br /><br />Para ir a los barrios, a nuestros barrios más sevillanos, en Semana Santa yo me suelo limpiar mis zapatos como si fuera a pasar revista en mi antigua unidad de ferrocarriles. Y me los limpio al sevillano modo, cepillando y abrillantando hasta que en ellos pueda mirar, cuando la emoción me secuestra y el respeto me achanta la cabeza, la candelería de un palio como si fuera un pulido espejo.<br /><br />Los barrios. Un respeto, señores, que estamos en los repelucos de Sevilla, en la sagrada tierra extramuros de la vieja ciudad, donde las hermandades más alejadas van a poner su cruz de guía rumbo al corazón de Sevilla para decir bien fuerte, a los cuatro vientos de la veleta del Giraldillo, que hasta aquí hemos venido porque así lo sentimos, así somos, así nos queremos y así os vamos a enamorar con nuestros mejores andares, con nuestras más perfumadas flores, con nuestras más veneradas creencias. Son las gentes del barrio León y del Cerro del Aguila, de Nervión y del Tiro de Línea. Son las Sevillas de lejos que tan cerca del corazón las sentimos cuando pasan por delante de nuestros ojos, llevando el orgullo de sus barrios con la misma elegancia y soberanía con la que suelen llevar sus pasos. Y detrás de ellos, siempre, siempre, me puso el repeluco a la altura del cuello, esos otros pasos interminables, ¿perdidos quizás?, de tantas y tantas mujeres, lloradas de cera, rezando tras sus palios a favor de no sé qué contraria pena.<br /><br />Un respeto, que vienen los barrios, los barrios de la Sevilla más nueva, de la Sevilla que se saltó las murallas porque dentro ya no se cabía, porque se llevaron más allá del río y más allá del Cortijo Maestro Escuela a la Sevilla de siempre, la Sevilla que hoy aquí nos congrega. Un respeto porque nos van a embelesar con su alegría, nos van a poner un poco de azúcar en la hiel de una Pasión tan sentida, para que podamos sobrellevar los pellizcos del corazón de una semana tan grande con el relevo, con el respiro que cualquier cuerpo mortal necesita para una tarea tan abrumadora. Una alegría rara, especial, muy sevillana porque nos va hacer llorar. ¿Se puede llorar de alegría viendo al Cerro? Escúchame bien: si no lo has hecho haztelo mirar. Es un sentimiento confuso donde la emoción se nos escapa en una inteligible multiplicidad de sensaciones que tiene algo que ver con los niños vestidos de fiesta, con el tío de los globos de los pokemon, con el viejo amigo reencontrado en el mismo lugar de todos los martes santos, con ese barrio volcado en las calles, con ese, en fin, júbilo desbordante que nos contagia para serenarnos y emocionarnos a la vez.<br /><br />A esos barrios les quiero dar su sitio, el sitio que ellos mismos han sabido conquistar en un territorio tan exigente para sus cosas como es Sevilla. Y ahí están. Por derecho propio. Mejor dicho, por esa izquierda "adelante" y esa derecha atrás. Que es su mejor cuerpo jurídico. Su más encastada argumentación judicial. Os espero este año como siempre os he esperado. Con las puertas de la sorpresa bien engrasadas para vivir con la intensidad que sabéis transmitir lo más hondo de una Pasión según los barrios, mis barrios de Sevilla.<br /><br />A mi me gusta ir a Triana a otear sus sombras fugaces. Me gusta ese rumor de ángeles que surge de sus rincones. Me pongo de puntillas desde este lado del río para mirarla en secreto, para asomarme en ese momento en el que se cambia el vestido, justo al atardecer. El viento, en Triana, se hace sinfonía en los callejones y la luz me sigue por los escondites secretos. Me dejo ir, que es la mejor forma de sujetarse a uno mismo.<br /><br />Adónde va esa Estrella que cruza como un escalofrío por entre niños y globos palmas en estado asombro?<br /><br /><div style="text-align: center;">De qué firmamento ha huido para hacerse mujer en Triana?<br />Que hijos del cielo la están llevando a hombros<br />Qué extraña y temblorosa filigrana<br />Danza en mis labios cuando la nombro?<br />Va a Sevilla.<br />Viene de San Jacinto y a San Jacinto mira<br />Quiere volver, atravesar su Altozano<br />Y una cava y una calle.<br />Y tantas vidas<br />tanto planeta temprano<br />que la espera de recogida<br />Quien dijo que una Estrella<br />era un brillo lejano<br />Nacido en alguna huella<br />De un firmamento quebrado?<br />Quién dijo que están remotas<br />De Sevilla las estrellas<br />Si aquí hay una que alborota<br />Con su cara de doncella<br />Con su nombre de lucero<br />De esos que el cielo regala<br />las noches en las que espero<br />Con los sentidos en danza<br />Se me abalance la luna clara<br />Y la luna no se abalanza.<br />Con ese llanto que alcanza<br />La espalda de una emoción.<br />Lágrimas de redención<br />De este largo laberinto.<br />Es el llanto de una estrella<br />Que en el cielo dejó huella<br />Y que vive en San Jacinto<br /></div><br />Triana le da a la vida color de almanaque en fiesta. Tal vez con los ojos cerrados sabríamos que está pasando su gente, esa que camina como si navegara, surcando aceras, atracando en portales y zaguanes, saludándose como solo saben hacerlo las gentes de la mar, de puente a puente, de mano a mano. Triana tiene aromas de ciudad enamorada, y en sus días grandes saca del armario su ropaje de arrebato. Nada queda indiferente al paso de sus cosas porque no hay corazón que no se venza ante sus vendavales. El nazareno de la O no podría cruzar las aguas del río que frisa su capilla si no hubiera detrás y delante y la vera un pueblo levantado en amores aliviándole del peso del carey que fuerza su columna. Es el mismo pueblo que se viste de marinero de amores y sale a navegar desde la calle Pureza.<br /><br /><div style="text-align: center;">Y en Triana, mi Esperanza<br />Y en Triana, la señora<br />Que por las aguas avanza<br />Con seis varales de eslora<br />Una calle de barrio viejo<br />Que se convierte en altar<br />Y en barco que va parejo<br />Como un palio por la mar<br />Oleaje de blanca cera<br />desde babor a estribor<br />la mecen por habaneras<br />de corneta y de tambor<br />Sus banderas, estandartes<br />Marineros de costal<br />En la gente, su baluarte<br />Y en su memoria, arrabal<br />Su Palio, vela mayor<br />Su itinerario, la aurora<br />Su timón, un llamador<br />Y en el puente, la Señora<br />De grumete, un aguaó<br />por la proa, nazarenos<br />en la mar, un resplandor<br />y allá en el cielo, ni un trueno<br />Y sirviéndole de amparo<br />Donde las aguas se abren<br />Triana tiene su faro<br />En la Capilla del Carmen<br />Pañuelos de despedida<br />Que se echan a volar<br />Como lágrimas caídas<br />Que se ahogan en la mar<br />Bronce que tañe en repique<br />En la espadaña del puerto<br />mientras abajo, en el dique<br />parte un Palio a mar abierto<br />un viento por la trasera<br />chicotá tras chicotá<br />la lleva hasta la ribera<br />de la misma Madrugá<br />Un suave balanceo<br />Tiene su vieja madera<br />En su bodega, ajetreo<br />De hombre y trabajadera<br />el horizonte, Sevilla<br />hacia Catedral avanza<br />Que más allá de la orilla<br />Tiene espejo esta Esperanza<br />Adiós, Madre y Capitana<br />Tengas feliz singladura<br />Mañana por la mañana<br />Tu cara aún será más pura<br />Y De vuelta por la bocana<br />Del puente a la embocadura<br />El aire de tu Triana<br />Te ceñirá la cintura<br />Mientras, la sangre batiente<br />De las almas en espera<br />Dará color de poniente<br />A esta pronta primavera<br />leva anclas, barlovento<br />que hoy le sirve de vigía<br />entre el recodo del viento<br />su bendita cruz de guía<br />doce horas de crucero<br />corazones en bonanza<br />que en Triana, marineros<br />ya navega la Esperanza<br /></div><br />La vida pasa como una lenta cofradía que siempre acaba siendo más rápida de lo que creemos. El está sentado a la vera de la vieja puerta caída de aquel zaguán en el que empezó a jugar a los medios amores siendo sesenta años más joven. Cada Lunes Santo sale religiosamente con su silla a contemplar la metáfora de la vida. Desde la Cruz de Guía a la trasera del Palio, la vida nace y muere como esa misma cofradía a la que ha dado los mejores años de su fecundo calendario. El pelo amarillea y las monturas de pasta ocre pesan en esa nariz aún sorprendida por los primeros azahares, solo unas semanas atrás.<br /><br />Brazos cruzados sobre el pecho, como esperando un reto; rebeca porque "de estas tardes de abril nunca hay que fiarse" y la foto de su nieto en la cartera poco antes de que cumpliera con el rito de su primer cirio de cera blanca.<br /><br />Ya llegó la Cruz de Guía:<br /><br />.- ahí no vayais a ponerse que no veo.<br /><br />Y ese primer tramo de nazarenos en el que debutaste. Qué pocos erais entonces. Piensas, una vez más, un año más, en el sagrado rito de salir de casa de la mano de tu padre, por primera vez, vestido de nazareno. Y piensas, inevitablemente, en los rubores de emoción que él debió sentir aquella lejana tarde mientras tiraba de ti para soltarte de los brazos de una madre que aún te estaba estirando la túnica. En tu casa olía a alhucema, cisco de picón. En tu calle, los niños de entonces disputaban los piojos y las bolas, en el cielo aún no habían tranvías y Sevilla, en tu memoria, se parecía mucho a una gota de miel, tibia y espesa, que se desliza suavemente hasta el pecho.<br /><br />Hoy en tu silla, esa desde la que pueden seguirse las costumbres de los gorriones, te ves en tantos chiquillos que estrenan impaciencia y que empiezan a tragarse, sin apenas darse cuenta, el libro de reglas no escritas de su ciudad. Acabarás subiendo al balcón, como cada año, cuando llegue ese otro tramo de tan jugosos recuerdos, de cuando eras nazareno con novia y ya portabas aquella humilde vara de cofradía de barrio. ¡Con lo que te gusta a ti ver a tu Dolorosa desde ese perfil derecho, a ras de suelo, como hay que ver a la Virgen!. Y otra vez a tragar Palio.<br /><br />Tu quisieras pero tus piernas ya no están para una bulla. Tu cofradía iba creciendo de noche en noche, limpiando la plata y pespunteando cuaresmas. Sábado Santo aquél de Santo Entierro y de Estandarte recogido en casa hasta llegar el Corpus. Empezaban entonces las casas de Hermandad, tímidamente, según el poderío. Vuestra Casa era la cochera de algún hermano o la misma Sacristía de la Iglesia. Noches de tabaco de picadura liados con el mimo que da la escasez; noches de Radio, noches de Cruz de Guía; noches de horas y horas de tertulia.<br /><br />.- estas son horas de llegar, Antonio?,<br /><br />.- mujer si es que ha venido Don Gonzalo, el capellán del aire;<br /><br />Noches de reparto de túnicas, así a ojo, en lo que no fallabas nunca:<br /><br />.- A ese niño tráele la 147<br /><br />Y le iba perfecta, luego a su casa a orearla y a que su madre le cambiara la tela del antifaz "que nunca se sabe quien la llevaba el año pasado"; noches de repasar las canastillas con purpurina; noches de fiambreras de bacalao con tomate esperando en vísperas que algún hermano llegara tarde al reparto. Noche y noches y tardes y tardes. Tardes de zaguán y de costaleros que saben que los zaguanes de Sevilla son los camerinos donde vestirse de héroes.<br /><br />.- Niña, ¿cuantos nazarenos dices que salen este año?, ¿mil setecientos?<br /><br />¡Madre del Amor Hermoso! Pues no nos hemos llegado a inventar cosas para estirar la Cofradía.<br />Cuando eras Diputado de Cruz de Guía tenías que pònerte de acuerdo con el Diputado Mayor de Gobierno si parabas la cruz en esa calle a la altura de la primera cartelera del cine o de la última, porque siempre le faltaban diez metros de cofradía junto al Palio.<br /><br />Ese mismo Cristo que está anunciándose en los tambores que ya te retumban en el pecho, es el Cristo de la fotografía de tu recibidor, junto al viejo bastón que gastó tu padre y que has gastado tú, sobre un jarrón con destellos rojos que nunca acaban de oler a campo pero sí a nostalgia y junto a la misma silla que todos los años conoce el camino de subida y de bajada. Conoces la mirada de esos ojos porque es lo primero que has estado mirando toda tu vida al entrar en casa, yendo o viniendo de aquél trabajo que hoy te ha dejado una calderilla y la fotografía en colores del día de tu jubilación. En el horizonte relampaguean los ojos de la tarde que al apagarse dejan escuchar la voz antigua de los cielos de abril.<br /><br />Realmente la casa no debería tener tantos espejos. Desde que estáis solos no necesitáis veros más que el uno al otro. A veces la vida te parece una cosa tan vana que hasta sientes deseos de ir apagando las lámparas para que tus ojos descansen en la sombra. El café siempre acaba derramándose en tus pantalones, algún canalla aparta las paredes de casa para que no te apoyes y ya han de decirte dos veces las cosas para que las oigas bien.<br /><br />Sin embargo quisieras sacudirte el polvo de los días y bajar con ellos a llenarte los ojos de lágrimas y los bolsillos de caramelos, a sujetar tu antifaz con tu mano vigorosa, a mirar muchachas agazapado en tu anonimato, a saludar discretamente con un gesto de tu mano a los conocidos de la carrera oficial, a escuchar de nuevo al Brigada Rafael, a mirar una y otra vez a esa Dolorosa que obra el milagro serpenteante de una larga hilera de nazarenos...<br /><br /><div style="text-align: center;">¡Ay, si tuvieras cincuenta desengaños menos!<br />Y cuarenta madrugadas por vivir<br />Y a tu vera aquellos ojos tan morenos<br />Con hechuras de sirena<br />Que también vivía en San Gil<br />y se llamaba Macarena<br />Que contigo y tus anhelos<br />Andando en pos de los cielos<br />y con la misma exigencia<br />Año a año y a tu vera<br />Fue una mujer nazarena<br />Con solo una diferencia<br />No le hizo falta una túnica<br />Era de los dos la única<br />En creerse la penitencia<br />Y el tiempo os ha mantenido<br />Y os ha plateado la sien<br />Juntos, cómplices los dos<br />Tu en tu balcón, embebido<br />Y ella embebida también<br />Para dar gracias a Dios.<br /></div><br /><br />¿Cómo te gusta más la Macarena, sevillano?<br /><br />¿Con la penunbra del último brillo de su candelería o con la primera luz de la mañana asaltando su rostro en una calleja?<br /><br />Dime, ¿cómo te gusta más?<br /><br />¿En la soledad de su camarín o en la multitud de su Arco?<br /><br />¿Cómo te gusta más la Macarena?<br /><br />¿En la suave y llorosa mecida de cualquier segundo de la Estación de Penitencia o en su víspera hebrea de una tarde de paseo?<br /><br />Dime, sevillano, ¿cómo te gusta más?<br /><br />¿Surcando el atronador griterío de corazones que la espera en su salida o recogiendo el caudal de lágrimas que la arropa en su vuelta?<br /><br />¿Cómo te gusta más la Macarena?<br /><br />¿En la quietud de Sor Angela o en el arrebato del Duque?<br /><br />¿En el silencio de la Catedral o al amparo de las voces de su barrio?<br /><br />¿Entre el bullicio de calle Parras o en su encuentro con la Anunciación al compás melancólico de Valle?<br /><br />Dime, ¿cómo te gusta más?<br /><br />¿Viéndola llegar, buscándote con su mirada oyéndose de ti, mientras ves su Palio cimbrear por su trasera y te invade esa pegajosa agonía de lo ausente?<br /><br /><div style="text-align: center;">Hoy se aparece Dios en el relente<br />De una noche resuelta en Macarena.<br />Se me avivan los pulsos bruscamente<br />Y enloquecen a su paso por las venas<br />Voy contigo, Señora, hacia la calle<br />Esperando el milagro y el asombro<br />Ceñiremos Sevilla por el talle<br />Y a la luna, el brazo por los hombros<br />Tú tenme, Macarena, sin medida<br />Predispuesto a añorarte y a quererte<br />Porque una aurora entera fue vencida<br />Para llegar aquí, y poder verte<br />Y para hincar al pie de tus altares<br />El peso de mi fe en mis rodillas<br />Y esperar que en el cielo se dispare<br />Un repique de amor y campanillas<br />Que anuncie que la Madre de Sevilla<br />Llega a casa, feliz, amaneciendo<br />Tan hermosa, resuelta y tan sencilla<br />Que hasta el cielo en su amor se le va abriendo<br />Azahar por los ojos, por las manos<br />Siento a Dios cabalgando por mis venas<br />Yo no sé lo que pasa, sevillanos<br />Cuando miro pasar la Macarena<br /></div><br />Me siento en la obligación de contaros una pequeña historia. Es la historia dramática de una muchacha de apenas quince años, llamada Granada en honor de la Virgen de Llerena, pueblecito extremeño lindante con la provincia de Sevilla que tal vez muchos de vosotros conozcáis.<br /><br />Prácticamente vi nacer a esa chiquilla, hija de unos viejos y entrañables amigos, a la que una deficiencia cardíaca provocó una irremediable y definitiva embolia. Sus padres apenas tuvieron tiempo de tomar su mano y ver sus ojos cerrados, y su cuerpo inerte y su labio breve y adolescente desdibujado por la gravedad. Fueron interminables días de agonía. Días de despedida. Días de desolación. ¿Qué puede ser peor que ver morir a un hijo en la primavera incipiente de la adolescencia?. El catorce de diciembre era la noche del traslado de la Macarena desde su camarín al altar. El Hermano Mayor me había confiado el emocionante privilegio de tomar a Nuestra Señora por la cintura durante ese fugaz paseo por los cielos. Los padres de Granada, al borde ésta de su último suspiro de vida, supieron de boca de los médicos lo irreversible de la situación: los jazmines de sus ojos no se habrían de volver a abrir. Solo quedaba la Fe, la que consuela territorios anegados por el llanto, la que brinda al hombre la esperanza de cada amanecida. Aquella noche, con el rostro de Nuestra Señora a unos pocos centímetros de distancia, rogué con todas mis fuerzas que las manos de Granada fueran las mías, que sus labios fueran los míos, hechos oración y súplica. Rogué a la Macarena consuelo para esas almas, regazo para esa niña, plaza de amor en el paraíso, milagro en la Tierra, vida en la vida. Se lo dije en el verso asonante de una oración, en el ruego descarnado de mi corazón apesadumbrado. Mis manos estaban en el talle de la Madre de Dios y mi mejilla rozaba la suya, en un sueño imposible de hombre enamorado. Al día siguiente, una llamada telefónica comunicó lo que todos veníamos esperando. Un hilo de voz emocionado y lloroso me confirmó que a esas mismas horas de la noche de ayer, Granada, la dulce muchacha que apenas había estrenado el camisón caliente de la vida, la novia impensable de esa muerte inesperada, la breve Granada de una vida apenas asomada al balcón de las cosas.... ante el asombro de sus médicos y cuidadores, había experimentado una inexplicable mejoría, había abierto sus ojos, tomado la mano de los suyos y pronunciado el nombre de su madre con un hilo de voz tras el que se adivinaba la vida.<br /><br />Estaba viva. Nadie podía explicárselo... excepto yo.<br /><br /><div style="text-align: center;">No digáis que me lo calle<br />Porque merece la pena<br />Yo tuve a la Macarena<br />Sostenida por el talle<br />Si me faltaba un detalle<br />Para sentiros hermanos<br />Miradme aquí, en estas manos<br />Donde el amor dejó huella.<br />Después de tocarla a ella<br />¿soy de aquí o no, sevillanos?<br /></div><br />Debió de ser poco después de las nueve. Inevitablemente, tuvieron que encontrarse en ese limbo blanco de la inconsciencia.<br /><br /><div style="text-align: center;">No pueden oírme,<br />ni saber que tengo los ojos abiertos<br />Ni sentirme<br />En el calor de un cuerpo cubierto<br />Ni en el temblor de la mano de los dos<br />Y tu quien eres<br />Yo me llamo Macarena<br />y soy la Madre de Dios<br />¿Macarena?<br />¿Por qué sabes quien soy yo?<br />He subido yo hasta el cielo o...<br />has venido tú como último consuelo<br />No. Alguien me lo pidió<br />Y en su voz a contrapelo,<br />vibraba un dolor humano<br />que llegaba hasta las manos<br />Conque asía mi cintura<br />La habitación es oscura.<br />¿pueden verte los demás?<br />¿Te están viendo así,<br />sin tu manto,<br />sin corona,<br />y con ese fulgor blanco<br />que no había visto jamás?<br />Solo ve quien ha de ver.<br />La muerte que desazona,<br />brinda<br />a cada persona<br />instantes para que piense<br />y prescinda<br />de cualquiera menester.<br />Siéntate aquí, a mi vera, y dime<br />¿voy a morirme, Señora?<br />Eres pronta primavera,<br />y tal vez no sea aun la hora<br />de recibirte en el cielo<br />como un alma voladora<br />escapada de su nido<br />a destiempo y a deshora.<br />¿Qué es la muerte, Macarena?<br />¿La muerte?<br />La muerte es una cadena<br />que se ata o que se parte<br />según lo sienta la Fe<br />que se esconde y se reparte<br />en el fondo de ese alma<br />que Dios de un vistazo ve<br />¿Y mi gente, Macarena?<br />Volverán a hablar contigo,<br />volverán a ver tus ojos,<br />volverán a ser testigos<br />de tus pulsos, tus antojos<br />y tus años que bendigo.<br />Pues por hoy el Paraíso<br />puede cruzarse de brazos.<br />Vi partir de mi regazo,<br />a un hijo de treinta y tres años<br />y lo sé todo de la ausencia y de la pena<br />y de todos los aledaños<br />de tan terrible condena.<br />Quédate en paz, jovencita.<br />Y ven a verme, a que te vea.<br />Cuando estés en mi presencia,<br />verás que me centellean<br />los ojos y que mis labios<br />te hablan con la querencia<br />de quien desde hoy abriga<br />la esperanza de encontrarse<br />con los ojos de una hija<br />que por edad es mi amiga.<br /><br />Vuélvete atrás, muchachita,<br />quédate en casa y recuerda<br />que quien llegó de San Gil te dijo<br />que aunque el cielo te pierda,<br />gana la vida, vive un hijo<br />y la nueva alborada<br />que ahora en tus ojos se estrena.<br />Y Vete con Dios, Granada<br />Si es contigo, Macarena.<br /></div><br />Y ya poco más. Solo, si acaso, una postrera reflexión. Empieza un nuevo milenio. Y nos enfrentamos a un manojo de retos personales y colectivos que van a poner a prueba nuestra Fe, nuestra fuerza, y, especialmente, nuestra imaginación. Lo mejor, por qué dudarlo, está por llegar, pero no debemos perder de vista determinados aspectos que nos deben mantener alerta.<br /><br />La Semana Santa, no nos engañemos, ha pasado de ser un objeto de culto íntimo, personal, lleno de resortes secretos, a convertirse en un objeto de culto masivo. Nadie es culpable en primera persona, aunque todos y cada uno de nosotros añoramos los días en los que se podía ver venir un paso, tras una hilera de luces tibias, en una esquina cualquiera. Eso ya no es posible. Y no sabemos lo que no será posible dentro de unos años. Dar viejas dimensiones a lo que está por venir es muy difícil, casi imposible, pero ese, y algún otro, es el reto: redimensionar, devolver las cosas a sus proporciones lógicas. Y construir entre todos una Iglesia comprometida, valiente, actual. Nosotros somos Iglesia, no sólo los sacerdotes. No nos encerremos en las sacristías, ni en las salas capitulares; saquemos a Dios a la calle y hagamos de este siglo XXI el escenario de tanta justicia pendiente.<br /><br />Porque hace ya dos milenios que, como escuché relatar en la siempre cercana América, vivió un hombre que sólo saboreó la vida durante treinta y tres años: era hijo de un humilde carpintero, nació en un pequeño pueblo y vivió en otro hasta que cumplió los treinta. Nadie supo nada de él durante ese tiempo. Predicó entonces durante tres años. Nunca tuvo una familia, ni un hogar, ni vivió en una gran ciudad. Nunca viajó mas allá de doscientos kilómetros de su lugar de nacimiento. Jamás escribió un libro, ni abrió una oficina, ni fundo una compañía. La opinión pública viró contra él y sus amigos le dieron la espalda. El perdonó a sus enemigos y fue crucificado entre dos ladrones.<br /><br />Al morir, sus ejecutores se sortearon la que era su única propiedad, su túnica, poco antes de ser enterrado en una tumba.<br /><br />Han pasado veinte siglos, dos mil años, y ese sencillo hombre es hoy la figura central para la gran parte de la humanidad. Todos los ejércitos que han desfilado, todas las armadas que han navegado, todos los reyes que han reinado, juntos, no han tenido la misma influencia sobre la vida de los seres humanos que tuvo ese hombre que protagonizó una vida solitaria.<br /><br />Hoy mismo estallará Sevilla en vísperas y la ciudad hablará del pregón: en familia, entre amigos o en las célebres tertulias cofrades, esas tertulias –El Cirio Apago, Los Esplendores, El Cabildo, Homo Cofrade--, con su muchísima gracia y su mijita de colmillito. Sed magnánimos, sevillanos, que se ha echado la noche a manivela y ahora soy nazareno de vuelta a casa. Es cuando pido al tiempo que pare, que necesito soñar. <br /><br />Soñar que de veras he estado aquí, que de veras te he tenido para mí durante algo más de una hora, Sevilla. Desde hoy, y con la edad que tengo, ya no aspiro a labrarme un futuro, sino a labrarme un pasado.<br /><br />Me aturdo entre la nana y el respingo, entre las cruces y las rosas. Tengo la suerte de saber como suena el amor de Sevilla desde este lado. Cruza las esquinas la sombra del Angel y todo lo envuelve ese aire de milagro cumplido.<br /><br /><div style="text-align: center;">Caricia, y sollozo, y fe y certeza<br />María ofrece como aurora al día<br />eterno todo siempre en su belleza<br />De lumbre alta como luna fría<br />Por tu hijo trajina una tristeza<br />Que en tu rostro se sacia de agonía<br />Y sin deseo el alma a darse empieza<br />Entera cuenta de su voz tardía<br />El mundo en desafío ante tu puerta<br />Mi amor de hombre, carga endurecida<br />Y su pasado roto, y su alma herida<br />Mis extremos silencios de agua incierta<br />Y mi ansiedad de ti, y sin medida<br />Mi esperanza, Candelaria, y mi vida<br /><br /><br /></div>He dicho<br /><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-79841237360842105872007-03-29T09:36:00.000-07:002007-03-29T09:53:00.358-07:002000 - Joaquín Caro<div style="text-align: justify;"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 2000. Pronunciado por D. Joaquin Caro Romero en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, EXCELENTÍSIMO SEÑOR ALCALDE, ILUSTRÍSIMO SEÑOR PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS, EXCELENTÍSIMOS E ILUSTRÍSIMOS SEÑORES, SEÑORAS Y SEÑORES, HERMANOS COFRADES DE SEVILLA.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Tal día como hoy ella nació. Yo no estuve presente en su alumbramiento. Pero empecé a nacer con ella. Nací con ella porque llevo su sangre. Y la sangre de un cofrade de Sevilla sólo se puede dar cuando se recibe, para luego transfundirla en la propagación de la fe, y así sucesivamente en la noria del tiempo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Tal día como hoy -ni antes ni después- nació con ella este Pregón, en una casita que ya no existe situada al abrigo de la parroquia de San Gil, donde se estrecha la calle Escoberos como queriendo abrazar todavía el recuerdo de la recién nacida, pronto bautizada a la luz de la vecina Madreperla. Le pusieron el nombre de la Patrona de Sevilla, Reyes. Llegó a ser una mujer guapa, alta y morena, que fue envejeciendo, deber y ley, para luego -milagro- desandar lo andado, hacerse principio en cada primavera penitente, hacerse joven en mis venas, hacerse muchacha en mi memoria, hacerse niña en mi corazón, como otro día se hará sueño conmigo cuando yo no la piense, porque volveré a estar a su lado en un reencuentro feliz de espíritu y materia.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Nació el 9 de abril de 1909. Hoy hubiera cumplido noventa y un años. Una fecha, un aniversario, los de hoy, que, fijados por la Providencia Divina, me ofrecen el convencimiento de que no ha llegado tarde a este atril. La madre de un cofrade de Sevilla es más que un recuerdo, es una permanencia nutricia y no puede estar ausente en las penas y las alegrías de su hijo. Y es tan honda la identificación entre la madre del cielo y la de la tierra que ni una ni otra pueden mejorarse, y en el verbo del pregonero la madre del cielo y la de la tierra se hacen carne y reconocimiento de amor en un intemporal retorno de intensísimas vivencias que se vuelven indivisibles en la unidad del espíritu. Y lo expreso retomando la voz de mi juventud:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Igual que ayer permanece.<br />Sale poco de su casa.<br />Mas cuando sale traspasa<br />la muralla y la florece.<br />Tan adornada, parece<br />una novia en el balcón.<br />Su cara y sus manos son<br />del pueblo los aledaños.<br />Siempre alivia desengaños<br />esta moza de San Gil,<br />que dicen que por abril<br />cumple diecinueve años.<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y Jesús, su Hijo, dos mil años. Si "en el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental", como ha dicho Juan Pablo II, hay que retomar la idea básica de que el tiempo es sagrado: "los dos mil años del nacimiento de Cristo -prescindiendo de la exactitud del cálculo cronológico- representan un jubileo extraordinariamente grande no sólo para los cristianos, sino indirectamente para toda la humanidad, dado el papel primordial que el cristianismo ha jugado en estos dos milenios". Que en este gran jubileo -el primero en la historia de la Iglesia que coincide con un cambio de milenio- "la humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre". Aquel que es el Mesías y el Jubileo y que en la sinagoga nazarena leyó un pasaje de Isaías donde se anuncia que viene "a pregonar año de gracia de Yavé".</span><br /> <br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">CUÁL es la misión de nuestras Hermandades en el tercer milenio? Todo se resume en una palabra: evangelizar, que "es la primera vocación y misión de la Iglesia". Lo ha dicho muy recientemente el Santo Padre, propulsor del apostolado seglar, que ha pedido que la Iglesia se abra más a los seglares. Por eso nuestras Hermandades deben seguir fomentando la vocación evangelizadora de la Iglesia como algo propio de su carisma, tal y como refleja la doctrina y el espíritu del Concilio Vaticano II. El cofrade debe redefinir su papel extendiendo "la mirada de la fe sobre los horizontes de la nueva evangelización" y tomando conciencia de la necesidad por involucrarse en las diferentes pastorales que ofrece la Iglesia como cauce para la transmisión del Evangelio. Y hay que llevar adelante todo esto sin desatender, naturalmente, la responsabilidad que le impone al cofrade el mantenimiento, el desarrollo y el traspaso de un tesoro de tradiciones, que son el mejor legado de su fe.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Expreso mi público reconocimiento y afecto, que no son otros que los del Senado y el Pueblo Hispalense, a dos hombres que sin haber visto la primera luz a la sombra de la Giralda han consagrado aquí sus vidas al servicio de Dios y de las cosas de Dios. Uno ha conducido a la Iglesia de Sevilla al año 2000 y al tercer milenio y otro ha llevado al órgano superior de nuestras Hermandades y Cofradías hasta tan significativas fechas jubilares: Fray Carlos Amigo Vallejo y don Antonio Ríos Ramos.</span><br /> <br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">CUANDO el próximo Domingo la Puerta de San Miguel se abra a la Cruz de Guía de la primera Hermandad que hace su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral será como la versión sevillana de la apertura de las Puertas de San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, en un júbilo de túnicas blancas y cruces santiaguistas en los antifaces. La Entrada de Jesús en Jerusalén dará cumplimiento a la Escritura. La fe en el Salvador no puede sustituirse por otros valores como la paz, la concordia o el espíritu solidario, que no son otra cosa que la consecuencia de la misma fe y del amor al Hijo del Carpintero. Y la Catedral, "signo visible de la Iglesia, será el verdadero santuario de este año jubilar", en el que hay que estar "atentos a lo que Dios quiere decirnos" para reconciliarse con Él, como nos ha enseñado nuestro arzobispo Fray Carlos, porque en este bimilenario del nacimiento de Cristo la palabra reconciliación mantiene el mismo significado que conserva en el primer Evangelio, que nos trasmite: "Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pero antes del Domingo, el Viernes de Dolores y el Sábado de Pasión, por Omnium Sanctorum y Torreblanca, las Hermandades del Carmen Doloroso y del Cautivo nos pondrán el alma de rodillas en un preámbulo de densidades pasionistas y jubilares.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);"> EN la Semana Santa del año 2000, la gracia del jubileo caerá sobre los cofrades de Sevilla y fertilizará sus corazones. Cuando la ciudad metropoliza sus dimensiones y descarga sus habitantes en una periferia hostil y deshumanizada, las Hermandades y Cofradías son la única conexión de las señas de identidad de muchos sevillanos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Cada calle de Sevilla es como una arteria de Jerusalén, como un afluente del Jordán, como un depósito del lago Tiberíades, como un risco del Tabor o una prolongación de Emaús. Cada libro de Reglas es como un apéndice del Evangelio. El Evangelio se explica en cada paso de Misterio, en cada Crucificado y en cada Dolorosa. El apostolado lo pone Sevilla. Por eso cada barrio tiene en sus Hermandades y Cofradías la manufactura fragmentada del cuerpo místico de la Pasión que pone en la calle cada primavera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Las circunstancias jubilares hacen del 2000 "un año intensamente eucarístico". Por eso el papel de las Hermandades que suman a su condición de penitencia el de sacramental es más relevante, pero sin diferenciaciones en el conjunto.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">En la iglesia de Los Terceros el misterio eucarístico se hace cuerpo y sangre de Cristo en la encarnadura del divino Anfitrión y del Ungido de la Humildad y Paciencia. ¿Y María? ¿Dónde estaba la Virgen del Subterráneo cuando la Última Cena Pascual?</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">¿En dónde estaba María<br />cuando tomó el Pan el Hijo<br />y a sus apóstoles dijo:<br />"Hacedlo en memoria mía"?<br />Sí, ¿dónde estaba María,<br />en qué Subterráneo presa?<br />A todos dio la sorpresa,<br />que la Madre del Rabbí<br />estaba presente allí,<br />comulgando en otra mesa.<br />Comulgando en otra mesa:<br />la que Sevilla le ofrece,<br />Pan que en su crisol se cuece<br />y de tan puro no pesa.<br />El cáliz de la promesa<br />va por distintos senderos.<br />La fe de los costaleros<br />en sus lágrimas distingo<br />cuando Ella sale el Domingo<br />como el Sol de Los Terceros.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">HERODES y Pilato estaban enemistados, pero se hicieron amigos, dicen, el día que se intercambiaron al Galileo, para no inmiscuirse en sus jurisdicciones respectivas. Una coyuntura que nos demuestra que "la política no es un problema de principios, sino de tacto". El Prisionero dio la callada por respuesta al que Él llamaba "ese zorro". El soberbio paso de la Hermandad de la Amargura recoge esta estampa que estremece y maravilla en un itinerario penitencial que en el Convento de la Compañía de Hermanas de la Cruz -donde su bendita titular, Sor Ángela, descansa en urna de cristal como Bella Durmiente- encuentra su atrio de humildad, caridad, pobreza y penitencia, en una fusión devotísima y coloquial entre el velo blanco de las novicias y el blanco de las túnicas nazarenas bajo la mirada maternal de la primera Dolorosa Coronada de Sevilla, en la que un cedro del paraíso se hizo carisma y carne inmortal en la memoria de las bienaventuranzas, como "el jazmín que aroma en tu camino", que plantó Adriano del Valle, y la dama de noche en una puerta del templo ofrecen otra corona para su corona, con leyendas palmáceas e historias palmarias.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Herodes tiene un palacio,<br />pero Tú tienes un cielo<br />donde se funde sin duelo<br />la cera con el topacio.<br />La tarde se va despacio<br />dejando la plaza en calma.<br />Ten, Amargura, mi alma,<br />que al repetirse la historia<br />no sé si estoy en la gloria<br />o si en San Juan de la Palma.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">ESE tiempo amarillo de las fotografías resucita con el Dios azul de cada primavera entre cigüeñas, naranjos, palmeras, espadañas, veletas y torres. Los naranjos de la calle de Doña María Coronel; las palmeras y los cipreses del palacio de las Dueñas; las espadañas de la Paz, Espíritu Santo, Santa Inés, San Juan de la Palma, Montesión, Los Terceros, Santa Paula, Santa Isabel...; las torres de San Pedro, Santa Catalina, San Román, San Marcos...</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Me siguen impresionando, igual que en el lejano Viernes Santo primero que la escuché, la doble campanilla que hace sonar el muñidor enlutado de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, los dieciocho ciriales y el conmovedor Misterio de Jesús Descendido de la Cruz y de su bellísima Madre de la Piedad, cuando Sevilla, ante el porte de esta Cofradía, parece más exangüe que nunca en la tremenda tiniebla que nos acongoja al ver pasar al Redentor muerto en el escalofrío silente de las horas martirizadas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Transcurrieron los años y el drama del Calvario creció con la Hermandad de los Servitas, que contribuyó a llenar el Sábado Santo con una descorazonada Dolorosa a la intemperie que, con el providencial fruto de sus entrañas inánime -o, mejor, dormido- en el regazo, multiplica su dolor por siete. Pronto se quedaría la Virgen tan sola que los hermanos servitas tuvieron que buscar otra y llamarla Soledad, no para distinguirla por el nombre, sino para extender el amor que no cabe en el pecho cuando es la Madre de Dios quien lo despierta. Dolores, Soledad y Esperanza, por ejemplo, no son nombres registrados con exclusividad en el censo de nuestras devociones, sino advocaciones muy desdobladas que expresan la fe que nos une en medio de la tempestad o la bonanza.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¿Qué son las Hermandades y Cofradías sino la propia razón de la existencia del cofrade? Las Hermandades vienen a ser en muchos casos la prolongación del hogar de sus hermanos, si no su hogar mismo. Lo fue de sus antepasados y lo será de sus descendientes. Por eso un buen cofrade espera y sueña que en la otra vida escogería como premio seguir recreándose en todo lo que quiso y dejó atrás en la tierra. Una elección muy clara, porque cada cofrade sabe lo que quiere.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Si es de San Julián, querría encontrarse -o se habrá encontrado ya- con la Dolorosa de la Hiniesta, la actual o las dos que se llevaron las llamas, de la que dependa su amor y su recuerdo; y reconociendo al que miró tantas veces bajo la fiebre de su antifaz azul dirá, como María Magdalena: "He visto al Señor".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);"> Si es de San Roque, sabe que mientras hay vida hay esperanza, y más en este especial "año de gracia del Señor", con la Gracia de la Medianera Universal de todas las gracias y Madre de Jesús de las Penas por medio para superar infortunios y alzarse de las brasas penitenciales a la plenitud sacramental. Gracia y eucaristía, Gracia y Esperanza en el auge vital de una corporación que ya se asoma al esplendor de su centenario.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Va a cumplir cien la Hermandad<br />y entre Carmona y Osario<br />lo pregona el campanario<br />con lengua de alacridad.<br />Cien por uno es cantidad<br />que tan sólo el cielo ofrece.<br />Va a cumplir cien y parece<br />que la Niña de San Roque<br />sin que el tiempo la retoque<br />se ha mantenido en sus trece.<br /><br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Si el cofrade es de la Redención en el Beso de Judas, del Prendimiento o de la Sagrada Cena, cabe recordar al poeta clásico"Política de Dios y gobierno de Cristo", don Francisco de Quevedo, que veía en el discípulo traidor a un despensero, un ministro de hacienda, un arbitrista:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">"Fue Judas gran ministro, no ratero;<br />las migajas dejó, porque atendía<br />a embolsarse su dueño todo entero".<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pero de traiciones e injurias nos olvidamos ante la belleza macarenizada de Rocío o al acordarnos de Paz, que lleva el porvenir del género humano en el plateado ramo de olivo de su mano izquierda, como Regla lleva una espiga, que cambiará el Sábado en San Lorenzo por los clavos y la corona de espinas, que es "la corona de la verdadera nobleza", al decir de Thomas Carlyle.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La Línea del fervor se hace Tiro sin distancia en el Líbano de Santa Genoveva; y austeridad en la Vera Cruz, aterciopelada en el manto sin resquicio al consuelo de María de las Tristezas; y Penas sobre Dolores y Dolores sobre Penas en la Hermandad de San Vicente, soñando con los naranjos de su feligresía; y un Museo itinerante de la piedad al aire libre del Lunes, donde el neobarroco y el neoplateresco se hacen salmo en las bellas artes y en la liturgia dramatizada del sobrecogedor Crucificado expirante y en el parterre anegado por las lágrimas de la Jardinera Santísima de las Aguas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y el Arenal, el barrio del Arenal, donde tres días de la Semana -Lunes, Miércoles y Viernes- se va a producir un triple milagro cofradiero desde los Postigos del Aceite y del Carbón a la Puerta que se asomaba a la antigua calle de la Mar rumbo a la Cestería.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Yo tengo en el Arenal<br />tres amores escondidos,<br />que son la Carretería,<br />las Aguas y el Baratillo.<br />Si la Virgen de la Luz<br />se muere al pie de su Hijo<br />sin que alcance la escalera<br />la altura de los martirios,<br />la del Mayor Dolor deja<br />todo el aire estremecido<br />mientras agoniza el Viernes<br />entre aquellos tres patíbulos<br />que allá por la Magdalena<br />dan también escalofrío,<br />que entre Varflora y San Pablo<br />se andan los mismos caminos.<br />Y esto Montserrat lo sabe<br />con sus ojos afligidos,<br />con su celestial prestancia<br />de sello montañesino.<br />Y lo sabe Guadalupe,<br />bonita entre lo bonito,<br />astillero del amor<br />-¿quién la olvida si la ha visto?-,<br />madrigal de un mayo eterno,<br />vecina nueva del río,<br />adonde la sangre llega<br />por Aguas de sacrificio<br />y con un Mayor Dolor<br />que ninguno ha conocido.<br />Hoy con Don Miguel Mañara<br />y antaño con San Jacinto.<br />Pero desde el Lunes Santo,<br />en la cuenta atrás de un siglo,<br />siempre con Juan Carlos Montes,<br />el del corazón partido<br />bajo las trabajaderas,<br />que transmite el heroísmo<br />de los hombres del costal,<br />eternizando el prodigio<br />del que sufre en la madera<br />y lo da todo por Cristo<br />y su Madre si hace falta<br />cambiar la vida de sitio.<br />Deslumbra una flor torera<br />en medio del Baratillo,<br />que mira a la Maestranza<br />y hace el quite si es preciso.<br />Es Caridad, Novia y Reina,<br />que presta boca al suspiro<br />y con su encanto transfiere<br />en su pañuelo prendido<br />todo el misterio y la gracia<br />que Lope y Florencio unidos<br />fueron capaces de hallar<br />en el suelo que ahora piso,<br />donde el amor se recrea,<br />y en medio de los olvidos<br />Piedad y Misericordia<br />ponen contrapunto al lirio.<br />Yo tengo en el Arenal<br />tres amores escondidos,<br />que son la Carretería,<br />las Aguas y el Baratillo.<br />Lunes, Miércoles y Viernes,<br />porque así Dios lo ha querido,<br />tres rosales se han abierto<br />muy cerquita del Postigo.<br /><br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">ANTE el recorrido penitencial más largo -el de la Hermandad del Cerro-, se descubre la diafanidad de la distancia, porque es la lejanía la que presta encanto a la contemplación. Contemplación que nos lleva a la teología ante el Cristo de la Buena Muerte, que desde una severa perspectiva que no causa desabrimiento ofrece la más augusta imagen de la serenidad; como el Cristo de las Almas devuelve la fuerza que el alma infunde al cuerpo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Por Santa Cruz, el Cristo de las Misericordias invita a orar, en el ecumenismo que representa hablar desde la cruz a todos de la misma manera. Dios hecho Hombre en su unicidad. Si María "engendró un Hijo único, nosotros, en cambio, se lo presentamos dividido". De labios no cristianos salió un día una frase en la que podemos reconocernos: "La misericordia es el caudal de los creyentes".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Caudal que se hace llanto del pueblo en Encarnación y oloroso arriate amurallado en Candelaria. Si la belleza es la marca que Dios pone a la virtud, podemos empezar a imaginarnos las virtudes que endulzan el Dulce Nombre de la Rosa de San Lorenzo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">El Martes Santo los sentimientos se le entrecruzan al pregonero en San Esteban:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Uno quisiera llorar<br />las lágrimas no salen.<br />Es lo que le pasa a Ella<br />del Jueves Santo en la tarde,<br />cuando está en la Magdalena<br />o se asoma por Velázquez.<br />Sí, ya sé que Patrocinio<br />o que Aurora cuando salen<br />no saben llorar y esconden<br />el llanto entre los varales.<br />Pero a la que está a los pies<br />de la Sangre de su Sangre<br />en el descenso más trágico<br />que uno puede imaginarse,<br />se le han secado las fuentes,<br />se le han ido los caudales<br />de las corrientes secretas<br />que dan a los ríos su cauce.<br />¿Y por qué lloran los hombres<br />si no hace falta a los mares?<br />¿Y por qué llora Jesús<br />si no es débil ni cobarde?<br />Lo pregunto en San Esteban<br />pero ninguno lo sabe,<br />porque del llanto del Hijo<br />tiene la respuesta el Padre.<br />¿En dónde nacen las lágrimas<br />que no empañan los cristales?<br />Viendo a Jesús tan callado<br />sospecho de donde parte<br />ese llanto tan tranquilo,<br />tan resignado y suave,<br />que refresca y humaniza<br />sus mejillas celestiales.<br />Y antes que llegara el Viernes,<br />antes que se hiciera tarde,<br />Jesús fue a la Magdalena<br />sin que lo notara nadie,<br />para no esperar sentado<br />al Desamparo del Martes.<br />Y tan sencillo fue todo,<br />Señor de caña y vinagre,<br />Señor de ventana y reja,<br />que nada puede explicarse<br />sino mirando su cuerpo<br />con huellas de vendavales,<br />porque el soberano Cristo<br />de la Salud y Buen Viaje<br />le pidió a la Quinta Angustia<br />un sacrificio muy grande:<br />que dejara de llorar<br />y a San Esteban llevarse,<br />repartidas por su cara,<br />las lágrimas de su Madre.<br /><br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">UNA de las claves hermenéuticas del pontificado de Juan Pablo II ha sido la preparación del gran jubileo, que tiene un "carácter claramente cristológico". Pienso esto porque el Miércoles Santo es un día de gran intensidad cristológica. El Miércoles Santo es la jornada mayor de los Crucificados en cuanto al número. De las ocho Cofradías, seis incorporan a Cristo en la cruz.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La Sed habla por la boca del Crucificado del barrio de Nervión, otro compasivo Rey sin corona, como el perdón se asienta en la primera de las Siete Palabras de Cristo y la muerte se proyecta en la reciedumbre del Cristo del Buen Fin, en la solidez del de Burgos, en la relajación del de San Bernardo, en la distensión del de La Lanzada.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Si con el último suspiro vino a nosotros, al hacerse la voluntad del Padre, su Reino, Santa María de Consolación explica el cielo con sus pupilas celestes, y la franciscana Virgen de la Palma lo acerca en los terciopelos azules de su manto y su palio, y la Madre de Dios de la Palma lo interroga con sus ojos misericordiosos, y Regla pone la excepción, guardándolo en el recato de su mirada que se hace doble cruz de San Andrés en la candelería, encendida con la antorcha que alumbró el rostro del Hijo traicionado en la oscuridad de Getsemaní y propagó el resplandor de su llama hasta la Madre, que parece decir: "¡Luz, mi cruz; cruz, mi luz!".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Si todas las Dolorosas de Sevilla son el refugio del cofrade, hay una que además lo lleva por nombre:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Va por un puente sin río<br />y es el puente su escabel,<br />por si se cae un cairel<br />del dulce Refugio mío.<br />Va en un paso con trapío,<br />que reluce tan gallardo,<br />que es el clavel y no el nardo<br />quien con puntería artillera<br />mide la gracia torera<br />del barrio de San Bernardo.<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">CUANDO decimos eso de que Sevilla en Semana Santa es como una nueva Jerusalén, más que un lugar común, es una certidumbre, porque no hay otro lugar del mapa que recree como Sevilla una realidad histórica y religiosa con tanta aproximación al modelo. Sevilla, cuna de dos emperadores romanos, a la que Cervantes llamaba "Roma triunfante", es, por su pasado y por su forma de ser y de sentir, el escenario perfecto de la Pasión, que vive con inigualable intensidad, día a día y minuto a minuto. El dédalo urbano de nuestras Cofradías y Hermandades, con sus puntos de encuentro y desencuentro, contribuye a enmarcar las procesiones sobre una superficie que ofrece márgenes, perfiles y surcos para la idealización, la sugerencia y el efluvio de un secreto hontanar de raíces donde la contemporaneidad se hermana con los ancestros. Los recorridos penitenciales se desarrollan en su mayor parte en donde estuvo la Sevilla romana: la Sevilla de César y de Augusto, de Tiberio y de Claudio. Julio César fue para la Sevilla romana casi lo que el Rey San Fernando fue para la Sevilla cristiana.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Aquí los papeles más antipáticos los tienen los judíos. A Pilato le tenemos, si no simpatía, algo que se le parece mucho y que termina siendo simpatía. Le podemos dedicar una plaza incluso. Y calles a César, Trajano, Adriano, Teodosio. Y una avenida a Roma. Y una alameda a Hércules. Pero a Caifás, Anás y Herodes no los aceptemos en el callejero, con sacarlos a la calle en la Gran Semana es suficiente.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Todos nuestros pasos, vengan de donde vengan, procesionan por donde la poderosa Roma plantó las águilas que fueron sustituidas por la cruz, por donde el genio romano dejó su cultura, sus foros, sus templos, sus puertas, sus murallas, su circo, su teatro, su anfiteatro, su curia, su basílica, sus termas, sus estatuas... Al pregonero, desde su infancia, siempre le han gustado los pasos de Misterio, y con soldados romanos, más todavía. El pregonero alcanzó a ver a los romanos en su barrio, que eran los de la Hermandad de la Amargura, que escoltaban a los del paso de Herodes. El siglo XIX fue el de la apoteosis. Más de una docena de Hermandades incorporaron romanos a los desfiles procesionales. Pero ahí está, todavía, dándole vida, pulso y gracia a la Sevilla romana, la Centuria macarena, que ha alcanzado tanta perfección y solera que poco se parece a la que retratan los versos de Villalón y que contrasta con la milicia severísima del Santo Entierro. El armao macareno está tan imbuido de su condición de tal que uno de los miembros históricos de la Centuria llegó a decir: "Si yo llego a ser legionario en tiempo de Pilato, no crucifican a Cristo". Sin medir el alcance de sus palabras llega a ponerse al lado de la "brújula mental" de los escritores surrealistas franceses, Roger Caillois, que noveló el proceso de Jesús con un desenlace diferente al real: el reo es liberado y, por consiguiente, no hay cristianismo ni redención. Pero en el tribunal de Gábata pasó otra cosa.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Ya en la antevíspera del Domingo de Ramos, los senatus le dan "aire de Roma" a la ciudad:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">La torre de Omnium Sanctorum<br />está mirando hacia Roma,<br />y en la calle Anchalaferia<br />ya hay plumeros que la adornan.<br />Roma toma posiciones<br />y Sevilla las remonta,<br />que por la Paz llega el Carmen<br />a imponerse a la carcoma.<br />Lo va diciendo Jesús<br />Despojado por Varflora;<br />y a continuación lo dice<br />el Cristo de la Victoria;<br />y las Penas de Triana<br />por San Jacinto y Rioja;<br />y lo dice la Amargura<br />con su Silencio en la Europa,<br />y San Gonzalo al pasar<br />por la avenida de Coria.<br />Y Longinos en el Cerro<br />y en la Lanzada alevosa.<br />El ultraje en San Esteban<br />lo va diciendo con mofa.<br />Y San Benito lo dice<br />por la Puerta de Carmona,<br />que el barrio de la Calzada<br />no tiene miedo a la loba,<br />ni el águila macarena<br />teme a la flecha o la honda.<br />La Bofetá en la Gavidia<br />echa a volar las alondras,<br />mientras que los Panaderos<br />y la Exaltación escoltan<br />en el Huerto y el Calvario<br />a la muerte y la derrota.<br />En el Buen Fin disolvieron<br />a la cohorte pretoria,<br />pero no en las Cigarreras,<br />que acarician lo que tocan,<br />mientras que dos Esperanzas<br />ponen su pena barroca<br />detrás de los condenados<br />que de noche y día enamoran,<br />que el Sentenciado, el Caído,<br />dan alegría redentora<br />cuando suena la trompeta<br />de la Centuria gloriosa<br />y la emoción de Triana<br />sube del pecho a la boca<br />con el gozo del Caballo<br />y el centurión que lo monta.<br />Y al llegar la Madrugá,<br />más movimiento de tropa<br />con los hombres de la berza,<br />del pescao y de la recova.<br />Vienen de la Encarnación<br />y son donantes de rosas.<br />El agua para Pilato,<br />la sed para Claudia Prócula.<br />Todo en el aire lo dice,<br />que todo está en la memoria,<br />en el suelo que pisamos<br />y en la cruz que da su sombra.<br />Sin saber dónde comienza<br />Sevilla o acaba Roma.<br />Pero Sevilla lo explica<br />de cincuenta y nueve formas,<br />que es en todas las esquinas<br />de su pasado la copia.<br />Sevilla lo expresa así,<br />de penitente y anónima,<br />o con penacho de plumas,<br />coraza, rodela y gola.<br />Y así propaga su fe<br />y santifica su historia,<br />dándole al César lo suyo<br />y a Dios lo que más importa,<br />con el cirio en una mano<br />y el Evangelio en la otra.<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">EL Jueves Santo es un día donde las sagradas imágenes que procesionan -menos dos, el Cristo de la Fundación y el del Descendimiento- tienen los ojos abiertos en una mirada sin retorno. Si el hombre disimula y encubre, Dios ha querido que lo único que no pueda disfrazarse sea la mirada. Y el hombre ve más allá de sí mismo cuando mira los ojos del Cristo de la Exaltación, de Jesús en el Huerto, del Señor de la Columna, del Coronado de Espinas y de los Nazarenos del Valle y Pasión. Seis momentos diferenciados para seis miradas distintas que, como centinelas del sacrificio, nos llevarán al puerto seguro de la vida eterna. Parece que el reloj -igual que las pulsaciones- acelera su marcha y las circunstancias programadas se interponen para hacer imposible la ubicuidad cuando la delicadeza hecha transparencia y latido en los varales del palio del Rosario acaricia la cal de la morada de Sor Ángela y la Cruz de Guía de la Macarena se pone a los pies de la Luna en Resolana.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Llegó la Madrugá y con ella los contrastes de clamor y silencio, de silencio y clamor, en una sincopada alternancia de emociones. En la Campana, por ejemplo, el pueblo de Sevilla va a tener reacciones que sólo pueden explicarse y entenderse desde la sevillanidad y el sevillanismo.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">¿Por qué Sevilla se calla,<br />por qué Sevilla no duerme,<br />por qué Sevilla esta inerme<br />y hace de su fe muralla?<br />¿Por qué Sevilla es vasalla<br />del Rey de la Cristiandad?<br />¿Por qué Sevilla es verdad<br />y lleva a María en su seno?<br />Porque pasa el Nazareno<br />que está en San Antonio Abad.<br />¿Por qué Sevilla enmudece<br />y es de la Pasión proscenio,<br />y en el cambio de milenio<br />con su Cristo permanece?<br />¿Por qué Sevilla florece<br />cuando quiere florecer?<br />¿Por qué quisiera coger<br />la Cruz con sus propias manos?<br />Ya lo sabéis, sevillanos:<br />porque pasa el Gran Poder.<br />¿Por qué Sevilla es clamor,<br />por qué Sevilla está en vela,<br />por qué llora y se consuela<br />llorando sin el dolor?<br />¿Por qué Sevilla es amor<br />y a su palio se encadena?<br />¿Por qué de gloria se llena<br />Sevilla cuando Ella avanza?<br />Porque pasa la Esperanza,<br />la Esperanza Macarena.<br />¿Por qué Sevilla regresa<br />a los clavos y al mutismo,<br />y deja de ser el mismo<br />hasta el aire que la besa?<br />¿Por qué en la Cruz la confiesa<br />Cristo en su confesonario,<br />y sin cambiar de escenario<br />Sevilla muere un momento?<br />Es porque muere en el viento<br />con el Cristo del Calvario.<br />Y otra vez la algarabía,<br />la convulsión y la fiesta.<br />La calle se hace floresta<br />para su floristería.<br />¿Por qué Sevilla es bahía<br />si no tiene mar y es llana?<br />¿Por qué es tartesia, romana,<br />apostólica y creyente?<br />Porque pasa por el puente<br />la Esperanza de Triana.<br />¿Por qué Sevilla es Salud,<br />aunque tenga mucha Angustia?<br />¿Por qué su fe no se mustia<br />ni se apaga su virtud?<br />¿Qué estigma de juventud<br />quedó en San Román, hermanos?<br />Ay, cofrades sevillanos,<br />qué gozo de parihuelas<br />cuando baja por Peñuelas<br /></div><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">la Hermandad de los Gitanos.<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">CUANDO la Hermandad de los Gitanos aún no ha llegado a la plaza del Duque, las puertas de San Antonio Abad se cierran en silencio herido tras el palio de la Concepción, un suspiro que no recoge en su boca el oro nuevo del amanecer. Y el pregonero no puede ni quiere quitarse del pensamiento a Quien a esa misma hora va por la esquina de la primitiva calle de los Pergamineros, donde nació el poeta Manuel Machado, el que dijo que Sevilla lo tiene todo, porque el Poderoso Gran Señor que está pasando tan cerca de su casa le ofrece a Sevilla la fe y la caridad. Y Sevilla, ante lo más evidente y lo más arcano, lo lleva con paso racheao, con todo el peso de la humanidad doliente y enferma, desde la espina que le atraviesa hasta el talón gastado por los besos. Es Dios encarnado, hecho hombre como nosotros, con todas nuestras humanas miserias, excepto el pecado. Sólo Él podía inspirar textos antológicos, la mejor literatura de nuestra Semana Santa: Le vemos desde lejos, de costado, estremecida la pujante figura, torcido el paso, pero decidida la andadura. Adelanta con ansia el cuello, que yergue la pesada cabeza atormentada, revuelta en la dura trabazón leñosa, cayéndole el cabello en pesados mechones pegajosos de sudor y sangre. Escoriada la tez, ennegrecida la faz, la lengua y el labio resecos. El pie izquierdo asienta la pisada aferrándose a la tierra, mientras el derecho parece casi alado. Las nervudas manos, como engarfiadas, se agarran al travesaño de la cruz, hasta llevar el mástil en vilo, sin arrastrarlo. Así camina.</span><br /><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Todo se esdrujuliza en la dramática<br />madrugada del signo más ascético.<br />Todo se magnetiza en el magnético<br />paso de un Hombre con la cruz mesiánica.<br />No hay música, pintura ni gramática<br />que expresen su equilibrio apologético.<br />Y por Él se hace todo más patético<br />en la túnica, el cirio y la dalmática.<br />El sudor con la espina se enrojece,<br />y se pone morado y bruno el lienzo,<br />y la tez se hace tierra y se oscurece.<br />No, no es el fin, que sólo es el comienzo.<br />Queda mucho que andar y ya amanece,<br />Padre Nuestro que estás en San Lorenzo.<br /><br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">LOS sevillanos nos movemos más por el tiempo que por el espacio. Rodrigo Caro acostumbraba a decir: "No he navegado en mi vida más que de Sevilla a Triana". Hubo un tiempo, muy lejano, en que las Cofradías trianeras no cruzaban el río. Hacían la estación de penitencia a la Real Parroquia de Señora Santa Ana, la Catedral trianera. Pero está bien que María salga a visitar a prima Isabel una vez al año. Qué inmenso honor. Y la Estrella incomparable, desde su observatorio de amor de San Jacinto, polarización de devociones, se viste de Domingo de Ramos, coge el camino más corto, el más recto, y se planta en Sevilla, que le dice: "Bendita Tú entre las mujeres. (...) Pero ¿cómo es posible que la Madre de mi Señor venga a visitarme?". Y esta salutación de sorpresa, júbilo, entendimiento, cariño y complacencia va a repetirse el Lunes ante la Hermandad de San Gonzalo, donde Triana enriquece su trianerismo, y en la Madrugá esperanzada, y en el Viernes nazareno y expirante.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">¿Qué es Triana, un milagro o un regalo?<br />Allí por donde va deja su huella.<br />Ilumina las calles con la Estrella<br />y trae la Salud de San Gonzalo.<br />Y entre tanta hermosura, un intervalo<br />para soñar con la Esperanza aquella.<br />¿Conoce Cristo cuál es la más bella<br />mientras expira en un sangriento palo?<br />Dos equilibrios, dos serenidades:<br />Patrocinio y La O. Y un Nazareno<br />que desata la fe de los cofrades.<br />Y un Cachorro que llega a la Campana<br />y nadie frente a Él se siente ajeno,<br />que el cielo aquí se explica con Triana.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Desde la óptica figurada se ha conjeturado sobre si el Cachorro muere en Sevilla o en Triana. Pero nadie lo ha visto muerto. Y es que este Cristo no acabará de morirse nunca. Está tan dentro de nuestra vida que seremos nosotros los que traspasemos la última Thule antes que Él, porque el Cachorro, rezagado en una agonía interminable, seguirá interrogando a la niebla letal que se cuela por su ojo derecho, mientras con el izquierdo nos adelanta el preanuncio de la resurrección.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Triana es para el pregonero, aparte de sus Hermandades y Cofradías, el encuentro con el tiempo perdido, sus catorce años, el amor, el paseo en barca, el corral de vecinos, el patio, la cita, la novia, la cucaña, la misa en Santa Ana, el gozo de vivir, en suma.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Sé donde la vida empieza,<br />no donde la vida acaba.<br />Los gitanos en la Cava<br />y Ella en la calle Pureza.<br />Tres veces Cristo tropieza<br />al salir de la besana.<br />Y la dulce Capitana<br />quiere llevar el madero.<br />Ay, Señor, ¿por qué la quiero,<br />si yo no soy de Triana?<br />Después de cruzar el puente<br />y visitarla en su casa,<br />yo no sé lo que me pasa<br />que me siento diferente.<br />Si la espada del relente<br />corta en sueño a la mañana,<br />mi sangre se hace campana<br />por su nudo marinero.<br />Ay, Señor, ¿por qué la quiero,<br />si yo no soy de Triana?<br />Esperanza Trianera.<br />Yo con nadie la comparo,<br />pues siendo de Dios el faro<br />es su celeste alfarera.<br />No hay naufragio en su ribera<br />ni sombra en su atarazana,<br />aunque un palo de mesana<br />pueda ser cruz en su albero.<br />Ay, Señor, ¿por qué la quiero,<br />si yo no soy de Triana?<br />¿De dónde este amor, quién puso<br />raíces en su camarín?<br />Que este amor no tiene fin<br />y estoy en su amor recluso.<br />El mundo es ancho y difuso,<br />la vida es una Semana;<br />y cuando Ella se engalana<br />yo me siento trianero.<br />Ay, Amor, ¿por qué la quiero,<br />si yo no soy de Triana?<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">LAS Hermanas de la Cruz y las Hermandades y Cofradías de Sevilla comparten muchas cosas en sus caminos evangelizadores. Por eso el pregonero quisiera expresar hasta qué punto las Hermanas de la Cruz llevan dentro de su espíritu a las Hermandades y Cofradías. Con un ejemplo baste. Desde hace medio siglo las Hermanas de la Cruz escuchan en cuaresma una marcha cofradiera centenaria interpretada al órgano por alguna de las hijas de Sor Ángela. La marcha es "Virgen del Valle". Su autor, Vicente Gómez-Zarzuela, cuando en 1875 se funda la Compañía de la Cruz, ya había nacido. ¿Y por qué tocan "Virgen del Valle" las Hermanas de la Cruz en cuaresma? Hay que remontarse, para explicarlo, al año de 1949, que es cuando ingresa en la Compañía una linda muchachita sevillana llamada María Pilar, que a partir de entonces se llamará Hermana Nieves de Jesús. Aún vive, por cierto, y camino de cumplir los ochenta años de edad pasea sus desmemoriadas soledades sin reconocerse ni a ella misma. La Hermana Nieves de Jesús, organista -de casta musical le venía-, interpretaba al órgano "Virgen del Valle". ¿Y por qué esta marcha y no otra? Muy sencillo, porque, además de ser una obra imperecedera, la había compuesto su padre. Qué cosa más grande, cofrades de Sevilla, es haberle dado a la eternidad esta cumbre de la música cofradiera y que después la toque una hija nuestra vistiendo el hábito de Hermana de la Cruz.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Le pido a la Reina del Dolor, la Santísima Virgen del Valle, que en el valle de sus ojos verdes le guarde un sitio de luz y sueño a esta religiosa, a la que el pregonero escuchó interpretar al órgano la marcha concebida por su padre. Y también les pido a todas nuestras Vírgenes y a todos nuestros Cristos por las Hermanas de la Cruz, de las que tenemos tanto que aprender. Por ejemplo, caridad; por ejemplo, sacrificio, humildad, penitencia... Ellas, las Hermanas de la Cruz, ante las Hermandades y Cofradías, ejercen el papel de las santas mujeres al pie de la Cruz y vienen a ser como las vírgenes prudentes del Evangelio. Las conozco. Nací y vivo a su lado. Sor Ángela me puso en el camino de la felicidad el 30 de Mayo de 1964, al colocarme ante la niña que iba a ejercer de madrina en la coronación de la Macarena al día siguiente, y que llegaría a convertirse en la madre de nuestras tres hijas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¡Milagros de Sor Ángela! Sor Ángela no hace milagros espectaculares. Ella todo lo hacía partiendo desde abajo, a nivel de pueblo llano. Los desheredados encuentran en la Madre de los Pobres su mejor intercesora, y le piden seguridad antes que esperanza, porque parece ser que en los repartos la seguridad va para el rico y la esperanza, para el pobre, y ahora el pobre -o el que habla en su nombre- reflexiona y solicita que se inviertan los términos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Era tan bajita la Fundadora que en pie podría tener la estatura de alguna de nuestras Vírgenes arrodilladas ante la Cruz. El milagro de Sor Ángela se pone de manifiesto cada día en su propia existencia, en su amor más allá de la muerte, en la permanencia de su espíritu en sus hijas y en los favorecidos por sus hijas. En el mundo actual existen milagros que no se admiten como tales al no presentar las proporciones exigidas. Yo leía en mi niñez esta pequeña plegaria:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Para aliviar la angustia vulgar de tanta prosa<br />hoy quisiera un pequeño milagro intrascendente,<br />uno de esos milagros que nunca ve la gente,<br />pues su diario portento parece poca cosa...<br />Hoy apenas te pido, Señor, humildemente,<br />abrir una ventana y encontrar una rosa...<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Cofrades de Sevilla, vosotros que de milagros sabéis tanto, este milagro de abrir una ventana y encontrar una rosa, lo ofrecen cada día, a cada paso, a cada chicotá -y Dios lo sabe-, esas hermanas costaleras de la Cruz de Cristo que son las Hermanas de la Cruz. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">No se parece a ninguna, ni a Ella misma en las fotos todas distintas", decía su pintor de cámara en la tierra, Alfonso Grosso. Uno de los recuerdos más vivos de mi infancia es cuando yo la veía pasar y entrar en su Basílica, subido en una silla delante de un corral de vecinos de la Resolana, en diagonal al Arco. Otro de mis recuerdos es el de la extraña seducción que me despertaba un retrato colgado en casa, donde aparecía una encantadora joven vestida de nazareno de la Macarena: era mi tía Esperanza, que, sin ánimo de suplantación, se había puesto la túnica de su hermano Jacinto para que le hiciera la foto, un gesto muy atrevido en una mujer sevillana de principio de los años treinta, imposible de llevar a la práctica.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La Esperanza Macarena, como todo verdadero amor, no tiene edad, siempre está naciendo. El tiempo pasa por nosotros, no por Ella. Y se da la circunstancia de que la Señora de la Esperanza es más joven que su Hijo el Señor de la Sentencia. Cuando el XXV aniversario de su Coronación escribí:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Más joven que su Hijo es esta Madre,<br />y el tiempo, por designio de su Padre,<br />no cambió sus pupilas ni sus sienes.<br />Te adoramos con tanta fe y ahínco,<br />que contamos los años que no tienes,<br />pues no has cumplido aún los veinticinco.<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Alguien me preguntó una vez por la edad de la Macarena. Si la vemos asomada en el camarín parece que va a cumplir los diecinueve, pero si nos aproximamos a Ella en el besamanos entonces ronda los veinticinco. Son como las transformaciones de su cara a lo largo de la estación de penitencia. Intensísima madrugada y transfigurado amanecer. De Resolana a Laraña hay muchos contrastes. Tantos como de Laraña a su Basílica. ¡Cuánto cambia! Es una mutación real, no fantástica. Tiene lágrimas, ¿pero está llorando? No ha dormido y se le nota. ¿Pero duerme la Macarena? En la lividez de sus ojeras sube de tono el violeta, se acentúa el trazado de la comisura de sus labios, el entrecejo se frunce más y los surcos anatómicos se hacen más profundos. Al avanzar la mañana el rostro va volviendo a su primitivo color, suave y dorado, transparente, y casi se esfuman las ojeras.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Un inolvidable cofrade, Luis Ortiz Muñoz, a quien llegué a tratar casi al final de su vida, estimaba que el de Macarena puede ser un nombre en parte importado por Roma o tratarse quizá de "un nombre grecoibérico, con hermenéutica que entraña más poético artificio que exactitud lingüística y que quiere decir posesión de la felicidad".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y si Macarena significa "posesión de la felicidad", está claro que sin Ella, sin la Macarena, no podemos ser felices. Y es que la felicidad no se alcanza sin virtud, porque la virtud es su fundamento. Y esto, antes que los Santos Padres de la Iglesia, lo dijeron Séneca, Cicerón, Plinio. Y es esa "posesión de la felicidad" lo que nos convierte en vasallos de su Reino y de su Corte de Esperanza.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Gracias, bendita Madre de la Esperanza, por habernos permitido llegar hasta este atril para cantarte. Gracias, Lucero vespertino, Estrella matutina, Rosa mística, Casa de Oro, Vida, Dulzura y Esperanza Nuestra, suprema expresión de la guapura más gallarda, perfecta y bienaventurada; Salve hecha carne, Letanía hecha repique, razón de nuestra fe y Causa de Nuestra Alegría, que con la fe y la esperanza reparte la caridad a manos llenas. Hace más de cuatro siglos, cuando se aprobaron las primeras Reglas de la Hermandad, Tú no habías nacido, pero ya presentíamos tu existencia, soñábamos con tu hermosura, adivinándote y adorándote. No llegamos tarde ni temprano, sino a tiempo. De generación en generación, siempre una misma Esperanza y una misma fe de enamorado. De enamorado que hoy y aquí declara su amor de esta manera:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">No sé con qué está más guapa<br />la Esperanza Macarena,<br />si con el manto granate,<br />el de malla o el de hebrea,<br />el negro o el de tisú,<br />el blanco, el verde botella<br />o el que en terciopelo verde<br />bordara Esperanza Elena<br />para aquel glorioso mayo<br />de coronación y fiesta.<br />No sé con qué está más guapa<br />la Esperanza Macarena,<br />si con saya de volantes<br />o saya azul de princesa,<br />o saya de eucaristía,<br />o saya como bandera<br />hecha con tela de novia<br />y taleguilla torera.<br />Con medallas y rosarios<br />el cristal y el mármol sueñan<br />con latines en el coro,<br />incensarios y navetas.<br />El alfiler y el espejo<br />y el peine con que se peina<br />se están preguntando siempre<br />cómo está más guapa Ella:<br />si en el camarín mirando<br />al que la mira y le reza,<br />o entre la jardinería<br />de su paso en primavera,<br />o bajando a recibirnos<br />en el besamanos puesta.<br />No sé cómo está más guapa<br />la Esperanza Macarena,<br />si un sábado por la tarde<br />o un domingo de cuaresma,<br />si en la Madrugada grande<br />por la calle Anchalaferia<br />con fajín de general<br />aunque no estuvo en la guerra,<br />o cuando suena la Salve<br />en la Basílica llena.<br />Se va un siglo y viene otro,<br />pero Ella siempre se queda.<br />Y nosotros preguntando<br />con qué está más guapa Ella.<br />Y nadie sabe decirlo,<br />ni aproximarse siquiera<br />al concepto, a la medida,<br />al gusto y al teorema,<br />que todo lo que se pone<br />lleva su hermosura impresa.<br />Y vuelve loca a Sevilla<br />y con Sevilla, al planeta,<br />que la locura a su lado<br />es locura sin fronteras<br />y sabe que a la Esperanza<br />no hay nadie que no la quiera.<br />Se va un siglo y viene otro,<br />pero Ella siempre se queda.<br />Y nosotros preguntando<br />y soñando con la Reina<br />Madre de los macarenos<br />un sueño de madreperla,<br />un sueño de guardabrisa,<br />de entrevarales y cera;<br />un sueño de amor y gloria,<br />un sueño de cielo y tierra,<br />un sueño de Madrugada<br />cogido a la manigueta,<br />un sueño de avemaría<br />dentro de la parihuela.<br />Sé que si la sueño yo<br />es porque todos la sueñan,<br />como la soñó José<br />camino de Talavera,<br />como Muñoz y Pabón,<br />como Rodríguez Ojeda<br />o Inmaculada Rodríguez,<br />que le puso en la cabeza<br />todo el oro de los ángeles<br />que Sor Ángela fundiera.<br />Se va un siglo y viene otro,<br />pero Ella siempre se queda,<br />que alumbró hace dos mil años<br />al Señor de la Sentencia<br />y parece que fue ayer<br />el parto de la azucena.<br />Y ya en el año 2000,<br />con dos mil locuras nuevas,<br />que la lengua no se cansa<br />de pregonar su belleza,<br />sigo diciendo lo mismo,<br />lo que otros antes dijeran<br />y lo que dirán también<br />los que mañana la vean:<br />¡No sé cómo está más guapa<br />la Esperanza Macarena!<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">EN San Lorenzo, la Virgen de la Soledad, Madre nunca marchita porque el dolor no la envejece y ante la que meditamos en la "tristeza mortal" de su Hijo en Getsemaní, lo sabe todo de la soledad. Esa soledad que lleva dentro y fuera como una íntima e inaccesible "torre de ciegas ventanas". El pregonero, al llegar a este punto, se acuerda de sus grandes tutores y maestros que ya no están a su lado con la tangencia de ayer: Rafael Laffón, Joaquín Romero Murube, Manuel Tristán Alonso, Antonio Rodríguez-Buzón... Cuántas bajas en la lista. Pero reconforta pensar que un cofrade, al desaparecer, no abandona del todo sus espacios vitales, porque "una corriente emana de los cuerpos, y permanece en el área donde se ha desarrollado su existencia".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La Virgen de la Soledad no quita la soledad, porque la soledad es la sala de audiencias de Dios, que no sólo está en San Lorenzo, sino en la capilla servita de los Dolores o en la iglesia franciscana de San Buenaventura. La soledad, como decía Gabriel D'Annunzio, "es la prueba suprema de la humildad o de la excelsitud de un espíritu", que nos hace caer con Cristo en San Isidoro y elevarnos con la dolorida Reina de los aires, la Virgen de Loreto, no a las alturas del vuelo del Plus Ultra, sino a las alturas que proclamaron los ángeles en Belén y que nos acercan más en este año 2000 a la Hermandad Trinitaria de la Esperanza, porque el objetivo del gran jubileo, en su fase celebrativa, es la "glorificación de la Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige, en el mundo y en la historia".</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">COMO Jesucristo es el Señor del Tiempo, la Semana Santa nos devuelve los años mejores de nuestra vida, en una nueva recreación de los sentidos. Los olores, los sabores, las visiones, los sonidos, las táctiles recurrencias se conjuntan en el espacio idóneo y en la atmósfera propicia. Si para Marcel Proust mojar una magdalena en una taza de té tuvo el efecto casi mágico de trasladarle al tiempo remoto de su infancia, un cofrade de Sevilla tiene a su alcance muchas maneras de sobrevivir en la contienda de la memoria contra el tiempo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Mis primeras vivencias cofradieras se remontan a cuando yo tenía cuatro años y era nazareno de La Borriquita. Recuerdo a mi padre poniendo orden como un enérgico diputado de tramo y recriminando a todo el que estorbaba el dificultoso avance de la Cofradía a lo largo de la calle Cuna. Llegado al punto de la Carrera Oficial en que sólo se permite el acceso a la Cofradía, mi padre trazaba un tiznón en lo alto de mi antifaz. ¿Y a qué venía manchar la albura de mi capirote? Para reconocerme entre el conglomerado de túnicas blancas a la salida de la Catedral.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Considerando el cansancio y lo avanzado de la hora, no me dejó realizar la estación completa. Fue la primera zozobra de mi vida, porque el nazareno niño se toma su papel tan en serio y con tanto o más respeto que los mayores y, siguiendo el ejemplo del Hijo de María, puede ser capaz de dejar callados a los doctores en el templo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">El Señor de la Entrada en Jerusalén era ante los ojos del niño la imagen adorable de Jesús, su primer amigo, que tendría en aquel niño, cuando se hizo adulto, el único penitente de negro de su historia.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y la preciosa perla del Socorro, con una palidez de dama del medievo en su corte de Amor, a la que ahora veo con el atractivo de una esposa y la densidad de una madre, fue mi primera musa, como el Señor de la Entrada en Jerusalén fue mi Amor primero, porque en este buen Jesús que cabalga va a estar pronto el Amor crucificado, que nos espera siempre, porque para eso está bien seguro con tres clavos -o con cuatro, como el Señor de la Quinta Palabra, el Cristo de la Sed-, para esperarnos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Estoy convencido de que para un cofrade los años son papeletas de sitio. La noche de un Domingo de Ramos le pregunté al Cristo del Amor que si era el mismo que yo vi entrando triunfante en Jerusalén horas antes:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Amor, ¿eres o no eres<br />el que he visto por la tarde,<br />cuando la cera no arde<br />y el sol va donde Tú quieres?<br />Amor que en el tiempo hieres<br />el corazón con que amamos.<br />Son tantos, tantos los tramos<br />del hombre al niño que fui,<br />que estoy más cerca de Ti<br />cada Domingo de Ramos.<br />Cada Domingo de Ramos,<br />Señor, cuando el sol se pone,<br />el corazón se dispone<br />a desandar lo que andamos.<br />Si entre palmas te encontramos,<br />ahora estás fijo y abierto,<br />dormido, pero despierto<br />para que en tu Amor despierte,<br />y si vienen a prenderte<br />yo no me duerma en el Huerto.<br /></div><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Hoy la voz se vuelve más grave. Es natural. El tiempo no transcurre en vano. La edad de cada uno de nosotros va en dirección contraria al número que tiene en su hermandad d, que va decreciendo.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Todo el Amor de un nazareno niño<br />vuelve algún día a un nazareno viejo,<br />cuando llega el crepúsculo al espejo<br />y se hace espina lo que ayer fue armiño.<br />Si me destiñe el tiempo, yo destiño<br />las sombras al final de este cortejo,<br />y en la memoria de la Cruz me dejo<br />todo mi miedo y todo mi cariño.<br />Amor, Amor, Amor, qué poco falta<br />para la meta. ¿Por qué está tan alta,<br />si yo no voy sin Ti a ninguna parte?<br />Tú por delante, que así no me engaño.<br />Qué cerca estoy de ti, más cada año.<br />Qué poco falta, Amor, para alcanzarte.<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">EN un Pregón no se dice todo, se dice una parte del todo. Por eso nunca saldrán de mis labios ni de mi pluma las palabras "He dicho". Porque este no es un Pregón cerrado. No sé ni quiero terminarlo. Lo dejo abierto, muy abierto, para que mi Cristo del Amor le ponga punto final cuando Él quiera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Cofrades de Sevilla: "A mí no me tendréis siempre", dijo Jesús en Betania, sabiendo lo que le esperaba en Jerusalén.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Hay muchos modos y maneras de entender y expresar el Amor, la Pena, el Dolor o la Esperanza, que con todas las advocaciones de nuestras Hermandades el pregonero quisiera resumir a modo de catequesis pasional y callejera, de jubileo glorioso en el año jubilar y de letanía de despedida, poniendo en su boca lo que ha sacado del corazón -el vuestro y el suyo- y que os lo retorna antes de que se apague la candelería del momento y la voz se pierda en la sombra de los últimos varales:</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(102, 255, 153);">Hay Dolores por San Marcos,<br />por San Vicente y el Cerro;<br />Dolores por Santa Cruz,<br />por Torreblanca y Molviedro.<br />Mayor Dolor en las Aguas,<br />por Gavidia y Toneleros.<br />Y al lado del Gran Poder,<br />en palio de terciopelo,<br />traspasada en carmesí,<br />va otra Madre sin consuelo.<br />Le ponen nombre a la Gracia<br />por San Roque los primeros<br />en descubrir que la Gracia<br />lleva la Esperanza dentro;<br />y allá por Omnium Sanctorum,<br />donde duerme el sueño eterno<br />don Rodrigo de Ribera,<br />el Amparo le añadieron.<br />En plural o en singular<br />la Angustia nunca está lejos,<br />que Estudiantes y Gitanos<br />le ofrecen cátedra y gesto,<br />y Quinta Angustia en María<br />mirando el Descendimiento.<br />Igual que Misericordias<br />por la Alcazaba muriendo,<br />la que trasplantó en su Madre<br />el Señor baratillero,<br />o la que arrastra en el Miércoles<br />su Divino Nazareno.<br />La Esperanza es una O,<br />pero vale un alfabeto<br />porque su hermosura encierra<br />las lenguas del universo;<br />las que por la Trinidad<br />van recogiendo los ecos<br />que en Macarena y Triana<br />sacaron del Evangelio<br />para expresarle a las Madres,<br />a las Novias de este pueblo,<br />que la palabra de Dios<br />se hace letra de requiebro<br />para la Virgen bendita,<br />para la Reina del cielo,<br />se llame como se llame,<br />Soledad en San Lorenzo,<br />Soledad en los Servitas,<br />o la que está en el convento<br />donde la Buenaventura<br />tiene Salvación y asiento.<br />La Piedad del Baratillo<br />lleva en su regazo al Verbo,<br />que de Domingo a Domingo<br />hay un cadalso por medio.<br />Y allá por Bustos Tavera<br />otra Piedad que no ha muerto<br />me da todas las mañanas<br />la buena Paz de los rezos<br />con la cigüeña en la cruz<br />que a la espadaña da aliento.<br />Las Vírgenes y los Cristos<br />que aquí tienen su venero<br />llevan nombres tan humanos<br />que a todos les pertenezco.<br />A las Penas de San Roque,<br />a las que en la Estrella veo,<br />las que trae Santa Marta<br />que por San Andrés espero,<br />como espero en San Vicente<br />al apenado Maestro<br />y a otros que echaron de casa<br />los mercaderes del templo.<br />Si me falta la Salud<br />en San Esteban la encuentro,<br />la hallo en la Carretería<br />y si en San Gonzalo entro;<br />San Bernardo y los Gitanos<br />dan a los males arreglo,<br />mientras por San Nicolás<br />y por Montesión dan tiempo<br />a cicatrizar heridas,<br />las del alma y las del cuerpo.<br />Con naranjos y palmeras<br />estoy entre dos Silencios<br />-Silencio blanco el Domingo,<br />y el Viernes Silencio Negro-;<br />y a las dos Expiraciones<br />-el Cachorro y el Museo-<br />sumo al Buen Fin por Teodosio<br />con la Palma de su gremio,<br />mientras suspira otra Palma<br />de la Alcaicería a San Pedro<br />y otro Buen Fin en María<br />se hace encaje en Chapineros.<br />Aguas de Cristo y su Madre<br />van por los derramaderos.<br />Y la Buena Muerte ofrece<br />su amor de brazos abiertos<br />desde calle San Fernando<br />a plaza de Pumarejo.<br />Sangra el Cristo de la Sangre<br />con el martirio en los huesos.<br />Si Vera Cruz se consume,<br />con la Sed se apaga el fuego,<br />y con las Siete Palabras<br />todo está bien dicho y hecho,<br />que al pie de la Cruz lo afirma<br />la Virgen de los Remedios<br />y esa Flor de la Cabeza<br />de la que soy prisionero.<br />Si el sol le da en cada esquina<br />brillo a los respiraderos,<br />los Negritos angelizan<br />la luna por Recaredo<br />con la Virgen de los Ángeles<br />purificando los vientos<br />y Cristo en su Fundación<br />sirviéndole de crucero.<br />Hiniesta, Refugio, Carmen,<br />Merced, Mercedes, Loreto,<br />Madres tan imprescindibles<br />que son el alma en el cuerpo,<br />la Guía y la Paz del espíritu,<br />el Patrocinio perfecto,<br />el tesoro Subterráneo,<br />la Regla en los Panaderos,<br />el Socorro de los pobres,<br />la Redención en el preso,<br />el Valle de los que sufren,<br />la Luz en los Mandamientos,<br />Humildad en la Paciencia,<br />Caridad en el recuerdo,<br />Inocencia en Guadalupe,<br />Salud en el Viajero,<br />Providencia en los Dolores<br />y Silencio en el Desprecio.<br />Mirad en Jerusalén<br />a Jesús libre y despierto,<br />que luego estará Cautivo,<br />materia de Prendimiento,<br />Desamparo y Abandono<br />en la Caridad inmerso<br />y al cuidado de María,<br />Marta, José, Nicodemo...<br />Y Atado en una Columna,<br />y Despojado y sin techo,<br />esperando ayer y hoy<br />su Presentación al Pueblo,<br />las miserias de Caifás<br />y de Anás, y los enredos<br />de Herodes y de Pilato,<br />y las cuentas y los cuentos<br />de ladrones y asesinos<br />que echan semilla en el tiempo.<br />Hoy como ayer, canta el gallo<br />de Sócrates y el de Pedro.<br />Hoy como ayer, las dobleces<br />de escribas y fariseos,<br />mientras se ahondan las distancias<br />que van del denario al euro.<br />Por San Martín, la Lanzada;<br />por Trinidad, el Decreto,<br />las Cinco Llagas, Don Bosco,<br />la Concepción... Y el salterio<br />que no roza por la ojiva.<br />Y el dogma. Y el fundamento<br />que empuña espada y defiende<br />azahares en el Silencio.<br />Con la Cruz al Hombro va,<br />en trece amargos momentos,<br />haciendo su vía crucis<br />-¡tan distinto!- el mismo Preso,<br />que en el Gran Poder culmina<br />la obra de Dios verdadero<br />y en Pasión se dulcifica<br />como si pesara menos<br />la Cruz, arado de gracia<br />sin escollos timoneros.<br />Si Tres Caídas son muchas<br />hay que añadir al madero<br />la limitación que expresan<br />las manos del Cirineo.<br />Por calle Imagen avanza<br />de cuatro hachones en medio<br />un Cristo que muerto dice<br />que no es de Burgos su Reino.<br />Y la Virgen de las Lágrimas,<br />nunca con los ojos secos,<br />nos bautiza con un llanto<br />que no cabe en su pañuelo,<br />mientras en su Exaltación<br />el Hijo ve el firmamento<br />que promete en Montserrat<br />con el Buen Ladrón converso.<br />Las Almas, para el Amor;<br />y para el Amor, el Beso,<br />Rocío para siempre si<br />Desamparado me veo;<br />Tristezas para la ida,<br />Victoria para el regreso,<br />ya venga del Porvenir<br />o del puente de San Telmo;<br />Estrella para mi noche,<br />Candelaria en el desvelo,<br />Encarnación en la espera,<br />Villaviciosa en el duelo,<br />Presentación con el Fruto<br />que en Calvario recogieron;<br />Consolación entregándole<br />el Rosario a los enfermos,<br />con Dulce Nombre en la boca<br />y con la Aurora de estreno.<br />La Sentencia en el pretorio la Oración en el Huerto;<br />la Coronación de Espinas,<br />la Mortaja y el Entierro,<br />con el Redentor yacente;<br />y luego a empezar de nuevo<br />con el lasaliano Cristo<br />Resucitado y devuelto,<br />en un pasmo de aleluya<br />que hace a la piedra lucero,<br />porque allá en Santa Marina<br />rezó Fernando Tercero.<br />Así Sevilla predica<br />todo el año el Evangelio,<br />el quinto, que por ser suyo<br />quintaesencia los portentos.<br />Y en la Semana más Santa<br />saca a la calle su credo<br />y pone palio a la salve<br />y multiplica su ejemplo<br />y llega donde llegaron<br />Lucas, Marcos, Juan, Mateos.<br />Y así Sevilla sublima<br />su nombre y su callejero.<br />Y sube a la Torre Antonia<br />y empieza todo el proceso,<br />y hace orilla del Jordán<br />la Puerta del Baptisterio.<br />Donde la Escritura cuenta<br />la historia del pueblo hebreo,<br />Sevilla va y la completa<br />con sus pasos de Misterio,<br />con sus Cristos y sus Vírgenes,<br />sus santos, sus monumentos,<br />sus jardines, sus mujeres,<br />sus hermanos costaleros<br />y todo el que contribuya<br />a eternizar todo esto:<br />el mayordomo, el prioste,<br />la bordadora, el cerero,<br />el florista, el capataz,<br />el aguaó, el pertiguero,<br />el músico, el dorador,<br />el orfebre, el saetero,<br />el vestidor, el tallista,<br />la camarera, el clavero...<br />Porque Sevilla está en gracia,<br />en constante jubileo,<br />en alas de tradición,<br />porque se sabe instrumento<br />de los poderes divinos<br />que dan fuerza al pregonero.<br />Si Sevilla es la clausura,<br />la Verónica y el velo,<br />también Sevilla es tambor,<br />también Sevilla es incienso;<br />y hace de su fe martillo<br />glorificando el esfuerzo<br />en la delgada frontera<br />de un milenio a otro milenio.<br />Por eso el año 2000,<br />y solamente por eso,<br />desde que a la calle salgan<br />los primeros nazarenos,<br />Sevilla será oración<br />y Sevilla será espejo<br />donde Dios baje a mirarse<br />para sentirse en el cielo.<br /></div><br /><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">HE DICHO </span><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-90502999423689732872007-03-29T09:19:00.000-07:002007-03-29T09:35:35.736-07:001999 - Eduardo del Rey<div style="text-align: justify;"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 1999. Pronunciado por D. Eduardo del Rey Tirado en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">I SALUDO</span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">DE LA MADERA </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Viene hoy hasta ti, temido atril, un sevillano que por mayor, por único honor tiene el de ser Nazareno, de los Nazarenos de Sevilla. Alguien para quien fuiste siempre mesa o estrado de privilegio del Teatro San Fernando, Álvarez Quintero o Lope de Vega. En tus costeros pudieron reposar sus nervios e ilusiones las voces designadas por la Ciudad, encontrando para cada devoción tu tacto de manigueta. Solo tú, amigo atril, conoces las más íntimas sensaciones del pregonero. Y, por eso, Sevilla te erige cada año en este rincón de la víspera (¡cuando sólo siete días nos faltan!) como monumento en memoria de los pregoneros que han sido y que serán, de sus sueños y desvelos, sus miedos a no ser dignos y sus esfuerzos por querer serlo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Ahora este pregonero nuevo que te llega, querido atril, quiere pedirte un poco del fervor que la palabra de tantos dejó en nuestras almas ya impacientes, y un poco del sosiego que reposa en la madera de tus años. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">De madera, como los andamios que levantaron la Giralda, o como los galeones que del puerto zarpaban para Indias. Sólo de madera, como las traviesas que intentaban frenar en los portales las avenidas del río, o como las barcas del puente más antiguo de Triana. De madera, como las cajas de yemas de San Leandro, como la cama de las Hermanas de la Cruz, o como la Custodia primera que procesionara en Sevilla al Señor. De simple madera, como las parihuelas viejas; como los más antiguos varales pintados para los palios de Santa María. O como los pasitos sencillos y crudos que montamos de niños, en esa época en la que -sólo entonces- nos es lícito jugar a las cofradías. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">De madera, como la Cruz de Guía: con ráfagas, cruces o con los instrumentos de la Pasión; revestida, de manguilla, tallada o lisa. De madera desnuda eres tú, buen atril cirineo, como lo es la Cruz de Cristo. Y como nuestras benditas imágenes. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y si Jesús aprendió de su padre José el oficio de la madera, ¿no será agradable a los ojos del Señor que la materia más hermosa que Sevilla encuentra para expresar a Dios hecho hombre haya sido la misma que Él trabajó con sus propias manos? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque si desde su Encarnación en Santa María Dios ya tiene Rostro, son las cofradías sevillanas las que se lo muestran al mundo en el milagro de la madera de su Semana Santa, afirmando: así creemos, así amamos, así vivimos, así rezamos los cofrades de Sevilla. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(102, 102, 204);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">PROTESTACIÓN DE FE SEVILLANA</span> </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">EXCMO. Y RMO. SR. ARZOBISPO EXCMA. SRA. ALCALDESA ILMO. SR. PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS DE ESTA CIUDAD ILMAS. AUTORIDADES CON LA VENIA DE MIS SEÑORES HERMANOS MAYORES COFRADES, AMIGOS, SEÑORAS Y SEÑORES. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">En los bares, los cordeles aún caían vencidos por el peso de los talonarios de Navidad recién puestos, y junto a los portalones de las iglesias se despellejaban de los azulejos las convocatorias de difuntos y del Amparo. Regalaron entonces a un cofrade la gracia de una víspera más larga y más honda. Porque lo señalaron Pregonero de Sevilla. Hoy agradezco y recibo tal honor, Señora Alcaldesa, también como una responsabilidad para con mi Ciudad, que me dio la luz, su vida y su manera de vivirla; como un nuevo compromiso, señor Arzobispo, para con mi Iglesia, con los hombres y con Jesucristo. Y como privilegio singular, querido Presidente y Junta Superior, de los cofrades a un cofrade que contempla Sevilla desde los ojos de un antifaz, vestidura de su fe según le enseñaron. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Gratitud que extiendo a todas las autoridades presentes y al zaguán, generoso en su afecto, del señor Capitular de Fiestas Mayores en su presentación. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">El pregonero nuevo vive esta hora con el mismo temblor ilusionado con el que vio su primer paso. Era por Santa Catalina: un colosal barco dorado y largo, con la cruz sólo intuida. Un paso que deberían de llevarlo por lo menos cien costaleros valientes y esforzados, que lograban ese milagro sevillano del movimiento armonioso y esbelto en su andar recio. De chico admiré «Los Caballos». Ahora que ya el niño creció y supo del porqué de las Lágrimas tan tristes de aquella Virgen, y del sentido de la cruz, de su dolor y su vida, admiro «la Exaltación». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Que ahora me tomen protestación de fe aquellas mismas calles que entonces me descubrieron el misterio: </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¿Crees en el patio, creador de las azoteas del cielo, del agua de la fuente y de las cancelas, de la Sevilla visible e invisible? ¿Crees en sus torres y espadañas, concebidas por obra y gracia de la campana y el azulejo, y en el cierro de la luz de cada día, Señor y dador de vida? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">-Sí, creo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¿Prometes fidelidad a la Torre y sus campanas, al Giraldillo y su ausencia, a los miradores, las plazas y los arriates? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">-Sí, lo prometo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¿Renuncias a pregonar una Semana Santa hueca, sólo forma; y también a la de exclusiva y retórica doctrina? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">-Sí, renuncio. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¿Cree realmente el pregonero en la Semana Santa, en sus misterios y sus medidas, en sus equilibrios y sus reglas no escritas? ¿Y la concibe como celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, según nos enseñaron nuestros padres? </span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">-Sí, así lo creo realmente y así la concibo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y como secretaria que da fe de lo jurado, la imagen que corona Santa Catalina rubrica: «Si así lo hicieres, que Dios y Sevilla te lo premien, y si no, te lo demanden». </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">II AYER… </span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA SEVILLA MANIFESTADA </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Es en las calles donde habita la memoria de nuestra Semana Santa, porque allí la vivieron y nos la enseñaron nuestros mayores. Por sus rincones y aceras aprendimos a ver cofradías, a sentirlas como propias y a quererlas a todas. Nosotros estamos aquí hoy porque antes ellos nos legaron su fe, nos enseñaron a rezar delante de un paso y a ver a Cristo y a María en sus imágenes, y a buscar su alma. Ésta es su vinculación con lo sagrado, lo que las hace venerables, Titulares. Porque nuestras imágenes tienen alma, y aquél que se la niegue, se la está negando a Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Así es como el Señor de las Penas de San Roque deja su ondulada huella, entre los faroles estrechos y la amoratada cal de Caballerizas. Y así es también la sombra del alma de la Gracia, un sol verde que el Domingo temprano no puede, ni por arriba, ni por el manto ni por los lados, alcanzar la Luz de la Esperanza. Por eso éste es nuestro tiempo: cuando Dios, porque quiso y porque pudo, hizo llena de Gracia a la que desde la lontananza consumida de su candelería se asoma a la noche calada de su Esperanza. Y por eso, porque Dios lo pudo y porque Dios lo quiso, lo llamamos el tiempo de la Gracia y la Esperanza de Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Los mayores me enseñaron a vivir la Semana Santa con respeto al nazareno y al cortejo, a las filas y a cada penitencia, con el calor de una mano que te lleva entre la bulla como si nadie hubiera, y que en cada palabra transmitía su propia vida. Así, aprendí a ver cofradías como San Ignacio explicaba en sus Ejercicios Espirituales la contemplación: «ver a los personajes; oír lo que hablan, mirar lo que hacen; y considerar lo que Cristo Nuestro Señor hizo por nosotros». Por eso, cada Semana Santa vuelve a hacerse realidad cuanto nos enseñaron, verificando que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Porque otra vez es verdad la respuesta del Cristo de San Esteban a aquel sevillano que quiso saber qué debía hacer para salvarse: «Escucha, oh Sevilla: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y al prójimo como a ti mismo. En esto está toda regla y toda cofradía». Éste es el mensaje cotidiano del Cristo de la Ventana. Aquél que nos bendice con Salud y Buen Viaje cada vez que, agarrados al frío temprano de la reja y de los siglos, nos asomamos a su perfil abstraído. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Aguardemos pues, en las esquinas; busquemos por estas calles al Dios de nuestros padres. Hoy, el pregonero quiere anunciaros la epifanía de la Sevilla que en este tiempo se nos manifiesta. Porque la Semana Santa crea una nueva cartografía en la Ciudad, efímera como el incienso y eterna como un palio que se nos marcha. Es la Sevilla que se aparece ante nuestros ojos sólo en Semana Santa, la que crea calles nuevas que surgen como del secreto y cobran vida; atajos perfectos que nunca más pisamos, como si desaparecieran tras nosotros, hasta otro tambor, otro eco, otra luz... Y una esquina será nuevamente creada por el paso, la dificultad de una estrechura la perfilarán los andares y la magia de un momento único, el cortejo. Y así, el tránsito del basilical misterio de la Sagrada Cena, el de la mirada a lo alto, los escorzos y el mantel blanco y tierno, creará una nueva calle Gerona, más vieja y más desnuda en la espalda absorta del Señor de la Humildad y Paciencia. Y será luego otra calle cuando llegue la hermosa sombra rosácea y pan de la Virgen del Subterráneo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pero también existen calles huérfanas del calor de una candelería; calles desnudas de sombras alargadas, sin bautizar con la cera que gotea. Son calles cenicientas de aquellas preferidas; hermosas, pero olvidadas del mismo Dios, que pasa por otras. Son las calles solas de Sevilla, las que con la ceguera de sus cuencas vacías hacen aún más verdad que en Sevilla no hay calles feas cuando por ellas pasa una cofradía. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Por una cualquiera de estas calles manifestadas, nos saldrá hoy al paso un nazareno alto, delgado y negro que, sin desviar ni siquiera la mirada, seguirá su rumbo «por el camino más corto», como prescriben sus Reglas. Ha pasado ante nosotros breve, fugaz, como un instante negro, y lo vemos perderse ligero, como fuera de este mundo. Su estela es la presencia viva de nuestros mayores, y la que nos conduce a su destino, que será, finalmente, también el nuestro. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La Sevilla de ayer permanece en azulejos y lápidas de calles que evocan rancias fachadas, y momentos que, a veces, solamente la sepia nos acerca, como esas escenas de capataces con tirilla y nazarenos posando ante el fotógrafo, rodeados de un público atónito y añejo. Son calles antiguas como Cristos de sudarios policromados que renacen en esta transfiguración sevillana. Como cuando se diluyen las hojas de un naranjo en la noche del Lunes Santo, poniendo un tono verde ruán en el cielo y en los árboles apagados cuando se recoge el Cristo más antiguo de la Semana Santa. Tan ligero, tan pequeño y tan de siglos cuajado, levanta leve su muerte de lirio negro y se nos va escueto y frágil, con el mismo color de los naranjos, el mismo color del cielo y el mismo color de su Vera Cruz. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Cada uno hacemos nuestra propia Semana Santa, pues cada partícipe en el acontecimiento de una cofradía en la calle es un creador de su estética, sólo con el rincón que elige para verla, con su manera de mirarla y su estar. Es verdad que, en Sevilla, la belleza la crean la medida y el equilibrio, y por eso todo transcurre como animado por el ritmo perfecto de la Ciudad. Así, la medida de lo exacto la explican los Armaos cuando van a doblar una esquina; es el teorema de la geometría sevillana según su Centuria. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Llegada la Semana Santa, también se manifiesta Sevilla en barrios que se recrean. Como cuando florece la Paz en su Domingo de espumas blancas, y toda la tarde es palio, y sujetan a la noche doce varales blancos. O como sucede en el Polígono de San Pablo convertido en calle ancha de San Bernardo el Miércoles Santo, cuando se adoquina de capas negras que baldean túnicas moradas. Y se derrama en un reguero que, como liberado, camina hacia su parroquia. Son los nazarenos hijos y nietos de viejos cofrades del barrio que ponen liriada luz al despertar de sus calles alejadas, aunque algunas lleven nombres de nazarenos de San Bernardo, como Cúchares o el Tato. Y vendrán de lejos aquellos que se quedaron sin la casa, sin la tierra de sus padres. Pero volverán cada año porque aún les queda la Casa, el Refugio de su Madre. Y se perderá quizás la costumbre, la memoria, o hasta la vida. Pero nunca el hogar. Porque jamás se oyó decir, Madre, que ninguno de cuantos haya acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia o reclamado vuestro Refugio, haya sido desamparado de Vos. Y qué mejor techo y hogar que allí donde se resguarda la Salud dormida de Cristo. Porque allí estarán siempre la Salud y el Refugio de San Bernardo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Calles y barrios de Sevilla hecha Semana Santa. Y sus plazas. La del Pan es Plaza de Jesús de la Pasión, y la plaza del Salvador, el Jueves Santo, es plaza del pan de Dios, porque sale el Señor de Pasión, el olor de Dios en Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pan consagrado en los Oficios del Jueves Santo, sosiego de Dios inclinado sobre la miga de su pecho. Jueves Santo, huele a plata y a cera blanca de convento; huele a Pan bendito. Bálsamo de mirra y aloe en su caminar pálidamente azul. Damas de noche acariciadas por la sombra de sus espinas; huele a Cruz el Lirio que trae el Señor en sus manos, marchito. Y Sevilla, en pos de ti, Señor, clama «son mis lágrimas mi pan, / mientras nos dicen de día y de noche: / ¿En dónde está tu Dios?». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Ya de recogida, la Ciudad queda desnuda, hueca, desarbolada. La llamarán enseguida de otras calles, de otras plazas, de otros puentes o de otros arcos... Pero lleva toda su vida siguiendo los pasos del aroma de Dios. Y cuesta mucho despedirse de Pasión. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¡Puertas, alzad los dinteles. Levantaos, puertas antiguas. Se allane la escalinata y ceda la verja, para que entre el olor de Dios en la Ciudad Santa! Pan, Bálsamo, Calvario. Que éste es el aroma que deja el Señor de Pasión cuando pasa por Sevilla. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL DIOS DE NUESTROS PADRES </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y todo ello se verifica conforme a un tiempo que la Ciudad marca y que, durante la Semana Santa, quedaba remansado cada noche en la tertulia de casa, entre leche caliente y pestiños, compartiendo sensaciones y momentos en familia. Porque el tiempo, en Sevilla, une memoria y sangre. Nuestros mayores nos legaron su Ciudad, sus cofradías y sus devociones. Y, sobre todo, nos transmitieron su fe de generación en generación. La misma fe, depositada en la Iglesia desde los Apóstoles. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Una fe que apoyó sus devociones en la Sevilla antigua del Cristo del Mandato, en la Triana de Nuestra Señora del Camino, o en el fervoroso voto al Santo Crucifijo de San Agustín, tan sentido en épocas de pestes y calamidades. Imágenes que perdieron la frondosidad de su devoción pero que, al contemplarlas hoy, irradian ese calor que no se consume nunca. Así lo sentía un grupo de jóvenes inquietos que quisieron hacer una revista con el romántico afán de divulgar las tradiciones de su «Sevilla cofradiera». Un grupo prendado de los vestigios de la extinguida Hermandad de la Virgen de la Antigua, Siete Dolores y Compasión, atraídos irremediablemente por esa brasa de manos entrelazadas, la hermosísima Virgen de los ojos más doloridos de la Sevilla antigua. Cada vez que íbamos a visitarla en su retablo del crucero de la Magdalena, comprobábamos cómo su mirada volaba a cruzarse, frente por frente, con la mirada baja del Amparo, en uno de los rincones más hermosos de la teología mariana según Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La misma teología que se muestra cuando, tras el altísimo mástil de Jesús Nazareno, se derrama la plata derretida en hachas de cera blanca que acompañan a María Santísima de la Concepción. Sumergida en el hoyo de la Madrugada, cuando más noche es la noche, entre colgaduras de piedra catedral, se encuentran plata frente a plata, Cuerpo de Cristo frente a llanto de Madre, Monumento frente a tabernáculo primero. Y blandones frente a escudos y candeleros de la que Sevilla llama sin Pecado Concebida. Cuando sale de rezar la Virgen su estación ante el Monumento, una Giralda blanca se levanta como aquella «escalera apoyada en la tierra y cuya cima tocaba los cielos, y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella». Y Sevilla exclama asombrada: «¡Qué grande es este lugar, que no es sino la casa de Dios y Puerta del Cielo!». Yo no sé decir otra cosa sino que Ella es mi Madre. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Ésta es la misma teología que ha ido buscando nombre a cada llanto, a cada brillo de ojos, a cada semblante de Madre dolorosa. La misma que ha buscado razones para llamar Buen Fin a la muerte del Hijo de la Virgen del recoleto dolor, la Virgen de la Palma. La misma que acompaña a la Soledad y encuentra en el Cristo paciente de San Buenaventura la Salvación tan cercana. La misma teología capaz de coronarla Gloriosa y verla llorar en San Julián, por tres veces nacida y por tres veces más bella. Y llamarla siempre Hiniesta. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y conforme a esta teología, puede Sevilla nombrarla dulcemente sin siquiera decir su nombre. Porque es la misma que puso nombre de flor a la azucena y nombre de palio al azul de una fuente y nombre de plata a la luz de la noche. Así la llama la teología sevillana: talle, manos, rostro y mirada. Que basta con decirle «la del Dulce Nombre». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Solamente cuando «todo se ha consumado», sentimos la muerte que amarillea la Madrugada en la palidez de San Pablo, porque tiene la muerte color Calvario, sonido de suelas de esparto; el olor de Zaragoza amaneciendo, y el amargo sabor que deja esa primera luz en los ojos de la Virgen de la Presentación. Luego se abrirá el zaguán de los dieciocho ciriales que tiñen de temblor árboles y sombras, y nos asomaremos al retablo de la muerte que resbala desde la mano pálida de la Madre hasta el pie horadado del Hijo; de la color quebrada de la Piedad que va muriendo hasta la Ceniza descendida que ya se ha muerto; y desde las ricas ropas de los varones hasta las lágrimas brocadas de las mujeres en torno a la Sagrada Mortaja. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y el Sábado Santo, que se pronuncia Soledad, porque ya nada nos queda sino Ella, y nada le queda a la Mujer Sola de San Lorenzo. O, quizás, solamente su entereza. Y a nosotros, sólo esa imagen grabada de la Madre, nuestra Madre, que se marcha, sola, dejando tras sí la estela del sudario desnudo en la espadaña de la Cruz. Todos se marcharon, sólo Ella permanece, en pie sobre su dolor, erguida. Y como último recuerdo nos quedará el sonido del Sábado Santo, que se pronuncia Soledad. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pero no anunciamos únicamente al Cristo muerto, porque Sevilla confiesa su fe en cada piedra de la epifanía de la Ciudad Santa a través de sus cofradías, a lo largo de un tiempo que se mide por transmisiones de puestos en los tramos y por el relevo que las cruces marcan en los libros de hermanos. Y la que algunos creen Semana del culto a la muerte resulta, cada año, testimonio de fe en la Comunión de los Santos y en la resurrección en Jesucristo de los cofrades que se fueron, como Emilio Samaniego, Fernando del Pino, como Francisco Melguizo o Manolo Bejarano, y cuantos dejaron ya su cirio, su medalla y su papeleta en la mesilla de su adiós. ¿Y acaso Aquél ante quien intercedemos por nuestros difuntos no es un Dios vivo y de vivos? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¿Acaso la muerte apenas llegada de Cristo en el Museo, que sacude su cuerpo, levanta su rostro y crispa sus dedos en la madrugada de su altísimo canasto, no es memorial de un Cristo vivo? La muerte reposa vencida como un molde partido bajo las aguas de Sevilla. Y ¿acaso no son tus Aguas, Madre y Señora nuestra, Lunes de flores blancas, toca de olas en calma y un río que parece un manto? ¿Y la noche partida cuando te recoges, Madre, acaso no es primicia viva de la vida resucitada? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La fe de nuestros mayores no es una fe vieja por sus muchos siglos. Es fe antigua y renovada por cada uno en su aceptación personal diaria. Y cuando todo un pueblo se arracima en un lugar común para llorar o dar gracias; cuando en el mayor de los desiertos acude a ese sitio sabiendo que aunque parezca hasta pozo seco dará agua... Cuando esto sucede en Sevilla, todos pensamos en su Talón. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque por toda la palma abierta que es el plano de Sevilla están las huellas del Señor del Gran Poder, el Dios de nuestros padres y el de los padres de nuestros padres. Sevilla encuentra en Él la representación perfecta del Dios total, uno y trino: el Rostro del Padre, la Zancada del Hijo y, en sus Manos, la fuerza del Espíritu Santo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Su Rostro, el de Dios Padre, con la ternura y la impaciencia del padre del hijo pródigo, al que casi se le saltan las lágrimas cuando nos ve subir la escalinata de su besamanos, o entremezclados en el bullicio de la Madrugada. Rostro amable y dulce como el horizonte de la Ciudad. Pero Rostro también de las grietas de Sevilla, desconchado como los ladrillos de la fachada del Hospital de los Viejos, abandonado como tantos ancianos que «estorban». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Sus Manos, las de Dios Espíritu Santo, porque en ellas está «el poder y el imperio», que por cetro tiene la Cruz. Manos que nos injertaron en Él, y que nos ofrecen los dones de su Espíritu: la Sabiduría y el Entendimiento; su Consejo, su Fortaleza y su Ciencia. Y la Piedad y el santo temor de Dios que no es sino venerar como veneramos al Señor. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y en su Zancada, la de Dios Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Una zancada que alcanza desde el Tardón a Bellavista. Zancada que lucha, que cae, que llora, que tiene hambre. Zancada que nos apremia a no permanecer ambiguos ante la vida, «políticamente correctos» frente a la injusticia, y que nos impele a dar el paso firme que nos encarne en la realidad de los hombres. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">El Señor del Gran Poder, por su Rostro, sus Manos y su Zancada, es el Dios total que sale a nuestro encuentro. Y la Sevilla sola, la de los malos tratos, la parada, la que se droga, o la herida por tantas cosas, se asoma, se abraza, se agarra como la hemorroísa en medio de la muchedumbre que rodea a la cofradía. Porque sabemos que aunque nos abandonara el cariño de la familia, de los padres, de los esposos o los hijos; aunque nos abandone el trabajo, la suerte o hasta la salud, cada sevillano sabemos que el Señor del Gran Poder «no me ha dejado» ni se olvidará jamás. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y como Sevilla lleva grabada en su alma la fuerza de su Talón, pedimos: que la gracia de nuestro Señor del Gran Poder en su bendita Zancada, el amor del Padre en su Rostro desconchado y la comunión del Espíritu Santo en la fuerza de sus Manos, esté por siempre con este pueblo. Porque la Sevilla herida se hizo carne y Gran Poder entre nosotros. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">III ... HOY... </span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL OTRO RÍO </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Las cofradías son depositarias de un legado que hemos de transmitir, y fundamentan su vigencia en nuestra fe en Jesucristo muerto y resucitado. Por eso hablamos del valor sacramental de la Semana Santa como celebración viva de unos misterios vivos. Porque no es arcaico ver andar al Nazareno de San Nicolás, el de los pliegues tallados en la noche bordada. Y no resulta caduco admirar el transcurrir de la Carretería, cuando la noche de la torre de la Plata se hace fría como una garra y las sombras son humo amontonado de hojarasca a los pies del Cristo de la Salud; ni es un vestigio del pasado el palio exacto y viernes de la Virgen del Mayor Dolor. Como no lo es contemplar entre ángeles, y sobre el soberbio canasto que amortigua su caída, al Hijo de la Virgen de los Dolores y Señor de las Penas, que llamamos de San Vicente. Sevilla lo prefiere así, antes que exponerlos inalcanzables, intocables. Éste es su privilegio y su responsabilidad. En nuestras manos está luego hacer vida lo que anunciamos en cada estación, dando así plenitud a la Semana Santa como sacramento de la presencia de Cristo en las calles de Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">No nos acerquemos, pues, a las cofradías con espadas ni con palos. Porque Él nos seguirá preguntando cada vez en la esquina de Orfila: «¿A quién buscáis?». Podemos ser luz ciega, como la tea que pretende alumbrar lo que se hace con nocturnidad contra Quien es Soberano en su Poder, o ser la luz dorada y limpia de la Verdad, como el palio de la Virgen de las manos enharinadas. Podemos aplicar la regla de los hombres, dura y emboscada como en el Prendimiento del Señor, o la de la Virgen que amasa consuelos y ratos de escucha. La que se despide siempre con la última palabra que conocemos de sus labios, su Regla definitiva: «haced lo que Él os diga».</span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);"> </span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Por eso, quien dude todavía de la vigencia hoy de nuestras cofradías, que venga a Torreblanca y entre por sus calles, las de todos los días, los conflictos y los olvidos. Quien dude del testimonio de fe que supone una cofradía en la calle, que pise ese suelo que sólo conoce su cera y vea ese nutrido cuerpo de nazarenos; al Señor Cautivo sobre un canasto de carpintero; a la Virgen de los Dolores, en su modesto y tan digno palio, como la propia casa de María. Y que mire el rostro de sus vecinos, sevillanos de la Giralda invisible. Y luego, cuando vuelva dentro de la muralla, que responda si acaso aquello no es verdadero «vástago del tronco de Jesé», y savia cierta de las cofradías de Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y porque las cofradías no son de ayer, sino de hoy, los cofrades queremos seguir dando hoy razón de nuestra fe desde ellas como miembros vivos de la Iglesia, válidos, maduros y con un criterio propio. El colosal misterio de la Quinta Angustia nos muestra el péndulo inerte y desvencijado de Cristo en su Sagrado Descendimiento. Y también a la Iglesia: una canastilla aparentemente endeble en su madera de palo de rosa, pero con la fuerza misteriosa y bronce del Espíritu que la acompaña. Y un grupo en el que unos entregan la Palabra de Dios en manos de otros, mientras la Madre permanece junto a ellos, vigilante y atenta. Las cofradías nos decimos Iglesia, y decimos bien, porque lo somos, como cualquier otro grupo o comunidad de bautizados. Débiles y pecadores muchas veces, pero como en cualquier otro grupo o comunidad de bautizados. Por eso seguimos necesitando personas que, identificadas con nuestra personalidad, nos asistan y orienten espiritualmente. Hombres de Dios hoy, como don José Álvarez Allende o don José Talavera Lora, gastando sus vidas al servicio de sus parroquias y junto a sus cofradías, hasta en las estaciones penitenciales de pies cada vez más cansados. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La Semana Santa de hoy fluye viva y fresca como en un río que durante el año permanece oculto, y que se nos aparece en estos días. Nace en los riscos más altos de un Septenario, en las sierras de la Anunciación. Y desciende al Valle niebla y rosa de un Viernes de Dolores. Abre su surco el arroyuelo de caracoles y cuchillería que llaman Regina y, enseguida, se hace río Feria en cuanto le sale al paso la espadaña de San Juan de la Palma, hasta desembocar en el delta de la Esperanza. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Desciende el río al Valle como lágrima de tarde vencida y dolor, un ahogado dolor. Valle de niebla y rosa para un agua remansada por la muerte que no ve, pero que siente como ese junco tronchado que flota en su mirada, de dolor, de un ahogado dolor. Es tan grande su tristeza y tan honda su pena, que más que lecho, madre del río muerto, eres su Valle. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Un Valle de niebla y rosa, una tarde de ojos ni malva ni hoja ni teja, que no hay color para el palio de agua inundada. Y te marchas poco a poco en tu noche de sangre mustia. Y ya sólo nos quedan tus ojos. Y el Valle profundo de tu dolor, tu ahogado dolor. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y enseguida, el río se hace Madre en ese milagro que tantas veces me enseñaron desde un balcón frente por frente a San Juan de la Palma. Por eso siempre serán de niño los ojos con que mire a la Amargura. Niño atónito que ve cómo el brazo grande y duro del romano alarga el desprecio de Herodes y casi choca contra la espalda empujada del Señor. Niño que agranda su mirada para que le quepa todo el canasto, todo el misterio, todo el desprecio y la soberbia de Herodes, y todo el Silencio del Señor maniatado con sombras blancas. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y luego, para siempre grabado, la catedral enrojecida y bordada de unos ojos que lloraron. Y el niño que quiere mirar donde mira la Amargura. Allí en la Sevilla rota, esa que, mientras tenga amarguras en sus entrañas, tendrá también Hermanas de la Cruz en su cabecera. Y esa que sabe también que, mientras haya Hermanitas, es allí donde mira la Amargura. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Mi túnica primera fue blanca. Niño blanco vestido de amargura con el recuerdo de un abuelo que se marchó un Domingo de Ramos, casi cuando había nazarenos blancos reflejados en los cristales. Niño de túnica color Zurbarán que hoy se asoma a este atril porque Sevilla así lo ha señalado. Por eso ahora, aquel niño blanco vestido de amargura busca en su vieja caja de lata y pone sobre su memoria el añejo escudo esmaltado de su abuelo, con una cruz de color Silencio despreciado y un fondo rojo manto. Y al cabo del tiempo, cuando Sevilla lo señala, y ya casi se vuelven a reflejar nazarenos blancos en los cristales, devuelve el niño a su abuelo la gracia de haberlo vestido de blanco amargura. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Río abajo, hay un lago bellísimo a las faldas del Monte Sión. Es un lago de tisú fruncido que rebosa cascadas como rosarios dolorosos. Y cada Jueves Santo se produce el hecho milagroso de la sombra de los olivos enjugando el llanto de una Doncella que allí se asoma. Nada hay opaco para Ella. Ni palio ni lágrima ni calle ni tarde. Que hasta los varales van calados para que ni un suspiro la agobie cuando, cada Jueves Santo, allí se asome la Doncella. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y luego ya se remansa el río, cerca, muy cerca de la Resolana. Estamos llegando al delta que dicen de la Esperanza. El curso del río Feria es el de la pasión, muerte y resurrección de Sevilla. Por eso está primero triste, luego ojerosa y al fin sonriente. Entonces es cuando amanece Sevilla, cuando Ella se asoma como una lágrima deslumbrada al día nuevo. Viernes Santo, sí, pero ya resucitado porque Sevilla resucita en sus cinco llantos. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Te vemos, y no lo sabemos explicar. Te soñamos, y no acabamos de imaginarlo. Te sostuvimos, y no podemos olvidarte. ¿Será esto la fe? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La fe de la calle que se aprieta para darte abrigo, la de la noche que quiere despertar en tu regazo. La fe de la luna, más redonda para mejor coger tu reflejo, y la del Parque, ese que tan sólo de lejos te siente. La fe de aquel macareno que seguía ofreciendo una misa cada mayo por aquel otro llamado Joselito, que murió en Talavera suplicando a la Esperanza. Y la fe de aquel río, que hace confluir hasta su desembocadura todos los afluentes y todos los arroyos de esta Ciudad, depositando en el estuario de sus esmeraldas cada pena, cada herida y cada desesperanza. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque si tener fe es creer sin ver, hace tiempo que en Sevilla perdimos la fe. Porque hubo un día en que vimos la gracia Dios en medio de nosotros. No creemos en la luz porque la hemos visto por Cuna. No creemos en el milagro porque se asoma entre los varales de su mirada. Ni creemos en la Bienaventuranza porque ya nos la entregan sus manos, ni en la armonía, porque asistimos al prodigio de su palio. No creemos, en fin, en la inmensidad, porque toda cabe en su corona.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque, si la fe es creer sin ver, hace tiempo que perdimos la fe. Y eso fue el primer día que salió la Macarena por las calles de Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y de nuevo nos cruzamos con el nazareno alto, delgado y negro. Su túnica raída se fue gastando con el roce del relente de la Madrugada. Y lo vemos alejarse «por el camino más corto», como siguiendo el curso del río de su propia vida. Hemos mirado al ayer y vamos camino del mañana con la certeza de que Jesucristo sigue siendo hoy el mismo de ayer y de siempre. </span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y luego, hay que seguir. Aunque se tropiece, aunque caigamos, hay que seguir. Aunque la vida se haga más dura, hay que seguir. Y la Hermandad puede ser la mejor escuela de formación, no de las malas artes del mundo, sino de los valores que propugna Jesucristo. Así lo vemos cada Viernes Santo por la Alfalfa, cuando Jesús cae una y otra y otra vez, y en sus ojos y en su boca partida sólo oímos «hay que seguir, hay que seguir». Ésta es la Hermandad para el joven: Cristo por delante, la experiencia y la mano tendida del mayor como cirineo. Y detrás, como sin notarse, siempre la dorada presencia de la Virgen de Loreto. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">También hoy es el tiempo de los jóvenes. De aquellos que no quieren renunciar a serlo para integrarse en una hermandad, ni limitar su participación en ellas a concursos o limpiezas de priostía, sino que quieren aportar los valores de su juventud, aprendiendo junto a quienes llevan años de experiencia. Porque nuestra identidad no se funda ni en colecciones, ni en reproducciones más o menos dignas, ni en nada de lo que el periférico mercadeo cofradiero nos ofrece. Que nadie se confunda, ni siquiera los más recientes, porque el respeto que merecen las expresiones de nuestra fe no se logra atabernando la vida y los símbolos de nuestras cofradías.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL TIEMPO MÍO </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Es mi tiempo primero aquel de las postales «el escudo de oro», con la Virgen del Rocío sin bambalinas bordadas. Y el estreno de estantería propia con el prontuario moderno de las cofradías: «el Gutiérrez». Y si, ahorrando, más adelante podía ser, el gran lujo de un libro entonces extraño y apasionante: «el Bermejo», capaz de igualarse al «Cruz de Guía» de Sánchez del Arco, que tantos años llevaba ya en casa. Es el tiempo de buscar, incluso entre gitanas y toros de fieltro encampanado, nuevas tiras de las «diapositivas andaluzas», mientras los cubos de flash no lograban las fotografías soñadas. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Luego fue la lonja de la Universidad testigo de años de esfuerzo, alegrías y malos tragos. Pero, sobre todo, en la piedra de un banco al sol, sede de la mejor asamblea de capillitas. Aquella singular Escuela Jurídica contaba con dos o tres costaleros, un nazareno y un armao. Amigos con los que crecemos compartiendo besamanos con apuntes bajo el brazo, vivencias y devociones. Y como hay, sin duda, ciertas épocas del año sevillano en las que debe existir bula para el pecado venial de la rabona, la Escuela sentaba doctrina sobre lo difícil que resulta encerrarse entre cuatro paredes cuando la primavera entra con adelantados sones de trompetería a caballo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Hasta que esas mismas cuatro paredes llenan sus galerías y patios de ruán. Que nunca fue más fuente de conocimiento la Universidad que cuando se abre para que salgan los Estudiantes sin carpeta. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Una tarde de sol caído y luz por última vez hiriente, salí a rebuscar algún fragmento de sombra entre los adoquines de Laraña. Una sombra de la Hermandad de los Estudiantes hace setenta y cinco años. Quise volver al contraluz más potente, a esa fotografía de Dios revelada en el papel de la tarde que muere buenamente, y a las siluetas negras de la hora aquella, de la que sólo quedan ya las nubes de un azulejo. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pero el Cristo de la Buena Muerte vuelve hoy a recordarnos que Él es el mismo ayer y hoy. Y siempre. El amor hasta el extremo de su última gota de sangre. Porque la cura más reciente nos ha devuelto a la vista una gota tapada por la pátina que la ocultaba a la memoria del Martes Santo. Ha pasado tanto tiempo ignorada esa gota de su vientre, esa última gota de sangre, la que rubrica hasta el extremo la Buena Muerte de Cristo... </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Sólo era una gota perdida en nuestra historia, tan imperceptible que ni acusamos su falta. Pero era la última gota de la sangre de Cristo, la de su amor hasta el extremo. La de los jesuitas de Laraña, la de la calle San Fernando. ¿Cuándo cayó, que no la vimos? ¿Fue en Arfe, o la precipitó la sombra por Castelar? ¡Si se iba levantando a pulso cada vez! ¿Qué la ocultó para no sentirla nuestra tanto tiempo? ¿Fue acaso íntimamente perdida y descendida casi hasta el sudario en la Catedral? </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Hoy, de nuevo, se nos manifiesta, buenamente muerta, la última gota de Cristo. La gota que tiñe la Angustia de María, sus mejillas y el artesonado de su palio. Hoy, de nuevo, Sevilla le ofrece el sudario del Alcázar y el color muralla para sus hachones. Porque ha caído la última gota, la del amor hasta el extremo de dar la última gota de sangre, la propia vida. Que solamente así pudo quedarse dormido en los brazos de su autor. Que solamente así pudo ser buena, cuando la noche ya se marchó, por Laraña o junto al Alcázar; que solamente así pudo ser buena la Buena Muerte de Dios. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">IV ... Y SIEMPRE </span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA MAR DE LA SEVILLA MANIFESTADA </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y siempre volverá a renovarse el milagro… de una nueva Semana Santa. Como cuando anochece Sevilla el Viernes Santo entre dos palios y dos llantos: el palio color cielo Gólgota de la Virgen del Patrocinio y el palio color Montserrat. Entre el llanto de bambalinas como pestañas y pestañas como balcones con geranios de Triana, y el llanto de cornisa plata en el más hermoso cierro de Sevilla. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">También en esta epifanía sevillana se asoma la Ciudad al mar, porque además, tiene Sevilla mar en Semana Santa. El mar de Sevilla se llama Triana, y su color, esperanza. Triana, porque huele a sal su nombre, y es marinera su torre; y porque hay redes en las ventanas, entre mantones y macetas. Y esperanza, porque cuando el agua del mar Triana es limpia, clara y verde por el reflejo de la orilla; cuando se amansa en los bordes y salpica las quillas más tiernas; cuando se esconde en el puente, cuando acaricia el ancla o cuando juega con la brisa, decimos que tiene color esperanza. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y cuando refleja velas con forma de espadañas; cuando sufre con sus toreros y se pone flores para el Corpus Chico; cuando come avellanas verdes y se pierde entre calles de nombres cortos, decimos que tiene color esperanza. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">El agua del mar Triana, cuando busca el reflejo de la cerámica y la torre, de Santa Ana y de Pureza; o cuando recoge el cansancio y la fatiga de esos barcos que volvieron vacíos, perdidos quizás en el temporal... Entonces el agua, aún más verde, se viste de bordados y se pinta reflejos de plata y flores. Y con toda la cera encendida, justo formada en la proa sobre la sal de los faldones, el mar Triana llama a todas las barcas a que, prestas, leven anclas: </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¡Que vistan los marineros capas y terciopelo! </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¡Que se marcha a Sevilla, porque estamos de Madrugada! </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">¡Que mira cómo zarpa, con nazarenos verdes de capas blancas... la Esperanza de Triana!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA VIDA </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">La vida explota en lo que los poetas llaman primavera y Sevilla azahar, y cuando reza, Semana Santa. Porque ésta es la Semana de la Vida, pero de la vida digna, rica y plena. Una vida que se nos manifiesta entre cualquiera de las mil perspectivas que de la muerte del Lirio tronchado nos ofrece el imponente Traslado al Sepulcro de la Hermandad de Santa Marta. La muerte de los pies fríos de Cristo, desnudos y tan atravesados; la muerte de la mano que se descuelga; la muerte de su cabeza abandonada y flácida. Y la muerte que se asoma al pecho de Nicodemo, a las lágrimas de la Magdalena, a la soledad tan acompañada de las Penas de la Madre. Y la muerte en la sombra del cortejo cuando nos deja sólo el rastro de sus espaldas oscuras... </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">No había sepulcro, y Arimatea ofreció entonces el suyo. Pero desde hace casi diez años, ni en el sepulcro de Arimatea, en su Capilla de San Andrés, puede ser enterrado Cristo. El sonido ausente de su campana sigue siendo su voz muda, como las radicadas en San Vicente o San Bartolomé, que siguen sufriendo con Quien ya para nacer no tuvo abrigo ni hospedaje.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Pero éste es nuestro Señor, el de ayer y de hoy. El de siempre. Él es nuestra Esperanza para el nuevo tiempo. Vienen, o están aquí ya, los que nos hacen padres, aquellos que recibirán mañana nuestro propio legado como nosotros recibimos la heredad de nuestros mayores. Los que veremos crecer junto a nuestro ejemplo y nuestros valores, cristianos o no, y que beberán de aquello que les demos: de la fidelidad o del engaño; del compartir o del acaparar; de la concordia o de la discordia; del ser o del tener.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Nuestra mejor herencia será para ellos, y para nuestro mundo, unas hermandades reflejo de las familias que las componen, y que vivan los valores de Aquel que llamamos con el nombre de su Madre, Nazareno de la O, el que doblado por la cruz y la tarde, deja su huella mojada por toda Sevilla, la de los primeros pies de Triana que arribaron a la Catedral. La misma Triana que creció más allá de sus límites, y que de nuevo responde a todo el orbe con la luz de mil guardabrisas, que avanza poderosa y fuerte. Y «el izquierdo por delante». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">«¿Acaso tú, Hombre moreno del Barrio León, eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo?». Y San Gonzalo responde cada Lunes Santo al Caifás de turno: "Tú lo has dicho". </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Tan cierto como que nadie, ni hombre ni autoridad ni grupo, puede vulnerar los derechos del hombre, porque provienen solamente de Dios». Y si Caifás volviera a rasgarse las vestiduras por tener como blasfema la respuesta, tengas a Sevilla, Caifás, por blasfema. Porque no hay en la tierra otro Dios ni más Señor de la vida que el Hijo de la Virgen blanca de calles blancas y casas bajas, nuestra dulce Madre y Virgen de la Salud. La del llanto de malla trigueña y los varales de aire, la Madre del Hombre moreno que, desde el Tardón, nos llega maniatado.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Tomemos nosotros ahora, desde la antigua plaza del Pacífico que llaman hoy de la Magdalena, el tranvía del Patrocinio, y vayamos en busca de la Bandera de la Vida, esa que Sevilla enarbola como testimonio de un voto que quizás tuvieran sus cofradías que jurar hoy: voto en defensa de la vida, don de Dios que debe protegerse en cualquiera de las etapas, desde la concepción hasta la vejez y la muerte; desde el derecho a unas condiciones dignas de vida, hasta el derecho a la educación y la cultura.</span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Nuestra Bandera es un relámpago crucificado, y su nombre, el trueno que lo acompaña cada vez que se pronuncia: Cachorro. La expiración de su cuerpo sacudido ondea sobre las azoteas de nuestras almas, y su silueta de Viernes atrianado es un piropo de la vida en su plenitud. Por eso afirmamos que Jesucristo es el mismo de ayer y de siempre. Por eso Él es nuestra Bandera. Y por eso el Dios vivo de Sevilla se queda en besapiés el día de la Pascua de su Resurrección. Porque es el mismo Dios vivo el Cachorro de Triana. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">VÍSPERAS DEL NUEVO TIEMPO </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Vivimos las vísperas de un tiempo nuevo en el que también los cofrades, con toda la Iglesia, celebremos la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo -que en Sevilla llamamos de la Sangre- en las entrañas de su Madre, la que vive en la Calzada. Allí se abre el balcón de este final de siglo y de milenio, como cada Martes Santo. Y sosteniendo cansadamente sus brazos extendidos, Pilato, que ya ni se cree su papel, vuelve a presentar a Jesús al Pueblo: «¡Ecce Homo! ¡He aquí el Hombre Nuevo, éste es Jesucristo, el amor de Dios hecho uno de nosotros, el mismo de ayer, de hoy y de siempre!». Y el mundo responderá: «¡Muéstranoslo con obras!». Entonces, Pilato se volverá señalándonos. Y aquí estaremos las cofradías y sus cofrades, dispuestos a seguir mostrando a Cristo al mundo, entrando en el nuevo tiempo sobre los pies, metiendo bien el cuello y los riñones. Como se anda en San Benito. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque también mañana seguirá siendo válida la hermosa catequesis de nuestras cofradías. Como la del Baratillo y los dedos desvanecidos de su Cristo de la Misericordia, que rozan la crecida marea del Miércoles Santo mientras reposa en la serena Piedad de unos párpados bajos. Y esa será la huella que siga luego la Caridad albero y cal del dolor de su Madre... O como ver derramarse el azúcar de los ojos remansados en la pureza de Guadalupe. Porque no hay Aguas más blancas que las que resbalan por las mejillas de la que a Cristo dio sus Aguas. Porque son sus lágrimas y su quebranto las Aguas también de Guadalupe.</span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);"> </span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Refieren que fueron a clavar junto a Jesús a dos ladrones, y que las gradas de Alemanes se empinan un poco más el Viernes Santo para ver a Cristo, que quiere como salirse de la cruz. Dimas pide clemencia, y escucha: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». El paso se ha arriado ante la Puerta del Perdón, mientras Cristo se vuelve hacia Gestas que, sin embargo, rehúye la mirada ansiosa del Señor, hundiendo la suya por la vieja calle de la Mar. Pero el Cristo de la Conversión, García de Vinuesa arriba, seguirá esperándolo hasta su último aliento. Pero si uno no quiere... </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y porque es verdad, el Cristo del Amor, desde su cruz recién estrenada para seguir muriendo también en el nuevo siglo, nos dice: «Estad alegres, os lo repito, estad alegres». Porque no hemos de esperar la llegada del nuevo milenio con cambios mágicos, transformaciones sobrenaturales o fenómenos apocalípticos. Porque ya se produjo el mayor de los misterios, en la plenitud de los tiempos. Y para darle cumplimiento, por esa misma puerta ignota de Sevilla, que es la más importante porque por ella hace su Triunfal Entrada nuestro Salvador, por ella nos viene el Amor. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Mucha muerte, mucha plegaria, mucha vida prendida en sus vetas se marchó con la Cruz que desclavaron después de ochenta años. Tanto la gastó de tanto amar el Amor. Y de tanto morir. Hubiéramos querido dejarlo sin cruz para asombrarnos de su espalda poderosa, besar sus manos libres y sus pies atravesados... Pero el Amor sin cruz no era el Cristo del Amor. Porque el Amor es darse y darse sin medida; desgastarse por Francos y Chapineros amando de lado a lado sin esperar nada a cambio. Por eso el sentido del sinsentido aparente de la Cruz. Por eso el Amor sigue inexplicablemente crucificado. Y por eso el Socorro de María lo acompaña siempre, Chapineros-Álvarez Quintero, para sostener a cuantos quieran amar como Cristo nos amó. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Así explica Sevilla los cimientos de la nueva Civilización. Y habremos de ser nosotros y nuestros hijos los que impulsemos en el nuevo tiempo la vida de nuestras cofradías, de nuestra Ciudad y nuestro mundo, de acuerdo con los valores del Reino encarnado en el Cristo del Amor. Que esto es la Caridad. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Nuestras catequesis, atención a enfermos o asistencia social, reflejan la entrega personal de muchos cofrades. Pero, sobre sus góticos perfiles, aún nos sigue interpelando el Cristo de las Misericordias entre las estrecheces de Santa Cruz, porque todavía existe una angostura mayor: la de la cuarta parte de las familias sevillanas, que viven hoy bajo el umbral de la pobreza. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">No podemos contentarnos solamente con dar, sino que es preciso que nos impliquemos nosotros, tal y como se refleja en el rostro cetrino del Señor de la Salud cuando rompe la Madrugá con su andar erguido de junco esbelto, firme y rotundo. Porque Él, Rey en su condena, es el símbolo de aquellos que discriminamos porque «no son como nosotros». Pero Él sí es de ellos; de todos, pero especialmente «de ellos». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y para crecer en el compromiso con los más desfavorecidos, pongámonos en manos de nuestros valedores, a quienes quisiéramos encontrar por San Pedro. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque, aunque no estemos en Roma, en Sevilla sí tenemos Plaza de San Pedro, y al santo mismo viendo pasar cofradías desde su palco, en uno de los rincones más hermosos y robados de la Ciudad. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Que aunque no tengamos cúpula de Bernini, sí tenemos una torre hermosa y azulejada. Y no estará la Piedad, pero sí veneramos la muerte severa y envejecida del Cristo de Burgos, y la mirada desbordada y alta de Madre de Dios de la Palma. Y no habrá columnata, pero sí hay cuatro colosales y salomónicos ficus en ese estrambote que es la antigua plaza de Argüelles. Y para Vía de la Conciliación, la calle Imagen cuando el Jueves Santo la alumbran esos grandes ojos tallados que velan al Cristo de la Fundación. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Desde nuestra Plaza de San Pedro, acudiremos a aquellos tres sevillanos que entregaron su vida por los pobres y a los que la Ciudad tiene ya por Santos: Santa Ángela de la Cruz, San Marcelo Spínola y San Miguel Mañara. Santos de la Caridad injertados hondamente en nuestras costumbres y hermandades desde su propia vocación de vida y su entrega absoluta. Santos que quisiéramos ver pronto así reconocidos en «la otra» Plaza de San Pedro. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y daremos entonces gloria a Dios en las alturas, como en esa noche que será de nuevo recreada gloriosa entre las hojas color barro del otoño. Porque habrá otro Domingo de Ramos cuando nos pregunten dónde vamos, y digamos: «Hemos visto salir nuestra Estrella y venimos a saludarla, que ya viene coronada». Será el día en que toda la Ciudad, con sus ángeles y sus santos, honrará a la que tuvo siempre como Estrella del puente, del río, del Altozano y de Sevilla. Y Arrabal, Guarda y Collación de nuestras almas. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y luego de coronada, ¿cómo te llamaremos? ¿Soberana, Reina, Señora? Pero Tú, Madre, no querrás: «Llamadme como siempre: la Estrella de Triana». </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">V EPÍLOGO: JESÚS NAZARENO </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Clarea ante nosotros la luz nueva de la hora que más ansiamos, la del horizonte de la túnica desperezada; las vísperas de la raya perfecta de los monaguillos repeinados. Quizás haya llegado primero el capirote. Un cartón desnudo no es nada; si acaso, un anuncio o un recuerdo, el reclamo a la impaciencia, o la nostalgia de lo reciente, que casi tocamos aún y no queremos guardar en el altillo de nuestra memoria. Pero un capirote revestido de antifaz, incluso llevado bajo el brazo, es ya casi un nazareno en la calle. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">«Por el camino más corto y sin mirar a los lados», el nazareno alto, delgado y negro va llegando también a su destino. Y porque es llegada la hora, con su túnica raída, se nos marcha el nazareno en su última estación. Aunque hoy, el pregonero confía en que, entre tanto capirote alborotado, le hayan dejado un sitio para que pudiera asomarse a esta mañana también tan suya. Y a Jesús Nazareno pedimos ahora saber cumplir la otra Regla de mi cofradía: «hacer siempre lo que el nazareno que le precediera», para que así también quien viene tras de mí reciba el mismo ejemplo que yo recibí. Porque soy nazareno. No tengo honra mayor, ni la quiero. Es el recuerdo de una casa de calle O’Donnell donde formaba el tramo largo de mi familia y en el que yo era el más pequeño de los mayores y el mayor de los pequeños, justo en esa edad en que sólo por un año escaso no podía salir. Es el recuerdo de una entrada al alba azul y fresca. Y la vuelta a casa, varios pasos detrás de un nazareno alto, delgado y negro que andaba como andaba mi padre. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Entonces yo ya era mayor; fue desde que me levantaron la primera vez de mi sueño de niño para ver entrar el Silencio. Entonces aprendí primero, entre atónito y recién despierto, que el Silencio era un nazareno que no te mira, que no te habla, que no se inmuta; como ausente, como si realmente estuviera en otro lugar, en otro tiempo. Y aprendí luego que el Silencio era descubrir cuál era tu padre por sus manos o sus pies, entre una fila larga, altísima y negra. Y que durante el año, esas manos seguían siendo las de un nazareno, porque quien acompaña a Jesús Nazareno de Madrugada, es también nazareno en la vida de cada día. Porque ser nazareno no es un rato, ni un recorrido, ni siquiera una indumentaria, sino un estilo de vida y una espiritualidad especial. Es formar parte de un cortejo de siglos, ocupando un puesto que ya alguien ocupó antes por ti, incluso de tu propia sangre. Otro vendrá más tarde, incluso de tu propia sangre, para ocuparlo cuando tú faltes. Y aprendí que ser nazareno es mantener el estilo siempre firme y el carácter inmutable de los Primitivos Nazarenos de Sevilla. </span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">No os preguntéis ahora por su origen o antigüedad. Es Sevilla la que inventa el Silencio con el silencio de sus plazuelas, sus patios de convento y sus calles apretadas y huecas; con el silencio de los ojos de sus alminares y el borde de sus atardecidas. Y con el silencio de Dios esperándonos desde antiguo, o el silencio de Dios recién nacido en Cristo. Y el silencio de Dios que Sevilla va desgranando en su Semana Santa. Es la Ciudad, pues, su historia y su devoción las que se hacen Silencio, Cofradía y Madrugada. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">El Silencio máximo de Dios es Dios mismo hecho silencio, la Palabra que habitó entre nosotros hecha Jesús Nazareno. Siempre de frente, seguro el paso, adelantado su pie y cargando el hombro para abrazar la Cruz. Y así la lleva mirando con su mirada antigua, con su frente recia, su corona afilada y su mejilla partida, hasta que vuelve a arriar el paso. Y, enseguida, Villegas, Salvador, Cuna. Sólo el trémulo aleteo de las llamas en el farol, sólo la noche para la noche de la Palabra. Alumbrados por el reverbero de los cirios, los ojos de la Sevilla que lo observa llevan rostros de Silencio porque saben ver, sentir y escuchar al Silencio. Miran de arriba a abajo al nazareno que se les detiene delante y se esfuerzan en asegurarse que dentro del ancho esparto hay realmente alguien. Manos adolescentes unas, huesudas otras, manos encallecidas, finas, gruesas... Y dos ojos perdidos al frente, siempre al frente. El golpe de las contera avisa de otra insignia. Orfila, Lasso de la Vega, Aponte. La luz agranda la plaza y el bullicio distrae las orillas, pero el río negro y prieto sigue inalterable su curso. Y siempre, ligero, recto, fagot, oboe sobre las cornisas de la primera Madrugada. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y cuando entre, siempre de frente, lo hará como salió, mirando al lado, porque sólo Él puede hacerlo. Porque sólo Él puede mirar donde nadie alcanza, buscando entre nosotros a cada uno de nosotros mismos. Porque Jesús Nazareno es el mismo ayer, hoy y siempre. </span><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Éste es el Dios de nuestras familias y el Dios de nuestros hijos, a los que queremos educar en esta fe y en la forma de vivirla en nuestras cofradías. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y ahora, salgamos ya al cielo de Sevilla, porque ya mismo, sólo siete días y veremos cómo se van acercando los nazarenos ejemplares y valientes del mañana. Éste es el retranqueo de nuestra impaciencia. Vayamos prestos obedeciendo al repeluco de la última víspera, y cree cada uno su propio final a este Pregón. Besemos los pies de Cristo que va a asomarse a Sevilla; postremos nuestras almas ante la Madre que nos aguarda antes de volver al cielo de su palio. Mezclémonos entre los ángeles que sostienen la Sagrada Mortaja; encontrémonos con la última gota de la Buena Muerte de Cristo y recemos ante el llanto de geranios de la Virgen del Patrocinio. Y digámosle a cada uno, como hacemos cada año con cualquiera de nuestros más queridos amigos: «Señor, Madre, buena estación». </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque es verdad, porque ya huele a Semana Santa. Y pronto, muy pronto, los labios se harán música, jazmín, azúcar. Y luz y miel la boca al decir: «ya es Domingo de Ramos». Vivamos esta gloria adelantada mientras nos llega la Gloria definitiva. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Porque aquella Gloria será, seguramente, ver al Señor en besamanos diario en la plaza de San Lorenzo del Cielo; y verlo tan cerca y sin corona, y sin espina en la ceja, y desatado y sin llagas. Y será la Gloria, seguramente, una eterna madrugada de azahar y plata. Y la Gloria será, seguramente, ver alzar el rostro al Señor de Pasión, respirar al Cachorro y resucitar la mano yerta del Cristo de la Caridad. Y seguramente, será la Gloria un brillo nuevo en la mirada del Valle, el sosiego de la Amargura, la sonrisa del Dulce Nombre, y ver cómo dejó de llorar nuestro Cristo de la Ventana. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Y será la Gloria, ciertamente, poder mirarla siempre, tal cual, ya sólo sonriendo. Señora, Virgen, Madre. Y será la Gloria, ciertamente, toda una eternidad para verla, con corona o sin ella, con manto o sin manto, con tocado o sin él, pero muy cerca de Ella, Vida y Dulzura, Esperanza nuestra. </span><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">Que será la Gloria, sencillamente, tenerla siempre delante. Y ya, solamente, será la Gloria... Sólo mirar a la Macarena. </span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(102, 255, 153);">He dicho</span><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-44087107915773460182007-03-28T12:37:00.000-07:002007-03-28T12:52:40.422-07:001998 - Juan Carlos Heras<div style="text-align: justify; color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(153, 153, 255);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 1998. Pronunciado por D. Juan Carlos Heras Sánchez en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">DEL PREGONERO </span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">¡QUÉ BENDITA LOCURA!</span><br /><br />Qué resonante mutismo, qué estruendoso sigilo. Qué elocuente es el silencio de Sevilla. Una atención más de la ciudad y sus habitantes para con el pregonero de su Semana Santa. Todos los que seguís este acto, sea en directo o a través de los medios de comunicación, encendido vuestro espíritu sevillano al escuchar los sones de Amargura, hacéis un silencio para que otro año más se pueda cumplir con el ritual y el Pregón marque el tiempo que supone el reencuentro con nuestra memoria individual y colectiva.<br /><br />De ahí partió el miedo intenso que recorrió mi cuerpo el día que tuve la osadía de aceptar el encargo de ser la persona que este año rompiera ese silencio. Fue lo primero que pensé, cuando, mirando la espadaña de la Iglesia de Santa Isabel, recibía en el patio de su convento -qué sitio más sevillano- el encargo que hoy vengo a cumplir. Bendita locura de cofrades. Porque hay que estar loco para aceptar venir a este teatro a hablar de Dios y Sevilla, desde el mismo atril que lo hicieron Joaquín Romero Murube o Antonio Rodríguez Buzón, y donde no lo hicieron Juan Sierra o Rafael Laffón.<br /><br />Y vengo con la ilusión y el ánimo que en estos inolvidables cuatro meses me habéis transmitido; con la certeza de no dejaros una inmortal pieza literaria, pero con el convencimiento de transmitiros una Semana Santa de Sevilla y una Sevilla en Semana Santa.<br /><br />La Semana Santa que aprendí en las entrañas de una familia recorrida por las fibras sensibles de su amor a Dios y a Sevilla.<br /><br />La Semana Santa que mamé en los cofrades senos maternales de San Bernardo y San Nicolás. La que me dio -como todo, sin pedirme nunca nada a cambio- mi buen padre, ese Castellano Viejo que me enseñó el amor, el amor de su Cristo de Pasión, el amor de su gran pasión que fueron sus hijos.<br /><br />La Semana Santa que cursé, asimilé y cultivé en la sencilla Escuela de mi Hermandad del Calvario, a la que llegué‚ un 15 de agosto de 1972, en compañía de otros jóvenes imberbes, con la quimera por tocado y el corazón en la mano, queriendo cambiar un mundo del que aún sabíamos tan poco. Ideal e ilusión que tantos años después no han sido derrotados; por el contrario, han fructificado porque enterramos nuestros sueños jóvenes a los pies del Calvario.<br /><br />La que me enseñaron tan insignes hermanos que en ella tuve y tengo de maestros, todos de acuerdo en un extremo: el único Maestro está en la capilla, como bien sabe nuestro querido hermano que lo tuvo entre sus brazos cuando estaban los dos heridos, él enfermo, y su Cristo por la restauración desclavado. Allí, arrodillado en sus rojos y viejos reclinatorios, mirando al Calvario a través de los enhiestos forjados de la cancela, es donde este pregonero encuentra la paz, donde supera el orgullo mundano, donde acepta hasta lo que humanamente es una injusticia insoportable; y, mirando a Dios crucificado, repite con Él: «Hágase tu voluntad, y no la mía». Allí fui a buscar la paz, el sentido y el consuelo cuando el Cristo del Calvario, verdadero, perpetuo y único hermano mayor nuestro, un 28 de marzo, anticipando la Madrugada, tomó la lista de la cofradía, y como si estuviera en la sacristía de la Magdalena y hubieran sonado las dos en la torre de San Lorenzo, leyó el nombre de Eduardo, nuestro Hermano Mayor, que como buen nazareno sevillano contestó: «está»; y con su túnica de ruán y las tres cruces en el escudo de cuero sobre el pecho hizo su última estación de penitencia, aquella que se detiene eternamente ante el Monumento, en la presencia del amor de Dios que nos espera y nos abraza. Un 29 de marzo, hoy hace justo once años, lo estábamos enterrando. Era el día que la Sevilla cofrade conmemoraba en Roma la beatificación de Marcelo Spínola. Don Marcelo y Eduardo, unidos en la gloria de la beatificación y en el doloroso tránsito de la muerte, en un cielo que ese día fue más sevillano. Qué dos grandes cofrades, qué dos hombres buenos, que fieles hijos de sus señores de la Madrugada, se abrazaron aquel día, mientras a los repiques vaticanos se unían los invisibles de las campanas de la torre de San Lorenzo y de la Espadaña de la Magdalena.<br /><br />La Semana Santa que experimenté vistiendo las túnicas nazarenas del Calvario y los Panaderos, portando cirio, insignia; o sirviendo a mi hermandad en compañía de grandes cofrades de la Madrugada y de mi devocional feligresía, sintiéndonos todos hermanos en la mirada de madre buena de la Virgen del Amparo.<br /><br />Todo ello en convivencia y compromiso con una mujer, que como dijo el poeta no sé si existe o es que la estoy soñando cada día. Una persona que vive en las páginas de este pregón, que me dio unos hijos a los que debo transmitir todo este caudal de devoción para que ellos puedan contagiar de esta bendita locura a los suyos, y así ir cerrando y abriendo el ciclo temporal, que ha de aparecer siempre como un referente anhelado sobre el horizonte de la vida cotidiana.<br /><br />Y ello en amor a la Sevilla en la que nací, y para la que he vivido y viviré siempre; porque no ceso de quererla en cada rincón, en cada esquina, en cada plaza, en la evocación que cualquier símbolo de ella me transmite. Y en amor a la Semana Santa que admiro con su plena conciencia barroca, con su admirable adaptación romántica, con su actualizado debate entre culteranos y conceptistas, antigua y nueva controversia entre el fondo y la forma.<br /><br />Y es que Sevilla, siempre dualista, se mece entre la una y la otra; entre el arte y la liturgia, lo divino y lo sacro, lo pagano y lo cristiano, la vida y la muerte, la música y el silencio. Trabajo de priostía literaria y afectiva pretenden que realice; que os haga previvir la recreación de unos días que todos lleváis muy dentro, no la de unos cuantos como Cernuda anunciaba; de las jornadas más importantes del calendario de un corazón sevillano. Por ello me atrevo a rogaros a todos los que me habéis honrado con el silencio, que para que este altar efímero no desmerezca de la tradición sevillana, invoquemos a la devoción que Sevilla defendió pionera, a la que es comienzo de todo nuestro vivir pasional, a la Inmaculada Virgen María. A ella, desde aquí le pido que me dirija convenientemente por los pasos de esta bendita locura cofrade que es el pregón. Que en este montaje de culto y en esta estación y este camino, “su mano me lleve, su luz me guíe y su corazón me sostenga. ¡Inmaculada Virgen María! Así sea”.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">SALUDO </span><br /><br />EXCMO. Y REVERENDÍSIMO SR. ARZOBISPO.<br />EXCMA. SRA. ALCALDESA.<br />ILTMO. SR. PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO<br />GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS DE SEVILLA.<br />EXCMAS. E ILTMAS. AUTORIDADES.<br />SEÑORAS Y SEÑORES.<br /><br />Inútil sería el intentar protocolariamente dar las gracias por la venia concedida y la confianza puesta en mi persona. En la reciprocidad de hombre de Iglesia, sevillano y cofrade me he sentido pleno de felicidad en el transcurrir de este tiempo y sería una presunción intentar devolveros con palabras lo que me habéis otorgado con este honor. De igual manera quiero limpiar de cualquier fórmula repetitiva mi reconocimiento para el Sr. Delegado de Fiestas Mayores, por esas palabras de presentación que han sido fruto de su buena ascendencia ceramista y trianera, para haber logrado realizar tan buena loza con tan pobre barro.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">CÓMO LO IBA A SOÑAR</span><br /><br />Pregonar la Semana Santa... ¿Quién se lo iba a decir?<br /><br />Cómo lo iba a soñar aquel niño rubio y delgado que corría por la rampa del Salvador, anuncio gozoso para todos lo críos que encontraban en ella su primer patio de recreo cofrade; aquel niño que pegaba su cara a los escaparates en los que procesionaban los más dulces nazarenos, jugando a adivinar de qué hermandad era cada uno.<br /><br />Cómo lo iba a soñar aquel niño que notaba como al aumentar la luz solar que alargaba sus horas de juego se aceleraba el pulso de la ciudad. Tiempo de cales nuevas para fachadas de siempre; ruido de hierros en Plaza de San Francisco, de cartones en Cerrajería y de telas en Francos. Viernes del Cautivo: colas, morados y velas. Y ese Domingo de azul cielo. Levantarse como la mañana de Epifanía, expectante, nervioso: misa en la antigua colegiata, recogida de las ramas de olivo; una para el crucificado de metal del dormitorio de los padres, otra para el cuadro plateado de la Virgen de los Reyes de nuestro cuarto. Itinerario de visitas: Misericordia, San Juan de la Palma, Salvador... Y la emoción del primer nazareno, que aprisa y con su capa al viento parecía que iba a volar.<br /><br />-¿A dónde va tan rápido?...<br /><br />-Ése es de la Hiniesta. Va para San Julián.<br /><br />¿Cómo lo iba a soñar? Si él lo que ansiaba era ver pasar la Borriquita por la calle Cuna con las primeras sombras de la noche, apretado entre los niños, después de haber escuchado Amargura por primera vez, acompañando al paso de palio de Sevilla. Si él soñaba con los grandes caramelos que un nazareno blanco le ofrecía todos los Martes Santo, que endulzaban las lágrimas que cada año derramaba su madre. Lágrimas anunciadoras de un bello misterio de amor, que años después se desvelaría. El niño cogía de la mano a su madre, queriendo darle consuelo, y los dos se santiguaban al ver la Virgen pasar entre azul y plata, Candela nuestra de amor y tradición familiar.<br /><br />Y soñaba el Miércoles Santo acompañar a la Virgen de Regla para uncir temprano el cíngulo a la túnica negra, ponerse la orgullosa capa color cardenal y cubrirse con el antifaz ornado con la roja cruz de Santiago. Soñaba, sobre todo, esconderse en la capilla entre el muro y el varal, prendido por un mundo de visiones que le apasionaban: el aura rojiza de la luz del palio, proyectado por velas dispuestas de forma única y original; la espiga de trigo en la mano; la cara de madre joven, encanto y divinidad, alterada por el Prendimiento de su Hijo.<br /><br />Y soñaba el Jueves Santo con la visita a los sagrarios de los conventos en los que las monjas eran rezos invisibles, bondad oculta que obra en los corazones, como ese Dios escondido en el tabernáculo, comunión de santos. Para después presenciar los momentos culminantes de la Semana Santa: el paso de la escena sobrecogedora, Cristo oscilante y prendido de un sudario, Descendido de la cruz; pocas cosas le movían más a piedad a aquel niño. A continuación, y de una Iglesia que parecía presa entre edificios, salían más nazarenos, morados pero sin capa, con una cruz en el pecho, que decían de Malta, una corona de espinas y una caña que la cruzaba; elegante cofradía de tres pasos culminada por una dolorosa auténtica, intensamente penada por el tormento de su Hijo. Y una marcha ponía la exacta armonía en aquel escenario pleno -Sevilla en Semana Santa-; una marcha que sonaba a fúnebre y a gloria, que enervaba a aquel infante que soñaba tener edad para contemplar el Viernes de Dolores la bajada de aquella Virgen, que todo el mundo comentaba.<br /><br />Y tras apreciar como «Los Caballos», «el misterio que más pesa de Sevilla», -le decían-, subía una vez más la Cuesta del Bacalao, se tenía que ver entrar Pasión. Porque, oía decir el niño a sus mayores: si no se ve Pasión no se ha visto Semana Santa. Y a los pies del dios de la madera disfrutaba con la entrada de aquella imagen a la que todos los domingos, tras escuchar la misa de una en los asientos de madera del antiguo coro, buscaba en su capilla, abrazado por la serena mano del Castellano Viejo que suavemente le decía: «Le rezas, un Señor Mío Jesucristo y un Padrenuestro y le pides nada más que salud, que es lo único importante de esta vida». Y así el niño, mientras escuchaba la saeta, cantada desde el repleto y vetusto balcón, asonantada por el ritmo acompasado de los costaleros para subir la rampa que a él le servía de juego, intentaba hilvanar sin éxito las oraciones dominicales, hasta que centrado en la cara de aquel Jesús pensaba: qué grande debe ser Dios para que tanta gente lo quiera. Qué humano, qué bueno y qué dulce debe ser Dios si se parece a Pasión.<br /><br />Y esa noche se acostaba temprano, escuchando las súplicas de sus hermanas que intentaban convencer a los padres de su mayoría de edad para ver la Madrugada. Y soñaba con levantarse temprano e ir a ver las legiones romanas por calle Laraña, los terribles soldados que habían maltratado y luego Crucificado a Cristo. Mas a aquel niño no le parecían tan malos; todo lo contrario: exultantes, bonachones, gentes del mejor barro. Era que detrás venía la que les daba su gracia y su aire inconfundible: la cara por excelencia, la única capaz de convertir a las paganas legiones de Roma en cristiana Centuria Macarena.<br /><br />Esa imagen bendita había sido para el niño sinónimo de agobio cuando la esperaba en primera fila en la Campana para poder admirarla camino de la Catedral, con motivo de su Coronación Canónica. Al llegar el paso, la bulla le arrastró, separándolo de su familia y llevándole hasta Sierpes, donde a la altura del antiguo quiosco de Curro el paso paró por fin. Un señor de traje oscuro, que portaba una vara dorada en su mano, le había protegido al verle indefenso en la bulla, y le sacó hasta la parte trasera del Palacio Central. El niño, lleno de miedo, no quería ver a la Virgen que parada tan cerca estaba. No la podía perdonar. Pero vencer no pudo la tentación de mirar la divina cara que muchos años después, allí, allí, en el mismo lugar, por regla de su Hermandad, no puede contemplar. Mas una cosa comprendió entonces: que ni por pérdida ni por miedo a la Esperanza se la puede negar.<br /><br />Y soñaba el Viernes Santo. Día de terciopelos azules y de rasos morados. Día de la Fe‚ y la Verónica, del muñidor por Sales y Ferré. Día del único palio que no es de plata. Día del Cristo expirante que le sobrecogía, cuando rememoraba la historia del gitano moribundo a través de aquel Cristo agonizante.<br /><br />Y también soñaba, con pena, que llegaba el sábado lleno de tristezas y sombras. Sentimiento de culpa en el ambiente por la muerte de Jesús. Música sacra en la radio. No se podía jugar, ni cantar en casa, pues estaba muerto el Señor. Y esa muerte era sentida tan como nuestra, y nosotros tan como sus hijos, que acudíamos a ver su Santo Entierro con devoción de fieles, pero también con dolor de deudos que hicieran corro de pésame en torno a la Virgen de Villaviciosa. Después la Esperanza Trinitaria y la última Soledad. La que contemplaba cada año con amargura, con pesar, porque todo se acababa, porque otra Semana Santa tardaría en llegar. Así el niño de vuelta a casa, un tanto por cansancio de toda la semana, y un poco por desánimo de lo que terminaba ya, en los brazos de su padre, se quedaba dormido para volver a soñar con toda la alegría que se iba.<br /><br />Y soñaba, que antes de llegar a esa plena efervescencia de embriaguez sevillana, un domingo por la mañana por los aires se filtraba un run run radiofónico muy familiar. Venía de todas las casas del vecindario, y el niño no entendía bien de qué se trataba, porque a veces era poesía y en otras rezo, emoción... Y de vez en cuando surgía un «¡qué bonito!»; y en otro momento se oía, «¡callarse que van a hablar de mi hermandad!». Poco a poco la voz de la radio se convirtió para él en parte esencial de aquella locura que cada primavera sacudía su ciudad. Ante su ignorancia, el niño llegó a preguntar:<br /><br />-¿Y eso, qué es?<br /><br />-Es el Pregón, le dijeron.<br /><br />La respuesta no le aclaró mucho el sentido de esa voz que a todos reunía en torno a la radio.<br />Cómo iba a soñar que hoy lo habría de decir.<br /><br />Cómo iba a soñar que él sería la voz que a tantos y tantos sevillanos les diría que dentro de una semana, justo dentro de una semana, reescribiremos entre todos el mejor poema de amor que nunca un pueblo haya escrito a su Creador, el más bello canto, la más hermosa oración: nuestra Semana Santa.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">II. DE SEVILLA</span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">DE LA MEMORIA INDIVIDUAL Y COLECTIVA DE UN PUEBLO </span><br /><br />La Semana Santa sevillana no tendría existencia clara y determinada, sin el sentimiento del pueblo. Y esa no es una característica que pueda improvisarse. Existe y se consolida a través de un vagar y un sentir por las intrínsecas raíces de nuestro entorno. El pueblo de Sevilla liga buena parte de los momentos importantes de su vida a las figuras de la Pasión y por ende a las parroquias y collaciones que las albergan, donde quieren bautizar a los nacidos, casar a los novios y enterrar a sus muertos. Vidas que florecen, que se unen a otras vidas para después descansar en paz. Los sevillanos sentimos esto de forma muy personal, muy íntima aunque lo celebramos en comunidad: acudimos a ver las procesiones y nos acompaña el bullicio, el tumulto, el vocerío, el ruido... Mas cuando Dios o María se acercan hay quietud, tranquilidad, reposo, sosiego... para que la vivencia individual vuelva a formar parte de nuestra memoria personal. Y no hay rezos corales, sólo el quejido de una saeta acompañada por el eco sonoro del lugar. Qué pudoroso es el sevillano con sus valores más personales, cuánto nos gusta utilizar el zaguán de nuestras almas, porque al patio interior, al centro de nuestro fuego, no todo el mundo pasa.<br /><br />La gran fiesta de la ciudad, no tiene una sola visión, ni hay que intentar uniformar la aproximación a ella. Sevilla es una ciudad difícil de vertebrar. Pocas cosas como nuestras Hermandades son capaces de identificar fuertemente los habitantes con su entorno. Así, cuando alguien dice que es de la Calzada, en el anónimo diccionario sevillano encontramos: «Día, Martes Santo. Lugar, San Benito. Dícese de donde había tanto y tan buen pueblo, que sólo allí Jesús podía ser presentado. Dícese de donde tantas fatigas pasaron tantos sevillanos y tanto lucharon tan buenos cofrades, que a su Cristo llamaron de la Sangre. Dícese de tan buena tierra, que allí arraigó la más bella flor llevada de Triana, Encarnación de lo más bello que nadie pueda imaginar, tan generosa reina que renunció al tesoro de su barrio y cruzó el río para hacerse sevillana».<br /><br />La unión de las devociones con los lugares en los que se ha sentido el paso de la vida nos da nuestra identidad social y humana. Como decía un insigne pregonero: «Ni la ignorancia ni el pecado privan al hombre sencillo de ese alivio del alma que es la oración. Solamente muere cuando la fe muere y en Sevilla la encontramos todavía muy rica y muy viva». Una fe que no tendrá grandes contenidos teológicos a los ojos de unos y que estará más cercana a una práctica cuasimágica para las críticas de otros. A unos como a otros, con el mayor de los respetos les pediría comprensión, generosidad, tolerancia... Tanta como los cofrades tenemos para con todos los que nos quieren conocer. A los iconoclastas del siglo XXI, a los culturalistas vaciadores de contenido religioso, a los inflexibles de una fe que no vibra, que no se emociona, a los que se rasgan las vestiduras a la vista de esta fe sevillana por entender que es «frívolo hechizo de los sentidos ante la belleza prodigiosa de las imágenes», les diré que no se cansen, que la Semana Santa es Pueblo con una fe que en una cultura se encarna.<br /><br />Así nace la Semana Santa también para marcar los ciclos anuales del sevillano. Pero sabiendo que cada Semana Santa es distinta a todas, que, como dice Núñez de Herrera: «Nace la Semana Santa en sí, para sí, y por sí. Es autóctona, autónoma y automática. Nace y crece como una planta. Dura siete días y en ese tiempo germina, levanta el tallo, florece, fructifica y grana... La Semana Santa no ha existido nunca. Es cierto que se celebró otros años. Pero auténtica existencia no tiene hasta este Domingo de Ramos».<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EN EL AÑO 1998</span><br /><br />La antigua Hispalis se dispone a vivir un año 98 pletórico de conmemoraciones significativas, por cuanto los hechos que se rememoran cambiaron profundamente la imagen y la espiritualidad del municipio. A ellos se ligan las raíces propias así como la personalidad definitoria de nuestras Estaciones Penitenciales.<br /><br />Ya conocemos, a través de la maestría de un pintor, preñado de los duendes sevillanos, la primera de las efemérides. La Torre que centra, afirma y preside la Historia de la ciudad, y que 800 años contemplan. A veces los sevillanos la tenemos tan asimilada que la convertimos en un tópico referente. Sin embargo, esta bisectriz emocional de Mateos Gago y Placentines significa mucho más que la postal turística. Decía Sánchez del Arco: «El nombre de Dios es la única torre de perpetua fortaleza. Él defiende a la Giralda; Él le da su Gracia. A ella y a la ciudad. Cuando el nombre de Dios es Jesús y su Pasión se consuma, Sevilla interpreta el drama sacro». Y al pie de la Torre que emana gracia, aunque no esté el Giraldillo, aunque las campanas le falten, en este 98, año del Espíritu Santo, se volverá a escenificar el drama sacro de la Estación de Penitencia Sevillana.<br /><br />El día de San Clemente de este noviembre llegará la segunda evocación: se cumplirán 750 años del asedio y conquista de la ciudad, que desde entonces se rindió a la gótica sonrisa de la Virgen de los Reyes.<br /><br />Al canto clamoroso de los bronces celestiales acudían los antiguos sevillanos. Y las puertas de los templos se abrían poco a poco. Ojivas, dinteles con frontones ven salir hacia la Casa Grande a Toneleros, Escribanos, Curtidores, Medidores de la Alhóndiga, Hortelanos, Alarifes, Cocheros, Mercaderes... Gremiales formas piadosas, mezcladas con etnias gitanas, negras o mulatas, que al mundo asombraron con piezas de noveles artistas. Imágenes de Hernández, los Ocampo, Montañés, Mesa, Roldán... recorren las calles encandilando a un pueblo que las va haciendo suyas, humanizándolas.<br /><br />Hace cien años el exorno cofrade estaba marcado por motivos de hojarasca, estilo gótico en canastos y candelabros y palios de cajón con candelería escasa. No había lunes, ni martes ni sábado. Hacían estación unas 28 cofradías. La Madrugada era el único día que se ha mantenido fiel ante los años: las seis mismas Hermandades.<br /><br />Pasado un cuarto de siglo aparece el Lunes Santo, que ahora va a cumplir 75 años. Felicidades, hermanos, por haber dado a Sevilla el impulso de los jóvenes cofrades. Ya sé que algunas contáis con tradición de muchos años y hasta de muchos siglos. Que Museo y Dos de Mayo venís del siglo XVI y del XVIII, una del Viernes Santo y la otra del Domingo de Ramos; que las raíces de la VeraCruz alcanzan el siglo XV y otras traéis el bagaje de una respetable antigüedad, como Las Penas de San Vicente. Los barrios aportaron dos ejemplos de labor misional intensa con San Gonzalo y Santa Genoveva. Los gremios resucitaron de la mano de Santa Marta y un grupo de cofrades expusieron la mayor traición de la Historia en la calle Santiago. Quizá lo más hermoso del día es el ejemplo dado. Ellas no vinieron de concilios tridentinos a combatir Reformas. Pero fueron las primeras en avisar que contra el mal de hoy y de siempre, sólo hubo y sólo hay dos formas eficaces de luchar: la caridad y el amor.<br /><br />«La Caridad de Cristo nos impulsa» es el lema de los hermanos de Santa Marta. El más vivo ejemplo de adaptación entre el ayer, el hoy y el mañana. El traslado de Cristo sale a la calle, José y Nicodemo aceleran el paso; tienen prisa, pues Pilatos les urge. Ante el estremecimiento de todos, el brazo derecho de Jesús cae. Los varones detienen su andar y Magdalena, Penitente y pecadora, se echa al suelo y consigue sujetarlo. Qué bien se armonizan en este misterio las esencias de la vida religiosa. En él parece oírse la voz de Cristo diciendo: «Marta, Marta, te afanas y te inquietas por muchas cosas; pero sólo una es necesaria». Y mirando como el amor se afana en torno al cuerpo muerto, mirando la mano caída, mirando la dulce sangre derramada, mirando esa rosa roja que está cerca de tu mano -instantánea primavera nacida del estigma dejado por el clavo-, y mirando al amor arrodillado de María Magdalena, sabemos -sin que haga falta más- qué es lo necesario para ser cristiano. Cristo de la Caridad, que tu traslado al sepulcro en la noche del Lunes Santo sirva para que el Amor haga fecundas a nuestras cofradías, para que sólo se afanen en lo necesario, para que se abran a todos y en ellas desaparezcan los grupos cerrados. Enséñanos a saber esperar y a estar con los hermanos, a caminar unidos, a entregarnos sin preguntar quién, cómo ni cuándo. Enséñanos, por Caridad, lo más simple y lo más complicado: el amor entre los hermanos.<br /><br />En la plaza del Museo los artistas siguen pintando un intenso azul y blanco, para que Aguas salvíficas empapen las almas. Aguas puras y cristalinas como sus propias lágrimas, que caen de esos bellos ojos clavados en el palio que fue hecho de malla para que pudiera llegar al Cielo su celestial mirada. Cuántos labios resquebrajados se habrán mojado en la fe de tus Aguas, cuántas ásperas manos quieren tocar las tuyas como manantial que sana. Por eso hasta los naranjos quieren rozar tu palio, y los seises de tus candelabros quieren danzar al son de tu marcha, y tu singular diadema es el áureo puente de amor bajo el que pasan las claras aguas de tu rostro, y toda Sevilla clama, en la noche del Lunes Santo: Aguas vivas del Museo, dorado oasis en el que los finos juncos de tus varales sostienen el cielo más transparente, riega nuestra fe reseca para que florezca en oraciones, haz fecunda la aridez de nuestra alma, y derrama sobre Sevilla toda la gracia presa en las fuentes de tus ojos.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">III. DE LAS HERMANDADES</span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA RENOVADA ESTACIÓN DE PENITENCIA </span><br /><br />Hoy las estaciones ya no vienen guiadas por síndicos corporativos, ni en la mayoría predominan las cercanías parroquiales o los lazos raciales y étnicos. Es la costumbre y la devoción, sobre todo, las que animan a los anónimos nazarenos a vestir las ricas y variadas túnicas. ¿Cuántos son del Arenal de entre los que visten el terno azul y oro en la capilla chiquita del Baratillo? Devociones les traen de lejos hasta tan reducido espacio en el que tan buena, noble y tradicional Sevilla cabe, para invocar a la Piedad antes de que nazca a Sevilla, con toda la Misericordia del mundo dormida entre los brazos. ¿Cuántos han nacido en la plaza de Argüelles de entre los negros y altos nazarenos que parecen los silenses cipreses de Gerardo Diego: «surtidores de sombras y sueños... mástil de soledad... negras torres de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudos cipreses» en la calle, que acompañan al severo Cristo de Burgos? Más probable es que hayan nacido cerca de sus cofradías los nazarenos que vienen desde barrios lejanos que han saciado su Sed de Dios y su necesidad de Consuelo, como otros lo hicieron siglos antes, fundando cofradías en lugares en los que hay menos Desamparo y menos Dolor desde que a Dios en Nervión y en el Cerro se le reza con acento cofrade y sevillano. Y así vendrán en airosa letanía por las arterias de la ciudad, e irán desgajando sus glorias como mensajeros del Evangelio, custodios de una ilusión, serafines y querubines que ilustran la gran Pasión de Sevilla.<br />Y estos nazarenos irán buscando la Catedral como las aguas del río buscan su desembocadura natural en la mar. Guiados siempre por la cruz, símbolo cristiano, sacada del árbol de la vida del Paraíso perdido por el pecado del hombre. Por eso, desde todos los templos de la ciudad, la filas de cipreses y ángeles seguirán a ese eje con la luz de sus cirios, con el pabilo de su fe‚ que iluminará nuestros corazones viniendo desde todos los lugares de la ciudad. Y en la visita a la Casa del Padre, no morirán como las aguas en el océano, sino que reavivarán sus fuerzas ante Dios vivo para volver a sus sedes portando las Imágenes que sostendrán su sevillana devoción todo el año. Así vuelve acompañado de los suyos, para quedar en su barrio y en su parroquia, el Cristo expirante que exhala su último aliento de Misericordia en su calle de Mateos Gago. ¡Cuánta vida! ¡Cuánto amor renovado a los pies de la Giralda, haciendo del innoble madero triunfo de la Santa Cruz!<br /><br />Así la Estación de Penitencia de una Hermandad es un continuo peregrinar. Las Hermandades somos Iglesia en camino. Somos Pueblo de Dios que camina por el desierto hacia la tierra prometida. Si alguno de los que inscribe su nombre en alguna de las corporaciones cofrades piensa que no somos Iglesia, se está engañando. Urge que pongamos todos en hora nuestro reloj. Iglesia no es sinónima de jerarquía, tras el Vaticano II; es eclesiología del Pueblo de Dios; no es tecnocracia administrativa, es Sacramento de Salvación. Hemos de pasar de aquella Iglesia impositiva e intolerante a esa Iglesia misionera que se siente enviada a los pobres, que se presenta más humana, para ser más fiel al mensaje divino. Las cofradías debemos ayudar con nuestra actitud a construir esta Iglesia participativa, y a nuestro paso dejar la idea del DiosJesús que humaniza, que libera solidariamente en su sufrimiento el de los hombres. En esta sociedad pluralista y laica, es el tiempo de los seglares en la Iglesia. Asumamos los cofrades nuestra mayoría de edad y alarguemos el valor de la Estación en el curso del año, porque para un cristiano nada está escrito, todo es posible, todo lo puede si deja obrar en él el Amor que Cristo derramó sobre el mundo desde que la Lanzada abrió la fuente de su costado.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL VALOR DE LAS IMÁGENES</span><br /><br />Para mantener viva la llama durante todo el año es imprescindible el fervor y la devoción a las imágenes. Las cofradías no somos simples mantenedoras de espléndidos vestigios del pasado, ni comités organizadores de fiestas magistrales: nuestra Semana Santa es el esfuerzo y resultado de una dedicación durante todo el año. Escuchamos la palabra de Dios en nuestros cultos, en ellos celebramos los misterios del Señor y sus sacramentos, nos abrimos a la caridad fraterna y como expresión de todo ello salimos a la calle a mostrarlo en la imagen o el misterio que veneramos.<br /><br />Esas imágenes no son meros ornamentos; forman parte de la cotidianidad de los sevillanos, como los amigos que tras el trato y el roce pasan a formar parte de nuestros más fieles afectos y nuestras más firmes lealtades. En esta tierra volcamos creatividad, y sobre todo cariño, en esas devociones cálidas, salpicadas de detalles, que transmiten algo muy real, que insuflan vida. Como la recibida por aquel niño que creció y un Lunes Santo, tras una consulta médica salía atribulado por una mínima decepción. En su divagar callejero, tropezó en Reyes Católicos con una cofradía y se paró como un autómata para verla pasar: oía de fondo una saeta y después sonó una clásica marcha, muy celebrada por todos; se aplaudía el trabajo de los costaleros... pero él, ensimismado, no percibía el valor y la emoción del momento. Una señora sencilla, de edad avanzada, a la que no conocía, se le acercó sonriente y le dijo: «no te apures, muchacho, que no será para tanto; mírala mejor y háblale sin rodeos: es muy buena persona, yo soy vecina de ella, la conozco hace muchos años». Y le dio un clavel que llevaba para un hijo que le había salido -como ella misma dijo- «un poquito tarambana», venciendo las protestas del joven diciéndole que ella ya cogería otro a la vuelta. Se despidió deseándole buena Semana Santa, y se perdió entre la bulla. El joven quedó atónito mirando el palio calado y la cara de la Virgen, con la que desde entonces, cada Lunes Santo, mantiene un diálogo fecundo entre los nazarenos blancos. Virgen de la Salud, ¡qué buenas vecinas tienes! Qué mejor y más alta teología que la contenida en este clavel blanco, y en las palabras ciertas de la sencilla mujer; qué catequesis más eficaz que este hablar de la Virgen con conocimiento y cariño de vecina. Así, mezclándose con la vida, siendo buena vecina, se hace María Salud de Sevilla.<br /><br />No sólo nos ocurre esto en épocas caldeadas por el ceremonial barroco. A lo largo de todo el año, en las anónimas visitas a las capillas, se va desgranando buena parte de la familiaridad con los titulares; es más, yo creo que en esa oración de las iglesias solitarias es donde más auténtica se hace la Semana Santa. Porque las imágenes son lo más preciado de las Hermandades. Ya sé que suena a algo sabido, pero hay que decir aquí que hay que entenderlas como lo hace el simple devoto, como lo que no pueden dejar de ser nunca, el camino más corto hacia Dios, hacia el hermano, hacia la vida y hacia el Amor. Ese es el fundamento y el sentido. Y todo lo demás, exorno.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">IV. TIEMPOS DE LITURGIA SEVILLANA.</span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">PREPARAR EL CAMINO AL SEÑOR. TIEMPO DE JUAN </span><br /><br />Para los cofrades el año viene marcado por las dos Pascuas, a las que se añade un prólogo con el Adviento y se les suma un epílogo en la festividad del Corpus. En el medio queda el tiempo relajado del pálpito cofrade, que coincide en buena parte con el tiempo ordinario de la Iglesia. En esta generalidad manda el corazón particular. El mío se adelanta al mes de noviembre: en la Magdalena crecen las sombras y las lluvias otoñales traen el musgo a las piedras de la iglesia. Una joven hebrea es presentada en el templo, sencillez en sus facciones, humildad en el semblante como novicia al profesar, mirada baja de vergonzosa inocencia, rostro resplandeciente como la nieve. Tras verla en la hornacina exponer con serena belleza el sosiego, ejercer con gentileza la caridad y transmitir la paz de Dios con tanta erudición divina y con tan sencillo donaire, el pueblo, convencido de su perfecta y majestuosa simplicidad, le canta la copla que le compuso un hijo que le salió poeta:<br /><br /><div style="text-align: center;">«Si la angustia que a mi cuerpo acosa<br />algún día mi alma inundara,<br />a tus plantas Señora suplicara<br />el perdón que en tus manos reposa».<br /></div><br />Y cuando tras besar sus manos, el devoto levanta los ojos y su mirada se cruza con los suya, ya no hay angustia en su cuerpo, ni su alma se mueve intranquila. La ha vencido la niña más pura, más gentil, más virtuosa, en la que también se adivina la madre: constante, firme, inalterable. Adquiere entonces pleno sentido el Deo Gratias, y el devoto sigue salmodiando su copla:<br />«Porque es la luz de tus ojos mi guía, porque es tu dolor divino mi calma, presenta Señora mi alma en el Calvario mortal de mis días».<br /><br />Ya esta la Virgen presentada. Y comienza el Adviento. La liturgia se hace más poética y sentimental. Son momentos de preparación, tiempos de Juan, de felices mensajes; de añoranzas y alegrías. En Sevilla se ha producido un año más la llegada del ángel Gabriel: la luz le sorprende a la Virgen en San Antonio Abad, en un balcón plateado donde, aunque no sea primavera, siempre huele a azahar. En un azulado entorno se oye decir al ángel: «Alégrate llena de Gracia... vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo... Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre». Atribulada por la responsabilidad, que la hace más bella y pura, María confía en Dios y responde: «Hágase en mí según tu palabra». En ese mismo momento Sevilla se amuralla de Esperanza, cuando en la calle Castilla se recibe la noticia y en redonda expectación se convierte el gozo. Triana despliega la felicidad de sus gentes humildes que repiten lo que María de la O les dijo en el Magnificat: «Engrandece mi alma el Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador». Corren alteradas las aguas del Guadalquivir marino pues suben hasta el Altozano y hacia Pureza se precipitan, anegando de promesas y ansias las calles y las plazas, que el vientre de la Virgen vuelve a ser puerto de abrigo y bonanza. En la casa de su Madre recibe Ella a Triana y a sus hijos repartidos por doquier, que echan el ancla al ladito de Santa Ana, para un año más cantarle:<br /><br /><div style="text-align: center;">Eres Tú nuestra vida,<br />eres Tú nuestra esperanza,<br />y a tus plantas, Señora,<br />se arrodilla Triana.<br /></div><br />La muralla de esperanza no coincide con la de piedra de la ciudad. Es algo vaporoso, como la aureola de la vestimenta hebrea. En San Roque se atesora la Gracia virginal de la doncella, la fulgurante mirada de sus ojos, la seducción de sus manos mediadoras dispuestas a acoger, a abrazar. Ante Ella sólo se puede rezar, al entender plenamente su sentido: «Dios te salve llena de Gracia».<br /><br />Y siguiendo la Ronda, encontramos la Esperanza que en su seno guarda el Misterio por antonomasia: Ella fue la carne humana que quiso el Padre para su Hijo. Ella fue el sagrario de la palabra encarnada. Ella fue la que unió a la Iglesia cuando sopló el Espíritu.<br /><br />Llegamos hasta el Arco, que los armaos preparan para convertirlo en Portal. Dentro, la Madre es bajada para ser preparada para el gran acontecimiento de la historia. Al cogerla entre mis brazos, aquellos ojos se volvían a encontrar. ¡Cuántas cosas perdidas que no se perdieron nunca!<br />Todas las guardaba Ella. Me resarcía de tantos años de ceguera, de ocultarse tras su manto, de dejarme ahíto de Esperanza. En el camino, quería decirle tantas cosas. ¡Le debía tantas miradas! Recé el rosario como lo hacía de niño en la capilla del colegio. Luego, besé su mano. En la intimidad de su blanca vestimenta apareció Ella. Iluminada, joven, paciente, ligera, sin que sobre su fina cintura o sobre sus hombros pesara más bordado, ni más adorno, que la belleza peregrina que nos anuncia el profeta. La luz celestial ya brilla en su frente; el Espíritu Santo ha venido sobre Ella, ya es templo inmaculado de Dios. Y al verte, Macarena, huye toda sombra negra, se desvanecen las dudas, la alegría se completa y la esperanza es tan cierta que afirmamos sin dudar: ya está Dios en esta Tierra.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">YA ESTÁ CRISTO EN SEVILLA. TIEMPO DE CONOCER</span><br /><br />¡Qué suerte la vuestra, jóvenes sevillanos! ¡Qué presente está Dios en Sevilla a través de nuestras Hermandades! ¡Qué rostro verdadero y noble le dan nuestras imágenes! ¡Qué a mano lo tenéis, en nuestras iglesias todo el año, en las calles dentro de una semana! ¡Qué claro queda su simple y hondo mensaje cuando lo leemos en sus rostros, en sus manos! Seguid, jóvenes de Sevilla, a este Dios que anda por la calles; aceptad el camino de confianza y sencillez que abre, aprended de Él la realización y el cumplimiento. No desesperéis nunca, porque siempre hay un Dios que espera. No sirváis a quienes no son dignos de ser servidos; mirad que «cada cual es esclavo de quien triunfó en él». Dejad que sea Cristo quien triunfe en vosotros, porque «la dignidad de la persona deriva de aquello a que sirve, de aquel a quien ama y para quien vive»15. Mirad jóvenes de Sevilla, en la Basílica de San Lorenzo, al único que merece ser servido. ¡Qué suerte la vuestra jóvenes, por sevillanos, hijos del Gran Poder! En los primeros días del año, contempláis la más sevillana adoración, la gran Epifanía de la ciudad. Epifanía, aparición de Dios, manifestación de Dios al mundo, del Gran Poder de Dios. Pero no te confundas: aunque la ciudad resplandezca con deslumbrante fulgor, el Gran Poder de Dios no es oro, ni incienso, ni mirra; es la reconciliación y el perdón; es tomar la solidaridad humana como Él hace con su Cruz, y convertir el amor en eje de la vida interior.<br /><br />Apréndelo tú, mirando sus manos que interpelan cada día, filo de palabra que explora la mansión interna del alma herida. Manos que palpan la evocación hermosa que dormía; que iluminan oscuridades del más ciego instinto conservado; que ponen alas al esbozo del más precioso sueño.<br /><br />Apréndelo tú mirando el rostro de Hombre al que agarra el mundo, para que el amor no pierda la batalla; rostro de Hombre que el equilibrio aguanta ante el peso del madero como si de flor inmensa se tratara... ¡Señor del Gran Poder protege a los jóvenes pastores que a tu portal se acercan, condúcelos por la estrella de la fe y de la gracia por medio del desierto de la vida! Que ellos, que representan siempre la esperanza de un futuro, si rezan, lo hagan por amor; si luchan por convertir el mundo en un lugar mejor, que lo hagan con las armas del amor. Por amor del Gran Poder de Dios, aquel que no es oro, incienso ni mirra, sino compromiso, reconciliación, perdón y esperanza, de la que Tú como Hombre nos abasteces. Como Poder es la luz de tu vida en nuestra alma. Y como Dios reconocerte en cada uno de los que sufren en este valle que, sin Ti, sólo es de lágrimas.<br /><br />Ya está Dios entre nosotros. Ya se nos ha manifestado y ahí comienza a desarrollarse con fuerza la idea de Dios entre los sevillanos, diciendo con Unamuno: «No es posible conocerle para luego amarle; hay que amarle y anhelarle para tener hambre de Él antes de conocerle. Creer en Dios es ante todo y sobre todo sentir hambre de Dios, hambre de divinidad, sentir su ausencia y su vacío».<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">CUARESMA. TIEMPO DE RENOVACIÓN</span><br /><br />La libertad está en el Gran Poder de Dios. Hay que mantener una moral abierta a cualquier diálogo con tolerancia y respeto. Ser cristiano desde una propuesta razonable y ser persona desde la lucidez y la humildad. Hay que vivir el misterio muy dentro, para adoptar una actitud hacia fuera. Y lo más difícil para el hombre de hoy, al que no le gusta aceptar un hecho de misterio. De ahí la importancia de la formación en nuestras Hermandades, que algunos despachan con frases ingeniosas que revelan tanto frivolidad como inconsciencia ante un futuro en el que la independencia, de la que tan orgullosa están las hermandades, está subordinada a la madurez cristiana de los cofrades.<br /><br />Acudid al Aula Magna Hispalense: la Universidad abre sus puertas. Jesús, el Maestro único, como cada Martes Santo, sale a dar su anual lección de humanidad portado por sus discípulos. Va sin atributos aparentes de Divinidad, ausentes la corona de espinas y las potencias que simbolizan el triunfo sobre la muerte, el mal y el dolor. Hay una sensación de ingravidez y descanso, de reposo y de sueño, de muerte reducida por la belleza. El aire quiebra en silencio y hasta la Fama insonora su trompeta; la severa caoba que le acoge es levantada ligera y dulcemente. Que nadie le despierte de su Buena Muerte.<br /><br />Tenemos la tentación de forjar un Dios a nuestra medida, un Dios del que podamos disponer de acuerdo con nuestros conceptos o al arbitrio de nuestros caprichos. Debemos revalorizar la palabra Alianza. Dios tomó la iniciativa de acercarse al hombre, ofreciéndosela; y nuestra infidelidad no determina que se sienta desligado de ella. Decide, en cambio, pactar una nueva y mejor Alianza sellada con la sangre de su Hijo, y consumada por la comunicación del Espíritu Santo: es la Alianza que representa la plenitud del amor.<br /><br />Queridos jóvenes sevillanos, merece la pena firmar esta alianza, e impregnar a los mayores de su espíritu y su gracia. Hace veinticinco años, la que para algunos es una generación, la del 75 la han llamado, acudió a las salas de Hermandad de entonces. Hoy ya va necesitando refuerzos que inyecten desde abajo savia nueva al tronco de la cruz de la fe de Sevilla, presentándonos en el Tercer Milenio como instituciones vivas, practicantes de una religión que pase por el corazón, por la cabeza y por las manos.<br /><br />Por el corazón de la afectividad a imágenes y valores históricos a los que no debemos renunciar. Por la cabeza, no por conseguir la explicación del misterio, sino porque el mismo acto de fe exige la actuación de la razón del hombre en libertad. Por las manos, con la acción que debe completar la teoría de la fe, mediante el ejercicio de la Caridad.<br /><br />Os invito a que inundéis las casas de Hermandad; a que si estamos acomodados nos pongáis en marcha; a que seáis los principales agentes de la nueva evangelización, que debe ser nueva por su ardor, sus métodos y su expresión. Ésta empieza con la figura de Jesús. La Cuaresma nos anima a convertirnos y creer en la Buena Nueva. Dentro de la Iglesia parece como si estuviera debilitada la experiencia personal y comunitaria de Dios, que hay que fortalecer a lo largo de todos los actos y cultos de los días cuaresmales. Avivemos esas experiencias en los triduos, quinarios, septenarios, novenas, Vía Crucis, besapiés y besamanos que llenan los templos. Y al igual que el que os habla aprende y reza ante el Calvario, otros moveréis los labios y abriréis el corazón para invocar al Amor, al Buen Fin, a la Misericordia, al Cachorro, a la Fundación o a la Conversión... Es el mismo símbolo de la Santa Cruz, que adoramos y bendecimos, porque con ella nos redimió y ante ella expresamos los versos famosos de la mística española:<br /><br />Y así con la mirada en vos prendida, y así con la palabra prisionera, como la carne a vuestra cruz asida, quédeseme, Señor, el alma entera; y así clavada en vuestra cruz mi vida, Señor, así, cuando queráis me muera.<br /><br /><br />EL PREVIVIR DEL DOMINGO DE RAMOS. TIEMPO DE ILUSIÓN<br /><br />La Cuaresma está pasando. Las cales antiguas, las colas del Cautivo y algunos de los ruidos que eran familiares a aquel niño rubio y delgado están desmoronándose. Otros elementos han venido a sustituirlos: sonidos de cornetas y tambores por las explanadas de la ciudad ponen música a la letra de los capataces que dirigen los ensayos de las cuadrillas de hermanos. Multiplicidad de pregones, carteles, tertulias... Estamos ante una fe que se encarna en una cultura, pero no ante una cultura que pueda prescindir de lo religioso. En nosotros está el no dejarnos atrapar por las ventajas de esta sociedad de consumo, marketing y relevancia social. No será en el valor social o económico de los elementos simbólicos de la fe donde encontremos lo que nos permite ser significativos.<br /><br />Todo comienza a acelerarse; ha llegado marzo. Es el momento mejor para divagar por la ciudad de la Gracia en una constante ronda emocionada sin principio ni fin, buscando ese secreto «que está en todas partes sin que sepamos fijamente en un momento dado por qué lugar discurre». En un limpio atardecer. En el alba de la primavera, rastreando por las calles un afán ingenuo y viejo, empezamos a buscar el tiempo pasado de Sevilla, queriendo escucharlo de nuevo, queriendo sentirlo otra vez.<br /><br />Nos acercan al proceso signos que identificamos: la papeleta de sitio que vivifica nuestra pertenencia a la Hermandad, los carteles de silleros en lo que será carrera oficial. Todos miramos hacia el naranjo que tiene que explotar, dando el blanco banderazo de salida. Nos queremos inundar de la risa de las flores, del perfume del azahar.<br /><br />Faltando una semana llegará la voz de siempre, la de un buen sevillano que, a veces con arte y siempre con pasión, anunciará a Sevilla que estamos cerca del éxtasis. Cada día de esa semana es como un peldaño hacia la gloria.<br /><br />En la fiesta tierna y sentimental de los Siete Dolores, la Anunciación se queda pequeña para contener la ingente multitud que pugna por arrodillarse a los pies de la Virgen del Valle, para aliviarle la pena de su infinito quebranto mientras desciende lentamente, en medio de un silencio en el que sólo se escucha un palpitar de corazones. Horas antes, in ictu oculi, la Hermandad de la Quinta Angustia ha representado el triunfo total de la armonía en la impactante visión del mundo barroco montado en su altar de bronce y madera, al que sólo le falta el sentir doliente de los Cristos pasionales de Sevilla. Así se produce otra de la paradojas penitenciales: Cristo del Descendimiento, ascendido a la Cruz.<br /><br />La noche del Viernes Doloroso descorre su cortina para que Sevilla vea ya transparentarse la Semana Santa a través del visillo del Sábado de Pasión, por el que todos atisbamos sensaciones que se traslucen de manera vaporosa. Con las primeras sombras de la tarde, en San Pablo, entre voces conventuales, oraciones calladas y cantos penitenciales, la imagen del Calvario se eleva buscando el monte tallado de madera. El que os habla quisiera agarrarse a esa cruz y buscar ansiosamente esa lanzada del costado donde descansa el amor; la corona de espinas donde medita el bien; los clavos de sus manos donde la paz florece como lirio constante. Figura donde encuentro‚ cada vez que noto el corazón lastimado, bálsamo que me hace sentirlo como fruta nueva entre mis manos. En sus ojos, los de Dios. En su boca, el beso de todas las cosas que sueñan hacerse eternidad.<br /><br />Ya está Cristo en el monte anclado. Primer golpe del martillo: llamada de atención. Apelamos a las conciencias: Cristo del Calvario ayúdanos a aceptar la cruz de la vida. Segundo golpe, más hondo y firme; hay que tomar impulso, tensar las articulaciones: Cristo del Calvario, danos fuerzas. Tercer golpe, definitivo; las piernas están sufriendo, los riñones lo han sentido, el cuello soporta el peso de tu inmenso sacrificio, y todo el que presencia tu ascensión y tu traslado no puede sino cantarte con emoción y timidez de hijo arrepentido: Cristo del Calvario, perdón y clemencia. Conforme se acerca al coro, el canto se va haciendo más firme, menos penoso, con más esperanza cierta de que la petición sea oída. Porque allí mismo le espera la Señora de la armonía, la dulzura hecha belleza, la pudorosa expresión del dolor y de la pena, la Niña presentada al templo ahora convertida en Madre de Dios y de un pueblo que eleva su canto al descubrir en Ella a la verdadera mediadora de la Humanidad. La noche se echa sobre la ciudad, pero hay más luz que nunca. El tenue velo del Sábado se ha rasgado y deja ver la claridad presentida del Domingo de Ramos. Hemos entrado en el tiempo sagrado: comienza la obra redentora de Cristo en su Pasión. Así su muerte será el puente que nos transporte a la Gloria de la Resurrección.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">V. RECREAR LA CIUDAD</span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">Y TODO PARECE NUEVO </span><br /><br />Se abre el gran día de Sevilla. El Domingo de Ramos es el arco de triunfo por el que entra Dios en esta Tierra. Arco de olivos y palmas, símbolos de la confesión de la fe que abren las puertas del mundo de las vivencias con más ilusión esperadas.<br /><br />Hay que aprehenderlo con los cinco sentidos, nada nos puede ser ajeno. Descubrimos plazas, nos alegramos con las personas que reecontramos en este ciclo anual, pasamos por calles por las que nunca se pasa, cruzamos por primera vez la carrera y nos trae mundos de recuerdos el olor de la enea de las sillas. Pensamos nuevos planes para luego ver como es el amor -programa supremo y único de la Semana Santa- quien nos lleva donde siempre, donde una vez fuimos heridos.<br /><br />Es la gran mañana, el día familiar en el que los padres enseñamos a nuestros hijos la Semana Santa. De la mano, en brazos, explicándoles las cosas o dejándoles en la admiración de lo inédito hasta que se convierte en cotidiano, en clásico. Como la que mis padres me mostraron, como la que yo he pretendido legar a Marta, Cristina y Juan Carlos, a los que les pido, si Dios me diera salud, me permitan algún día poder ilustrar a mis nietos; que muchas semanas santas han enseñado los abuelos -tan olvidados- mientras los padres se iban a ver cofradías.<br /><br />La familia es baluarte imprescindible en esta correa de transmisión. Me viene a la memoria al hablar de mis hijos, porque todos los sentimos como nuestros, que este año habrá en Sevilla tres niños inocentes sin las manos y los brazos donde dulcemente hacer su iniciación en aquello que tanto amaban sus padres. ¡Qué difícil será decir con el Señor de las Siete Palabras, este año, «Perdónalos porque no saben lo que hacen»19; qué difícil será para quien haya asumido la hermosa tarea de reemplazar lo irremplazable, explicarles el sacrificio y la renuncia de ser cristianos, cofrades y sevillanos. Y de serlo de verdad, perdonando siempre. Que el elocuente silencio de Sevilla se alce esta Semana Santa para que sólo se oiga la voz de Dios desde el Calvario, diciendo sus Siete Palabras de dolor y de perdón. Y nosotros, haciendo nuestra su voz, tomando de él las fuerzas que nos faltan, pidámosle que por su paz y su amor nunca le vuelvan a robar a un niño la alegría de su Domingo de Ramos.<br /><br />Hay que echarse a la calle y plantarse en el Salvador para presenciar las escenas ingenuas y espontáneas de los niños de albo con la roja cruz en su pecho, algunas abultadas por los dulces deseos guardados, que quieren compartir con los que les observan. El tono rojizo y piedra de la fachada se ve comido por el áureo paso de La Borriquita, en la que Jesús entra en Sevilla acompañado por el particular Hosanna que interpreta la banda siguiendo el compás que le marca el movimiento oscilante de las palmas. Y Zaqueo en la copa corta ramas y las esparce para que se distribuya la fe entre los futuros cofrades. Cristo, en la proa del paso de los niños, va bendiciendo sereno, sabedor del final del camino. Es la primera vez que no rehuye un homenaje, que se siente a gusto y tranquilo: «Dejad que los niños se acerquen a Mí», va diciendo a los que le acompañan. Y los párvulos entusiasmados quieren subir al jumento y trepar por la palmera.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA VIVENCIA DE LA TARDE</span><br /><br />Salgamos al encuentro de Jesús Sacramentado en la Iglesia de los Terceros. In Coena Domini para Sevilla. Él maestro, con el cáliz de su sangre en la mano, nos invita al cenáculo y nos hace una promesa: «Os digo que desde ahora no beberé de ese producto de la vid, hasta el día aquél en que no lo beba con vosotros en el reino de mi Padre». Y Cristo acepta con Humildad y Paciencia el sacrificio de su sangre derramada. La Virgen del Subterráneo, llorando por su hijo, tan humillado, y consolada por la promesa del pan y el vino, une Pasión, Dolor y Sacramento en su Sagrario perfecto. Su mirada baja nos recuerda la oscuridad que evoca su nombre, pero su bella cara nos da la luz; y la rosa de Pasión que nos ofrece nos sacará de la sombra y derrotará la nada.<br /><br />Orillando su antigua sede escolapia, vemos el primer terciopelo morado y verde; el primer Jesús Nazareno que fatigado y vencido recibe la ayuda cirinea entre seis faroles de oriental remate. La Virgen aún no ha salido, pero el nerviosismo en la calle se hace casi visible; ya están fuera los ciriales, y hay una expectación como de noche de diciembre. ¡Qué vuelco da el corazón al ver aparecer, tan despacio, verdaderamente nacida del seno maternal de la Iglesia, nuestra Gracia y nuestra Esperanza! ¡Qué inagotable emoción, estrenada cada año, al ver el primer palio! Antes de que se aparezca ya lo anuncia su música de plata. Sale a la luz la primera perilla encorbatada por un borlón tembloroso, golpea en las columnas plateadas que soportan el fantástico arquitrabe bordado, y en toda la plaza se oye la más acompasada y fina marcha que ningún compositor escribiera: son los músicos treinta y seis corazones hermanados en la trabajadera; el director, el capataz; los instrumentos, doce columnas de plata acariciadas por primorosas bambalinas y la partitura esa Gracia tan pura y esa Esperanza tan plena que sólo bajo la Giralda podía ser cobijada. Aparece la primera tanda de cera entre la vegetal primavera que abriga el alma buena del más humilde arzobispo, en Roma beato, aquí santo. Ya están fuera el segundo par de varales, y el tercero, y el cuarto, y el argentino tintineo de las bambalinas que mejor suenan de Sevilla parece ahora -visible ya todo el paso, arremolinado el incienso, dispuestos los músicos para iniciar la marcha real- sonar a golpe de incensario ante su Divina Majestad. Aquí está la Gracia de Sevilla, y a su alrededor el aire de la tarde trenza esta verdad sin apremio, que al oído nos revela: hasta sobre las pobres cenizas del Osario que pisamos, la Esperanza a la muerte otra vez ha derrotado en Sevilla.<br /><br />La tarde ya no blande el tórrido calor que recordaba al verano; ya no pesa la chaqueta estrenada. Jesús Despojado va entrando en su barrio. Los niños de la Borriquita sueñan que pase otro año. En Carrera ya tenemos los grandes amores blancos que nos llegaron del Porvenir. Desde la Puerta de Córdoba, la Virgen de la Hiniesta va llegando a la Campana desparramando el azul de su palio que cubre la ciudad todo el año por ser su dueña y su protectora. Y en Triana ya se alegran de estrenar Semana Santa.<br /><br />Son las siete y media. Las hojas de San Juan de la Palma se abren para que Sevilla respire las mejores esencias cofrades, para vivir la Pasión en blanco silencio, de desprecio y de amargura. La cruz de carey y plata se abre paso entre las gentes que se agolpan; cipreses blancos van poniendo la serenidad en el ánimo y el sentido de la mesura que Sevilla no debe olvidar. Un barco dorado y grandioso navega entre las multitudes. De la Iglesia de Juan, Cristo sale maniatado por orden del mismo Tetrarca que mandó matar al Bautista. Está siendo interrogado, pero Jesús guarda silencio. El cuerpo parece ir encorvando, como si lo preparara para recibir la cruz. Herodes, sintiéndose despreciado, le desprecia. ¡Qué magnifica lección para el poder de esta tierra! El desprecio al poder por parte de los despreciados.<br /><br />La Virgen de la Amargura ya reina en nuestras calles. Donde la claridad se ha perdido, la asume entera su palio, su manto, su candelería, su corona, sus ángeles de entrevarales. El que es canon de los palios de Sevilla se mueve con dulzura, andando sobre los pies; al son del gran pentagrama pasional, lentamente, va avanzando. En él, María, la mujer madura consciente de un dolor que no es pasivo, sino vigoroso, enérgico, inmensa aflicción sin consuelo que llora la carne de su carne herida y despreciada; María, la Madre dolida en su seno: desde que engendró a su Hijo hasta el padecer postrero. Por eso en toda la ciudad se escuchan sus gemidos, llanto amargo por el Hijo muerto.<br /><br />Se dice que esta cofradía es completa pensando sólo en el peso de su arte, en el valor de su cortejo. Pero con ello se quiere señalar también -y es urgente decirlo, para que todo no parezca externo- que remata su perfección y la hace tan completa la llama de amor inquebrantable que arde en los ojos de la Virgen, que entre tanto dolor proclama que Dios es luz para los humanos. Y cuando ese palio se va alejando, y no podemos consolarnos de que Ella nos deje ni aun contemplando la cascada espléndida del bordado de su manto, el aura de sus cirios o la penumbra de sus candelabros, nos quedamos estremecidos al sentir en nosotros, porque la Virgen nos ha revelado, al mirarnos, la auténtica paradoja de nuestra Semana Santa: Amargura de María es divino dolor que redime. Como dijo un hermano mío, que por haber nacido y sido bautizado a las plantas de la Amargura quiso ser aquí su pregonero, de los labios de esta Virgen nace la palabra de Teresa: «Sólo Dios basta». Ahora uno mi voz a la suya, en la Hermandad que nos da el Calvario, para decirle a su Reina amarga:<br /><br /><div style="text-align: center;">Aun en el desprecio y en el dolor extremo...<br />Aun cuando nos perdamos en la vida...<br />Aun cuando Dios parezca lejos...<br />Y aun si lo negamos y le volvemos la cara,<br />Tú nunca nos la vuelvas<br />ni nos dejes de tu mano,<br />para que viendo tanta fe triunfar sobre tanto dolor<br />podamos contigo decir, Amargura: «Sólo Dios basta».<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA NOCHE SE VUELVE ÍNTIMA</span><br /><br />Volvemos al primer escenario. La plaza del Salvador cambia el blanco por el negro, el algodón por el ruán, las alegrías infantiles por oraciones apasionadas, Cristo Rey por Cristo del Amor. La misma rampa del Hosanna nos trae ahora la Muerte por el Amor transfigurada. Porque no es el Amor quien muere, somos nosotros mismos si no entendiéramos que, en Sevilla, a esta muerte se le llama Amor de Cristo.<br /><br />Negros nazarenos pasan con la llama del cirio hacia el cielo, como techo que a dos aguas quiere construir una casa, que dé cabida a la llama apasionada del Amor al que acompañan. Viene sobre canasto barroco, dorado destello en la noche de penumbra; la roca del Calvario se ha vuelto roja por la sangre derramada, que al ser de Amor torna la piedra en clavel. A los pies de la cruz, el simbólico pelícano. Los seis candelabros, con sus reflejos de fuego, muestran en el fuerte cuerpo broncíneo cómo por la omnipotencia de Dios y la fe de un pueblo, en Sevilla, a esta muerte se le llama Amor de Cristo.<br /><br />No cantemos sólo a las flores en las que la sangre se ha convertido. Hay que hacerla florecer en todos los momentos que vivimos; para crear nuevos mundos, para extender su palabra, para que recuerden todas nuestras Hermandades que cuando la palabra no tiene vida, mata. Mas no es el amor quien muere; somos nosotros mismos, si no entendemos que, en Sevilla, a esta muerte se le llama Amor de Cristo.<br /><br />El día está vencido. Pero hay una Estrella que vaga. Dicen que al entrar por la Puerta de Triana se ha llevado toda la luz del sol que trajo el gran Domingo, al entregar los mensajes que del arrabal ha traído como primera emisaria del pesar que allí se siente por las Penas de su Hijo.<br />Y al pasar por la Magdalena, Juan Sierra la ha llamado «la sangre más limpia de Triana». Apagada se queda Triana sin la Estrella que le guía.<br /><br />El que os habla, va a buscar esa Estrella sin cuya brújula no se orienta. Y cuando con Ella se encuentra, para él comienza una noche más íntima, más pequeña; donde cabe justamente la sangre de un solo Hombre. La noche aumenta el pálpito entre dolor y alegría. Son las dos de la madrugada en el Puente de Triana. Hay un silencio antiguo que yace en el fondo del río.<br /><br />En mi interior hay un hueco de silencio desde el año 92, cuando en la madrugada del Lunes de Pasión el buen Castellano Viejo, sevillano militante, fue llamado por Dios a su eterna Casa. A los siete días justos, los albicelestes nazarenos me rodearon en el puente, llevándome hasta la Virgen. Tras la llamada del martillo, el capataz alertó a la cuadrilla del espíritu de esa levantá. Asunta fue la Virgen por sus costaleros mientras un Padre Nuestro era musitado bajo los antifaces morados. El aire temblaba como si estuviera recién nacido. Cubrió como un bálsamo la herida de la muerte una mirada con olor a nardos divinos. Mientras el paso avanzaba al son de un triste tambor, en la oscuridad del puente, mis ojos se encontraron con los de la Virgen, y en ellos vi que no había olvidado al hombre modesto y bueno, que Ella sabía que él la había tenido por la Virgen Valiente de infinita belleza, y que así se lo enseñó a sus hijos. Su mirada fue entonces de Madre, mi dolor relicario en sus manos y quedó la memoria del castellano unida ya para siempre a la pálida luz de la Estrella única del Domingo de Ramos. Entonces entendí -tan reciente aún el dolor de la pérdida- las palabras del Evangelista: «Dios es luz sin mezcla de tinieblas... Dios es amor... y en el amor no cabe el temor». Y ellas corroboraban las más sencillas que mi padre siempre decía en coloquial manera: «mira hijo, a los difuntos amarlos en vida y rezarles cuando mueran, y al Señor pedirle siempre ni poderes ni riquezas, sino que nos ayude en la vida con honradez y firmeza y dulce muerte nos dé, cuando vivirla no pueda». Por eso voy, iré e irán mis hijos a buscar tu consuelo sobre el puente, a perseguir tu luz cuando deja Sevilla para sentirme Triana que acude a recibirte, Virgen bendita y buena de la Estrella, fino bálsamo de nardo que sana el corazón desgarrado.<br /><br />Llegada la que es Estrella al Altozano, la claridad de sus ojos por calle San Jacinto se expande a Triana entera, que Ella es como el principio, el arjé‚ de este alfoz de la ribera, pues su luz nos saca de la ceguera, nos trae agua para saciarnos la sed, con sus manos alfareras dulcemente nos moldea y con su soplo de pena nos da la vida nueva. Y dicen los trianeros que Justa y Rufina han cambiado el torno por el cincel, para labrarle una corona que el pueblo le quiere poner. Avanza hacia su capilla y el azul de su palio desborda y cubre la noche negra: que en ese firmamento sólo habrá una Estrella. Vuelta hacia su pueblo que ansia coronarla, que no quiere que se vaya, que no quiere perderla, nos recuerda su luz fugitiva que cuando en el mar de este mundo nos perdamos, en Triana hay un faro de vida nueva que las tempestades calma y el alma eleva.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">VI. BELLOS MISTERIOS DE AMOR </span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">BELLOS MISTERIOS DE AMOR </span><br /><br />Martes y Miércoles Santo. Ya no hay río en la Semana Santa, pero si hay puentes, algunos ya sólo vivos en la memoria, que unen el centro y las barriadas. Días para ver el más difícil diálogo entre una ojiva y un palio.<br /><br />In gremio matris sedit sapientia patris. En el seno de la Madre reside la sabiduría del Padre. Por ello la Virgen en Sevilla es señal de nueva vida. Y en su seno se recrea la vida de la ciudad como si cada primavera fuera un adviento de eterna esperanza. Así ocurre en mi casa con dos advocaciones distintas, pero iguales en el fundamento de la sabiduría de Cristo y el sostén de la esperanza de María que nos une.<br /><br />Candelaria, nacida por el empeño de un hombre sencillo cuya fe fue probada en la enfermedad de un ser querido. ¿Puede haber cosa más grande nacida de más pequeño y entrañable origen? En Sevilla las promesas tienen valor sagrado, y por ello de ellas pueden nacer, desde el más modesto origen, luces de santas candelas que alumbren a la ciudad por muchos años. En Sevilla ni las penas, ni la enfermedad, ni hasta la muerte, son soledades ni oscuridades absolutas, cuando las iluminan estas candelas que derrotan negruras en las madrugadas de los jardines de nuestras almas. ¡Madre de las familias, candela de los hogares!<br /><br />¡Cuántos secretos de amor, desde aquel del Planeta, no hay puestos a tus plantas! Os voy a contar el mío. Lleva Candelaria en su talla el rostro añorado de aquella joven que un día con sólo dieciséis años puso su cara a esa Imagen, puso en sus ojos su llanto. Iba el artista imaginero a la tienda familiar de honrados montañeses, frente a San Nicolás, a tomar apuntes de la bella joven. Su madre, le preguntó un día por sus intenciones, y el artista le dijo: «no se ofenda señora, que estoy tomando apuntes de su hija porque me han encargado una virgen que se llamará Candelaria». Misterios de amor de Sevilla, ¿quién los conoce? Ese era el llanto de mi madre todos los martes santos. Porque esa buena mujer celosa de la inocencia de la bella joven era su madre, y la joven su hermana, hoy en la gloria eterna que vive junto a los santos y en la gloria sevillana que vive su rostro al ser el de la Candelaria, por eso no sólo santa madre para los míos, sino tía y hermana, carne nuestra y familia verdadera. ¿Cómo iba a sospechar ese misterio de amor aquel niño que en la alegre bulla del Martes Santo le daba a su madre la mano para consolarla, un poco asustado al verla llorar tanto? ¿Cómo podía saber que esas lágrimas eran no tristeza, sino la más pura emoción, la más honda alegría, milagro de esta Sevilla en la que los hombres buenos y sencillos cumplen sus promesas haciendo cofradías y los artistas ponen a las vírgenes caras de jóvenes, sevillanas en su belleza y nazarenas en la flor de su inocencia?.<br /><br />El manto del Refugio cubre todo San Bernardo. Bajo él, en la calle Almonacid, nació mi madre.<br /><br />Esa Virgen a la que ni los oros de su paso arrebatan su sencillez fue confesionario de mis inocentes pecados veniales infantiles. ¡Cuánto le he rezado pidiéndole Refugio! ¡Cuánto hemos de rezarle todos para que conserve en nuestra Semana Santa el sentido de barrio, de lo popular, de lo cercano, de los niños por el puente con su antifaz levantado, de la foto en la cartera, de la charla que mantienen las mujeres sencillas al filo de su manto!<br /><br />En la calle San José‚ despido cada año a la Candelaria. Parece cansada en la madrugada, fatiga de candelería gastada, pero yo veo en su rostro la felicidad que siento en el mío, y la imagino gozosa al ver que la familia sigue cerca de Ella con la túnica, con el costal o vistiéndola amorosamente.<br /><br />Llega la tarde del Miércoles Santo, y mis dos vírgenes familiares, nuestra Candela y nuestro Refugio, que como un símbolo salvífico tienen como Hijo a la Salud nazarena y crucificada, se miran cara a cara. Recibo a mi madre del Refugio a la altura del convento de Madre de Dios: las monjas entonan la salve y el aire se hace divino. El sol golpea su dorado y sevillano palio, que se levanta a pulso ante la puerta de San Nicolás, delante del azulejo azul, muy despacio, como si no quisiera espantar a las palomas que desde el varal de la Candelaria han volado para saludarla y se han posado en las perillas de su palio. La música suena alegre; hay un momento esencial, en que parece que las dos imágenes se encuentran, que algo grande va a pasar: nadie quiere llorar, porque las lágrimas pueden llegar a consolarnos y queremos guardar esta emoción entera sin desahogo; nadie quiere quitar los ojos de ambas, porque lo externo nos puede engañar. Pasa el momento. Es entonces cuando cerramos los ojos para volver a ver el instante en que la Madre de Dios, una vez más, nos ha hecho rezar nuestra más íntima oración sevillana. Es entonces cuando, oyendo la música alejarse, mientras se cierran las puertas de San Nicolás, nos permitimos llorar.<br /><br />Sabiduría de María, sabiduría popular. Candela para guiar el camino, Refugio por Caridad cuando el alma extenuada no se sepa dónde cobijar. Cercanos a la casa del Señor de Sevilla, bajo el verde dosel de la Plaza de San Lorenzo, la Hermandad franciscana nos presenta este año la soledad del Buen Fin de Cristo. Y antes de que la afilada esquina nos muestre la floración en lágrimas de la Palma Dolorosa, un sonido de oro y marfil nos anuncia a la que trae el amor universal del pobre de Asís. Tal vez porque Francisco fue el primero en montar un nacimiento, estos hermanos suyos que convierten la túnica en el hábito que visten sus hijos, también han convertido su hermandad en amoroso portal franciscano que da acogimiento y procura curación a los niños más amados por Dios.<br /><br />Para cualquiera que durante el año pise la capilla de San Andrés, se hace incomprensible como el Miércoles Santo puede salir de allí tan inmenso canasto, tan frondoso olivo y tan rotundo y romántico palio; es como si en la tarde santa la capilla se convirtiera en una versión sevillana de la multiplicación de los panes y los peces. Qué sensación tan especial es la de ponerse por primera vez un antifaz: el mundo de momento se te encoge. Y surge otro interior, con elementos que definen el ritual: olores, sentimientos, motivaciones, sonidos que nunca podrás olvidar. Te sientes tan solo, y llegas a conocer tanta Sevilla. Ansioso estoy por que llegue este Miércoles y entregue a mi hijo Juan Carlos los atributos más preclaros del más hondo ser sevillano, su iniciación cofrade y nazarena. Ansioso estoy de ver esos ojos vivarachos entre los negros ojales. Entonces le pediré a la Virgen, tan hermosa tras su cruz de fuego, que sea la regla de su caminar por esta vida, y que haga fructificar más cada día el grano de la espiga de su fe. Y al Señor, tan manso en su prendimiento, le pediré que le otorgue serena aceptación de lo bueno y de lo malo que la vida le depare; que le enseñe que no hay nada que justifique sacar una espada, aunque fuera el primero de entre los discípulos presto a defender a su maestro; que su alma sea siempre bandera de paz, tan blanca como la túnica que viste a nuestro Poder Soberano.<br /><br />Virgen hermosa de Regla, que él siempre te vea como yo te soñaba de pequeño, refugiado tras el costado de tu paso, enamorado de Ti al ver entre los varales el aura rojiza de la hoguera del amor que llevas dentro. Virgen fecunda como espiga madura, ayúdale a pasar la hojas secas del árbol de su vida. Amapola dorada por el sol que cuaja los trigos, sencilla reina coronada sin estrellas y vestida con blonda inmaculada no atravesada por puñal dolorido, busco en tu cara morena y dulce la de una madre que una en un mismo espíritu a un padre y a un hijo que a tus plantas se abrazarán, vestidos de nazareno, este Miércoles Santo. Limpio trigal en el que no puede haber cizaña, Virgen bendita de Regla, sé Tú para él siempre la suprema ley cofrade y cristiana, la Regla del amor más puro, la Virgen madre sevillana.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EN LA ÚLTIMA CENA DEL SEÑOR</span><br /><br />Por la mañana, al igual que Pedro y Juan fueron de Betania a Jerusalén, a comprar el cordero y prepararlo todo para la tarde, Sevilla sale a la calle con elegancia de riguroso oscuro, como corresponde a quienes se saben invitados, más que a un duelo, al banquete del Místico Cordero.<br /><br />Mientras esto hacían sus discípulos, Jesús fue a visitar a su Madre para despedirse. ¡Cuántas lágrimas no debió derramar la que ya no lo vería sino azotado, coronado de espinas, curvada su espalda por el peso del madero, tendiendo la mano a las mujeres santas! ¡Cuántas lágrimas no debieron correr por su rostro, sabiendo que no lo volvería a abrazar ya más que muerto, al pie de la cruz descendido! Por eso se anticipan las cinco angustias y se clavan en el corazón de María la tarde del Jueves Santo. Sabiéndolo los sevillanos acuden a Santa Catalina para enjugar las lágrimas de María, que ya presiente la futura Exaltación de su Hijo a la Cruz. Para engañarla, para que no sufra tanto, le dicen sus hijos de Gerona, de Sol, de la plaza de los Terceros, de Bustos Tavera, que ya pasó el dolor y su hijo está resucitado, que no son sayones quienes alzan la cruz, sino los priostes trasladando al Cristo de la Exaltación hasta su altar de cultos.<br /><br />En la capilla de la auténtica Realeza, los ángeles acuden a consolarla, que no basta el consuelo humano para aliviar la pena de la madre de Fundación, carne muerta crucificada. En el convento de Montesión Jesús pasa angustias de muerte en el Monte de los Olivos, que en Sevilla se llama Plaza de los Carros. Allí comienza el drama. Se han dormido quienes no ha mucho rato le habían hecho promesa de defenderle hasta perder la vida, y Jesús les suplica que no quiere velar solo. Qué reclinatorio más áspero encontró el Cordero: hasta el óleo del olivo se transforma en alpechín. Qué humana reacción de miedo y desconsuelo cuando dijo: «Aparta de mí este Cáliz».<br /><br />Gotas de sangre por el rostro van bajando, buscando fortalecer el corazón despiadadamente abandonado. Cristo sufriendo, clamando. Misterio de dolor incomprensible que se hace de gozo cuando suenan rosarios en la calle Feria y de gloria en el rostro inocente de la Virgen del Rosario. Por ello sus hermanos a través de los paños de sus bocinas un grito a Sevilla le van dando: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad. Sevilla, despierta, llama a la Madre para que consuele a su Hijo. Sevilla, orando y velando, tantos siglos, tantas vidas, en la pequeña capilla de Montesión, quiere que sea la Madre, y no el Ángel, quien consuele al Señor abandonado, quien empape la sangre de su frente, quien coja las manos que se abaten a sus costados y le diga: Contigo oramos y velamos, Señor de la Oración, padre del rezo extremo, Dios de la súplica confiada, guardián del más hermoso secreto -el poder de la oración- cuajado en las cuentas de tu Madre del Rosario. ¡Cómo sabe Sevilla unir los misterios!.<br /><br />Oficios de Jueves Santo. De la fábrica de Tabacos partió la cumbre del clasicismo del bordado y la joya de la escultura mariana para encontrar cuanto antes el escenario idóneo que albergue a tan gran belleza y hermosura que no es posible compararla. Victoria sobre los dolores del ultraje de su Hijo, sobre los latigazos que producen el morado de las túnicas nazarenas. Sólo hay decir su nombre para que desde el blasón real hasta la más modesta obrera todos reconozcan la cifra de finura y gentileza. Sólo hay que decir Victoria para que toda Sevilla sepa cuál es la medida de su sereno dolor y su belleza. Una tarde de Jueves Santo, a su paso por la Magdalena, se mezclaron en el interior del Templo los acordes de una marcha con el alabado que entonaba el pueblo en la procesión claustral que discurre por las naves de la Iglesia, entre mantillas y nazarenos morados. Suena en la calle la música que acompaña a la Victoria, suena en el templo el canto que alaba al Santísimo; andan en un supremo momento en paralelo los dos palios, uno bajo la bóveda del cielo de Sevilla en la tarde de Jueves Santo, otro entre las barrocas pinturas de la Magdalena, acogiendo dos formas de amar a Cristo.<br /><br />En la tarde del Jueves Santo, dos palios andan por la Magdalena, cobijando a Dios Vivo y a su más hermosa Madre; llevan al primero los hombres, sostienen al segundo los santos.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL VIVIR PASIONAL</span><br /><br />A partir de estos momentos la Pasión se intensifica en los corazones de los sevillanos, lo blanco se vuelve ocre, el cielo azul se siente ajado. La ciudad une Jueves y Viernes Santo a través de la ardiente Madrugada en la que Jesús abraza la cruz para llevarla al límite del poder y de la fuerza hasta el Monte Calvario, donde será crucificado.<br /><br />El Pretorio está en la antigua casa universitaria. Anunciación dolorosa, donde Dios es coronado por burlescas espinas que rasgan la carne y el alma con fiereza. La calle Laraña se transforma en la de la Amargura y Jesús extiende su mano, en nombre de una Humanidad que necesita ayuda. Sólo una mujer le socorre, sin pensar en las consecuencias; sólo una mujer quiere enjugar su cara en la que ya más que a Dios se ve al hombre sufriente. ¿Quién puede decir tras ver estos pasos, que el mensaje de Cristo no está vivo? ¿Que la Semana Santa no tiene actualidad? ¿Cuántas manos extendidas rechazamos? ¿Cuántas almas están dispuestas a ser blanco lienzo en que por amor quede impresa la Santa Faz? ¡Qué tristeza contemplar ese Hijo! ¡Qué no sentiría esa Madre, que en la geometría perfecta de su bello y antiguo pabellón de terciopelo y plata deja correr el manantial de las aguas lloradas por sus ojos verdes, lágrimas brillantes como estrellas iluminadas por las ardientes puntas de sus estalactitas menguadas! La belleza de la ciudad se multiplica y se inunda de divinas armonías cuando el Valle va pasando entre flores inmortales, entre músicas eternas, entre ardientes corazones que se extasían, y se pierden, en el fondo de su larga mirada de cándida flor que ni el más grande dolor marchita. Cada uno de los siete dolores que siente la Virgen del Valle es el precio de un rescate.<br /><br />¡Virgen de músicos hondos y de pregoneros grandes, Virgen de la tradición de Sevilla, azucena delicada y hermosa que custodia y guarda la pureza de nuestra Semana Santa!<br /><br />Estará el Valle exhausto, olor de cera quemada en la oscuridad jesuítica, cuando llegue hasta los tres pasos el eco de los tambores de la Centuria. La Anunciación vuelve a ser Pretorio. En el estremecimiento último de la Madrugada, en el frío primero de la mañana, antifaces trágicos, morados, anuncian la Sentencia de muerte. Lee el sayón su pregón. Suplica Prócula, se inclina Pilatos. El viento frío del amanecer mueve las plumas blancas. Cristo está quieto, triste, ensimismado. Hay una levantá capaz de alzar todos los mármoles de Roma. Suenan las cornetas y tambores de la Centuria. Gira el Pretorio macareno buscando el calor de sus hijos del mercado de la Encarnación. Avanza un bosque de capirotes verdes que siguen a los hombres de coraza y plumaje. Todos intuyen por qué las fragancias son más frescas, las nostalgias más divinas. La realeza de su paso emite una llama de amor cuya luz te envuelve. ¿Cómo la veremos hoy? Porque Ella nunca es la misma: yo la he visto como Mujer que espera, como Reina de un pueblo, como Madre que no pierde su celestial sonrisa. Sólo en una cosa no cambia, en la firmeza de su Esperanza, ancla segura y divina, columna que nuestra fe sostiene, promesa de seguro cumplida. ¿Qué cosa mejor le podemos decir, que lo que ella lleva bordado en su palio y lo que sus hijos llevan grabado en su medalla? ¡Causa de nuestra alegría, Estrella de la Mañana, sé siempre nuestra Esperanza!<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA LARGA Y PENOSA CALLE DE LA AMARGURA</span><br /><br />Cristo ya está condenado. En San Antonio Abad Jesús Nazareno abraza su cruz, y Sevilla se para a rezarle a las Cinco Llagas de Cristo, cinco fuentes de vida, cinco granos de incienso purificadores. La noche y la luna envidian el carey y la plata de la cruz mejor abrazada. Cuando el rey David enfila majestuoso el camino de su casa, el aire se queda lleno de misterio y de añoranza, atravesado por las antiguas saetillas; y sus primitivos nazarenos unen por los hilos invisibles del Amor la historia de las cofradías sevillanas.<br /><br />La luna de Parasceve ilumina la noche. Jesús Nazareno, manso Cordero, anda sobre la tierra. La cera roja va guiando los pasos de Jesús de la Pasión. Estamos ante la perfección del amor de Dios preso en el cuerpo de un hombre. Es el momento en el que el tiempo no existe. Nos centramos en un instante eterno en el que se pierde la memoria. Nada se excede, nada desborda. Silencio y paz por las calles. Ni la plata que lo sostiene altera la armonía idealizada. ¿Cómo puedes ser a la vez tan Dios y tan humano, Señor de la Pasión? A ti me enseñaron a rezarte cuando a Dios imaginar no podía. A ti me encomendó mi padre cuando ni la corona ni las espinas presentía. A tus plantas está mi infancia, en tus manos mi memoria más pura. Sereno refugio de lo que dimos por perdido, es ahora cuando comprendo las palabras del hombre bueno que señalándote me dijo: éste es Dios, hijo mío; sé manso y bueno como Él para que un día podamos abrazarnos en el eterno resplandor de su gloria. Señor de la Pasión, Dios sereno de Sevilla, bendícenos desde tu paso con la paz de tu hermosura haciendo más sagrado el Jueves Santo.<br /><br />Acabó el Jueves Santo. El golpe del martillo resuena en la plaza. La llamada se propaga a la ciudad entera y se trasmite la noticia: «Ya esta el Señor en la calle». Y sabiendo cuanto le esperan, el Señor se entrega a Sevilla, y ésta lo lleva sobre sus hombros, y le otorga la larga zancada poderosa y el milagro del movimiento pendular -humano- de su túnica. Mis retinas siempre guardarán los dos VíaCrucis en que le acompañé. Las caras de aquellas personas que mezclaban las lágrimas con el rezo, que elevaban las manos para tocar las andas del Señor; y si no llegaban, tocaban a quienes lo llevaban, como si algo de su bondad y de su Poder se les hubiera contagiado. En la Madrugada del Viernes Santo, Él viene a Sevilla, y ésta jamás falta ni faltará a la cita consumada en sus calles entre sobrecogido y respetuoso silencio. A la luz de sus faroles irá recogiendo las súplicas de su pueblo, al que cada golpe de martillo le sonará a llamada al arrepentimiento. Cuando el Señor se aleje habrá quedado flotando una estela de sobrecogimiento y el estupor de las grandes conmociones del alma. En la carrera se ha guardado respetuoso silencio, durante el paso de los nazarenos negros. El bello rostro de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, en su diálogo con Juan Evangelista, entronizados en ese paradigma de la belleza clásica que es su paso de palio, cierra el cortejo: Dolor y Traspaso, buen nombre para la Madre que va tras su hijo, oyendo confesiones, abrazando arrepentimientos, animando siempre a seguir la estela del barco morado y oro.<br /><br />Esto es lo que yo presiento, porque no puedo verlo. Por eso ante tus ojos en determinadas noches privilegiadas ante tus plantas me arrodillo y en la soledad de tu Casa te rezo diciendo:<br /><br /><div style="text-align: center;">Déjame, Señor, que hunda todos mis malos recuerdos<br />en el lago oculto de las llagas de tu cuerpo.<br />Déjame, Señor, que recline mis ojos con sus frías<br />miradas en tus manos dolosas, para no quedar ciego.<br />Déjame, Señor, que descanse mi boca con sus agrias<br />palabras en tus pies desvestidos que injustamente beso.<br />Déjame, Señor, que te entregue esta sangre que rueda<br />por mi cuerpo sin posible consuelo,<br />hasta otorgarme el perdón que por mí no merezco,<br />y sólo por tu misericordia alcanzo;<br />por el Gran Poder de Dios que yo de rodillas acepto.<br /></div><br />En la larga andadura hasta el Calvario Jesús cae tres veces: la primera en San Vicente, la segunda en Triana y la tercera ascendiendo la Costanilla que lleva hasta San Isidoro, el Gólgota hispalense. Qué ejercicio de buena y honda sevillanía es contemplar esta cofradía en el sosiego de la noche del Viernes Santo. Sus disciplinados nazarenos son los únicos del día que guardan luto por la muerte de Jesús. Hay que ver la cofradía de principio a fin, desde la Cruz de Guía de fina madera labrada al bizantino resplandor del manto, para apreciar todos los detalles que la hacen gloria de Sevilla. Hay que ver a ese cirineo de ropa tallada a usanza campesina completando un paso de Cristo en el que la ciudad triunfa en arte y en nobleza. Hay que ver el palio inspirado en el tapiz de terliz, toda la sabiduría isidoriana que inspiró el saber cristiano que hizo a la ciudad capaz de alzar tan bello y áureo templo a la reina de Loreto.<br /><br />Ya es Viernes Santo, día de quietud, de silencios importantes. Muerta está la noche más larga y sufriente de la Humanidad. La mañana nos ha reconocido entre la Angustia más alegre y las Esperanzas más ciertas. Qué difícil es contar lo que no es mensurable. La sapiencia de un pueblo, el sentir de sus calles, el diálogo entre una celosa torre mudéjar y una torre cristiana enamorada de una Virgen morena. Que no tema la torre mudéjar, que la Esperanza no se quedará con la cristiana, que sólo sueña con volver a Triana, que es de visita como cruza a Sevilla. Que no tema la torre mudéjar, que ni bronces, ni palacios, ni alcázares, ni catedrales harán que la Virgen olvide a Triana. Qué difícil es contar lo que no es mensurable, el amor que un trianero llega a sentir por su madre.<br /><br />Y la fragancia me llega de una rosa gitana cuidada en Santa Catalina, a la calle Sol transplantada, bien regada en San Román y que quiere ser sembrada en un valle de justicia donde todos sean hermanos sin preguntarse si son payos o gitanos.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL ESCENARIO DEL CALVARIO</span><br /><br />Ya está la Cruz arriba. En un rincón de San Pablo hay una pequeña capilla, con una puertas tan grandes como el corazón de sus hermanos. Por ella pausadamente van saliendo nazarenos románticos. Desde el presbiterio de la acera del antiguo convento dominico se aprecia la majestad imponente del canasto de su Calvario, que por gracia de la Virgen que le acompaña se convierte en monte que sierras angélicas cortaron, para que desde entonces Calvario y Montserrat fueran montes de belleza. «Allí le crucificaron a Él y a dos malhechores». Y aquí se plasma la libertad del cristiano, la opción que tomamos de dar testimonio público de nuestra fe imitando a Dimas, en circunstancias difíciles donde lo más normal es decir: «¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti y a nosotros!», en lugar de aceptar con los ojos tapados de la Fe y decir «Jesús acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Porque Él con su palabra y su muerte es promesa cierta de Conversión. En esta Hermandad existe la costumbre cada Viernes Santo, sobre las tres de la tarde, de arrodillarse en torno a ese paso de Cristo y recordar emocionadamente el supremo instante de su muerte. Es la liturgia particular de las cofradías sevillanas.<br /><br />Porque ¿quién ha dicho que Cristo murió a esa hora? En Sevilla no es así, que en el último momento de su expiración un artista lo esculpió y el aire del Patrocinio le mantiene vivo, siempre de un hilo pendiente, que sólo se romperá el día que no tenga la devoción sus hijos. Por eso entre todos lo mimamos, todos a Él acudimos para pedirle: Cachorro, Tú no te mueras, eres la cruz de guía que une los sentimientos terrenales con los divinos; eres el diálogo y la vida entre las dos partes del río. Y aunque tus brazos de cristal están a punto de romperse al dar el último suspiro, te pedimos: Cachorro, Tú no te mueras, no te desclaves del madero verde, sacado del árbol del río de la fe que riega todos sus poros desde hace veinte siglos. Aunque en los tiempos actuales haya tantos que quieran cortar ese hilo, para no tener que escuchar las palabras que incomodan a muchos, que las bienaventuranzas siguen teniendo sentido, Cachorro, Tú no te mueras.<br /><br />Ante la Caridad buscamos a Cristo muerto enredado en la hojarasca de la madera tallada de la canastilla, sujeta por el cordón dorado que evita que negras brozas inunden las calles del Arenal. Como se anudan las túnicas sus elegantes nazarenos, como se hilan los bordados decimonónicos y todo el sabor añejo que la Carretería regala cada Viernes Santo trasladándonos al espíritu y sentimiento de la fundación del Hospital de Mañara.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TODO ESTA CONSUMADO</span><br /><br />En el tránsito a la Magdalena, las escaleras se han apoyado definitivamente en la cruz, los santos varones a ella han subido, los dedos de las Marías se han puesto blancos por el espasmo con que aprietan el santo sudario, y la Virgen, con cinco angustias en el alma, levanta despacio su rostro desolado y majestuoso para ver a su hijo muerto y suspendido; los miembros -tan fuertes- por la muerte vencidos, el rostro -tan noble- por la sangre oscurecido, y el cuerpo -tan suyo- lívido y escarnecido. Cuanta ternura aguarda, al pie de la Cruz. Cuanto amor lo abraza y lo amortaja, pirámide de caridad, para trasladarlo a la paz que aguarda al pie del ciprés de su convento. La muerte está en cada esquina. Hay duelo en Doña María Coronel. Una campana despierta las conciencias y la noche se hace más negra. Cristo ha muerto parece repetir el sonido del muñidor y ni la luz de dieciocho ciriales logra atravesar tanta negrura. Cristo amortajado por el amor de los suyos. Santa Marina, sepulcro de Dios en Sevilla.<br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA ESTACIÓN DE PENITENCIA</span><br /><br />El pregón se vuelve íntimo. Sólo Dios y yo entendemos de este acto. Ritual del nazareno que se desprende de su individualidad y pasa al anonimato colectivo. Entre evocaciones te aprietas las cintas de las alpargatas; rostros que pasaron te ayudan con primor a ponerte la túnica que un día te revestirá en el último viaje. Al ceñir el cinturón de esparto recuerdas las palabras de Juan Sierra: «experimenté todo el agobio de una reclusión en solitario abandono, que oprimía el cuerpo, pero enderezaba el alma, haciéndola hablar consigo misma... Se diría un muro seco y viejo que nos separaba de todo lo viviente». El cordón rojo anuda la medalla sin reverso, que ya descansa en el pecho; la papeleta doblada ocupa su sitio en el bolsillo. Y cierro mi mundo entre la tela del antifaz.<br /><br />Por la calle, camino de la Iglesia «mi cuerpo negro pasea la claridad de mi alma», siguiendo sobriamente mi sombra alargada. Dos golpes secos sobre la puerta de Bailén. «¡Descúbrase, hermano!», me pide el nazareno que atiende el portón; tras cruzarlo el recorrido es inmediato: de rodillas ante el Monumento, refuerzo la alianza con Jesús Sacramentado que en los Oficios de la tarde habíamos renovado; en el coro, frente a los pasos, un breve diálogo con las imágenes que prepare el camino de ida y de regreso. Se escucha el recordatorio para la confesión.<br /><br />El Hermano Mayor con sus palabras trata de infundir el espíritu de la salida deseándoles buena estación. A los pocos minutos la voz del secretario va desmenuzando la lista de la cofradía, y los nazarenos irán contestando «¡sí!», «¡está!», dirigiéndose al lugar donde se ubica el tramo mencionado. Ante la ausencia de alguno, habrá miradas, y algunas lágrimas saltadas. Faltan diez minutos para la salida.<br /><br />Aumenta el recogimiento, los espartos aprietan cada vez más las túnicas. El eco de lejanos tambores nos anuncia que la Esperanza se ha hecho más grande. Los cirios se han encendido, las luces se están apagando. En el coro resplandece la lividez de la muerte entre la oscura caoba. Una voz manda a cubrirse y la Iglesia se torna en un negro bosque iluminado, que escucha la última meditación. Un áspero ruido de cerrojo anuncia la salida. La desnuda cruz arbórea avanza sigilosamente ante el silencio de la calle, al que contribuye la cortesía de Triana. En la plaza retumban los salmos penitenciales que el coro interpreta, mientras la tenue luz de los cuatro hachones ilumina levemente el interior de la Iglesia. Cuando el Calvario sale a la calle, hiela las conciencias: es verdad que ha muerto Cristo. La noche se convierte en mediodía con eclipse y bajo nuestros pies tiembla la tierra.<br /><br />Ya se levantan los negros cirios. Tras las colas de penitentes, la blanca cera anuncia a la Virgen de la Presentación, que con su firme belleza alumbrada por la llorosa candelería nos transmite que en esa cruz se restaura el mundo, como Templo de Dios Profanado.<br /><br />Cuando a la Campana llegamos, Sevilla ya se ha entregado a la plena Madrugada. La primera Esperanza se va derramando. Y siguiendo la estela de Ella, continuamos hasta la Catedral que, vacía y casi en penumbra, recoge el rezo templado del Padrenuestro de los costaleros ante el Santísimo, suave orar de convento entre celosías, que contrasta con el océano de clamores que levanta la realeza del palio macareno al salir a la plaza.<br /><br />Es el punto culminante. Suenan salmos y aldabonazos admonitorios; pesa la madera en cuellos privilegiados; rachean las alpargatas, se oye el crujir de a caoba y hasta el gemir de los de espartos. Nunca, como esta noche, se ve que la catedral está hecha a la medida de la santa locura de los sevillanos. Que cuando aquellos canónigos pensaron en que por locos les tomaran estaban hablando en cofrade de crear este mundo de bóvedas y de ojivas, este bosque de pilares y este cielo de vidrieras que transparentan la luz de una remota madrugada. Tiene que estar Dios aquí, es necesario. Se le ve en la madera crucificado, se le sabe en el Sagrario resguardado. Christus factus est, canta el sochantre, y bajo las túnicas todos sabemos que es cierto y la fe -como las quietas llamas de los cirios- conoce en la Catedral, de madrugada, un instante de firmeza que ningún viento de duda puede agitar.<br /><br />Ha vuelto el mundo en la plaza. Aprieta el frío de la noche que agoniza. Buscamos el Postigo en el que el gentío se aglutina ávido de Esperanza. Al entrar en Castelar la cofradía pisa tierra suya, atraviesa silencios y oscuridades que de año en año le aguardan. Hay una multitud quieta, callada, que sólo la luz de los nazarenos ilumina. Cuando la cruz levanta en Molviedro, ordenada y progresivamente los cirios se alzan como manos llameantes que elevaran sus plegarias. En la plazoleta Jesús Despojado y su Madre nos esperan como ejemplo de cristiana correspondencia. Es aún noche cerrada, pero cuando el Cristo gira hacia Zaragoza un cielo azul se despliega sin ruido, súbitamente, despertado por la cálida luz de roja aurora que el palio de la Presentación irradia en Castelar. Van entrando los nazarenos y en la parroquia la cofradía sigue formada, mar negro y afilado de capirotes vueltos hacia el coro desierto, esperando la llegada de su Cristo de amor muerto y de su Virgen agotada por tantos corazones resueltos. Cansancio, lívidos amaneceres muertos, colores marfileños, canto de pájaros, escalofrío de amanecer que sigue a una noche sin sueño. Entra el Calvario en la Magdalena mientras la Madre de la Presentación, en San Pablo, enciende el firmamento.<br /><br />La iglesia ya no es mar, sino bosque de cipreses negros sobre el que amanece cuando el palio se encaja en la puerta, y que se hace día de fe y de amor cuando atraviesa las filas de hermanos buscando a su Hijo, que la aguarda en el coro. Sólo nosotros conocemos ese silencio, esa cofradía aún viva en el estertor de la estación de penitencia; hasta que con voz amortiguada e interior por el antifaz aún puesto, rezamos por los hermanos muertos. Entonces una voz nos dice: «Hermanos, pueden descubrirse. Hasta el año que viene si Dios quiere». Y el bosque de cipreses parece desplomarse de repente, cuando nos quitamos los capirotes que dejan marcada la frente. Se respira hondo, se traga saliva para pronunciar la primera palabra de enhorabuena o de aliento, hay abrazos de alegría por la feliz estación de penitencia. Sevilla recién amanecida nos espera, angustias y esperanzas nos llaman. El nazareno negro, andando solo, de prisa, silencio de pisar de alpargatas, elegancia de la cola recogida al brazo, alguna lágrima de cera sobre el ruán y alguna salada corriendo bajo el antifaz, triste por lo acabado y feliz por lo cumplido, confortado por el seguro y pronto reencuentro con su imagen y con sus hermanos, entona su canto a Sevilla bajo el antifaz:<br /><br />Haz, Señor, que el año que viene vuelva a acompañarte. Que sea digno de vestir esta túnica, y que si otras manos la han de coger antes de que el tiempo esté cumplido, haya sido mi vida ofrenda de amor a tus plantas presentada, cruz alzada, luz de cirio que te alumbra, bocina que te proclama, cirial que te anuncia, incienso que te bendice, túnica que a todos proclama mi filiación nazarena. Escucha Señor esta oración del nazareno, dicha por miles de bocas, sentida por miles de corazones, todos uno en el amor, sin diferencias. Escucha, Señor, lo que te va a decir Sevilla, dentro de una semana. No es la oración pura de la fe. Tal vez tampoco la oración pefecta del mandato de amor hecho caridad. Escucha como te bendecimos por habernos dado a Sevilla y como bendecimos a Sevilla por habernos enseñado a amar así a Dios. Escucha, Señor, la oración de amor de nuestra Semana Santa.<br /><br /><br />He dicho.<br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-55040728509945489132007-03-28T11:58:00.000-07:002007-03-28T12:55:58.210-07:001997 - Ignacio Montaño<div style="text-align: justify; color: rgb(255, 255, 153);"><span style="color: rgb(102, 102, 204);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 1997. Pronunciado por D. Ignacio Montaño Jiménez en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">PÓRTICO</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡DIOS, Santa María y Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Allá por noviembre, al hilo de la emoción recién estrenada, el Pregonero repetía una y otra vez tan feliz jaculatoria en el altar de sus devociones más sentidas. Y andaba buscando un símbolo, la arquitectura primera del Pregón, el crisol donde fundir su pobre palabra.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Era por noviembre y como un claro prodigio apareció, en la brumosa mañana, la imagen una y trina de la Virgen de los Reyes. Y con Ella, en la adornada espiga de su figura, el signo de la plenitud:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Dios, Santa María y Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué Dios más sostenido ese Niño que sonríe a la mirada antigua de tantas generaciones de sevillanos!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué fiel reflejo de Santa María esta dulce escultura a la que el propio rey Felipe II llama “Reina de las imágenes de Nuestra Señora”!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y Reina y Madre de Sevilla! Bandera de todos los sevillanos por las mañanas de agosto y entre el mar de estandartes y simpecados del Patio de los Naranjos, en la esperada ocasión de las bodas de oro de la excelsa Patrona.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Desde entonces, el Pregonero pide a la Madre de los Reyes la purificación de la palabra, mientras ofrece en su honor la almáciga de sus mejores sentimientos y la alegría de saborear la fe que recibió de los suyos; y ante el regalo de su designación, no encuentra muestra de gratitud mejor que pedirle a Ella por nuestro Arzobispo, por nuestra Alcaldesa, por el Consejo General de nuestras Hermandades y Cofradías y por su Presidente y por tan generoso presentador y por tantos buenos amigos y cofrades.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y hoy, después de agradecer la presencia y el afecto de todos, quiere pagar a la Madre tanta donación con la letanía de piropos que recogen nuestras Reglas de siglos y, en el nombre de Sevilla, pone el Pregón bajo su amparo:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Virgen de los Reyes, palma de fe y celestial patrona, a quien Sevilla pregona desde el fondo de su alma. ¡Qué señorío se encalma en el altar de tu silla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué serena maravilla siendo tan altas tus leyes, que por Ti reinan los reyes y eres Reina de Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sevilla graba en su escudo la leyenda mariana y en cal y luz engalana su rezo limpio y desnudo. La Virgen torna el saludo y en la paz de su capilla dice de forma sencilla bien asentada en su estrado: “¡Sevilla no me ha dejado y yo no dejo a Sevilla!”.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">Y SEVILLA</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">EN el principio Dios creó los cielos y la tierra de Sevilla. Y vio Dios su hermosura y buscó a tartesios y fenicios, griegos y púnicos, romanos y árabes, para que labraran cimientos y murallas, raíces y saberes. Y así nacieron reyes y emperadores, poetas y filósofos, y un pueblo sensible y despierto.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y tanto amó Dios a Sevilla que encomendó a sus gentes levantar, por encima de las azoteas de oro y de plata, la caña y el núcleo de la torre más libre que se acercó a los cielos; y se gustó Sevilla y se miró en el río que almenaban viñedos y álamos y, dueña y segura de su propia belleza, alcanzó a ser madre de todas las ciudades y rosa abierta en medio de la más fértil llanura.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y tanto amó Dios a Sevilla que le dio el don de la fe y de la universalidad. Y guió los pasos y protegió la espada del Santo Rey Fernando. Y, ya para siempre, la Cruz presidió la alta torre de las veinticinco campanas y el perfil de las iglesias; y la paz de los muertos y el corazón de sus hijos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y tanto amó Dios a Sevilla que, viendo que ésta era ciudad noble y heroica, leal e invicta, quiso que fuera la tierra de su Madre.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y la Virgen María se hizo presente en la rosa de los vientos de Sevilla:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Vírgenes de los Reyes y de los Olmos, de la Sede y de las Batallas; de la Antigua y de la Cinta; de las Nieves y de Valvanera; de las Madejas y del Pilar; de la Granada y del Reposo, del Buen Aire y de los Navegantes, del Amparo y de Rocamador; la Inmaculada Cieguecita y las Vírgenes del Tránsito y de la Alegría. Y tantas y tantas Asunciones y Rosarios y Vírgenes del Carmen y Divinas Pastoras.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y tanto amó Dios a Sevilla que, al atardecer de los tiempos, la hizo caer en un sueño profundo y, mientras dormía, tomó barro de sus cuatro esquinas desiguales y con los árboles más dorados del arriate del otoño, la firmeza del yunque y el almirez del cante, y los vientos más limpios del mejor Aljarafe, y azulejos del alba y la cal más radiante; fue y le mezcló el azogue que temblaba en la sangre y en los ojos del río más azul de la tarde:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y alzando la simiente en sus manos de Padre, la puso en la otra orilla y le infundió, al instante, el rumor de las alas de un revuelo de ángeles. Y quiso Dios su Gracia en milagro tan grande; y con joya tan clara y de tantos quilates, al llegar la mañana con su limpio celaje, fue y bendijo su imagen, ¡y la llamó Triana!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EN AQUEL TIEMPO</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">EN aquel tiempo, que cada primavera ilumina en nuestra memoria y en nuestros sentidos como tiempo nuestro, iba el Galileo de San Lorenzo por la estrechura de la madrugada en el Arenal cuando se dirigió a un grupo de carreteros, mercaderes y carpinteros de ribera del antiguo Malbaratillo; y alzando la voz desnuda de su sangre, les preguntó:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ellos contestaron:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“Unos dicen que eres la obra cumbre de Juan de Mesa, madera admirable, flor de la imaginería; otros, que un mito; aquéllos te explican sociológicamente, como una seña de identidad”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Jesús, volviendo su mirada doliente y poderosa, insistió:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ellos, a una sola voz, respondieron:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Gran Poder del Altísimo, el Señor de Sevilla que nos amas y que mueres por nosotros!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y Jesús, antes de volver a dar una larga zancada con el peso de la cruz de nuestros pecados sobre sus hombros, sentenció para siempre:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“¡Y tú eres Sevilla, la nueva Jerusalén, la ciudad de la Gracia, torre fuerte coronada por la Fe y niña de mis ojos. Y para siempre tu nombre estará escrito bajo la piel de la palma de mis manos, porque aunque la madre se olvide del hijo de sus entrañas, yo no me olvidaré de ti!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y por esta sangre coagulada que se hace regalo del Cielo todos los viernes del año, el Pregonero jura, ante los Santos Evangelios y ante el Libro de Reglas, abierto por las imágenes de su mayor devoción, la esencia misma de la Semana Santa de Sevilla. Y aquí y ahora, confiesa:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Que Dios es Amor y que todo el Amor de Dios se manifiesta en Jesucristo, Dios y hombre verdadero! ¡Que el Dios de nuestra fe es un Dios cercano al hombre, comprometido con cada hombre, liberador de las flaquezas humanas y lleno de misericordia y de perdón! ¡Que murió por nosotros y que resucitó para siempre, dejándonos el legado de la mediación poderosa de nuestra bendita Madre Santa María Inmaculada!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y esta es nuestra fe!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Evangelio del Amor que proclama sus verdades, según las Reglas cofrades y en el nombre del Señor. Todo el año es un fervor en el alma sevillana. Y cuando el Pregón desgrana su plegaria más sencilla, ¡ya está soñando Sevilla la primera en la Campana!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">DE LA LUZ A LAS SOMBRAS</span><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DEL AMOR DE DIOS EN EL DOMINGO DE HOSANNAS</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">AMANECE Dios en la claridad primera del Domingo de Ramos. Crujen la caoba y el esparto en el umbral de los esplendores de Sevilla. Es el tiempo del Amor.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Evangelio del Amor sale a las calles, con la blanca inocencia de los pequeños nazarenos que se asoman a la Plaza.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Amor, alfa y omega del domingo de hosannas, es, al atardecer, ese Cristo verdaderamente muerto que se levanta sobre la fe de sus hermanos, para interpelarnos: “¿Qué habéis hecho con el Amor de Dios?”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y el nazareno, como el hijo pródigo, mira sus manos vacías y siente su pobreza: “Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra Ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pero el Amor del Padre, por muy lejos que esté el tramo del nazareno, saldrá a su encuentro y no le dejará siquiera pedir perdón.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y cuando suena el compás de tres golpes de martillo y se vuelve al Salvador la verdad de un crucifijo, parece oírse una voz en los rincones más íntimos, que entona un canto de gloria sobre un silencio de lirios: “Nazareno del Amor, piensa que no ha muerto Cristo, ¡y que es mañana de Ramos en tu corazón de niño!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Porque Cristo no ha muerto. Cristo, el Cristo muerto por Amor, vive. Y vive en el Señor de la Victoria sobre el pecado; y vive en San Julián, tras su Buena Muerte, y en sus Penas por San Roque y por San Jacinto; y en su Humildad y Paciencia, y Despojado de sus Vestiduras y despreciado por Herodes, ¡Cristo vive!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y ese lema se hace amor y sacrificio en el vergel de plata de la Virgen de la Paz; y en el alto patronazgo de la Hiniesta; y en la Gracia de la primera Esperanza que sale a la emoción de Sevilla, y en el celestial Socorro de la Madre.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Como testigos de esta fe tan profunda, junto a la pureza de los niños de la Borriquita, las Hermanas de la Cruz. Las Hijas de Sor Ángela que, arrodilladas, cantan a la Amargura de la Virgen y son testimonio elocuente del Amor del Dios vivo con los más necesitados.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Al llegar el paso, el perfil de una figura delicada y humilde que se adivina en las sombras fija el brillo cansado de sus ojos de madre en la conmovida belleza de Nuestra Señora.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(153, 255, 153);">Amargura sin frontera<br />que las lágrimas harán<br />rosa de pasión, imán<br />de la fe más verdadera.<br />Cruje el son de la madera<br />mientras las canciones van<br />del convento al paso, tan<br />sentidas que en la cera<br />se enciende de amor la espera<br />por el cielo de San Juan.<br />Canta el amor, necesita<br />hacerse canto y ternura<br />si sobre la cal más pura<br />surge la imagen bendita.<br />El incienso delimita<br />la luz de tanta hermosura.<br />Y en la paz de la clausura,<br />susurra madre Angelita:<br />“¡Mira que viene bonita<br />mi Virgen de la Amargura!”.<br /></div><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ante tanta caridad, presente en la Sagrada Cena y en los ojos profundos de la Virgen del Subterrráneo, no basta el sacrificio de la cruz de penitente, ni el dolor de la trabajadera; este amor está por encima de la limosna y del Pregón, y de los cargos y de las jerarquías; porque la cara y la cruz de la moneda del amor de Dios nos llevan a compartir con el otro las alegrías y las tristezas. Como hizo durante toda su vida el Padre Gabriel Ramos, en las Tres Mil Viviendas, en la Parroquia Salesiana de San Pedro, y como Director Espiritual de la Hermandad de la Estrella.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Al enterarse de su muerte Triana recordó la hermosa leyenda de aquel cofrade que vistió durante más de cuarenta años su túnica blanca y que, al término de cada estación de penitencia, cansado y sediento, hacía el sacrificio de no beber el vaso de agua que le ofrecían. Y al pasar el Puente, de vuelta a casa, Dios pagaba su ofrenda encendiendo en el cielo de la madrugada la estrella más hermosa.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Un año vistió de nazareno, por primera vez, su nieto, y ya de recogida, el abuelo pensó: “Si no bebo, él tampoco lo hará”. Y renunció al milagro de la estrella compadecido de la sed del niño y ambos bebieron. Y aquella madrugada Dios iluminó la noche de Sevilla con dos brillantes luceros, como premio a la caridad.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Dentro de una semana Triana subirá hasta Sevilla y el Dios del Amor premiará, al pasar por el Guadalquivir, el testimonio de vida generosa de Gabriel y de tantos buenos trianeros con dos hermosísimas Estrellas: La Estrella que desde siempre se enciende en el corazón del Altozano y una Estrella Coronada sobre las aguas del río.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(153, 255, 153);">Triana tiene un sueño,<br />Triana sueña<br />que en su cielo más alto<br />brilla una Estrella.<br />Sueño bendito,<br />¡que esa Estrella es la Reina<br />de San Jacinto!<br />Triana tiene un sueño,<br />luz soñadora<br />que ilumina una Estrella<br />Madre y Señora.<br />Sueña Triana,<br />¡y ese sueño es la Estrella<br />de la mañana!<br />Triana tiene un sueño,<br />sueño trianero,<br />que brilla en San Jacinto<br />como un lucero.<br />Y al Altozano,<br />¡al verla, le parece<br />que está soñando!<br />Triana tiene un sueño,<br />y sueña el puente<br />su Estrella Coronada<br />por la corriente.<br />Llora la Estrella,<br />¡y Triana y su río<br />lloran con Ella!<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DEL DIOS CERCANO (Lunes Santo)</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">POR este Río Grande, la marea lleva el corazón del Pregonero hasta su Alcalá del Río natal; y cada tarde y cada noche, hilará la memoria de su sangre alcalareña con la devoción patente en las calles de Sevilla haciendo florecer en sus sentimientos cinco siglos de gloria cofrade: el Dulce Nombre de Jesús, la Vera Cruz y su Hermandad de la Soledad.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Las Cofradías del Lunes Santo, evangelio de la cercanía de Dios, volverán, en su setenta y cinco aniversario, a rubricar la fe de Sevilla en el Dios que se hace uno de nosotros, el Dios que vive a nuestro lado; el Dios que espera nuestra mano tendida, nuestro abrazo de hermandad, nuestro amor al prójimo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Un Dios que, en la apretura de la calle Santiago, es traicionado por el amigo con un Beso. ¡Cuántas veces, con un beso, vendemos a Nuestro Padre Jesús de la Redención, en la presencia desconsolada de la Madre del Rocío!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Un Dios al que abandonan los suyos; y desde Santa Genoveva llegan a nuestra conciencia los cristos maniatados por el paro, presos por la droga, solos en esta sociedad aparentemente tan solidaria. Y con ellos, cercano, maniatado, preso y solo, el Dios Cautivo y las Mercedes de su bendita Madre.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por San Gonzalo se reúne el Sanedrín. “Conviene que un hombre muera por el pueblo”. Y es que el fin justifica los medios y valen el atropello y las bofetadas. ¡Cuánto Caifás ante tanto inocente maltratado, ante tanto Jesús del Soberano Poder! ¡Cuánta cercanía en el sentimiento de la Virgen de la Salud!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En San Vicente o en San Isidoro el Dios que carga con nuestra cruz está tan cercano que besa casi el suelo de Sevilla, ante los Dolores de Nuestra Señora.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y qué muerte más cercana la del Cristo que expira en el Museo y la del Dios que es sepultado por Caridad, junto a las Penas de su Madre y el dolor de Santa Marta! ¡Cuánta aflicción en el llanto inconsolable de la Virgen! Tanto llanto la inunda, que Sevilla buscó entre los nombres más dolientes para llamarla, con todo el corazón, su Virgen de las Aguas, símbolo memorable de nuestra Semana Santa en la nana de llantos del belén de vuelta que recreó el arte enamorado de Juan Valdés.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y está tan cerca el Dios del Lunes Santo, tan enclavado en la Verdadera Cruz, tan con nosotros, y son tantas las Tristezas de la Madre, que sentimos como vergüenza cuando nos limitamos a ignorar, a esconder, a adulterar la verdad de ese madero.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sevilla sabe dónde están las reliquias auténticas, el lignum crucis de la verdad de esta Cruz: ¡que son esas tablas sobre las que descansan cada noche la fatiga y la caridad de las hijas de Madre Angelita y de tantas monjas de clausura, y los trozos de la madera que calienta el frío de los más necesitados!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cristo de la Veracruz, ¿cuál es tu cruz verdadera? ¿Esa labrada madera con cuatro hachones de luz, o tu verdadera cruz es de miserias y egidos? Jesús de los desvalidos y limpios de corazón, ¿te crucifico yo con mi pecado y mis olvidos? ¿Te crucifica mi mano si no entrega su talento, en otro calvario cruento con la pasión del hermano? Dios humilde y soberano hecho de roble y de cruz, dame la clave de tus clavos en esa madera, ¿cuál es tu cruz verdadera Cristo de la Veracruz?</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Pregonero vive este día su fe bajo el antifaz morado de la Hermandad de las Aguas, y junto a la Madre de Guadalupe.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">“Uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante brotaron sangre y agua” (Jn. 18, 34). Lo dice fehacientemente el Apóstol Juan, testigo, con la Madre del Mayor Dolor, de la muerte consumada del Santísimo Cristo de las Aguas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Aguas del Jordán, para un bautismo de penitencia; el agua de Caná convertida en el vino bueno por la mediación de María; el agua que forma el barro que cura a ciegos y a sordos; y el agua que bebió la Samaritana para no volver a tener sed.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sale al aire del Arenal la madera todavía caliente de este Cristo muerto y nos llega un Dios tan cercano que su Reino está dentro de nosotros, en el cántaro de nuestro corazón lleno del Agua de su Gracia.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y cuando el atardecer dibuja su silueta contra el Arco del Postigo no cabe Mayor Dolor en el corazón de esa Madre afligida.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Agua del costado abierto purifica nuestra espera si al sol de la primavera sale Jesucristo muerto. Agua de las Aguas, puerto que sirve al alma de abrigo. ¡Todo el barrio está contigo cuando en perfil de saeta se dibuja tu silueta en el Arco del Postigo!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Agua y sangre del costado que buscan cauce fecundo y que siembran por el mundo la voz de un crucificado. Longinos de lado a lado clavó la lanza, castigo de Aquél que por el amigo sufre y muere por Amor, y llora el Mayor Dolor en el Arco del Postigo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mayor Dolor el que llora en esa Madre abatida que muere por darnos vida junto a la cruz redentora. Y cuando llega la hora tremenda del enemigo ya no tiene más abrigo, consuelo ni porvenir que ver al Hijo morir en el Arco del Postigo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y Guadalupe, la Virgen Niña de la Anunciación, modelo de nuestras vidas al aceptar tan plenamente la Voluntad de Dios: “¡Hágase en mí según tu palabra!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ya está Guadalupe con su gente. Trianeros que la imaginaron tan hermosa cuando se fundó la Hermandad, el mismo año en el que se colocaron las azucenas de bronce de la Giralda; vecinos de San Bartolomé que asistieron a su gozoso nacimiento; quienes se acostumbraron a su belleza durante el cálido hospedaje de los Terceros; fieles extremeños que la hicieron su Patrona; devotos de Méjico y de Venezuela; y todo el Arenal con los acogidos del Hospital de la Caridad presidiendo la jubilosa emoción.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ya está la Virgen de Guadalupe en el cielo del aire, en las calles del barrio, sobre la oración y el esfuerzo de sus costaleros.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Subió hasta el cielo del aire el retablo de la Gracia, la gloria del Arenal, la Niña sencilla y santa cuyo corazón conmueven los suspiros y las lágrimas. Salió a las calles del barrio que le reza y que la aclama, bajo un palio que custodian varales firmes de plata. Y con velas de oraciones sobre mares de gargantas que para decir su nombre no necesitan palabras, fue sembrando devociones y recogiendo esperanzas. Porque Guadalupe es un silencio de alabanza y una saeta que cruza y que estremece y que clava al Dios más cercano y nuestro en lo más hondo del alma. Porque Guadalupe es un río de limpias aguas, afluente del Amor que habló a la samaritana, pues no vuelve a tener sed quien bebe en fuente tan alta. Por eso sus costaleros, costal de dolor y faja de firmeza y voluntad, las trabajaderas alzan desde la fe de su llanto hasta un cielo de giraldas. Está Guadalupe arriba en el altar de sus andas y el pañuelo de un piropo busca el nido de su cara: ¡Mi Virgen de Guadalupe, flor hispanoamericana y trigal de Extremadura, del Arenal soberana, gloria, reina, madre y niña! ¡Trianera y sevillana!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DEL DIOS COMPROMETIDO (Martes Santo)</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">CADA Martes Santo el Dios cercano del Amor renueva su compromiso con Sevilla y nos propone actualizar nuestro propio compromiso con Él y con el prójimo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Así, por el reflejo de las azucenas que juegan a las cuatro esquinas con el eclipse de sombra del Giraldillo, pasa el Cristo de las Misericordias.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Qué gloria buscas, qué luz de contornos celestiales, sobre el friso de azahares que amuralla Santa Cruz? ¡Qué camino de Emaús en tu mirada se advierte, si el sol más limpio y más fuerte tus Misericordias muestra! ¡Qué Cruz más Santa y más nuestra la Santa Cruz de tu muerte!</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y la voz crucificada de Cristo nos dice:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ungió y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista” (Lc. 4, 12).</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Cristo de las Almas por Santa Marina, el Cristo abofeteado en San Lorenzo y el Cristo de la Salud de San Nicolás salen esta tarde para comprometerse con el pobre, con el arrepentido, con el preso y con el ciego.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y el Martes Santo, día de la Virgen más hermosa, la del más Dulce Nombre, pone en la Campana la advocación de la Madre más sentida por el Pregonero: los Dolores de la Santísima Virgen. Que por algo nació pared con pared con la Virgen de los Dolores en su Soledad Coronada, en un pueblo que es calle, guarda y collación de Sevilla, y por algo lleva sesenta años vistiéndose de nazareno suyo, desde los nueve meses, cuando su padre (ya en el Cielo con Ella) lo sentó entre dos varales y apoyado en el manto de su Madre Soleana hizo la primera y más hermosa chicotá de su vida.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por todo eso, se le llena el alma al oír su nombre en los cuatro puntos cardinales de la fe de Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Del Cerro, la luz doliente para enjugar tu amargura, de Molviedro la ternura tras tu dolor penitente! ¡Y en la paz de San Vicente el sol de tus resplandores! ¡Y de Santa Cruz, las flores! ¡Y en los Servitas, consuelo! ¡Toda Sevilla es pañuelo del llanto de tus Dolores!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">“¡Este es el hombre!”, grita Pilatos en San Benito. ¡El Dios que se hace hombre, y hombre desheredado! Como esos ancianos de la Residencia de las Hermanitas de los Pobres, que anhelan volver cuanto antes junto a la Madre Coronada de la Encarnación.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Iba Nuestro Padre Jesús de la Presentación al Pueblo por la Puerta Carmona llevando de contraguía celestial a José Antonio Moore, “Chamaco”, cuando pasó por la Alcantarilla de las Madejas. Allí se acercó a un paralítico que esperaba junto a la Piscina Probática cuyas aguas, tras ser removidas por elÁngel del Señor, sanaban al primer tullido que se bañase en ellas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Preguntó Cristo al paralítico: “¿Por qué no te acercas al agua de mi Gracia?”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y el paralítico (¡tantos paralíticos a nuestro alrededor!) contestó: “No tengo un hombre que me acerque a tu agua de vida eterna y otros llegan antes.”</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Dijo entonces Nuestro Señor Jesucristo:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“¿Que no tienes un hombre que te lleve hasta la vida verdadera y a la libertad de los hijos de Dios? Pues yo te presto cualquiera de mis cofrades sevillanos. Y aguardaré aquí contigo hasta ver tu corazón restañado, tu mirada limpia y tu alegría desbordada”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y uno de vosotros tomó al hermano sobre los hombros de un buen consejo, de una mano en las necesidades y se sintió buen samaritano y cirineo de las cruces de cuantos nos rodean.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Como esos costaleros de San Esteban que, con esfuerzo y delicadeza, con oración y con mimo, vencen el laberinto de la piedra para llevar hasta el Cielo a su Virgen de los Desamparados.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(153, 255, 153);">La luz de un temblor suicida<br />entre la piedra y la plata<br />y el corazón que delata<br />la emoción más contenida.<br />¡Por dónde cabe la vida<br />en esta gris crestería<br />que no admite travesía<br />que supere sus umbrales,<br />aunque traiga los avales<br />de nuestra Virgen María!<br />Piedra y plata, desafío<br />al jaque mate de un pulso.<br />El hombro toma el impulso<br />y siente un escalofrío.<br />La gracia del albedrío<br />se somete a disciplina,<br />y cuando el aire imagina<br />victoria de arquitectura<br />surge de la iglesia oscura<br />la flor de una bambalina.<br />Burlada la piedra, el paso<br />recupera su perfil<br />y estrena, al cielo de abril,<br />un gloria de sol y raso.<br /><br /></div><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Quién sostiene este traspaso, este amparo verdadero?</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Qué esfuerzo limpio y sincero siembra en el aire su flor, sino el hombro y el amor de un corazón costalero?</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Flor del amparo incorpora el jardín de San Esteban que los costaleros llevan la mejor amparadora. Ampara Nuestra Señora la plegaria y el anhelo del dolor que se abre al vuelo en chicotás penitentes. ¡Todos por igual! ¡Valientes! ¡Al cielo con Ella! ¡Al cielo!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Pregonero vio un Martes Santo, desde el interior de los Reales Alcázares, la plata azulada del paso de la Virgen de la Candelaria, por los Jardines de Murillo. Y sintió su voz:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“¿Qué has hecho de tu hermano?”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y, desde entonces, sigue cada año a los ángeles que buscan el cielo desde el balcón de sus varales, para intentar hacer vida la estela luminosa del ejemplo de esta Madre que no es sólo Madre de Dios y Madre Nuestra, sino una Madre que se ocupa y se preocupa, de una manera especial, de sus hijos más necesitados, y que nos pide la mano de hermano de nuestra ayuda al prójimo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Hace ahora veinticinco años de los primeros hermanos costaleros de Sevilla en la Hermandad de los Estudiantes y de aquella sentencia de Salvador el Penitente, válida para cuantos aspiramos a vivir comprometidos con el mensaje de Cristo:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“Hermanos, voy a hablar una sola vez: ¡os está esperando Sevilla!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Señor de la Buena Muerte, que siembras tu Cruz en el alma de tanto sevillano buscando que florezcan nuestro arrepentimiento y la fuerza de tu gracia! ¡Que no defraudemos a Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En Buena Muerte y madera se crucifica Sevilla cuando tu cruz es semilla de la mejor primavera. ¡Qué muerte tan verdadera en madera tan inerte! ¡Qué Dios tan firme y tan fuerte en cruz tan noble y tan alta, donde la vida que falta sobreabunda en Buena Muerte! Cuánta Angustia se ha dormido en el sereno estandarte que con madera y con arte labran tu amor y mi olvido. Mi corazón conmovido por tu mejor despedida busca esa paz que convida a seguirte y conocerte.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué Buena Muerte tu muerte si se hace Vida en mi vida!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DEL DIOS LIBERADOR (Miércoles Santo)</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">RESUENAN como un eco Siete Palabras por el cielo de San Vicente para purificarnos de tanto peso muerto; con tanta fuerza y tanta verdad que una de esas Palabras se encarna al sol del Miércoles Santo en la entregada figura de Jesucristo que nos viene desde el barrio de Nervión:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“¡Tengo Sed!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Este Dios cercano y comprometido con cada hombre, siente sed de almas; quiere librarnos del mal; liberarnos de las miserias de este mundo nuestro y de las ataduras de la esclavitud del pecado. “¿A quién buscáis?”, pregunta Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder por la calle Orfila, para pedir, después, nuestra libertad:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“Si me buscáis a mí, dejad libres a éstos”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Porque tú y yo hemos sido rescatados no con plata ni con oro, sino con la sangre redentora del Cristo de la Sagrada Lanzada.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por eso no podemos servir a dos señores: Al Hijo Yacente de la Piedad del Baratillo y al dios del dinero; al Cristo de Burgos y al dios del egoísmo; al alma franciscana del Buen Fin y al desprecio por las cosas del hermano.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Un Buen Fin, para una mejor Resurrección, como la de aquel cofrade ejemplar que supo hacer feliz a su familia y a cuantos le conocieron, amigo irrepetible que se durmió junto a su Madre de la Palma, Rafael Vallejo, que con una copa en la mano pasó haciendo el bien y sembrando la paz. Y, además, con el espíritu verdadero del Pobrecito de Asís; esto es, con alegría y sin darse importancia. ¡Como el ejemplo de su Hermandad con los niños del Centro de Estimulación Precoz!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Porque ¡cuánta gente buena hay en la Semana Santa! Músicos, saeteros, servidores públicos, todos los que vienen de la periferia de la ciudad y de los pueblos vecinos, los que aguardan de pie las largas esperas, los niños que duermen en el hombro de sus padres, los de las sillas, los de las flores, los que están lejos, los enfermos. ¡Que todo es otra forma de vestir la túnica, otra forma de llevar las alpargatas y la faja! ¡Como tantos sacerdotes que acompañan y enriquecen con su ministerio el peregrinar cofrade de Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y cómo se han ido quedando en las esquinas del tiempo tantas páginas inolvidables de nuestra Semana Santa! Este año, con un recuerdo hondo y emotivo para la ausencia del Soria 9, que esté donde esté será siempre un trozo del alma sevillana.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y aquellos batidores de Artillería, discípulos del inolvidable Brigada Rafael, que precedían la liberación, la Salud que nos alcanza el Cristo de San Bernardo y el celestial Refugio del corazón de la Madre que nos marca el camino de la verdadera Libertad: “¡Haced lo que Él os diga!”, que es ponerse siempre en las manos de Dios.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Una Giralda alfarera con Santa Justa y Rufina para esa Flor tan divina que San Bernardo venera. ¡Qué letanía artillera en tu rosario, Señora! En grana y en oro aflora tanta alabanza en tu honor, ¡Refugio del pecador y consuelo del que llora!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y aquellas voces de saeta antigua con los tercios más sobrios, más de cante grande. La Niña de los Peines, su hermano Tomás, Centeno, el Niño Gloria, la Niña de la Alfalfa, Manolo Caracol...</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuántas saetas clavadas en la emoción de Sevilla! ¡Y cuántas capaces de liberarnos y de comprometer nuestra vida cofrade!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">“Si alguien te alza a ti la mano...”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y nos vamos a la espada, como el Apóstol Pedro en el Prendimiento que rompe el corazón de la Virgen de Regla. Mientras que a diario, en derredor nuestro, vemos cómo se alza la mano a tanto Cristo pobre, sin recursos, esclavo de tantas miserias, maltratado, solo o hambriento; y pasamos de largo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Aún recuerdo la voz poderosa de Pepe Valencia, el del puesto en la Encarnación, elevándose sobre la muchedumbre para gritar su fe sencilla:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Desde El Calvario se oía el eco de un moribundo que en sus lamentos decía: ¡Estoy solito en el mundo, ampárame Madre mía!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuántos ecos nos llegan desde la cárcel!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuántos lamentos se oyen en los hospitales!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuánta soledad nos requiere desde los asilos y residencias!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y cuánto desamparo desde tantos sitios, de tanta gente de nuestro propio mundo!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué saetas tendría que cantar el mismo Cristo liberador del Miércoles Santo para conmover el auténtico sentimiento cofrade de Sevilla, en el Pabellón Vasco o en Regina Mundi!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y Sevilla confía en los hermosos nombres de la Madre como prenda segura de nuestra conversión. Porque hoy la Madre es Consolación y Refugio, Piedad y Caridad, Regla de vida y relicario de todos los Remedios; y es Guía y es Buen Fin; y Madre de Dios de la Palma y Virgen de la Palma que, como premio imperecedero, llevan los bienaventurados.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La noche del Baratillo, altar del Miércoles Santo en un cielo de palomas y ángeles toricantanos, cuelga rumores de río en los perfiles de un barrio hecho con sol de capotes sobre la cal de los patios.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Un paseillo de luces avanza como rosario de penitentes azules hasta poner en los labios piropos a la Piedad, a la Caridad su canto. Y cuando apaga la noche su perfume de naranjos y el amor en Soledad llora entre claveles blancos, Sevilla entera le ruega con el fervor de un aplauso y multiplica saetas con la garganta y las manos; que si no llega la voz se aprietan dedos crispados hasta que rompe en el aire un martinete gitano:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Desde el Calvario se oía el eco de un Dios cercano que en sus lamentos decía: “¡Ten compasión del hermano y ampáralo, Madre mía!”.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DEL DIOS MISERICORDIOSO Y DE LA CARIDAD FRATERNA (Jueves Santo)</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡QUÉ hermosa está Sevilla la mañana del Dios de los sagrarios y cómo se nos muestra esta gloria en la pluma apasionada de su hijos!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuántas veces el Pregonero vio, sobre la madera arrodillada de un reclinatorio y ante la gala del Sagrario de la Magdalena, la figura humilde y creyente del maestro Juan Sierra, equidistante el atrio de su corazón de los ungüentos y de los óleos del Sagrado Descendimiento de la Quinta Angustia y del Señor del Calvario cansado de su larga hermosura! ¡Qué pobre y qué sincero nuestro recuerdo hacia quien hizo tanto por captar esta fragancia en su “Palma y cáliz de Sevilla”! Recuerdo compartido este año con el de su sobrino Paco Ferrán, ya junto a Nuestra Madre de los Dolores.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por las antiguas collaciones, hay un rumor de mañana de Corpus. Y en Triana, Santa Ana, la Virgen y el Niño y la Madre Auxiliadora de los trianeros, la Sentaíta, parecen esperar el milagro de unos seises de la Cava, bailando sobre la juncia del Corpus Chico.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuánto enamorado, cuánta exageración del gozoso recinto de la ciudad más cantada, espléndida como el azul transparente de las laderas del aire!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y cuántos hechos tan expresivos de la singularidad de esta tierra.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Como el testimonio reciente de cuando vino nuestro Arzobispo y quiso saber si era el prelado de mayor estatura en la sede de San Isidoro. La respuesta no pudo ser más descorazonadora:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Hubo diez más altos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Insistió Fray Carlos: “¿Y el primer franciscano?”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“El quinto”, le contestaron.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">-“Al menos seré el primero de Medina de Rioseco”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y le dijeron: “De Medina de Rioseco, el segundo”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y concluyó nuestro Arzobispo: “¡Hay que ver lo difícil que es ser en algo el primero en Sevilla!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Es Jueves Santo! Día del Dios misericordioso y de la caridad fraterna.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cruza Nuestro Padre Jesús el torrente Cedrón hasta llegar a la calle Feria, al Huerto de los Olivos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cristo se arrodilla, se postra en tierra, cae sobre su rostro y pide en su Oración no beber el cáliz de la Pasión y de la Muerte. Y suda sangre y se entrega a la voluntad del Padre y debe esperar tres días el consuelo de la Resurrección.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Misterios Dolorosos para la Madre, en su Rosario de Montesión.</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(153, 255, 153);">Dios te salve María del Rosario,<br />llena eres de Gracia y Dios contigo,<br />¡benditas tus entrañas de testigo<br />y bendito tu fruto de sagrario!<br />Santa Madre del Hijo trinitario,<br />Dios palabra, Dios hombre y Dios amigo,<br />quita las amapolas de mi trigo<br />en tu monte de gloria y de calvario.<br />Proclame Montesión tu letanía:<br />puerta de Dios, auxilio y alegría,<br />vaso de caridad y torre fuerte.<br />Ruega por nuestra rosa de los vientos<br />y la niñez de nuestros pensamientos.<br />¡Ahora y en la hora de la muerte!<br /></div><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cristo es Atado a la Columna y Coronado de Espinas, y pasa con la Cruz al Hombro; y es elevado, con la Exaltación de la Cruz, por Santa Catalina.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Cristo de la Fundación muere por todos los hombres, por los blancos y por los negros, por los judíos y por los musulmanes, por los creyentes y por los no creyentes. Ya no hay excusas para nuestra acepción de personas; porque si Dios muere por alguien de una manera prioritaria, es por el más pobre y más necesitado.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Contemplemos el fiel retrato del Dios del perdón en el paño de la Verónica, esta mujer valiente que da la cara cuando los hombres se avergüenzan de declararse amigos del reo, cuando lo venden por treinta monedas o por treinta vanidades, cuando ser de los suyos se convierte en un riesgo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">También la Semana Santa de Sevilla debe a las mujeres sus raíces más auténticas, lo mejor de sus tradiciones. Porque el testimonio de su fe es la piedra angular que sostiene, generación tras generación, tanta grandeza.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y bendita entre todas las mujeres, por todas las generaciones, esta Virgen del Valle, la del llanto inconsolable que es capaz, con su misericordia, de aliviar todo el llanto de Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sale la Virgen del Valle y los ángeles del Cielo rezan con voz de marfil los más dolientes misterios. Cada gloria, una paloma; un sol, cada padrenuestro; y con cada avemaría el llanto más dulce y tierno. Viene la Virgen del Valle con hojillas de platero prendidas en su sollozo de granate terciopelo, y hay un temblor de plegarias sobre el llanto del incienso, hasta que sale a la brisa el favor de su pañuelo. Pasa la Virgen del Valle con el llanto más intenso en el verde de sus ojos y en el altar de su pecho.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Llora la Virgen del Valle el llanto del Hijo muerto; y cuando enciende la noche la oración de sus luceros, ¡tanto llanto la conmueve, lleva tanto llanto dentro, que el corazón de Sevilla es un Valle sin consuelo!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cruza por Temprado la Virgen de la Victoria, más hermosa cuanto más doliente; y por Argote de Molina el esfuerzo de toda la Pasión ennoblece la presencia redentora del Dios y hombre verdadero.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">No caben por Castelar todas las Angustias de la Madre, mientras el pudor de la noche ayuda a suavizar la impresionante escena del Dios muerto que desciende de la Cruz.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Tres calles de Sevilla, tres momentos estelares de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, tres Glorias del Jueves Santo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Judas vendió con un beso al mejor de los nacidos, por mis traiciones y olvidos a tanta columna preso. Todo dolor tiene acceso a su corazón, cualquiera azota, escupe, macera su silencio maniatado. ¡Y llora por mi pecado una Madre Cigarrera!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué solemne laberinto de llantos, lino y ternura donde el aire es sepultura, donde el silencio es distinto! En el sagrado recinto siembra el Amor su semilla y la tarde se arrodilla con pena tan alta y mustia, ¡que pasa la Quinta Angustia por el alma de Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La plata es viva oración, la cera se hace camino y el silencio es peregrino junto al Señor de Pasión. La rotunda salvación que levanta esa cadera es, en la noble madera de la larga cruz que avanza, una bienaventuranza de plata, silencio y cera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Tres glorias del Jueves Santo en el altar de la noche, el más sagrado derroche de misericordia y llanto. Y en tanta emoción y en tanto sacramento del amor, tan sevillano esplendor: ¡la Victoria más hermosa, la Angustia más dolorosa y la Pasión del Señor!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DE LA MUERTE DE DIOS (Viernes Santo)</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">DE la luz a la oscuridad, Sevilla vive día tras día este Misterio del Amor de Dios. Porque la Madrugada es otra manera de sentir la Redención: un ir de la oscuridad a la luz.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por eso, hay una forma de ver la Semana Santa que enlaza las lágrimas de la Virgen de la Merced por la Pasión del Hijo, con el mediodía del Viernes Santo, cuando se oculta el sol y el corazón de la ciudad queda en tinieblas hacia las tres de la tarde.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Entonces el Cristo de la Salud, “gritando de nuevo con voz fuerte, entregó su espíritu” (Mt. 27, 50), ante el Mayor Dolor de su Madre.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y es que, en el altar del Viernes Santo, le llega a Dios su hora.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Antes de su muerte, Cristo cae. Sevilla sufre por San Vicente, por San Isidoro y por Triana ante este Dios tan humano, tan débil, tan abatido por las caídas del prójimo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cristo caído en la cumbre del Viernes Santo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y ese Cristo a quien llora su Madre de Loreto, no es el último Cristo caído ante nuestros ojos, por las calles sevillanas!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Porque hay una Sevilla cuyos balcones no se miden por el abrazo de un Crucificado, una Sevilla sin Oficios Sagrados ni humanos beneficios, caída en la incultura, en el desamparo de la soledad y de la droga, en la desesperanza del paro, en la mendicidad y en el chabolismo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y el Viernes Santo y cualquier otro viernes del año, Cristo está caído en esa Sevilla. Un cristo sin el abrigo de los faldones de nuestra justicia y de nuestra caridad, sin la canastilla dorada de una digna subsistencia, sin los candelabros de la fe y sin las flores de la alegría.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por eso, estas tres caídas de nuestra Carrera Oficial simbolizan tanto y tanto nos conmueven y nos obligan.</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">PRIMERA CAÍDA</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Siente el peso de mi pecado el Nazareno morado que sale de San Vicente. Y ese penar elocuente del mismo Dios que se humilla cuando dobla la rodilla bajo la cruz de carey, ¡es la fuerza y es la ley del corazón de Sevilla!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">SEGUNDA CAÍDA</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Lloro ante este Dios abatido por mi culpa y por mi olvido, que vuelve a San Isidoro. Y esa túnica de oro es un doliente sagrario, Altar de Monte Calvario donde pongo mi deseo: ¡quién fuera tu Cirineo por la Cuesta del Rosario!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TERCERA CAÍDA</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mana la sangre de su rodilla y el corazón de Sevilla llora en la luz de Triana. Por el puente, Dios se hermana con el dolor de la gente. Y este dolor penitente que en la madrugada avanza ¡se convierte en Esperanza sobre la brisa del puente!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y en la tarde del Viernes Santo Triana llega hasta Sevilla con su Virgen de la O. Toda la plenitud del Magníficat en esta Expectación que nos anuncia y acerca al Emmanuel, al Dios con nosotros, al Dios con Triana, a Nuestro Padre Jesús de la calle Castilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Vino el Arcángel Gabriel, en la humildad de Triana, a una doncella gitana ¡la Virgen más pura y fiel! “¡Por ti nacerá Emmanuel, en tu besana sencilla. Honra y Gloria de Sevilla, hombre justo y verdadero, ¡Dios con Triana y trianero! ¡y de la calle Castilla!”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por la Magdalena resuenan las palabras a Dimas. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Y hay un eco de colores inmaculistas en los nazarenos que acompañan el dolor de la Madre de Montserrat.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cristo de la Conversión: Danos un corazón nuevo. ¡Que muera yo al pecado, como María, la de Magdala, que mira tu muerte y será el primer testigo de tu Resurrección!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Dios cercano, comprometido, liberador y misericordioso, el Dios y hombre verdadero, muere en la Carretería. Y está la Madre junto a la Cruz pidiendo la escalera de nuestra oración, la sábana de nuestra caridad y el sepulcro donde enterrar el hombre viejo lleno de nuestras cobardías y nuestras traiciones.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y muerto Dios, la Piedad de la Madre estremece el alma de Sevilla, mientras amortajan al ajusticiado las Santas Mujeres.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es éste el momento más serio, cuando todos nos damos cuenta de lo que significa el desgarro de la muerte del Dios hecho hombre, mientras la campana del muñidor toca a muerte por Bustos Tavera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y la Soledad de la Madre. Que decir Soledad es decir, en el evangelio de dolor y desconsuelo del Viernes Santo, Soledad de San Buenaventura.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y en toda la emoción de este Viernes, el Cachorro, que se asfixia en el aire de Triana, tan de verdad que esa misma mirada de muerte la hemos visto en la agonía verdadera de los hombres.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cuántas madres en la expresión apenada de la Madre del Patrocinio!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Qué le falta al Cachorro para morir? ¿Por qué esa interminable lucha final?</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Cachorro vive, no muere en Triana; se aviva en la brisa del Charco la Pava con la gente suya que eleva plegarias, si con los silencios, si con las palabras. Ya en calle Castilla, rumorosa y larga, no encuentra horizontes y la luz le falta cuando duele el aire tibio de Triana. Sevilla es la puerta solemne y lejana. ¡Ay, qué espesa sangre de la frente mana! ¡Qué borroso y bruno perfil de Giralda! Florecen los clavos en las manos blancas mientras que se agita la voz que se apaga. Murieron los gritos en siete palabras y ya quiere Cristo cerrar este drama.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Un último aliento, un sello de lanzas y Sevilla que es la negra mortaja. ¡Qué silencio en Sierpes junto a la Campana! ¡Qué reloj de angustias al cruzar la Plaza! ¡Qué temblor en Génova! ¡Qué agónica estampa entre cera y noche por columnas sacras! De nuevo la vuelta. Arenal de barcas que tiemblan al paso de Dios que naufraga. Hace frío y sombras sobre las barandas al cruzar despacio el puente Triana. ¡Cómo mece el río la muerte que avanza, y la vida que se duerme en el agua! Calle de San Jorge frente a la Esperanza que llora en Pureza su cera quemada. ¡Virgen de la O, qué cruz más amarga cuando pasa el Hijo por la madrugada y un hilo de luna muere en su mirada! Y poquito a poco, cuando lo levantan costaleros buenos con amor y casta, el Cachorro sigue y sigue con ansias porque todavía, para la alborada de un cielo más alto, mi corazón falta. ¡Ay, Cachorro mío, quién resucitara a los versos niños de una vida en gracia! Y al mirar tus ojos con limpia mirada, entre una saeta y un dolor sin lágrimas que llega en la brisa del Charco la Pava, sentir que la Vida florece en Triana y gritar por dentro y en calles y en plazas ¡que el Cachorro vivo ha vuelto a mi alma!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DE LA SOLEDAD DE LA MADRE (Sábado Santo)</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">HAY en el aire un silencio cansado, una mueca de abatimiento, el reflejo en los ojos de tanta compasión. Es Sábado Santo.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y como queriendo grabar en nuestro ánimo lección tan elocuente, Sevilla repite de nuevo los pasos de la muerte del Hijo y de la Soledad de la Madre.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Descienden por la Trinidad el cuerpo del Crucificado y todavía es tiempo de Esperanza; de la Esperanza plena hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Templo del Espíritu Santo. Esperanza y Auxilio, Gloria trinitaria.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">No caben en el pecho de Nuestra Madre de los Dolores, mientras contempla la muerte vencida del Cristo de la Providencia, los siete puñales del más absoluto de los desconsuelos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ha muerto Cristo y Sevilla asiste a su Santo Entierro. El Duelo lo preside la Virgen de Villaviciosa y la fe y la tradición rubrican alegóricamente el Triunfo de la Santa Cruz.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y cuando se retira el cortejo, la Madre queda sola; sola en su Soledad.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La Soledad más agreste, el desamparo total sin frontera con alegría alguna, el corazón pelícano más roto, la tristeza y el silencio más abatidos.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ya ni siquiera el cuerpo del Hijo desmayado en la muerte. ¡Tanta Soledad por San Lorenzo, que siendo suyo el primer paso de palio de la historia, sólo lleva esta noche su inclinada aflicción en el suave escalofrío del cielo de Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pero tan sola y tan estremecida por el llanto, todavía tiene fuerzas para acompañar nuestras soledades con su pañuelo y su regazo en la rotonda del Cementerio, donde el dolor de la gente que llora la pérdida de los suyos, eleva la unánime plegaria:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">“Y después de este destierro muéstranos a Jesús”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cuántas veces en la madrugada fría de las noches de Cuaresma, con el eco lejano de cornetas y tambores que ensayan junto al Hospital de la Cinco Llagas, una solemne procesión de nazarenos que visten la túnica de su amortajada primavera llevan hasta la Soledad de la Madre al Cristo de las Mieles y le repiten los nombres de los sevillanos muertos que, por su mediación, están escritos en el Libro de la Gloria. Hermanos nuestros que subieron al Reino de los Cielos, mirando los ojos de esta devoción tan antigua de Sevilla y pidiendo su protección: ¡Soleá, dame la mano!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Porque la Soledad de la Virgen es también la última Esperanza de Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y aún queda una hermandad sevillana que no encierra el testimonio de su fe cofrade en el anillo de la carrera oficial. Una hermandad con el más largo y el más hermoso de los recorridos procesionales y que reúne todos y cada uno de los más exigentes requisitos: llevar a Dios, llevar el consuelo de Santa María y ser tan sevillanos como los primeros. Y esta hermandad ejemplar cuenta con más Cirineos y más Bolsas de Caridad que ninguna otra: Me estoy refiriendo a la hermandad que forman los trescientos siete misioneros de Sevilla y los cientos de monjas y cooperantes de nuestra tierra que recorren con la verdadera Cruz de Cristo los cinco continentes, desde el corazón de Sudamérica hasta el desamparo del Zaire y de Ruanda. ¡Dios les pague tantos sacrificios y encienda en la mano de sus mártires el cirio rojo de la mejor Sacramental, en la plenitud del Reino que Dios concede a quienes viven plenamente la verdad del Evangelio!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EVANGELIO DE LA MADRUGADA PLENA</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">CUANDO acaba de subir el Señor de Pasión el repecho final de su duro camino comienza a sentirse en la cal y en los naranjos de la piel de Sevilla la impaciencia de la Madrugada.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y dijeron sus cofrades: “Hagamos la Madrugada tal y tan hermosa que quienes la contemplen nos tengan por locos por el amor de Dios y de su Santísima Madre”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Pregonero sabe que la Semana Santa de Sevilla ni tiene ni necesita explicación alguna y que, para comprender su más profundo significado, basta salir esta noche con el evangelio de un corazón abierto al amor.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y así es como buscamos y hallamos, por las calles de la ciudad, al Dios que es exclusivamente bueno, al Dios que sale también a nuestro encuentro dispuesto siempre al abrazo y al perdón.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y nos vamos con la Madre.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Con la Pura y Limpia, Virgen Inmaculada. Santa María de la Concepción, a la que Sevilla honró antes y más que nadie, hasta el extremo de llamarla el poeta:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">“Sevillana concebida sin pecado original”.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y con la Madre de la Presentación. ¡Ésta es la mujer! ¡Ésta es la columna que se asienta en la soledad del Calvario, como pilar y fortaleza!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Con el Mayor Dolor y Traspaso del corazón de Nuestra Señora, que es también el corazón de Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y con las Angustias de la Madre, gitana coronada por el amor de su gente.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Y nos vamos con la Esperanza!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ya están condenando injustamente por la Resolana al Señor de la Sentencia. La verdad de su Reino compromete, inquieta y no deja montar la estratagema de una vida superficial. Y en una vigilia de oraciones y de prisas, el Arco se impacienta enhebrando los verdes capirotes.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">De pronto, como de gloria, la Macarena. Como si el mismo Dios, sobre el cielo más alto, recreara la gracia y, por primera vez, se hiciera la luz.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Cómo explicar este gozo y este llanto, este milagro que renace cada primavera en el alma de Sevilla cuando se enciende en la Madrugada el sol de la Esperanza!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Qué inspiración divina lo hizo posible?</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Quién hizo a la Macarena? ¿Qué gubia de amor la hizo? ¿Y quién talló el compromiso de su alegría y su pena? Y en aflicción tan serena, ¿quién dibujó sin tardanza una bienaventuranza hecha de gracia y de roble? ¿Quién hizo el perfil tan noble y tan dulce la esperanza?</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿Quién puso llanto en el ceño y en su boca la sonrisa? ¿Quién la ternura precisa en su mirada de ensueño? ¿Y el marfil, y el sol trigueño del nido de su mejilla? Pues, de tanta maravilla y con expresión tan plena, ¡Dios hizo a la Macarena la Esperanza de Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y el mismo corazón de Sevilla, desde el sentimiento de tanta devoción, espera al Gran Poder.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Salen de la Basílica las sombras, se repiten los altos testigos en la cal de San Lorenzo; parece como si nunca fuera a salir ese Dios de la túnica lisa.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y antes de comulgar con esta Hostia de pan moreno, con esta Sangre de Dios coagulada, los labios mastican la oración más profunda, el padrenuestro más encarnado ante la cercanía de un Dios tan de los nuestros y tan poderoso.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pan moreno, pan de pobres, aquel pan que saciaba el hambre de la gente humilde, el pan del pueblo, el pan del Dios de los que no tienen pan.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Dulce Señor de Sevilla, lirio de la madrugada que en sostenida zancada abandonas tu capilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Qué poderosa semilla la cruz de tu arquitectura cuando la noche moltura, sombra de Dios en el quicio, sangre de tu sacrificio con el pan de tu figura!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pan de pobres, pan moreno para comulgar con hambre, sobre lahumana raigambre de tu perfil nazareno. Y junto al cáliz más lleno llanto de gente sencilla, que la fe que se arrodilla con la emoción del momento cambia en arrepentimiento el pecado de Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pan moreno que se almena con la espina de la frente y custodia penitente en la madrugada plena.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ante esa limpia patena toda Sevilla se asombre y comulgue con el nombre que es plenitud de tu ser. ¡Qué bien puesto Gran Poder al mismo Dios hecho hombre!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y llega Triana. Y rebosa el amor de Pureza en el Altozano. Y el puente es paso de palio y el río es costalero que lleva su larga chicotá hasta la misma Campana.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">De Pureza a la Campana una Esperanza camina, ¡qué Esperanza tan divina mi Esperanza capitana! Trianera y sevillana ¡cómo me gana tu pena! Y cuando el dolor te llena de amarguras y de llanto, la luna del Viernes Santo besa tu cara morena.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Esperanza rosa y trigo, morena capitanía cuando se despierta el día en el Arco del Postigo. Mira que si no te digo el piropo de mi espera no veré la primavera reflejada en tu belleza, ¡que el mejor jardín se expresa en tu gracia trianera!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Empieza el sol y no acaba en la luz del Arenal, su canto de rosa y cal que te ilumina y te alaba.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y las voces de la Cava en el yunque de la cera te dicen en verdadera letanía de alabanza ¡que no hay mejor Esperanza que mi Virgen trianera!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Esperanza capitana lleva tu barco a la orilla que la noche es de Sevilla pero el día es de Triana. Mira qué Señá Sant’Ana te está esperando en el puente, y el corazón de la gente que aguarda en el Altozano ¡a fuer de ser sevillano más trianero se siente!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Esperanza marinera: en la luz de tu capilla de los Marineros, brilla la gracia más trianera. Ningún corazón supiera explicar el sortilegio de ese bendito misterio que tú sabes de Triana, ¡que eres tú su Capitana por divino privilegio!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Que fue Dios omnipotente quien quiso tu señorío en esta parte del río con su sentencia elocuente: Toda Triana y el puente y hasta donde el río alcanza recen su dulce alabanza hacia la Madre más buena. ¡Esa Esperanza morena que es la mejor esperanza!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y en las gradas de la calle Alemanes Sevilla recuerda sus raíces nazarenas y el modo sevillano de expresarlas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pasa el Silencio. El Silencio de Dios ante la mujer adúltera: “El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra”. Y en silencio, escribía en el suelo. El Silencio de Dios, después de que Pilatos lo interpelara: “¿Y qué es la Verdad?”; un silencio forzado por el cinismo que parece intervenir en nombre de los que no quieren ni oír hablar de la Palabra de Dios. Y el Silencio de Dios cuando muere tantas veces porque decidimos quitarlo de nuestras vidas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En la Puerta del Perdón, como queriendo abrir nuestra voluntad, sobre los aldabones que cantan que no hay más Dios que Dios, el mármol recuerda que a deshora de la noche por allí se piden los Sacramentos. ¡Y qué tremendo sacramento de Dios es esta amoratada figura de Jesús Nazareno, que adelanta la verdad de su sacrificio y el perfil de su cruz de carey, a la mirada de Sevilla!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">A deshora de la noche avanza Dios por Sevilla, un sacramento de sombra morada por las esquinas. Cruz de guía nazarena y los cirios que iluminan las paredes encaladas y las plegarias dormidas. Suena el martillo, convoca su llamada más precisa como plomada de Dios en la madrugada tibia. Cristo adelanta la cruz, mueve su perfil de espinas y va dejando su sangre derramada en las pupilas. A deshora de la noche avanza la Vida misma hecha varón de dolores y poderosa semilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Extiende Dios su mirada sobre la luz que amortigua ese peso de carey bordado en plata y ceniza. Resuenan treinta monedas contra su palabra viva, amortajando saetas en las gargantas más limpias. A deshora de la noche, a deshora y con porfía, escribe Dios con su sangre en la arena más antigua. Y en el misterio de un Dios que en los corazones grita, va clamando sus verdades el Silencio de Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Entra en la Catedral la Macarena. Se recorta la luz de su armonía bajo las bóvedas oscuras. ¡Qué contraste el de este susurro conventual con el fervor de la calle!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Como aquel día de Cuaresma, en que el Pregonero subió, por encima de los ángeles y de los arcángeles, hasta el cielo de su camarín y, en una Anunciación gozosa, bajó en sus brazos hasta Sevilla la gloria de una Virgen iluminada por el blanco de sus ropas humildes, en cuyos ojos puso Dios toda la inmensidad que llenaba su Espíritu después que hizo la noche, y “que de frente y de perfil” rebosa hermosura y gracia plena.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y este año Dios quiso repetir en Adviento su milagro y volvió a bendecirme con tan dulce peso. Y ya puedo deciros, como el anciano Simeón: Ahora, Señor, ya puedes sacar de este mundo a tu siervo, porque mis ojos han visto la gloria de Aquella a la que el Ángel llamó María, la Salve llama Esperanza nuestra y el corazón de Sevilla, su Virgen Macarena.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Detrás de tanto gozo, de tanto sentimiento, la Madrugada pone el contrapunto desnudo del Cristo del Calvario. La Cruz y Dios. La Cruz y la muerte del Hombre, en “una paz de claveles”. Sevilla se sobrecoge ante la amarilla palidez de este Cristo, ante el hombre que descansa sobre el pecho la rendida cabeza, sin acogerse a la divinidad de su persona; “entre humo de aceite y caoba de nieve”, “colgado de una cruz llevan este cadáver”, “la sagrada madera” de este Cristo tan nuestro.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Toda la muerte pasa por la luz de los hachones que llevan lentamente el Calvario de Dios hasta el hondo lenguaje de la noche más santa.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y cuando el sol del Viernes Santo se recrea, por el Postigo del Aceite, en el manto de la Esperanza, Triana se impacienta junto al río. Ya no hay cárcel del Pópulo ni saeta quebrada en la falsilla de sus rejas, pero Sevilla entera se agolpa ante el estandarte de su Gracia.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Marinera en la gracia, trianera en pureza de calle y de misterio, tan gitana en moreno privilegio como flor en abierta primavera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por mi cielo más alto tu bandera, hacia tu libertad mi cautiverio; y la dulce corona del salterio sobre tu realeza medianera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y cuando te requiebra la Campana, la luz más sostenida y sevillana grita en el paraninfo de la luna:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Bendita sea tu madre Santa Ana, que, alfarera y con barro de Triana, te hizo nacer más guapa que ninguna!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Este Dios nuestro es tan humano, tan negro, tan mulato, tan emigrante, que nadie puede sentirse más discriminado, más ofendido, mássólo que Él.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En los Terceros, ¡tan cerca San Román!, ¡qué Cristo más auténtico! ¡Porque nacer en el Vacie es como nacer en el establo de Belén! ¡Porque emigrar en patera, es como huir a Egipto! ¡Porque un Carpintero de Nazaret es como un guardacoches de ahora! ¡Y porque, al fin y al cabo, la condena de Pilatos es tan injusta como tantas otras condenas nuestras!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Padre Nuestro, Jesús de la Salud, Undivel, Hijo de Undivel4, hermano de los pobres: ¡danos hoy nuestro pan de cada día!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Or manré nonró de cala chivel diñalo sejonia.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Señor, dales el pan de cada día a estos tus hijos tan amados! Porque, ¡qué mala suerte ser de los otros, de los marginados, de los que cargan con nuestro egoísmo!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Madrugada en San Román y Tú con la cruz a cuestas ante las duras respuestas que los pilatos te dan. Sentencian tu cante y van contra el color de tu piel. Ensangrentado clavel que pasas de mano en mano, no te quieren por gitano. ¡Qué cruz más grande, Undivel!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y Sevilla busca de nuevo a su Esperanza, ya en la luz de calle Feria; con sus flores más hermosas, ante la Capilla de Montesión; y con el piropo de los geranios por los balcones de la calle Parras; y en el cumplido regreso por el cielo del Arco; y con la última saeta en el umbral de la Basílica.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Pasa la Macarena!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sevilla encuentra la aurora cuando es de noche en Sevilla al salir de su capilla la luz de Nuestra Señora.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Rosa que el pueblo atesora entre varales de almena, ¡qué claridad tan serena pone al Arco resplandor cuando se asoma la flor de mi Virgen Macarena!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La más radiante silueta por Resolana florece, cuando el aire se estremece con la voz de una saeta. Y la noche más completa se hace madrugada plena en Sentencia que condena pero también en consuelo ¡ante esta rosa del cielo que es mi Virgen Macarena!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Luminosa gallardía que en calle Feria rebosa la fragancia de esta Rosa en la luz del nuevo día. ¡Qué gozosa teología que multiplica en cadena el sollozo de la pena y el cristal de la ternura, para sentir la hermosura de mi Virgen Macarena!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Rosa que Dios engalana como la flor más hermosa porque no existe otra rosa más guapa ni sevillana. Ni el dolor de la mañana del Viernes Santo refrena ante esa cara morena, el piropo y la alabanza, ¡cuando pasa la Esperanza de mi Virgen Macarena!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y así hasta el mediodía. Y en Sevilla y en Triana, en el Arco y en el Puente, la Esperanza.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y a lo largo del año, en nuestro corazón será siempre madrugada plena y pascua florida con la Gracia y la Esperanza de San Roque, la Esperanza trinitaria tan hermosa, la ofrenda y la luz de la calle Castilla en el llanto de la Virgen de la O. Y con la Divina Enfermera, en el relicario de San Martín.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y será su palio un Arco o será su paso un Puente. Pero el alma sevillana tendrá su Esperanza siempre. ¡En Sevilla y en Triana!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Triana y Sevilla, orillas de un agua que es azulejo de escalofríos y de brisas, anillo del Arenal más íntimo, Jordán de fe y Guadalquivir de culturas, río grande para bautizar la cruz de mi Cristo de las Aguas.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mano de amigo y de obrero con clavos de mi albedrío y el horizonte del río para la sed de un madero. El hijo del carpintero muere cada primavera mientras la brisa es ladera y altar de su sacrificio, y aún le queda por oficio moldear nuestra madera.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mano de obrero y de amigo enclavada al horizonte donde el Arenal es Monte Calvario junto al Postigo. Y pone Dios por testigo a su Madre dolorida. Y agua y sangre de la herida son de su Reino exponente, cuando Sevilla es torrente de las Aguas de la Vida.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Gualquivir y Jordán para bautizar la Cruz; Cristo de la Aguas, Luz junto a María y San Juan. Cada Lunes Santo van las Aguas de su costado liberando de pecado nuestras ansias de Vivir. ¡Jordán y Guadalquivir en su pecho traspasado!</span><br /><br /><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL EVANGELIO DE LA RESURRECCIÓN</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡CRISTO ha resucitado! ¡Aleluya! Y un cielo de campanas preside la vigilia de las altas bóvedas, bajo las cuales pasaron Dios, Santa María y Sevilla durante nuestra Semana Santa.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y con el gozo de la Resurrección que da sentido a nuestra fe, termina su Estación el Pregonero, que quiso que fuera su Madre de Guadalupe la especial intercesora ante el Santísimo Cristo de las Aguas, de su sentimiento cofrade. Y esta misma mañana, en la vecina Capilla del Rosario, y en el Monte Tabor de una Eucaristía inolvidable, puso a los pies de la Virgen Niña del Arenal el relicario de plata que labró la generosidad cofrade, con estas páginas llenas de amor y de gratitud a Dios, a Santa María y a Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y con este aval, argumenta y confirma:</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Que Dios es Amor y que todo el Amor de Dios se manifiesta en Jesucristo, Dios y hombre verdadero!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Que el Dios de nuestra fe es un Dios cercano, comprometido, liberador y misericordioso! ¡Y que queremos ser y sentirnos hijos suyos y convivir el Amor con nuestro prójimo!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Ésta es la Palabra del Evangelio de Dios!</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Ésta es la Palabra de las Reglas cofrades de Sevilla!</span><br /><br /><div style="text-align: center; color: rgb(153, 255, 153);">De cielo de Triana,<br />trigo y rosal,<br />hizo Dios a la Reina<br />del Arenal.<br />De trigo y viña,<br />¡Guadalupe tan alta,<br />Virgen tan niña!<br /></div><br /><div style="text-align: center;"><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Con azules de mares y oro de trigos, puso Dios a su Madre por el Postigo.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">De trigo y tilma, ¡Guadalupe tan alta, Virgen tan niña!</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">De la lluvia más clara, de trigo y rosas bordó Dios ese llanto de Dolorosa.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Trigal y espinas, ¡Guadalupe tan alta, Virgen tan niña!</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Con las Aguas de vida del Lunes Santo sembró Dios esta espiga y este milagro.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Flor tan divina, ¡Guadalupe tan alta, Virgen tan niña!</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mi Virgen niña: ¡Santa Madre de Dios y de Sevilla!</span><br /><br /><br /><div style="text-align: justify;"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">¡AMÉN!</span><br /></div></div><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3530648457500377770.post-48452206480276720702007-03-28T11:00:00.000-07:002007-03-29T12:11:22.873-07:001996 - Carlos Colón<div style="text-align: justify; color: rgb(255, 255, 204);"><span style="color: rgb(153, 153, 255);">Pregon de la Semana Santa de Sevilla del año 1996. Pronunciado por D. Carlos Colon Perales en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.</span><br /><br /></div><br /><div style="text-align: justify; color: rgb(255, 255, 204);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">IN MANU EIUS CHARITAS ET SPES</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Como tantos sevillanos, quien os habla ni tan siquiera puede recordar la primera vez que vio a sus imágenes. Antes de tener memoria ya las veía en las fotografías que presidían su casa; era llevado a ellas -Calvario, Nazareno, Victoria, Amargura, Macarena- y era alzado hasta el Gran Poder cuando aun el besamanos era sobre su paso. Quien os habla ha aprendido Semana Santa viendo entrar el sol del Jueves Santo por el cierre del dormitorio, haciendo brillar el raso morado y los escudos de oro, reflejándose en la capa blanca, que aguardaban a ser vestidas esa tarde. Durmiéndose sabiendo que seria despertado por la Macarena al llegar a la Encarnación; el sueño roto por los tambores, el frío de la mañana en el cierre que daba al viejo mercado, la multitud abajo, el camino de capas blancas y antifaces morados, el paso grande y dorado, pebetero, trono, águila, soldado, gloria de Roma para un niño; y tras él, el mar de plumas blancas meciéndose al compás de cornetas y tambores. Viviendo con su madre la primera Madrugada. Aguardando en la calle Bailén, con cuerpo cortado de noche en vela, a que saliera su padre, alto nazareno negro, para seguirlo desde lejos. Buscando en las manos de la Victoria, cada Jueves Santo, el pañuelo que le regaló aquella a quien tanto quiso. Espiando, desde el ultimo invierno, día a día, como crecen la luz y la tibieza. Viviendo muertes doblemente dolorosas, por imprevistas, por madrugadoras, que no han logrado quebrar confianzas. Yendo una mañana de marzo a buscar la túnica -guardada con una fe que entonces se demostró- de un hermano mayor muerto en vísperas de Semana Santa, y viviendo la mas desnuda experiencia de esa fe, la madrugada en que fue velado entre los hachones que iluminan el cuerpo de su crucificado. Conociendo y queriendo a quienes viven humanamente sus hermandades y las marcaron, a quienes oyeron una voz antigua que les dijo "hazme un santuario para que habite entre ellos", y cuando comparezcan ante el Señor le podrán decir " te he erigido un palacio, un sitio donde vivas para siempre"; a quienes han sido tan de su Señor que, perdida la consciencia, lloraban si ante ellos se pronunciaba su nombre. Esto es lo que me han enseñado. Esto es lo que he visto. Esta es para mi la única emoción y la simple verdad de la Semana Santa.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El sevillano habitualmente no habla de esto por pudor, porque para él es lo inefable, lo que no puede ser dicho, y "de lo que no se puede hablar es preciso callarse". Porque sabe que estas cosas se absorben a través de la piel; que la Semana Santa se aprende en brazos primero y de la mano después, que se transmite solo con miradas y con manos que se apoyan sobre hombros ya crecidos. Por eso crea laberintos de palabras para que se pierdan en ellos quienes no saben oír sus silencios; finge mostrarse para poder ocultarse mejor ante quienes no saben ver lo invisible. Y resguarda el secreto de su emoción en estancias interiores, que reserva desnudas de todo lo que no sea esencial. Ello es tan poco, por ser verdaderamente importante, que cuando el tiempo lo dobla o el dolor lo hiere, el sevillano se retira a ellas, convertido en el ser mas solitario y adusto, viviendo su ciudad a solas. Lo mismo sucede con su Semana Santa: bajo su cuerpo barroco, bajo su contagiosa alegría, bajo su manto retórico, están las estancias desnudas en las que resguarda su verdad.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pise su umbral, y lo crucé, la noche de San Juan de la Cruz, en la Macarena: Allí pude sentir lo que escribió el Santo: "Alegraos, y fiaos de Dios, porque, que hay que acertar, sino solo vivir en fe verdadera. caridad entera, y esperanza cierta". Porque, donde esperaba encontrar la mayor exuberancia barroca, donde hasta temía el desbordamiento de esa Sevilla mas Sevilla que ninguna otra que es la Macarena, solo encontré silencio, paz, emoción, la basílica convertida en convento y en él la Virgen, sin corona ni manto, como una novicia a punto de hacer sus votos perpetuos, a la vez feliz y sobrecogida. Todo era desnudez solo habitada por la Esperanza. Al ser alzada, se convirtió en una Virgen del Tránsito, y quienes la portaban asemejaban a los primeros cristianos trasladando con infinito amor y cuidado ese cuerpo que no conoció la corrupción. Casi no sentí su peso sobre mi hombro. Lo que sentí fue el peso tremendo de la Esperanza. Que cada amanecer lo es de Viernes Santo, porque su nombre es derrota de madrugada. Que no hay destino, sino voluntad. Que el mal es obra nuestra, y en nuestras manos esta el acabar con él, como San Miguel acaba con el dragón justo donde empieza el reino de gracia de su paso. Y que si el mal triunfa, si impone su dominio oscuro de sinsentido, "por amor a los desesperados mantendremos la esperanza", y lo peor será tolerable si nos abrimos al resplandor de su nombre, confiados en que al final venceremos,porque con Ella, "nuestra lucha tiene la obstinación de las primaveras".<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En ese momento, que iluminará toda mi vida, comprendí la importancia de estar hoy aquí. Como allí sucedió en torno a la Macarena, todo desaparece ahora. No hay reposteros, ni presidencia. Esto no es un teatro, ni vosotros público. Yo soy solo la voz que cumple el mandato recibido aquella noche lluviosa de diciembre, en la que los suyos me dieron la Esperanza, para que hoy la anuncie a Sevilla.</span><br /><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">SALUDO</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Permitidme que al saludaros os quite todo tratamiento, salvo el que aquí y hoy, es el mas alto, y así solo deciros Señor Arzobispo, Señora Alcaldesa, Señor Presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías, autoridades presentes, para añadir cada vez, de Sevilla. Permitidme quienes me oís en este teatro, o a través de la radio, en soledad o en compañía, quitar también todo tratamiento al saludaros y decir solo: sevillanos<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">SEVILLA</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Vengo a anunciaros la gloria de Sevilla, y su tragedia. El gozo multitudinario de las palmas, y la soledad de los olivos. La aspereza del esparto. El brillo del ruán. La tiniebla solo iluminada por cirios verdes. El frío solo abrigado por capas de merino.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Vengo a anunciaros el tiempo de la muerte breve y de la vida eterna; de los corazones traspasados por puñales o por esperanzas: de las manos que van a ser atravesadas por clavos y que se tienden, llamando: de las sienes oprimidas por coronas de espinas con forma de serpiente.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Vengo a anunciaros lo que para nosotros es lo mas emocionante, lo mas querido, lo mas sagrado; la Semana Santa de Sevilla. La que no solo se recluye en las iglesias, sino que se derrama desde ellas por toda la ciudad como el agua que manaba del zaguán del Templo. La que no solo es para los elegidos, sino para todos quienes se acerquen a ella con el corazón dispuesto. La que es unión por encima de toda diferencia, en el nombre de Sevilla; costumbre y vida, liturgia y fiesta, lo absolutamente santo y lo absolutamente humano, historia de la ciudad y memoria de lo suyo.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Todo al mismo tiempo, y es bueno que así se, porque para nosotros Sevilla es la tierra culta en la que nacemos a una tradición que nos acoge; la tierra antigua sobre la que crecemos a una religiosidad de raíz oriental, cuerpo barroco, sentimiento romántico, y gracia costumbrista; la tierra santa en la que maduramos a una fe que acepta la contradicción y la debilidad de lo humano, porque descansa en quien conoció la serenidad de la Buena Muerte, pero también la angustia que hace sudar sangre al Señor de la Oración en el Huerto, y la humillación que desborda las lágrimas en el rostro bueno del Señor de la Salud y Buen Viaje. Y la tierra sagrada en la que nos enterramos, revestidos de ella con nuestra túnica, esperando la resurrección por simple y absoluta confianza en la palabra de nuestro padre de San Lorenzo, de quien nos fiamos por entero.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">No fue junto al camino, ni en terreno pedregoso, ni entre cardos, donde los nuestros sembraron la semilla de la Semana Santa, sino en esta tierra fértil, como el hombre que siembra un campo y después se dedica a otros afanes, mientras la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. Así hemos vivido, a lo largo de quinientos años, tantas generaciones de sevillanos, a lo peor hasta olvidados de la semilla, pero recolectando cada año su fruto. Porque la buena tierra, por sí mismas, lo produce. Y la de Sevilla lo es.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es por eso por lo que la queremos no con la locura narcisista que a veces se nos reprocha, sino con la lealtad de quien agradece los dones recibidos. "Si supiéramos de alguna ciudad que tuviese esta sabia armonía, esta (...) plenitud de espíritu(,,,) no hubiésemos empezado a hablar. Solo ella es así, a los incrédulos, a los extraviados, a quienes la ignoran, dirigimos la certeza de nuestro amor", que es un amor alerta, despierto, porque sabemos que nada se tiene para siempre, que nada sobrevive sin cuidado, que solo estando a su altura -que es la de su mejor pasado, el mas abierto, el mas plural, el mas exigente, el de Cristóbal de Morales, Montañés, Antonio de Ulloa, Olavide, Bécquer, o Cernuda- podremos conservarla viva.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Os lo dice alguien que ha visto como Sevilla se moría, día a día, casa a casa, entre la indiferencia de los suyos. Y os lo dice con la seguridad que da amarla como solo puede hacerlo quien la ha perdido. Se lo que es abandonarla sin quererlo, saliendo de madrugada a una ciudad quieta y oscura de ventanas cerradas, envidiando a quienes a la mañana siguiente, yo lejos, despertarían a Sevilla. Se lo que es vivir la Cuaresma en otro país, oyendo este pregón por la radio, contando los días para venir. Se lo que es partir en el último minuto, el Domingo de Ramos por la mañana; llegar mas que mediada la tarde a la Encarnación, y aun con las maletas en la calle, que alguien diga "¡ya esta saliendo la Amargura!", correr Regina abajo, desembocar en San Juan de la Palma, y encontrarme, entre nubes de incienso, con la Virgen amarga. Sé, lo que es peor, que pase el domingo, el lunes, el martes, el miércoles, que en la casa solo haya silencio y tristeza; y al volver una tarde, encontrar, reluciendo en una habitación apagada, la que ese año fue mi única Semana Santa: como andas una caja de zapatos, varales de lápices forrados de papel de plata y velas de cumpleaños como candelería. Ese único año que faltamos nos sentimos más tristes, pero no mas lejos que quienes la vivíais aquí. Por eso digo que nada puede arrancarnos de Sevilla. Ni la muerte, porque su tierra nos espera. Ni la lejanía,porque quien aprende a amar en la distancia ama el doble, después de probar el sabor húmedo de la ausencia. Nada. Salvo la falta de amor.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por ello, después de perderla y reencontrarla, me agarro fuerte de la mano de Sevilla. Y os digo que nacer en esta ciudad, o nacer a ella, fortuna o vocación, es una forma de vida. Que habitarla no es cuestión indiferente, sino destino. O que es ella quien nos habita, creciéndonos por dentro. Que vivimos perdidos sobre su piel, hasta no saber donde acabamos nosotros y donde empieza Sevilla. Y que si Cernuda escribió, con razón, que este no poder ser sino en ella es un error de amor, también escribió, pocas líneas mas adelante, que quienes a Sevilla se rinden, en ella encuentran gloria mas pura que ninguna.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">"De bruces sobre los pretiles de sus azoteas hemos desmenuzado muchas veces nuestro amor hacia las casas, las calles, las gentes", porque lo que más amamos en ella es lo pequeño, lo fugitivo, lo más desamparado: la ciudad de todos los días que se muere sin que nadie la llore, enterrada en la fosa común de la memoria colectiva; la ciudad real que aguarda, ahora mismo, fuera de este teatro, a que el pregón acabe y nos perdamos despacio por ella, saboreando cada luz, cada perfil, al acariciarla con los ojos. Amamos la ciudad del olor fresco y claro de los portales antiguos, serrín sobre mármol blanco, en las mañanas de invierno. La del ardiente vacío, en las horas de la siesta de verano. La de la calle Francos en los primeros anocheceres lluviosos del otoño. Feria en las mañanas de noviembre, nubes grandes y oscuras corriendo sobre la torre de Omnium Sanctorum; José Gestoso en diciembre, nacimientos, corchos, especias y alhucemas; el aire transparente y frío del Altozano en invierno; mi calle de Mateos Gago en primavera; Sagasta, Córdoba, Lineros, Puente y Pellón, frescas bajo las velas, en las mañanas claras de verano; el sol grande y amarillo de septiembre cayendo sobre el Salvador. Y la plaza de San Lorenzo, siempre: cubierta de hojas en otoño, desnuda en invierno, atrio basilical en primavera, templo en la Madrugada, claustro verde en verano, y corazón de Sevilla cada viernes.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">IN MANU EIUS</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La Semana Santa que anuncio es la que empieza allí, el Domingo de Ramos, en el besamanos del Gran Poder. La que justo en su inicio, deja las cosas en su sitio, identificando su rostro con el de este Señor en cuyas manos el Poder es compartir el sufrimiento de quienes mas sufren, y el Imperio, ordenar con la exigente ternura de su mirada que el amor lo remedie. Pura palabra de Dios, tal y como esta escrita en el Evangelio, esculpida en madera por Juan de Mesa.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Está con las manos atadas, sin Cruz, mas expuesto, menos fuerte, aguardando con humildad, baja la mirada, entregado. Los sevillanos avanzan hacia Él, sobrecogidos ya desde la plaza en la que la cola serpentea. Cuando entran en la Basílica los ojos se quedan fijos en la gran figura abatida que la preside, y sólo esa primera mirada compartida nos hace ya a todos uno en nuestro Padre. La fila avanza despacio, cada cual llevando su cruz invisible. EL Señor las recibe, en cada beso, en cada mirada, y las guarda en sus manos fuertes para cargar con todas en la Madrugada. Y después, devolverlas bendecidas. No vamos allí en busca de magias, ni de remedios, ni para que se nos facilite el duro oficio de vivir, sino a encontrar en su rostro oscuro el sentido de nuestro dolor, viendo en el suyo tanto sobrecogimiento humano, tanto consuelo divino.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Hay alguien que le mira a la cara por última vez en este mundo. Quien es alzado por sus padres, para verlo por vez primera. Quien no puede arrancar los ojos de los suyos, y tiene que ser empujado suavemente, y aún se va mirándolo, prendido. Quien le bendice por poder estar allí con quien estuvo a punto de perder, y quien rompe en llanto-pero sin dejar de bendecirlo- porque este año ya no va con él quien le acompañó el pasado. Hay quien lo acaricia con ternura, cumpliendo ritos antiguos del Levítico que están en la masa de nuestra sangre, porque "el que toque la carne de la víctima expiatoria, queda consagrado". Cada mirada es una oración a este Gran Poder, tan carne nuestra y de los nuestros, tan metido en nuestras entrañas, tan unido a nuestras vidas desde antes de nuestra memoria mas antigua, que sólo podemos decirle "desde el seno me arrojaron a ti, desde el vientre materno tú eres mi Dios"<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Gran Poder cautivo, a veces, parece al límite de sus fuerzas, por cargar con tantos sufrimientos que se habrían perdido para siempre, polvo de huesos, si no los hubieran mirado sus ojos, enrojecidos e hinchados, "emparpitaos", por llorar con nosotros hasta agotar sus lágrimas. Y la fuerza de su gesto parece entonces querer romper el cíngulo para desatarse las manos, y abrazar, y sanar, y echarse otra vez al mundo al ver como su sacrificio no ha servido para impedir que en dos mil años no hayan cesado las matanzas de inocentes y "para que lo injusto no sea la última palabra". Por eso este Señor tan dulce, también inspira un pavor sagrado, y muchos no pueden sostenerle la mirada: su mansedumbre es la del cordero llevado al sacrificio, pero su reproche es el de Yavhé traicionado; porque Dios no es indiferente a los sufrimientos de los hombres, y no hemos entendido todavía, tanto tiempo después, ni aún contemplando sus imágenes, ni aún siendo mirados por la tristeza y la ternura de sus ojos, ni aun comiendo su carne y bebiendo su sangre, que nosotros somos los testigos de que su sacrificio no fue estéril, la prueba viva de que no es ciego ni sordo al dolor del ser humano; su amor actuando en el mundo. Que nosotros hemos de ser las manos del Gran Poder desatadas.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EN LO OCULTO</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Quien quiera de verdad saber que es esto de la Semana Santa, que sentimos, porqué ocupa ese espacio en nuestras vidas, que la vea allí en su verdad: la conmemoración de la Pasión de un Dios que se compadece, y la emoción y la alegría de un pueblo que lo celebra. Esta es la Semana Santa que anuncio. La de la fe verdadera, el amor entero, y la esperanza cierta. Por ello, no solo la de la calle, sino la que es raíz honda del árbol de Pasión, que dará flor la semana que viene, pero que da sombra y fruto todo el año. No la que se muestra en afición y mercadería, sino la que vive y crece amorosamente en lo oculto. No la de los machadianos "truenos vestidos de nazareno", sino la de aquellos que saben que "quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve".<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La que anuncio es la Semana Santa oculta de las fotografías de imágenes que se guardan en las carteras, que presiden la intimidad de los hogares, que llevan consuelo a las habitaciones de los hospitales. La de los cultos internos, la de las visitas solitarias a las capillas en las que viven las imágenes. La Semana Santa de las mujeres del barrio de la Feria que, durante todo el año, entran por la mañana en Montesión, para llorar con la Virgen del Rosario sobre lo que esperaron, y la vida no les dio, o sobre lo que les quitó, para pedirle lo que aún aguardan, y agradecerlo lo que tienen, mientras la Virgen las oye en la soledad de la pequeña capilla, inclinando delicadamente la cabeza. La del Señor despreciado por Herodes llenando cada día la capilla sacramental de San Juan de la Palma de su silencio blanco. La de Pasión cuando al pisar levemente el Sagrario del Salvador, se hace mas pozo hondo de aguas jamas turbadas por brisa alguna, más misterio que solo desvela su dulzura a quien se abisma en Él durante horas.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La que anuncio es la Semana Santa oculta del secreto de las conciencias, donde solo Dios puede entrar sin profanar el misterio del hombre. La de quienes, aun distantes de la práctica religiosa, se ensimisman en nuestras imágenes, porque hablar con ellas es hablar con Dios, de hombre a hombre. La de los miles de nazarenos y devotos anónimos que nunca serán cofrades conocidos y reconocidos, pero que son, seguro, los mas amados por nuestro Señor, que "ha elegido a los locos del mundo para humillar a los sabios, a los débiles para humillar a los fuertes, a los plebeyos, despreciados, y a los que no son nada, para humillar a los que son algo, y que así nadie pueda engreírse frente a Dios".<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Hay tantas Semanas Santas como sevillanos, pero la que anuncio es la que hace público y visible ese amor oculto una vez al año, solo una vez, en la fecha exacta de la Pasión, para que todos puedan sentir el suave dolor de la memoria, el temblor de lo bello o el temor de lo sagrado. Porque ésta es la que me han enseñado los míos, la que he visto y vivido, la que comparto con mi mujer, mis amigos y mis hermanos, la que enseño a mis hijos, la que aún ahora aprendo, día a día, en la exigente escuela de mi hermandad del Calvario.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">No puedo anunciaros, ni quiero, la de quienes convierten las imágenes en pretexto para músicas y mecidas, la de quienes pierden, por errónea familiaridad, el respeto a lo mas querido y a lo mas sagrado, la de quienes queman incienso en vez de ante las imágenes, en los bares, la de quienes vuelcan una afición privada de toda hondura y perdida en banalidades, convirtiendo las hermandades en casinos, y las cofradías solo en un espectáculo carente de la grandeza y la belleza que le daban su sentido. Tampoco puedo anunciaros la Semana Santa que cae en el fariseismo que desprecia "el mandato de Dios para observar tradiciones de hombres"; la del culto inútil que honra a Dios con los labios mientras su corazón esta lejos de Él; la de quienes cargan a los demás con fardos intolerables sin mover un dedo para ayudarlos, la de quienes interrogan, juzgan, y cierran a los hombres el Reino de Dios. Porque una y otra, la de los frívolos y la de los fariseos, la que sólo es fiesta y la que solo es gesto, toman el nombre de Dios, y las imágenes que lo representan , en vano; y por ello muestran en la calle el vacío que las habita todo el año.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Frente a ellas, esta la Semana Santa que conserva viva su mas clásica y sevillana belleza exterior porque renueva su vida interior. La Semana Santa que debe atravesar, con amor y esperanza, ciegamente confiada en Dios, el horizonte del tercer milenio, porque son muchas las hermandades y cofradías que están hoy mas vivas y mejor preparadas que nunca, gracias a su ir siempre con el sentir del pueblo, y gracias a su estar, como el discípulo amado, junto al Dios sufriente y su Madre Dolorosa, siempre al pie de la Cruz. Esta es la Semana Santa que nos congrega en una devoción y en una memoria compartidas, haciéndonos sentir que es más, mucho más, lo que nos une, que lo que nos pueda separar. Esta es la Semana Santa que con amor alerta sigue las reglas de Sevilla, de su tradición, de su cultura, de su historia, de su medida, de su emoción y de su vida. Guardando lealtad a esta ciudad generosa y abierta a todos, que siempre invita y nunca excluye, que siempre integra y nunca segrega. A la mas verdadera Sevilla, que siempre seduce pero nunca impone.<br /><br /><br /></span><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL TIEMPO.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">GLORIA Y PASION.</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Empieza nuestra Semana Santa oculta apenas pasada la medianoche del Sábado Santo, cuando se cierran las puertas de San Lorenzo, robando la luz de la candelería de la Soledad, y sus hermanos se reúnen en torno a Ella para felicitarla porque su Hijo ha resucitado. Fuera, la multitud se disuelve por las calles quietas del barrio de San Lorenzo. Esta noche aprendemos que no se crece ante las emociones, y nos sentimos como cuando éramos niños, y el Sábado Santo nos dormíamos llorando. Una pena no adulta nos invade al atravesar la ciudad de vuelta a casa, pisando cera sobre la que ya no caerá otra cera. Y nos desborda cuando llegamos y vemos los programas de cada día, doblados y gastados; la Cruz de Malta que nos pusieron en la solapa la mañana radiante de San Juan de la Palma, y que no quisimos tirar; la túnica colgada, manchada de cera: la papeleta de sitio que llevamos bajo el esparto, junto al corazón. Y sentimos una contradictoria pena en la noche grande de la Pascua.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pero es plena primavera, y el sol borra penas y preguntas. Tiempo de gloria de los barrios de Sevilla. Mañanas de cera roja y romero del Corpus, de silencio y nardo de la Virgen de los Reyes, con sus tardes tristes y hondas como pozos de melancolía. Belleza íntima del Corpus Chico de la Magdalena, en el claroscuro impresionista de los árboles que escoltan la parroquia. Jubileos de verano en los que la luz de la calle multiplica la penumbra en la que arden llamas quietas de velas rojas, escoltando el perfecto círculo blanco, jubileo de junio en el convento del Espíritu Santo, travesía de la ciudad ya de blancos absolutos o sombras en Alcázares y Sor Angela, jubileo de julio en San Buenaventura, paraíso mas sevillano: la barroca penumbra, la Inmaculada sevillana ensimismada en su libro abierto y el canto de un canario que llega desde el claustro franciscano, jubileo de agosto en la capilla de los Angeles, fuera la Ronda abrasada por la luz blanca, dentro oscuridad y limpieza de ermita abierta al fresco de la cal blanca y jazmines de patio recién regado.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El Niño se ha dormido sobre el hombro de la Virgen del Rosario. Llegan los Santos a la calle Feria. La Macarena se viste de luto por sus hijos muertos. Se cierran las puertas de gloria tras la belleza protectora de la Virgen del Amparo.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Comienza el tiempo de Pasión. Sabemos que es el de Adviento, pero en lo que a las cosas sagradas se refiere, Sevilla solo conoce los extremos de la Gloria y de la Pasión., y nuestro peculiar calendario une Adviento, Natividad y Cuaresma. Los ángeles de Adviento enseñan al niño sevillano la columna y los látigos, la corona de espinas y los clavos, y no se asusta, como el bizantino del Perpetuo Socorro, sino que los bendice, como hacía en su antiguo paso alegórico el Niño del Dulce Nombre de Jesús de la Quinta Angustia.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Adaptamos el Misal a nuestra liturgia sevillana, y si en él leemos que el Adviento es el tiempo de recordar a Juan el Bautista, vamos a su templo el 21 de noviembre, no a oír su palabra áspera, sino a verla en ese espejo de los dolores de la Pasión que es el rostro de la Amargura. Si es el tiempo de la meditación sobre la espera de María, vamos esa misma tarde a felicitar en su día a la Virgen sevillana mas íntimamente bella, a la que aun en su dolor conserva la huella luminosa de la simple felicidad de la casa de Nazaret, antes de que el Hijo la abandonara; a la dulcísima madre de la Presentación, Nuestra Señora del Magnificat, que con su santa sencillez desbarata toda soberbia, derriba de su trono a los potentados y despide vacíos a los ricos. Esta es la mujer sencilla y buena que la ciudad idealiza como la Pura y Limpia, completando el saludo de Isabel "bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" con el "bendita sea tu Pureza" escrito sobre su capilla del Postigo y proclamado en los muros de San Antonio Abad, donde se asocia este misterio al dolor.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Si es el tiempo de la espera en el límite de la Expectación, cruzamos el 18 de diciembre el río hasta las calles Castilla y Pureza; y rodeamos el antiguo perímetro de las murallas de la ciudad, para ir a San Roque, a la Trinidad, y a aquel otro lugar, junto al arco de entrada a Sevilla por la antigua calle Real, que tiene el nombre que tantos sevillanos pronunciamos cuando queremos decir Esperanza.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y si el Adviento es sobre todo el tiempo en el que se recuerda a Israel esperando al Mesías, nosotros esperamos al Señor de los afligidos, los desposeídos, los sedientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los trabajadores de la paz y los defensores de causas justas. Porque reconocemos el Gran Poder de Dios en su capacidad para cargar con el dolor de todos y compartirlo; y lo hacemos resplandecer en su túnica persa desde la víspera de la Nochebuena, sin que haya contradicción en ello. Vestimos de oro el lamento del justo aplastado por el poder del hombre, porque es el canto de júbilo de quien es rescatado por el poder de Dios. Por eso, el brillo del oro de su túnica no toca la mirada del Gran Poder, que sigue siendo un salmo contra toda violencia., toda opresión y toda crueldad: "el inocente cae por la violencia de los perversos y piensa: Dios se ha olvidado. Pero Tú escuchas, Señor, los deseos de los humildes, y les prestas oído, haciendo justicia al oprimido. ¡Que no vuelva a sembrar su terror el hombre!", Señor de la gran bondad y de la gran mansedumbre, " que el verdugo no triunfe siempre sobre su víctima inocente". ¡Que no vuelva a sembrar su terror el hombre, profanando dos veces tu nombre, al decir que lo hace por ti, Señor del inagotable perdón y de la ilimitada ternura, que ordenaste envainar la espada que te defendió cuando te prendieron. ¡Que no lo vuelva a sembrar!, porque aquel que de cualquier forma maltrate a uno de tus hijos, Señor del Gran Poder, haya nacido bajo el cielo que haya nacido, es realmente quien te levanta la mano.</span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Allí, en San Lorenzo, cualquier día del Quinario, un Simeón sevillano, heredero de aquel anciano al que le había sido prometido que no moriría sin ver al Mesías, dirá: "Ahora según tu palabra, dejas libre y en paz a tu siervo, porque han visto mis ojos a su Salvador, gloria de su pueblo Israel". Y una vez más esta será la ciudad santa, porque a la derecha del Señor, la gloria de su pueblo, está la Virgen del Traspaso, recordando que tras la bendición al Niño, el anciano se volvió a la Madre y le dijo " en cuanto a ti, una espada te traspasará el corazón."<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es una noche fría de enero. En el Salvador, el Señor del insondable misterio camina hacia su altar de novena. "Pasión de Cristo, confórtanos": las delicadas manos, atadas, parecen las parejas de palomas que se vendía para los sacrificios del templo. "Pasión de Cristo, confórtanos": este es en verdad, ahora, sin cruz, el hijo de la Cieguecita de la Catedral; son sus mismos ojos entrecerrados, su mismo silencio interior que irradia como un aura, y todo lo calla y lo serena. "Pasión de Cristo, confórtanos":la cabeza se abate sobre el pecho con la blandura desvalida que tienen las de los pájaros muertos. Es la palabra hecha carne y replegada sobre si misma, para darse del todo; con la serenidad no de quien se rinde sino de quien acepta. Por eso es a Él a quien pedimos que en la pérdida, en la confusión, cuando nos invada el pánico de la hora extrema, nos llene del misterio de paz que su imagen representa. Y le decimos: por tu cruz que, aceptada, ya no pesa, por tu dolor que, ofrecido, es tan sereno, por tu sufrimiento que, al redimir, es tan hermoso, danos la gracia de ver principio en el final y luz en la tiniebla, y cuando la muerte nos llegue, confórtanos, Jesús de la Pasión.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">AMANECER DEL GOZO</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Doblamos el cabo de enero. El tiempo se dilata o se encoge prodigiosamente. Contamos los días en la pizarra del "Uno de San Román". Esperamos la aparición de signos, que, pese a repetirse, siempre nos sorprenden: la luz que empieza a alargarse, una caricia de aire tibio, un botón blanco en un naranjo.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La Hermanas de la Cruz salen a medianoche por la Puerta de Palos; rodean, como fantasmas buenos, con modesta rapidez, la Giralda, y desaparecen por Placentines. Acaban de vestir de morado a la Virgen de los Reyes: es Miércoles de Ceniza.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ya es una flor de azahar abierta, la primera. El orgulloso Rey David ha dejado su arpa con forma de cruz y comparece maniatado: es primero de marzo en San Antonio Abad.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Hay rebullir de cartones por Alcaicería, ahora mismo se está haciendo la mudá de la Borriquita, los niños juegan en la rampa del Salvador, hay besamanos por Bustos Tavera, por San Pablo, por el Museo, por San Martín, y nosotros estamos aquí: es Domingo de Pasión. Vamos a vivir, a partir de mañana, el tiempo mas hermoso, porque es aquel en que ya se oyen llegar los pasos de lo que tanto se ha esperado. Semana de Pasión. Que nombre extraordinario para esta consunción en la espera, para este temblor en el umbral, para este olor a miel y a vino, para este sentir el aire tibio y dorado resbalar sobre la piel como un aceite perfumado de azahar.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es el momento de sorprender a la Macarena, ya en su paso, pero aún sin candelería, visible entera en su peana, como queriendo salirse del palio juanmanuelino por pura impaciencia de Madrugada: es Miércoles de Pasión.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El cuerpo desmadejado del Cristo de la Quinta Angustia es alzado y prendido de los blancos paños. Nuestro Padre Jesús Descendido de la Cruz es portado hasta su mortaja. La Virgen del Valle desciende suavemente para encontrarse con Sevilla. Y en San Lorenzo, en lo oculto, el Gran Poder es descendido de su altar. Hay sonido sordo y profundo, como de terremoto, cuando el suelo de Sevilla es pisado por su Señor. Por fin. Es Viernes de Dolores.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La alta cruz de plata, entre ciriales, se abre camino en la oscuridad de la parroquia de la Magdalena. Los hermanos apenas iluminados por las luces de los cirios negros. El cuerpo totalmente crucificado del Calvario, un leve reflejo de luz sobre las potencias, emerge de pronto, como un ahogado, alzado sobre los hombros de los suyos, y avanza horizontalmente sobre la callada muchedumbre. La Madre de la Presentación aguarda en el coro, con toda su candelería encendida para recibirlo. El paso de caoba, sin flores, es mas que nunca roca desnuda del monte Calvario. Llegado a él, el Cristo es izado hasta una altura sobrecogedora. Silencio. El leve chirrido de la carrucha. El ruido de la cuña de la cruz que se encaja, de las abrazaderas que la afianzan. Tres golpes de llamador. Breve Madrugada en la Magdalena; el Cristo del Calvario avanza despacio, gira, abre los brazos a la multitud estremecida, retranquea, y arría junto a su Madre. </span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es Sábado de Pasión.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Fuera de la parroquia, la ciudad cruje de impaciencia. Se están poniendo flores por toda Sevilla. Cae la madrugada. La ciudad quieta, soñando con una luz blanca. Los pasos ya montados en las iglesias oscuras, temblando de impaciencia. El Giraldillo se vuelve hacia la Puerta de Córdoba, esperando ver un sol que, hoy, se levantará a pulso. Por fin, amanece.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Entra la primera luz en los templos. Quizás nadie vea ese prodigio que siempre he soñado como el más hermoso de la Semana Santa: en las iglesias vacías, la luz que nace despacio a través de las altas ventanas va cayendo sobre los altares de insignias, perfilando los volúmenes de los pasos espléndidos que hoy van a salir, haciendo surgir de la oscuridad los cuerpos y los rostros de las imágenes. Hay que imaginar, en un absoluto silencio, el paulatino aparecerse del poderoso cuerpo del Amor sobre su paso, en la soledad del Salvador. Como, bajo la cúpula del panteón de San Lorenzo, al crecer de la claridad, el oscuro bulto abatido va cobrando forma humana hasta convertirse en el cuerpo del Señor que aguarda su besamanos.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Y el lento nacimiento a la luz de los poderosos pasos de San Juan de la Palma. Antes el gran canasto, después las siluetas de los sayones; serviles en torno al tirano, arrogantes en torno a la víctima; y el Tetrarca, inclinándose para ver alejarse la dulce dignidad herida del Señor que responde con silencio a su desprecio, encorvado por la mano que le empuja, con su túnica resplandeciendo en la oscuridad decreciente. Después cuando la claridad sea suficiente para penetrar en el palio, nacerá a la luz la Amargura. Primero, seguro, la corona, como un sol; después el tocado blanco, finalmente, muy despacio, la mirada sobrecogedora. Quedan los dos pasos enfrentados, en la primera luz del Domingo de Ramos, y las dos imágenes pueden ya mirarse. Pero el Señor del Silencio gira la cabeza porque no puede resistir la Amargura de su Madre, y ésta desvía la mirada para no ver el desprecio que hacen a su hijo. Se huyen por amor las dos imágenes en la iglesia vacía. Porque son tan humanas, y están tan heridas, que si el Silencio y la Amargura se miraran a la cara, se repetiría aquel momento, cuyo eco aun resuena como un quejido, cuando sus ojos se encontraron en Jerusalén, hace dos mil años; Él llevando la cruz, Ella mirándolo deshecha, en esa calle que por este cruzarse sus miradas no pudo llamarse mas que Amargura.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En las calles, esta primera luz neutra cae toda por igual sobre un universo de sillas vacías alineadas en la Campana, en Sierpes, en la Avenida, de reposteros, paños rojos y suelos de esparto en San Francisco. El sol se refleja en las cerámicas de las cúpulas, baja despacio desde las espadañas y las torres, se deja caer por las fachadas. Son tantas las casas en que hoy se despierta a la alegría, todo preparado para no hacer faena, ropas de estreno extendidas. Son tantos los corazones que hoy encuentran su paz y su memoria, tantas las manos que se unen y tanto lo que se reencuentra. Son tantos los que ya no están y son evocados, tantos los que se fueron pero hoy miran a través de los ojos de los suyos, que la ciudad parece estallar de emoción y de contento: Suena Corpus Christi; es Domingo de Ramos en Sevilla.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LA MEMORIA.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">LO INVISIBLE.</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">La Semana Santa nace cuando el Señor hace su Sagrada Entrada en Sevilla por la rampa del Salvador. Se bautiza en historia de la ciudad en San Julián, ante la Virgen que dijo: "Soy de Sevilla, llevadme a ella". Se confirma en los Terceros con el Dios humilde y paciente que aguarda ilimitadamente en los Sagrarios. Después, se derrama por toda la ciudad. Y todo son manos que se cogen a otras que las guían en su primera salida procesional; ojos que buscan con amor a otros ojos, tras un antifaz; jóvenes que escriben -es primavera- pasión con minúscula; familias que llegan desde barrios lejanos para perderse en las bullas, porque Sevilla las llama.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Este es el momento de decir que en nuestra Semana Santa, tan sensual, tan capaz de extrovertir todo lo visible, lo mas importante es lo invisible. Que no hay palio andando al son de Gómez Zarzuela, de Farfán, de Font, ni misterio meciéndose de costero a costero mientras suenan, en plenitud de tradición, cornetas y tambores, que se pueda comparar a la belleza de lo que va a suceder en las estancias de la memoria, en lo hondo de los corazones. Que solo recluidos en nuestras celdas de ruán y esparto, o crecidos en nuestros palacios de terciopelo, encontramos la serenidad y vivimos con la mayor hondura la Semana Santa: en ningún sitio cabe mas de ella que dentro de una túnica.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Esta conquista de lo invisible y de lo sereno es la tarea más difícil que nos proponemos cada Semana Santa. El Domingo de Ramos, con su urgencia de vida, no lo logramos. Es tanto nuestro deseo , que su objeto se nos va de las manos y decimos, apenas empezada, " ya empieza a acabarse la Semana Santa". Porque sabemos que el tiempo muerde, como un perro rabioso, tanta alegría esperada. Y sentimos frío en la plenitud de la tarde. Vamos a ver la Sevilla antigua y popular de San Roque entrando en la ciudad por la Puerta Osario, -terciopelo, oro, túnica bordada, cornetas y tambores de la Centuria- y ya sentimos que es tierra dejada atrás la alegría dorada y rosa del barco de la Borriquita bajando por Entrecárceles; y el Cristo de la Humildad y Paciencia, tan querido, tan mío, absorto entre la multitud, indiferente en su angustia a tanta vida; y la clara elegancia de la Virgen del Subterráneo entre los naranjos de Doña María Coronel, primer manto que cada año veo alzarse y caer, en ese breve vuelo de la levantá que es el suspiro de los pasos de palio. Tierras de belleza que no volveremos a pisar hasta el año que viene. La luz de la tarde pierde el brillo de estar recién nacida. Crecen las sombras. Y nos preguntamos si así se irá todo, sin recordar que el tiempo se parará cuando llega el Jueves Santo. Es que nacemos cada Semana Santa y tenemos que aprenderlo todo cada año.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El tiempo y la memoria son las claves de esta fiesta, el punto en el que se unen todas sus emociones. Corren y se mezclan los tiempos alrededor de los pasos del Domingo de Ramos, se anudan los recuerdos a ellos como el cíngulo que ciñe la hojarasca de la Carretería, y se tienden cabos de unos a otros, hasta formar esa cálida red que convierte a la Semana Santa en tejido vivo de la memoria de cada sevillano.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En torno al paso de la Amargura esta anudado el de la infancia de alguien nacido en la calle Regina, bautizado en San Juan de la Palma y presentado a Ella; que ya intentaba decir ese nombre cuando aun ni podía pronunciarlo, ni podía imaginar cuanto pesaba. Alguien que pone los nombres de sus muertos, como una ofrenda, a los pies de esta Virgen iluminada por la más trágica luz de candelería, que rechaza el consuelo de San Juan, enloquecida por un dolor que ignora la gloria del tercer día y se ahoga en el llanto absoluto de su Amargura. Por eso las lágrimas de quienes lloran a los suyos son las mismas que las de esta Virgen que toca el fondo más negro del dolor sin esperanza. Ni la admiración que suscita, ni el ajuar espléndido del que su hermandad la ha rodeado a lo largo de tres siglos, ni las oraciones, ni el amor de sus hijas de la Cruz, nada puede consolarla y hacerla callar, para que no siga repitiendo, cada Domingo de Ramos, las palabras de Rut escritas en su capilla: " No me llaméis Noemí, esto es, hermosa, sino Mara, esto es, amarga, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me marché, y el Señor me trae vacía. No me llaméis Noemí, porque el Señor me afligió, el Todopoderoso me maltrató." Sevilla, que esta noche ha tenido el coraje de llamar Amor a la muerte, reconoce en esta Madre del Gran Dolor a la mujer amarga, vacía afligida, amarga, que sufre el su carne el desgarro de la pérdida del Hijo que le fue anunciado, entre bendiciones al parecer olvidadas. Por eso, de entre todas las dolorosas, coronó de oro la primera su tremenda e inconsolable amargura.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En torno al palio que guarda el dolor de fina loza blanca de la dolorosa de Triana, esta anudado el recuerdo de las primeras horas de una mañana gris y aún fría de marzo, en la que un padre primerizo, que de pura alegría no podía creerse que lo era, se echó a la calle San Jacinto porque la madre y el niño se habían dormido, y tenía que andar para domesticar tanta emoción, sentir el aire fresco de la mañana para no creer que estaba soñando. Fue su hermano quien dijo de ir a dar gracias por la vida nueva y se acercaron a la capilla recién abierta, para pedir a la protectora de los viajeros a las Indias que cuidara con sus manos al recién nacido, y que fuera en su travesía de la vida su siempre segura y buena Estrella.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Cuando se consuma el Domingo de Ramos en el Salvador,en torno al paso del Cristo que representa tan absolutamente su nombre que parece querer salirse de la Cruz para seguir entregándose, aun después de muerto, por Amor, se anuda el recuerdo de una primera Semana Santa de noche, solos padre e hijo, retirados la madre y el hermano más pequeño. Y se tiende un cabo azul y blanco desde el paso de la Estrella que se une al del Amor; para que cuando en la medianoche este se pierda entre los naranjos, a la luz de sus seis candelabros, oyéndose solo ese último latido del Domingo de Ramos, que son los pasos de sus costaleros sobre la rampa, estén unidos los tres, padre, hijo y nieto, en el nombre de Sevilla y de su Dios. En ese momento, al hijo le parecerá sentir sobre su hombro el peso de la mano de su padre, mientras apoya la suya sobre la de su hijo. Y de uno a otro circula en silencio la mayor y más pura tradición sevillana.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">HISTORIA.</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Por guardar esta tradición que se hace vida y memoria en torno a esta palabra de Dios esculpida, por insertar con tanta sencillez lo sagrado en lo cotidiano, la ciudad que yo vivo es santa. Intramuros y extramuros, collación a collación, las imágenes la bendicen, la custodian, y guardan cada una de sus puertas con sus nombres protectores: Buena Muerte la de Jerez y la de Córdoba; Salud la de la Carne y la de Carmona; Aguas la del Postigo y la Real; Conversión la de Triana; Esperanza las de Osario, Sol y la Macarena.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Quien piense que ésta es una forma arcaica de vivir la fe y de celebrar la Pasión de Cristo, que mire y vea como en ella las hermandades y cofradías viven con tan plena salud, que no dejan de nacer aun en los barrios más extremos, y como se dan la mano con las que, fundadas hace siglos, son sus madres y deben ser sus maestras. Cómo los sevillanos se llevaron con ellos desde sus barrios antiguos, como los judíos se llevaban al exilio un puñado de la tierra de su Sefarad, tallos cortados de historia de Sevilla, para replantarlos en las tierras nuevas de la ciudad y que en ellas nacieran nuevas hermandades plenas de antigua gracia sevillana. O cómo en el corazón de la ciudad histórica fundaron lo nuevo con sabiduría antigua, urgidos por el amor de Cristo.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ved la devoción antigua a imágenes nuevas de las mujeres que vienen tras los pasos desde los barrios más alejados; el orgullo de los padres nazarenos llevando a sus hijos de la mano, de familias enteras acompañándolos. Ved a estas cofradías jóvenes entrando en la Roma sevillana por el arco de triunfo de la Campana, y llegando al foro de San Francisco para hacer real el lema -SENATUS POPULUSQUE HISPALENSIS- escrito en los muros de su Casa Grande, y decid si estas hermandades nuevas no son ya cuerpo de historia de Sevilla.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Visitad los altares de las imágenes olvidadas; ved allí tristes, sin flores ni oraciones, a vírgenes hermosas, como la de la Antigua y Siete Dolores, refugiada en la Magdalena tras perder su hermandad, o la de los Dolores del retablo de los zapateros del Salvador; ved polvorientos y malvestidos, como si llevaran ropas de caridad desdeñosa, a dignísimos Nazarenos antiguos de nombres hermosos, como el de las Fatigas de la Magdalena o el de los Afligidos del Salvador. Y viendo tanto olvido, apreciad el amor de los cofrades, que no conocerá imagen sagrada trato más cariñoso, más fieles hermanos, ni más leal familia que la de las hermandades de Sevilla.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Seguid la aventura humana, de mujer pobre que pierde hijos y enseres, de la Virgen de la Encarnación, destruida su casa de Triana, perdido su Cristo de la Sangre, refugiada en la abadía de San Benito cuando era extramuros; y cómo se reorganizó en trono a ella la hermandad, como las familias heridas se rehacen en torno a la madre. Y decid si esta ciudad no tiene amor, devoción y fuerzas no sólo para mantener, sino hasta para resucitar cultos.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Dejad que pesen sobre vosotros todos los siglos del Viernes Santo; toda su serenidad, toda su belleza madura. Que pese la caoba de la Carretería, sobre la que la Madre mira a su hijo muerto suplicando por sus necesidades como quienes no tenían ni para enterrar a sus muertos. Que pese la mirada del Cristo de la Conversión invitando a una muerte que compartida con la suya es promesa segura de paraíso. Que pese el rostro amoratado por los golpes y la mano apoyada en la roca, como gritos intolerables, del Señor caído de San Isidoro, alto sobre el mundo de oro de su paso, según la admirable sabiduría sevillana que ha sabido revestir, con la severa medida de riqueza que un Dios requiere, tanto dolor de hombre. Dejad que pese la pirámide de dolor del amortajamiento del Señor -fúnebre campana, dieciocho luces- en la paz del compás de su convento. Que pesen los terciopelos antiguos de los palios románticos de Montserrat y La Carretería, y que pese la belleza dorada del de Loreto. Y decid si ese del Viernes Santo es un peso que abruma y aplasta, como los de las tradiciones muertas, o si no es el peso grávido de la Historia, de lo mejor que la ciudad ha transmitido a quienes nacen a ella para que sepan a cuanto Sevilla obliga.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Contad como Triana encuentra en su devoción antigua a la Señora Santa Ana, al luminoso misterio de pentecostés, y a sus vírgenes con nombre de Esperanza, Patrocinio, y Guía, la alegría y la fuerza para superar el dolor de sus cristos, el sufrimiento que los hace caer y que abate y curva su espalda, la angustia que los hace rezar, unidas las manos, mientras preparan su cruz de muerte, Y como los trasciende en esa mirada de expiración en la que cabe todo el cielo que le aguarda, en ese cuerpo prodigioso que se abre tan por completo, ya sin ningún miedo, sin ninguna resistencia, a la voluntad del Padre, que se pueden oír caer los clavos, ver las manos y los pies desasirse, la cruz quedar desnuda sobre el paso, y el Cachorro irse ya para siempre a la gloria, resucitado y ascendido por el amor de su Triana.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Tocad, en la noche romántica del Miércoles Santo, el vacío y la tristeza de un barrio huérfano de su bellísimo misterio, la oscuridad no rota por los cirios rojos portados por nazarenos de estampa antigua, el silencio en el que no se oirá el golpe del llamador que tiene el sonido de los aldabones de las serenas casas de San Vicente, los naranjos que no serán rozados por las tulipas de los candelabros más elegantes de Sevilla, los balcones no acariciados por los cantos de la cruz, las manos que desde ellos no la tocarán para después santiguarse, las ventanas cerradas tras las que no se verán esas figuras vencidas por el tiempo que ven pasar -con tanto amor, con tanta nostalgia- su cofradía; los romanticismos que no resucitarán al no decirse otra vez, este año, Siete Palabras en San Vicente. Y decid si estas antiguas cofradías, siglos viviendo la vida de los barrios históricos de Sevilla, no son aún hoy su sentimiento e historia viva.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Admirad la asombrosa capacidad para renacer de si misma, siempre antigua aún habiéndolo perdido todo, de San Bernardo; cómo con ella revive cada año su barrio herido que todos deberíamos salvar como tesoro grande de Sevilla. Cómo sus vecinos adecentan calles, pintan fachadas y rejas, preparando su casa para una fiesta, como presiden sus hogares la alegría y el orgullo de las túnicas y las capas, limpias y planchadas: cómo, quienes han vuelto hoy a su barrio, llenan esas calles de nombres antiguos de hermosa reciedumbre - Gallinato, Cofia, Santo Rey, Campamento, Tentudía, Calle Ancha de San Bernardo- para estar con la cofradía suya y de los suyos. Admirad como el Cristo de la Salud se alza entre sus valientes candelabros, no sobre un monte uniforme, sino sobre un exquisito arracimarse de claveles con sabor a balcón de barrio, cómo el palio del Refugio es tan sevillano, tan de mujer vistiendo las galas de la Sevilla antigua, que en sus bordados entremete sedas de mantones de Manila. Y después decid si esta ciudad no tiene fuerzas para mantener su devoción como el pueblo elegido en la diáspora, mas allá de desarraigos, de lejanías y de exilios.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Ved el soberbio palio arquitectónico de la Virgen de la Palma, la geométrica elegancia de su manto, oid el tintineo de los ángeles de sus bambalinas al chocar con los varales, y preguntaos porqué es el único de Sevilla que se inspira en su retablo. La respuesta no la encontrareis el Miércoles Santo, sino viendo a los titulares de la hermandad en su intimidad cotidiana, visitándolos en las tardes cálidas de la última primavera o del primer verano, en el frescor y la limpieza conventuales de San Antonio de Padua. Allí comprenderéis que son la severidad del icono del crucificado, la hierática dignidad antigua de la Virgen de la Palma, y la paz y el bien de los hijos de San Francisco, entre quienes viven desde hace casi cuatrocientos años, los que han conformado a esta hermandad para que hagan verdad su súplica, y pongan con sus obras donde haya odio, amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya discordia, unión; donde haya tinieblas,luz; donde haya tristeza, alegría, y donde haya desesperación, esperanza. Si alguien cree que esto es solo retórica de pregón, que visite el Centro Cristo del Buen Fin y vea allí cómo todo es cierto, palabra por palabra; cómo en esta hermandad la belleza exterior del Miércoles Santo es irradiación del misterio de amor que alberga todo el año; y cómo por ello -entonces lo entendemos- la Virgen de la Palma solo podía ser llevada en ese palio inspirado en el retablo desde el que gobierna los destinos de esta hermandad, sobre la que, en verdad, San Francisco ha puesto su mano.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Deben ver, sentir, contar, tocar estas emociones quienes hayan oído decir que las hermandades y cofradías de Sevilla son cosa del pasado o antigualla que sólo interesa a viejos y a beatos. Deben venir y ver como conviven en ella lo antiguo y lo nuevo, como barrios a los que la especulación se lo negó, se han hecho ciudad a través de cofradías que son las aguas de historia y devoción que nunca dejan de surgir, a poco que se escarbe, en el suelo de Sevilla. Para que conservemos tanto amor, tanta memoria, tanta vida en lealtad a a Sevilla, pedimos a aquella "de cuyas entrañas manan ríos de agua viva" que no nos deje satisfacer nuestra sed con otras menos puras que las suyas. A aquella que renuncia a la corona y a los bordados para ser la Inmaculada dolorosa de Sevilla, que preserve intacta la pureza de nuestro sentimiento. Y se lo pedimos a Ella, a la Virgen de las Aguas, a la que lleva escrito en su bambalina " OMNES SETIENTES VENITE AD AQUAS" , sabiendo que seremos oídos. Porque la hemos visto en su verdad más absoluta, allí donde la mentira no cabe, reflejada en los ojos de quienes la sirven y la aman. Mientras haya amor tan puro, habrá devoción. Mientras haya devoción, habrá belleza en fidelidad a Sevilla. Y juntándose devoción, belleza y Sevilla, habrá Semana Santa.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">EL CORAZÓN<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TRIBUTO</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Entonces dijo el Señor "di a los israelitas que me ofrezcan un tributo de oro, plata y bronce". Y los sevillanos el oro de los canastos antiguos de la Exaltación y de Jesús con la Cruz al Hombro, la plata de Pasión, el bronce de la Quinta Angustia. Después añadieron los dones del templo: incienso purísimo, música, caoba de la Fundación, ricas vestiduras de raso morado y escudos de oro de las Cigarreras, de terciopelo negro y lana blanca de Montesión. Y con todo ello construyeron el Jueves Santo.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Lo saludan todas las campanas de las primeras horas de la tarde, llamando a los oficios. Nunca es más templo Sevilla. Se tensan las cuerdas, se contraen los rostros, cruje la cruz al ser alzada, por Santa Catalina. El Cristo de la Fundación, carne amoratada y muerta, nos llega entre faroles fúnebres. Tiene el nombre exacto, porque con su presencia funda el sentido del tiempo que inaugura. Nada hay en su entorno que distraiga. Descalzos casi todos los nazarenos que lo escoltan; íntima la música de capilla; impresionante el cuerpo, tan herido, tan visibles en él los signos terribles de la muerte. Avanza dando lecciones de tinieblas, diciendo a quien quiera oírlo que se ha acabado el tiempo de la gracia superficial, porque esta noche es la de la cena de Pascua, el sudor de sangre entre los olivos, el prendimiento a la luz de las antorchas, los tribunales, los mantos púrpuras y las coronas de espinas. En torno al Cristo de la Fundación la fiesta sagrada ha dejado de ser fiesta. Ya sólo es sagrada.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En perfecta simetría, desde el otro extremo de la ciudad le sale al encuentro la Virgen de la Victoria, mía desde los días de mi infancia, mía de los míos, dando lecciones de la medida que en todo han de tener las cosas de Sevilla. No admite desbordamientos, porque son ofensa; ni ofrendas, porque son trivialidad. Solo admite corazones serenos, como el suyo, y emociones adultas como la suya. Aquí, como ante el Cristo de la Fundación, todo se pone en su sitio. Hay distancias, porque este es, verdaderamente, el dolor de la Madre de Dios que sabe que lo es. Hay distancias, y ello es bueno, hoy, porque la Virgen de la Victoria advierte, en las puertas del Jueves Santo, sin crispar el gesto, con serenidad y hermosura, que estamos en lo absolutamente serio, que su Hijo no ha muerto para que sólo hagamos una fiesta, que Dios es Dios, y su nombre lo más sagrado. En esta hora central de la tarde cuyo declive acentúan los grandes árboles de la Magdalena, abriéndose camino entre la multitud algunos nazarenos de la Quinta Angustia, encendida su candelería, miramos a la Victoria como a un espejo que refleja lo mejor, lo mas puro, lo más noble de la Semana Santa. Y sentimos amor por Ella, y por la ciudad que ha creado un entorno tan perfecto como éste. que ha situado en él un palio tan hermoso, y ha logrado que dentro de él sea tan bello el dolor, y tan sereno. Que es en esta elegancia y en esta hondura donde encuentra, Jueves Santo a Jueves Santo, Sevilla su Victoria.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sale la Quinta Angustia. Aparece el misterio de los misterios. Confluyen todas las miradas en la sagrada carga que el sudario aguarda. La Virgen mira con angustia el cuerpo descoyuntado. San Juan con dolor de amigo, las mujeres como hijas que rodearan el cuerpo del padre muerto, los varones en tensión sobre las altas escaleras, manos apoyadas en la cruz o cuerpos volcados sobre ellas, sujetando unas sábanas de las que pende una muerte que se concentra entera en esa manos que bendijeron y ahora cuelgan inertes. Imposible decir que es mayor en ellas, si el amor, la ternura, el dolor o el desconsuelo con este último prenderse de su objeto, en este mirar el cuerpo que pende con el indefenso movimiento de los muertos, en este sobrecogimiento de amor herido que traspasa la tarde como si en ella se hincaran, hasta su empuñadura, cinco espadas de angustia.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Sería impensable, en la Sevilla popular, esta severidad morada y azul marino. Si la ciudad señorial del centro extremaba en esta semana el medido lujo de sus elegantes penitencias, los barrios, pobres, volcaban en sus cofradías y sus túnicas las alegrías y lujos que no tenían, que todas las penitencias y las mortificaciones, ya se las había dado la vida. Por eso esplende tanto, rosarios de oro, manto "arrecogío", marchas alegres, la Virgen del Rosario al llegar a la Alameda. Gozó de antiguo las riquezas de sus devotos que iban las Indias, pero también conoció el abandono y las fatigas de sus vecinos de la calle Feria, de la Plaza de Caño Quebrado, del corral de la Casa de los Artistas, y desde ellas renació, la para siempre plena de gracia popular. Por eso, ésta de Montesión por la Alameda es otra Semana Santa -más próxima, más alegre- pero es también, y en ello está el secreto más hermoso, la misma Semana Santa que la de la Quinta Angustia en la Magdalena. Que difícil es hacer entender a quien no haya visto crecer la Semana Santa en las entrañas de la ciudad, que no hay fronteras entre el paño morado y el terciopelo negro, entre el bronce y el oro, que todo es uno y lo mismo, porque aunque diversas sean las formas de amar, el objeto de amor es único.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">A las ocho Sevilla esta en su centro. Dios ha oído la súplica -"no te olvides de los desgraciados, Señor, y extiende la mano"-, y responde. Sale el Señor con la Cruz al Hombro, el del gesto más emocionante. Sólo por lo que expresa esta mano tendida de un Dios que sale al encuentro, se justificaría teológica y devocionalmente toda la Semana Santa de Sevilla, cuyo peso de belleza soporta esta hermandad, segura, sobre los zancos de sus tres pasos. Magníficos canastos, túnicas románticas, el más antiguo palio, manto de Ojeda. Todo auténtico, sevillanía cierta, como auténtico y cierto es el dulce lamento de su marcha, himno de la Semana Santa oculta, de la que se vive hacia dentro, nunca como presente, sino como un recuerdo embellecido. No otra música que esta podía sonar en el mundo de dolor interior de la Virgen del Valle. Una noche, en la Anunciación desierta y apagada, al resplandor de los dos únicos cirios que la alumbraban, he visto como sus ojos se llenaban de lágrimas hasta ser solo quietas aguas verdes. A su alrededor "el mundo había muerto, no quedaba un solo vestigio". En la oscuridad desnuda de la iglesia estremecida por la angustia de este sollozo contenido, de esta pena que se mordía los labios "estaba el único universo, la inmortalidad en el tiempo. Cada dolor una vida. Latidos midiendo eternidades". Iban a desbordarse las lágrimas, a caer. Y nos fuimos para que pudiera llorar sola. Era un Viernes de Dolores, después de su traslado. Ningún Jueves Santo, ni aún viéndola al son de su marcha, bajo sus breves bambalinas, rodeada de los ramos cónicos de paso de Corpus y coronada por la corona inmaculista con la que Sevilla reconoce en Ella la catedral de su belleza, he vuelto a ver tan conmovedor y tan puro que quiere ocultar y que involuntariamente muestra,ese misterio de dolor que guarda en su corazón, como guardó el de gozo, para sufrirlo sola, en el refugio y en el secreto de su Valle.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Las ocho y media en el Salvador. El mundo se hace de plata para que lo pise Pasión. Porque es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, la víctima llevada con mansedumbre al matadero; su sangre ya es vino, su carne pan, y solo sobre plata de sagrario se puede mostrar su misterio. Ya se ha interiorizado del todo la pasión de Cristo, que en Sevilla es este replegarse sobre si mismo, esta serenidad sacramental que impone siempre este Jesús de la Pasión allí donde esté. Por eso no le faltaron todos los días ofrendas cuando fue resanado por esa cirugía de lo sagrado que, en otras partes, donde las esculturas sólo son eso, y no seres, llaman restauración. Hubo quién, aún viéndolo allí, despojado de todo atributo, no podía dejar de rezarle; quién cuidó que ningún día le faltaran flores frescas, puestas con sentido de ofrenda de altar, pero también de habitación de enfermo que ve el horizonte de la convalecencia. Preguntadle a éstos que lo vieron sin cruz, sin túnica, sin el fuego rojo de sus velas, sin la plata de su altar o de su paso, tan herido, y os dirán si no es por si mismo, por su misterio, por su paz contagiosa, por lo que pesa como pesa en Sevilla. Si algún día este dolor y este misterio escondidos del Valle y de Pasión no pesaran en la Semana Santa como pesan hoy y han pesado siempre, es que ésta ya habría dejado de serlo, y Sevilla ya no sería Sevilla. Que ni en una ni en otra manda el número, sino el sentimiento pleno, la medida belleza, la devoción que tan honda y serenamente expresan.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">HOLOCAUSTO</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Pasa ya las once. Culmina y muere el Jueves Santo, joven, antes de que le llegue su hora. Cruzan Sevilla impaciencias con forma de capas blancas y ruanes de Madrugada. Y lo mejor de Roma ya está en San Lorenzo. Las doce, ahora sí. Ya parten, desde la Resolana, los elegidos que traen consigo el Arca de la Nueva Alianza, haciendo nacer la Madrugada. La una. Saeta a la Cruz de Guía en San Antonio Abad. La una y cuarto. En dos basílicas se alzan dos llamadores, casi al mismo tiempo. Y caen. Primera levantá de la Macarena: una Asunción, intacta toda la fuerza que hace sonar el palio entero en la basílica vacía. La Resolana se eriza, presintiéndolo. Primera levantá del Gran Poder: como si se acabara de alzar después de una de las tres caídas, vacila un instante, y se echa a andar con su exhausto paso racheado. En la plaza oscura crece la luz de los faroles. Se contiene el aliento. Aparece por fin, y se hace verdad la profecía: "caminaré entre vosotros, seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo" . Todas las miradas, todas sin una excepción; todos los corazones, todos sin una excepción; todas las memorias, todas sin una excepción, se lanzan sobre Él. Y las acoge. Éste es el cordero de Dios que carga con los pecados y los dolores del mundo.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En la Resolana sale el sol de medianoche de la Macarena, y hay más luz en la Madrugada. Provoca amaneceres cuando nos viene, hermosa ya, reconocible y perfecta desde lejos; y crea anocheceres cuando pasa, dejándonos siempre insatisfechos, que por mucho y bien que la veamos, nunca la podremos dejar sin pena. El Señor sale de su basílica como debió salir del Pretorio, visibles las huellas de la larga madrugada de torturas. Ya esta Sevilla llena de Esperanza, ya pesa el Gran Poder de Dios sobre su suelo. Es Madrugada.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">No hay tiempo. Ni mundo. Sólo sagrada plenitud. "El holocausto arderá sobre el fuego del altar de la noche a la mañana" , porque la víctima ya lo ha aceptado del todo. Y lo abraza. Mientras la emoción se desborda en la calle Feria, y el Gran Poder, abriéndole camino la línea de fuego de su cofradía, agota en Sierpes, saeta tras saeta, las más antigua emoción y la más tradicional sevillanía, el Dulcísimo Nazareno sale de la catedral y, rapidísimo, enfila Placentines para refugiarse en Francos. Su paso es un barco de oro que ilumina la noche con sus cuatro faroles de galeón, alto el mástil de la cruz, atentos como vigías los ángeles ceriferarios que lo escoltan. No parece un condenado obligado a cargar con el patíbulo hasta el lugar de su muerte, sino un Rey llevado en triunfo por una ciudad que se le acaba de rendir. Porque cuando el Silencio lo abraza, el sufrimiento se hace de carey y plata, y nadie puede dudar de su genealogía: "es del linaje de David". ¿Quién como tu, Nazareno, cruzando orgulloso la Madrugada? ¿Qué gesto como el tuyo, Rey David, León de Judá, es capaz de aunar tanta bondad, tanto poder, tan alta majestad? ¿Qué abrazo como el tuyo, que abarca todo el dolor del mundo, lo asciende, lo sublima, lo purifica, lo serena? ¿Qué mirada como la tuya que ve la Pasión desde la Resurrección, ya símbolo sereno de un dolor pasado? ¿Qué nazarenos como los tuyos, cinco cruces en el pecho, gloria de los primitivos nazarenos de Sevilla, dadores del nombre que hoy todos llevan con orgullo? ¿Qué cortejo como el tuyo, músicas antiguas, azahares, simpecado transparente como la pureza de María, palio catedralicio, al cuidado de tu hermano mayor, sobre el pecho, la llave de tu casa?.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Como una emoción antigua, escalofrío de fagot, oboe y clarinete, ascético lujo, gloriosa contradicción, corazón barroco y negro de la Semana Santa, cubre el Silencio a Sevilla. Sale de Francos, cruza el Salvador, y entra en Cuna cuando entra la Macarena en la Campana. Que dos mundos, el tintinear de los faroles, las saetillas, el silencio, de una parte; y de otra los cuerpos en pie, todos, al mismo tiempo, como un suelo que creciera prodigiosamente, el escalofrío de la música que se acerca, los ciriales que aparecen, los cirios verdes que se arremolinan, la Macarena. Que dos mundos, tan distintos, tan iguales; que dos glorias de Sevilla nacidas en el mismo barrio; que dos formas de hacer bello el dolor: plata y carey por Cuna, y una cara en la Campana.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Aguarda, en silencio, la cruz arbórea del Calvario. Emprende su camino tras la Macarena, como un abismo de negación que succionara toda la luz que deja tras Ella. Cae cera negra sobre la verde. El Calvario busca la catedral para vivir en plenitud su misterio. Aquí apremian las esperanzas, y el gemido de su cuerpo escueto, demasiado hiriente para ese teatro urbano, necesita bóvedas góticas para hacer de la Madrugada Noche Oscura de las almas. Pasan las cinco de la mañana. Es la hora en la que desesperan las vigilias, en la que cesan las agonías, en la que los centinelas acechan angustiados la primera luz del alba. El Calvario entra en la catedral. Suena la voz del sochantre cantando el salmo Miserere. La Madrugada sólo es un eco lejano, una luz que no llega a encender las vidrieras. Vientos helados se arremolinan en torno al cuerpo muerto del Calvario, sin mover los pabilos de sus hachones. Habla el cuerpo esencial; habla la cabeza caída sobre el pecho; hablan los ojos entrecerrados; habla la boca entreabierta; hablan las huellas de las espinas sobre su frente; habla -sobre todo- la cruz que lo acoge y lo hace suyo. Y van diciendo su lección: "¿Que tiene que ver la desnudez de Cristo con asimiento a cosa alguna? Líbrenos Dios de gloriarnos si no es de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Aprended a estaros vacíos de todas las cosas y veréis como yo soy Dios" Y cruzamos la catedral vacíos de todo menos de Dios, desasidos de todo lo que no sea Cristo crucificado, portando como única gloria esta cruz hecha desde la eternidad para su cuerpo. Que obliga a mucho ser del Calvario, la más alta exigencia, porque en Él se consuma el más tremendo encuentro: un Dios y la cruz de vergüenza y muerte que le esperaba desde que se cerraron las puertas del paraíso. "Anunciamos al Mesías crucificado", escándalo para unos y locura para otros. Mostramos la imagen que hace imposible toda otra imagen, la cruz clavada sobre "un abismo interminable", tan perfecta expresión del todo de Cristo Crucificado, que toda otra cosa la reduce a nada. Por eso recorremos la Madrugada sin importarnos hacerlo entre los extremos de ser ignorados o de ser admirados, siempre extraños a la agitación que se desborda por las calles, como una llamada, como un golpe negro entre esperanzas.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">"La gloria del Señor amanece" sobre Sevilla. Al final de Cardenal Spínola, al Gran Poder parece que no van a alcanzarle las fuerzas hasta llegar a su casa, que va a caer allí mismo, que cada zancada es la última; la multitud lo mira como si quisiera auxiliar tanta fortaleza herida. Atraviesa la plaza con la desesperación que hace intolerable la última distancia. Gira para mostrarse al pueblo. Arría bajo la luz reciente e imprecisa, gastadas las velas de los faroles, más ennegrecido después de atravesar la Madrugada. Este es el "Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no el de los filósofos y los sabios" pura "certeza y puro sentimiento". Se oye el llamador en toda la plaza. "¿Me vas a dejar ahora, Señor?". Entra despacio en su basílica. "¿Me vas a dejar ahora? Que no este separado de ti eternamente", para que pueda sentir siempre, como siento esta mañana, esta "reconciliación total y dulce" al ver en ti reflejado, como en el mejor espejo, la "grandeza del alma humana". "Señor ¿me vas a dejar ahora?.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">El palio de la Madre de la Presentación, jardín cerrado de la más delicada belleza sevillana, esta parado en San Pablo, atenuado el brillo de su candelería por al primera luz, definitivamente serena bajo los árboles grandes en los que cantan pájaros invisibles. Acaba de recorrer Sevilla con el rápido paso con el que María debió ir por las calles de Jerusalén tras su Hijo. Es esta hermosísima Madre nuestra la que reúne el rebaño disperso por el pavor sagrado que su Hijo crucificado inspira, la que entibia las almas sobrecogidas tras ver a esa cruz que ha devorado el cuerpo. Necesitamos toda su dulzura, toda su ilimitada disponibilidad y mansedumbre, para no desertar, como los apóstoles, por vergüenza y desaliento, ante la dura cruz de nuestro Calvario.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es de día, y ya hay luz suficiente para ver los pasos del Silencio en la iglesia vacía y triste por el olor a azahar que se muere despacio. La Presentación esta en el trascoro, han terminado las preces, el hermano mayor invita a los hermanos a descubrirse y un clavel va matando, cirio a cirio, la luz de su candelería. Se cierran las puertas de la basílica tras el Mayor Dolor y Traspaso. Cruzan el centro nazarenos negros manchados de cera negra, tiniebla o blanca. Se acabó la Madrugada.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">ESPERANZA</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mañana de Viernes Santo, falsa luz de un falso día que no amanecerá realmente sino por Varflora y Castilla, que sólo existe porque le han quitado a la Madrugada el velo de ruán que la cubría para que reluzcan, por el Pópulo, por San Pedro, por la Encarnación, emociones antiguas que hemos oído contar tan bien, que parecen que son nuestras. Porque en esta hora no hay ya tú y yo, sino sólo nosotros, y todos cargamos con la memoria de los nuestros. Después de un café de pie, en la cocina grande y fría, salían la madre y los dos hijos, aún de noche, del piso de la calle Zaragoza para ver la Esperanza de Triana en la cárcel del Pópulo acoger las saetas de los presos. La calle llena de gorras y sombreros de ala ancha y copa alta. El Señor de las Tres Caídas, sólo en su paso con el Cirineo, girando para dar la cara a la ventana enrejada desde la que le cantaban saetas antiguas de dolores compartidos. Después la Esperanza. El palio alegre girando; todas las miradas fijas en la mano del saetero que por fuera de los barrotes cortaba el aire; y una voz rota que cantaba: "Soleá, dame la mano / por las rejas de la cárcel / que tengo muchos hermanos / y se me ha muerto mi madre... / Eres la Esperanza nuestra / estrella de la mañana / luz del cielo y de la tierra / honra grande de Triana."<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Saetas antiguas también aguardan hoy en San Román, pero desesperan porque allí no van a encontrar su Salud y su Angustia, y remontan calle Sol para buscarlos, por Santa Catalina, por San Pedro, hasta encontrarlos en las estrecheces de Boteros. Tiempo hubo en que su Hermandad -como la de los negros, como la de los mulatos- fue signo de segregación, pero hoy no, hoy la hacen su voluntad de estar en ella y la nuestra de estar con ellos, todos iguales, todos diferentes, todos hermanos en esta ciudad de sangres mezcladas.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¡Dios de Abraham! ¿Cuantos siglos hace que el amanecer del viernes es sagrado en las huertas de la Macarena? Hace mil años estuvieron allí los árabes, cuyo color es el verde, cuyo día santo es el viernes, cuyo momento sagrado es el amanecer, porque en él renueva Dios la creación del mundo. Manifestarse de lo sagrado en lenguas, costumbres y creencias diversas, pero siempre en el mismo lugar, adorando al mismo, único Dios, de quien el almuédano, el las mezquitas que hoy se llaman San Gil, San Marcos, Santa Marina, Santa Catalina, Salvador, o desde la suprema Giralda, decía tres veces al día, para que nadie lo olvidara: "¡No hay más Dios, que Dios!"; al mismo, único Dios, a quien en las sinagogas que hoy se llaman Santa Cruz, Santa María la Blanca, San Bartolomé, los rabinos repetían las palabras que oyó Moisés hace más de tres mil años: "Yo soy el Señor tu Dios". Y es en esa tierra clara, en las huertas de la Macarena, donde se fundo la Semana Santa.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">¿De donde sino de allí podía venirnos nuestra Esperanza? ¿Y en que momento sino en este de las primeras horas de la mañana del Viernes Santo se nos podía manifestar tan plenamente, más hermosa por más humana, y más humana por más cansada. Pasan ya las nueve de la mañana, y el ancla firme y segura, "el Arca del Verbo Divino", la "Esperanza única de los mortales", busca el sol y lo encuentra donde yo la encontraba a Ella cuando era niño, en la Encarnación, justo cuando se produce la visitación de la Esperanza a la Anunciación y a San Juan de la Palma, para anunciar a los dolores del Valle y la Amargura que "no habían entendido lo escrito, (y) que (su) hijo habría de resucitar de entre los muertos". Y las dos vírgenes, tras sus candelerías gastadas, en lo hondo y oscuro de sus iglesias, se estremecen de júbilo cuando pasa ante ellas la Esperanza.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">En una foto se me ve en los brazos de mi madre, abajo el palio espléndido, parado entre una multitud que se aprieta hasta los muros del mercado. Vemos hoy esa fotografía, tanto tiempo después, con esa indefinida angustia que da el saber que tantos de quienes allí aparecen están muertos. "Hay en ello una tristeza penetrante, intolerable" que solo puede borrar Aquella que no consiente sombra de muerte a su lado, porque ante sus ojos todos están vivos. Nosotros sabemos -y querríamos decírselo a ellos, pero ya no hay tiempo, sólo lo hay para que nosotros nos abramos a esa luz- que cuando pasara la Virgen, y se disgregaran por los callejones de Regina, por Laraña, por la estrechez de la antigua calle Imagen, cada cual de vuelta a sus fatigas, que sus trabajos, sus penas, sus amores, no se han perdido en la nada por obra de la muerte; que han sido salvados para siempre por la Esperanza que vieron pasar aquella mañana ya lejana de Viernes Santo; que lo que ha vivido vive ya para siempre porque así lo dice la fe, lo señala el amor, y lo promete -por el Gran Poder de su Hijo- nuestra Esperanza.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Es pleno día y la Macarena ya gira a Feria paran darse a los más suyos. A veces se produce un instante de silencio absoluto. El palio parado, la candelería fría, la banda descansando, todos los ojos convergentes en la Esperanza, una lágrima que se quita con un gesto rápido y pudoroso, oraciones susurradas, deseos y recuerdos que se lanzan como flores. Ese silencio que no es de recogimiento, ni de temor sagrado, sino de la emoción pura y el arrobo que impone la Macarena, es el silencio más impresionante de Sevilla. Lo quiebra el llamador, hay como un suspiro profundo de aliento largo tiempo contenido, y la misma emoción explota, de otra forma, cuando es asunta la Macarena, suena la banda y anda el palio perfecto. Si creíamos perdido el sentido popular de la Semana Santa, si en ocasiones hemos visto como todo se desbordaba y sólo -y no siempre- las fronteras de ruán negro de las más severas hermandades eran capaces de recordarle a Sevilla quién era, ahora todo vuelve a su centro, y la Sevilla ancha y popular resucita, intacta, entre corazas, plumas blancas, terciopelos morados y verdes, medias rosas, ropas de estreno, familias enteras y antiguos vecinos que se reencuentran. Que alegría volver a ver, cada año, lo que creíamos perdido. Que alegría volver a ver este andar exacto que casi no deja asomar las bambalinas, el perfil de esta corona rematando el manto, estas músicas alegres y hermosas, tanto pueblo bajo tan lujosas túnicas, celebrándose a si mismo y a su Esperanza, tanta emoción en los ojos, tantos bisbiseos en los labios, tanta emoción antigua que resucita cuando pasa la Macarena.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Estas son la Semana Santa y la ciudad que nos han contado, que muchos hemos vivido y que vamos a vivir dentro de una semana. Las que dejamos en las manos de nuestros hijos como la más importante herencia. La que yo ahora les doy a los míos, a los nuestros, con el pueblo de Sevilla como testigo, en este testamento sevillano.<br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(51, 204, 0);">TESTAMENTO SEVILLANO</span><br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Este año, cuando regreses, no me quedaré en el patio, viéndote a través de las puertas abiertas, definitivamente quieto. Ni entraré en la capilla desierta, para despedirme largamente de tu abrazo. Pero estaré contigo, Nazareno, tanto como siempre. Porque esta Madrugada estaré sobre el monte Calvario, contigo crucificado. Eso sucederá en la Madrugada tremenda del Viernes Santo. Mientras tú, Carlos, estás ante el Gran Poder, escoltándolo, iniciándote en el hondo misterio de amor de nuestra Semana Santa. Y tú, Fernando, nacido mientras Dios vivo nacía a Sevilla en repique de Corpus, duermes, ignorando aún cuanto dolor y cuanta alegría, cuanta esperanza y cuanta angustia corren, justo ahora, desbordadas de corazón en corazón, por las calles de Sevilla. Ninguno de los dos sabéis aún que esta noche los padres y las madres sevillanos tomamos la Semana Santa en nuestras manos para pasárosla, y para que la paséis a vuestros hijos. Es la herencia del amor a nuestro Dios y a nuestra ciudad.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Vividlos en lo abierto, sin temor ni estrecheces. Ni a Dios ni a Sevilla se les puede querer si no es con todo el corazón, en absoluta entrega. Haceos a la medida de ellos, no hagáis como quienes los hacen a la suya. No seáis nunca mezquinos, pues solo siendo hombres libres, generosos, solidarios, podréis ser verdaderamente hijos de esta ciudad de tantas culturas y sangres mezcladas. Amad mucho, incansablemente "Christianus sumus: el cristianismo es esencialmente amor, porque Dios es esencialmente caridad, y en el doble precepto de la caridad se resume la ley antigua, el mensaje de los profetas, y toda la enseñanza de nuestro Redentor(...) El amor lo es todo; el amor es el sustrato de cuanto Cristo ha predicado al mundo. No hay ciencia, no hay riqueza, no hay fuerza humana que iguale el valor de la bondad. Siempre termina por vencer, porque la bondad es amor, y el amor todo lo vence." Esta fuerza os unirá en una ética universal a todos los hombres de buena voluntad.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Mirad que la vara por la que el Señor se mide en Sevilla es la cruz aceptada. Que los nombres de Cristo en nuestra familia son los de Aquel que se entrega a ella por Amor; Aquel que la abraza con sereno orgullo; Aquel en cuyas manos el poder es ternura y el imperio compasión; y Aquel que se une tan íntimamente a ella que pierde su nombre de Jesús Nazareno y el atributo de su Gran Poder para llamarse sólo Calvario.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Recordad que sois hijos, nietos y bisnietos de quienes los amaron hasta el extremo, cada cual según su corazón le dictaba. Nazarenos y devotos comunes, como yo, unos más entre muchos, o cofrades que gobernaron las hermandades que les dan culto y les erigieron templos. Todos unidos en el mismo sentimiento: sólo Cristo, siempre. Amad a las hermandades que custodian estas imágenes que para nosotros lo representan; y amadlas sin dejaros confundir por quienes las desprecian sin conocerlas, o por quienes las utilizan como juego perdido en detalles o en vanidades.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Aferraos siempre que naufraguéis en nuestras vidas a nuestras imágenes,son un mástil del que ninguna fuerza os podrá arrancar. Y cuando os pesen las amarguras recordad que están siempre allí, esperando desde hace siglos en el Salvador, en San Antonio Abad, en la Magdalena, en San Lorenzo. No olvidéis, cada vez que paséis ante sus puertas, que son el umbral de la casa de un Dios que aguarda.No olvidéis que allí las lamparas de los sagrarios están siempre encendidas, día y noche, iluminando el corazón de las tinieblas. No olvidéis que sois sevillanos, y por ello hijos de la Esperanza; y que nuestras vidas deben ser tan plena entrega a ella que su final sea el dormirnos, como aquel niño que fui, en la noche del Jueves Santo: serenos, confiados, porque sabemos con toda certeza que seremos despertados por la Esperanza.<br /><br /></span><span style="color: rgb(153, 255, 153);"><span style="color: rgb(153, 255, 153);">Esta es la Semana Santa que os dejamos en las manos en este testamento sevillano, sabiendo que nada mas necesitareis para vivir con dignidad y amor vuestras vidas. Por habérnosla dado, bendito seas desde siempre y para siempre, Señor, Dios de nuestros padres. Concede a nuestros hijos un corazón bondadoso e íntegro para levantarte este templo. Y conserva siempre en este pueblo de Sevilla esta forma de amar y de sentir. Para que cada año una voz nos pueda anunciar, como yo hago ahora, que la lealtad y el amor de miles de devotos y de nazarenos van a convertir a la ciudad en "la Casa de Dios y la Puerta del Cielo" . Alegraos y fiaos de Dios. Porque estamos en Sevilla, dentro de siete días será Semana Santa, y podremos decir, como Pedro en el Monte Tabor: "Señor, que bien se está aquí."</span><br /><br /></span><br /><span style="color: rgb(51, 204, 0);">HE DICHO</span><br /><br /></div>Andrés Ruizhttp://www.blogger.com/profile/12804065089709330799noreply@blogger.com0